"La edificación de la nueva sociedad en el orden económico es también un trayecto hacia lo ignoto". RCR
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martes, 18 de agosto de 2020
Dando a Estados Unidos el negocio
Por Paul Krugman
Opinión
El problema con la oficina de correos va mucho más allá de los temores demasiado plausibles de que Louis DeJoy, la elección política de Donald Trump como director general de correos, pueda intentar interrumpir la votación en noviembre. También hay informes generalizados tanto de los empleados postales como de los clientes de retrasos sin precedentes en la entrega del correo. Estos retrasos parecen reflejar una serie de medidas de reducción de costos que, en una observación casual, parecen estar haciendo mucho más para interrumpir las operaciones de lo que están haciendo para reducir los costos.
Pero DeJoy, un donante de Trump que llegó a su trabajo desde una empresa privada que, sorpresa, hizo mucho dinero concontratos con la oficina de correos, dice que está tratando de administrar el Servicio Postal como un negocio. Y eso es ciertamente lo que muchos comentaristas conservadores dicen que debería estar haciendo.
Mi columna hoy se trataba principalmente de las razones por las que el Servicio Postal no debería funcionar como una empresa. Su propósito es ayudar a unir a la nación y fomentar la inclusión ciudadana, no maximizar las ganancias. La cuestión es que la oficina de correos no es la única institución, la única parte de la economía, de la que se puede decir eso.
Durante los últimos 40 años, desde Ronald Reagan, gran parte de nuestro espectro político ha fetichizado las virtudes del sector privado mientras destroza el sector público. Y bueno, hay muchas cosas buenas que decir sobre la competencia del libre mercado. No quisiera que los funcionarios del gobierno manejen supermercados o librerías; Ha habido generaciones de experiencia con la manufactura administrada por el gobierno, y rara vez ha ido bien.
Pero también hay áreas en las que la maximización de beneficios, especialmente si no se regula, funciona mal y la propiedad pública o al menos una regulación pública fuerte pueden funcionar bien. (La mala administración puede arruinar un sistema público, pero también puede arruinar una corporación privada).
De hecho, las últimas décadas están llenas de ejemplos en los que la privatización y / o la desregulación de partes de la economía han causado mucho daño.
En mi columna menciono los orígenes del Parcel Post. Si no conocía el historial, podría preguntar por qué la entrega de paquetes no se puede dejar en manos de empresas privadas. De hecho, así funcionaba antes de 1913, cuando había cuatro grandes empresas privadas en el negocio de enviar mercancías desde los depósitos ferroviarios a los clientes rurales. ¿Adivina qué? Formaron un cártel y saquearon a los agricultores sin piedad.
¿Crees que por alguna razón no pueden suceder cosas similares hoy en día? Probablemente algunos de mis lectores sean demasiado jóvenes para recordar la crisis de la electricidad del 2000 en California (¡al menos eso espero!). Pero una gran parte de lo que sucedió allí fue que las compañías eléctricas y los comerciantes explotaron un mercado desregulado para manipular los precios, recortando deliberadamente la producción para hacer subir los precios. Esto no es hipotético: tenemos comerciantes en cinta, diciendo a las plantas de energía que se apaguen.
Me ha sorprendido, por cierto, la medida en que esa crisis de energía artificial ha sido borrada de las cuentas de los medios de comunicación de la época; Incluso he visto artículos retrospectivos sobre la crisis que de alguna manera ni siquiera mencionan la manipulación del mercado. Es como si la contradicción entre nuestra ideología de libre mercado y la realidad del abuso del mercado fuera demasiado extrema para ser procesada.
En mi columna también mencioné el acceso a Internet, donde la fe injustificada de Estados Unidos en los mercados libres ha llevado a la ausencia de competencia y a precios muy altos.
Y luego está el cuidado de la salud. Estados Unidos tiene el sector de atención de la salud más privatizado y orientado a los negocios del mundo avanzado. También tiene, con mucho, los costos más altos y algunos de los peores resultados de salud.
