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miércoles, 28 de marzo de 2018

Cuba. Por un socialismo sin miedo (I)



Christine Arnaud: Hace 45 años, a mi llegada a Cuba, nosotros tuvimos unas cuantas conversaciones paseando por las calles de La Habana. Me sorprendieron tus palabras y las de otros amigos cubanos, cuando se referían al pasado. Era una forma muy diferente de la que existía en Francia, mi tierra natal. Era un pasado vivo, que daba la impresión de acompañar el presente. Los cubanos hablaban con frecuencia de Martí, de Maceo. Señalaban el lugar donde había caído Pepito Tey, como si me enseñaran el portal de la casa de su abuelo. Y por otro lado, estaba la visión de futuro. El futuro aparecía como un horizonte abierto, un lugar en el que era posible realizar los sueños. Un ejemplo de ello es el Teatro Escambray –con el que colaboraste- que fue una acción transformadora de la realidad de esa zona del país. A pesar de Mayo 68, un francés difícilmente podía plantearse volcarse en una acción colectiva o personal directa, con la idea de transformar radicalmente la realidad, como lo hacían los cubanos. Y el tercer elemento novedoso para mí fue el descubrimiento del espíritu colectivo de los cubanos, que contrastaba con el individualismo al que estaba acostumbrada.

Lo que quisiera preguntarte es si esa percepción mía de lo que representaba el pasado y el futuro en Cuba a principios de los años 70 se puede trasladar a la Cuba actual y si ese sentimiento de colectividad permanece intacto hoy en día


Rafael Hernández: Es una pregunta muy grande, por lo que implica de recuperación de ese pasado y de interpretación sobre el horizonte del que estamos hablando. Cuando nos conocimos, el pasado era uno y el futuro también. Veíamos la Revolución (así, con mayúscula) como el desembarco de una historia por la libertad y la justicia social iniciada hacía cien años. Y claro que era así. Pero nuestra visión del curso de esa historia era más bien lineal, como si hubiera estado hecha de un enfrentamiento entre el bien y el mal, y cada cual estaba identificado nítidamente ex ante. Hoy el pasado se ha multiplicado. Aunque muchos siguen viéndola de manera simple, aquí y allá, y algunos de sus descontentos la despachan como un error, una equivocación en el curso normal de la historia, y otras zarandajas, hoy sabemos que la historia real es muchísimo más compleja, y no puede reducirse a leyes deterministas de la historia, ni tampoco a la preclaridad reconocida de Fidel Castro.

Si damos un paso atrás y nos miramos a nosotros mismos, lo primero es tomar conciencia de cuánto tiempo ha pasado. Tanto como el que había entre el momento de conocernos tú y yo entonces y la víspera de la revolución del 30, acontecimiento entonces remoto para una generación como la nuestra, que no la había vivido. Lo que teníamos muy cerca entonces era el capitalismo, cuya naturaleza no hacía falta demostrar, porque todos lo habíamos vivido y podíamos recordarlo, y era literalmente la Cuba de ayer. Hace poco una profesora les preguntaba a unos jóvenes estudiantes universitarios por “los rezagos del pasado” –retomando la expresión del Che en “El socialismo y el hombre en Cuba”– y ellos le contestaban sobre lo que había ocurrido en los años 80 e incluso a principios de los años 90, su horizonte no es –no puede ser— el del capitalismo y sus rezagos.

En aquel momento en que nos conocimos, lo que había ocurrido antes era más discernible, con un contorno mucho más claro que lo acumulado en el casi medio siglo posterior. Ese acumulado, que incluye nuestra experiencia como pueblo, la del mundo, nuestras propias vidas, está lleno de cosas que queremos rescatar; pero incluye otras que no volveríamos a hacer o a dejar que pasaran.


