Katia Siberia SOCIEDAD
Las insuficiencias respiratorias, causadas por la COVID-19, han disparado el consumo de oxígeno en los centros asistenciales y le han añadido presiones a un servicio que no puede darse el lujo de “coger un respiro”
Inspiración: así se nombra la fase de la respiración que lleva el aire a los pulmones y no parece haber un término más exacto para describir lo que hace la cadena humana que hoy asiste con oxígeno a los enfermos de COVID-19.
Presión: así se miden los bares que oxigenan las tuberías con el medicinal líquido y tampoco parece haber otro término más exacto para mostrar lo que viven hoy quienes deben conducirlo hasta los enfermos.
Esas dos palabras podrían definirlo casi todo al mismo tiempo. Funcionan cuando encuentras a Luniet, al frente de la gasificadora avileña, trabajando con secuelas de una neumonía, voz entrecortada, y casi con un flumíter en la mano para dosificar el oxígeno medicinal a toda la provincia… Luego, al descubrir a Frank, el electromédico del hospital en sus días de vacaciones, intentando mantener la presión de oxígeno allí donde la estructura no estaba concebida para una enfermedad de esta magnitud…Ves a Miguel, el operador de gases criogénicos, sudando a chorros y sin frenar la carretilla donde lleva el cilindro, urgente, para una sala… Tienes delante a Odeimis, la jefa de enfermería del cuerpo de guardia para COVID-19, explicándote cómo una sonda respiratoria puede multiplicarse y un botellón terminar dándole vida a dos pacientes…
De alguna manera —creo—inspiran con la misma fuerza que atemorizan. Porque si el oxígeno medicinal fluyera a cántaros, Lianet, quizás, no hubiera estado en su silla, Frank seguiría de vacaciones, Miguel pudiera secarse la frente y Odeimis no dárselas de “innovadora”. Definitivamente, si la pandemia no fuera un pandemonio en Ciego de Ávila, ellos seguirían en el anonimato y no tendríamos que hablar de oxígeno, mientras a algunos les falta el aire.
In-halando
Cuando la directora general de la Empresa de Gases Industriales de Cuba, dijo a Granma que “durante la pandemia de la COVID-19 no se ha reportado ningún problema en las instituciones sanitarias por insuficiencia de oxígeno” era marzo y Ciego de Ávila atravesaba ese mes con un pico de 29 confirmados en un día. No se avizoraba que aquel pico estaría tan lejos, incluso, de nuestros mínimos (la menor cifra de julio ha sido 79). Y menos, que una rotura en la planta productora de oxígeno habanera nos dejaría, literalmente, corriendo y en medio de una avalancha de casos, cuyo factor común, en muchos, es la insuficiencia respiratoria aguda.
Antes, la Organización Mundial de la Salud había pronosticado que uno de cada cinco pacientes podría necesitar oxígeno y que, en casos graves, esta proporción podría aumentar a tres de cada cinco…
Entonces las cepas circulantes hicieron lo suyo y el caldo de cultivo fue la irresponsabilidad que siguió al (des)orden del día y la escasez de insumos, personal y medicamentos, que ha venido a agravarlo todo aún más.
Por eso Luniet Hernández Alamino, directora adjunta de la gasificadora avileña, no se permite rodeos. Aunque asegura que el oxígeno no ha faltado, el hecho de estar recibiendo desde la capital volúmenes mínimos tensa la cobertura en la provincia. Un dato lo delata: “el termo del Hospital Provincial Antonio Luaces Iraola siempre solía estar lleno, con una capacidad de 12 900 litros, y este lunes su volumen casi tocaba fondo, y apenas le entraron 4 790”.
Según la directora, tal situación debe perdurar hasta el mes que viene, debido a que la pieza que necesita la planta habanera, la mayor del país, es importada desde Alemania y no fue posible que arribara antes al país.
Si bien informa que el Hospital tenía para responder —desde el termo de oxígeno líquido se había transformado en gas y pasado a los botellones— Luniet asegura que lo que ha estado pasando es que el suministro es escaso, pero constante. “Las pailas vienen desde La Habana dejando un poco en cada provincia, pues todas tienen cierta complejidad y aquí nosotros suministramos al resto de los municipios y a todas las instituciones de Salud habilitadas”.
