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lunes, 10 de abril de 2023

Marxismo y geopolítica de la dominación imperialista: Estados Unidos desde una perspectiva teórica1

Por Jorge Hernández Martínez1 * http://orcid.org/0000-0001-7264-6984


1 Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU). Universidad de La Habana, Cuba.

RESUMEN

El ensayo reflexiona, desde una perspectiva teórica marxista, sobre las consecuencias de las crisis que vive Estados Unidos y las implicaciones actuales para la dominación geopolítica norteamericana, hegemónica o no. El análisis se organiza en tres partes: la primera expone las premisas o presupuestos de partida, la segunda sintetiza las consideraciones fundamentales desde las que se enlaza teóricamente, en términos objetivos y subjetivos, la dominación y el poder como ejes de la visión dialéctica aplicada y la tercera presenta el entramado conceptual en el que se integra la hegemonía -cual expresión superlativa de la dominación clasista interna y externa-, que complementa y completa el uso de la fuerza con el consenso, como expresión ideológica que añade el poder simbólico ejercido a través de los instrumentos culturales, al de los económicos, financieros, militares y diplomáticos. Se destaca la importancia de asumir como claves interpretativas la teoría y la epistemología marxista con sentido dialéctico en las investigaciones específicas.

Palabras clave: capitalismo norteamericano; crisis; dialéctica; pensamiento crítico; poder

INTRODUCCIÓN

A la memoria de Héctor Castaño, con respeto, admiración y agradecimiento, por su legado al estudio de la hegemonía y a la enseñanza del marxismo

Las estructuras y tramas que han acompañado al desarrollo capitalista en Estados Unidos han condicionado una gran capacidad adaptativa del imperialismo allí, el cual ha sido capaz de realizar reacomodos que le han permitido absorber y superar los efectos recurrentes de sus propias crisis, entre recaídas y recuperaciones, en medio de un debate inconcluso en el plano teórico acerca de su declinación hegemónica y de un posicionamiento global renovado, en el orden práctico, de su sistema de dominación.

A partir de ese contexto, el presente ensayo reflexiona sucintamente, desde una perspectiva teórica marxista, sobre las consecuencias de las crisis que vive Estados Unidos, asumidas solo en calidad de antecedente, referente y contexto, no como objeto o texto del trabajo. Sobre esa base se examinan de modo abreviado las implicaciones actuales para la dominación geopolítica norteamericana, hegemónica o no. El análisis se organiza en tres partes: la primera expone las premisas o presupuestos de partida, la segunda sintetiza las consideraciones fundamentales desde las que se enlaza teóricamente, en términos objetivos y subjetivos, la dominación y el poder como ejes de la visión dialéctica aplicada, mientras la tercera presenta el entramado conceptual en el que se integran la hegemonía -cual expresión superlativa de la dominación clasista interna y externa-, que con el consenso complementa y completa el uso de la fuerza, como expresión ideológica que añade el poder simbólico ejercido a través de los instrumentos culturales, al de los económicos, financieros, militares y diplomáticos. En su unidad analítica, los tres apartados configuran una unidad lógica de lectura progresiva y holística que procura dejar clara la importancia de asumir como claves interpretativas la teoría y la epistemología marxista con sentido dialéctico en las investigaciones específicas. Un texto conocido, como El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, muestra que el análisis del proceso de reconstrucción de la lucha de clases en Francia en el período de referencia realizado por Marx, refleja el ascenso de lo abstracto a lo concreto y la definición de lo concreto pensado, sin que su aproximación sea principalmente económica, sino política (Marx, 1981). Por otra parte, en la famosa obra, El capital, Marx sigue también el proceso de lo abstracto a lo concreto -ante un objeto como el concerniente en Inglaterra al movimiento de la economía, su ciclo, auge y crisis productiva, industrial y comercial, involucrando a las clases-, pero esta vez privilegiando el enfoque económico, variando las contextualizaciones y el abordaje que le lleva al establecimiento de las determinaciones explicativas (Marx, 1996). Como plantea Engels (1962) en el prólogo a El dieciocho brumario…, las luchas históricas son expresión de la lucha de clases y están condicionadas por el grado de desarrollo de la situación económica, pero el elemento fundamental de la explicación radica en las clases y las categorías que reproducen las contradicciones entre la explotación y la dominación, de un lado, y la resistencia y la lucha, de otro. En la acción y reacción de esas clases, opresoras y oprimidas, intervienen múltiples factores, no solo económicos, sino políticos e ideológicos. Expresado teóricamente en los términos más convencionales de la perspectiva marxista -la del materialismo histórico y la economía política-, a riesgo de esquematizar, bastaría con remitir al lector solamente a un par de obras breves, los prólogos realizados a la Contribución a la crítica de la economía política (Marx, 1973) y a Trabajo asalariado y capital (Marx, 2019), respectivamente: se trata de las interrelaciones entre base/superestructura /formas de la conciencia social, o entre capital/trabajo. Y apelando a Estadística y sociología, un escrito poco referido, tan conciso como los que acaban de citarse, pero con una enorme significación metodológica, en el que Lenin (1978) advierte sobre lo imperioso que resulta al interpelar la realidad en las indagaciones empíricas, considerar los hechos con objetividad, sin sacarlos de su contexto, y apreciarlos en sus concatenaciones y movimiento con una mirada totalizadora.

De ahí que el marxismo explique, a través de aproximaciones sucesivas, con particularidades en el método, en consonancia con las especificidades del objeto, las condiciones materiales -no solo económicas- de existencia y dinamismo de las clases y grupos sociales que permiten entender sus comportamientos, más allá de lo coyuntural, penetrando en lo estructural y reteniendo lo histórico.2 Considérese esta puntualización como ilustración del tipo de aproximación que con una perspectiva marxista hace suya este ensayo, desde su título. Ella supone la superposición y exclusión mutua de las tres dimensiones implicadas: coyuntura, estructura e historia.

Por eso, convendría mirar en el presente a Estados Unidos, trascendiendo lo fenoménico, desde una perspectiva teórica transdisciplinaria, afincada en la concepción materialista de la historia, la economía política, la teoría leninista del imperialismo y los aportes a las ciencias sociales del pensamiento crítico contemporáneo, sobre todo latinoamericano.3 Bajo la mirada plural y holística implicada no se excluyen otras aproximaciones enriquecedoras que perfeccionen un marco interpretativo, con un sentido dialéctico, capaz de discernir entre enfoques burgueses u occidentales, presentes en determinados estudios actuales en nuestros medios que ni mencionan al imperialismo y tratan con ligereza las cuestiones mencionadas. El efecto de tal déficit epistemológico lo resume con acierto Pérez (2021) al señalar que «la falta de totalidad, desde y hacia el marxismo, se expresa también desafortunadamente en los proyectos de investigación, los procesos de formación profesional y en los procesos de difusión del marxismo, entre otros».

PRESUPUESTOS TEÓRICOS

Las siguientes consideraciones fijan la perspectiva aludida y los principales referentes teóricos:

  1. Se parte de la noción de imperialismo y se retiene la comprensión marxista desarrollada según la definición que hizo Lenin hace más de un siglo, referida al contexto histórico de la Primera Guerra Mundial y a los años siguientes, cuando este fenómeno adquiría visibilidad y plenitud multidimensional, como resultado de la monopolización y del nacimiento del capital financiero que dejaban atrás la época del capitalismo de libre competencia. Como precisó en su conocida obra El imperialismo, fase superior del capitalismo, cuyo título resumía lo fundamental de su comprensión, el análisis se enfocaba sobre un periodo histórico específico, era principalmente teórico y se limitaba a sus rasgos económicos fundamentales, sin contemplar otros aspectos importantes, con lo cual indicaba que su aproximación no era exhaustiva, si bien fijaba en términos esenciales la fenomenología de un patrón histórico, que entonces apenas se prefiguraba (Lenin, 1973a). Por eso, al no tratarse de una conceptualización acabada ni ambiciosa, sino más bien metodológica, ha seguido siendo válida como marco de referencia y guía para ulteriores indagaciones. A la vez, su caracterización estructural expuesta en El imperialismo y la escisión del socialismo ha mantenido vigencia para entender la articulación económica global del imperialismo, que como todo fenómeno histórico, se ha transformado (Lenin, 1973b). Hoy su expresión es transnacional y global (Robinson, 2013).

  2. Resulta imperioso retomar esa mirada. Como se señalara, al producirse el llamado «fin» de la Guerra Fría a comienzos de la década de 1990, ante la pujanza del pensamiento único cuya formalización inician Fukuyama y Huntington, y la prosiguen otros ideólogos y estrategas neoconservadores, el término de imperialismo había prácticamente desaparecido del lenguaje periodístico, académico, partidista y gubernamental (Borón, 2004). Y cuando se le utilizaba, se desnaturalizaba su esencia, con interpretaciones unilaterales, economicistas, del enfoque leninista. Se evidenciaba, así, según se advirtiera oportunamente, que no pocos de los teóricos que utilizaban en Europa, Estados Unidos y América Latina la noción de imperialismo, recurrían a un tipo de reduccionismo económico que minimizaba o ignoraba las dimensiones políticas e ideológicas y sacaban de contexto categorías como las de inversiones, comercio y mercados, las cuales se presentaban como entidades alejadas de sus condicionamientos históricos reales (Petras y Veltmeyer, 2012). La narrativa prevaleciente, bajo la confluencia de la globalización neoliberal, el posmodernismo, y un renovado irracionalismo filosófico, se centraba más en visiones apocalípticas distópicas sobre el fin del mundo que en el fin del capitalismo. Con ello se dejaba a un lado al imperialismo como algo anacrónico.

