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viernes, 3 de abril de 2020

Cambiemos la apuesta

Por Oscar Fernández Estrada 
LA HABANA. Se aproxima una severa crisis para la economía cubana. La pandemia del Covid-19 se expande en territorio nacional, y se desconoce cuál será su alcance e impacto definitivos. Pero la estrategia implementada por las autoridades, al parecer oportuna, rigurosa, receptiva a la retroalimentación, y ajustada a las fortalezas y debilidades propias, junto a una respuesta mayoritariamente consciente de la población, deben permitir la mitigación y sometimiento de la crisis sanitaria sin que derive en catástrofe. Sin embargo, el reto mayor está por venir.
Una vez neutralizada la epidemia Isla adentro, la persistencia de focos epidémicos externos obligará al gobierno cubano a mantener restricciones en la frontera nacional hasta que desaparezca el peligro de reintroducción. Y esto último, en un planeta inhabilitado para coordinarse globalmente, solo puede ocurrir con la aparición de un tratamiento eficaz o una vacuna con acceso universal que podría tardar un año o más. Por lo tanto, el camino puede ser largo y espinoso.
Mientras, se cose una profunda crisis a nivel global, cuya magnitud, extensión y alcance resultan impredecibles. El confinamiento generalizado por tiempo indefinido —requerimiento para evitar el colapso de los sistemas sanitarios— puede conducir a un círculo vicioso denominado trampa de estancamiento. Al impactar en los niveles y patrones de consumo, conduce al cierre de empresas, hace caer la oferta, genera desempleo y con ello constriñe la demanda, lo cual a su vez restringe el consumo y potencia la espiral de quiebras y nuevo desempleo, entre otras dependencias más complejas.
Cuba no podrá salvarse de los impactos de esta crisis. El alto grado de dependencia externa de la economía cubana golpeará con fuerza su desempeño. Aun cuando el confinamiento doméstico no se extienda y las personas puedan —en teoría— regresar a sus empleos y actividades habituales, el mundo ya no será el mismo y la forma en que Cuba se inserta, tampoco.
Todavía es temprano para estimar con certeza los impactos en la mayoría de los sectores de la economía cubana, a excepción de uno: el turismo. Aquí el pronóstico es muy sencillo: el turismo no existirá durante la mayor parte de lo que queda de 2020. Desaparecen los visitantes, desaparecen los ingresos hoteleros y extra hoteleros del sector estatal, desaparece la demanda de insumos a las empresas nacionales, desaparece la necesidad de empleados en las instalaciones turísticas, agencias de viaje, servicios de guía, desaparecen los derrames al sector privado, se afectan los niveles de actividad de transportistas, restauradores, servicios domésticos, tenedores de libros, operarios de mantenimientos, y así una larga estela de concatenaciones derivadas.
El pasado 27 de marzo la Organización Mundial de Turismo declaró que la contracción del número de viajeros internacionales en el mundo puede reducirse entre un 20-30 por ciento, a la vez que alertó sobre la fragilidad de estos estimados, dada la naturaleza incierta del fenómeno que se enfrenta. Incluso después que la pandemia logre ser internacionalmente erradicada, podría permanecer afectada la confianza de las personas en la seguridad de viajar extra fronteras, y el impacto de la crisis económica reducirá sus capacidades de hacerlo. A la industria turística mundial le va a tomar varios años, si lo logra, regresar a sus niveles de actividad recientes, y puede sufrir cambios estructurales imprevisibles a día de hoy.
Por su parte el panorama en casa para este sector ya venía mostrando señales de alerta, especialmente durante el último año. Al cierre de 2019 se notificó una reducción en más de 436 000 visitantes acumulados en comparación al año anterior. Luego, durante los meses de enero y febrero de 2020, antes que la propagación internacional de la enfermedad detuviera los viajes, la cantidad de visitantes que arribó a la Isla ya se había reducido en un 16,5 por ciento (156 mil viajeros menos) respecto a igual período de 2019. Según estadísticas publicadas por la ONEI, durante los últimos tres años, incluso en los meses pico de la temporada alta, cerca de un 40 por ciento de las capacidades habitacionales activas no lograron venderse.
Si estos datos ya reforzaban los cuestionamientos a la estrategia proyectada de construcción de nuevas habitaciones, el análisis de un contexto post pandemia no deja dudas sobre su improcedencia. Las inversiones en marcha de ampliación de capacidades, con la aspiración de contar con más de 100 000 habitaciones para 2030, solo se justificaban como una arriesgada apuesta a un escenario de significativa expansión de la demanda —esperando tal vez una apertura definitiva del mercado de Estados Unidos— que inobjetablemente no tendrá lugar en el futuro próximo.
Esta meta debe ser revisada. Los más de 20 proyectos de inversión previstos a iniciar este 2020 deberían aportar nuevos estudios de factibilidad, y las inversiones en proceso también. Los costos de continuar invirtiendo en algo que no va a recuperarse podrían ser mayores que los de pausar la inversión o reconvertirla a otro propósito. La economía nacional está urgida de redirigir sus escasos recursos hacia prioridades de supervivencia y a objetivos con mejores posibilidades futuras. Se requiere un ajuste con pensamiento de país.
La ventaja del modelo centralizado
Para el equipo a cargo de administrar la economía cubana el reto actual es monumental. Quizás de una complejidad comparable con el momento del desplome del campo socialista. Las afectaciones de la crisis que se avecina tal vez sean menores pero las condiciones de partida para enfrentarlas son sin dudas más difíciles. Más allá de la persecución financiera y comercial desatada por el gobierno de Estados Unidos, vigente desde hace seis décadas y arreciada en los últimos años, las capacidades productivas internas están muy disminuidas, en especial la industria y la producción de alimentos.
La gran desventaja histórica de los modelos de economía centralizada es su incapacidad de generar sintonía fina. En la práctica todas las experiencias de este tipo de economía demuestran ineficacia para identificar las preferencias de los individuos, por tanto pierden de vista los movimientos de la demanda y con ello generan constantemente brechas de asignación, que alimentan la segunda economía.

