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miércoles, 26 de mayo de 2021

Libro "El CHE MINISTRO. TESTIMONIO DE UN COLABORADOR " 2ª Edición ( CapituIo II)

 Por Tirso.W.Saenz

 MI INCORPORACIÓN A LA REVOLUCIÓN CUBANA

 

Este capítulo presenta, de manera sucinta, la dimensión y complejidad de la trayectoria que recorrí, mi origen y formación, los motivos que me llevaron a permanecer en el país y los primeros pasos dados junto al esfuerzo revolucionario que se realizaba. Eso permitirá al lector conocer tanto los antecedentes como al proceso que llevó a mi incorporación al equipo de colaboradores más próximos del ministro Che Guevara. Considero importante esta referencia personal para, desde el inicio, dejar clara y la perspectiva de quien está ofreciendo este testimonio, con qué mirada el autor vio, presenció y vivió los hechos relatados y con qué visión del mundo los analiza.


Ø  Mi origen y formación

Yo nací y me crié en un ambiente muy humilde, pero de mucho calor humano, cariño y sensibilidad, en el que me inculcaron la buena conducta, la cortesía, la modestia. Mi padre, percusionista de una orquesta; mi madre, ama de casa, ex-profesora de escuela y de piano.

Durante toda mi infancia y juventud, viví en barrios muy humildes: La Habana Vieja y Párraga, éste último en las afueras de la capital.

Casi toda mi familia, sobre todo por parte de mi padre, estaba formada por músicos. Mi padre era baterista y administrador de la orquesta Havana Casino. Él insistió en que yo tenía que estudiar para “ser algo en la vida”: médico, ingeniero o abogado, pero nunca músico, como era la tradición familiar. Según él, la vida del músico era muy inestable, insegura y condenada a la pobreza. Por tanto, me prohibió rotundamente estudiar música.

Siguiendo esos criterios, en 1939, me inscribió, con grandes sacrificios, en un buen colegio: la Academia De La Salle[1], donde cursé la primaria con muy buen aprovechamiento. Después fui para el Colegio de La Salle en el  Vedado[2] para cursar el bachillerato, graduándome, en 1950, como Alumno Eminente[3]. El nivel docente y de disciplina de los colegios De La Salle era elevado; de ellos recibí una gran influencia que asimilé. Por tanto, tuve una buena formación básica que me ayudó mucho en los estudios universitarios y posteriormente en toda mi vida.

Estudié rodeado de compañeros con un nivel de vida muy superior al mío. Por otra parte, conocía y disfrutaba el ambiente de la calle, de los bailes de la gente humilde, de los juegos de beisbol en el barrio, de la jerga popular. Sabía cómo comportarme en los dos ambientes, aunque me sentía más a gusto en el ambiente humilde. En el medio musical en el que me crié, conocí tanto la música llamada (o mal llamada) culta, como la popular; disfrutaba de una bella sinfonía como de un sabroso “guaguancó”[4]. También apreciaba la buena literatura y el cine. Aprendí a bailar – y bien – a los 9 años; jugaba bastante bien al beisbol con los muchachos del barrio y con mis compañeros de colegio  y seguía con gran interés, día a día, los campeonatos de ese deporte, tanto en Cuba como en los Estados Unidos. Aprendí a decir y disfrutar de las peores malas palabras.

Cuando estaba en 4to año de Bachillerato, en 1948, mi padre quedó sin trabajo como músico, por lo que  tuve que trabajar de noche como operador de efectos de estudio en las novelas que transmitía la estación de radio CMZ, perteneciente al Ministerio de Educación. Esto lo hice sin abandonar los estudios  pues mi padre jamás lo permitiría. Esa emisora transmitía música clásica y algunos programas dramatizados. Fue una gran aventura, pues yo no conocía nada de ese tipo de trabajo, pero la necesidad de que entrara el único ingreso en la casa y con la ayuda de los artistas, quienes conocían mi precaria situación, aprendí rápidamente sobre la marcha. Poco tiempo después, la nómina de la CMZ fue robada descaradamente durante el gobierno de Carlos Prío Socarrás – cosas típicas de la época – y ahí terminó mi experiencia radiofónica.