El punto es que, si bien algunas cosas deberían funcionar como un negocio, muchas cosas no deberían. Y la mentalidad que asume que las actitudes de tipo empresarial son siempre superiores ha demostrado ser falsa una y otra vez.
Paul Krugman from The New York Times.
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Rosneft recibió del Kremlin $ 4.600 millones en títulos del tesoro ruso por sus activos en Venezuela
La venta de Rosneft de su participación en cinco empresas mixtas en Venezuela se produce después de las sanciones que impuso el gobierno de Estados Unidos a dos de sus filiales (Foto PDVSA)
Petroguia. La información financiera de la empresa rusa Rosneft correspondiente al primer semestre de 2020 reseña que durante el período de abril a junio finalmente se concretó la venta de sus activos en Venezuela al Gobierno de la Federación Rusa señalando que recibió como pago por parte del Kremlin títulos o letras emitidos por el tesoro de ese país más una parte en efectivo por 8.000 millones de rublos (aproximadamente 108,6 millones de dólares).
“Las acciones recibidas en el canje por las inversiones y activos en Venezuela se valuaron al precio de cotización de las acciones de la compañía en la fecha de la transacción (30 de abril de 2020) por un monto de 341.500 millones de rublos (4.600 millones de dólares) aproximadamente”, señala Rosneft en su información a inversionistas. “Como resultado de la transacción, una subsidiaria totalmente de la compañía se convirtió en propietaria del 9,6% de las acciones ordinarias nominativas de Rosneft”, añade.
El reporte indica que esta transacción por sus bienes en el país sudamericano básicamente se concentran en su participación como accionista minoritario en sociedad con Petróleos de Venezuela (PDVSA) en cinco empresas mixtas Petromonagas, Petroperija, Boqueron, Petromiranda y Petrovictoria.
Rosneft se vio obligada a vender su propiedad accionaria en la sociedad que tiene con PDVSA a raíz de las sanciones que impuso el gobierno de Estados Unidos en febrero de este año a dos de sus filiales por comercializar crudo venezolano.
Mercado y transición socialista en Cuba. Apuntes para un debate.
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Aug 17 · 13 min read
Por Carlos Lage Codorniu
De la serie: «Transición socialista, planificación y mercados»
El debate sobre el lugar del mercado, la propiedad privada y la planificación en los procesos de transición socialista dista de estar acabado. Sin embargo, en no pocas ocasiones el discurso político y el debate público transcurren como si todo estuviera dicho o como si fueran suficientes el sentido común, el pragmatismo o la teoría económica convencional para desandar estos enrevesados caminos.
Si lo que se trata es de construir una alternativa socialista, todos los análisis son necesarios, pero el marxista es determinante. ¿Por qué es necesario el mercado y la convivencia con otras formas de propiedad? ¿Cómo tributa todo ello al objetivo estratégico de transcender la lógica del capital? ¿Construir el capitalismo o una economía mercantil?
El proyecto soviético de construcción socialista no es «el Socialismo». Fue una experiencia específica y diversa, que condensó el asalto al poder por los bolcheviques y las primeras transformaciones revolucionarias, la desviación estalinista y los sucesivos tambaleos y experimentos de las generaciones posteriores.
Esta experiencia defendió y llevó a muchos a sostener el divorcio entre socialismo y mercado, motivando no pocos debates sobre el papel de la ley del valor en la nueva sociedad, ¿cómo era posible que existiera el mercado en una economía donde no es predominante la propiedad privada?
La interpretación de que Marx y Engels abogaban por la eliminación de las relaciones monetario-mercantiles fue uno de los orígenes del debate. Pero la práctica de la construcción socialista distó de los planteamientos de «los clásicos» del marxismo: 1) no se inició en los países más desarrollados, 2) tampoco se dio en forma de «revolución mundial» y 3) el periodo de tránsito no fue — no ha sido — un periodo relativamente corto.