Las estadísticas por dentro lo revelan. En Ceballos 8, por ejemplo, tienen arrendados 28 cilindros. En el hogar de ancianos de la ciudad cabecera, 7; y desde lo enviado a las Áreas de Salud se suministran a los diferentes centros de aislamientos o centros asistenciales: Policlínico Belkis (28), Norte (32), Sur (19) Centro (14). Igualmente las cifras de los policlínicos municipales hablan de la dispersión de casos… y asistencia: Ciro Redondo (14), Morón (61), Majagua (38), Venezuela (28), Bolivia (27), Florencia (11), Primero de Enero (25), Baraguá (44), Chambas (26).
El jefe de piso no deja mentir a Luniet. Alexander de La Rosa despacha botellones sin parar, de domingo a domingo, y cada día, invariablemente, carros del gobierno o de cualquier organismo vienen desde los municipios a traer cilindros vacíos y llevarse los llenos. La poquísima disponibilidad de la gasificadora, solo 574 botellones, obliga a un canje que no se detiene.
Y si alquien puede atestiguarlo es Inelda Cabrera, la directora técnica de la única Farmacia de la ciudad cabecera que presta ese servicio. Allí, a un costado del Hospital, ella lamenta la estrechez de un piso que antes de la COVID-19 rondaba los 50 cilindros y hoy se mantiene en 24.
El lunes en la tarde, por ejemplo, ya el camión de gases había ido dos veces, y, a menos de una hora de su segunda descarga, solo quedaban tres. También por eso coincidía en que urge una revisión de los cientos de cilindros que Salud Pública tiene arrendados y hoy pudieran no estarse usando, mientras podrían ponerse en función de la epidemia y de otros pacientes con enfermedades terminales.
“Imagínate que hay pacientes que, por la gravedad que tienen, necesitan tres botellones en un día”. Inelda dice “imagínate”, y asumo que usa el término de muletilla, porque, en verdad, no lo puedo imaginar.
Intra-hospitalario
Dentro del hospital las demandas tampoco están muy lejos de una situación que por momentos parece agónica, si la describiéramos con números. Antes de la COVID-19 la institución avileña consumía alredor de 500 litros de oxígeno líquido diarios. Ahora la demanda ronda los 2 400. “Casi se ha quintuplicado”, confiesa Lidiel Martínez Torres, el administrador del Antonio Luaces Iraola.
Para tener una idea de la magnitud, basta decir que la producción de un día (1 500 litros) de la planta auxiliar de la Empresa de Aceros Inoxidables (Acinox Las Tunas) ( no alcanza ni para una jornada del Iraola, o que el incremento avileño se justifica “afortunadamente” por los 34 ventiladores mecánicos que hoy tienen allí. (Antes de la epidemia solo existían alrededor de cinco en la sala de terapia Intensiva).
“Y a todo eso súmale el gasto que tenemos en una red que por momentos hace descender la presión, porque son muchos pacientes conectados (por la vía no invasiva, mediante mascarillas) a la tubería de salas que no fueron diseñadas para esta cantidad. Por eso, al bajar la presión, tenemos que asistir con botellones, además de los que ya habilitamos en otros locales donde ni siquiera existen tomas a la red de oxígeno”, explica Frank Frómeta Diéguez, el joven al frente del servicio de Electromedicina del hospital.
También por ese (sobre)uso y por las roturas y escasez de los reguladores es que han debido, en ocasiones, acoplar a dos personas a un botellón. Dicha alternativa, confiesa Frank, debe asumirse con cuidado, pues al dividir el flujo debe ser entre pacientes compatibles, que necesiten la misma cantidad de oxígeno, o, si no, corremos el riesgo de suministrarle a uno de ellos más o menos del que necesita.
Aunque él describe la técnica, es Odeimis Portal Suárez, jefa del servicio de enfermería del cuerpo de guardia de COVID-19, quien más la ha presenciado. La repasa ante Invasor, rutinaria, como quien está cansada de ver complicaciones mayores, y a sabiendas de que adaptar una sonda respiratoria ni siquiera tipifica como una simple.
Solo se trata de auxiliar a dos en vez de a uno, de optimizar recursos, de oxigenar a quienes, a veces, llegan casi sin tiempo para aliviar pulmones o esperan por una bocanada que no debiera ser la última.