El futuro tampoco es un camino lineal, ni un mapa de ruta que compartamos todos. La manera de pensar el socialismo, de concebirlo, se ha multiplicado, se ha hecho diversa, como nuestra propia sociedad. La idea del socialismo de entonces –los años 70, 71, 73, cuando me gradué en la universidad— estaba cambiando respecto a la que había predominado hasta 1970. Esa transformación en la cultura del socialismo, se extendió hasta hace poco tiempo, incluyendo los años oscuros de la crisis, el túnel del periodo especial. Al salir de ese túnel, era imposible seguir pensando el socialismo de la misma manera. Pero el tránsito entre los 60 y los 70 –ahora podemos verlo con el beneficio de la perspectiva— fue mucho menos problemático que el actual. Hoy simplemente no existe una idea compartida y perfectamente clara para todos acerca de qué socialismo se trata y cómo este debe ser. Esto se puede ver como una deficiencia –y quizás lo sea— aunque también representa una oportunidad. Hoy sabemos cómo no se hace el socialismo. Esta experiencia no la teníamos en 1968, ni en 1972. Se trata de construir entre todos la propia idea del socialismo, que no es una fórmula abstracta, sacada de un manual o de cuatro discursos, sino un sistema más justo y humano, que no se mida solo por el acceso gratuito a la educación y la salud, sino por la dignidad y la equidad, el desarrollo y la participación ciudadanas, y naturalmente, la soberanía y la independencia nacionales. Seguro que ninguna sociedad de este hemisferio tiene más capacidad para alcanzarlo que Cuba. Pero eso no lo hace más fácil. Antes de morir, el propio Fidel reconoció que no existe una guía de cómo hay que construirlo. En una entrevista famosa, expresó “nadie sabe cómo se construye el socialismo.” Creo que esto describe bastante cómo estamos.

Desde luego que la distancia entre aquel momento de inicio de los 70 y ahora es considerable. Siguen existiendo movilizaciones, pero no tienen hoy el carácter de aquellas acciones colectivas en que nos envolvíamos entonces, de manera mucho más cohesionada y emocional, que nos juntaba a todos o a casi todos. Ahora ocurren como convocatorias a las que muchos responden, pero que no se viven igual. Lo que más se parece a aquellas acciones colectivas de entonces es lo que ocurre, por ejemplo, cuando pasa un ciclón. Ahí se sigue expresando la energía potencial y la capacidad de la movilización social, la fuerza de la vida en comunidad, que yo veo como constructiva de futuro. No comparto la idea de que el sentido de la solidaridad se ha esfumado. En momentos como este del ciclón, la gente sale a hacer las cosas y a ayudar antes de que les orienten nada. La posibilidad de canalizar esa movilización sigue siendo una gran fuerza de cambio en la sociedad cubana. Aunque algunos la describen como una conciencia social desencantada, permanece la motivación de la gente por construir un país mejor, más allá de su entorno inmediato, una sociedad más justa, que sigue siendo la del socialismo, aun cuando no todo el mundo la defina así.

P: A lo largo de los años 70 y 80 tuve el sentimiento de una pugna entre dos fuerzas opuestas: un impulso transformador e innovador y un freno burocrático, una fuerza centralizadora. El fracaso de la zafra de los 10 millones, al inicio de la década del 70, puede haber inclinado la balanza del lado de la centralización. Quisiera saber si esa pugna sigue siendo un problema fundamental en la Cuba de hoy y hasta qué punto la idea de socialismo adoptada después de la zafra de los 10 millones permanece vigente.


R: Creo que el Estado revolucionario de los años 60 era muy centralizador también. El mando político no era descentralizado, ni horizontal, sino todo lo contrario. No con las modalidades del paradigma soviético, ni con sus prácticas, su estilo, pero también altamente centralizado, por razones de seguridad nacional; y esa centralización se quedó, se instaló definitivamente en el sistema. La diferencia era que había una gigantesca participación, o para decirlo con una palabra cubana, un embullo movilizativo, que seguía la dirección orientada por el mando político, pero que no se vivía como formalidad, sino como decisión y voluntad de participar.

En los años 70, el nuevo modelo institucional no se dedicó simplemente a replicar el soviético. Claro que en el mando económico, las fuerzas armadas, el orden jurídico, y hasta en aspectos de la vida interna del PCC, había mucha influencia de aquel modelo. Pero no en los órganos representativos del sistema político. El Poder Popular, por ejemplo, no era la burocracia distante del Soviet, sino buscaba reforzar la capacidad de participación y control desde abajo. Ni el ingreso a las filas del PCC se parecía al predominante en los países del Este de Europa o en China; se mantuvo el estilo establecido desde la construcción del PURSC y el PCC en los 60, de manera que el ingreso implicaba una selección democrática dentro del colectivo laboral, que aprobaba o no al candidato; una consulta con los vecinos, los antiguos compañeros, y una verificación de toda la vida del aspirante a militante del PCC, que se exponía a la crítica y a la evaluación de muchos. La condición de militante conllevaba ante todo un reconocimiento social, no la mera aprobación de los aparatos, e implicaba, naturalmente, su confiabilidad política, pero no le otorgaba privilegios materiales. Así no era –ni es— en otros países socialistas.

