Ciencia social y compromiso político
He dejado para el final el tema que de alguna manera da título a estas notas, el compromiso de la ciencia y la ciencia del compromiso. Lo cual en un contexto como el nuestro adquiere una dimensión muy significativa. En primer lugar, es necesario distinguir entre el objeto de la ciencia, el sujeto de la ciencia y la relación entre ambos. El objeto de la ciencia son los fenómenos de la realidad, el sujeto de la ciencia es la comunidad científica, la ciencia misma es el proceso histórico de comprensión de la naturaleza, las contradicciones y la evolución de la realidad. La realidad existe independientemente de la conciencia humana, la cual es a la vez parte de esa realidad, la ciencia es un resultado de la conciencia humana y su capacidad de conocer, explicar y transformar el mundo que la rodea, para lo cual crea y desarrolla permanentemente un método y un aparato de categorías y conceptos que les son propios.
Sin embargo, es necesario tratar con mucho cuidado la diferenciación entre el objeto y el sujeto de las ciencias sociales debido a que ambos son componentes interdependientes de la realidad y forman parte de un proceso integrado donde el sujeto construye la comprensión del objeto mientras el objeto condiciona al sujeto, puesto que este es parte de la sociedad. La interrelación sujeto-objeto es un componente de la realidad que debe ser incorporado por la investigación científica.22 Como afirma Aron “en la narración o la interpretación de los acontecimientos o las obras el historiador no puede dejar de incluir juicios de valor, en la medida en que estos son internos al universo de acción o de pensamiento, constitutivos de la realidad misma”.23 Un desafío para el científico social es ser consciente de esta interdependencia sujeto-objeto e intentar objetivar, hasta donde sea posible, sus propios juicios de valor. En este sentido es también interesante la polémica de Karl Popper con Adorno y Habermas, estos últimos sostienen el criterio de que en sociología el conocimiento factual y los juicios de valor están indisolublemente vinculados.24
En todo caso lo que nos interesa destacar aquí es que aun cuando el científico debe mantener la mayor objetividad en la construcción del conocimiento, es imposible que se despoje de todo juicio de valor en la medida en que él mismo es parte de una realidad que está históricamente condicionada. De manera que, todo conocimiento, aun el conocimiento científico, se halla históricamente condicionado, es incompleto y puede ser ampliado y profundizado.
Ya hemos identificado las diferencias entre el conocimiento científico y el conocimiento común. El portador del conocimiento científico es precisamente el científico, el académico o el intelectual si se le prefiere llamar así, o sea un ser humano que es parte de la sociedad.25
Esto da lugar al tema del papel de los intelectuales, fundamentalmente aquellos ubicados en el terreno de las ciencias sociales y humanas, en los procesos de transformación revolucionaria de la realidad, un tema que ha sido largamente discutido durante siglos, pero con particular fuerza durante el pasado siglo XX.26 Seguramente habrá de ser también un tema relevante del siglo XXI si se tienen en cuenta las transformaciones que necesariamente están por venir en un mundo donde cada vez es más clara la contradicción entre el extraordinario avance de la tecnología y el conocimiento y la crisis social, económica y medioambiental que afecta a todos pero con mucho mayor rigor a los países no desarrollados.
No hay dudas de que si el intelectual o el científico es consecuente con su comprensión de las contradicciones y problemas que afectan a su realidad, debe asumir una actitud de compromiso, como afirmaría Jean Paul Sartre 27, con aquellos procesos que deben dar lugar a una transformación de esa realidad en función de los intereses de las grandes mayorías de su nación y del mundo. Ese compromiso no debe ser pasivo sino activo y abierto, a la vez que honesto y humilde. Si en la perspectiva de Antonio Gramsci consideramos a estos científicos como parte de la intelectualidad orgánica del proceso transformador 28, con más razón su contribución a la construcción de la hegemonía de las mayorías se relaciona con su capacidad de producir conocimientos sobre la realidad social y su transformación.
A esta “intelectualidad orgánica” o intelectualidad revolucionaria, si se prefiere el término, le debe corresponder jugar un papel importante en esos procesos, claro que no es esa intelectualidad la fuerza fundamental del cambio, pero está dentro de ella y tiene una función determinada e importante derivada de las funciones que le son propias al trabajo científico-intelectual y que ya hemos definido aquí, esencialmente cuando se trata de la creación consciente de una nueva sociedad, proceso que supone disponer de la información y el conocimiento que la deben hacer posible.
Como hemos afirmado la dinámica compleja de los procesos sociales, especialmente aquellos que suponen transformaciones profundas, y la diversidad de factores de difícil predicción que actúan sobre ellos hacen imposible la identificación de cursos seguros de futuro, lo cual obliga a las ciencias sociales a identificar más de un futuro posible, sin embargo, esto más que un obstáculo para el compromiso del científico constituye un importante incentivo, en la medida en que es fundamental la propuesta de acciones que apunten a conducir el proceso hacia el tipo de sociedad deseada.
En 1965 Jean Paul Sartre afirmaba “El papel del intelectual, que es, por cierto, un papel ingrato y contradictorio, consiste a la vez en integrarse completamente en la acción, si la juzga justa y verdadera, y en recordar siempre el verdadero fin de la acción, poniendo siempre de manifiesto, por la reflexión crítica, si los medios elegidos se orientan hacia el fin propuesto o si tienden a desviar la acción hacia otra cosa.”29
Es realmente compleja y con frecuencia mal entendida la participación de la intelectualidad comprometida en los procesos de transformaciones sociales, se trata de ser objetivos sin ser neutrales, se trata de ejercer el compromiso desde una perspectiva crítica, como ha expresado Boaventura de Sousa: Objetividad es usar las metodologías que nos permitan analizar, con distancia critica, todas las perspectivas posibles de una cierta realidad social. Y las metodologías de las ciencias sociales son muy útiles para crear objetividad, para limitar el dogmatismo, para limitar el encierro ideológico, para mantener una distancia critica, pero sin neutralidad, siempre preguntando de qué lado estamos. Una cosa es estar del lado de los opresores y otra es estar del lado de los oprimidos.
Por eso, para la ecología de saberes es fundamental saber de qué lado estamos. Ser objetivos no significa ser menos neutros y eso, para mí, es lo más importante de la ecología de saberes”.30
La función y el rol que le corresponde jugar a esos individuos en particular y a la comunidad intelectual en general, debería ser no solamente reconocido sino estimulado y reforzado por la sociedad y sus dirigentes políticos a los diferentes niveles. Las experiencias socialistas del Siglo XX, demostraron con extraordinaria elocuencia cómo la subordinación de gran parte de la intelectualidad, sobre todo aquella asociada a las ciencias sociales, a un trabajo de propaganda, apegado a una ortodoxia instrumentalizada por el poder político y alejada de la auténtica producción de conocimientos, privó a aquellos procesos del debate necesario, responsable y fecundo acerca de las nuevas contradicciones y desafíos que enfrentaba la sociedad, de la disposición de alternativas para renovar y reforzar el curso del proceso transformador, de la frescura de nuevas ideas, muchas de ellas expresión de las legítimas aspiraciones de las nuevas generaciones.
Los manuales y diversos trabajos “científicos” heredados de aquella época, llenos de juicios complacientes, manipulaciones de la historia, generalizaciones abstractas, recetas y dogmas constituyen hoy evidencias de la enajenación de la función de las ciencias sociales en esas experiencias. El pensamiento creador fue en gran medida sometido a comulgar con supuestas “verdades universales” y “objetivos supremos de la historia” que servían para justificarlo todo, lo cual llevo a una producción intelectual de escaso valor científico calificada como “vulgata marxista” por un autor como Edgar Morin 31, este fenómeno no afectó sólo a una parte importante de la intelectualidad que vivía dentro de las fronteras de los países pertenecientes al bloque soviético, también a parte de la intelectualidad orgánica de otras organizaciones políticas que sentían o se les imponía el deber militante de buscar los argumentos que permitieran defender acríticamente lo que viniera de aquellas realidades socialistas.
Las muchas veces injustificadas etiquetas de revisionistas, pequeños burgueses incapaces de incorporar el espíritu proletario e incluso la de enemigos del pueblo abundaron en la historia de la relación entre la intelectualidad revolucionaria y los aparatos políticos que conducían esos procesos, a veces con consecuencias dramáticas, ejemplos sobran y el problema no ha sido totalmente superado. Muchos de esos intelectuales mantuvieron sus principios y sus prácticas políticas intactas, a pesar del aislamiento y las ofensas a que fueron sometidos.
No había el mínimo espacio para cuestionar ni siquiera parcialmente la realidad, por constructivo, comprometido y objetivo que fuera el cuestionamiento, la política oficial debía ser aceptada en bloque. Cualquier injusticia evidente o decisión cuestionable debía ser asumida y justificada como parte de un proceso que se movía en el “sentido de la historia”. El fin habría de justificar los medios, como si los medios no fueran parte esencial del proceso transformador. Es en los medios donde radica la ética, y la ética ha de ser una cualidad sine qua non de la política revolucionaria, a pesar de los avatares que se vea obligada a enfrentar.
Las interpretaciones interesadas de la política oficial sobre las bases históricas y filosóficas del nuevo sistema se presentaban como dogmas doctrinarios de validez universal y permanente que debían ser asumidos como un creyente declara la fe en su religión so pena de ser excomulgado. Peor aún, muchas veces las afirmaciones contenidas y repetidas en la doctrina eran contrarias al ejercicio que se seguía en la práctica aun cuando este se realizaba en nombre de la doctrina.
Por más que las nuevas contradicciones sociales y la indetenible evolución de la sociedad mostraran con elocuencia la necesidad de un esfuerzo intelectual permanente, liberado de dogmas, para explicar las transformaciones mismas y contribuir a la construcción de nuevos paradigmas a la luz de los nuevos desafíos, el espacio al ejercicio de ese pensamiento creador se cerraba y el avance del proceso transformador quedaba atrapado en una parálisis paradigmática en gran medida promovida e impuesta por las estructuras del poder burocrático establecido.
Esta desnaturalización del pensamiento creador, esta enajenación del carácter y función de las ciencias sociales es un factor que, si bien no puede ser identificado como el único, ni siquiera como el más importante, está, sin dudas, entre los que explican la crisis y desintegración de aquellos sistemas. No puede explicarse el fracaso del socialismo europeo simplemente como el resultado de las conspiraciones externas, por importantes y fuertes que estas hayan sido, hay muchas razones de carácter interno, histórico y estructural, entre ellas la transformación de gran parte de la comunidad científico intelectual en una masa dócil, a pesar de las muy notables excepciones, sumadas acríticamente al aparato de propaganda del sistema.
En esencia dejaron de ser sociedades revolucionarias, esa condición quedaba más remitida a su origen que a su presente, en ellas el compromiso dejó de tener sentido, sino cómo explicar que a pesar de la tremenda crisis, injusticias sociales y contradicciones que viven actualmente, muy pocos allí ven la solución en los paradigmas del pasado. Estos problemas, generalmente aceptados hoy, debieron haber sido identificados y asumidos en el momento en el que aún era posible corregirlos, faltó visión, profundidad cultural y también valor político. La lección debe ser aprendida.
Es necesario comprender que un intelectual revolucionario y comprometido es precisamente eso: un intelectual revolucionario y comprometido con su pueblo, con su país, con su historia, con su identidad, con una ética y con el proceso transformador del que es parte. Su condición de intelectual radica en la naturaleza de su práctica social, en su formación y su talento para crear, para estudiar rigurosa y críticamente la sociedad, sus contradicciones, problemas, posibles desarrollos y alternativas, su compromiso consiste en compartir y defender auténticamente los principios y valores que conducen al proceso transformador: la justicia social, la independencia nacional, el desarrollo económico y social, la participación democrática, la solidaridad internacional. Una condición no debe estar en contradicción con la otra. Un científico o intelectual no debería ser puesto ante semejante disyuntiva, no sería ni justo, ni ético, ni conveniente para el proceso transformador.
Para esto es necesario distinguir el compromiso del científico con los principios, del compromiso a priori con las diversas políticas en curso, no importa el nivel de la instancia donde estas hayan sido decididas, (aunque como ciudadano e integrante de diferentes organizaciones políticas y sociales participe activamente de ellas). Un intelectual comprometido trabaja para que su propuesta sea comprendida y criticada por la sociedad.
La toma de decisiones políticas es una responsabilidad suprema de los que, por sus méritos, vocación y capacidades, han recibido la autoridad y la representatividad para hacerlo, es su derecho y a la vez su deber realizar esa función, compleja y llena de riesgos, sometida a las presiones del tiempo y de las diferentes coyunturas y de las cuales depende la situación de muchas personas. En el ejercicio de esta función esencial deben además asumir responsabilidad y rendir cuentas a la sociedad.
Unas ciencias sociales subordinadas y condicionadas a justificar a priori las diversas políticas en curso resultado de las decisiones tomadas dejan de ser científicas porque pierden una de las esencias que las define o sea la de estudiar y explicar objetiva y críticamente la realidad social y el impacto que sobre ella producen las políticas en curso, para contribuir a corregirlas o reforzarlas según sea necesario, animadas por la intención de favorecer el desarrollo y sin, como hemos dicho, invadir o intentar sustituir el lugar de la política. Como se ha afirmado “Solamente la ciencia critica puede impedir que la historia o la sociología se deslicen del reino del conocimiento positivo al de la mitología”. 32 En esa, su función, también los científicos sociales e intelectuales en general deben asumir responsabilidades y riesgos. Para la comprensión cabal de esta compleja relación se requiere tener cultura y sobre todo conocimiento crítico de la historia.
De manera que es fundamental distinguir entre los principios y valores que definen al proceso transformador, (los cuales no tienen que ser demostrados científicamente, forman parte de las legítimas e irrenunciables aspiraciones de todo pueblo), de las diversas estrategias y políticas que se implementan en cada momento. De hecho a procesos cuyos principios y valores no han cambiado, le han correspondido en diferentes etapas unas políticas y las contrarias, muchas veces estas han sido a la larga objeto de críticas y rectificaciones cuando el poder político asume sus limitaciones, sin que hubiera existido antes el suficiente espacio para que estas fueran objeto de interrogantes y cuestionamientos no ya por parte de la ciudadanía en general tampoco de la comunidad científica e intelectual.
Cuando esto sucede se levanta una especie de veda y aquellas políticas ya abandonadas pueden ser criticadas, muchas veces incluso más allá de lo que merecen. El mérito entonces pasa a estar en la crítica, como antes estuvo en la apología. La memoria parece desaparecer como el vínculo que haría evidente la contradicción entre la crítica y la apología ejercida por un mismo sujeto, sea este intelectual o político, sobre el mismo objeto, los procesos reales, sólo que en un momento diferente. Por lo general la crítica siempre conjugada en pasado, la apología en presente. El presente, las políticas en curso, habrían de ser, por definición, acertadas, lo que sobre ellas arroje el futuro parece ser un asunto de menor relevancia. Esta dinámica es fatal para las ciencias sociales, por más que sea la dinámica que circunstancialmente necesiten los actores políticos.
De manera que, el compromiso del intelectual revolucionario, en cuanto tal, es con los principios y los valores del proceso transformador, no a priori con las diversas políticas del día a día, sin importar donde se hayan decidido, estas deben estar permanentemente sometidas a la observación y a la evaluación rigurosa, al debate responsable y a la renovación temprana cuando esta sea necesaria o a su reforzamiento cuando se pruebe su eficacia. La historia reciente ha sido suficientemente elocuente y dramática como para permitirnos ser ingenuos.
Es igualmente importante tener en cuenta que el lugar de la comunidad científico intelectual en el proceso transformador no debe ser recibido pasivamente como una orden, una misión o una concesión que viene de arriba, es un lugar que se debe merecer, demostrando la autenticidad y la relevancia del conocimiento a la vez que demostrando la firmeza del compromiso en los términos en que lo hemos definido. Persistencia, compromiso, principios, capacidad de aportar, superación profesional continua, trabajo colectivo, profundidad cultural, visión global, flexibilidad y anti dogmatismo, anti diletantismo, sentido práctico, responsabilidad, audacia, valor, dignidad, honestidad y humildad intelectual son algunos de los rasgos que abren el espacio necesario.
Claro que un clima de presiones y hostilidad internacional, como el que por lo general viven los procesos sociales de transformación revolucionaria, sobre todo en países de menor desarrollo relativo, no es el mejor contexto para fomentar el debate y la permanente búsqueda de alternativas. Sin embargo, aún en esas difíciles condiciones es necesario fortalecer el rol de las ciencias sociales y de la intelectualidad comprometida, quizás no sea posible más debate del que las condiciones objetivas y el contexto especifico permiten sin poner en peligro la existencia misma del proceso transformador pero, y esto es muy importante, tampoco menos debate del que las circunstancias permiten. Esta es una relación que debe ser permanentemente revisada para favorecer el debate y la participación en toda la magnitud que las circunstancias específicas permitan, la frontera que marca los límites del debate responsable debe ser constantemente pateada hacia delante.
En este punto nos parece necesario hacer referencia a un tema que si bien no es directamente el nexo entre ciencias sociales y política tiene gran relación con él, dado que se refiere al contexto político en el que este tiene lugar. Un proceso social de transformaciones revolucionarias tiene que ser, por definición, de conquistas y construcciones democráticas. La democracia no es un atributo del capitalismo, la democracia es una conquista de la humanidad, quizás una de las más importantes en el devenir histórico, es un valor universal. Solo que es con la consolidación del capitalismo como formación económico social que esta conquista alcanza la condición formal de derecho adquirido por la ciudadanía y se perfilan sus componentes formales y teóricos.
Cabría una discusión, no es este el texto para hacerla, acerca de qué debemos entender por democracia, de hecho hay una extensa literatura que trata sobre este tema desde las más diversas perspectivas, pero convengamos que es, a partir de aquella definición más general y ampliamente compartida: un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo 33, o del significado mismo del concepto: “dominio del pueblo”34, podríamos afirmar que la democracia debe ser entendida como una combinación de igualdad social con participación popular, a lo cual habría que añadir que la participación es un proceso complejo que incluye diferentes momentos, sin excluir ninguno de ellos: la discusión, la toma de decisiones, la implementación, la evaluación y el control de la sociedad sobre las políticas públicas en sus diferentes esferas y niveles territoriales.
La disposición de información por parte de la población incluidas estadísticas confiables, es una condición para el ejercicio de la participación democrática en todos sus momentos. Una sociedad mal informada o sometida a poderosos medios masivos manipulados por los intereses dominantes como pasa hoy en gran parte del mundo, no puede ejercer una participación democrática sustancial y efectiva, sino formal, buena para “legitimar” el curso interesado de los acontecimientos.
Paralelamente a esto hay una cuestión de importancia mayor, la participación democrática supone un ciudadano en capacidad de comprender la sociedad, su lugar en ella, sus contradicciones y sus propios derechos individuales y colectivos, capaz de procesar la información que recibe, formar sus propias opiniones y expresarlas, o sea supone la existencia de un ciudadano instruido y culto.
Sin embargo, una parte importante de la población receptora del mensaje, sobre todo en los países subdesarrollados, no cuenta con la calificación necesaria para procesar la información difundida a partir de su propia perspectiva. Según estadísticas internacionales, existen más de 500 millones de analfabetos totales en el mundo, sin contar los analfabetos funcionales con muy bajos niveles de calificación, esta realidad, además de antihumana, constituye un límite mayor a cualquier aspiración democrática.
