Foto: Eric Yanes
Levantarse tras grandes caídas, sobreponerse a las dificultades, diversificarse, crecer, contraerse, aspirar a más, vencer: son palabras cosidas a mano y a la medida del sector azucarero en Cuba. Hay una historia de lucha que, como las cañas, unas veces es dulce y otras, no tanto. La zafra 2022-2023 en la provincia tiene que buscar todo el dulzor posible.
Los desafíos, se ha dicho, son enormes. Tras varias campañas de descensos sostenidos y marcados, hasta llegar a la última, en la que el país mostró los peores índices productivos en más de un siglo, las deudas se han ido acumulando. Revertirlas es posible, pero no será tarea fácil, tampoco rápida o de soluciones instantáneas. Preferimos creer que, tras tocar fondo, no queda más alternativa que el ascenso, por nosotros mismos.
En el retador empeño de sacar adelante una zafra eficiente con tres centrales y la gramínea disponible, tendríamos que admitir que el contexto económico nacional e internacional adverso no ayudan. Ahí está lo hermoso del desafío. Si a la vuelta de un par de meses podemos contar una sobre otra las toneladas planificadas, tendremos la certeza absoluta de que no existen los imposibles.Estamos llamados a desarrollar una zafra con cantidades de azúcar más pequeñas que las acostumbradas, apenas 54 562 toneladas, y aun así será desafiante honrar los compromisos; una zafra en la que primen la eficiencia en la utilización de los recursos, la entrega de todos y cada uno de los trabajadores del sector, desde el campo hasta la industria. Estamos llamados a la búsqueda constante de la excelencia en el más mínimo aspecto. La exigencia por la disciplina también será vital.
Pero la zafra no es exclusivamente un asunto de los zafreros. Sería un error pensar que la producción de azúcar puede circunscribirse a Ciro Redondo, Baraguá o Primero de Enero solo porque allí están los ingenios. De hecho, la zafra no empieza en las fábricas, sino en el campo, adonde hay que ir a sembrar y cosechar toda la gramínea, empleando con acierto la maquinaria de que disponemos, doblando turnos, exprimiendo las Case, sacando el extra.
Cada avileño debería sentir bajo sus pies el brote nuevo de la caña, el calor de las calderas, el rechinar de las mazas, el pitazo en la molienda. Ni este país ni la provincia pueden entenderse sin la agroindustria azucarera; no existimos sin ella. Y lo que toca es honrarla.
Convocados estamos desde la sociedad en su conjunto a prestar el más decisivo apoyo en tan importante tarea. Que no falten la merienda para el obrero, el mejoramiento de sus condiciones de trabajo, el reconocimiento a un esfuerzo que no conoce de horarios con el fin de endulzar nuestro café, de una actividad socioeconómica que es orgullo y patrimonio patrios, y que decide en los ingresos del territorio.
La insistencia en retomar la senda del mejoramiento y la preponderancia de los azucareros en el concierto de la economía cubana y avileña no es un capricho nostálgico. No solo la tradición avala el porqué salvar al estratégico sector, precios favorables al azúcar en los mercados extranjeros ─sin contar los de sus innumerables derivados─, resaltan su potencial como fuente de divisas y encadenamientos productivos.
Aún falta despojarnos de muchos voluntarismos, afrontar las soluciones desde una visión económica y sociológica de las causas del decrecimiento de su fuerza de trabajo, entre otras que nos han llevado hasta aquí.
Por lo pronto, el reto en nuestra provincia ya está planteado: realizar una zafra en medio de las actuales circunstancias que roce la perfección, sin perder de vista la importancia de volcar al pueblo desde grandes movilizaciones a los surcos para sembrar este año más de 12 000 hectáreas de la dulce gramínea, que será la base sobre la que construiremos futuros crecimientos.
Hay que hacerlo sí o sí, como en los potreros de Lázaro López, sin perder un día.
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