No se debe olvidar tampoco que en los años 70 y 80 hubo una profunda transformación de la estructura educacional del país, que ya no tenía como meta la alfabetización, ni el 6º grado; sino a que todos tuvieran un mínimo de 9º grado. Esa revolución educacional disparó el número de profesionales, pues la enseñanza universitaria se extendió a todo el país. A pesar del marxismo-leninismo de los manuales soviéticos en todos los niveles de esa educación, la política cultural no se quedó encerrada en esas concepciones. Los cubanos de los 70 y 80 vieron más películas de orígenes nacionales diversos que ningún país que yo conozca, incluyendo el mejor cine europeo, japonés, latinoamericano, africano, y hasta norteamericano. Lo mismo pasó con las obras literarias de esas regiones. Cine y literatura accesibles para todos a precios ínfimos; así como a todas las manifestaciones artísticas. Esa democratización del acceso a la cultura, la salud y el sistema escolar estuvo marcada por los atavismos atribuidos al paradigma soviético.

En cuanto a la burocracia, o más bien, al burocratismo, ya era un problema en los años 60. Una película como La muerte de un burócrata, en 1966, se burlaba y criticaba la burocracia, que ya era un problema mayor. Lo siguió siendo en los años 80, y dura hasta hoy. Pero claro que el Estado es algo más que la administración o la burocracia; también son los órganos de representación popular, de los ciudadanos. En aquellos años 70, el proyecto del Poder Popular se proponía construir un sistema político que no solamente institucionalizara la participación, sino lograra que los ciudadanos tuvieran capacidad real de influencia. En ese esfuerzo institucional participativo se avanzó mucho en los años 70 y primeros 80, pero después se formalizó, y se perdió ese impulso. Precisamente, uno de los temas de la agenda política actual es la revisión crítica del desgaste ocurrido desde la segunda mitad de los años 80, y especialmente, desde los años 90 para acá, en ese sistema de órganos representativos. Ahora mismo, este es uno de los problemas con que tienen que lidiar políticas de reforma, conocidas como la Actualización del Modelo: revitalizar, renovar, reestructurar, rejuvenecer y darle realidad al funcionamiento de los órganos representativos del Poder Popular, desde el nivel de circunscripción y Asamblea Municipal, hasta la Asamblea Nacional. Y aquí entramos en el tema de la democracia, presente por cierto ya desde los años 60, por ejemplo, en El socialismo y el hombre en Cuba, cuya agenda de problemas mantiene vigencia casi total en nuestros días.


El socialismo estado-céntrico concebido en los 60, 70 y 80, está agotado. Se requiere un modelo mucho más diverso, centrado en la sociedad, representativo de sus diferentes grupos, donde todo el mundo tenga voz y no solamente voto; donde no solo se pueda ejercer el derecho a discrepar, sino a influir y controlar las decisiones. Esto se dice rápido. Pero es un desafío y un problema estratégico que caracterizan el debate actual.

P: Cuando llegué a Cuba a principios de los años 70, el enfrentamiento entre Cuba y los EEUU estaba en un punto álgido. Había embarcaciones pesqueras, como la del Alecrín, secuestrada en aguas internacionales, aviones norteamericanos que sobrevolaban la isla. La tensión era máxima. Los tiempos han cambiado bastante. ¿Cómo definirías las relaciones actuales de Cuba con EEUU? ¿En qué aspectos se han modificado con el cambio de Obama a Trump?

R: Las relaciones entre Cuba y los EEUU se han venido modificando, sobre todo después del fin de la Guerra fría. Aunque no habían dado lugar a la normalización diplomática, ya habían tenido lugar cambios importantes. Por ejemplo, la cooperación en materia de inmigración y control de fronteras, para asegurar un flujo migratorio ordenado y razonablemente organizado; la vigilancia y protección de las zonas aledañas a Cuba y a los EEUU, especialmente la intercepción del narcotráfico. No hay que olvidar la cooperación en asuntos como la detección y prevención de huracanes, la cooperación en materia de protección del medio ambiente, contra epidemias y contaminación de las aguas, o para evitar y actuar contra derrames de petróleo en aguas profundas. Ambos ya cooperaban, especialmente en cuestiones como estas, que tienen una significación en materia de seguridad nacional para los dos lados. Antes de que Obama propusiera abrir las embajadas (digo Obama, porque Cuba ha querido abrir embajadas hace mucho rato), los dos países coordinaban asuntos de seguridad nacional. Esa no era la Cuba en la que EEUU decidió secuestrar y retener un barco pesquero cubano, o que toleraba con total impunidad a los grupos extremistas terroristas con base en Miami que operaban contra la Revolución, o que resistía provocaciones desde la Base naval norteamericana en Guantánamo.