  3. Es necesario no perder de vista que en Estados Unidos el sistema de dominación sufre los efectos de las conmociones sucesivas, determinadas por la propia lógica del imperialismo, acentuadas en la década en curso, la tercera del presente siglo, en un contexto de profundización de la crisis capitalista, palpable en un grueso rango de contradicciones y definida no solo por problemas y dificultades de carácter económico, sino por un complejo de contradicciones que abarca lo político, lo social, lo ideológico, lo cultural, lo ecológico, lo estratégico, manifiestas en una escala internacional cual crisis de restructuración, en vías de adquirir la envergadura de una crisis sistémica, en la medida en que forma parte esencial de la propia dinámica de constante reajuste de la modernidad capitalista que lleva consigo el imperialismo contemporáneo (Harvey, 2013). Ello incluye la recesión económica, los daños provocados por la pandemia de la COVID-19, que la reforzaría, junto a la polarizada contienda electoral de 2020, en una nación signada por la incertidumbre, la crisis de credibilidad y legitimidad de los partidos y los candidatos a la presidencia, todo esto unido a un desgaste de la tradición política liberal y de una sostenida espiral ideológica conservadora, con ribetes incluso fascistas.

  4. Debe quedar claro el significado de «geopolítica», pues su mención es prácticamente constante, pero a menudo, sin mayores referencias. Desde la concepción original clásica, se entiende como una expresión del expansionismo imperialista, es decir, como una geopolítica de la dominación, que remite al ejercicio del poder en determinados espacios, considerados inicialmente en términos geográficos. pero entendido hoy más allá de lo territorial, marítimo y aéreo, también en términos de los espacios productivos, comerciales, financieros, culturales, simbólicos, diplomáticos, astrales y cibernéticos, atendiendo a su significación política. Supone la concepción y la práctica instrumental orientada a garantizar intereses clasistas y a promover acciones de influencia ideológica y política de la democracia burguesa representativa, el modelo de economía neoliberal y la militarización como medios de la dominación imperialista. El caso ejemplar es el de Estados Unidos como Estado que se ha apropiado de los principales espacios internacionales a través de una conjugación de fuerza e influencia, con el fin de controlar territorios, recursos naturales y energéticos. Como contraste, la geopolítica crítica, concebida como una geopolítica de la emancipación, deconstruye la teoría geopolítica clásica; pues muestra sus funciones políticas e ideológicas para el imperialismo; concibe al espacio geográfico cual construcción social compleja que incorpora componentes físicos, históricos y culturales; atiende a su carácter clasista, y propone opciones teóricas y prácticas a la dominación (Valdivia, 2016). De ahí que las contribuciones de Marx y Engels al estudio de las clases sociales y la lucha de clases, las de Lenin a la teoría del imperialismo y las de Gramsci acerca de la hegemonía sigan siendo una base indispensable para la comprensión de la geopolítica imperialista, que es la predominante en el mundo actual signado por el neoliberalismo, retada hoy por la nombrada geopolítica emancipatoria, alternativa o contrahegemónica, que no termina de abrirse paso. Recuérdese que las ideas y prácticas dominantes en un sistema, bien sea una formación social nacional o la realidad internacional, son las que la clase dominante produce, adopta, difunde y establece. Esa relación es extensiva, desde luego, a las contradicciones del presente siglo en la arena geopolítica (Ramonet, 2014 2022).

DOMINACIÓN Y PODER

Desde la perspectiva marxista, viene al caso destacar la cuestión del poder y, en particular, del poder político, si se comprende a partir de las relaciones de clase, de los intereses y objetivos que le dan sentido a su ejercicio, y de la lucha de clases (Montbrun, 2010). Desde este punto de vista, y en su acepción tal vez más básica y elemental, el concepto de poder aparece ligado siempre -en su expresión a través de sujetos sociales individuales- a la capacidad de unas personas de imponer determinadas conductas a otras, aún contra la voluntad de estas, en función de alcanzar determinados propósitos o proteger ciertos intereses, lo cual se extiende a los sujetos colectivos que trascienden la acción personal e involucran a instituciones de connotación política (vinculadas a las relaciones clasistas). El poder no es algo que se posee como un objeto, sino que expresa una relación, palpable, en su ejercicio. Poder es la capacidad de superar resistencias, a fin de imponer voluntades, de introducir cambios a pesar de la oposición que exista (Foucault, 2001). La relación de poder es asimétrica, supone una jerarquía: es decir, existe una persona o instancia, grupo, clase, que manda y una que obedece y se subordina, tomando como referencia una estructura social y clasista dada, sobre la base de relaciones de propiedad y control de los medios de producción. Al entender la política como expresión concentrada de las relaciones económicas y de clases, se comprende la esencia del poder político (Lenin, 1973c).