El debate entre economistas marxistas ha aceptado la necesidad de las relaciones monetario–mercantiles en los procesos de transición socialista. Dada la permanencia de la división social del trabajo y el aislamiento económico de los productores, durante la construcción socialista el producto del trabajo sigue teniendo forma mercantil con el despliegue de todas sus contradicciones.
Incluso en los sectores donde no existe propiedad privada, el trabajo no puede medirse de manera directa en unidades de tiempo ni en la cantidad de unidades producidas. La comparación entre sí de estos trabajos diferentes hace necesario acudir a un denominador común. Este factor común es el valor, que se expresa en el precio a través de las relaciones monetario–mercantiles.
La humanidad no conoce otro método para la medición del trabajo aportado en la producción que el que permite el intercambio. En una economía mercantil, a través del dinero y los precios, se señaliza el valor social del trabajo, permitiendo que las relaciones de producción, cambio, distribución y consumo se establezcan y coordinen sobre la base de criterios objetivos.
No obstante, la existencia del mercado no supone una garantía automática del funcionamiento de la ley del valor. Para que se cumpla, es preciso alcanzar la mayor correspondencia posible entre valores y precios.
Los mercados no se autorregulan. Una vez que opera una sociedad mercantil, es necesario garantizar un andamiaje regulatorio e institucional que explicite los sectores y actividades no sujetas a ella por interés social y, en el entorno mercantil, reduzca barreras de entrada, cuellos de botella, asimetrías de información y formaciones monopólicas u oligopólicas.
Por otro lado, la transición socialista ha tenido que compartir la edificación de la alternativa con la superación de un subdesarrollo dependiente. Es un imperativo crecer económicamente — con dinamismo — para generar recursos que permitan la recapitalización industrial y modernización de la infraestructura del país, la modificación de un patrón de acumulación subordinado en los marcos de la división internacional del trabajo y la generación de realizaciones sociales concretas en el corto plazo. Desarrollo no es sinónimo de crecimiento, pero sin crecimiento económico no hay desarrollo posible, ni construcción de alternativa.
Por último, la gran interconexión de los flujos comerciales y financieros trasnacionales producto de la globalización neoliberal, deja muy pocas opciones a un solo país para participar en la economía mundial «desconectado» de los mecanismos que impone el sistema capitalista.
En el caso de economías pequeñas, subdesarrolladas y con una gran dependencia externa, como es el caso de Cuba, las opciones son muy reducidas.
Al decir de Valdés Paz:
«Habrá que esperar de nuevo por las condiciones de una revolución mundial; mientras tanto, el mundo en el que nos insertamos es de reglas privadas, capitalistas, para la ganancia (…) abrirnos al mundo significa que nos caemos en un terreno donde rigen las reglas de otros. El socialismo cubano — en los términos de su consigna — para ser sostenible tiene que ser capaz de producir una economía viable en las condiciones de la economía mundial y ese es un desafío abierto».[1]
Ello no significa que se renuncie al objetivo de construir una alternativa a la lógica del capital, sino que la transición socialista «en un solo país» necesita sopesar en cada momento lo «necesario» y lo «posible», sin renunciar a la esencia del proyecto. El giro de Lenin al asumir la NEP ponderaba esta contradicción: «el paso directo a formas puramente socialistas, a la distribución puramente socialista, era superior a las fuerzas que teníamos y (…) si no estábamos en condiciones de replegarnos, para limitarnos a tareas más fáciles, nos amenazaría la bancarrota».[2]
Por tanto, la transición socialista requiere el reconocimiento de una economía mercantil, no solo en lo referente a ampliar la participación de formas de propiedad privada y cooperativa, sino en la dirección de que el sector estatal funcione también mediante mecanismos de mercado que permitan dar contenido a la ley del valor y el desarrollo de un andamiaje institucional estatal para la regulación económica de todas las formas de propiedad y gestión a través de esta ley.