De modo que el proceso de la normalización no debe verse como un acto en el que la administración Obama se lleva todas las palmas, sino como resultado de un proceso de identificación de intereses mutuos. Cuando se acaba la administración Obama en enero de 2016, ninguno de los acuerdos que se habían firmado fueron cancelados, lo que sigue siendo así hasta el presente. El presidente Trump ha dicho cosas muy chocantes acerca del sistema político cubano –lo que tampoco es nuevo ni ha hecho solo el gobierno de EEUU–, y repetido la misma tonada respecto a la libertad y los derechos humanos en Cuba –tampoco nueva ni exclusiva–. Sus medidas hasta ahora han consistido en prohibir que los visitantes norteamericanos que vienen bajo la licencia “people to people” se hospeden en hoteles administrados por empresas de las fuerzas armadas o el Ministerio del Interior, ni puedan venir por su cuenta, sino que deben hacerlo en grupo, organizados por una agencia de viajes autorizada. Por lo demás, las visitas no se han prohibido. En 2017, en la primera mitad del año, aumentó el número de esos visitantes provenientes de los EEUU, en más del doble.


Lo más importante –y podríamos estar hablando sobre este tema durante mucho tiempo– ha sido que el flujo de personas de un lado a otro ha aumentado y se ha diversificado. A la isla llegan no solo estudiantes y jubilados, sino empresarios, abogados, gobernadores, alcaldes, empleados públicos, congresistas, ex-funcionarios de alto nivel, militares retirados. Como resultado, la Cuba “gulag tropical” donde “la pobre gente sufre miseria y opresión” se ha transformado en esa isla cuya capital es “una de las 14 ciudades del mundo que usted no debe dejar de visitar” –siempre citando al New York Times.

En este minuto, y desde agosto de 2017, quizás el mayor perjuicio a las relaciones no sea el de los hoteles prohibidos y la limitación a los viajes individuales, sino la disminución de los intercambios académicos y culturales. Estoy impartiendo una clase a un grupo de estudiantes de pregrado de varias universidades norteamericanas, que pasan un semestre aquí en La Habana. Se trata de universidades grandes, que pueden costear estos programas, y tienen asesores legales experimentados en las regulaciones de su gobierno. Pero las más pequeñas, así como muchos ciudadanos comunes que viajaban bajo la licencia “people to people” se ven amedrentados por las “advertencias” que ha emitido el Departamento de Estado respecto a la “inseguridad” de visitar Cuba, descrita como una país donde se puede ser víctima de una “agresión sónica” que les afecte el cerebro [1]. Por rocambolesca que parezca la historia de los diplomáticos con sordera y daños cerebrales, las universidades y otras instituciones, así como los ciudadanos comunes y corrientes, son sensibles a estos anuncios sobre peligros que los acechan en un mundo hostil. Así que el número de visitantes, incluidos estudiantes, declinó en la segunda mitad de 2017.

Por otro lado, no son únicamente norteamericanos que ahora están autorizados a venir a Cuba, aunque no en la condición de turistas ni lo hagan con total libertad, sino de cubanos que van a los EEUU.

Y esto no atañe solo a la política norteamericana, sino a la nuestra. Cuba en los últimos años –exactamente, desde el 16 de enero de 2013– ha cambiado sus regulaciones migratorias. Ahora, para radicarse y trabajar afuera, no hay que “irse” de Cuba. De hecho, si me preguntaras cuántos cubanos se han ido de Cuba en el último año, ni yo ni nadie te lo podría contestar. Porque el que se fue de Cuba hace un año o 20 meses, mientras mantenga un pasaporte vigente, puede regresar. De manera que el irse de manera definitiva es ahora una opción que solo pueden escoger los que no quieren vivir en Cuba nunca más, o no quieren tener propiedades en Cuba, o no quieren disfrutar de ninguna de las ventajas que puede tener el vivir en Cuba, incluido el acceso al sistema de salud. Incluidos los que se van para EEUU.

