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domingo, 30 de mayo de 2021

Libro "El CHE MINISTRO. TESTIMONIO DE UN COLABORADOR " 2ª Edición ( CapituIo III)

  Por Tirso.W.Saenz

CAPÍTULO 3

 LA INDUSTRIA CUBANA ANTES DE LA REVOLUCION[1]

El análisis de la concepción, la estrategia y las medidas relativas al desarrollo industrial tomadas en el Ministerio de Industrias, estrechamente vinculadas al desarrollo político, económico, social, científico y tecnológico de la sociedad cubana, debe realizarse teniendo en cuenta un conjunto de factores presentes antes del triunfo de la Revolución e inmediatamente después de ella. Esto permite poder apreciar mejor y comprender la labor del Che en su participación protagónica en la construcción de una nueva sociedad en Cuba.

La contribución del Che en el Ministerio de Industrias se fundamentaba en el criterio de recuperar el débil parque productivo cubano y construir nuevas bases productivas, sustentando todo sobre bases ideológicas para el desarrollo de un nuevo país, de una nueva sociedad. 

Para que el lector pueda comprender bien ese proceso, es necesario presentar el panorama de la economía y de la industria cubana antes de la Revolución.

La economía cubana en 1959 se caracterizaba por los rasgos negativos impuestos por su pasado colonial y neocolonial entre ellas, un carácter marcadamente estático, ya que las tasas de crecimiento del ingreso nacional y de la población eran similares. Su estructura económica y sus características más definitorias radicaban en su condición de país agrícola, monoproductor y monoexportador. En este sentido la industria azucarera, la cual, desde principios de siglo hasta 1958, producía entre el 25% y el 40% del ingreso nacional,

Esto se debía a la existencia de intereses disímiles y contradictorios entre los cuales predominaban el de los grupos financieros extranjeros, principalmente norteamericanos, que no estaban interesados de manera alguna en un desarrollo armónico cubano y que controlaban los sectores claves de la economía: azúcar, energía, servicios telefónicos, níquel y tabaco entre otros[2].

Debido básicamente a estos factores, la economía de Cuba, en los años comprendidos entre 1950 y 1959, dadas sus características estructurales, se encontraba a las puertas de una larga, severa y profunda crisis.

El bajo nivel de desarrollo de la industria se evidenciaba no sólo en su bajo nivel de participación en la creación del ingreso nacional, sino también en la reducción de su participación al 13%, excluida la industria azucarera.

El grado de explotación de la capacidad instalada era sumamente bajo. Era relevante la casi inexistencia de la industria mecánica y el insuficiente desarrollo de la industria química.

Por otra parte, la escasísima investigación que se llevaba a efecto en las universidades era producto del esfuerzo personal de determinados profesores y no se encontraba en general, vinculada con temas referidos a la economía, sino con los intereses académicos de sus ejecutantes.

Entre las condiciones y factores que conformaban la situación industrial de Cuba en aquella época y que pudieran considerarse como un punto de partida para el abordaje de problemas a ser enfrentados por el Ministerio de Industria, se destacan:

Ø  El elevado grado de dependencia de las industrias con respecto a Estados Unidos con respecto al suministro de materias primas, equipos y tecnologías.

Ø  El frágil parque industrial cubano, formado por número relativamente reducido de industrias con actividades heterogéneas, de las cuales una elevada proporción eran centros manufactureros de carácter artesanal. Por otra parte, las pocas industrias existentes, el 75% de las no azucareras se concentraban en la antigua provincia de la Habana.

Ø  La falta de industrias en el interior del país, agravaba los serios problemas de desempleo en esas regiones

Ø  La falta de una base propia de materias primas.

Ø  La débil, casi inexistente, capacidad nacional de producción de piezas de repuesto y equipamientos.

Ø  El escaso número, en general, de personal técnico calificado para abordar planes futuros de industrialización. Esta situación se agravó casi inmediatamente por la fuga de cerebros promovida por el gobierno norteamericano.