No se trata de una economía mercantil capitalista, sino de una economía mercantil en los marcos de la transición socialista. La alternativa no se define por el mercado — este es solo la plataforma, «el terreno de juego» — , sino por el énfasis en el bienestar humano, el predominio de las formas de propiedad social sobre los medios de producción fundamentales y el desarrollo de la planificación.
No es el resultado de una evaluación «pragmática» del asunto o la asimilación acrítica de los postulados del mainstream convencional, sino de la necesidad de jerarquizar el trabajo, desarrollar las fuerzas productivas e insertarse en la economía mundial. Es el escenario «posible» para la construcción de una alternativa en las condiciones objetivas del siglo XXI, para un «solo país», subdesarrollado y pequeño.
Cuba: ¿ni mercado ni planificación?
El modelo cubano, heredero del soviético, adolece de un insuficiente y desvirtuado desarrollo de las relaciones monetario–mercantiles, escasa planificación y generalización de las formas de propiedad estatal.
Las empresas estatales realizan transacciones mercantiles, pero en ellas el dinero solo persigue fines de contabilidad y control. Opera como unidad de cuenta, pero no como medida de valor. Permite tener métricas, pero asociadas a criterios administrativos. Si las entidades estatales realizan actos de compra y venta pero, en última instancia, son las regulaciones administrativas las que determinan las decisiones empresariales; si las categorías mercantiles carecen de contenido, no es posible regular la producción social en base a la ley del valor.
No basta con que existan relaciones monetario–mercantiles, es preciso que sean reales y no formales, lo que significa que los precios expresen relaciones objetivas y las empresas tengan autonomía para interactuar entre ellas y con otros sectores, en base a estas señales de precios.
En este contexto, la planificación ha consistido, con frecuencia, en la administración agregada de todas las empresas de propiedad estatal, sobre la base de medidas escasas y confusas, sin tener en cuenta otras formas de propiedad y con una limitada proyección de mediano plazo.
Predominan los controles sobre las variables precio — mayoristas, minoristas, salarios, tipo de cambio, tasa de interés — , sobre las decisiones básicas de las empresas — proveedores, inversiones, exportaciones, créditos, precios, salarios — y una gestión muy administrativa de los desequilibrios macroeconómicos.
Por último, aunque se ha dado espacio al sector privado, la empresa estatal es predominante, incluso en sectores de bajo valor agregado, con dificultad calificables como medios de producción fundamentales. El problema no es que el sector privado sea pequeño, sino que la estatalización — en especial desde finales de los sesenta — fue superior a las posibilidades que ofrecía el desarrollo de nuestras fuerzas productivas.
La empresa estatal opera en un ambiente sumamente adverso. Por un lado, los precios no cumplen funciones de señalización y coordinación. Por otro, se acumulan dimensiones y niveles de descapitalización que no permiten su reproducción ampliada, no solo en términos económicos, sino simbólicos — la empresa estatal da la impresión de ser ineficiente «por definición» — .
Hay un elemento común a estas singularidades del modelo económico: la subvaloración de las relaciones monetario–mercantiles y la escasa capacidad que, en consecuencia, tiene el dinero para cumplir sus funciones, en especial la de medida de valor. Una economía mercantil, como la que es necesario edificar en la Cuba de inicios del siglo XXI, necesita de medidas del valor para dar al trabajo la centralidad que merece en un proceso de transición socialista.
Sin medidas del valor no es posible planificar sobre la base de criterios científicos, ni regular el mercado de forma coherente. Tampoco es posible hacer comparaciones objetivas de los niveles de productividad de la economía, identificar las empresas eficientes, evaluar con rigor la situación patrimonial del sector presupuestado y público en general. Sin medidas del valor no se puede dar cumplimiento a la distribución con arreglo al trabajo, a la vez que se pierde la noción de las metas a alcanzar para los salarios o el nivel óptimo de la cuantía y modalidades de los fondos sociales de consumo.
