La producción agropecuaria ha sido y es una de las grandes debilidades de la economía cubana. Lo fue incluso en los años en que recibió ingentes recursos.
Por Dr.C Juan Triana Cordoví, OnCuba
en Contrapesos
Cuando miramos los objetivos priorizados para 2023 por el Ministerio de Economía y Planificación (MEP), sería difícil no estar de acuerdo con ellos, al menos en mi opinión. De hecho, todos esos objetivos atraviesan de manera transversal la economía y la sociedad cubanas.
No obstante, es extraño no ver un objetivo priorizado asociado directamente al sector productor de alimentos y, específicamente, al sector agropecuario.
La producción agropecuaria ha sido y es una de las grandes debilidades de la economía cubana. Lo fue incluso en los años en que recibió ingentes recursos —humanos, de inversión y de equipos—, junto a un esfuerzo de creación de instituciones de ciencia y tecnología más que significativo.
Para la década de 1980 el peso del sector estatal en la agricultura alcanzó el 82 %. Entre los años 1960 y 1975, la participación de las inversiones agropecuarias en la inversión bruta total fue de alrededor del 30 %, mientras que entre los años 1976 a 1992 estuvo alrededor del 21 %.
El crecimiento de la producción bruta agropecuaria entre 1960 y 1989 fue de alrededor del 2,5 %. Algunos datos de esos años dan cuenta del agotamiento de un modelo de producción extensivo, basado en relaciones verticales y altamente centralizado.
Por ejemplo, el rendimiento de los fondos básicos (pesos producidos sobre el valor de los fondos básicos) que en 1975 fue de 2.20, se redujo hasta 0,6 en el período 1986-1990; mientras la dotación de fondos por trabajador, que en 1975 fue de 2 480 pesos, alcanzó en entre 1986 y 1990 los 10 002 pesos, mientras que la producción bruta apenas creció en 1,3 %.
Es bueno recordar que en el período que va de 1959 a 1989 se duplicaron las tierras bajo cultivo, se asistió a un poderoso proceso de mecanización y quimización que mejoró sustancialmente las condiciones de trabajo y se crearon más de 40 centros de investigación en prácticamente todas las ramas agropecuarias.
He traído a colación esta parte de la historia económica para enfatizar que no es solo la falta de recursos lo que influye en los resultados del sector. Factores de otra índole parece que también han tenido influencia decisiva en que el sector agropecuario cubano quede siempre lejos de las expectativas y se convierta en el “soldado más lento de la columna”, con impactos negativos en la dinámica de toda la formación.
La tierra, el mar y las aguas interiores son las fuentes primarias de prácticamente todos los alimentos en el planeta, incluido este pequeño archipiélago de apenas 11 millones de hectáreas de tierra, de las cuales el 57 % puede ser considerada superficie agrícola. Utilizar de forma adecuada los recursos naturales es indispensable. Hacer que produzcan para hoy y para el futuro es económica y políticamente estratégico.
El Anuario Estadístico de Cuba deja conocer, al menos en parte, cómo utilizamos ese preciado recurso.
Pero el Anuario además sorprende, porque los datos (referidos a 2017) dicen que de toda el área agrícola se cultivaba apenas el 43 %, proporción relativamente baja si se considera la dependencia de la importación de alimentos que el país ha padecido y padece.
De 2017 a 2022 es probable que la superficie cultivada no se haya incrementado. Para aquella fecha, de la superficie agrícola en manos de empresas estatales se cultivaba el 27 %, mientras en el sector no estatal se cultivaba el 51 %.
En 2017, aún sin Trump y sin pandemia, el aprovechamiento de la tierra agrícola no alcanzaba el 60 % en ninguna de las formas de tenencia, y eran las UBPC las de mayor aprovechamiento, con un 56 %. En otras palabras, el sector agropecuario cubano llega a los años de profunda crisis (2020-2021) arrastrando déficits significativos.
En nuestros días el sector agroalimentario ha sido identificado en las diferentes actualizaciones de la estrategia como un sector estratégico, valga la redundancia. Desde hace poco más de un año se lanzó un programa de 63 medidas para impulsar su dinamización. Las medidas abarcan desde lo organizativo hasta lo financiero, y se materializan en más de 600 acciones. Pero la tarea es grande.
El sector agropecuario recibió en el período que va de 2017 a 2021 el 2,78 % de la inversión realizada en el país, mientras la pesca apenas recibió el 0,37 %. Mejorar la asignación de inversiones hacia estos dos sectores parece ser una prioridad. Atenderla no debería ser demorado aún más.
Pero inyectar recursos en un sector es solo una parte del asunto; la otra parte, sin duda, es propiciar un entorno de negocios donde esos recursos puedan ser aprovechados eficientemente.
Según el informe del Ministerio de Economía a la Asamblea Nacional para 2021, los resultados de las actividades primarias estaban al -32,8 % del año 2019. Es una deuda grande la que hay que saldar. El mismo reporte evidenciaba que, con excepción de uno de ellos, en un grupo de productos agroalimentarios los planes de producción de incumplieron, en varios casos, por debajo del 50 %.
Según Naciones Unidas, el mínimo absoluto de tierra cultivable para abastecer de manera sostenible a una persona es de 0,07 hectáreas. Nuestro país tiene 0,27 hectáreas, esto es 3,85 veces la tierra necesaria.
¿Es mucha o es poca la tierra agrícola con que contamos? Es una pregunta que siempre hago a mis estudiantes de la carrera de Economía. Como ocurre en cada curso, en este hubo diversidad de opiniones.
Una de mis alumnas construyó una tabla utilizando diversas fuentes, de la cual reproduzco una parte. Los datos que tenía disponibles corresponden a 2017.
Obviamente, los datos correspondientes al valor agregado por trabajador, para el caso de Cuba, están afectados por la tasa de cambio vigente en aquellos momentos, que era de 1 peso igual a 1 dólar. Si multiplicáramos por 24, serían 112 769,76 dólares por trabajador, mucho más cercano a los valores de otros países, pero aún de alrededor del 50 % de lo alcanzado en aquellos. De todas formas, esa multiplicación no resuelve el déficit de producción y oferta autóctona de productos agropecuarios que hoy afecta toda la economía y, en especial, a la población.
No, no tenemos poca tierra; tenemos mucho más que la suficiente para producir alimentos de forma sostenible. No somos un país mal dotado en estos recursos naturales. Por eso hay que lograr, con buenas políticas públicas, coherentes con el propósito de lograr un país próspero, que los recursos de los cuales tenemos lo necesario y más, produzcan lo que deben producir.
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