Ø  El insuficiente nivel técnico y cultural de los trabajadores.

Ø  La falta de capacidades propias de investigación y desarrollo tecnológico.

Ø  La falta de planes formalizados de desarrollo económico y social[3].

·         La dependencia respecto a Estados Unidos[4].

El gobierno de Estados Unidos, mediante el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, envió a Cuba una delegación de especialistas a Cuba, conocida como Misión Truslow, la que trabajó desde julio de 1950 hasta junio de 1951, la cual realizó un voluminoso y pormenorizado análisis de la situación económica y social del país. En sus comentarios iniciales la Misión señalaba:

El actual nivel de vida del cubano... depende principalmente de una industria que hace muchos años dejó de crecer. Algunas actividades se han expandido... pero en relación con la necesidad de empleo de la población actual y futura, el crecimiento de las empresas ha sido desalentadoramente bajo[5].

Este grado de dependencia tecnológica con respecto a Estados Unidos en relación a los sectores claves de la economía: azúcar, energía, servicios telefónicos y níquel, entre otros, así como de las industrias más importantes y complejas, era uno de los factores más relevantes que tenía que enfrentar la Revolución desde un punto de vista industrial. Como resultado del crecimiento de la industria azucarera hasta 1927 - año en que se construyó en aquella época el último central azucarero[6] - se produjo una intensa transferencia de tecnología asociada al desarrollo de esa industria. Esa transferencia era totalmente controlada por los grupos financieros monopolistas más importantes de Estados Unidos y servía exclusivamente a sus intereses. Los molinos de las mayores fábricas de azúcar provenían de la Farrel Company o de la Fulton Iron Works; los turbo-generadores de la General Electric y las locomotoras de la Baldwin Locomotive Works. En el sector de la construcción, buena parte del cemento, las vigas, las planchas de acero y hasta los clavos y tornillos se importaban de los Estados Unidos. Por ejemplo, la industria de refinación de petróleo, en cuanto a materiales, equipos, piezas de repuesto y tecnología, era totalmente dependiente de los Estados Unidos.

El auge sin precedentes de las fuerzas productivas en Cuba después de la Primera Guerra Mundial – originado por una rápida, aunque efímera bonanza, en la industria azucarera - dependió, en una medida casi absoluta, de la transferencia de tecnología de Estados Unidos[7]

Como decía el Departamento de Comercio de Estados Unidos, el negocio había llegado a un punto de “saturación”; por otro lado, se programaron inversiones en la industria eléctrica, la refinación de petróleo, la minería y las manufacturas. A este movimiento estratégico del capital estadounidense trató de dársele la categoría de “proceso de industrialización del país”.

Uno de los rasgos más definitorios de esta situación era una acentuada dependencia tecnológica, en la cual, a la ausencia de facilidades experimentales y de investigación, que impedía una asimilación activa de la tecnología que se transfería, se unía la debilidad de la industria mecánica y el bajo potencial de proyectos de ingeniería y de bases de construcción y montaje industrial. Todo ello era consecuencia directa de la falta de una estrategia nacional en cuanto a las inversiones.

La dependencia tecnológica no sólo era de importaciones intelectuales en su forma materializada, como la importación de tecnología, el sistema de normas técnicas, de patentes y licencias, sino también en su forma “viva”, bajo la forma de importación de capital humano: expertos y asesores.

La generación de tecnología fue – salvo en momentos muy contados - prácticamente inexistente. Sólo la industria azucarera presentaba, dentro de un contexto general poco viable, algunos ejemplos de innovaciones tecnológicas. Aunque en la década del 40, pese a todos los factores adversos, existía un mínimo de recursos humanos capaces – quienes construyeron más de 30 destilerías durante la Segunda Guerra Mundial[8] - las innovaciones tecnológicas de mayor envergadura se realizaban fuera del país, sin la participación de técnicos cubanos. Este fue el caso de las tecnologías específicas para procesar los minerales lateríticos[9], materializadas en las grandes plantas de Nicaro y Moa, en la parte nororiental del país.

