Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

jueves, 3 de mayo de 2018

Rallo y su crítica a Marx

Un lector del blog envió a la sección “Comentarios” el enlace a un video en el cual el economista Juan Ramón Rallo critica la teoría del valor y de la plusvalía de Marx. El mismo fue publicado el 8 de marzo de 2017, y tiene como título “Refutación de la teoría del valor trabajo y de la teoría de la explotación de Marx”. Puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=-2yuOyI_ugQ.
Juan Ramón Rallo es un economista que pertenece a la corriente austriaca. Esto es, a la línea de pensamiento iniciada por Karl Menger, y continuada, entre otros, por Eugen von Böhm Bawerk, Friedrich von Wieser, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Murray Rothbard. Aunque ya he discutido las posiciones de la corriente austriaca en notas anteriores del blog, me parece conveniente ampliar los argumentos, y responder puntualmente a las críticas que Rallo dirige a la teoría del valor trabajo.
En esta nota me limito a una cuestión de base: la necesidad de partir de las categorías teóricas utilizadas por los autores, y respetar las diferencias conceptuales establecidas por los mismos (aunque, por supuesto, estas categorías y diferenciaciones puedan criticarse). Así, si Rallo se propone criticar la teoría del valor de Marx, debería saber que Marx distinguió entre valor de cambio y valor. Sin embargo, Rallo no acierta en esta cuestión básica, y por eso puede decir (véase 7’:06 del video) que, según Marx, “una cosa puede poseer valor de uso pero no valor de cambio por no ser fruto del trabajo humano (aire, suelo)”. Pero la realidad es que en ningún pasaje del capítulo 1 de El Capital, dedicado al valor, Marx afirma que la tierra no tiene valor de cambio (o sea precio) por no ser fruto del trabajo humano. Lo que dice Marx es que “una cosa puede ser valor de uso y no ser valor. Es este el caso cuando su utilidad para el hombre no ha sido mediada por el trabajo. Ocurre ello con el aire, la tierra virgen las praderas y bosques naturales, etcétera” (p. 50, t. 1, edición Siglo XXI).
O sea, lo que está diciendo Marx es que si no existió la mediación del trabajo, una mercancía no tiene valor; no dice que no puede tener valor de cambio (o precio) por no tener trabajo invertido en su producción. Pero Rallo lee “valor de cambio” donde Marx escribió valor, y le hace decir a Marx el disparate de que la tierra virgen no tiene valor de cambio (o sea, precio).Y la realidad es, de nuevo, que Marx afirma, sin dejar lugar a dudas, que la tierra sí tiene precio: “La caída de agua, al igual que la tierra en general o cualquier fuerza natural, no tiene valor, porque no representa un trabajo objetivado en ella, y por ello tampoco tiene un precio el cual normalmente no es sino el valor expresado en dinero. Cuando no hay valor, tampoco puede representarse nada, precisamente por eso, en dinero. Este precio [de la tierra] no es otra cosa que renta capitalizada” (ibid., p. 832, t. 3).
Marx es explícito: la tierra no tiene valor, y por lo tanto no hay un valor de cambio, o precio, que exprese ese valor. Pero sí tiene valor de cambio, o precio, que no es expresión del valor de la tierra, sino es pura renta capitalizada (por eso, según Marx, la tierra no es capital, y su precio no se traslada al valor final de las mercancías, como ocurre con el capital constante).
Por supuesto, Rallo podía haber dicho que está en contra de estas ideas de Marx y presentar sus argumentos. Pero a lo que no tiene derecho es a tergiversar de manera tan grosera. Marx no podía desconocer lo que cualquier persona conoce, a saber, que el suelo tiene precio. Se trata de cuestiones elementales, no solo de método sino también de honestidad intelectual, que no pueden pasarse por alto.
La crítica de Rallo a la “reducción” de Marx

En el capítulo 1 de El Capital Marx realiza una conocida operación de “reducción” de los valores de cambio de las mercancías “a algo que les sea común con respecto a lo cual representen un más o un menos”, y concluye que, “si ponemos a un lado el valor de uso del cuerpo de las mercancías, únicamente les restará una propiedad: la de ser productos del trabajo” (p. 46; edición Siglo XXI). Y un poco más adelante precisa que no se trata de un trabajo productivo determinado, sino de “trabajo humano indiferenciado”, esto es, “trabajo abstractamente humano” (p. 47).
