A medida que la expansión económica de Estados Unidos madura y se forman nubes en el escenario global, las autoridades económicas comienzan a preocuparse por una eventual recesión. Su inquietud no se debe a la inminencia de un bajón, sino a si tendrán suficientes municiones para defenderse cuando llegue uno.
El dinero ha sido la principal arma de Washington en las décadas que pasaron desde que el economista británico John Maynard Keynes propuso un enérgico gasto gubernamental para combatir la Gran Depresión. EE.UU. generalmente inyecta dinero en la economía a través de recortes de tasas de interés, rebajas de impuestos o el aumento del gasto federal.
Esas herramientas podrían ser difíciles de emplear cuando llegue el próximo bajón: las tasas de interés están cerca de cero, y los planes de estímulo fiscal podrían ser obstaculizados por los altos niveles de deuda pública y la perspectiva de crecientes déficits presupuestarios para cubrir el gasto en prestaciones para los jubilados de la generación de la posguerra, o baby boomers.
Pocos economistas creen que EE.UU. esté cerca de una recesión. La economía parece haber recuperado su equilibrio después de un tropiezo en el primer trimestre, y funcionarios de la Reserva Federal consideran la posibilidad de elevar las tasas de interés de corto plazo por primera vez en casi una década para asegurar que la economía no se sobrecaliente.
Aun así, las sombras amenazantes son un recordatorio de que el lento crecimiento mundial está a sólo un shock de la zona de peligro. En el segundo trimestre, la economía de Japón se contrajo y Europa registró un crecimiento mediocre. La desaceleración de China, por su parte, parece más grave de lo que creían inicialmente las autoridades globales y una devaluación del yuan podría dar lugar a fricciones comerciales.
Con la expansión de EE.UU. a las puertas de su séptimo año, las autoridades están planeando cómo responder a la siguiente crisis, algo que la historia ha demostrado que es inevitable. El actual crecimiento ya es 16 meses más largo que la media desde la Segunda Guerra Mundial, y ninguna ha durado más de una década.
“La economía mundial es como un transatlántico sin botes salvavidas”, escribieron economistas del banco
HSBC en una reciente nota de investigación.
En la próxima recesión, las herramientas de gobierno serán “más limitadas de lo habitual, pero de ninguna manera son cero”, dijo en una entrevista Ben Bernanke, ex presidente de la Fed.
El banco central de EE.UU., por ejemplo, podría experimentar con tasas de interés negativas. Una recesión también podría obligar al Congreso y la Casa Blanca a dejar de lado la división partidista en Washington y llegar a un acuerdo que combine estímulos de corto plazo con planes a largo plazo para reducir el déficit.
‘Una pregunta viva’
“Esta es una pregunta muy viva”, dice Douglas Elmendorf, que hace poco dejó de ser director de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés). “Las autoridades están pensando en planes de contingencia para sus planes de contingencia”.
La estrategia de la Fed de mantener las tasas de interés bajas hasta una fase avanzada de la expansión tiene por objeto evitar una recaída en la recesión.
Janet Yellen, su presidenta, ha definido las tasas bajas como un seguro contra otra crisis. Esa es otra razón por la cual los funcionarios tienen la intención de moverse lentamente una vez que comiencen a subir los intereses.
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Las preocupaciones se extienden a la Casa Blanca. “La política fiscal federal será una herramienta más importante para abordar futuros ciclos económicos porque la política monetaria puede verse constreñida con más frecuencia”, dijo en una entrevista Jason Furman, presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca. “Eso es un gran cambio en la forma en que la profesión económica ve el mundo”.
En el último cuarto de siglo, EE.UU. recurrió regularmente a la Fed para dar estímulos cuando la economía se tambaleaba.
En la más reciente recesión, las tasas de interés de corto plazo fueron llevadas a casi cero. Luego, la Fed se embarcó en programas masivos y controversiales de compra de bonos para reducir las tasas de interés de largo plazo. También se comprometió a mantener bajas las tasas de interés de corto plazo por un período prolongado.
Las tácticas estaban destinadas a facilitar el pago de deudas de las familias, alentar nuevos préstamos y promover la toma de riesgos; los funcionarios esperaban que las medidas impulsaran la inversión y el gasto de los consumidores.
La próxima crisis podría también ampliar las tenencias de bonos de la Fed, que ya superan los US$4 billones, pero existe un límite a las compras adicionales que pueda hacer.