Esos cubanos que consiguen allá su residencia (al amparo de la Ley de Ajuste Cubano, que sigue ahí intacta), obtienen un empleo, ahorran, mandan remesas a sus parientes, regresan a Cuba, vuelven a salir, vuelven a regresar. Lo que era una carretera de una sola vía, ahora es una rotonda: se entra y se sale. Ha cambiado entonces la índole y la percepción sobre la decisión migratoria, así como el lugar de los emigrados en la vida del país. Muchos cubanos residentes afuera, sin haber perdido su residencia adentro (como ocurría antes de 2013), no se limitan al rol de suministradores al fondo de consumo familiar de sus parientes, sino se han convertido en inversionistas dentro del nuevo sector privado cubano. Por otra parte, una cantidad creciente de los que se fueron antes de 2013 ha recuperado su residencia permanente en Cuba, al amparo de la nueva ley de 2013. Así que numerosos residentes en el exterior vienen a Cuba cada dos o tres meses, en algo más parecido a una puerta giratoria que a un simple diálogo entre el gobierno cubano y la emigración.


Ese diálogo se inauguró como política hacia la comunidad cubana en el exterior en 1978-79, según recordarás, pues estabas aquí. Ahora esta relación no se cifra en un diálogo (que sería necesario renovar como política, por cierto), sino en una nueva articulación con la vida nacional, una especie de concatenación, un flujo constante, de doble vía, que tiende a ser el normal de cualquier país. Esta es una parte fundamental de nuestra relación con EEUU que no debemos olvidar, aunque no sea parte de acuerdos oficiales entre los gobiernos.

Claro que a casi nadie en el universo le puede gustar una presidencia como la de Donald Trump –no solo a los cubanos. Pero realmente somos uno de los países que menos ha sufrido los impactos de esta nueva administración norteamericana, en términos relativos. A mi juicio, lo irreversible del proceso de normalización entre los dos gobiernos es que responde a una nueva configuración de intereses de ambos lados, donde la seguridad nacional sigue siendo el principal marco de referencia, y donde la geopolítica resulta como siempre decisiva. En este mundo que no es ya bipolar, ni tampoco unipolar, como se estuvo diciendo en la primera posguerra fría, nuestras relaciones dentro del sistema internacional incorpora nuevas fortalezas. Algunos miran nuestras relaciones exteriores con lentes viejos, confundiendo a Venezuela con la URSS, y a Miami con la política doméstica norteamericana. La ecuación de esas relaciones exteriores tiene mucho más variables de peso, empezando por Rusia y China, la propia Europa, para no hablar del resto del hemisferio, con interlocutores como Canadá y los principales países de la región, y la continuada cooperación con África, incluyendo viejos aliados como Argelia. Cuba tiene más relaciones con más países en el mundo que nunca en su historia. Y también cuenta con nuevos interlocutores dentro de los propios EEUU, sin excluir a un número no despreciable de congresistas y gobernadores republicanos.

Lo irreversible también se refiere, entonces, a que esa relación ha dejado de ser monoaural, entre los dos gobiernos, y se ha vuelto estereofónica, al involucrar a una variedad de actores y canales de comunicación. Estos abarcan interflujos culturales, académicos, económicos, religiosos, entre ciudades y regiones, en diversos niveles, más allá y por debajo del gobierno de EEUU, entre los dos lados. A pesar del impacto negativo reciente sobre la emisión de visas a cubanos y las advertencias sobre amenazas neurológicas a los viajeros de EEUU, este proceso de cambio en la tónica de las relaciones entre las dos sociedades está tejiendo una red nueva de intereses y vasos comunicantes entre las dos partes que no podemos desconocer.

P: Dices que un cubano que se va a EEUU y trabaja en EEUU, puede luego regresar, puede salir y entrar de nuevo. ¿Ese cubano puede decidir volver a vivir en Cuba y seguir trabajando aquí en Cuba?


R: Naturalmente que sí. Se van a EEUU, trabajan allá, regresan, se compran una casa o un automóvil, se vuelven a EEUU a ganar dinero, a trabajar en oficios para los que están muchas veces super calificados, trabajos manuales -como hacen muchos otros inmigrantes- con la ventaja, respecto a los demás, que pueden obtener la residencia permanente con mucha más facilidad que los de cualquier país de América Latina.