Debido a mis buenos resultados académicos y a las múltiples actividades adicionales que yo realizaba gané una beca para estudiar en el Rensselaer Polytechnic lnstitute (RPI)[5], una de las instituciones más prestigiosa de los Estados Unidos en el área de la ingeniería. Esta era la única beca que se otorgaba en Cuba para estudiar en ese centro. Me había hecho algunos propósitos en la vida y me esforcé para cumplirlos, como obtener la beca. Mi siguiente objetivo fue ser ingeniero y, como decía mi padre, “ser alguien en la vida”.

Una vez más, viví momentos relativamente difíciles desde el punto de vista económico. La beca sólo cubría la matrícula; lo restante: libros, albergue, alimentación, ropa, etc. corría por mi cuenta. Aprendí, por necesidad, a arriesgarme ante lo desconocido. Estaba solo, por primera vez fuera de mi casa. Todo dependía de mí. Cuando podía,  mi padre me enviaba algún dinero para sobrevivir. Creo que fui el más pobre de los alumnos de la institución. Así que, además de estudiar duro, tuve que trabajar en diversas cosas en mis horarios libres: lavar platos limpiar pisos, ser acomodador en el teatro de la universidad, organizar y clasificar libros en la biblioteca y, lo que me daba más gusto, cantar en iglesias y bares[6], además de cantar en las fiestas de la fraternidad latinoamericana a la que pertenecía y en el excelente coro del RPI.

Mantuve muy buenas relaciones de amistad, particularmente con cubanos y latinoamericanos, todos ellos de posición económica acomodada; también aprendí a divertirme con poco dinero. Se volvía a repetir la situación de los años anteriores en Cuba.  En 1954, me gradué como Ingeniero Químico. ¡Al fin, un sueño cumplido! 

En los Estados Unidos, antes de graduarme, fui contratado por la empresa  transnacional norteamericana Procter&Gamble para trabajar en su filial en Cuba llamada Sabatés S.A. productora principalmente de jabones, detergentes, y otros productos cosméticos y alimenticios. Ahí trabajé, a partir de 1954, como Jefe, primero de Investigaciones de Productos y después como Supervisor en esa misma área. Mi ascenso en la compañía fue muy rápido. Mi trabajo era muy interesante y presentaba grandes retos técnicos: estudiar los productos de la competencia, mejorar las tecnologías de los productos de la empresa y desarrollar nuevos productos. Muchas veces se presentaban problemas, en relación con la competencia, que tenían que ser resueltos con gran brevedad. Aprendí a enfrentar esos retos con toda serenidad. Eso me serviría mucho después en la vida.

Sobre mi formación, debo decir que recibí una influencia importante de la religión católica en mis años de enseñanza primaria y secundaria. Fui un católico practicante, aunque la actividad en la Juventud Católica me apasionó principalmente por su contenido social y, sobre todo, por sus insistentes y fuertes declaraciones de denuncia sobre las lacras de los gobiernos de turno. Las discrepancias internas que presencié dentro del sector religioso me decepcionaron mucho y, gradualmente, me fui apartando del catolicismo.

Me interesaba lo que sucedía en el mundo. Cuando niño había seguido paso a paso lo que salía en la prensa sobre la Segunda Guerra Mundial. También seguía lo que ocurría en la política nacional. Viví de cerca la actividad sindical, acompañando a mi padre a reuniones y hasta protestas abiertas por reivindicaciones laborales, pero mi comprensión de la dimensión política de todas esas cuestiones era muy superficial y distorsionada. En aquellos momentos, lo que yo consideraba era la solución de algunos problemas sociales en Cuba era al estilo de los filmes norteamericanos.

Me sentía anticomunista, sin saber bien por qué,  por tantas veces que me habían dicho en la escuela, leído en la prensa, en el cine, en todas partes, que el comunismo era un demonio y que el futuro estaba en alcanzar la vida al estilo del vecino del Norte: el American way of life.