Sin medidas del valor se distorsiona el diseño y cumplimiento de las leyes; se vuelven formales los mecanismos de rendición de cuentas; se generan vacíos alrededor de los discursos, debates y consensos políticos; se fortalece la discrecionalidad administrativa; se trastocan los valores éticos, en función de patrones de subsistencia que surgen al margen de todo.
Se generan, en fin, «otras medidas» que no responden al valor y que, en su ausencia, son el caldo de cultivo para el ascenso «natural» y descontrolado de la lógica del capital en las prácticas y aspiraciones de la gente.
El funcionamiento de la ley del valor no va en contra de la transición socialista. Todo lo contrario, le es imprescindible.
Provocaciones para un debate inconcluso
Este rápido esbozo de ideas no deja de ser una simplificación de un debate amplio, complejo e inconcluso. Intenta, no obstante, advertir que no hay camino a una alternativa anticapitalista sin un análisis desde la economía política marxista. En ese espíritu, concluyo con un grupo de ideas derivadas, a modo de titulares y como provocación al debate:
a. En momentos en que se hacen evidentes las limitaciones y contradicciones del capitalismo — no solo del neoliberalismo — , el proyecto cubano debe persistir en el planteo de una alternativa a la lógica del capital — continuidad — , pero también a la herencia del fallido modelo soviético — ruptura — .
b. El ordenamiento monetario, el incremento salarial, la promoción de la inversión extranjera, la entrega de tierras en usufructo, la separación de funciones estatales y empresariales, son medidas necesarias, pero no suficientes.
Preciso es el reconocimiento de una economía mercantil: empresas estatales con autonomía real, promoción de cooperativas y otras formas de propiedad social, reconocimiento de empresas privadas; en un entorno de mercados regulados, moneda convertible y de calidad, flexibilización de las variables precio, modernización y sofisticación de las estrategias y herramientas de planificación.
c. Ni el Socialismo es Estado centralizador, ni el capitalismo es el único modo de producción que reconoce el mercado.
La planificación, la regulación del mercado y el establecimiento de instituciones que garanticen, a grandes rasgos, el funcionamiento de la ley del valor, permitirían tener más mercado y mejor Estado. Las discusiones Estado–mercado, plan–mercado, centralización–descentralización desvían la atención del debate esencial.
d. La contradicción propiedad social–propiedad privada expresa los verdaderos conflictos de la construcción socialista.
En este periodo, capitalismo y socialismo compiten entre sí, a nivel económico y simbólico. La irreversibilidad del socialismo no está garantizada; depende de este desenlace.
e. El reto del sector socialista es garantizar su reproducción ampliada y demostrar sus posibilidades frente al sector capitalista.
En condiciones de subdesarrollo — material, tecnológico, financiero y cultural — asumir con propiedad estatal la gestión de una parte desproporcionada de los recursos de la economía puede redundar en el demérito de este tipo socioeconómico. No ceder en lo táctico puede convertirse en un error estratégico.
Lo «posible» en las condiciones actuales es concentrar los mejores recursos y esfuerzos del Estado en la tarea trascendental de gestionar los medios de producción fundamentales. Dicha gestión no descansa únicamente en el control de recursos estratégicos, sino en el desarrollo de nuevas y superiores relaciones sociales de producción.
f. Redimensionar el sector estatal o dar espacio al sector privado, no necesariamente implica ceder a visiones neoliberales o renunciar a la construcción de una alternativa.
En tanto se preserve el control de los medios de producción fundamentales, así como herramientas eficientes para regular el funcionamiento y los límites de «lo mercantil», una reconfiguración de las múltiples formas de propiedad que conviven en la transición socialista puede servir para potenciar el crecimiento económico en el corto plazo y preparar condiciones técnicas, culturales y de infraestructura para lanzar el proceso hacia estadios superiores.
g. El sector capitalista será parte de la diversidad de tipos socioeconómicos por largo rato.