En los últimos días de su presidencia, Obama terminó la política de pies secos/pies mojados, que le permitía a un cubano llegar en un bote a EEUU y si ponía un pie en ese país, ya no lo podían sacar; o aparecerse en la frontera de México o Canadá, y las autoridades migratorias lo dejaban entrar. Eso se acabó. Como resultado, ¿cuántos cubanos están llegando en bote a los EEUU? En algunos de los últimos meses llegaron cero. ¿Por qué? Saben que si llegan sin visa a los EEUU, van a estar tan ilegales como un guatemalteco o un salvadoreño. Y prefieren no correr ese riesgo.

Esto prueba que la presión migratoria aquí es la misma que puede haber en cualquier parte, probablemente menos, porque hay muchísima gente desesperada que se lanza a querer llegar a EEUU a través de Centroamérica y México, o en un bote desde el Caribe. Sin ese privilegio que antes tenían, los cubanos lo piensan dos veces y deciden que no.

Creo que Cuba debe seguir avanzando en su política migratoria; en las relaciones con los cubanos que viven afuera. No sólo con los que están saliendo en los últimos años; sino con los que se fueron hace 25-30 años y más. Es necesario que se normalicen esas relaciones y que los que están afuera puedan regresar, en la medida que respeten las leyes del país. Así hicieron los chinos con sus emigrados, y los vietnamitas. Se trata de una política al margen de las relaciones que puedan tener los dos gobiernos.

P: Hace poco Silvio Rodríguez cantó en los EEUU, cantó en Nueva York, me parece. ¿Es primera vez que lo hacía?

R: No es la primera vez. Te refieres a cuando cantó en el Central Park. Muchas agrupaciones cubanas han actuado en los EEUU. De hecho, cuando los Van Van, el grupo de música bailable más conocido en Cuba, fueron por primera vez a tocar a Miami en un estadio, el exilio neandertal les hizo un boicot, con amenazas de bombas, etc. Puro terrorismo. Ahora no pasa eso. Las orquestas tocan, la gente va a bailar, los invitan a programas de televisión. Todo eso forma parte de una nueva relación con EEUU que no podemos soslayar. Es decir, que el conjunto de esas relaciones no está atrapado en las manos de los cavernícolas, como algunos parecen creer. Hay numerosos factores y protagonistas, como te comentaba antes, que no comparten la ideología, pero sí los intereses comunes. Y que vienen a este país todas las semanas.

P: En 1972, hacía cinco años que el Che había sido asesinado en Bolivia. Se seguía hablando de exportar la Revolución en América Latina. Los movimientos guerrilleros estaban activos en la región. Han sucedido muchas cosas desde entonces. ¿En qué sentido se han modificado las relaciones entre Cuba y América Latina? ¿América Latina es más o menos importante para la Cuba actual?


R: Yo creo que sigue siendo muy importante para la Cuba actual. En los años 60, la importancia estaba en que siendo un país de esta región, a la que nunca renunciamos, no teníamos acceso a ella, porque nos lo habían cortado. Cuando llegaste a esta isla, la mayoría de los países de América Latina y el Caribe no habían restablecido relaciones con Cuba. Hoy todos las han recuperado, antes de que lo hicieran los EEUU, todos sin excepción. Y en alguno de esos lugares, por ejemplo en Guatemala, El Salvador, Haití, Brasil, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, donde los guerrilleros cubanos o los guerrilleros latinoamericanos entrenados en Cuba, en aquellos años 60, no pudieron en la mayoría de los casos arraigarse y triunfar, o en parajes donde nunca soñaron llegar estos guerrilleros, hoy hay médicos cubanos. Y la cantidad de esos médicos, expertos en alfabetización, entrenadores deportivos, rebasa con mucho a la de aquel puñado de guerrilleros apoyados por la Revolución cubana, en momentos de total aislamiento, la mayoría de los cuales, por cierto, no fueron enviados ni respondían al gobierno cubano, sino a la convicción de que una revolución para resolver la injusticia social y la opresión era necesaria en sus países. Esa es una de las paradojas. No es sólo que América Latina es más importante para Cuba, sino que el perfil de Cuba es mucho más alto en la mayoría de América Latina y el Caribe de lo que nunca fue en aquella época. Hasta ese punto ya no se percibe a los revolucionarios cubanos como amenaza o factor de inestabilidad. Habría que extenderse más allá de esta entrevista para razonar de manera ecuánime sobre lo que de verdad pasó en la segunda mitad de los años 60 con las guerrillas entrenadas en Cuba. Pero solo para mencionar una medida actual de cómo han cambiado las cosas es el hecho de que en un país donde hubo guerrillas entrenadas en Cuba –como fue el caso del ELN de Colombia– La Habana fue el país elegido por el gobierno colombiano para negociar la paz con la más importante de las organizaciones guerrilleras, FARC-EP.