La política era interesante para verla desde fuera. Era para los políticos. Mi interés, después de regresar de los Estados Unidos, estaba centrado en mi familia y en mi trabajo en la empresa donde mi futuro profesional y económico se mostraba promisorio.

Aunque me repugnaban los crímenes de la tiranía batistiana y simpatizaba con el movimiento que, en la Sierra Maestra, encabezaba Fidel Castro, yo vivía tranquilamente, al margen de los acontecimientos revolucionarios. Acostumbraba a decir que yo era solamente ‘ojalatero”: “Ojalá que se caiga Batista, ojalá que triunfe Fidel”, pero nada más. Me sentía un ingeniero, no un “político” y mi interés en aquellos momentos era vivir tranquilamente junto a mi familia y continuar desenvolviendo mis actividades profesionales.

Tenía un buen trabajo en una poderosa compañía norteamericana, con un buen salario y amplias perspectivas de desarrollo. Tenía una buena esposa y, al triunfo de la Revolución, ya tenía una hija. Todo parecía indicar que mi futuro personal, económico y profesional estaba asegurado. Estaba alcanzando lo que mi padre soñara para mí.

¡Y ahí, triunfa la Revolución!

Ø  La Revolución

Cuba, al triunfo de la Revolución, era un hervidero. Para mí, como para muchos otros, fueron momentos de grandes y rápidas transformaciones sociales y de cambios en nuestras vidas y responsabilidades. Este joven de 27 años, que se crió y vivió en condiciones muy humildes; que departió, simultáneamente, con personas del barrio y con compañeros de clases media y alta; que vivió las actividades sindicales de su padre; que fue católico practicante y dirigente activo de la Juventud Católica; que se formó en una universidad norteamericana y conoció de cerca el american way of life; que tuvo una rápida ascensión en una gran transnacional americana; que recibió ofertas importantes para emigrar a los Estados Unidos; que se consideraba anticomunista, sin saber muy bien lo que era eso; y que nunca había trabajado para el Gobierno, tendría que cambiar radicalmente su forma de vivir y de pensar.

Mis percepciones sobre todo lo que vendría después de la Revolución estarían fuertemente influenciadas por la formación tan compleja y tan contradictoria que presenté anteriormente. La adaptación y, principalmente, la asimilación de los cambios radicales de una Revolución no fueron fáciles.


Ø  Una decisión trascendental

En agosto de 1960 fueron nacionalizadas las grandes empresas pertenecientes a monopolios norteamericanos y que eran motivo de repudio popular las empresas de electricidad y telefónica, las petroleras, las del grupo de la United Fruit Co., entre otras. En octubre de 1960, mi empresa fue nacionalizada, junto con otros cientos de ellas. Coincidentemente, en esa fecha, yo caí enfermo con varicela, y debido a ello, muchos pensaron, al ver mi ausencia al trabajo, que me había marchado a los Estados Unidos, al igual que tantos otros dirigentes de la empresa. Fui visitado en mi casa  por José Manuel Viana, quien había sido Vicepresidente de Publicidad[7] y que en esos momentos era Presidente de la compañía. Él me contó que estaba saliendo para los Estados Unidos y que allá me esperaban para seguir trabajando en la Procter & Gamble. Me ofrecían un alto puesto. Realmente, la oferta me interesó. Estaba dentro de lo que yo me había trazado como el camino futuro de mi vida.

Durante mi enfermedad, Fidel hizo una intervención por la televisión anunciando que quienes abandonaran el  país no podrían regresar más a él. Eso me preocupó mucho, no me gustaba la idea de desarraigarme de mi tierra, de mi gente. Aun así seguí con la idea de aceptar la oferta que se me había hecho.

La recuperación de mi enfermedad demoró cerca de tres semanas. En mi primer día de alta médica fui a la Embajada de los Estados Unidos. Había recibido una tarjeta  de Mr. Garber la  cual me permitía entrar a ella por la puerta principal, sin tener que integrarme a las largas colas que se hacían en aquellos momentos para solicitar visas. Además,  me entregó una carta para el consulado norteamericano, explicando el cargo que yo ocupaba en la compañía y solicitando, se me otorgara una visa de entrada a los EE.UU. Con esa carta yo no tendría ningún problema.

