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miércoles, 17 de mayo de 2023

Un acto premeditado en la Paquito González

 

Acto por el 17 de mayo, día del campesinado. Un pretexto para, ese día, sentarse y celebrar. Fotos: Katia

Detrás de la fecha presente que celebra en mayo a los campesinos puede haber, como mínimo, un año de trabajo, que es el tiempo que demora un plátano avileño, entre la cepa y el desmane del mercado. Pero detrás del acto que esta semana hubo en la Paquito González hay, como mínimo, 40 años de trabajo.

Se veía venir. La rentabilidad cultivada, año tras año, ininterrumpidamente y durante más de cuatro décadas, terminaría cosechando sus frutos: credibilidad. Y ese crédito le ha servido a la Cooperativa de Producción Agropecuaria (CPA) Paquito González para que no solo su gente crea en lo que ellos pueden sacarle al surco. Han ido convirtiéndose en referentes, con todo el peso que implica en estos tiempos presumir de quintales y quintales de comida, cuando muy cerca, por ejemplo, una CPA acaba de disolverse y ellos asumen esas tierras, como si fueran un monopolio platanero entrenado para oler posibilidades donde otros, apenas, hieden a pérdidas.

Algunos “sabuesos” dirán que a la Paquito le resulta más fácil, pues tienen allí lo que no hay en otras cooperativas; pero esa es una verdad a medias, porque Invasor hacía notar sus peculiaridades hace cinco años. Aparecía inscrita en un programa de 78 cooperativas del país, con similares condiciones (y extensiones), que debían producir más de 100 000 quintales, y solo 36 lograron la meta, dentro de ellas la CPA avileña, que produjo 180 000 y se llevó el título de la mejor del país en Cultivos Varios.

Entonces, los hombres que jugaban dominó debajo de un tamarindo se regodeaban más de los anticipos que de la buena data. Habían crecido en un 42 por ciento. Los 345 socios recibían casi el doble de lo de antes y algunos no escatimaban la celebración en las aguas de las turbinas, donde se diluía hasta la resaca. Esas mismas turbinas, en tres caballerías, bombeaban 400 litros por segundo y promediaban unos 7000 quintales. Y, luego de cambiar la bomba, ahorraron electricidad, implementaron un sistema de riego por goteo y, con 40 litros por segundo, empezaron a obtener 20 000 quintales. El agua se reducía 10 veces y los rendimientos se multiplicaron (casi) por tres.

Y donde dice agua, dígase fertilizantes, inversiones, preparación de tierras…, todo lo que José Alberto González Sánchez, el presidente, mide con el filtro de la eficiencia; una palabra que pronuncia fácil ahora, pero que hace dos años no lograba traducir.

“Cuando se implementó el ordenamiento, hicimos un diagnóstico y, al calcular el precio de los fertilizantes, de otros insumos, y el precio al que teníamos aprobado vender nuestros productos, nos dimos cuenta de que íbamos a perder unos dos millones de pesos, y empezamos a planificarnos mejor, a hacer cosas diferentes, a rotar mejor las áreas… y terminamos ganando más de seis millones de pesos ese 2021. Y más de ocho millones en 2022”, remata.

El crecimiento ha sido vertical y horizontal, extensiones y rendimientos que se cosechan en las 90 hectáreas (ha) de riego por goteo o en otras 900 bajo máquinas. Unas áreas fundacionales y otras heredadas, por lo que la Paquito será más grande de lo que ya era y un crédito saudí impulsará nuevos regadíos, aunque José Alberto insiste en que lo mejor siguen siendo sus campesinos, los 340 asociados; una cifra casi inamovible: nadie quiere irse de la CPA.

Las razones que ofrece para tal retención se explican sin necesidad de que ningún asociado las respalde. “Los anticipos no son altos, sobrepasan los 4000.00 pesos, pero les ofertamos todos los meses granos, 10 libras de arroz a 3.00 pesos y 10 de frijoles; y lo hemos hecho aun comprando el arroz a precios elevados. Todas las semanas vendemos viandas y este mes, por ejemplo, agregamos aceite y pastas a precios módicos. En total, con el anticipo, el valor de lo que vendemos, la estimulación que pagamos en cada trimestre, más las utilidades de fin de año, se promedian unos 17 000.00 pesos cada mes”.