Este pasaje, clave en la teoría del valor-trabajo, ha suscitado una de las críticas más frecuentes de los economistas austriacos a Marx, a saber, que este no habría demostrado que el único elemento común de las mercancías intercambiadas es que todas son fruto de trabajo humano. El primero fue Böhm Bawerk. Sostuvo que incluso admitiendo que haya que encontrar algo en común entre las mercancías, podrían mencionarse otros elementos distintos del trabajo, como “su rareza en proporción a su demanda”; “ser objeto de la oferta y la demanda”; o “haber sido apropiadas por el hombre” (1986, p. 447). Desde entonces este argumento lo han repetido prácticamente todos los economistas de la corriente austriaca.
Y es lo que hace Juan Ramón Rallo en “Refutación de la teoría del valor trabajo y de la teoría de la explotación de Marx” (https://www.youtube.com/watch?v=-2yuOyI_ugQ). Sostiene que las mercancías pueden tener en común propiedades naturales, por ejemplo, el peso; o ser fruto de la energía, y pregunta: ¿por qué las mercancías no se podrían intercambiar según su peso? ¿O según la cantidad de energía utilizada en producirlas? Agrega que entre los diversos tipos de energía se encuentra la térmica, química, calorífica, electromagnética, nuclear, eléctrica, de animales o plantas, iónica, del sonido, además de la humana. ¿Por qué Marx tomó como elemento en común solo la energía humana invertida en la producción? (véase video, 19’). Pero además, las mercancías tienen en común que son escasas y tienen utilidad. ¿Por qué entonces la utilidad y la escasez no determinan el valor de cambio? Marx no discute ninguna de estas posibilidades, dice Rallo, y opta, arbitrariamente, por un único elemento en común, el trabajo humano (o gasto humano de energía), socialmente necesario. ¿Por qué esta elección? Precisemos que la crítica de Rallo a la teoría del valor de Marx se basa casi enteramente en esta objeción.
Sin embargo, y contra lo que dicen Rallo y el resto de los austriacos, Marx explicó, negro sobre blanco, que las propiedades físicas o químicas de la mercancía no pueden determinar el valor de cambio de las mercancías. La razón es sencilla: el valor de cambio se refiere a una propiedad social, no natural, de las cosas. Más aún, Marx se refirió al peso como ejemplo de una cualidad de la mercancía, que no puede ser la determinante del valor de cambio. Ni el peso, ni ninguna otra cualidad física, como su color, o la cantidad de energía natural que pudo haber sido incorporada en el proceso de producción. Marx es explícito en esto. Enseguida del pasaje en el que se refiere a la necesidad de encontrar el elemento común que hace comparables cuantitativamente a las mercancías, escribe:
“Ese algo común no puede ser una propiedad natural –geométrica, física, química o de otra índole de las mercancías. Sus propiedades corpóreas entran en consideración, única  exclusivamente, en la medida en que ellas hacen útiles a las mercancías, en que las hacen ser, pues, valores de uso. Pero, por otra parte, salta a la vista que es precisamente la abstracción de sus valores de uso lo que caracteriza la relación de intercambio entre las mercancías. Dentro de tal relación, un valor de uso vale exactamente lo mismo que cualquier otro, siempre que esté presente en la proporción que corresponda” (p. 46). Es que como valores de uso, “las mercancías son, ante todo, diferentes en cuanto a la cualidad; como valores de cambio solo pueden diferir por su cantidad, y no contienen, por lo tanto, ni un solo átomo de valor de uso” (ibid.). Los valores de uso son distintos, ya que los usos  son distintos. X, por ejemplo, sirve para comer, e Y sirve para vestirse. En ese respecto, no pueden equipararse  cualitativamente, y por lo tanto tampoco cuantitativamente. Por eso más adelante, y refiriéndose al equivalente (la chaqueta) en el que expresa su valor el lienzo, Marx escribe: “En cuanto valor de uso el lienzo es una cosa sensorialmente distinta de la chaqueta; en cuanto valor es igual a la chaqueta, y en consecuencia, tiene el mismo aspecto que esta” (p. 64)
Pero también se puede decir que la valoración subjetiva de las utilidades (el terreno privilegiado de los austriacos) es distinta. El productor A, que posee X, lo intercambia por 2 Y que posee el productor B. Sin embargo, la utilidad que A espera de 2 Y puede ser (y en general, lo es) incomparable, cuantitativamente, con la utilidad que B espera de la posesión de  X. Lo cual no impide que X e se igualen en cierta proporción cuantitativa. Por ejemplo, que 1 X = 2Y, que a su vez se igualan a, por caso, $100. Esto es, hay una igualación a pesar de que los usos son distintos, y las utilidades relativas derivadas de esos usos ni siquiera pueden ser establecidas cuantitativamente. Por eso Marx sostiene que en la misma relación de intercambio entre las mercancías el valor de cambio se revela “como algo por entero independiente de sus valores de uso” (p. 47).