Al mismo tiempo, el llamado proceso de industrialización acentuó la dependencia de materias primas y portadores energéticos importados, sin que se desarrollara un esfuerzo científico y tecnológico integral para determinar y establecer una base propia en esta esfera.

·         Las características de la industria cubana

En 1959, la industria cubana presentaba una situación de dualismo tecnológico; la producción artesanal coexistía con la producción mecanizada – aunque obsoleta en muchos casos - y con la tecnología moderna. Las instalaciones industriales de tecnologías más modernas – verdaderos enclaves - pertenecían en su casi totalidad a empresas transnacionales, las cuales, a su vez, ejercían una gran influencia sobre los gobiernos de etapas anteriores.

Existían alrededor de ocho fábricas de cigarros y veinte de tabaco torcido a mano, donde casi no se había introducido la mecanización.

La industria también estaba concentrada geográficamente. El 70% de la producción industrial no azucarera se localizaba en un radio de 70 km. alrededor de la ciudad de La Habana; por su puerto se realizaba entre el 80 y el 90% de las importaciones; se generaba el 85% de la energía eléctrica; y se encontraba el 87% de los teléfonos. La antigua provincia de La Habana absorbía el 80% de las construcciones.

Entre las industrias iniciadas y/o en construidas en este periodo fueron la planta metalúrgica Antillana de Acero, la planta química de Sulfometales en Pinar del Río. La planta de fertilizantes Cubanitro en Matanzas, la planta extractora de aceite de soya ubicada en Regla y las plantas de cemento de Santiago de Cuba y Artemisa.

Entre 1950 y 1958, como ya expresamos anteriormente, las inversiones norteamericanas crecieron en un 52. Las principales inversiones fueron:

Ø  en la industria del níquel: la ampliación de la planta de Nicaro, propiedad del gobierno de los Estados Unidos, la que inició sus operaciones durante la Segunda Guerra Mundial, debido a las necesidades de la industria bélica norteamericana; y el inicio de la construcción de una nueva planta en Moa, propiedad de la Freeport Sulphur Co.

Ø  las refinerías de petróleo de la Standard Oil y la Shell en La Habana y la de la Texas Oil en Santiago de Cuba.

Ø  la generación de electricidad estaba en manos de la Electric Bond and Share, la que construyó, en la década de los 50s, la planta termoeléctrica de Regla, en La Habana.

Ø  las comunicaciones telefónicas eran propiedad de la International Telephone and Telegraph (ITT);

Ø  la planta de rayón en Matanzas. Este fue un típico negocio sucio de la época. Su dueño, el norteamericano Burke Hedges, al aducir que la planta producía pérdidas, la vendió al gobierno de Fulgencio Batista a un precio elevadísimo. Poco tiempo después, Mr. Hedges la volvió a comprar al gobierno cubano, a un precio muy bajo.

Ø  tres instalaciones de neumáticos (Goodridge, Firestone, U.S. Royal);

Ø  la primera fábrica de envases de vidrio, propiedad de la Owen Illinois;

Ø  las fábricas de envases metálicos, de la Continental Can Corporation y los de aluminio, de la Reynolds Aluminum Co.;

Ø  la totalidad de la producción de detergentes y una elevada proporción de la de jabones estaban controlados por la Colgate Palmolive y la Procter and Gamble.

Ø  una fundición de tuberías de hierro;

Ø   tres fábricas de pintura pertenecientes a Sherwin-Williams, Glidden y Dupont.

Algunas industrias nacionales fueron creadas con el criterio de sustitución de importaciones:

Ø  La planta “Antillana de Acero” en San José de las Lajas, actual provincia de La Habana, para la producción de acero a base de chatarra y arrabio importado.

Ø  La planta de Sulfometales en Santa Lucía. Pinar del Río, para la producción de ácido sulfúrico a partir de minerales cubanos de pirita[10].

Ø  La planta Cubanitro en Matanzas, para la producción de fertilizantes nitrogenados.