Para Weber (1993), poder es «la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad» (p. 43). Según su visión, el ejercicio efectivo del poder se traduce en un marco de relaciones de dominación que sigue el esquema asimétrico aludido, que establece relaciones del tipo «mando y obediencia», pero incorpora como variable central de esa relación el concepto de legitimidad, entendida genéricamente como la coherencia entre las decisiones de poder y el sistema de valores de los que deben obedecerlas. De esta idea se concluye que la dominación implica un elemento adicional: la autoridad, que implica una relación subjetiva, es decir, de aceptación de la dominación por los subordinados. Justamente, así radica su criterio, cuando valora como legítima determinada relación de dominación. La autoridad para Weber se define a partir de la combinación de poder y de legitimidad y, en el caso opuesto, sería necesario el uso de la fuerza a fin de garantizar la dominación. La propuesta weberiana resulta útil, aunque su concepción teórica se ve limitada por el desconocimiento del factor clasista, lo cual contrasta con su posicionamiento práctico, como ideólogo clásico del pensamiento burgués, ya que su obra es un definido instrumento de legitimación clasista del capitalismo en ascenso, en contrapunto con la concepción materialista de la historia.

Hannah Arendt considera lamentable que la ciencia política perdiera la capacidad para distinguir los conceptos de poder, autoridad y fuerza, al extremo de que aparecieran en esa disciplina, en su opinión, como sinónimos. Para esta autora, cuya lectura crítica de Marx es bien conocida, si bien polémica, el poder es la capacidad humana de actuar concertadamente. Señala que la autoridad es el poder que ejercen unos pocos con el reconocimiento de aquellos a quienes se les pide obedecer y que no necesita del miedo ni de la coerción. Para ella, el poder solo puede ser realmente efectivo, si incluye el consentimiento de los gobernados (Arendt, 1993). En esa medida, su visión no es desestimable, como contribución compatible con la interpretación, destacada a menudo por Engels, acerca del papel activo del factor ideológico (Engels, 1974). Con base en esta consideración, se comprende que dicho factor sea determinante en la articulación del consenso que establece la clase dominante, incorporando la aceptación de los dominados.

Por otra parte, Manuel Castells se ha aproximado al asunto en varias ocasiones, con una mirada teórica marxista. En uno de sus textos afirma que «definimos las relaciones de poder como relaciones entre clases sociales y las clases sociales como combinaciones de lugares contradictorios definidos en el conjunto de la estructura social, concibiendo al poder como la capacidad de una clase o fracción de clase para realizar sus intereses objetivos, a expensas de las clases, o conjunto de clases, contradictorias, con quienes están en contradicción» (Castells, 1972, p. 289). En otro trabajo apunta que «la política designa el sistema de relaciones de poder. El lugar teórico del concepto de poder es el de las relaciones de clase. Se entiende por poder la capacidad de una clase social para realizar sus intereses objetivos específicos a expensas de las otras. Por intereses objetivos entendemos el predominio de los elementos estructurales (que definen, por su combinación, una clase) sobre los otros elementos que están en contradicción» (Castells, 1973, p. 169). Y en otro texto, añade:

Puesto que, como es sabido, el poder no es un objeto, un atributo, una entidad material que se pueda apropiar, sino una relación social, una capacidad de realizar los intereses de clase […] Pero tal situación no puede desorientar sino a quienes desligan el análisis del poder del análisis de los intereses de las clases en lucha. En cambio, si se parte de la estrecha relación entre unos y otros, si el poder no es dominación, sino dominación para realizar intereses objetivos anclados en la estructura económica, entonces la respuesta puede ser dada a través del análisis de la lucha de clases en las principales contradicciones que caracterizan una sociedad, en particular en aquellas relativas a las relaciones de producción y a la apropiación del producto por ellas determinada. (Castells, 1974, p. 151)

Las ideas expuestas anteriormente muestran las posibilidades de llevar a cabo un análisis teórico fecundo del poder y la dominación con el prisma de la concepción marxista, sin desconocer la posibilidad de incorporar, con un sentido dialéctico y ecuménico, contribuciones que -desde el pensamiento burgués- sean capaces de fertilizar o enriquecer la mencionada concepción. Convendría avanzar desde una óptica semejante en el estudio específico de la realidad norteamericana actual, retomando las tempranas indagaciones de la realidad empírica capitalista europea (en Francia e Inglaterra) que llevaron a cabo Marx y Engels, y que aportan excelentes referencias metodológicas que trascienden sus caracterizaciones sobre las relaciones de poder y la lucha de clases. De la misma forma repercuten las reflexiones teóricas de Lenin en el contexto de la Revolución Rusa, las que también meditaban acerca de dinámica clasista y la lucha por el poder (Marx, 1979 1981Engels, 2020Lenin, 1977 1981). Como ejemplos saltan a la vista los estudios que, concentrados en coyunturas, penetraron en las estructuras y en la perspectiva histórica.