Puede verse entonces que no es cierto lo que afirma Rallo. La realidad es que Marx explicó por qué no tuvo en cuenta las propiedades físicas (el peso, por caso) en el residuo que queda de la comparación de las mercancías. Y por qué no tuvo en cuenta el valor de uso; en cuanto a la apreciación subjetiva de la utilidad, no podía nunca considerarla como fundamento de una propiedad social. Por eso, después de haber descartado estos elementos en común, dice “si ponemos a un lado el valor de uso del cuerpo de las mercancías, les restará una propiedad: la de ser productos del trabajo”.  Más todavía, insiste en que “si hacemos abstracción de su valor de uso, abstraemos también los componentes y formas corpóreas que hacen de él [el producto del trabajo] un valor de uso” (p. 47).
Más adelante: “La objetividad de las mercancías en cuanto valores se diferencia de mistress Quickly en que no se sabe por dónde agarrarla. En contradicción directa con la objetividad sensorialmente grosera del cuerpo de las mercancías, ni un solo átomo de sustancia natural forma parte de su objetividad en cuanto valores” (p. 58, énfasis añadido). También: “…las mercancías solo poseen objetividad como valores en la medida en que son expresiones de la misma unidad social, del trabajo humano”… “su objetividad en cuanto valores, por tanto, es de naturaleza puramente social” y por eso, “dicha objetividad como valores solo puede ponerse de manifiesto en la relación social entre diversas mercancías” (ibid.).
Marx insiste en el tema cuando habla del peso de los cuerpos y del rol de los trozos de hierro cuyo peso ha sido previamente determinado, con el fin de expresar la pesantez de otro cuerpo (el pan de azúcar, por caso). Dice que en esa relación las cantidades de hierro representan “una mera figura de la pesantez, una forma de manifestación de la pesantez” (p. 70), y de la misma manera en la expresión de valor el cuerpo de la chaqueta (el equivalente) “no representa frente al lienzo más que valor” (ibid). Sin embargo, enseguida señala que “la analogía se interrumpe aquí”, ya que en la expresión del peso del azúcar el hierro “asume la representación de una propiedad natural común a ambos cuerpos”. En cambio, “la chaqueta, en la expresión del valor del lienzo, simboliza una propiedad sobrenatural de ambas cosas: su valor, algo puramente social” (p. 70; énfasis agregado).
Enseguida dice: “Cuando la forma relativa del valor de una mercancía, por ejemplo el lienzo, expresa su carácter de ser valor como algo absolutamente distinto de su cuerpo y de las propiedades de este, por ejemplo, como su carácter de ser igual a la chaqueta, esta expresión denota, por sí misma, que en ella se oculta una relación social” (pp. 70-1; énfasis agregado). Por eso la mercancía es valor cuando este posee una forma de manifestación propia, la del valor de cambio, “distinta de su forma natural, pero considerada aisladamente nunca posee aquella forma: únicamente lo hace en la relación de valor o de intercambio con una segunda mercancía, de diferente clase” (p. 74).
Este aspecto social del valor aparece todavía más claro en la forma general del valor, esto es, cuando una mercancía (por ejemplo, el oro), separada de las demás, sirve de expresión del valor de todas las demás mercancías. “Se vuelve así visible que la objetividad del valor de las mercancías, por ser la mera “existencia social” de tales cosas, únicamente puede quedar expresada por la relación social omnilateral entre las mismas; la forma de valor de las mercancías, por consiguiente, tiene que ser una forma socialmente vigente” (p.81).