Ø  Las plantas de cemento de Santiago de Cuba y de Artemisa. Anteriormente existía una planta mayor en Mariel, La Habana.

Ø  La planta extractora de aceite de soya en Regla, La Habana.

La característica, en general, de las inversiones industriales realizadas en Cuba en ese período consistía en su baja eficiencia económica. Así tenemos que la siderúrgica Antillana de Acero y la extractora de aceite de soya constituían desechos de la industria norteamericana, vendidas a título de tecnología actualizada; la planta Cubanitro sólo tenía capacidad para 30.000 toneladas de amoniaco y estaba también provista de una tecnología atrasada; la planta de Sulfometales nunca pudo conseguir su capacidad de diseño (30-40%) debido a que su proceso no se adaptaba a las características de las materias primas. A esto se añadía la localización irracional y antieconómica de muchas de las plantas industriales en esta época.

El crecimiento industrial que Cuba experimentó después de la Segunda Guerra Mundial, no estaba dirigido a producir un verdadero desarrollo económico nacional. Este proceso de transnacionalización en industrias agrupadas fundamentalmente alrededor de La Habana, estaba dirigido, en buena medida, a satisfacer el consumo suntuario de las capas de más altos ingresos, que, lógicamente para aquellos tiempos, se concentraba en la capital. Así, el esquema de producción de las refinerías de petróleo era para incrementar la producción de gasolina para automóviles y de gas licuado mediante la instalación de una moderna planta de craqueo catalítico. En este mismo sentido las fábricas de neumáticos satisfacían las crecientes demandas de los dueños de automóviles. En Cuba, después de la Segunda Guerra Mundial, se importaban más automóviles que tractores[11]

Un informe de la Electric Bond and Share de finales de los años 50 señalaba que el crecimiento de la generación de electricidad se basaría casi exclusivamente en el incremento de consumos de climatizadores, refrigeradores y cocinas eléctricas, a cuyos fines se elaboró y ejecutó una intensa campaña publicitaria.

Sin embargo, afines de los años 50s, todo parece indicar que, en lo referente a las inversiones norteamericanas en Cuba, se gestionaba un cambio en la estructura por sectores.

Todo lo anterior era un reflejo del modo de producción, de las relaciones de producción y de la estructura dependiente de la economía y la sociedad  cubanas[12].

Ø  Materias primas y recursos naturales propios

Salvo el azúcar para una parte de la industria alimenticia; tabaco para la producción nacional y la exportación; escasas cantidades de sebo vacuno – menos del 20% del requerimiento de la industria - para la producción de jabones; reducidísimas producciones de fertilizantes, las cuales a su vez requerían de insumos de importación: azufre, amoniaco, etc., entre otras pocas, todo lo demás se importaba principalmente de Estados Unidos. Según un tristemente dicho jocoso de la época, Cuba era un país de sobremesa:” azúcar, café, tabaco y ron”.

Al mismo tiempo, el llamado proceso de industrialización desarrollado en la década de 1950 acentuó la dependencia de materias primas y portadores energéticos importados, sin un esfuerzo científico y tecnológico para establecer una base propia, endógena, capaz de apoyar el desarrollo del sector.

Desde antes de 1898 ya existían empresas norteamericanas que explotaban los recursos naturales de Cuba; sin embargo, con la primera intervención de Estados Unidos (1898-1902), su actividad en este sector aumentó considerablemente. A petición del general Leonard Wood, interventor norteamericano en el país, el Gobierno de Estados Unidos envió a Cuba, en 1901, una comisión de especialistas del US Geological Survey con el fin de evaluar la cuantía de los recursos minerales de la isla.

En última instancia, los objetivos de esta misión no eran científicos, sino de saqueo económico: determinar las posibilidades de explotación de los minerales cubanos por parte de los Estados Unidos. El resultado de ese verdadero espionaje, publicado en 1901 en inglés, no se tradujo al español y se dio a la publicidad en Cuba hasta 16 años después. Estaba casi integralmente volcado al estudio, sobre la base de datos que la misión extrajo de las publicaciones disponibles hasta esos momentos, de los yacimientos minerales ya conocidos.