Sobre los aspectos relacionados con la temática examinada, pero referido específicamente a Estados Unidos -el principal y primer referente teórico con trascendencia para ulteriores indagaciones- con una visión que toma elementos del marxismo, no puede obviarse el libro La élite del poder, del sociólogo crítico norteamericano Charles Wright Mills. Sus tesis, si bien no reconocen explícitamente una filiación marxista ni utilizan las nociones clasistas en el mismo sentido que la emplea tal perspectiva, constituyen intentos avanzados de penetrar en el estudio del poder y los procesos políticos en Estados Unidos, y donde se entiende que esos procesos consistían en luchas por el dominio y el prestigio. Habla de «clase altas», de sectores de «cuello blanco» y «azul», aludiendo a la clase media y obrera, y de élites. Con ello fertiliza con creatividad y sentido de compromiso crítico la caracterización de las desigualdades en la sociedad estadounidense, y establece así una bisagra funcional o vaso comunicante con la visión marxista (Mills, 1969).

Asimismo, Valdés (2009) ha insistido, con razón, en que el análisis de la dominación capitalista debe realizarse teniendo en cuenta sus dimensiones económica, política, social, educativa, cultural y simbólica. En ese sentido, señala:

El campo económico y social del capital completa su fortaleza con su conversión en capital simbólico, lo que ha hecho de la enajenación mediático-cultural la norma de la vida contemporánea en las sociedades capitalistas, generando a la vez ilusiones y tensiones insolubles tanto en el centro como en la periferia del sistema. La hegemonía se presenta como lo que es: una praxis y un modo de pensamiento, de subjetividad, que se elabora desde las matrices ideológicas de los dominadores. (pp. 12-13)

A partir de esas reflexiones, ese autor propone una interesante y fecunda aproximación teórica, la cual constituye un funcional referente. Ademas considera que «con la categoría de sistema de dominación múltiple podremos visualizar el conjunto de formas de dominio y sujeción, algunas de las cuales han permanecido invisibilizadas para el pensamiento crítico» (Valdés, 2009, p. 14). En su concepción, este sistema abarca las prácticas de explotación económica y exclusión social; la opresión política en el marco de la democracia formal; la discriminación étnica, racial, de género, de edades, de opciones sociales, por diferencias regionales, entre otras; la enajenación mediático-cultural; así como la depredación ecológica.

La utilización de la categoría propuesta facilita el análisis integral de las prácticas de dominación en las condiciones del capitalismo transnacional actual. Su esencia coincide con la formulación que hace Meszárov (2002) para caracterizar lo que llama la «civilización del capital». En sus palabras, «el capital no es simplemente un conjunto de mecanismos económicos, como a menudo se le conceptualiza, sino un modo multifacético de producción metabólica social, que lo abarca todo y que afecta profundamente cada aspecto de la vida, desde lo directamente material y económico, hasta las relaciones culturales más mediadas». La concepción dialéctica concibe, como elementos inseparables, la economía y la política. Lenin definía la segunda como expresión concentrada de la primera, en términos histórico-genético, y en términos de funcionalidad, que la segunda es determinante con respecto a la primera. Sobre la importancia teórica de no olvidar ese nexo, Kohan (2011) advertiría sobre las consecuencias que ha tenido la infiltración del pensamiento dicotómico burgués de los siglos XVII y XVIII en el pensamiento social del siglo XX, incluido el de fundamento marxista. La más conocida y nociva de esas dicotomías ha sido, justamente, la separación entre economía y política, derivada de las lecturas simplistas y de la vulgarización de la metáfora de Marx sobre la relación entre la base y la superestructura, que propicia las visiones deterministas y mecanicistas, ajenas a la concepción materialista de la historia. La comprensión de las relaciones de poder y dominación, incluyendo la hegemonía en las condiciones del imperialismo contemporáneo exige no perder de vista la dialéctica entre esas dos esferas, como base de un enfoque totalizador. Por eso conviene, una vez más, destacar la importancia del concepto de imperialismo.