Por último: “Hasta el presente, todavía no hay químico que haya descubierto en la perla o el diamante el valor de cambio” (p. 102).
La “reducción” es determinada por la concepción social
La insistencia de Marx en que el valor es una propiedad social pone en evidencia que la reducción, por medio del análisis, al “rasgo común” que hace equiparables cuantitativamente a las mercancías no es abstracta, sino concreta, esto es, determinada. Es que si la reducción no es concreta, lo más probable es que se termine en la abstracción vacía de contenido. Por ejemplo, se puede decir que toda mercancía tiene la propiedad de “ser”. Pero con esto estamos en un elemento común que es vacío; es la abstracción absoluta, de la cual nada podemos decir. El rasgo común “ser útil”, por su parte, es más determinado que el ser en general pero, como ya apuntamos, no deja de ser abstracto con respecto a lo social: la utilidad que el consumidor obtiene de un bien X es una cuestión subjetiva (así la calcule en el margen, admitiendo que esto sea posible), y por ende tampoco puede ser el determinante de una propiedad social, como es el valor.
No es lo que sucede, sin embargo, con el trabajo. Su contenido es inherentemente social, como recuerda Marx en el mismo capítulo 1: en primer lugar, se trata de gasto energía humana, y como tal, en segundo término, siempre interesó a los seres humanos la cantidad de ese gasto. En tercer lugar, el trabajo siempre fue social (pp. 87-88). De ahí la necesidad de comparar tiempos de trabajo. Por eso Marx, en una famosa carta a Kugelman, del 11 de julio de 1868, dice que el problema no es demostrar que los seres humanos comparan tiempos de trabajo, sino explicar por qué los comparan a través de los precios de las mercancías. Sostiene que “… el análisis de las relaciones reales hecho por mí contendría la prueba y la demostración de la relación real de valor” (Marx y Engels, 1983, p. 148). Es que en cualquier sociedad la primera necesidad es producir y reproducir las condiciones de existencia mediante el empleo de trabajo humano.
En consecuencia, no es necesario demostrar que los trabajos humanos en la sociedad productora de mercancías se comparan, sino explicar cómo lo hacen, y en particular, explicar por qué se comparan como valores de cosas. Y por esta razón, la abstracción que critican Rallo y el resto de los austriacos es determinada. En otros términos, el algo en común que se equipara en el intercambio –que se equipara de hecho, aunque los productores no sean conscientes del mismo- no es cualquier elemento elegido al azar, sino el elemento común que es constitutivo de la economía, a saber, el tiempo de trabajo relativo, en tanto gasto humano de energía, empleado en la producción.
En definitiva, además de ocultar lo que Marx explicó una y otra vez -por qué el peso, o cualquier otra característica natural no puede ser el fundamento de una propiedad social como es el valor-, Rallo pasa por alto el carácter determinado de la “reducción a elemento común” realizada por Marx. Pero por esto mismo su crítica a la teoría del valor de Marx se derrumba por completo.

Los austriacos y la “reducción a sustancia común”


En una nota anterior (aquí) dedicada a la crítica que hace Ramón Rallo a la reducción marxiana de los valores de cambio a una “sustancia común”, explicamos por qué esta solo puede tener un carácter social. Esto es, no puede ser una característica física o química de las mercancías, ni ser una propiedad subjetiva. En este sentido demostramos, con numerosas citas de pasajes de El Capital, que Rallo miente cuando afirma que Marx no explicó por qué el peso, por ejemplo, no puede ser el elemento en común que determina el valor de cambio.
Sin embargo, esta respuesta a Rallo sería incompleta si no decimos que en realidad los economistas de la escuela austriaca niegan que en el intercambio se produzca una reducción a una sustancia en común. Lo cual es inseparable de su concepción subjetiva del valor. Es que los austriacos reconocen que las utilidades marginales “no son comparables, dado que no pueden ser medidas”, y admiten por lo tanto que las escalas de valor de los diferentes participantes en el mercado “no pueden ser reducidas a una medida o escala” (Rothbard, 2009, p. 87). Es por esta razón que están obligados a sostener que en el intercambio no existe reducción alguna a sustancia en común.