El día que visité la Embajada, era el aniversario de la muerte de Camilo Cienfuegos. Numerosas personas, entre ellas muchos escolares de uniforme, se dirigían hacia el  Malecón habanero a arrojar al mar las tradicionales flores. Cuando iba entrando, me parecía sentir que millares de ojos me miraban con reproche y yo, como queriendo esconderme de ellos. Comencé a sentir vergüenza de lo que estaba haciendo, pero seguí adelante.

Cuando entré en la Embajada, el  local estaba repleto de personas. Al  poco rato de estar allá, llegó, Mr. Bonsal, el Embajador norteamericano. La gran mayoría de los cubanos que allí estaban se puso de pie y se aglomeraron alrededor de él para aplaudirlo. Eso me resultó chocante, pues no entendía por qué había que rendirle pleitesía a una persona que ni siquiera se dignaba a mirar a los que, a su alrededor lo aplaudían

Tuve que esperar varias horas para que me llegara el turno para la entrevista con uno de los vicecónsules. Este personaje era el  típico americano arrogante que mostraba un evidente desprecio por las personas a quien estaba entrevistando. En primer lugar, me preguntó, en un tono altanero, que ya comenzó a molestarme, por qué yo quería una visa. Le expliqué que trabajaba en la Procter & Gamble y que estaba convidado para trabajar allá. Me preguntó — en un tono aún más altanero - si yo era graduado universitario. Le dije que sí, que me había graduado de ingeniero químico en los Estados Unidos. Me dijo que tenía que probarlo. Le mostré mi anillo de graduación. Me respondió que eso no era suficiente. Le dije, ya bastante molesto, que yo era un hombre serio, que le daba mi palabra. Volvió a decirme que si no le entregaba pruebas no me podía entregar la visa.

Yo tenía en mi bolsillo la carta de Mr. Garber, la que resolvería el  problema de la visa, pero en esos momentos, la arrogancia de ese personaje, había hecho que mi paciencia llegase a su límite. Por otra parte, me acordé de las palabras de Fidel y de lo que significaba abandonar mi Patria, mi sol, mi cielo, mi gente. Eso pasó en breves instantes por mi mente Lo mandé a la mierda, me levanté y me fui.

¡Moría en aquel instante definitivamente la idea de abandonar el país!

Cuando iba de regreso para mi casa, comencé a darme cuenta de algo que yo había oído, pera a lo que no le había dado importancia: el  estímulo de los norteamericanos a la fuga de cerebros. Era la época en que el  temor de  comunismo ahuyentaba a miles de cubanos, en que miles de niños eran enviados por sus padres a los Estados Unidos. Ese movimiento, orquestado  por la CIA se conoció como Operación Peter Pan.

Mi esposa estaba ansiosa esperándome en la casa para saber qué había sucedido. A ella, en realidad, no le gustaba nada mi idea de abandonar el país, pero supeditaba su criterio al  mío. Le dije:

-     Nos quedamos. ¡Vamos a ver que es lo que pasa!

 

Ø  Mis primeros pasos dentro de la Revolución.

Cuando, al día siguiente, me incorporé al trabajo en mi empresa, ahora nacionalizada, no sabía que me pasaría. No tenía idea de quienes serían mis nuevos jefes y su actitud hacia una persona sin antecedentes revolucionarios. Por supuesto, los altos jefes de la compañía se habían marchado al  extranjero, así como muchos de los que ocupaban cargos técnicos de responsabilidad.

Me recibió el interventor, Oscar González Tapia, un hombre joven muy agradable, quien, por supuesto, no sabía nada del  negocio de la empresa. Fue muy amable conmigo. Me preguntó, por supuesto, si yo pensaba en quedarme, a lo que respondí afirmativamente. Enseguida me asignó varias responsabilidades adicionales a las que yo normalmente desempeñaba, pues era necesario suplir la ausencia de buena parte del personal calificado que había salido del país.