No es un secreto para nadie, ni hace falta que lo subraye: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Nicaragua han sido en los últimos años países con los cuales Cuba ha tenido relaciones muy especiales, como nunca pudo con ningún país en los años 60 e incluso en los años 70, si ponemos como excepción el Chile de Salvador Allende, entre 1970 y 1973, o el triunfo sandinista y la elección de la Nueva Joya en Granada, en 1979. Hoy existen relaciones muy estrechas de cooperación con todos los países del Caribe. Incluso con uno que produjo un trauma nacional, asociado a una invasión norteamericana, la isla de Granada, donde cubanos y soldados norteamericanos se enfrentaron en una batalla muy desigual, en 1983. A pesar de aquel acontecimiento amargo, hay maestros y médicos en Granada, como en casi todos los países del Caribe (con la excepción de Puerto Rico), al igual que en otros latinoamericanos. Las relaciones de Cuba con el Caribe y Centroamérica son hoy muchísimo más profundas que nunca antes.

En cuanto a nuestras relaciones comerciales, económicas y políticas con el gobierno de Venezuela, hay quienes las comparan con las existentes antaño con la Unión Soviética. Lo que solo puede responder a ignorancia o mala fe; y en todo caso, resulta ridículo. Hay que no tener ni idea de cuál era nuestra relación con la Unión Soviética ni entender la posición de Venezuela en el contexto de las relaciones exteriores cubanas para hacer esa comparación. Cuba tiene relaciones mucho más diversificadas que las que tuvo en los años 70 y los 80 de manera muy concentrada con el campo socialista, con el que transcurría el 80% del intercambio comercial y financiero externo. Hoy ese sector externo está muy repartido.


Nuestras relaciones con Europa son mejores que nunca antes, incluidos casi todos los europeos, empezando por España, y la propia Unión Europea. Canadá se ha mantenido en todos estos años como un socio comercial de Cuba, inversionista principal en la extracción de níquel, y origen de la mayor parte de los turistas, más de la tercera parte. Nuestro primer socio comercial es China, lo que no resulta extraño, por cierto, en el contexto regional. Las relaciones económicas con Rusia, muy disminuidas en los 90, se han reanimado aceleradamente en los últimos años. Nada de ese aumento tiene que ver con el suministro de armas o tecnología militar, dicho sea de paso. De manera que el horizonte de las relaciones internacionales de Cuba está mucho más repartido de lo que estuvo nunca, antes o después de la Revolución. Esto es clave respecto a una política que evitaría poner todos los huevos en la misma canasta. Si, por ejemplo, se levantara el bloqueo de los EEUU, podría ser que tuviéramos la paradoja de un nuevo desafío, consistente en precavernos de concentrar las nuevas relaciones comerciales y financieras con EEUU. Los economistas repiten que EEUU es el mercado natural de Cuba, puesto que es el más grande del mundo, y está al lado de nosotros. Naturalmente que sería más rentable traer arroz de Luisiana, que está aquí enfrente, en vez de acarrearlo desde Vietnam, de donde lo estamos trayendo ahora mismo, o de China, o incluso de Brasil o Uruguay, tomando en cuenta solo el costo del flete, sería una alternativa más racional en términos de costo/beneficio. Pero ese mercado norteamericano podría crearnos un problema de carácter contrario al del bloqueo, el de una especie de succión de las relaciones externas de Cuba, que tenderían a concentrarse en la economía norteamericana. Esa concentración no sería buena para el interés nacional.

Primera parte de la entrevista realizada por Christine Arnaud en La Habana, septiembre 2017. Editada por Alejandro García Arnaud y revisada por el entrevistado.

[1] Alusión a hechos reportados por EEUU a finales de 2016, cuando empleados de la embajada de ese país sufrieron “migrañas, náuseas”, pero también “ligeras lesiones cerebrales de origen traumático y pérdida definitiva de audición”, debido a supuestas “ondas sónicas” que circulaban en dicha sede

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