Por: Luis Toledo Sande
Para salvar el proyecto revolucionario cubano y mantener sus importantísimos logros —que elevaron el país a la altura que hizo de él una referencia, un ejemplo defendido por su pueblo y admirado por otros en el mundo— será necesario enfrentar y resolver problemas básicos de funcionamiento social. A varios de ellos se refieren los siguientes incisos, en los cuales el autor ni remotamente intenta rozar la exhaustividad, y mucho menos dictaminar conclusiones. Cabría sumar otros apuntes, y cada uno daría para un tratado.
1/ El mejor modo de revertir interpretaciones mecanicistas o metafísicas sobre las clases sociales no es precisamente ignorar que estas existen y tienen o generan, según el contexto, su propio dinamismo, ni inventarles nombres máscaras. ¿Será necesario recordar la falsedad del aserto según el cual en el socialismo no hay clases? Y, si así fuera, ¿dónde se ha construido plenamente la sociedad socialista que lo confirme? Aunque los medios de producción que posea los haya obtenido gracias a una revolución orientada hacia el socialismo, como norma el dueño es dueño, aun cuando sea altruista, capaz de tener en cuenta intereses colectivos.
2/ Duele que se entienda como estímulo un puñadito de divisas sumado como premio al salario, y no el recibir bienes tan importantes y costosos como la educación y la atención médica. Si el Estado fuera más eficaz en demostrar que no es ni se siente propietario, sino administrador responsable de los medios de producción a su cargo, y de lo producido por trabajadores y trabajadoras en esa área, estaría en mejores condiciones de mostrar, con efecto educativo, de dónde salen los recursos para brindar beneficios públicos.
3/ Es indeseable que la población no se sienta propietaria de los bienes de naturaleza social, pues de cómo se sienta ella en ese terreno dependerá en gran medida su respuesta a los requerimientos de la propiedad socializada. Si la respuesta es deficiente, empobrecerá la productividad y favorecerá que se idealicen las ventajas de la propiedad privada.
4/ La mayor o menor conciencia de lo criminal que puede llegar a ser la mala actitud en el cuidado y en la puesta en funcionamiento de la propiedad social —señaladamente en el trabajo—, remite a la actitud de los productores ante el hecho de producir y propiciar que lo producido no beneficie solamente a sus bolsillos y sus cuentas bancarias, sino a la población, de acuerdo con un modelo social y económico que también a ellos —los productores— y a sus familiares les proporciona servicios fundamentales como la educación y la atención médica.
5/ Ni la sociedad sin mercado es lo que procede contraponer a la sociedad mercantilista, ni se ha de confundir el consumismo con la necesidad de consumir razonablemente.
6/ El exceso nocivo de control sobre la producción y los precios por parte de la administración estatal no se corrige con la renuncia del Estado a cumplir en esos frentes su deber de velar por el mejor funcionamiento de la sociedad. Aunque, por muy alto que sea su cargo, la política no la trace un individuo aislado —Cuba no es una excepción—, es inquietante oír a un alto funcionario o dirigente del frente económico, o del que fuere, decir ciertas cosas. Entre ellas, como si así no se abriera las puertas a más corrupción y esta no fuera ya mucho más que un peligro potencial para el país, que el Estado no debe controlar qué se vende o qué no se vende en el mercado cuentapropista, calificativo que se aplica a pequeños empresarios y a sus empleados, sin que ni siquiera se hayan hecho entre unos y otros los debidos deslindes, como las diferenciaciones de índole sindical que sería justo reconocer y respetar.
7/ Recién abierto el camino para la recuperación a gran escala del trabajo por cuenta propia —que había estado interrumpido o varado a fondo desde 1968—, un editor abrazado a la nueva línea esgrimió el “argumento” de que no debía parecer que dicho sector era objeto de repudio oficial, y censuró a una periodista que quiso fundadamente criticar la mala higiene de una cafetería privada, aunque ese es un mal que debe combatirse dondequiera que aparezca, sea o no sea privado el establecimiento en cuestión. De similar modo parece haber habido quien llegó a pensar que la prensa no debía insistir en el rechazo a los precios excesivos, porque podía tomarse como un freno para las leyes de la oferta y la demanda, en la cual, al parecer, alguien supuso que estaría la solución para actualizar la economía cubana y hacerla eficiente.
8/ No fue necesariamente un acierto que a los debates sobre los lineamientos económicos de la nación se les diera justa jerarquía de congreso, mientras se relegaban las ciencias sociales a la subalternidad de una conferencia derivada de aquel. Finalmente ellas estuvieron presentes de modo explícito no solo en la conferencia que se les había reservado, sino también en el programa del congreso, porque parte de la población y militantes de base lo reclamaron con fuerza. Añádase que la economía es una de las ciencias sociales, aunque haya quienes la supongan una ciencia exacta, como al margen de aquellas, lo cual viene en apoyo del profesor universitario de literatura que sostuvo que la economía de la nación es un asunto demasiado importante para dejarla solamente en manos de economistas, por muy sabios que estos fueran.