Los intereses norteamericanos sólo explotarían sus denuncios mineros en una pequeña proporción consideradas en su totalidad, pero se asegurarían su control. En 1958, una parte de los yacimientos de lateritas – Cuba tiene una de las mayores reservas del mundo - era propiedad del Estado norteamericano y la otra, de una empresa privada, también norteamericana.

No obstante, un número relativamente alto de diversos estudios geológicos realizados, en las primeras décadas del siglo XX, por algunos especialistas cubanos y un nutrido número de extranjeros, no tuvo la unidad y el propósito, planificado, necesarios para lograr un cabal conocimiento científico que permitiera aprovecharlos en todos sentidos para el desarrollo económico de la nación[13].

Para integrar las informaciones existentes en el ámbito geológico, en la década del 40 se iniciaron las labores de la Comisión del Mapa Geológico de Cuba, la cual aunque contó con precarios recursos para practicar los trabajos de campo necesarios y afrontó repetidas crisis por falta de apoyo oficial, realizó una meritoria labor que tuvo como resultado la impresión y publicación en 1946 de un croquis geológico a escala 1:1 000 000 y otro minero, a igual escala, que constituyeron modestas contribuciones cubanas al estudio geológico de nuestro país[14].

 

Ø  Piezas de repuesto y equipamientos

Al triunfo de la Revolución, sólo existían algunos talleres para reparaciones, sobre todo en los centrales azucareros, en la industria del petróleo, en la del níquel y otras pocas más; sin embargo, muchas de las piezas de repuesto necesarias para las industrias más avanzadas eran de tal complejidad tecnológica, que no podían ser fabricadas por los mismos. El país carecía de una industria mecánica que le permitiera resolver los graves problemas que le presentaba el bloqueo. Salvo los mencionados anteriormente, los pequeñísimos talleres existentes eran incapaces de producir piezas o equipos. Ni su base material lo permitía, pues eran máquinas herramientas obsoletas y de escasa precisión, ni los operarios tenían la calificación suficiente.

Por otra parte, como escribiera José Altshuler:

...los estudios de ingeniería estaban mucho menos orientados hacia la construcción de nuevos equipos y hacia la creación de nuevas tecnologías que hacia la ingeniería de sistemas de equipos, dispositivos y métodos ya conocidos. Esta tendencia reflejaba el grado de dependencia económica en que se desarrolló nuestro país durante largo tiempo[15].

Los “ingenieros de catálogos”, según Altshuler[16], no escaseaban en nuestro país. Sin necesidad de apoyarse en un trabajo experimental o de desarrollo técnico; sin necesidad de preocuparse mucho – a la hora de encargar un equipo - por saber cómo se efectuaba, por ejemplo, el revestimiento especial para los trópicos, o qué aleación precisa debía utilizarse en las partes expuestas a corrosión o desgaste, o cómo pudiera construirse determinada pieza de repuesto o aditamento para el mismo, simplemente leía en los prospectos los datos técnicos y confeccionaba una relación de lo necesitado; en situaciones más o menos complicadas consultaba al representante de la firma vendedora.[17]

Esta ausencia de base material, de recursos humanos calificados y, consecuentemente, de tradición en la fabricación de piezas de repuesto y maquinarias constituyó una dificultad de primer orden que hubo que encarar.

Ø  Los recursos humanos

En vísperas de la Revolución en 1958, había en Cuba casi un millón de analfabetos y sólo recibían educación primaria 717 mil alumnos; la mitad de los niños en edad de asistir a la escuela no lo hacían[18]. La educación técnica de nivel medio era muy escasa; se concentraba en las llamadas escuelas de Artes y Oficios. La educación superior no estaba preparada para satisfacer las demandas que reclamaba el desarrollo, tanto en el orden de la cantidad de especialistas que se debían formar, como en el de los perfiles necesarios y la calidad requerida. En la estructura de la matrícula, las humanidades alcanzaban un 23% y la tecnología sólo un 11%. La formación se caracterizaba por ser en gran parte teórica, alejada de la práctica y muy desvinculada de las realidades del país.

