Por Samuel Farber · · · · ·
En los años 50, cuando junto con muchos de mis compañeros de la segunda enseñanza me uní a la lucha contra el dictador Fulgencio Batista, uno de nuestros maestros comentó que nuestra crítica de la situación en Cuba no tenía validez alguna, porque muchos otros países de la región, como Haití y Bolivia, estaban en peores condiciones que nosotros.
La comparación de nuestro maestro era acertada, pero incompleta. En la víspera de la Revolución de 1959, Cuba ocupaba el cuarto lugar con respecto al ingreso per cápita en América Latina, después de Venezuela, Uruguay y Argentina. Y aunque el promedio de ingreso per cápita es un indicador insuficiente y, a veces, despistante del grado general de desarrollo económico, otros indicadores muestran una visión similar de la economía cubana pre-revolucionaria: en 1953 Cuba también ocupaba el cuarto lugar en América Latina conforme a un promedio de 12 índices que incluían indicadores como el porcentaje de la fuerza laboral empleada en la minería, la construcción y la manufactura, el porcentaje de alfabetismo, el consumo eléctrico per cápita, el volumen de material impreso y el consumo de calorías.
Sin embargo, la economía del país estaba estancada y sufría de los efectos perniciosos de la monocultura azucarera, incluyendo un gran desempleo (en parte causado por la temporada corta de tres o cuatro meses de la zafra azucarera).
Aún más importante es el hecho de que los índices nacionales de niveles de vida ocultaban diferencias muy dramáticas entre las áreas urbanas (57 por ciento de la población) y las áreas rurales (43 por ciento), y especialmente entre La Habana (21 por ciento) y el resto del país. El campo cubano estaba plagado de pobreza, desnutrición, enfermedad y sufría de gran escasez de escuelas.
Tal parece que para mi maestro, el hecho de que otros países estuvieran en peores condiciones que el nuestro era razón suficiente para resignarse y aceptar el status quo. Pero él no era la norma, sino la excepción. De forma tal, que los cubanos se comparaban con otros países; preferían hacerlo con aquellos que gozaban de un alto nivel de vida, como los Estados Unidos, en lugar de consolarse comparándose con sus empobrecidos hermanos latinoamericanos.
Así lo confirmó un reporte del Buró de Comercio Exterior de los Estados Unidos en 1956: “El trabajador cubano… tiene horizontes más amplios que la mayoría de los trabajadores latinoamericanos y expectativas más grandes de la vida, con respecto a bienes materiales, que muchos trabajadores europeos… su meta es lograr un nivel de vida comparable con la del trabajador norteamericano.”
Todo esto apunta al error fundamental de asumir, en vez de establecer, que las comparaciones abstractas del funcionamiento económico tienen sentido para las personas concretas que viven en carne propia esas economías.
Llevado al extremo, este error lleva a un análisis “objetivista” alejado de la historia realmente vivida por sus actores, que tiende, como en el caso de mi maestro de bachillerato, a plasmarse en un compromiso conservador con el orden social existente, en vez de cuestionar y oponerse a ese orden y a su grupo gobernante.
Para aquellos que viven el proceso del desarrollo económico, este tiene un sentido que va más allá de datos económicos y requiere un entendimiento de las aspiraciones y expectativas populares que están basadas, en parte, en la realidad material existente y, por otra, en el pasado histórico.
En cuanto a la realidad material, la Cuba de los 50 se caracterizó por una modernidad dispareja, por un lado bastante avanzado en el sector de las Comunicaciones y el Transporte – especialmente con una alta circulación, comparada con el resto de América Latina, de periódicos y revistas – y el rápido desarrollo de la televisión y la radio. Por el otro, las condiciones de vida en el campo eran desastrosas.
En cuanto a su historia, la Cuba de los 50 todavía vivía los efectos de la Revolución frustrada de 1933, una revolución nacionalista contra la dictadura, que tuvo también un componente anti-imperialista significativo y la participación del naciente movimiento obrero, entonces bajo un liderazgo comunista.
