Otras Paginas WEB

sábado, 22 de abril de 2023

Ni lo tomo ni lo dejo

 

 
OPINIÓN
 

Me resisto a pensar que estemos condenados a solo dos opciones: tomarlo o dejarlo. Aceptarlo o rechazarlo



El bartender del Hotel Rueda pudiera explicar por qué un café allí cuesta 100.00 pesos y debes pagarlo solo mediante tarjeta magnética, pero mientras, a dos cuadras, puedas sentarte en una mesa privada, tomarlo por 50.00 y pagarlo por la vía que prefieras, toda su lógica quedará sin efecto. O, al menos, no tendrá el deseado: que debe ser vender.

Unos meses antes, cuando allí podías decidir cómo pagar y eran “apenas”, 50.00, tenías todavía La Espada, de Palmares, que lo ofrecía a 22.50 (si bien recuerdo), el Café Cubita, ofertándolo por unos 12.00, y el Rápido, de CIMEX, que lo comercializaba a 8.00 pesos.

Semejante mezcla dejaba a uno desconcertado; sobre todo, si aclaramos que el suministrador era el mismo y el café, fuera Serrano o Regil, costaba lo mismo. Los más baratos correspondían, increíblemente, a los que humeaban en espacios climatizados (Rápido y Blanco y Negro).

Sin embargo, no vengo a juzgar cada precio a partir de mi salario que, aunque debiera, no es el medidor, pues cuando todo se reordenó y se elevó, el salario siguió ahí, invariable. Estático, para que no circulara más efectivo, dijeron, y no se elevara aún más la inflación. Bien sabemos, empero, el alto precio que estamos pagando con ese “aguante”.

El asunto hasta aquí se traduce muy sencillo: tienes varias ofertas y dos opciones: o lo tomas o lo dejas. En ambos casos estarías emitiendo una poderosa señal, muy fácil con el café, si no eres adicto.

Más difícil la tienen ya algunas entidades, impedidas de presupuestos reordenados. En el Centro Provincial del Libro y la Literatura, durante la feria de mayo pasado, pagaron un paquete por varias noches para los invitados en el Hotel Rueda por un total de 129 000.00 pesos que, este marzo, se elevó a 429 000.00 y que ellos terminaron “dejando”, alojando a los intelectuales por cuanta casa de renta hubiera en la ciudad.

Hay buches más amargos si vas al cementerio y descubres que una azucena, una solita, te la vende una señora acomodada en su mesita, a 20.00 pesos, y que esa azucena te costará la mitad si la compras en La Elegante. Aun sin discriminar en motivos y dolores, toda lógica recaudatoria o de reventa permisiva fallece a las puertas del camposanto, mientras haya un lugar demostrando que es posible llevarle flores a nuestros muertos, por mucho menos.

Y es ahí donde me resisto a pensar que estemos condenados a solo dos opciones: tomarlo o dejarlo. Aceptarlo o rechazarlo.

En otro sistema donde el mercado dicta todas las leyes ni me hubiese inmutado. “Es lo que hay”, diría. No obstante, acá, donde el Estado media casi todas las relaciones contractuales y mayorea por amplio margen el comercio de este país, sería muy fácil dejar de comprar, digamos, espárragos, y reducir el margen de ganancias de una bombilla led o una almohadilla sanitaria producida en el Mariel, las que creímos serían más baratas que las otrora vietnamitas.

Una simple resolución “ministerial” bastaría. Porque cualquier idea de precios competitivos desecha, por amplio margen, las condiciones en la que los compradores concurren a un mercado donde, lo tomas o lo dejas, y, si lo dejas, otro vendrá y lo tomará, pues la oferta está regida por la escasez: es poco lo que hay…, cuando hay.

De modo que, incluso esa teoría (demostrada) de que, al rebajar precios, aumenta la demanda y se agota el producto para consumidores que tendrían, entonces, mayor poder adquisitivo, pierde vigencia hoy. Ahora mismo el exceso de circulante, también alimento para la inflación, está haciéndolo con lo que sea. Dígase alfileres o detergente. Ya la mayoría de los consumidores estamos desprotegidos ante el acaparamiento.

Y, encima, pagamos altos impuestos. Ese sería, tal vez, el impacto macro, más visible y negativo de una rebaja. Este año la Ley del Presupuesto del Estado debe captar unos 150 000 millones de pesos en ingresos tributarios. Ahí está el impuesto por las ventas, documentos, servicios, ingresos, utilidades…

Por ahí podría objetarse, quizás, la pertinencia de una política mediadora en los márgenes de los precios estatales, al menos. Pero hasta tanto ninguna fuente oficial diga cuánto “nos costaría” y cómo podríamos asumir el costo de esa rebaja de productos de primera necesidad ―incluso en la moneda que tanto necesitamos allende los mares y su variante insular (MLC)― yo seguiré inflexible en mi idea de que hay cosas que debemos tomar y no dejar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario