Por Michael Roberts Sin Permiso
30/11/2023
Daren Acemoglu es uno de los principales expertos en el impacto de la tecnología en los empleos, las personas y las economías. Me he referido a su trabajo antes en varias notas.
Ahora, junto con un colega, Simon Johnson, ha publicado un nuevo libro titulado "Poder y progreso: una lucha de mil años por la tecnología y la prosperidad". Este libro no nos ofrece nueva evidencia empírica del impacto de la tecnología en el crecimiento de la productividad o en los ingresos de muchos en comparación con unos pocos. Pero los autores las han proporcionado en artículos anteriores y trabajos citados en mis notas.
En cambio, en Power and Progress encontramos un relato histórico global de cómo la tecnología ha llevado a la humanidad hacia adelante en términos de niveles de vida, pero también a menudo ha creado miseria, pobreza y una mayor desigualdad.
Acemoglu y Jonson hacen la pregunta: "¿No somos más prósperos que las generaciones anteriores, que trabajaron por una miseria y a menudo murieron de hambre, gracias a las mejoras en la forma en que producimos bienes y servicios?" Y responden: "Sí, estamos mucho mejor que nuestros antepasados. Incluso los pobres de las sociedades occidentales disfrutan de niveles de vida mucho más altos hoy que hace tres siglos, y vivimos vidas mucho más saludables y largas, con comodidades que nadie hace unos cientos de años ni siquiera hubiera podido imaginar. Y, por supuesto, el progreso científico y tecnológico es una parte vital de esa historia y tendrá que ser la base de cualquier proceso futuro de ganancias compartidas".
Pero argumentan que esto no fue un resultado automático (sic) de la tecnología, sino más bien "la prosperidad compartida surgió porque, y solo cuando, la dirección de los avances tecnológicos y el enfoque de la sociedad para repartir las ganancias se alejaron de los acuerdos que servían principalmente a una pequeña élite. Somos beneficiarios del progreso, principalmente porque nuestros predecesores hicieron que ese progreso alcanzara a más personas. Como reconoció el escritor y radical del siglo XVIII John Thelwall, cuando los trabajadores se congregaron en fábricas y ciudades, se les hizo más fácil reunirse en torno a intereses comunes y exigir una participación más equitativa en las ganancias del crecimiento económico... La mayoría de las personas en todo el mundo hoy en día están mejor que nuestros antepasados porque los ciudadanos y los trabajadores de las primeras sociedades industriales se organizaron, desafiaron las decisiones impuestas por la élite sobre la tecnología y las condiciones de trabajo, y las obligaron a compartir las ganancias de las mejoras técnicas de manera más equitativa".
Acemoglu y Johnson señalan que la "revolución industrial" en Gran Bretaña y más tarde en Europa y los Estados Unidos no condujo a un aumento de los ingresos reales medio de la mayoría de los trabajadores hasta bien entrado la segunda mitad del siglo XIX.
Están de acuerdo con el análisis de Friedrich Engels en su libro, La condición de la clase trabajadora en Inglaterra, escrito en 1844, de que a medida que los tejedores manuales y los trabajadores de otros sectores de la artesanía perdieron sus puestos de trabajo a manos de las máquinas en las ciudades, se empobrecían mientras que a los trabajadores rurales y sus familias que emigraban a las ciudades para trabajar en las fábricas se les pagaba una miseria.
Se necesitó el desarrollo de las organizaciones obreras, la legislación gubernamental y los comienzos de una cierta distribución de la asistencia social para lograr un aumento significativo, según los autores.
También señalan que "La Edad Dorada de finales del siglo XIX fue un período de rápido cambio tecnológico y desigualdades alarmantes en Estados Unidos, como en la actualidad. Las primeras personas y empresas en invertir en nuevas tecnologías y aprovechar las oportunidades, especialmente en los sectores más dinámicos de la economía, como los ferrocarriles, el acero, la maquinaria, el petróleo y la banca, prosperaron y obtuvieron ganancias gigantescas... Durante esa época surgieron empresas de un tamaño sin precedentes. Algunas empresas empleaban a más de cien mil personas, significativamente más que el ejército de EEUU en ese momento. Aunque los salarios reales aumentaron a medida que la economía se expandía, la desigualdad se disparó y las condiciones de trabajo eran horribles para millones de personas que no tenían protección contra sus poderosos jefes económica y políticamente. Los barones ladrones, como se conocía a los magnates más famosos y sin escrúpulos, hicieron grandes fortunas no solo por su ingenio a la hora de introducir nuevas tecnologías, sino también por la fusión con negocios rivales. Las conexiones políticas también fueron importantes en la búsqueda de dominar sus sectores".
A finales del siglo XX y actualmente ha ocurrido lo mismo.
El libro considera lo que se puede hacer para garantizar que las ganancias de la productividad de la tecnología moderna de punta como los robots, la automatización y la IA puedan propagarse entre la mayoría y no solo entre unos pocos.
Acemoglu y Johnson consideran que "los avances tecnológicos suelen ser vistos por los gerentes educados en la escuela de negocios como oportunidades para reducir los salarios y reducir los costes laborales, debido a la influencia persistente de la doctrina de Friedman, la idea de que el único propósito y responsabilidad de las empresas es obtener ganancias". Esto es ingenuo, porque no caben dudas de que el objetivo principal de las empresas capitalistas es obtener ganancias, ese es el punto. No es la ideología de Friedman la que impulsa esto, sino que el impulso necesario para obtener ganancias produce la ideología de Friedman.
Como señalan los autores, las contradicciones surgen en un modo de producción con fines de lucro: "El problema es una cartera desequilibrada de innovaciones que priorizan excesivamente la automatización y la vigilancia, sin crear nuevas tareas y oportunidades para los trabajadores. La redirección de la tecnología no tiene por qué implicar el bloqueo de la automatización o la prohibición de la recopilación de datos; en su lugar, puede fomentar el desarrollo de tecnologías que complementen y ayuden a las capacidades humanas". Pero bajo el capitalismo, no ocurre así.
¿Cómo podemos superar esta contradicción? Los autores defienden de nuevo las "palancas políticas" habituales de los impuestos y los subsidios a la investigación; la regulación; la ruptura de los grandes monopolios tecnológicos; y unos sindicatos más fuertes. Todas estas medidas de una forma u otra no han logrado la difusión de las ganancias de la tecnología en el pasado y tampoco podrán hacerlo por lo que se refiere a las innovaciones actuales, suponiendo que incluso se implementen.
Los autores evitan cuidadosamente la conclusión política obvia de que si la mayoría de las ganancias de la tecnología van a aquellos que obstentan el poder, entonces para difundir esas ganancias, la tecnología debe ser propiedad y estar controlada no por los oligarcas de la tecnología, sino por la mayoría a través de la propiedad común. No será suficiente con tratar de regular a Elon Musk, o gravarlo más e insistir en que permita sindicatos. Todas estas medidas, si son efectivas, podrían ayudar, pero no pondrían fin al poder del capital sobre la tecnología.
Los autores rechazan firmemente la solución de la renta básica universal (RBU) como forma de compensación por el desempleo tecnológico. "Sin embargo, la RBU no es ideal para reforzar la red de seguridad social, porque transfiere recursos no solo a aquellos que los necesitan, sino a todo el mundo. Por el contrario, muchos de los programas que han formado la base de los estados de bienestar del siglo XX en todo el mundo se basan en transferencias, incluido el gasto en salud y la redistribución, a los necesitados. Debido a esta falta de orientación finalista, la RBU sería más cara y menos efectiva que las propuestas alternativas".
"Es probable que la RBU también sea el tipo de solución equivocada a nuestra difícil situación actual, especialmente en comparación con las medidas destinadas a crear nuevas oportunidades para los trabajadores. Hay pruebas considerables que sugieren que las personas están más satisfechas y están más comprometidas con su comunidad cuando sienten que están contribuyendo a la creación de valor en la sociedad. En los estudios, las personas no solo informan de una mejora en el bienestar psicológico cuando trabajan, en comparación con la mera recepción de transferencias, sino que incluso están dispuestas a renunciar a una cantidad considerable de dinero en lugar de renunciar al trabajo y aceptar transferencias puras".
"De hecho, RBU comparte plenamente la visión de la élite empresarial y tecnológica de que son las personas ilustradas e ingeniosas las que deberían financiar generosamente el resto. De esta manera, pacifica al resto de la población y amplifica las diferencias de estatus. Expresado de otra forma, en lugar de abordar la emergente naturaleza de nuestra sociedad de dos tercios, reafirma estas divisiones artificiales".
Hay mucho más que decir con nuevos datos empíricos sobre el impacto de la tecnología en nuestras vidas y volveré a ello en futuros artículos. Mientras tanto, lo que Power and Progress nos dice sobre la tecnología y su impacto en nuestras vidas, para bien o para mal, es que quien tiene el poder controla el progreso.