HEGEMONÍA E IDEOLOGÍA

La hegemonía, como se conoce, es una de las cuestiones centrales en los estudios sobre la realidad imperialista norteamericana, que aparece y reaparece en todo tipo de literatura especializada, con tratamientos disímiles. En opinión de Kohan (2005), se ha vuelto algo tan común en el lenguaje académico y político en los últimos años que, a menudo, la palabra misma parece correr el riesgo de trivializarse. Si bien la hegemonía adquiere una renovada presencia en el pensamiento social, a veces se desdibujan sus contornos teóricos, y se le asume más desde el punto de vista terminológico que conceptual (Poulantzas, 1975). En otras ocasiones, se aborda la hegemonía desde una perspectiva reduccionista, mecanicista, simplificadora, que remite al positivismo y al marxismo dogmático. En ambos casos se pierden de vista tanto la esencia de la misma como alguna de sus diversas dimensiones. Y también se suele obviar el entramado de cuestiones en el que ella se inserta, sin cuya consideración su análisis se empobrece o mutila. La hegemonía no puede comprenderse sino en su entrelazamiento dialéctico con otras cuestiones, como las concernientes a la legitimidad y el consenso, configurando fibras de un mismo tejido ideológico y político.

Castaño (2008) enunció este tema casi de modo gráfico:

La formulación del concepto de hegemonía presupone la inclusión de los aspectos cualitativos del conflicto de poder que subyace en las relaciones económicas capitalistas […]. El concepto de hegemonía es fundamental para la crítica del capitalismo, al referirse al contexto de las relaciones de poder desde el punto de vista de las actividades que resultan esenciales para la reproducción del sistema capitalista, cuyo control implica el mantenimiento del liderazgo económico a nivel internacional. (p. 12)

A fin de clarificar más sus ideas, Castaño (2008) agrega:

La recuperación del concepto de hegemonía resulta fundamental para explicar la situación actual. La hegemonía es una construcción social que tiene en la coerción y en el consenso sus medios generales de acción. La hegemonía está constituida por tres dimensiones principales: la político-militar, la económica y la cultural. Lo anterior posibilita evitar los enfoques reduccionistas no solo de la economía convencional, sino también de buena parte de la producción teórica crítica, que tienden a no considerar la importancia de las relaciones de poder en sus análisis de los procesos económicos. (p. 12)

Las reflexiones de Castaño son de las que más tempranamente clarifican el asunto bajo un lente metodológico marxista, desde la economía política, pero con derivaciones para la sociología y la ciencia política.

Por su parte, para Gandasegui (2007) la hegemonía es un concepto de vieja presencia en el pensamiento social, que recibe tratamientos heterogéneos. En sus palabras, se trata de un asunto que «tiene una larga historia que se inicia con los griegos antiguos y pasa por Lenin […]. La noción de hegemonía no puede desentenderse, en la actualidad, de conceptos como globalización y neoliberalismo. Estas nociones han dominado los trabajos teóricos de los científicos sociales en los últimos decenios. Igualmente, el concepto de imperialismo ha retornado con fuerza al estudiar el mundo a principios del siglo XXI (p. 17).

Desde el pensamiento crítico ha ido ganando cuerpo el enfoque que hace suyo el significado de la dimensión cultural cuando se aborda el estudio de la hegemonía. Con esa perspectiva, se retoma la interpretación gramsciana, al advertirse que el ejercicio hegemónico se completa precisamente en la esfera de la cultura y al destacar la importancia de la legitimación ideológica -especialmente simbólica- del consenso, que refuerza al resto de las dimensiones o esferas, como la económica, la política o la militar.

En su definición tradicional, Gramsci (1974) distingue entre dominio y hegemonía. Concibe el primero expresado en formas directamente políticas, que en tiempos de crisis se tornan coercitivas; y el segundo como una expresión de la dominación, pero desde un complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales, donde la ideología actúa como factor unificador. La ideología constituye un sistema de significados, valores y creencias relativamente formal y articulado; en su definición, se parte de una abstracción que la concibe como una concepción universal o una perspectiva de clase. El concepto de hegemonía constituye el soporte, desde el punto de vista teórico, cuando se trata de penetrar el grueso tejido que recubre la sociedad norteamericana y que se expresa mediante la cultura política (Williams, 1980).

La hegemonía es expresión de la capacidad de dominación a través de la ideología que se ejerce mediante los aparatos ideológicos del Estado. De modo que incluye a la ideología, si bien no se reduce a ella. Se refleja en niveles de consenso que legitiman, según lo explica De Sousa (2009), a través de representaciones simbólicas difundidas por las escuelas, los medios de comunicación, las publicaciones académicas, las instituciones culturales y religiosas, los intereses de las clases dominantes.