Aunque esa revolución logró ciertas reformas importantes, equivalentes en el contexto cubano al Nuevo Trato de Franklin Roosevelt, no llevó a ningún cambio estructural importante de la sociedad, como la independencia política y económica real del imperialismo norteamericano (más allá de la abolición de la Enmienda Platt en 1934) ni a ninguna reforma agraria significativa o a la diversificación de la Agricultura que le permitiera alejarse de la economía de monocultura azucarera, con todo lo que esta implicaba en términos de inestabilidad económica, desempleo y pobreza masiva.
Esa fue la temática económica que empuñó la oposición cubana de esa época en su lucha por reformas más o menos radicales al orden existente, en vez de ponderar y celebrar la relativa superioridad de la Isla entre las economías latinoamericanas.
Así fue como Eduardo Chibás, líder del Partido Ortodoxo, del cual Fidel Castro fue dirigente de segunda fila, propuso en el 1948 varias reformas modestas para mejorar el nivel de vida de la población rural cubana.
Cinco años más tarde, después del golpe militar de Batista contra el gobierno constitucional, Fidel Castro – en el discurso La Historia Me Absolverá que pronunció en su juicio por su ataque fallido contra una de las fortalezas militares de Batista – propuso una serie de reformas más radicales, incluyendo la concesión de títulos de propiedad a campesinos con menos de 165 acres de tierra (cinco caballerías), con compensación a los terratenientes basada en el ingreso promedio que ellos hubieran recibido de esos terrenos en un período de 10 años. También, introdujo nuevos elementos a la agenda de reforma, como un plan radical para que los empleados de todas las empresas industriales, mercantiles y mineras, incluyendo los centrales azucareros, recibieran 30 por ciento de las ganancias.
Después de 1959
Respondiendo a las expectativas acumuladas, inmediatamente después de la victoria del primero de enero de 1959, el gobierno revolucionario presidido por Fidel Castro llevó a cabo una vigorosa política de redistribución. Esta incluyó una reforma urbana que redujo los alquileres significativamente, una política keynesiana de izquierda de construcción de obras públicas para combatir el desempleo, y una reforma agraria radical, aunque no colectivista, que fue proclamada en mayo de 1959.
Luego, a finales de 1960, como respuesta a la hostilidad del imperialismo norteamericano y basado en las inclinaciones políticas de los líderes revolucionarios, la mayoría, tanto de la propiedad urbana, como de la rural fue nacionalizada por el Estado cubano.
Cuando en abril de 1961, Fidel Castro declaró que Cuba era “socialista,” la Isla se convirtió, en términos estructurales e institucionales, en una réplica del modelo existente en la Unión Soviética y el este de Europa. Si bien el estado unipartidista cubano puso más énfasis en la participación popular, impuso un control político tan absoluto como el de sus equivalentes en el bloque oriental.
Y al igual que los partidarios del status quo prerrevolucionario, los del sistema cubano actual insisten que es económicamente superior al de otros países, especialmente en América Latina. Sin embargo, en términos del PIB – que como dijimos anteriormente, no es por sí mismo un indicador confiable de bienestar económico, aunque el Gobierno cubano se guía por este en una forma modificada – a Cuba no le ha ido bien aun en comparación con sus vecinos.
En 1950, entre los 47 países de América Latina y el Caribe, Cuba ocupaba el décimo lugar en el per cápita PIB; en el 2006, casi 50 años más tarde, estaba situada casi al final de la lista, solamente por arriba de Haití, Honduras, Nicaragua, Bolivia, El Salvador y Paraguay. Desde entonces, el PIB cubano ha aumentado poco, con una tasa promedio de dos por ciento anual en los últimos cinco años.
Partidarios del Gobierno señalan sus logros en la Educación y la Salud (particularmente la baja tasa de mortalidad infantil) como evidencia conclusiva del éxito de sus políticas económicas progresivas.
De hecho, Cuba ha obtenido muy buenos resultados en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que combina los parámetros de ingreso, Salud y Educación. Pero si bien el IDH es un índice útil que mide aspectos críticos del bienestar social en los países capitalistas menos desarrollados, no captura adecuadamente la situación de las economías de socialismo de estado como la de Cuba. No cuantifica los apuros que la gente pasa en países donde los problemas económicos del subdesarrollo se intersectan con los que caracterizan a las sociedades de corte soviético.
Tomemos el ingreso, por ejemplo. A diferencia de los países capitalistas, el acceso a un sinnúmero de bienes costosos o de lujo en Cuba depende, en gran medida, de medios extra-económicos y políticos, en vez de recursos monetarios.