Ahora, ante una emergencia como la actual, ante la necesidad de afrontar cambios estructurales con un giro brusco de timón, el modelo centralizado presenta la ventaja potencial de poder operar grandes movimientos de recursos de manera inmediata, sin perder tiempo en procesos inerciales derivados de los mecanismos indirectos. Lo puede hacer ya.
Reducir la enorme fragilidad externa de la economía cubana constituye un añejo problema de seguridad nacional, que ahora nos pasa factura. Es impostergable intentar disminuir la dependencia de actividades como el turismo en favor de otros sectores más autárquicos, menos supeditados a los movimientos de la economía internacional, más basados en recursos endógenos, que cierren internamente el ciclo de producción-consumo, o que tengan peso suficiente para imponerse en el mercado mundial bajo cualquier circunstancia. En Cuba están subutilizados muchos espacios de esta naturaleza, lo que nos hace más dependientes de la apertura externa y, por tanto, más vulnerables al bloqueo.
La seguridad alimentaria sería la urgencia número uno. Sin una revolución total en la agricultura, que dinamite políticas, directivos, instituciones, incentivos, modelos de gestión, métodos de chequeo, y hasta formas de propiedad si fuera preciso, no habrá salvación posible.
Por otra parte, del éxito esperado en el manejo de la situación sanitaria interna, de la efectividad del interferón producido con tecnología cubana, así como de las colaboraciones médicas enviadas a zonas de crisis internacionales —imposibles de silenciar esta vez—, derivará un fortalecimiento de la imagen de Cuba como potencia médica y biotecnológica. Esto, más allá de réditos políticos, puede aprovecharse como un factor competitivo en una apuesta a un mayor desarrollo de esta industria.
Aprovechemos la gran ventaja del modelo centralizado para redirigir de inmediato los escasos recursos disponibles a garantizar la seguridad alimentaria y a desarrollar aún más la ciencia en la que tenemos fortalezas. Cambiemos la apuesta.
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