Con la globalización este hecho adquiere una nueva dimensión, ya que los principales medios de comunicación, sostenidos por el poder económico de los países más desarrollados, tienen hoy acceso en tiempo real a una audiencia a escala planetaria, a la que trasmiten un mensaje en función de los intereses dominantes que ejerce una gran influencia, el cual, con frecuencia, atenta contra la soberanía de los países y afecta su propio proceso democrático. El mundo de la globalización exige regulaciones globales compartidas por todas las naciones y el sector mediático debe ser parte de esto.
La libertad de prensa es más bien formal, dado que el control de los medios supone poder económico, no es la ley, sino la fortuna económica o el poder burocrático lo que permite presencia real y sistemática en los medios. Esto hace que el mensaje mediático promueva los valores y los intereses de los sectores dominantes, también expresa sus contradicciones y crisis pero dentro de límites implícitamente aceptados por esos sectores, que garanticen la reproducción del sistema.
Los medios masivos de comunicación tienen un papel fundamental y deberían responder a los intereses de la sociedad en su conjunto, sometidos también al control social y a las regulaciones establecidas por el propio sistema democrático. Dada la función y el impacto que estos tienen, no es legítimo que respondan exclusivamente a los intereses de grupos de poder empresarial o políticos, estén estos en el gobierno o no. Los medios deben ser también un espacio para el ejercicio del debate responsable.
Igualmente, la falta de garantías para el acceso a la educación y la salud como derechos adquiridos por todos los seres humanos por el sólo hecho de serlo, generan desigualdades de origen en la sociedad que impiden las condiciones mínimas necesarias para que la participación ciudadana en los espacios que le ofrece la democracia pueda ejercerse de manera sustancial.
El alcance de la democracia se profundiza en la medida en que la igualdad social y la participación popular sean más importantes, de manera que se garantice que los que generan la riqueza participen más en su distribución. Esto supone la promoción y el respeto de los derechos ciudadanos, incluidos los derechos económicos, sociales, culturales y políticos. El interés de las mayorías debe prevalecer sobre el resto sin que esto signifique la exclusión de las minorías, siempre y cuando estas no promuevan acciones que atenten contra la dignidad humana y la soberanía de las naciones. Se trataría en esencia de una sociedad sin excluidos.
La democracia, esa conquista de la humanidad, lejos de ser un atributo del capitalismo ha sido en realidad distorsionada por ese sistema que la ha despojado de su contenido esencial a partir de la mediación de los poderes económicos que operan en el seno de su sociedad, tanto a nivel nacional como a nivel transnacional, dimensión que se ha reforzado durante la actual época de la así llamada globalización, la democracia queda en gran medida reducida a sus dimensiones más formales y a sus procedimientos técnicos, los altos niveles de desigualdad social, pobreza, discriminación, daño medioambiental, corrupción y apatía son la mayor evidencia de este hecho. La exclusión de los derechos de los emigrantes es un problema particular que se ha agravado en los últimos tiempos, también como consecuencia de un sistema económico mundial que refuerza la concentración de la riqueza en un reducido grupo de países y sectores sociales.
Sin embargo, esto de ninguna manera debe disminuir la importancia que también tienen los aspectos más formales o institucionales de la democracia y la clara distinción que debemos hacer entre un régimen dictatorial como los que por décadas sufrió América Latina o la propia Europa con las experiencias fascistas de Alemania, Italia y España, (surgidas y asentadas, por cierto, dentro del ordenamiento capitalista) y los regímenes democráticos que en todos esos países europeos y latinoamericanos se han logrado reconstituir, por limitadas que puedan ser estas democracias, dadas las enormes desigualdades e injusticias sociales que hay en su seno, constituyen un importante paso adelante en relación con las dictaduras del pasado, así deben ser entendidas y defendidas, la historia demuestra con demasiada elocuencia que la posibilidad de un retroceso siempre existe, todo lo que se haga por impedirlo es importante y constituye un deber ético más allá de las ideologías o las filiaciones políticas 35.