Es necesario dado el atraso de las fuerzas productivas y el sistema mundo en el que se inserta la economía cubana. En qué medida se podrá ir ampliando o reduciendo no depende de una decisión política, sino de un hecho objetivo: el incremento de productividad que generan las formas alternativas de propiedad, cuyos beneficios se miran en términos de realización económica, social y cultural.
h. La convivencia con el sector capitalista implica que:
1) la discusión no es limitar al sector privado, sino promover las formas de propiedad social, 2) se debe diferenciar el sector capitalista de la pequeña producción mercantil — a este último sector hay que ganarlo — , y 3) se precisa mitigar las inevitables contradicciones con el sector capitalista: sumar y no restar; regular, promover y conciliar, más que limitar, prohibir o sancionar.
i. La ventaja de partida del sector socialista es que tiene el poder político y, por tanto, la posibilidad de utilizar la regulación consciente de la sociedad para:
1) gestionar desequilibrios de corto plazo — donde las herramientas macroeconómicas convencionales pueden ser muy útiles — , 2) regular el funcionamiento de los mercados — dictar y hacer cumplir las «reglas de juego» — , 3) planificar el desarrollo — superar el subdesarrollo — y, 4) planificar la transición — promover e impulsar todas las formas y fórmulas de propiedad social, comunal, comunitaria — .
j. Planificar no es administrar crisis o corregir problemas aislados, por complejos que sean.
Como mismo la propiedad estatal no es de manera automática propiedad social, la declaración de un Estado planificador no da garantías de que se planifique en forma eficiente y que, con ello, se realice la propiedad social. La planificación no debe diseñarse e implementarse a espaldas de la ley del valor, sino a partir de ella, teniendo en cuenta todos los sectores y tipos de propiedad.
k. La reproducción ampliada del socialismo no se da solo en términos económicos.
El «hombre nuevo» no es utopía; está aquí, en los «valientes» que salvan vidas y aplaudimos a diario, en todos los que entre miles de adversidades no renuncian a una Cuba y un mundo mejor. Pero hay que ir más allá.
La propiedad estatal no será social únicamente por su beneficio económico, ni por el efecto de la propaganda o la educación — por más sofisticadas que sean — , sino por la politización de nuestro día a día, también como alternativa a la lógica del capital. La construcción de hegemonía en el campo cultural no tiene otro camino que la participación política activa en la vida económica y social del país, a través de formas renovadas de hacer política para y desde el siglo XXI.
l. Lo que debería diferenciarnos de otros proyectos socialistas y de toda izquierda utópica es el carácter científico de la crítica de la economía política.
Para Marx la ciencia era una herramienta para la transformación social. La experiencia práctica ha demostrado que la ausencia de sólidas bases teóricas es el caldo de cultivo para el voluntarismo económico, el pragmatismo facilista y la vulgarización.
La transformación social, por tanto, requiere: 1) claridad teórica sobre el proyecto de construcción socialista — qué queremos transformar y cómo — , 2) intelectuales nucleados, escuchados y preparados para hacer las preguntas correctas, y 3) una ciencia económica que, sin renunciar al rigor, sea popular — ceda al control popular — , como mismo pasa hoy con la meteorología y la epidemiología.
De momento, los científicos sociales no podemos detener la búsqueda. Hay muchas cosas dichas, pero hay mucho más que estudiar, de todo y de todos. Más vale que lo hagamos sin renunciar a tener a Marx como cabecera.
NO HAY TIEMPO PARA UN LIDERAZGO TÍMIDO: EL REINICIO SEGURO DEL TURISMO ES POSIBLE
ALL REGIONS OMT
18 AGO 20
El costo de las restricciones a los viajes introducidas en respuesta a la pandemia de COVID-19 está a la vista de todos.
