Han
transcurrido cuatro largos y hastiados años desde que el llamado presidente de la nación más poderosa
del mundo, Donald Trump, inició su cometido.
Nunca
en la historia de ese ahora imperio, había ocupado esa enorme responsabilidad
un adefesio como ese millonario, y mira que han pasado por ahí algunos
personajes dignos de atención psiquiátrica.
Sobre
Donald Trump se ha escrito mucho, casi siempre resaltando su ignorancia, su
incultura, su prepotencia, su desfachatez, etc.
Otras
veces tratando de adivinar aspectos de su personalidad, para poder entender su
posible trayectoria, capaz de reeditar el fascismo, el racismo y la homofobia.
Ahora
bien, ¿cómo fue posible que en los Estados Unidos de América, una nación
organizada, con instituciones relevantes, y sobre todo un poder bien dirigido a
no aceptar cambios que configuren otra cosa que no sea su prevalente
pragmatismo, su elitismo y esencialmente el denominado “CREDO NORTEAMERICANO”,
una suerte de consenso básico (o alto nivel de acuerdo), en relación con las formas
de organizar política y económicamente
la vida de la nación, haya emergido una
suerte de villano entrometido, que “el solo” haya podido desmantelar esta
poderosa y secular institucionalidad conocida como “establishment”.
Es
entonces que nos surgen dudas sobre la aparición muy temprana de Donald Trump,
en las primarias del Partido Republicano, para escoger la figura que lo
representaría en las elecciones de noviembre de 2016, ya que sería importante
conocer: ¿cómo y quiénes decidieron escoger a un personajes que solamente era
distinguido por sus éxitos y tretas financieras y fama de multi-millonario, y que
nunca había pertenecido a la élite política, ni nunca había ejercido cargo
alguno de esta índole?
Tan
sorpresiva y a la vez inimaginable fue esa determinación, que influyentes
sectores de la dirigencia republicana aceptaron a regañadientes a Donald Trump
Una
vez se burlaron de él por no asistir al último debate. Su irrupción fue vista
al principio como una especie de broma o mal chiste.
Casi
toda la cúpula dirigente de ese partido lo tildaban de fanático, racista,
misógino, vulgar, grosero y bravucón.
Sin
embargo, Donald Trump, pasó de ser “un chiste” a arrasar en las primarias,
siendo elegido para discutir la presidencia de esa nación en el 2016.
Algunas
emisoras de noticias, como la famosa BBC de Londres, finalizó uno de sus
programas expresando drásticamente: “Estados Unidos está parado frente al
umbral de la grandeza o ante el precipicio que conduce a la ruina”.
Y
finalmente, como todos conocemos, triunfó en las elecciones para presidente,
contra Hillary Clinton, candidata por el Partido Demócrata, aunque obtuvo casi
3 millones más de votos populares que Trump.
De
inmediato surgieron extensos comentarios, escritos, etc. ofreciendo sus
criterios, pero ninguno, pienso yo, lograron desentrañar esta enmarañada novela
político-social.
Personalmente,
y sin poseer todas las interioridades del caso, pero sí mi convicción de que la
HISTORIA juega un papel determinante en esos
procesos, considero que ella conoce que existe aún en este siglo XXI, un poderosísimo
y peligroso imperio, fecundado al finalizar del siglo XVIII y principios del
XIX, y como tal su génesis lo obliga a transitar por sus innegables etapas de:
emerger, subsistir y fenecer.
Por
lo tanto, considero que la aparición de un espécimen tan desajustado, extraño,
absurdo y extravagante como el actual presidente del imperio estadounidense, es
la evidencia más contundente que haya podido lograrse de lo que la HISTORIA
significa, ya que supo fecundarlo, prepararlo e introducirlo en las entrañas de
ese imperio, para facilitar su muy lenta, escabrosa y al fin inexorable
desintegración.
La
Habana, 2 de diciembre de 2020. “Año 62 de la Revolución”
(1) “Los Estados Unidos y la
lógica del imperialismo”. Jorge Hernández. Martínez.
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