Una alternativa socialista debe contener por definición un distanciamiento crítico de las concepciones democráticas que se sostienen y promueven en las sociedades capitalistas, pero en ningún caso el rechazo a un ordenamiento democrático en los términos en que lo definimos más arriba. Esa conquista histórica de la humanidad debería alcanzar en una sociedad socialista una realización más plena, lo cual incluye tanto sus contenidos sustanciales como sus estructuras formales e institucionales, a partir, por supuesto, de la experiencia histórica y los valores culturales de cada pueblo. Como en su momento afirmaba Rosa Luxemburgo: “Debemos concluir que el movimiento socialista no está vinculado a la democracia burguesa, sino al contrario, el destino de la verdadera democracia está vinculado al movimiento socialista.” 36
Una alternativa socialista debe eliminar de la democracia las interferencias que el poder económico, la desigualdad social y el hegemonismo internacional le imponen en el capitalismo, para rescatar su significado esencial, posible en un contexto de mayor igualdad social y libertad. 37
Claro que el nuevo sistema supone una nueva jerarquización de los intereses y derechos de la sociedad, la satisfacción de las necesidades materiales y culturales de las mayorías se antepone al interés individual sostenido en la propiedad privada y la “libertad” del mercado. El reto para dar lugar a una alternativa que supere las limitaciones que sufrió el socialismo histórico, cuya crisis a finales del Siglo XX ya hemos referido, es establecer y sostener esta nueva jerarquización sin que la primacía de los derechos esenciales liquiden el resto de los derechos y aspiraciones de los diversos sectores sociales por minoritarios que estos sean. En esta relación siempre habrá una tensión que en momentos limites habrá de resolverse a favor de las mayorías, pero cuidando hasta donde sea posible el mayor equilibrio y coexistencia de derechos. El socialismo tiene que ser una sociedad en la lógica de las mayorías, pero sin reduccionismos que lo desnaturalicen al someterlo a un poder burocrático que pretenda sustituir la participación sustancial de los ciudadanos en su conducción 38.
Como ha afirmado Claudio Katz: “La democracia socialista debería incluir formas directas e indirectas para ensamblar la ciudadanía social con la emancipación política. Este modelo requiere la vigencia de mecanismos de participación, representación y control popular. El objetivo sería combinar la democracia en el lugar de trabajo con formas activas de sufragio para la adopción de las principales decisiones.”39
Las experiencias socialistas del Siglo XX no pudieron resolver suficientemente el problema de la democracia, tampoco el de un proyecto de desarrollo económica y socialmente sostenible y medioambientalmente sustentable, de hecho hay un vínculo esencial entre estas dos dimensiones de una alternativa socialista. Si en esta el plan ha de ser el medio, no el único ni el único importante puesto que habrá de combinarse con el mercado, pero si fundamental para la regulación de la economía y la conducción de su desarrollo estratégico, es necesario comprender que la eficiencia del plan sólo es posible bajo el control democrático y una efectiva participación popular que asegure la discusión de alternativas y limite el poder de la burocracia. 40
El socialismo, supone además del establecimiento de un nuevo régimen económico, basado en nuevas relaciones de producción, y un nuevo sistema político, basado en la igualdad social y la participación popular, una nueva cultura basada en los valores de la solidaridad y la ética; es la articulación de estas tres dimensiones la que puede suprimir la hegemonía del capital y dar lugar a la sociedad nueva, más libre y socialmente justa.
Si este paradigma no forma parte esencial del proyecto alternativo este no podría llamarse auténticamente socialista y difícilmente pueda superar la prueba y los obstáculos de la historia. Podríamos afirmar que la democracia verdadera solo podrá ser socialista, pero también que el socialismo verdadero solo podrá ser democrático.