Aunque esta situación se ha complicado desde que Raúl Castro ascendió al poder en el 2006 y permitió la expansión de la actividad económica privada – que ha alcanzado aproximadamente el 25 por ciento de la fuerza laboral, la obtención de bienes caros todavía depende a un grado importante de recursos políticos.
Los viajes al exterior son un ejemplo. Para la mayoría de los cubanos que no tienen parientes en el extranjero suficientemente ricos como para proporcionales los recursos económicos para viajar, es el acceso político a los viajes patrocinados por el Gobierno – por ejemplo, ser oficialmente aprobados para asistir a conferencias de índole política, económica, cultural o académica – en vez del ingreso privado, que continúa siendo la manera principal de salir de la Isla.
Situación similar existe con respecto al acceso a Internet. En Cuba – uno de los países con el nivel más bajo de acceso a la Red en América Latina y el Caribe – mucha gente se conecta a Internet solamente en sus centros de trabajo o en la escuela, pero exclusivamente para cuestiones estrictamente relacionadas con el trabajo.
De otra manera corren el riesgo de una reprimenda o de ser castigados con pérdida de acceso a la comunicación en línea. En cuanto a su vida privada, estas personas pueden acceder a Internet pagando tasas más allá del alcance del cubano promedio, y solamente en hoteles turísticos o en los centros patrocinados por el monopolio telefónico estatal.
Pero el acceso gratis a Internet es la norma para aquellos que tienen una posición en las jerarquías burocráticas de toda índole o que tienen conexiones con aquellos que ocupan las posiciones de poder.
Aparte de la cuestión del ingreso monetario, el IDH ignora otros factores que contribuyen a las dificultades de las condiciones de vida en Cuba. Estos incluyen la provisión irregular y la baja calidad de la comida, vivienda, artículos de tocador, y medios de control de la natalidad, tanto para mujeres, como para hombres.
Lo mismo se aplica al mal estado de las carreteras, del servicio inter-urbano de ómnibus y del transporte por ferrocarril (existen servicios de transporte de lujo pero estos están fuera del alcance de la mayoría), y la provisión de servicios básicos como el agua, la electricidad y la colección de basura.
El IDH tampoco cuantifica muchas de las dificultades de la vida diaria a las que se enfrentan los cubanos – por ejemplo, el tiempo que tienen que invertir yendo de un lugar a otro o en espera en las colas para obtener muchos de los artículos necesarios de la vida diaria. Los índices económicos también pueden ser engañosos si no toman en cuenta la actualización y mantenimiento de servicios clave.
Tomemos el servicio de agua, por ejemplo. Visto de una manera, Cuba ocupa una posición alta con respecto a la abasto con un acceso oficial del 95 por ciento de su población al agua potable. Pero la escasez del líquido es una condición crónica de la vida.
Esto se debe, en parte, a las temporadas de sequía en ciertas regiones, especialmente en la mitad oriental. Pero la causa más importante de la escasez es el deterioro de la infraestructura que acarrea esa agua – cañerías rotas y numerosas filtraciones – que se remonta a los años anteriores al colapso del bloque soviético. Es por eso que se pierde más de la mitad del agua bombeada por los acueductos del país, especialmente en el área metropolitana de La Habana. Esto es parte de la realidad material a la que los cubanos se enfrentan diariamente, y que informa sus aspiraciones y expectativas.
Pulgares Fuertes, pero sin dedos
El Gobierno y sus partidarios sostienen que la mayoría de estos problemas son causados por el bloqueo económico criminal que los Estados Unidos han impuesto por más de 50 años, y que sigue mayormente vigente a pesar de la reanudación de relaciones diplomáticas entre los dos países.
No hay duda de que el bloqueo ha infringido un gran daño en la Isla, especialmente en los años tempranos de la Revolución, cuando forzó a reorientar la mayor parte de su actividad económica hacia el bloque soviético.
La abrogación de la ley Helms-Burton de 1996 y el fin del bloqueo serían eventos muy bienvenidos, tanto por razones de principio político, como por razones prácticas. Un cambio así promovería considerablemente la actividad económica en Cuba, probablemente en el turismo y en la biotecnología, así como en la producción y exportación de ciertos productos agrícolas como los cítricos.