Una diferencia crucial
En base a lo planteado en la introducción a esta nota, se entiende que antes de decidir si el elemento en común que gobierna las proporciones cuantitativas en que se intercambian las mercancías es el trabajo, o cualquier otra cosa, es necesario discutir si esa reducción a elemento común existe o no existe en los intercambios. Marx en este punto es claro: para comparar cuantitativamente “es preciso reducir los valores de cambio de las mercancías a algo que les sea común, con respecto a lo cual representen un más o un menos” (1999, p. 46, t. 1). Y algunas páginas más adelante cita aprobatoriamente la idea de Aristóteles de que a fin que haya una relación de valor entre dos bienes -5 lechos = 1 casa- debe existir una igualdad. Es que si la casa no se equipara cualitativamente al lecho no se puede establecer una relación recíproca como magnitudes conmensurables (véase Marx, p. 73, t. 1). En otros términos, si no hay una métrica común, será imposible establecer alguna ley económica que rija esos intercambios.
Los austriacos, en cambio, rechazan tajantemente la existencia de cualquier igualación. Por ejemplo, Rothbard (2009, cap. 2) toma el caso del intercambio entre el individuo A, que posee el bien X, y el individuo B, que posee el bien Y. Tanto X como Y son bienes escasos, útiles para fines humanos. La esencia de este intercambio, dice Rothbard, es que A debe valorar más a Y que X, y B debe valorar más a X que Y. De esta manera A y B aumentan sus “ingresos psíquicos”. Rothbard supone, además, que los agentes ordenan los bienes X e Y según las utilidades marginales que evalúan de los mismos. Así, antes de hacer el intercambio la escala de valores dice que A prefiere Y, que no tiene, a X, que posee, en tanto B prefiere X, que no tiene, a Yque posee.
Este ejemplo de intercambio simple, siempre según Rothbard, basta para eliminar la noción falaz de que cuando A y B intercambian X e Y existe alguna “igualdad de valor”. Si Robinson, poseedor de bayas, intercambia con Jackson, poseedor de vacas, en proporción 5000 bayas : 1 vaca, se debe a que “para cada uno de ellos hay una desigualdad de valores entre la vaca y las bayas” (ibid., p. 103). En el mismo sentido Menger afirma: “Si los bienes intercambiados han pasado a ser equivalentes… no se ve por qué ambos negociadores no habrían estado dispuestos a deshacer inmediatamente el cambio” (1985, p. 171). Y luego: ““no existen equivalentes en el sentido objetivo de la palabra” (p. 172). Mises también critica la idea de Aristóteles de que “no puede haber cambio sin igualdad, ni igualdad sin conmensurabilidad” (1986, p. 65). Y Böhm Bawerk precisa que “[l]os economistas modernos [los partidarios de la teoría subjetiva] son unánimes en creer que la antigua concepción escolástico-teológica de la ‘equivalencia’ de los valores cambiados entre sí no responde a la verdad” (1986, p. 442).
Pero la igualación es un hecho
Sin embargo, y a pesar de lo que dicen los austriacos, en la realidad del mercado la igualación a “sustancia común” es un hecho. Así, si el precio de las 5000 bayas es $10.000, y las 5000 bayas se intercambian por una vaca, esta necesariamente tendrá un precio de $10.000. Pero entonces 5000 bayas y 1 vaca se han igualado a una tercera “mercancía”, $10.000. De manera que, contra lo que dice Rothbard, hay una “igualdad de valor. Por eso también, una vez terminado el intercambio, Crusoe y Jackson han ganado en valor de uso, pero no en valor de cambio. Lo cual demuestra que la utilidad no puede ser valor, y que se distingue tangiblemente del mismo.
