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domingo, 7 de octubre de 2018

Una cosa muy seria

Por Eileen Sosin Martínez 
LA HABANA. Gonzalo siempre se queja: “cuando Mayté me manda a buscar comida, es como si me dijera que le traiga un mamut”. Entonces guarda la billetera, agarra algunas jabas, y parte, desalentado. La escena es reiterativa: mil veces uno sale con la lista de compras, y regresa con casi nada.
Conocida resulta cierta tendencia de los cubanos a hablar largamente sobre comida. Pero esto es distinto. Se trata de la perenne condición limitada del alimento. Limitado en cantidad, calidad y variedad.
Solo con pensarlo, pueden deducirse varias razones: industria obsoleta, agricultura ineficiente, baja capacidad importadora… Además, cuatro millones de bocas extra, a razón de una por turista. Las cafeterías, restaurantes y casas de renta agrandan la demanda de una oferta pequeña.
El asunto está en las prioridades del gobierno y de las personas. En dos palabras: la seguridad alimentaria forma parte de la seguridad nacional. Como dijera cierta vez un ministro cubano, la comida es un tema político.
“Buscar qué comer a diario es un problema, todo está caro —asegura Luz María, jubilada—. Sales a la calle con 100 pesos, viraste con uno, y no tienes nada. En el caso mío, si yo no tuviera mis hijos, ¿yo puedo vivir con 200 y pico de pesos al mes? Y aunque tengas el dinero, a veces no resuelves.

“A lo mejor hoy tú tienes para comprar pollo, pero vas al bodegón y no hay. Entonces el día que hay, ya tú no tienes el dinero. La variedad está difícil, tienes que inventar. Mira, yo cogí la jamonada, que no me gusta, y la hice croquetas, pa’ variar…”.
El diagnóstico de Luz María coincide con las conclusiones de un estudio de 2011 (1). Para esa fecha, las familias “estado-dependientes” analizadas gastaban en alimentos entre 59 y 74% de sus ingresos.
Según estadísticas del Programa Mundial de Alimentos (PMA), Cuba importa entre 70 y 80% de la comida que necesita, pagando elevados precios y costos de transportación. Una parte significativa de esos productos se destinan a los programas de protección social.
Sin embargo, no alcanza. La libreta de racionamiento mensualmente solo cubre el 40% del consumo dietético recomendado, en comparación con el 50% que representaba a inicios de los 2000. Programas complementarios que aportaban otro 20% de la entrada alimenticia han sido reducidos o eliminados.
Eso significa —prosigue la descripción del PMA— que los hogares cubanos encuentran el 60% de sus necesidades alimentarias mediante la compra en mercados no subsidiados, con altos precios y suministro irregular.
Conversación en el kiosco
Si hay cola, solo puede significar una cosa: hay comida. Y por comida entiéndase “lo sólido”, “la proteína”. Porque para la mayoría de las personas, no cuentan las conservas de remolacha o albaricoque.
Señora A: Esto es lo primero que ha entrado de cárnico en una semana.
Señor: Diez días.
Señora B: ¿Qué fue lo que sacaron? Albóndigas, hamburguesas… chucherías que no alimentan, pa’ engordar na’ ma’…
Muchacha: Es que si sacas la cuenta no hay más na’… Huevo fue lo que vino…
“La gente compra de todo, cuatro o cinco, para tener reserva —confirma la dependienta—. Porque ya no es como antes que tú decías: ‘el miércoles traen tal mercancía’; no, no: eso es cuando aparece.
“Ahora tú ves pechuga, pero después no sabes si la vuelves a encontrar en tres meses. Y si tienes para comprar dos, compras las dos, y el que viene atrás se quedó sin ninguna. Ese es el acaparamiento.
Comercial: Un paquete de 2 kilogramos de pechuga de pollo cuesta 10.80 en CUC, casi la mitad del salario promedio de Cuba, que suele ser el medidor más usado, aunque no represente en la mayoría de los casos la totalidad de los ingresos de cada núcleo familiar.
Basta fijarse en las etiquetas: la mayoría de los productos son extranjeros. La racionalidad de esas compras externas también resulta cuestionable. Las tiendas en CUC han vendido, por ejemplo, paquetes de chicharrones y de pan rallado. En el país de la carne de puerco y el pan de a medio, tales importaciones rayan en el absurdo.
Demanda contenida o economía del lado de la oferta, son términos que resumen esa situación en la cual uno consume lo que hay, y no lo que prefiere. Justo lo contrario de la soberanía alimentaria, la capacidad de decidir de los Estados y las personas con respecto a su alimentación.
“No, yo no quiero saber más de pollo. Pa’ eso me como un huevo”, rezongó la muchacha frente la nevera, y cruzó los brazos.
La profesora Betsy Anaya Cruz afirma (2): “No se puede continuar asumiendo que el mercado doméstico está compuesto por una masa de consumidores dispuestos a adquirir cualquier bien alimentario que se oferte, ante el desabastecimiento recurrente”.
El 26 de marzo de 1962 los periódicos anunciaban la resolución que implantaría la libreta de abastecimiento. Lo que parecía una solución coyuntural terminó convirtiéndose en un factor estructural.