Sin embargo, el bloqueo norteamericano no le impidió a Cuba comerciar con los países industrializados de Asia y Europa, especialmente con Canadá y España. El obstáculo principal a las relaciones económicas con esos países capitalistas industriales no fue el bloqueo, sino la escasez de bienes que Cuba les podía vender y, por lo tanto, la falta de divisas para costear las importaciones, fueran los bienes de producción o de consumo.
Y aun cuando Cuba recibió más de 6 mil millones de dólares de créditos y préstamos de varios de estos países capitalistas industrializados, tuvo que suspender el servicio de esas deudas varios años antes del colapso del bloque soviético.
Más importante que el daño causado por el bloqueo norteamericano es la falta de capital, y otros problemas típicos de los países subdesarrollados – la exportación de productos como el nickel y el azúcar en un mercado con precios mundiales inestables – y la interacción de estos con la miríada de defectos y contradicciones típicos de las economías de tipo soviético, incluyendo las fallas en la producción agrícola y la escasez y mala calidad de los bienes de consumo.
De hecho, los logros y fallas de Cuba son muy parecidos a los de la Unión Soviética, China y Vietnam antes de que esos países adoptaran la vía capitalista, lo que sugiere que las similitudes sistemáticas del modelo general soviético son más significativas que sus idiosincrasias y variaciones nacionales.
Cuba comparte con la URSS lo que el politólogo Charles E. Lindblom llamó “pulgares fuertes, pero sin dedos.” El tener “pulgares fuertes” le permite al Gobierno cubano movilizar a mucha gente para llevar a cabo tareas homogéneas, rutinizadas y repetitivas que requieren poca o ninguna variación, iniciativa o improvisación para adaptarse a condiciones específicas y circunstancias imprevistas a nivel local – precisamente las tareas que requieren dedos sutiles en vez de pulgares incapaces de movimientos refinados.
Esto explica por qué un gobierno de tipo soviético puede organizar una campaña de vacunación masiva, y al mismo tiempo su administración burocrática, centralizada, sin dedos ágiles, le impide adquirir la necesaria precisión para coordinar los procesos complicados de producción y distribución en los varios sectores económicos – especialmente en la Agricultura, una de las áreas más heterogéneas e impredecibles.
Las deficiencias de Cuba, especialmente en la producción de bienes de consumo, también proceden, en gran medida, de las inclinaciones ideológicas de sus líderes principales. Si bien estos líderes han favorecido claramente la producción y distribución de ciertos bienes colectivos como la Educación y la Salud, han tendido a ser no solo indiferentes, sino hostiles a la producción de bienes regulares de consumo.
Esa inclinación ideológica viene de una variante profundamente ascética de algunas tradiciones de izquierda. El ejemplo más prominente y coherentemente austero de esta tendencia en el liderazgo cubano fue Ernesto “Che” Guevara, que como Ministro de Industria en los días tempranos de la Revolución determinó en esa dirección muchos aspectos de la economía cubana.
Cuando los bienes de consumo comenzaron a escasear seriamente a principio de los 60, Guevara criticó las comodidades con las que los cubanos se habían rodeados en las ciudades, que él atribuyó al modo de vida al que el imperialismo los había acostumbrado, y no al nivel de vida que habían alcanzado por el desarrollo económico del país y como resultado de las luchas populares y de la clase obrera en la era pre-revolucionaria.
Él insistía que países como Cuba debían invertir solamente en la producción para el desarrollo económico, y dado que la Isla estaba en guerra, el gobierno revolucionario tenía que asegurar que la gente pudiera comer, pero que el jabón y otros productos de aseo no eran esenciales.
Es claro que su hostilidad a los bienes de consumo no se limitaba a la economía de guerra. Como lo expresó en sus reflexiones privadas después de haber renunciado a sus cargos en el Gobierno a mediados de los sesentas, “en Cuba, un televisor que no funciona es un gran problema, pero no en Vietnam donde no hay televisión y están construyendo el socialismo,” y añadió que “el desarrollo de la conciencia ha permitido substituir estas comodidades que son accesorias, que en un momento dado se habían transformado en parte de la vida del individuo, pero que la educación conjunta de la sociedad puede hacer retroceder esa necesidad.”