Entre enero y mayo, la caída repentina y rápida de las llegadas de turistas costó, según estimaciones, 320.000 millones de dólares. Es una cifra que triplica a la del impacto en nuestro sector de la Gran Recesión de 2007-2009, y eso solo para los cinco primeros meses del año.
La reapertura de las fronteras al turismo ha sido recibida con alivio por millones de personas que dependen de nuestro sector. Pero no es suficiente, especialmente a la luz de los anuncios y medidas recientes que parecen alejarse cada vez más de esa coordinación internacional que la OMT lleva pidiendo desde que eclosionó la pandemia.
En estos tiempos inciertos, los ciudadanos de todo el mundo necesitan mensajes firmes, claros y coherentes. Lo que no necesitan son movimientos políticos que olviden el hecho de que solo unidos podremos ser más fuertes y superar los retos que afrontamos.
Aquellos que ocupan puestos de liderazgo e influencia han reconocido la importancia del turismo para el empleo, la economía y el restablecimiento de la confianza. Es solo el primer paso. Ahora, deben hacer todo lo posible por lograr que la gente viaje de nuevo, siguiendo y aplicando todos los protocolos que forman parte de la nueva realidad.
Como ha dicho la OMT desde el inicio de la crisis, los Gobiernos tienen el deber de anteponer la salud de sus ciudadanos. Sin embargo, tienen también la responsabilidad de proteger la actividad empresarial y el empleo. Durante demasiado tiempo, y en demasiados lugares, la balanza se ha decantado claramente por lo primero. Y ahora estamos pagando el precio.
No tiene que ser así. Como sector, el turismo tiene una larga trayectoria demostrando su capacidad de adaptarse y hacer frente a los retos.
En las últimas semanas, el turismo mundial ha liderado el camino para encontrar y aplicar soluciones que nos ayuden a adaptarnos a la nueva realidad mientras esperamos una vacuna que aún podría tardar muchos meses en llegar. La realización de pruebas rápidas y rigurosas en puertos y aeropuertos, y las aplicaciones de detección y rastreo tienen potencial para impulsar el reinicio seguro del turismo, partiendo de la curva de aprendizaje de las personas y las sociedades durante estos difíciles meses pasados.
Son soluciones que han de incorporarse plenamente, y no solo explorarse con cautela. Un retraso sería una catástrofe y pondría en riesgo todo el progreso alcanzado para convertir el turismo en verdadero pilar del desarrollo sostenible e inclusivo.
Además, serán los miembros más vulnerables de nuestras sociedades los que se verán más duramente golpeados, mientras que los más protegidos de las consecuencias económicas y sociales de la parálisis turística instan a una continua cautela.
Las medidas unilaterales y cortoplacistas tendrán consecuencias devastadoras a largo plazo. En todas partes, la ciudadanía ha aprendido ya a conducirse de manera responsable. Las empresas y los servicios han instaurado protocolos y han adaptado sus actividades. Ahora, es el momento de tomar las decisiones políticas necesarias a fin de cerrar las brechas para que podamos avanzar todos juntos.
Secretario General de la OMT
Zurab Pololikashvili
Una cuestión de modelos
Director del Observatorio de la Política China
Como argumento para justificar su irritación con China, desde EEUU se ha reiterado, entre otros, su enorme decepción con el nulo interés oriental en hacer evolucionar su modelo hacia una homologación con el liberal occidental. Lo cierto es que, desde hace tiempo, Beijing ha insistido hasta la saciedad en su rechazo a imitar o copiar modelos ajenos, incluso en su día el soviético, para explorar un marco propio de desarrollo que pudiera dar respuesta a su problemática específica. Cabe reconocer también que esta actitud, China la ha combinado con el diálogo, atención y seguimiento de experiencias ajenas en las que siempre buscó aquellos aspectos que pudieran ser de utilidad para alcanzar sus grandes objetivos. Puede decirse que tan dúctil ha sido en esto en los últimos 30 años como nosotros dogmáticos en los últimos 30 en la defensa de la invencibilidad del modelo liberal.
