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miércoles, 6 de mayo de 2020

La verdadera puerta

La Séptima Puerta, por lo general, nos obliga a la incomodidad hermosa de pensar en vez de consumir. Seamos más honestos que eso: Rolando Pérez Betancourt es el culpable de sentirnos incómodos, mostrando películas poco complacientes



Hablan de la pretendida eficiencia capitalista, mientras callan sobre el gran precio social: las riquezas que producen las mayorías se distribuyen entre las minorías dueñas del capital. Foto: OXFAM
La Séptima Puerta, por lo general, nos obliga a la incomodidad hermosa de pensar en vez de consumir. Seamos más honestos que eso: Rolando Pérez Betancourt es el culpable de sentirnos incómodos, mostrando películas poco complacientes.
Hace unos días presentó la última entrega del ya casi nonagenario Costa Gavras: Comportarse como adultos, sobre el drama griego de la crisis de la deuda de 2015.
En octubre de 2017, Gavras había dejado en claro sus intenciones, al hacer una declaración pública en la cual explicaba sus propósitos de hacer una película basada en el libro homónimo de Yanis Varoufakis, ministro de Finanzas en la Grecia de Tsipras.
El personaje del ministro en el filme es representado por Christos Loulis, un actor griego, y la película es la primera en idioma griego que Costa Gavras ejecuta en su propio país de nacimiento.
La crisis financiera de Grecia en 2015 enfrentó al Gobierno con la perspectiva de quedarse sin dinero en sus arcas, más el costo humano de los planes de austeridad forzados sobre su país, debido a los mecanismos financieros del neoliberalismo global.
En ese contexto, se vió obligado a intentar renegociar sus acuerdos con tales poderes del capital mundial. Frente a las exigencias de los acreedores de mantener las políticas implementadas, a pesar de sus costos sociales, un referendo popular ganado abrumadoramente, con más del 60 % de los votos, se opuso a esa continuidad. El país de la democracia clásica, de esta forma, daba una lección de independencia frente al neoliberalismo mundial en la misma cuna europea.
La alegría duró solo pocas horas. Un Gobierno, respaldado por sus electores, cedió a la dictadura neoliberal mundial. La democracia liberal burguesa fue barrida en un acto público que puso en evidencia su pura función de control de clases, prescindible cuando se usa para menesteres más emancipadores.
El homicidio democrático escandalizó a unos, hizo avergonzarse a otros, y forzó a terceros, en el mundo académico y político del status quo, a hablar de la luna por varias semanas, en tanto los periódicos enterraban el hecho en la apuesta de la memoria corta.
Pocos politólogos, explícita o implícitamente orgánicos al capitalismo, hoy hablan de la infame crisis griega y de lo que ella puso en evidencia; en términos de que lo realmente importante es el sistema social que subyace bajo las distintas formas de gobierno. El sistema-mundo hoy es una horrible dictadura del capital.
El verdadero Yanis Varoufakis, en una conferencia, ya pospuesta la tragedia helénica, afirmó que «el problema con la lógica corporativa es que no entienden la civilización», para pocos minutos después, luego de citar la definición de Aristóteles sobre democracia, afirmar rotundamente que «nunca hemos tenido democracia en occidente, los muchos y los pobres nunca controlan el gobierno». Esas afirmaciones hacen sentir incómodos a los escribas sentados del capitalismo, y a su obsesión con presentar el dilema actual del mundo como un problema de formas de gobernabilidad, y no como la contradicción esencial entre las formas de producir y las formas en que se distribuye globalmente lo producido.
Costa Gravas, que se declara comunista, ha explorado por años, desde su cinematografía, el mundo en el que vivimos. Hijo de un miembro del Partido Comunista Griego que luchó con la resistencia nacional en la Segunda Guerra Mundial, la filiación política del padre impidió su entrada en el democrático Estados Unidos. Impedido de cursar la universidad en su país, terminó yendo a Francia a completar sus estudios susperiores, y allí tuvo la oportunidad de encausar su vocación como cineasta.
La película que motiva el comentario, vino siete años después de El Capital, otra denuncia del sistema financiero neoliberal; también proyectada de manera incómoda en el mismo espacio, en esta misma cuarentena pandémica.
La tragedia griega de 2015 puede ser noticia para un mundo europeo que ha sido conscientemente enajenado de su propia memoria histórica, pero está lejos de ser sorpresa para el resto del mundo-otro; esa parte del planeta que no participa entre los decisores de los repartos mundiales de la riqueza.
En América Latina, los sucesos narrados en Comportarse como adultos son demasiado familiares, con mucho menos maquillajes. Aquí no tenemos una Troika formada por órganos financieros multilaterales neoliberales que se reúnen bajo la formal aparencia de la civilidad, en reuniones de aparentes pares. En nuestra geografía, donde la poca paciencia del imperio norteamericano tiene escaso tiempo para las delicadezas, luego de brevísimos escarceos precoitos, se pasa directo a la más vil violación. En consecuencia, la oea es la menos sutil de las organizaciones multilaterales del capitalismo global, y solo sirve como vulgar condón reusado para que el agresor no se contamine en el estupro.