Es imperioso repensar el arsenal teórico del marxismo como herramienta cognoscitiva y metodológica, en función del conocimiento objetivo de la nueva dinámica de la dominación y el poder, mirando hacia dentro de Estados Unidos, con una brújula que permita distinguir lo utilizable y lo descartable entre la amplia y diversa literatura de las ciencias sociales, en el camino hacia la verdad atendiendo al desarrollo histórico-concreto del capitalismo allí. Como ha planteado Pérez (2021):

La ofensiva teórica de la acumulación del capital, en su versión neoliberal, viene realizando con «éxito» un renombramiento de fenómenos y procesos; es como si se estuviera hablando de los mismos problemas, pero en otra lengua. Ha sido un proceso de alfabetización para las ciencias sociales desde la lógica del capital. Es esta una lengua silenciosamente ideológica y positivista, describe la realidad tal cual, logra ser atractiva por su descripción de parte de ella y, por lo tanto, es de rápida difusión. (p. 2)

La noticia positiva es que ya existe la conciencia del problema a superar; la negativa es que -como han mostrado Piaget (1980) y Freire (1985) con sus respectivas contribuciones a la psicología cognitiva y la educación popular- aprender a desaprender es un difícil proceso educativo y epistemológico). En determinados campos de disciplinas en la academia cubana se registra con nitidez, y de manera a veces alarmante, la situación descrita. En los estudios sobre Estados Unidos, por ejemplo, en ocasiones se le atribuye la connotación de polarizaciones a meras diferenciaciones, y se obvian las contradicciones, como noción dialéctica; se consideran posturas de izquierda a posiciones de las habitualmente identificadas como liberales, que en realidad son expresiones de la ideología burguesa; se habla de sistema social en la versión del estructural-funcionalismo, en lugar de utilizar el concepto de formación económico-social, y lo mismo ocurre con la teoría de la estratificación social, empleada como sustituto de la de lucha de clases. 4 En determinados casos, la atención unilateral a la coyuntura subestima lo estructural o lo histórico, así como el énfasis en lo formal y fenoménico descuida el contenido y lo esencial. En otros, la prioridad otorgada a procesos políticos, como los electorales y los relativos a la política exterior, pierden de vista los nexos con las determinaciones económicas.

En otro sentido, ciertos estudios que no son considerados patrimonio de un pensamiento marxista, como los de Bourdieu (2000) y Thompson (1991), podrían revalorizarse desde el punto de vista epistemológico. Algo similar ocurre con los trabajos de Laclau y Mouffe (1987), exponentes de la corriente denominada posmarxista, dada su potencialidad como complementos en el análisis de la geopolítica imperialista, desde una perspectiva marxista creadora. Se trata de avanzar con una advertencia como la que formula Medina (2021) al alertar sobre cierta «pluralidad de discursos sobre el tema a partir de diferentes puntos de partida, formalizados en diversas perspectivas teóricas […] unido a la tendencia al eclecticismo teórico, conducente a una supuesta convergencia donde parece conciliarse los intereses de todos los implicados», acompañado de «un discurso multiclasista», que en realidad a donde lleva es a determinados «retrocesos teórico-prácticos». Lo señalado constituye un oportuno llamado de atención, cuya consideración requiere tanto de una profunda comprensión del sentido dialéctico que debe acompañar la indagación en la temática tratada, que garantice que no se incurra en las distorsiones descritas, como de un no menos hondo conocimiento de la producción académica reciente, la cubana incluida.

CONSIDERACIONES FINALES

El análisis expuesto no deja lugar a dudas acerca de urgencias y pertinencias. Exponentes de la tradición actual del marxismo y de un pensamiento crítico alejado del dogmatismo que se nutre de ella o que de forma selectiva utiliza al menos algunas de sus herramientas teóricas y metodológicas en diferentes latitudes, evitando verdades absolutas y mecánicas leyes universales, han alertado y llamado a la necesidad de repensar el fenómeno imperialista, relegado como objeto de las ciencias sociales hasta hace unos años o abordado con visiones limitadas, desde la perspectiva de Marx, Engels, Lenin, Gramsci. Con ello se intenta recuperar, actualizar y reformular, según el caso, referentes conceptuales de esta perspectiva, cual es el caso de cuestiones como la geopolítica, la hegemonía, las contradicciones del sistema, la dinámica clasista. 5 En ese empeño se ha contado con contribuciones significativas a la investigación y la docencia de profesionales e instituciones cubanas, cuyo reconocimiento, en opinión del autor de este trabajo, no ha estado en correspondencia con el alcance de su obra escrita y de la labor cotidiana frente al aula universitaria, que a menudo ha transcurrido durante décadas, con la sencillez y modestia de sus protagonistas.6

En tal sentido, la reciente convocatoria partidista y gubernamental a revitalizar el estudio y aplicación del marxismo en Cuba define un oportuno contexto para asumir esa tarea epistemológica e ideológica. 7 Dar continuidad al esfuerzo de quienes en nuestros medios ya desbrozaban el camino -y lo han proyectado hacia el entorno internacional, comenzando por el de Nuestra América, donde existen espacios institucionales y voluntades individuales, si bien no mayoritarios, que enfrentan al neoliberalismo prevaleciente en centros científicos y de educación superior- es una urgencia intelectual y política.