Ø  Investigación y desarrollo tecnológico

En Cuba, en el período anterior a 1959, la subordinación económica y política a Estados Unidos frenó el desarrollo científico y tecnológico y tuvo como resultado una virtualmente nula capacidad resolutiva del país en esta esfera. Incluso allí, donde, por diferentes motivos, surgió un mínimo potencial científico y tecnológico, el intrínsecamente contradictorio proceso económico y social dificultaba o impedía su alineación en función de objetivos válidos a todo lo ancho de la sociedad.

En 1950, la misión enviada a Cuba por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (IBRD en inglés), conocida como la Misión Truslow, no encontró - en su opinión - ningún laboratorio adecuado de investigación aplicada, público o privado, aunque en este último sector existían algunos pequeños laboratorios, prácticamente dedicados todos al control de la calidad o al ajuste de las características externas y más superficiales de los productos a las necesidades del consumo. En Cuba - se lee en el informe rendido por la Misión -, raras veces se interesa un ingeniero o un químico en realizar investigaciones aplicadas, y en cambio, prefiere el trabajo operativo[19].

Hasta 1958, las actividades del Instituto Cubano de Investigaciones Tecnológicas (ICIT) – creado en 1955 como organismo autónomo del Estado, a imagen y semejanza de la institución de investigaciones propuesta por la Misión - constituían un muestrario de débiles e inconexos esfuerzos. Un somero examen de sus publicaciones permite afirmar que en la práctica no contribuyeron al desarrollo tecnológico del país. Las nuevas inversiones llegaron demasiado tarde; y, sobre todo insertado a bombo y platillo en el simulacro de diversificación industrial que, ante la asfixiante situación del mercado azucarero capitalista, organizó Fulgencio Batista durante su dictadura.

El financiamiento de la investigación azucarera, el renglón fundamental de la economía, era exiguo; en la década del 50, la cifra oscilaba entre los 60 000 y los 80 000 pesos[20] anuales, obtenidos por la Asociación de Hacendados como contribución voluntaria de los centrales azucareros. Las contribuciones se hacían a la Sugar Research Foundation en Nueva York, sobre todo para la realización de investigaciones de carácter básico y no aplicado. Esta institución no investigaba acerca de la producción en sí, sino los posibles usos del azúcar.

El único esfuerzo de investigación aplicada que llegó a materializarse en una instalación industrial de cierta envergadura, se relacionaba con el proceso llamado La Roza para la utilización de pulpa química de bagazo en la producción de papel periódico. A la luz del conocimiento adquirido acerca de las características del bagazo y con la experiencia ganada en éste y otros intentos, en la actualidad resultan evidentes las insuficiencias técnicas y económicas del proceso desarrollado. Al iniciar la fábrica su operación, se desplegó una extraordinaria propaganda, que formaba parte de la misma estrategia de la tiranía batistiana para constituir una fachada de desarrollo económico del país mediante una supuesta diversificación industrial que dio origen al ICIT. Pero el 31 de diciembre de 1958, la totalidad de la producción de siete meses, se encontraba almacenada[21].

La escasísima investigación que se llevaba a efecto en las universidades – como expresáramos anteriormente - era producto del esfuerzo personal de determinados profesores y no se encontraba, por lo general, vinculada con los temas requeridos por la economía nacional, sino por los intereses académicos de sus ejecutantes.

No podía, en estas condiciones, hablarse de la ciencia como institución social en la nación. A ello se unían, como fenómenos derivados de esa subordinación, un alto índice de analfabetismo, una baja escolaridad de la población en general y muy bajos niveles de formación de técnicos y especialistas.