“Durante esos primeros años, a causa de las medidas de la Revolución, hubo una redistribución del ingreso y mucha gente mejoró su calidad de vida”, señala Pablo Fernández Domínguez, economista especializado en temas agrícolas.
Al aumentar la demanda solvente, la planta agroindustrial, incluyendo importaciones, no tenía capacidad para una oferta liberada. “Ahí empieza el gran desafío —que todavía no se ha resuelto— del proyecto de desarrollo agropecuario en Cuba: cómo responder a esa necesidad de alimentos, permanentemente insatisfecha”, subraya el experto.
Un ejemplo rotundo: a finales de 2017 conocimos un nuevo record de producción de carne de cerdo, superior a 190 mil toneladas. En cambio, los precios se mantuvieron intactos. “Eso lo determina el mercado —precisa Fernández Domínguez—, o sea, aun cuando aumenta el rendimiento, como la demanda es mayor, no disminuye el precio. Si bajara, no habría con qué responder”.
Las investigadoras Betsy Anaya y Anicia García explican (3) que a pesar de que la producción agrícola creció como promedio 2,2% anualmente entre 2006 y 2015, los índices de precios han aumentado entre un 38 y un 49% en 10 años (2006-2016).
Esta resistencia a la baja se debe a los costos de producción, mercados segmentados y sin abastecimiento mayorista para el sector no estatal, la especulación, el nivel predominante de precios, y la intermediación excesiva, junto a otros factores.
Como los campesinos venden la mayor parte de las cosechas al Estado, para satisfacer las redes de protección social, las cantidades que llegan a los mercados agropecuarios son mínimas, incluso en las regiones productoras, lo cual provoca que los precios continúen elevados, abundan Anaya y García.
En la brecha entre ingresos y precios habita, cómodo, el mercado negro. Esa otra mano no tan invisible resulta casi imposible de controlar, simplemente porque, al igual que los carretilleros y los almendrones, ayuda a paliar las carencias acumuladas.
Cuando una pasa por el agromercado de 42 y 19 en Playa, siempre hay alguien que invita: “Langosta, camarones… Langosta, camarones”. Semanas después del huracán Irma, la misma persona, u otra, decía: “Langosta, camarones… Papas, huevos”. El menú clandestino deviene mapa de la escasez.
Si agua no cae, maíz no crece
Está claro que hablamos de algo mucho más complejo que los impulsos del estómago. “En la medida que dispongamos de menos producción nacional de alimentos, somos más vulnerables económicamente; y por supuesto, de esto también se derivan aspectos de la seguridad nacional desde el punto de vista político”, destaca el profesor e investigador Armando Nova.
La dependienta del kiosco lo plantea en términos llanos: “Yo digo: al cubano tú dale comida, que el cubano es feliz. La gente cuando no tiene comida se estresa”.
Durante los últimos 10 años el valor por las importaciones de alimentos ha oscilado entre 1500 y 2000 millones de dólares. Sin embargo las cantidades han disminuido en varios rubros, a causa del aumento de los precios mundiales. Es decir, gastamos lo mismo y compramos menos.
Por otro lado, la circunstancia de la Isla no se compara con el sombrío paisaje que describe El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo (salvo por la variabilidad climática y los eventos meteorológicos extremos). De hecho la cobertura de grupos vulnerables y otras acciones de Cuba en pos de la seguridad alimentaria, han sido reconocidas más de una vez por organismos internacionales.
Aun así, es innegable el nivel de molestia que genera la inestabilidad de la oferta y, de nuevo, los precios exagerados. “No resulta políticamente aceptable enfrentar a los consumidores —mayoritariamente asalariados— a un merado imperfecto y por tanto, depredador de sus ingresos, sin instituciones de defensa de la competencia, de los derechos de los consumidores contra abusos de poder de mercado y otras formas de regulación más sofisticadas”, sostienen los investigadores Anicia García y Ricardo González.
Claro que el bloqueo afecta, y los ciclones, y la sequía. Ese es el tipo de cosas que mal podemos resolver. Y están las que sí tienen remedio, como la limitada autonomía de los campesinos; la desarticulación de las cadenas productivas, que deriva en pérdidas parciales o totales de las cosechas (¡comida botada!); el diseño burocrático y centralizado, en detrimento de lo local y la agroecología.
Notas:
  1. Gastos básicos de una familia cubana urbana en 2011. Situación de las familias “estados-dependientes”. Anicia García Álvarez y Betsy Anaya Cruz. En: Retos para la equidad social en el proceso de actualización del modelo económico cubano. Colectivo de autores. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2015.
  2. Articulación de cadenas de valor hortofrutícolas para la satisfacción de demandas. El caso de la cadena del mango en Santiago de Cuba. Tesis de Doctorado. Centro de Estudios de la Economía Cubana, Universidad de La Habana, 2016.
  3. El sector agropecuario cubano en la actualización. Betsy Anaya Cruz y Anicia García Álvarez. En: Miradas a la economía cubana, Un acercamiento a la “actualización” seis años después. Ruth Casa Editorial, 2017.
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