Mientras José Alberto saca sus cuentas, se permite una incidental para aclarar que allí no escatimarían en cifras para atender al hombre, su principal recurso.

Ni siquiera dudaron al calcular las pérdidas. No pensaron en recortar ningún incentivo porque “si el campesino no está contento, si no tiene sus problemas medianamente resueltos, no puede pensar en la cooperativa, ni asumir que esa es la fuente de bienestar, que de su trabajo sale el beneficio”.

No obstante, los beneficios pueden durar un mes o toda la vida si se convierten en techo; que es el logro mayor de los 60 guajiros que tuvieron sus casas gracias al empeño de la cooperativa, que es lo mismo que gracias a sus empeños, al trabajo amasado con el sudor de sus cuerpos. La frente es poca cosa a media mañana. Sudan con todo, se bañan en su propio sudor.

Por eso, cuando este miércoles, a las 9:30 am, los termómetros de Ciego de Ávila marcaban 34 grados Celsius, nadie se quejaba de asistir a un acto por el 17 de mayo en el que, al menos, estaban sentados. Acostumbrados están al calor, al resplandor, al llamado a producir, a que les digan que son los mejores… Nada nuevo bajo el sol de hoy.

Como tampoco eran nuevas muchas caras. Una de ellas reconocida por el lente de Invasor. Otra vez Yudismar Zaldívar Martínez, el muchacho que sigue protegiendo a la Paquito por su cargo de jefe de Seguridad y Protección, y por el sentido de pertenencia que le ha nacido. Un guapo sin alardes, al que mucho y poco le ha cambiado la vida desde entonces.

Hace cuatro años contaba que ya tenía el piso de la casa en la mano y, obviamente, dábamos por sentado que no lo tenía en los pies, que su vivienda era una de las que se irían construyendo a un costado del estadio. Un paisaje que hoy contrasta con su ayer. Si no fueran las mismas palmas, al fondo, y el estadio impecable, a la derecha, uno podría pensar que llegó a otro sitio.

casas3El batey de la Paquito González ya no es el mismo. Afortunadamente la vida allí ha mejorado

Sin embargo, es en la Paquito donde ahora Yudismar tiene 37 y casa terminada. Dejó de ser delegado a un congreso juvenil y es diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, pero sigue cabalgando en las noches de su CPA, esquivando balines y espantando ladrones.

Los balines pueden estar en cualquier rodamiento gastado y ser disparados desde las ligas de una flecha. Los ladrones, en todos lados, “aunque son frecuentes en las zonas del riego por goteo, que tienen plátanos de mejor calidad”, confiesa Yudismar, y al segundo roza la contradicción. “Bueno, es tan constante la amenaza de robo que ya uno no se confía en ningún lugar. A pesar de que hay guardias cada noche, yo siempre estoy dando vueltas. A caballo y con machete. Nada más”.

El “nada más” lo dice con cierto aire, después de una pausa que no era coma, sino punto y aparte. Es un hombre alto, que no se anda con miedos o, de lo contrario, no fuera lo que es: un celador.

yudismarYudismar, delante de los plátanos que cuida con celo y bajo un sol que le ensombrece el rostro

José Alberto González Sánchez también lo es en grado mayúsculo. Es responsable de unas 1500 ha cultivables, de los recursos que sobre ella se emplean y de los 340 hombres (y familias) que la hacen parir, aun cuando las leyes dejen claro que la asamblea gobierna la cooperativa, a través de decisiones colegiadas.

Así la conduce él; solo que le ha pasado lo mismo que a su CPA: se ha ganado la credibilidad y muchos apuestan, lo secundan confiados. Han acertado, año tras año, hasta presagiar récords productivos y celebrar actos premeditados.

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