La dependencia externa de toda la economía cubana tendría como consecuencia, en aquellas condiciones, que la incorporación real de tecnología se produjera sólo cuando resultaba favorable a intereses foráneos. El sector industrial no azucarero sometido en definitiva a las decisiones de los grupos oligárquicos dominantes, era débil y carecía de estrategia. La corrupción administrativa excluía, por otra parte, la preocupación por el nivel tecnológico apropiado de aquellas pocas industrias promovidas con capital del Estado.

Esta fue una época de agudos contrastes técnicos y sociales. Por ejemplo, coexistiendo con rudimentarios sistemas de comunicación telefónica y la falta de extensión de esa red, se introdujo y se verificó en Cuba uno de los principales sistemas conocidos en el mundo basado en el principio de propagación troposférica para la comunicación telefónica y de televisión a altas frecuencias sobre el horizonte. Junto a los 200 000 bohíos y chozas, a las 400 000 familias del campo y la ciudad que vivían hacinadas en barracones y otras habitaciones precarias, sin las condiciones de salud e higiene más elementales, se desarrolló, hasta un grado considerable, el cálculo de complejas estructuras de hormigón, para ello, en Cuba se desarrollaban los modelos matemáticos y se resolvían en Estados Unidos las ecuaciones correspondientes por medio de computadoras electrónicas totalmente inexistentes en el país..

Todas estas contradicciones, claras expresiones de un desarrollo dependiente extremo y que provocaron una atroz deformación estructural de la sociedad cubana, fueron sintetizadas de manera lapidaria por Fidel Castro, cuando en La Historia me absolverá, afirmó que:

Salvo unas cuantas industrias alimenticias, madereras y textiles, Cuba sigue siendo una factoría productora de materia prima. Se exporta azúcar para importar caramelos, se exportan cueros para importar zapatos, se exporta hierro para importar arados (...) Todo el mundo está de acuerdo en que la necesidad de industrializar el país es urgente, que hacen falta industrias metalúrgicas, industrias de papel, industrias químicas, que hay que mejorar las crías, los cultivos, las técnicas y elaboración de nuestras industrias alimenticias para que puedan resistir la competencia ruinosa que hacen las industrias europeas del queso, leche condensada, licores y aceites y las de conservas norteamericanas; que necesitamos barcos mercantes, que el turismo podría ser una enorme fuente de riqueza; pero los poseedores del capital exigen que los obreros pasen bajo las horcas caudinas, el estado se cruza de brazos y la industrialización espera por las calendas griegas[22]. 



[1] Una parte importante de este capítulo está basada en el capítulo ‘Ciencia y técnica en la república neocolonial” en Sáenz y García Capote, 1980, en Sáenz y García Capote, 1980. 1981, 1989 y 1997; y Acosta 73.

[2] Para un análisis detallado del control de la economía cubana por el capital norteamericano, ver Pino Santos, 1973a y 1973b.

[3] Sáenz y García Capote, 1980, pp 47-57.

[4] Para un análisis detallado del control de la economía cubana por el capital norteamericano, ver Pino Santos, 1973 a y b.

[5] IBRD 1951, p.145.  

[6] El central Algodonal, luego Salvador Rosales, en la actual provincia de Santiago de Cuba. Desactivado en el año 2002

[7] Pino Santos, 1973b p. 54.

[8] Torras, 1984, p.9.

[9] Minerales ricos en contenido de níquel y cobalto, además de hierro y cromo.

[10] Mineral constituido principalmente por sulfuro de hierro.

[11] Pino Santos, op. cit., p.87

[12] Para un análisis más detenido de las características del sector industrial en Cuba en 1959, ver “El desarrollo industrial de Cuba, 1966.

[13] Calvache 1965, p. 16.

[14] Sobre el tema ver Albear 1968,

[15] Ver Altshuler 1962.

[16] ibidem

[17] ibidem

[18] Ver Fernández 1975, p.27.

[19] IBRD, op. cit. pp. 223-228.

[20] En aquellos momentos el peso cubano se tasaba a la par con el dólar estadounidense.

[21] Sobre el tema ver Molina, 1973,

[22] Castro 1964, p. 29


Continuará

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