Cuba no está ajena a esa batalla
Que lo que está en discusión no es, contrario a lo que se nos presenta, la validez de las formas de gobierno, sino de sistema, es curiosamente evitado en muchos análisis sobre Cuba; como mismo se evita hablar, en determinados análisis económicos de profetas del apocalipsis pospandemia, de lo que realmente nos jugamos en la Isla.
Pensar que las distintas formas de propiedad coexisten en armonía, como compañeritos de un mismo colegio, es pretender olvidar los siglos acumulados de historia económica y política de la humanidad desde que existen las clases. Las formas de propiedad fundamentales, por su carácter totalizador, siempre pretenden hegemonizarse, aspirando a imponer al conjunto de la sociedad las relaciones de producción que ellas presuponen.
De esa batalla no estamos eximidos, por el contrario, subyace en buena medida, en vivo y en directo, en los contínuos debates sobre el camino económico que Cuba debe seguir.
Cuando un debate económico se plantea sobre la base de los alcances de las formas de organización económica, privadas, públicas, cooperativas, socialistas, estamos viendo esa batalla en el plano de las ideas, que se extiende al de la legitimidad legal. Esa batalla se da, además, al margen de los debates y con independencia de si existen o no tales confrontaciones de ideas, en la práctica cotidiana social; tanto desde la economía legal, como de la que opera al margen de la legalidad; desde la formal, hasta la informal.
Desde el poder ejercido en Cuba, y las clases y capas que representa, la realidad económica que se impone y se recoge en la Constitución, es el de la hegemonía de la propiedad social y su realización plena, sin excluir otras formas de propiedad necesarias al país en estas circunstancias concretas.
La realización de esas otras formas de propiedad se concibe dentro del marco del predominio de la propiedad social. El margen que da esa preponderancia de lo social a esa realización de las otras formas de propiedad, es bastante amplia, y la crítica, cuando ha sido desde el reconocimiento de esa supremacía inalienable, se centra acertadamente en el despliegue insuficiente de esas potencialidades y la lentitud en crear el marco legal adecuado para que ello ocurra.
La batalla dentro de la Revolución es cómo logramos una economía social eficiente, que cree suficiente riqueza y de manera creciente, compatible con la sustentabilidad ambiental. Organizar nuestra economía para que las mayorías tengan más, sin perder lo que ya tienen.
La otra crítica pretende escamotear, dentro de un discurso sobre la efectividad económica, un retorno paulatino a  la hegemonía de la propiedad privada y, por tanto, del capitalismo; apostando al minado desde adentro, remedando la manera en que los modos de producción bárbaros minaron el sistema esclavista romano. Hablan de la pretendida eficiencia capitalista, mientras callan sobre el precio de dicha eficiencia en términos no solo distributivos –donde la riqueza creada se fugará hacia los centros de poder y a la minoría nacional–, sino, también, de sustentabilidad ecológica.
En una Cuba capitalista...
Contrario a los cantos de sirenas, en una Cuba capitalista las mayorías recibirán menos, y lo que tienen hoy les será quitado.
Por eso no es asunto intrascendente, como se pretende presentar, la necesidad de lograr una economía eficiente sobre la base de la primacía de la propiedad socialista, ya sea estatal, cooperativa o alguna otra que se me escape. Debe ser una hegemonía que proteja y potencie las otras formas de propiedad necesarias al desarrollo del país. La eficiencia de una economía no se basa en su capacidad de producir riqueza, sino en los modos en que produce crecientemente esa riqueza y determina cómo la distribuye.
Lo estamos viendo a diario en el sistema capitalista planetario. Los países más ricos  producen, o más bien, se apropian de la riqueza producida globalmente, a la par que la distribución favorece a una minoría de la población mundial. Del hambre de muchos se aprovechan pocos.
Del ejercicio de ese expolio no escapa ningún país capitalista central, ya sea por su carácter imperial directo, o por los mecanismos multilaterales financieros, comerciales o de otro tipo que ha creado el capitalismo global. Tampoco escapan las burguesías nacionales de los países subalternos al sistema capitalista mundial, las cuales participan, incluso con más saña, del expolio de sus propios coterráneos.
Así era Cuba antes de 1959, con independencia de las distintas formas de gobierno que tuvo, desde gobiernos de intervención, la democracia burguesa neocolonial, hasta las dictaduras de Machado y Batista. Esa era la Mayor de las Antillas antes del 59, con independencia de las constituciones que tuvo.
Creer que una nueva Cuba capitalista será una excepción de esa regla, es un engaño que pretende construirse desde la imposición de la ignorancia. El tema no son las formas de gobierno, son los sistemas.
En la misma conferencia, el economista griego afirma que: «el propósito de la Constitución americana, el propósito de la Constitución alemana, el propósito de la Constitución francesa, de la griega, el propósito de las constituciones de las llamadas democracias liberales, es cómo mantener al demos fuera de la democracia».
Varoufakis es realmente tan incómodo como Gavras lo presenta.

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