Bernanke dijo que quedó sorprendido por la forma en que recientemente los bancos centrales de Europa llevaron las tasas de interés de corto plazo a territorio negativo, básicamente cobrando a los bancos que depositen efectivo en lugar de prestarlo a empresas y hogares. El Banco Nacional Suizo, por ejemplo, cobra a los bancos comerciales un interés de 0,75% por el dinero inmovilizado, un incentivo para que lo presten.
La teoría económica sugiere que las tasas negativas alientan a las empresas y familias a acumular efectivo, en otras palabras, a guardarlo en el colchón. “Parece que las tasas pueden ser más negativas de lo que las teorías tradicionales sostenían”, recalcó Bernanke.
Otros, entre ellos el senador
Bob Corker, republicano de Tennessee, sólo ven los límites de la Fed. “Le queda cero gasolina”, dijo.
Muchos economistas creen que el alivio para la próxima recesión tendrá que venir de los responsables de políticas fiscales y no de la Fed, una perspectiva desalentadora, dada la división filosófica entre los dos partidos de EE.UU.
Los republicanos dudan que el gasto federal pueda expandir la economía, y tratan de reducir el tamaño del gobierno en lugar de ampliarlo. Los demócratas, en cambio, dicen que la austeridad fiscal maniata a la economía, especialmente en tiempos de crisis.
La cuestión es cuánto podrá endeudarse y gastar el gobierno para sacar a la economía del próximo bajón. La experiencia de la pasada recesión ha creado un profundo desacuerdo entre los economistas.
Una foto del economista británico John Maynard Keynes en 1929. PHOTO: PLANET NEWS ARCHIVE/SSPL/GETTY IMAGES
La deuda federal ha crecido hasta representar 74% de la producción nacional, frente a 39% en 2008. Para frenar el déficit fiscal a corto plazo, el Congreso y la Casa Blanca acordaron a principios de esta década una combinación de recortes de gastos y alzas de impuestos. En total, el gasto sumado de los gobiernos federal, estatales y municipales, en términos reales, se contrajo 3,3% desde el inicio de la recuperación en 2009, frente a un incremento promedio de 23,5% en otros períodos de expansión comparables de la posguerra.
Mientras que la deuda federal es alta en términos históricos, el déficit presupuestario se ha reducido a alrededor de 2,4% de la producción nacional. Eso proporciona a EE.UU. un poco de respiro fiscal. Sin embargo, se prevé que, incluso con un crecimiento económico sostenido, los déficits superen 3% del Producto Interno Bruto a finales de la década, lo que elevaría aún más el nivel de deuda, según la CBO.
“Si hay otra recesión, habrá presión para ampliar el déficit con bastante rapidez a un nivel que no tiene precedentes en los tiempos modernos”, afirma Stephen King, economista de HSBC y autor del informe sobre la falta de salvavidas fiscales para la economía global.
Nadie sabe cuánta más deuda puede acumular el gobierno de EE.UU. sin provocar un aumento de la inflación y llevar las tasas de interés a un nivel que obstaculice la inversión y el crecimiento. “No conocemos experiencias de países con un nivel de deuda como el de EE.UU. en este momento”, dice Elmendorf, el analista de presupuesto.
Japón ha impulsado la deuda pública a casi el doble de su producción económica anual, pero su experiencia no aporta una orientación clara. El gasto no ha estimulado un crecimiento significativo; tampoco la carga de deuda ha impulsado los costos de financiación del gobierno, como la teoría económica sugiere que debiera suceder.
En un polémico artículo de 2010, los economistas Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, de la Universidad de Harvard, afirmaron que algunos países tuvieron un crecimiento más lento cuando la deuda pública superó 90% de la producción nacional.
El informe alimentó el debate sobre la austeridad fiscal y más tarde fue criticado por investigadores de la Universidad de Massachusetts por fallas en la metodología y el análisis. Rogoff y Reinhart dijeron que la crítica era exagerada.
Los economistas de
Moody’s Analytics dicen que la deuda de EE.UU. podría aumentar otros US$5,6 billones sin mucho peligro, un dinero suficiente para proteger la economía contra una repetición de la crisis financiera de 2007-2009 con un similar gasto de rescate financiero.
Los economistas del Fondo Monetario Internacional advierten contra el impacto que los programas de austeridad pueden tener sobre el crecimiento cuando una crisis de deuda no es inminente.