Uno de los focos de crítica que más atención merece es la obsesión por mantener un sector público fuerte, sólidamente anclado en los principales ámbitos estratégicos, renunciando a programas de privatización masiva incluso en los momentos de mayor complejidad y reestructuración como en los años 90, cuando muchos países del Este europeo se abonaron a las terapias de shock. Y se ha criticado también hasta la saciedad el estado de ese sector público: anquilosado, deficitario, obsoleto, clientelar, etc. Sin duda sus defectos deben ser muchos. En esas circunstancias, lo más ventajoso, en términos de competencia, para las economías desarrolladas de Occidente hubiera sido sería no preocuparse tanto e incluso instar su ampliación y no su reducción. De ser ciertas las críticas, pesando más los defectos que las virtudes, acabarían por hundir la economía china. Y habríamos “ganado”. Cuando exigimos con tanto énfasis su desmantelamiento, paradójicamente, parecemos reconocer por el contrario que en él reside una de las fortalezas de su modelo económico. La verdad es que eso es lo que ha demostrado la economía china: disponer de un sector público fuerte, jugar con las diversas formas de propiedad, equilibrar la planificación y el mercado, etc., le han permitido incluso lo que parecía imposible hace pocos años: estar a la vanguardia en la innovación tecnológica al punto de destronar a EEUU. Por tanto, si con él ha tenido éxito, es difícil convencer a China para que cambie de modelo, al menos abruptamente. Y de buenas a primeras, no tiene mucha justificación.
También reivindicamos para Europa un modelo propio que desarrolle nuestro Estado de bienestar. El balance de la erosión que ha sufrido en las últimas décadas no es positivo, al menos para la inmensa mayoría de la población. La homologación en tantos aspectos con el modelo estadounidense, por ejemplo, ha contribuido a desgarrar la identidad europea. No nos ha ido bien. Se podría decir que el ultraliberalismo es uno de los mayores enemigos del proyecto europeo, al menos en su aval social. Por tanto, lo que cabría plantear es una hoja de ruta para reforzar la singularidad continental, incluida la reivindicación de esa “autonomía estratégica”, también en lo económico, que supone contar con una voz propia en el concierto global. Debiéramos prepararnos para eso. Y nos ayudaría posiblemente mucho para contener los extremismos de diverso signo que ahora amenazan la estabilidad continental.
Que Europa o China dispongan de sus propios modelos de desarrollo, con singularidades específicas, no tiene por qué implicar que uno se tenga que imponer al otro. Pueden coexistir, naturalmente con diferencias y conflictos que deben sustanciarse a través de la negociación. Lo que no cabe es la imposición. Se argumenta que China quiere imponer su modelo, pero dicha afirmación carece de fundamento. Incluso cuando se da la paradoja de que sus empresas públicas adquieren las nuestras privatizadas. Obedece a la lógica del mercado y no a otras premisas. Es verdad que el ejemplo chino podría servir como modelo exitoso para otros países en vías de desarrollo que se enfrentan a los mismos problemas que China debió encarar décadas atrás. Pero ello debe resultar de una decisión soberana. Por el contrario, quien sí ha querido y quiere imponerlo es Occidente con sus planes de ajuste, por ejemplo, a economías en dificultades o por la vía de las sanciones. El modelo chino no es extrapolable. Como en otros modelos, puede haber en él cuestiones de interés para terceros pero en su conjunto es producto de una evolución genuina y como tal debe observarse.
La longevidad de los modelos que se pretenden únicos es efímera. Debiéramos considerar el derecho de cada país a definir su propio modelo de desarrollo como expresión de esa multipolaridad que debe suceder a la unipolaridad actual. El futuro está en la diversidad, también en cuanto a los modelos de desarrollo, siempre en evolución constante y sin miedo a las hibridaciones.