Más tarde, después del fracaso de los planes grandiosos formulados por Guevara y otros líderes revolucionarios para el desarrollo económico, esa política ascética fue adoptada por todo el liderazgo del Gobierno, que rápidamente la consagró como parte de la ideología revolucionaria opuesta a la “sociedad de consumo” del mundo económicamente desarrollado, una postura que jamás había sido parte de la ideología pre-revolucionaria de la izquierda cubana, tanto comunista como no comunista.
Es por lo tanto de esperar, que durante los ciclos económicos cubanos asociados con el espíritu y política de Guevara, siempre se enfatizó en la acumulación del capital en vez del aumento del consumo.
Este fue el caso, por ejemplo, con el período económico de tipo guevarista 1966-1970 (poco después de que él renunciara a sus cargos en el Gobierno cubano).
Como el prominente economista cubano Carmelo Mesa-Lago ha señalado, en ese momento el plan nacional requería un gran aumento en los ahorros nacionales, basado en la reducción del consumo mediante la expansión del racionamiento, la exportación de productos anteriormente asignados al consumo interno y la reducción de artículos considerados como innecesarios.
Los incentivos materiales en el trabajo se redujeron drásticamente y se exhortó a la población a que trabajara más duro, ahorrara más y aceptara la privación con espíritu revolucionario.
Fue así como la proporción de la inversión estatal destinada a la esfera de la producción ascendió del 78.7 por ciento al 85.8 por ciento de 1965 a 1970. Este fue verdaderamente el clímax cubano de lo que los teóricos húngaros Ferenc Fehér, Agnes Heller y Gyorgy Markus llamaron la “dictadura sobre las necesidades.”
El Período Especial
Hasta el colapso del bloque soviético, el Gobierno cubano pudo proporcionarle a la mayoría de su pueblo un nivel de vida austero, pero con un mínimo de seguridad económica y la satisfacción de las necesidaded básicas, a pesar de deficiencias muy serias en áreas tales como la vivienda y los bienes de consumo.
A pesar de los graves problemas y contradicciones típicos de una economía de tipo soviético, esto fue posible gracias a los subsidios económicos masivos de la URSS, que le permitieron al Gobierno cubano financiar un estado de beneficencia generoso con un sistema extenso de Educación, Salud y seguridad social.
Esos subsidios masivos los recibió Cuba al unirse al estado soviético como socio minoritario en una alianza internacional, que a pesar de desacuerdos estratégicos con respecto a la América Latina (por la renuencia de la URSS a retar a los Estados Unidos en su propia esfera de influencia), acabó siendo más viable y exitosa en África, no obstante las diferencias tácticas entre los dos países.
Aunque la tasa de alfabetismo a nivel nacional alcanzó 76.4 por ciento antes de la Revolución, fue mucho más baja en el campo. El gobierno revolucionario ha logrado eliminar el analfabetismo casi completamente desde entonces. También ha expandido la educación secundaria y superior, lo que ha promovido un grado significativo de movilidad social, a su vez facilitada por la emigración masiva de la clase alta y de buena parte de la clase media.
La expansión dramática de las fuerzas armadas también permitió el ascenso a la oficialidad de muchos cubanos de origen humilde. Los negros se beneficiaron especialmente con la eliminación de la gran segregación informal que había existido en la Cuba pre-revolucionaria, sobre todo, en el empleo.
Pero no se eliminó el racismo. El Gobierno implícitamente identificó al racismo únicamente con su modalidad segregacionista y declaró que había resuelto el problema, sin siquiera considerar políticas de acción afirmativa en larga escala, lo que en un contexto donde a los negros no se les permite organizarse independientemente para defender sus intereses, ha prolongado la desigualdad de razas.
Aun así, en términos generales, Cuba se convirtió en una sociedad más igualitaria, alcanzando a mediados de los 80 un coeficiente Gini de 0.24 (aunque esta medida también sufre del problema de acceso político discutido anteriormente). Fue esto, junto con el desarrollo de una conciencia nacionalista y anti-imperialista que aseguró una amplia base popular de apoyo para el régimen. Al mismo tiempo, las voces críticas, aún dentro del mismo gobierno, fueron sistemáticamente suprimidas, y un gran número de disidentes políticos (así como delincuentes de menor escala – Cuba tiene una de las tasas más altas de encarcelamiento por crímenes comunes) fueron encarcelados.