Elmendorf ve dos errores potenciales en el enfoque de la relación entre el crecimiento y la deuda para EE.UU. El primero de ellos, señala, sería suponer que mayores niveles de deuda eliminarían los instrumentos de política fiscal a corto plazo en una recesión. El segundo sería no ver la necesidad de reducir la deuda pública en el largo plazo.
Incluso si estuviera claro que EE.UU. puede permitirse el lujo de aumentar el gasto o reducir los impuestos, los desacuerdos partidistas respecto del programa de estímulo que el presidente
Barack Obama lanzó en 2009 impiden un consenso sobre los beneficios de las políticas fiscales en una recesión.
El paquete de gasto de US$787.000 millones “fue tan mal diseñado que probablemente dio una mala reputación a las políticas fiscales”, sostiene Martin Feldstein, profesor de Harvard y ex asesor económico del presidente Ronald Reagan que antes había apoyado un gran estímulo para hacer frente a la crisis financiera.
“Cualquier observador objetivo que mirara el estímulo de más de US$1 billón diría que no ha sido eficaz en lograr que la economía crezca de una manera duradera”, dice el representante Tom Price, republicano de Georgia y presidente del Comité de Presupuesto de la cámara baja.
La Casa Blanca cuestiona las críticas y señala que la recuperación económica de EE.UU. ha sido más fuerte que en los países desarrollados que rechazaron las políticas de estímulo fiscal.
Y las predicciones de que el aumento de los niveles de deuda podría conducir a una mayor inflación y al alza de las tasas de interés han sido hasta ahora erradas. A pesar de que la deuda como proporción del PIB casi duplica el nivel que tenía antes de la crisis financiera, las tasas de interés se han mantenido bajas.
“Se siente como si tuviéramos mucho más margen de maniobra fiscal de lo que podía pensarse hace 10 años”, dice Furman, el asesor económico de la Casa Blanca.
Y agrega que una lección derivada de la reciente recuperación es que si los gobiernos se endeudan por una buena razón, como el gasto en infraestructura para impulsar el empleo durante crisis, “no parece que los mercados vayan a penalizarnos”.
Furman ha estado tratando de preparar en la Casa Blanca políticas para la eventualidad de una próxima recesión. Hay señales de que la próxima recesión será más difícil de manejar, asevera, debido a fuertes recortes en los gobiernos estatales y municipales, presupuestos que en recesiones anteriores han actuado como amortiguadores.
Programas automáticos
En la esfera federal, la Casa Blanca se ha centrado en la ampliación de los programas que se expanden automáticamente cuando la economía se tambalea, para luego diluirse durante la recuperación económica.
En el plan presupuestario para este año, por ejemplo, el gobierno de Obama propuso sustituir el sistema de prestaciones por desempleo, que en recesiones pasadas no fue ampliado por el Congreso hasta después de comenzada una recesión. La idea es aumentar automáticamente los montos del seguro disponible para quienes pierden sus trabajos cuando las tasas de desempleo en los estados alcanzan determinados umbrales.
Los opositores a esquemas como ese citan los altos costos —algunos funcionarios dicen que la reforma costaría US$50.000 millones durante 10 años— y apuntan a investigaciones según las cuales el seguro de desempleo ampliado podría desalentar a los hombres y las mujeres a reingresar a la fuerza laboral.
Una solución intermedia ha sido difícil de alcanzar. Cuando los republicanos ganaron el control de la Cámara de Representantes en 2010, la Casa Blanca buscó, sin éxito, un acuerdo para elevar los ingresos y frenar el crecimiento de largo plazo en el gasto a cambio de un estímulo a corto plazo.
La próxima recesión podría volver a sentar a las dos partes a la mesa de negociaciones. No obstante, los legisladores tendrían menos margen de maniobra “porque el lado de las prestaciones del gobierno no se ha abordado”, dijo Corker. “No hemos abordado aún los elementos más básicos”.
Feldstein y
Robert Rubin, ex secretario del Tesoro durante la presidencia de Bill Clinton,proponen las llamadas “políticas de incentivos neutrales sobre los ingresos del gobierno”, como créditos fiscales a la inversión empresarial que compensan los costos del gobierno mediante el aumento general de los impuestos a las empresas.
El desafío es que estas políticas “suenan simples, pero políticamente son de difícil implementación”, según Glenn Hubbard, decano de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia y asesor del presidente
George W. Bush durante la recesión de 2001. “Tenemos muy poco colchón para quien sea el próximo presidente y los próximos líderes del Congreso en el caso de que tengan que hacer frente, Dios mío, a cualquier cosa”.