Pero incluso Rothbard (2009), en el apéndice al capítulo 4, debe admitir que es importante distinguir entre el uso subjetivo del término valor, en el sentido de valuación y preferencia, y el poder de compra o precio en el mercado. Así, si una casa es vendida en 250 onzas de oro, su “valor capital” (en términos marxistas diríamos precio, expresión de su valor) es 250 onzas, de naturaleza distinta al valor subjetivo. Pero con esto está diciendo que a la hora de concurrir al mercado el comprador y el vendedor no solo tienen en cuenta la utilidad de la casa, sino también su valor de cambio, su precio. Sin embargo, cuantitativamente no hay forma de comparar valor de cambio y valor de uso. Pero dado que Rothbard superpone la valoración subjetiva con el valor de cambio, termina afirmando que ambos se pueden comparar. Así, sostiene que “una unidad de un bien, o un bien, puede tener para su poseedor ya sea valor de uso directo o valor de cambio, o una mezcla de ambos, y la que es la mayor es la determinante de su acción” (2009, pp. 89-90). Sin embargo, ¿cómo se puede comparar cuantitativamente la utilidad marginal que tiene X para Crusoe, con su valor de cambio, para decidir cuál es mayor? No hay forma de hacerlo, ni Rothbard (ni cualquier otro autor austriaco) nos dice cómo puede ocurrir.
En cualquier caso, aparece de nuevo el problema: el valor de cambio es de una naturaleza distinta del valor de uso, y esta diferencia se evidencia en el mismo hecho de la equiparación, que se opera en el intercambio, a sustancia en común. Se trata de un punto central en la demostración de Marx. Es que “en tanto valores todas las mercancías son cualitativamente iguales y solo cuantitativamente diferentes” (Marx, 1989, p. 65, t. 1; énfasis agregado). Por eso “se sustituyen… en determinadas proporciones cuantitativas” (ibid.). De ahí que como valores se cancelen todas las cualidades naturales de las mercancías. Lo cual nos remite una vez más a la idea de que el valor es una propiedad social, económica. Pero por esto mismo el valor de la mercancía “debe poseer una existencia cualitativamente distinguible de ella, y en el intercambio real esta posibilidad de existir separadamente debe convertirse en una separación real…” (ibid., p. 66). Y el valor de cambio de la mercancía “como existencia particular junto a la propia mercancía es dinero” (ibid., p. 67). Por eso, en el intercambio las mercancías se equiparan a una “tercera cosa” que no es una mercancía particular, sino que sea el signo o encarnación del valor. Solo mediante esta reducción las mercancías, de distintos valores de uso y con distintas propiedades físicas, se convierten, en tanto valores, en magnitudes concretas, tienen la misma unidad y son conmensurables (ibid., p. 68). De ahí que la reducción al elemento en común –el trabajo humano indiferenciado, abstracto- está en la naturaleza misma del intercambio. Es lo que explica también por qué el dinero es un producto natural del mismo intercambio mercantil.
Sin embargo, los economistas austriacos, al negar que el valor sea una propiedad social, no otorgan ninguna significación especial al hecho de que las mercancías, en el intercambio, se reduzcan a “sustancia común”, el dinero. Es que si admitiesen que en el intercambio existe esa reducción, no podrían afirmar que el valor es subjetivo. Aunque por otra parte, deben reconocer que el pretendido valor subjetivo coexiste con un valor objetivado en dinero (las 250 onzas de oro que vale la casa del ejemplo de Rothbard). Pero esa “coexistencia” de valores no es explicitada teóricamente. La consecuencia será entonces la imposibilidad de conectar lógicamente utilidad y valor de cambio (o valor); también de establecer alguna ley económica que gobierne las proporciones en que se intercambian las mercancía; y de integrar el dinero en la teoría subjetiva del valor.
Por supuesto, Ramón Rallo (véase “Refutación de la teoría del valor trabajo y de la teoría de la explotación de Marx” https://www.youtube.com/watch?v=-2yuOyI_ugQ) ha pasado olímpicamente por alto estas cuestiones que son centrales en la teoría  de Marx.
Textos citados:
Böhm Bawerk, E. von (1986): Capital e interés. Historia y crítica de las teorías sobre el interés, México, FCE.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Marx, K. y F. Engels (1983): Letters on “Capital”, Londres, New Park Publications.

Böhm Bawerk, E. von (1986): Capital e interés. Historia y crítica de las teorías sobre el interés, México, FCE.
Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857-1853, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Menger, C. (1985): Principios de Economía Política, Buenos Aires, Hyspamérica.
Mises, L. von, (1986): La acción humana. Tratado de Economía, Madrid, Unión Editorial.
Rothbard, M. N. (2009): Man, Economy and State. A Treatise on Economic Principles, Ludwig von Mises Institute.

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