9/ Los elevados precios en productos básicos y de primera necesidad tienen fuentes de peso, y algún magisterio relevante: entre las primeras, la improductividad y la insuficiente cultura de la propiedad social; en el segundo caso, la política aplicada en el mercado estatal, con ganancias de 200 y 300 por ciento, fijadas por decreto (no por oferta y demanda) para paliar la insuficiente producción y recabar fondos necesarios para bienes sociales. Pero se han perpetuado junto con una dualidad monetaria que asusta en general, y en particular cuando en una tienda se ve, indicado en ambas monedas, el precio de venta de un litro de aceite, de una lata de leche condensada o de unos pocos pedazos de pollo, por ejemplo.
10/ Que, para hablar solamente del esmirriado CUP —cuya crisis no es mayor gracias a la aplicación de una política bancaria fijada centralmente a contrapelo de las leyes de la oferta y la demanda—, una libra de tomate pueda costar más que lo aportado al cliente por un día de salario medio es algo que debe estudiarse, para erradicarlo y tratar de que no se repita.
11/ El salario se devalúa no solo con el mantenimiento o el alza de los precios, sino con la tendencia generalizada a robarle al cliente en el peso, en la cantidad, en la calidad y, de ser posible, hasta en el vuelto, en medio del caos de básculas y unidades de medida, y las complicaciones monetarias.
12/ ¿Será necesario esperar a que pasen décadas para que se aprecie en el confort familiar el efecto de medidas que benefician a la macroeconomía nacional? Un ejemplo: según datos, alrededor de medio millón de personas engrosan ya los trabajos por cuenta propia y, en consecuencia, además de no recibir salarios salidos del erario público, son fuentes de impuestos o los abonan directamente. Esos hechos deben ir teniendo influencia beneficiosa creciente en los salarios de quienes siguen laborando en la esfera de la propiedad social, administrada por el Estado, que es el responsable de los medios fundamentales de producción y servicios.
13/ Se diría que lo beneficioso, o que parece serlo —como el relativo esplendor, oficialmente declarado falso, de los años 80, hasta el denominado período especial—, es susceptible de rectificarse y ser pronto derogado o modificado. Pero lo más incómodo —sea una poda en alguna cuota de productos racionados de la canasta básica, o los precios escalofriantes de los automóviles— puede pintar para eterno.
14/ La resistencia cubana contra el criminal bloqueo imperialista, y frente a frustrantes deficiencias internas, más que a considerarla inquebrantable debe mover a respetar cada vez más, en los hechos, al pueblo que la ha protagonizado. Tampoco se deben desconocer las diferencias en sus sucesivas generaciones, ni olvidar que está en marcha la natural sustitución de una dirección capaz de ganar la confianza de la mayoría. Hechos tales no avalan que se le considere por siempre y completamente fuera de la posibilidad de dar cabida a hechos indeseables, como votos de castigo aplicados a gobiernos de otros países. Tan irresponsable sería menospreciar el efecto de las maniobras enemigas, como limitarse a decir que tales votos han sido erráticos e injustos, ingratos, si no traicioneros. La paciencia tiene límites, aunque a veces parezca no tenerlos, o no se quiera contar con ellos.
15/ La realidad objetiva existe independientemente de la conciencia, y, por tanto, de lo que se diga o no se diga en la prensa, ya se trate de la cólera o del cólera. No es de sabios ni exagerar ni ocultar peligros, ni menguar los indicios necesarios para que socialmente se tenga la debida percepción de riesgo.
16/ De lo que se trata, si se piensa en lo más importante, no es solo de afinar mecanismos que son o se suponen la vía para resolver problemas, sino de asegurarle al país un funcionamiento que lo haga vivible, amable, querible. Y nadie piense que esos términos son solo apropiados para una canción feliz.
17/ Los errores propios son aliados naturales de los trasnochados o colonizados de siempre, que se engolosinan imaginando que la solución de los problemas está en fuerzas ajenas, incluso en las que desde mucho antes de 1898 han tratado de asfixiar a la nación cubana, y cuyas entrañas no hay día 17 de este mundo que pueda cambiar por arte de magia.
18/ ¿Será necesario insistir en la relación entre economía y política, y viceversa? Quien procuró enseñar la verdad de que la política es la expresión concentrada de la economía no fue ni tonto ni perestroiko, sino un político revolucionario fundador, aunque el desmontaje del socialismo que él intentó fomentar en su tiempo contribuya hoy a que se tienda injusto olvido sobre su legado. Ni fue un apátrida teoricista, pedante vencido de la universidad bamboleante de las nubes, quien antes había dicho que en política lo real es lo que no se ve, y que un detalle en el órgano es a veces una revolución en el sistema. Ellos, asumidos y glosados sin comillas en estos incisos —o incisiones por donde el autor sangra, como tal vez sangren otras personas—, no se propusieron ser nuevos dioses, ni generar ideas para que otros, en vez de cumplir del mejor modo el deber de pensar con cabeza propia y guiarse por normas éticas, los responsabilicen por errores que no hay razón para poner en su cuenta. Sus enseñanzas, y las de otros, merecen ser consideradas creativamente, no echarse por la borda.