El colapso del bloque soviético provocó una crisis económica masiva, reflejada en un descenso rápido y agudo de 35 por ciento del PIB. La hambruna que se desencadenó en la primera mitad de la década de los 90, los peores años de la crisis, provocó en el 1991 una epidemia de neuropatía óptica que afectó a más de 50 mil personas hasta que fue parcialmente controlada en 1993.
Servicios como el transporte público descendieron vertiginosamente, de lo cual solo se han recuperado parcialmente. La desigualdad ha aumentado significativamente, especialmente entre los que tienen y no tienen acceso a los dólares de las remesas del exterior. El salario real en el sector público, que todavía incluye al menos un 75 por ciento de la fuerza laboral, bajó precipitosamente, y en el 2013 solamente había alcanzado 27 por ciento del nivel existente en 1989.
El “Período Especial” tuvo también un efecto notable en el sistema de Salud, y redujo los avances registrados en los 30 años previos. Escasean medicinas y equipos médicos, así como médicos de familia y especialistas, quienes frecuentemente se encuentran en el exterior trabajando en programas internacionales.
Los pacientes tienen que traer ropa de cama a los hospitales y las propinas al personal médico se han hecho más y más comunes. Muchos maestros han abandonado el sistema educacional por otros sectores como el Turismo donde obtienen salarios más altos.
El Gobierno trató de reemplazar a los maestros que se habían ido con un sistema televisivo, así como con graduados de la segunda enseñanza que habían sido brevemente entrenados, todo esto con resultados negativos predecibles.
El sistema de seguridad social, que registró grandes avances en los 60 con cobertura universal y la unificación del sistema incoherente de numerosos planes de retiro y pensiones, experimentó una grave crisis en los 90 cuando las pensiones pagadas en pesos descendieron a una fracción de su poder adquisitivo previo.
De importancia especial es el hecho que desde el colapso de la URSS, el apoyo al régimen ha caído significativamente, especialmente entre la gente joven. Eso no quiere decir que los jóvenes hayan comenzado a oponerse abiertamente al régimen. Es mucho más probable que traten de encontrar soluciones individuales a sus problemas; prefieren irse de la isla, que confrontar a un gobierno que a pesar de haber dejado en libertad a la mayoría de los presos políticos y permitir un grado significativo de liberalización social (en términos de religión y emigración por ejemplo) aún mantiene intacto su aparato de represión. (Aunque típicamente ha estado siguiendo una política de vigilancia estrecha, hostigamiento y arrestos frecuentes de corta duración de disidentes, en vez de las largas condenas carcelarias que fueron la norma bajo el gobierno de Fidel Castro.)
La crítica desde la izquierda
Los que apoyan al Gobierno, especialmente en el exterior, continúan defendiendo al sistema como si nada hubiera ocurrido en los últimos 25 años, y continúan señalando a países pobres como Haití – que ya estaban en peores condiciones que Cuba antes de la Revolución de 1959 – como evidencia de que la Cuba de hoy va por buen camino.
Pero la mayoría de los cubanos no están comparando su nivel de vida con el de otros países subdesarrollados. Los más viejos probablemente están comparando su presente con la mayor seguridad y predictibilidad de sus vidas antes del Período Especial, y quizás añoran la época de los inicios de la década de los 80, cuando la apertura de los mercados campesinos, después del éxodo masivo del Mariel en la primavera del 1980, les permitió disfrutar de un nivel de vida que fue probablemente el más alto desde los años 60.
Para muchos cubanos, y especialmente para la juventud desencantada que está muy al tanto de las tendencias culturales contemporáneas en la moda, la música y el baile, la existencia de una comunidad numerosa cubano-americana en el sur de la Florida se ha convertido en un referente muy importante de comparación.
Y al igual que los opositores de los 40 y 50, la naciente izquierda crítica en Cuba no celebra, a la manera de la prensa oficial del Partido Comunista y los simpatizantes del régimen en el exterior, el alto rango que Cuba ocupa en el IDH.
Más bien se están tratando de organizar bajo circunstancias extremadamente difíciles, en pos de las libertades políticas necesarias para defender el nivel de vida del pueblo cubano y abrir la posibilidad de una economía y sistema político de auto-gestión democrática y popular.