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martes, 21 de mayo de 2019

Desacreditando la opinión contraria para evadir el argumento

Por Carmelo Mesa-Lago
El internacionalmente conocido economista cubano Julio Carranza, en un artículo recién publicado en Cuba y la Economía, dice haber circulado un texto mío (no sé cuál) y comenta que Michael Vázquez lo criticó debido al “carácter capitalista” de mi pensamiento. Con todo respeto, esa caracterización para desacreditar mi trabajo y así no tener que discutirlo, es superficial y maniquea, es como decir que hay solo dos sistemas económicos en el mundo: capitalismo y comunismo (de hecho, el segundo como lo describió Marx todavía no se ha implantado). Además, hay que recordar que Marx reconoció que hay aspectos del capitalismo que han contribuido al progreso.
Hay múltiples modalidades de capitalismo o economía de mercado, de la misma forma que hay diversas variedades de socialismo, desde el modelo del plan central y economía de “comando” practicado hasta comienzo de la década de 1990 por la URSS y los países de Europa Oriental (y todavía en sus rasgos básicos por Cuba), hasta el socialismo de mercado de China, Vietnam o Laos y el socialismo democrático de los países escandinavos; en realidad, es difícil en la práctica encontrar hoy el capitalismo puro.
Las teorías de John Maynard Keynes en los años 1930s, que luego se aplicaron en casi todo el mundo (hasta que fueron frenados por el neoliberalismo de Reagan y Thatcher), transformaron el capitalismo, infundiéndole el papel clave del Estado, lo cual generó economías mixtas de diverso grado. Desde mi formación económica en los EEUU me he adherido a esa doctrina y praxis, así como a la escuela de los Institucionalistas estadounidenses, influenciado por mi antiguo profesor Warren J. Samuels que luego editó por varios años la revista de ese pensamiento Journal of Economic Issues, a la cual contribuí. Uno de mis libros principales: Buscando un Modelo Económico en América Latina ¿Mercado, Socialista o Mixto? Chile, Cuba y Costa Rica aporta abundante evidencia sobre el mejor desempeño económico-social del modelo mixto que entonces aplicaba Costa Rica, frente a los modelos de planificación central (Cuba) y mercado (Chile).
Mi primer libro sobre seguridad social en América Latina, una crítica a la desigualdad histórica generada por dichos programas, indujo a que un funcionario internacional me tildara de ser “el Mao Zedong de la seguridad social”. Mi obra pionera y extensa sobre la privatización de la salud y las pensiones en la región, demuestra las graves fallas de la misma y cómo su desempeño contradice las promesas que hicieron los reformadores estructurales desde el decenio del 80. Mis trabajos sobre la economía y el bienestar social en Cuba han sido tachados de “comunistas” por sectores de extrema derecha.
Por último, por décadas, he mantenido en mis libros y artículos que para resolver los problemas que enfrenta Cuba, lo mas viable y lógico sería seguir (con las adaptaciones necesarias) los exitosos modelos de socialismo de mercado de China y Vietnam, con un rol clave del mercado y de la propiedad privada. Recientemente un amigo me preguntó, ¿por qué no das otros modelos, como los de la Social Democracia europea? Mi respuesta es que si bien serían ideales, no creo que sean factibles en Cuba pues, hasta hora, la dirigencia no ha seguido siquiera la versión más de izquierda sino-vietnamita.
Entonces parece haber dos Carmelo Mesa-Lago que son diametralmente opuestos: el capitalista  a quien se refiere Vazquez y el otro que favorece una economía mixta en que el Estado, el plan, la empresa estatal, la cooperativa y el sector privado se conjugen de una forma productiva y eficiente que logre el bienestar social de los ciudadanos. Esta posición concuerda con la de muchos académicos economistas cubanos, cuyo pensamiento he estudiado y divulgado en mis publicaciones en los últimos 30 años, aunque disentimos en otros aspectos.
Carranza—y antes otros economistas del patio como Pedro Monreal, Omar E. Perez Villanueva, etc.—da en el clavo: hay que “asumir el debate sin el temor de lo que alguien pueda pensar” . Julio agrega que respeta pero no comparte el criterio de los que rechazan la crítica a errores del pasado y concluye: “Una conducta de apoyo incondicional a lo que se decida, sea lo que sea, es incompatible con la función de un académico [porque] el debate contribuye a un ambiente de discusión sano, respetuoso, honesto y fecundo”.[1] Resalto la última palabra porque, en mi opinión, es el meollo del asunto: cuando no hay discusión y se acepta todo acríticamente, se invita a cometer errores con graves consecuencias, usualmente no para el errado sino para la población que los padece.  
La historia de los tres economistas cubanos—Carranza, Gutiérrez y Monreal—que escribieron Cuba: La restructuración de la economía—una propuesta para el debate es la mejor prueba de lo anterior. Después de hacer un análisis profundo, honesto y revolucionario de los problemas de la economía cubana, ellos propusieron reformas estructurales para enfrentarlos, lo cual les costó sus puestos. A ello siguió el Proceso de Rectificación (1986-1990), lo opuesto a la dirección que ellos proponían, y a la postre el desastre del Período Especial (1991-  ).  Sin embargo, esas propuestas fueron acogidas doce años después por Raúl Castro y están hoy en el centro de la discusión sobre el futuro del país. Con modestia agrego algo similar respecto a muchos de los problemas que he analizado, por ejemplo, en mi disertación doctoral en 1968, la existencia del empleo excedente oculto en el sector estatal, el cual provocó una severa caída en la productividad y el salario, pero que también eventualmente fue reconocido de manera oficial en 2010: las “nominas infladas” y la necesidad de despedir a un millón de trabajadores innecesarios.
Recuerdo una visita que hice a Cuba en 1980, cuando varios académicos cubanos que vivimos en el exterior nos reunimos con homólogos cubanos. Un conocido ideólogo cuyo nombre me reservo nos espetó que nuestras publicaciones eran usadas por “el enemigo” para desprestigiar a la revolución y yo le respondí: “pero si se estudiasen por el gobierno podrían evitarse costosos errores de política”.
Desacreditar a alguien a quien se considera enemigo, recurriendo a epítetos personales, es una vieja táctica para evitar entrar en el argumento del debate y controlar este: únicamente los que tienen una manera de pensar son los que pueden hablar y contribuir. Pero 60 años de revolución dejan una lección primordial: sin la discusión de los problemas, bajo diversos puntos de vista, no puede avanzarse en el camino de la prosperidad nacional.


[1] Ejemplo de un debate fecundo, respetuoso y profundo fueron las dos polémicas que sostuve con el economista José Luis Rodríguez, ex ministro de economía y planificación, y que fueron publicadas en revistas de Cuba y de los EEUU.

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