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sábado, 9 de enero de 2016

Cuando China tropieza

Si las cosas se ponen realmente feas, el mundo no estará preparado para responder



Un grupo de personas espera en un cruce en la ciudad china de Bozhou. / REUTERS

¿Van a causar los problemas de China una crisis mundial? La buena noticia es que las cifras, tal como yo las veo, no parecen lo bastante elevadas. La mala noticia es que podría equivocarme, porque parece que los contagios mundiales a menudo acaban siendo peores de lo que dictan los números por sí solos. Y la peor noticia es que, si China asesta un mal golpe al resto del mundo, estamos verdaderamente mal preparados para afrontar las consecuencias.

Para quienes acaban de empezar a prestar atención: hace ya algún tiempo que es evidente que la economía china tiene problemas graves. Resulta difícil determinar la gravedad, porque nadie se cree las estadísticas oficiales chinas.

El problema fundamental es que el modelo económico de China, que se caracteriza por mucho ahorro y muy poco consumo, solo ha sido sostenible mientras el país ha sido capaz de crecer extremadamente deprisa, lo que justificaba una inversión elevada. Lo cual, a su vez, era posible cuando China tenía unas enormes reservas de mano de obra rural subempleada. Pero eso ya no es así, y ahora China se enfrenta a la compleja tarea de pasar a un crecimiento mucho más bajo sin caer en la recesión.

Una estrategia razonable habría sido ganar tiempo con una expansión del crédito y gasto en infraestructuras, a la vez que se reformaba la economía de tal modo que aumentase el poder adquisitivo de las familias. Por desgracia, China solo ha aplicado la primera mitad de esa estrategia, con lo que ha ganado tiempo y luego lo ha desaprovechado. Las consecuencias han sido un rápido aumento de la deuda, gran parte de ella con “bancos en la sombra” sometidos a escasa regulación, y una amenaza de desastre financiero.

De modo que la situación en China parece bastante sombría; y las últimas cifras han alimentado el miedo a un batacazo que provoque no solo una caída en picado de las acciones chinas, sino también una gran bajada del precio de las acciones en todo el mundo.

Bueno, hasta aquí, mal. Y algunas personas inteligentes piensan que las repercusiones mundiales serían espeluznantes; George Soros lo compara con 2008.

Sin embargo, como he indicado antes, me resulta difícil creer que las cifras cuadren para una catástrofe similar. Sí, China es una gran economía que, concretamente, representa alrededor de la cuarta parte de la fabricación mundial, así que lo que sucede allí tiene consecuencias para todos nosotros. Y cada año, China le compra al resto del mundo bienes y servicios por valor de más de dos billones de dólares. Pero el mundo es muy grande y su producto interior bruto total, excluyendo a China, es de más de 60 billones de dólares. Aunque las importaciones chinas sufriesen una drástica caída, esta solo afectaría ligeramente al gasto mundial.

¿Y qué hay de los vínculos financieros? Uno de los motivos por los que la crisis de las hipotecas basura de Estados Unidos se contagió a todo el mundo en 2008 fue que los extranjeros en general, y los bancos europeos en particular, resultaron estar terriblemente expuestos a las caídas de los valores estadounidenses. Pero China posee controles de capital —es decir, no está muy abierta a la inversión extranjera—, por lo que la bajada de las acciones o incluso los impagos internos de la deuda tendrían escasos efectos secundarios directos.

Todo lo cual significa que, aunque la propia China tenga problemas graves, las consecuencias para el resto del mundo deberían ser asumibles. Pero debo admitir que no me siento tan relajado respecto a este asunto como el anterior análisis dicta que debería estar. Por así decirlo, me falta la valentía que acompaña a la complacencia. ¿Por qué?

En parte, porque parece que los ciclos económicos de los distintos países suelen estar más sincronizados de lo que “deberían”. Por ejemplo, Europa y Estados Unidos exportan e importan entre sí solamente una pequeña parte de lo que producen y, sin embargo, sus recesiones y recuperaciones suelen ser simultáneas. Puede que los vínculos financieros influyan, pero tengo la sospecha de que también existe un contagio psicológico: las noticias, buenas o malas, de una economía importante afectan al espíritu animal de las demás.

Así que me preocupa que China pueda exportar sus males de una forma que escapa a los cálculos a vuelapluma; que los problemas del Imperio del Centro acaben, de un modo u otro, reduciendo el gasto en inversión de Estados Unidos y Europa, así como de otros mercados emergentes. Y si mi inquietud se materializa, vamos a estar lamentablemente mal preparados para soportar ese golpe.

Al fin y al cabo, ¿quién respondería a una crisis china, y cómo? La política monetaria probablemente serviría de poco. Con unos tipos de interés que siguen cercanos a cero y una inflación que aún está por debajo del objetivo, la Reserva Federal tendría en todo caso una capacidad limitada para luchar contra una corriente económica descendente, y es probable que haya reducido todavía más sus opciones al mostrarse deseosa de subir los tipos a la más mínima ocasión. Mientras tanto, el Banco Central Europeo ya está extralimitándose en sus funciones políticas con sus hasta ahora infructuosos esfuerzos por elevar la inflación.

Y aunque la política fiscal —en esencia, gastar más para compensar los efectos de la disminución del gasto chino— seguramente funcionaría, ¿quién cree que los republicanos se mostrarían receptivos a un nuevo plan de estímulo de Obama, o que los políticos alemanes verían con buenos ojos la propuesta de aumentar los déficit de Europa?

Ahora bien, yo sigo apostando por que las cosas no saldrán tan mal; se pondrán muy feas en China, pero en el resto del mundo solo habrá pequeñas turbulencias. Y de verdad, de verdad espero acertar, porque no parece que tengamos ningún plan B a la vista.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.

© The New York Times Company, 2016.

Traducción de News Clips.

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