En este marco resulta pertinente y sugerente traer al caso una anécdota referida en alguna entrevista por Adolfo Sánchez Vázquez, para quién, como se sabe, el marxismo conllevaba una filosofía de la praxis, inseparable de sus funciones ideológica, política, gnoseológica, crítica y autocrítica. Relataba alarmado ese consecuente pensador marxista que constató, al participar en la década de 1990 en un Encuentro Internacional de la revista Vuelta -organizado por Octavio Paz, entonces ya definido como crítico severo del socialismo, la izquierda y la Revolución Cubana-, que en todo el encuentro no se empleó ni una sola vez la palabra «capitalismo» ni otra equivalente (Echeverría, 2009). Aunque la situación no es la misma, lo que simboliza sí lo es. Su preocupación no está superada hoy. Treinta años después resuena aquel eco en América Latina y en Cuba. En este último caso, la situación se agrava por el hecho de que la secuela nociva de las concepciones que florecieron durante buen tiempo, a través de la docencia y las publicaciones -con efectos en la formación política y académica, incluyendo a cuadros, estudiantes y profesionales que asistían a cursos, fuesen de capacitación o de carácter universitario, en formatos diurnos, nocturnos o dirigidos, a distancia-, dejarían huellas de mecanicismo, simplificación y manualismo que no se han borrado y atentan contra la asimilación de la teoría y la metodología dialéctica (Castaño, 2002). Este reconocimiento refuerza la urgencia de actuar, retomando el desvelo de Sánchez Vázquez.

El estudio de Estados Unidos requiere de las contribuciones del pensamiento crítico, con una mirada marxista actualizada, complementada, renovada, para entender la geopolítica de la dominación imperialista contemporánea y desarrollar una geopolítica de la emancipación comprometida con la transformación del capitalismo y la construcción de un mundo mejor, que es posible.

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NOTAS ACLARATORIAS

11 Este trabajo resume ideas, como avance investigativo del autor, que forman parte del resultado del proyecto del centro en que labora, asociado al Programa Nacional de Ciencia e Innovación Tecnológica (PNCT) sobre ciencias sociales, con financiamiento del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA).

22 El análisis gira en torno a los principios epistemológicos o metodológicos utilizados por los clásicos marxistas, ajenos al esquematismo, en sus estudios sobre la dinámica clasista como trasfondo de las contradicciones económicas políticas que entrañan las relaciones de poder (dominantes o hegemónicas), adquierendo formatos diferentes y dependiendo del objeto de estudio. Esa distinción se aprecia en un caso como El Capital, cuyo foco responde a un objeto estructural,y en otro como El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, en el que el foco difiere al ser propio de un objeto distinto, conformado por una coyuntura política. Los sujetos o actores que intervienen son diferentes: en este último son más concretos que en El Capital, pues aquí solo eran las clases sociales, en tanto que en El dieciocho brumario…, además de las clases, aparecen otros sujetos sociales, como el ejército, el clero o bien, fracciones de clase de la burguesía industrial, financiera.

33 El contenido de este trabajo forma parte de un estudio más amplio, que se relaciona con ideas plasmadas en anteriores publicaciones del autor (Hernández, 20202021 2021a).

44 En tal sentido, Díaz-Canel (2021) expresó en una intervención en el en el debate del Pleno del CC-PCC, efectuado en diciembre de 2021, que «se han identificado en todos los debates que hemos estado realizando en varios espacios, una cantidad de términos, una cantidad de conceptos, que se han asimilado en determinados ámbitos, de manera automática, por falta de ejercer un pensamiento crítico desde el marxismo y la economía política, que son propios del liberalismo, del positivismo y del neoliberalismo».

55 Entre los pensadores marxistas, se encuentran los latinoamericanos Theotonio Dos Santos, Pablo González Casanova, Atilio Borón, Marco A. Gandásegui, Claudio Katz, Néstor Kohan y de otras partes del mundo como Francois Houtart, Samir Amin, William Robinson, James Petras, István Meszárov, Manuel Castells, David Harvey e Ignacio Ramonet, entre otros.

66 Entre las más trascendentes, no es posible omitir la referencia a las Facultades de Economía y Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de La Habana, al área de Ciencias Sociales y Estudios Latinoamericanos de la Universidad Central de Las Villas, desde donde se han realizado aportes descollantes al marxismo, especialmente en el campo de la economía política.

77 El Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, señaló en una sesión del Pleno realizado en diciembre de 2021, la necesidad de «incorporar, de la manera más natural, el método científico que nos aporta el Marxismo desde el materialismo histórico, desde el materialismo dialéctico, desde la economía política a lo cotidiano, a nuestro país, a la vida cotidiana, al análisis cotidiano que desde la Revolución tenemos que hacer de todos los procesos que estamos enfrentando en lo político, en lo económico y en lo social» (Puig, 2021).

Recibido: 15 de Marzo de 2022; Aprobado: 23 de Mayo de 2022

* Autor para la correspondencia: jhernand@cehseu.uh.cu

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