Desde esos mismos momentos, las nuevas condiciones de trabajo me fueron mostrando los nuevos desafíos que le presentaban a la Revolución Cubana el bloqueo que ya comenzaba a aparecer impuesto criminalmente por el gobierno de los EE.UU., las acciones internacionales y nacionales y la nueva visión del mundo que con que se proponía conducir el país. La vivencia diaria de ese proceso fue, en verdad, el impulso para la formación de mi nueva mentalidad, creando oportunidades de reflexión sobre las cuestiones políticas y sociales y trayéndome nuevos criterios que transformaron profundamente mi modo de vivir y de pensar.

Uno de los mayores desafíos se hizo evidente de inmediato. Oscar me pidió ayudarlo a enfrentar los problemas de falta de materias primas que ya se comenzaban a sentir debido al bloqueo, aunque oficialmente este hubiera comenzado en 1961[8]. Las reservas que existían de materia prima en la empresa eran muy bajas y ya no se podría importar nada de los Estados Unidos. Las negociaciones con la URSS y el resto de  campo socialista recién comenzaban y había que buscar fórmulas para mantener la producción. El pueblo necesitaba jabones, detergentes, pasta de dientes y otros de los productos alimenticios que la empresa producía. Estos son productos básicos que no deben faltar en ningún hogar, Teníamos que desarrollar nuestra inventiva para garantizar el suministro de esos bienes. Se esperaba que con mis conocimientos y experiencia, yo contribuyese para la solución de esos problemas.

Por primera vez tuve la conciencia de un hecho que sería de importancia  fundamental para mis reflexiones y posicionamiento personal: ya no estaba al servicio de los intereses de la Procter & Gamble, sino al servicio de los intereses de pueblo de Cuba. Eso daba una nueva y diferente dimensión a mi trabajo.

Desde el punto de vista técnico comencé a hacer todo la posible por desarrollar fórmulas y encontrar soluciones que permitiesen producir. Por supuesto, muchas soluciones afectaban inevitablemente la calidad de los productos. La cuestión era, en aquellos momentos, o producir bienes de primera necesidad de inferior calidad, con las materias primas que se podían conseguir o no producirlos. Evidentemente, nos decidimos por la primera alternativa. Este enfoque resolvió muchos problemas inmediatos pero tuvo, a mediano plazo, consecuencias negativas, debido a la pérdida consecuente de la cultura de la calidad. Mientras tanto, no existía otra alternativa en aquellos momentos.

Si antes de la intervención yo acostumbraba a llegar temprano a mi casa, ahora comenzaban las largas noches de trabajo con sus madrugadas, rompiéndonos la cabeza en la búsqueda de soluciones, muchas veces incalculables. El trabajo era intenso y agotador, pero significaba un reto técnico al cual nunca me había enfrentado. Al mismo tiempo, me sentía con toda la libertad y responsabilidad para tomar todas las decisiones técnicas que considerare necesarias. Poco a poco me daba cuenta de que mi trabajo técnico tomaba, por primera vez en mi vida, un significado político. Comprendí que en estas nuevas condiciones de mi país, la técnica y la política estaban estrechamente vinculadas.

La adaptación a esta nueva situación le costó trabajo a mi esposa, Ya no llegaba a casa temprano, como acostumbraba; muchas veces a altas horas de la noche. Ella, sin embargo, se dio cuenta de la importancia de mi trabajo actual.

Yo no era el único. Una revolución comenzaba a llegar a todos los centros de trabajo del país y masivamente y de manera entusiasta se incorporaban a ella miles y miles de hombres y mujeres. Comenzaba una bella y diferente etapa, donde nuevos valores políticos, sociales y humanos se incorporaban a un intenso y complejo quehacer.

