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lunes, 20 de mayo de 2019

LA ECONOMÍA ES PARTE DE LA CULTURA, NO AL REVÉS

Por Jorge Gómez Barata 

Sesenta años atrás, Estados Unidos aplicó a Cuba un bloqueo económico todavía vigente, que al incluir todos los bienes y servicios adquirió carácter total. Al incorporar a sus aliados latinoamericanos y europeos asumió perfil mundial, y cuando sumó el aislamiento político, cultural, científico y académico añadió “factores no económicos”. Al agregar las amenazas militares y las manipulaciones migratorias, el bloqueo cubrió todo horizonte. 

Afortunadamente existía la Unión Soviética, que ofreció a la Revolución Cubana respaldo político y asistencia económica, comercial, y tecnológica, los cuales fueron decisivos. Junto con la ayuda material, la URSS exportó a Cuba su cultura política. 

Con las plantas industriales, maquinarias, y vehículos llegó su interpretación del marxismo-leninismo, el materialismo dialéctico e histórico, la sociología, la historia, el ateísmo científico, y otros conocimientos y valores que se incorporaron a la ideología y la espiritualidad de la sociedad cubana. El sistema escolar y los medios de difusión los reprodujeron, y la práctica política los consagró. Algunos asumieron la condición de dogmas. 

El trasvase ideológico fue bienvenido porque dotó a la Revolución de fundamentos teóricos, y aportó a la cultura política revolucionaria los contenidos necesarios para formular el programa de la construcción del socialismo, cohesionar a la sociedad, y definir metas compartidas. Más allá de lo justificado, se exageró la copia de instituciones y prácticas, cosa criticada por el propio Fidel Castro. 

En el paquete llegó la cultura económica, integrada por la crítica al capitalismo, en parte fundamentada en la obra de Marx y la economía política del socialismo, un conjunto de elaboraciones de discípulos y exégetas con lo cual Marx tuvo poco que ver, y cuyo contenido estaba basado en la supresión de la propiedad y del sector privado, la estatización, la planificación centralizada, el monopolio del comercio interior y exterior, y la colectivización de la agricultura. 

Persuadida de que era lo correcto, la Revolución se blindó contra cualquier otra manifestación de la cultura política. La riqueza del pensamiento liberal fue omitida, y las teorías económicas y filosóficas occidentales, incluso las de matriz marxista, fueron rechazadas. Cualquier desacuerdo era tildado de “revisionismo”. 

Estamos en presencia de evidencias de cuanto pueden arraigar los conocimientos cuando se sueldan con la ideología y adquieren dimensión política. Se trata de un fenómeno cultural y de un misterio, según el cual determinados saberes sobreviven como una fe, aun frente a contundentes videncias de la realidad. 

La Unión Soviética y el socialismo real colapsaron, entre otras cosas por lo desatinado de sus políticas económicas y otros déficits, sin embargo, contra todos los pronósticos, su legado aún persiste en la Isla. 

Aunque para Cuba la etapa postbloqueo parece ahora lejana, presumiblemente los efectos materiales de esa criminal política pudieran subsanarse de modo más o menos inmediato, no así las consecuencias culturales. 

Estoy convencido de que para profundizar sus procesos políticos, perfeccionar sus instituciones, crecer económicamente, y progresar sin traumas ideológicos y sin renegar de credos que alguna vez fueron útiles, pero que han perdido vigencia; como han hecho China y Vietnam Cuba necesita desprenderse de conceptos económicos y políticas erróneas incorporadas cuando el bloqueo la dejó sin opciones. 

Los progresos en la economía no harán cambiar los conceptos y las políticas erróneas, sino que será a la inversa. Tan pronto cambien los conceptos y las prácticas erradas, y se desaten los nudos que atan a las fuerzas productivas, la economía florecerá, no para reinstaurar el capitalismo, sino para transitar por sus propios caminos hacia un socialismo avanzado y contemporáneo con su presente. 

Otra vez la pregunta es: ¿qué hacer? ¿esperar o luchar? De eso se trata también la batalla de ideas a la que llamó Fidel. Recuerdo que una vez Raúl Castro nos convocó a “desempolvar”. Ahora es más necesario porque no se trata de una fina capa de polvo, sino de una dura costra que es preciso remover. Nadie puede hacerlo solo y únicamente el Partido, el Gobierno, y el liderazgo estatal y político son capaces de lograrlo. 

Ojalá la práctica histórica y la providencia iluminen a los decisores. De ellos depende todo. Allá nos vemos.

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