Sin embargo, a pesar de ir captando intuitivamente el significado político de mi trabajo, desde el punto de vista teórico e ideológico yo no entendía mucho de los fundamentos de todo el proceso por el cual atravesaba el país. Aunque todavía no se había declarado el carácter socialista de la Revolución, se comenzaba a hablar cada vez más de marxismo-leninismo y de eso yo no tenía la menor idea, salvo lo que me habían enseñado en la escuela, en la Juventud Católica y lo que leía en la prensa de aquella época: que el comunismo era malo, funesto, contrario a la moral, al sentido humano y a la llamada democracia representativa. Por otra parte, si lo que yo estaba viendo y viviendo era realmente comunismo, no se parecía en nada a las cosas terribles que me habían enseñado. ¡Tremenda confusión!

Para intentar entender algo, compré el  Manifiesto Comunista y las encíclicas papales Rerum Novarum y Divinis Redemptori que trataban sobre los problemas obreros. Después de leer estos libros, me sentí aún más confundido. Tampoco tenía a nadie cerca de mí que me explicara con claridad estas cuestiones. Decidí entonces que la vida práctica me daría respuestas más esclarecedoras.

Por tanto, mi incorporación al proceso revolucionario no comenzó por la vía  de una comprensión teórica, sino por los caminos de un sentido ético y de una incorporación práctica, decidida y entusiasta a un trabajo creador y colectivo; sentir que estaba siendo útil a un pueblo, no a la Procter & Gamble; ver gente honesta luchando a mi lado y compartiendo las mismas dificultades; conocer de cerca a muchos revolucionarios combatientes, entre ellos muchos comunistas, todos ellos con una vida de coraje y sacrificios y que eran magníficas personas; conocer dirigentes que no eran los clásicos políticos que venían a “pegarse al  jamón” como se decía en la época de la República mediatizada, sino a personas dignas dispuestas a entregarse con todo ardor al trabajo de la Revolución. Todo eso fue consolidando mi conciencia revolucionaria. Comenzaba a conocer un mundo diferente lleno de satisfacciones morales más valiosas que las recompensas materiales que había recibido en los cargos que ocupé anteriormente..

Mi trabajo fue tan intenso y evidentemente exitoso, que fui nombrado, dentro de entonces Consolidado Químico, Jefe Técnico del área de Jabonería y Perfumería, o sea, todas las empresas de ese giro que operaban en Cuba.

Ø  EI primer gran salto para el trabajo con el Che

Durante esta etapa de Jefe Técnico, se inició una relación de trabajo, de respeto mutuo y de amistad con Mario Zorrilla, Director del Consolidado Químico. A él le debí sentirme cada vez más “cómodo” entre todos aquellos que habían tenido una participación en las luchas revolucionarias — él entre ellos -, pues en un inicio yo me sentía cohibido por no haber hecho nada, salvo comprar dos o tres bonos de 26 de Julio a José Llanusa[9], quien era cajero en la empresa. Mario me ofreció confianza y me estimuló mucho por mi trabajo. Nunca me quiso “catequizar” para la causa comunista.

En febrero de 1961, tres meses después de estar ocupando mi nueva cargo, Mario me citó una tarde a su despacho con otros dos compañeros: el lng. Miguel Urrutia, quien procedía de la antigua Goodrich y era el  Jefe Técnico de la industria de Gomas y Neumáticos, cargo de nivel similar al mío y al Ing. Nils Díaz, quien se desempeñaba en el propio Consolidado de la Industria Química. El entonces Departamento de Industrialización del Instituto de Reforma Agraria (INRA), dirigido por el Che y que fue el antecedente del posterior Ministerio de industrias, había solicitado un técnico revolucionario, bien formado, para hacerse cargo de la Vicedirección de Refinación del entonces Instituto Cubano del Petróleo (ICP). Su tarea principal seria, no sólo atender esa estratégica industria de grandes complejidades tecnológicas, que ya sentía con gran rigor los efectos del bloqueo norteamericano, sino además trabajar políticamente junto al personal técnico de las refinerías, el cual estaba abandonando masivamente el país. Más del 70% de los ingenieros más calificados de esa industria habían abandonado Cuba. Se arreciaba la promoción de la fuga de cerebros. Una de las tres personas seleccionadas por Zorrilla sería escogida para la espinosa tarea.

Yo me sentí muy honrado y estimulado por estar incluido por Mario Zorrilla en ese grupo Eso demostraba que debido a mi dedicación y a los resultados de mi trabajo, ya me consideraban un ingeniero “revolucionario”, ya me juzgaban capaz de ocupar un alto cargo de responsabilidad técnica y política. Hacia sólo cuatro meses que había estado en la Embajada de los Estados Unidos para solicitar mi visa. Tampoco entendía bien el Manifiesto Comunista ni las encíclicas papales. Por otra parte, el desafío que se presentaba era de enormes proporciones: aunque yo era un buen especialista en jabones y detergentes, sólo tenía un vago recuerdo del proceso de refinación de petróleo de mis estudios de ingeniería.

Del despacho de Zorrilla fuimos a ver al Teniente Orlando Borrego, segundo al mando del Che en el Departamento de Industrialización. Borrego, con su habitual carácter seco, fue preguntándonos que hacíamos. Nils Díaz, quien después abandonaría el país, fue eliminado inmediatamente, pues su hermano trabajaba en una de las refinerías. Quedamos Urrutia y yo. Lo interesante resultó que la importancia estratégica de los neumáticos y artículos de goma – sobre todo para el transporte – indicaba que él no debería ser dislocado del puesto que ocupaba en esa industria. Acabé siendo promovido a Vicedirector de Refinación de ICP por estar ejerciendo un cargo menos importante que el de Urrutia. Era una nueva lógica cargada de una gran racionalidad.

De la reunión con Borrego, salí muy estimulado por la responsabilidad que se me daba, pero, al mismo tiempo, altamente preocupado pues se contaba conmigo como un “técnico revolucionario” cuando hacía apenas cuatro meses que yo había considerado la hipótesis de salir del país. Sólo mi esposa sabía de esto Por tanto, esa noche conversé con Zorrilla, para explicarle esa situación que él no conocía; también le dije que yo no sabía si yo alguna vez, por mi propia formación, seria comunista. Zorrilla me escuchó con mucha calma, me dijo que él confiaba en mí y en mi honestidad y que no me preocupara por esa cuestión. De todas formas yo le pedí, dado lo estratégica que era mi posición, que me gestionara una entrevista con el Che, la cual fue relatada en las primeras páginas de este libro. Fue esa entrevista la que hizo  que mis dudas e inquietudes se disiparan definitivamente, marcando también el inicio de una nueva relación.


 



[1] En los terrenos donde estuvo primero, en los años 50, la llamada Compañía de Electricidad y hoy el Ministerio de Energía y Minas.

[2] Ahí radica hoy el Instituto Tecnológico “José Ramón Rodríguez”.

[3] El título de Alumno Eminente se otorgaba a todos los graduados que habían obtenido la calificación de sobresaliente en todas las asignaturas durante los cinco años que duraba el entonces llamado Bachillerato.

[4] Tipo de música y baile popular cubano de raíces africanas.

[5] En la ciudad de Troy, Estado de Nueva York, cerca de Albany, la capital del Estado, y de Schenectady, la sede central de la General Electric.

[6] El cantar en bares y en iglesias era clandestino, pues la visa de estudiante que poseía no lo permitía. El trabajo dentro de la universidad si era permitido.

[7] Ese cargo hoy sería llamado de Marketing.

[8]Las referencias a esos desafíos y a las condiciones y problemas existentes en Cuba para realizar las tareas relacionadas con la industria serán recurrentes en otras partes de este libro. Esto es inevitable cuando se están presentando o analizando periodos tan dinámicos y hechos que se interrelacionan de formas múltiples y complejas en tiempo y espacio. Por tanto, el lector deberá comprender que la lectura de un episodio o de un determinado foco de análisis destacado, muchas veces traerá el recuerdo de algún evento o factor ya mencionado en otras partes del libro.

[9] Después del triunfo revolucionario se le otorgaron altas responsabilidades en los sectores de la cultura, la educación y los deportes. Mantuvimos siempre una buena amistad.


Continuará

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