Ahora bien, como ya hemos afirmado, esto hay que verlo como una compleja construcción histórica sometida a una diversidad de determinantes. La agresión y presión a las que, como demuestra la historia, son sometidos los procesos de transformación pueden obligar a la restricción temporal de determinadas libertades en función de la defensa de la existencia misma del proceso transformador. Baste el ejemplo de la sucia agresión a la que fue sometida la revolución nicaragüense en los años 80 cuando a la vez que se le exigía espacios políticos para una oposición promovida desde el exterior, se le bloqueaba económicamente y se le invadía militarmente por sus fronteras.
En esas difíciles circunstancias se impone la necesidad de determinadas restricciones que de no ser asumidas se convertirían en instrumentos de los poderes menos democráticos del planeta camuflados tras un lenguaje seudo democrático y vacío. Pero esas restricciones deben responder a amenazas reales, deben ser temporales, consensuadas y asumidas como necesarias por las mayorías de la sociedad que son el sujeto social y político, la razón de ser del proceso transformador. Hay que cuidarse del riesgo de convertir las necesidades en virtudes, el avance en la construcción democrática, vale decir la consolidación de la mayor justicia social, así como la ampliación de las libertades y los espacios de participación, debe ser una búsqueda permanente y políticamente responsable. 41
El debate, la confrontación de ideas, el escuchar al otro, a todos, y con mayor razón al que comparte y defiende los mismos principios, además de una necesidad debe ser asumida, esta sí, como una virtud y como una conquista permanente, un atributo no sólo de la comunidad científica e intelectual, sino de toda la sociedad, lo contrario, como se demostró en Europa, es contraproducente en el largo plazo, además de que sería aceptar la capacidad que tienen las hostiles fuerzas externas para paralizar el dinamismo, la creatividad y el carácter libertario y liberador del proceso transformador, factores todos que forman parte de la esencia de lo que este debe ser.
Citas
22 Espina, Mayra (2007) “Los Estudios
de Pobreza
y el
Diseño de Políticas
Sociales. Límites y Retos Actuales”.Material preparado para la Escuela de Verano del Programa MOST, UNESCO, Montevideo, Uruguay.
23 Introducción de Raymond Aron al libro Weber, Max, El Político y el Científico, op.cit., p. 46. Este es un
punto interesante de
polémica entre la perspectiva de Weber y la
de
Aron. El
primero consideraba la necesidad de que el trabajo científico se despojara de cualquier juicio de valor, el segundo no veía esto totalmente posible.
24 Popper, Karl (1992) “Contra las grandes palabras (Against big words)”. En: Popper, Karl.
In search of better world. Lectures and essays from thirty years. Routledge, Londres, Inglaterra.
25 En todo caso, en aras de un mayor rigor debemos diferenciar entre científico y académico. Científico es
aquel o aquella persona que se dedica al trabajo de investigación científica. Académico es aquel o aquella
persona que tiene una relación profesional con una institución académica e intelectual, aquel o aquella persona que trabaja con las ideas en una función creativa ya corresponda esta al campo de las artes o de las ciencias. Claro que un mismo individuo puede compartir las tres condiciones
a la vez, de hecho la última de ellas contiene a las otras dos.
26 Por citar algunos autores y textos imprescindibles en este debate, está la obra ya citada de Max Weber
(1999);
la obra de Julien Benda, La traición de los intelectuales
(1927), así como todas las obras de Antonio
Gramsci, entre ellas: Los Intelectuales y la organización de la cultura (1949) y gran parte de las obras de Jean Paul Sartre, entre ellas: En defensa de los intelectuales. Los dos primeros autores sostienen que el compromiso político no debe interferir en la conducta de los intelectuales. Los dos últimos, por el contrario, consideran que el compromiso es un deber del
intelectual.
27 Para una interesante reflexión sobre la vida y obra de Jean Paul Sartre ver Fernández Buey, Francisco
(2005) “Sartre y la política”.
Gramsci e o Brasil, Brasil. Disponible
en: http://www.acessa.com/gramsci/?page=quem_somos
28 Gramsci
afirma que
cada clase
social genera
su
intelectualidad
orgánica, comprometida
con la conformación de un tipo de sociedad que corresponde con sus intereses. Al respecto ver Gramsci, Antonio (1984)
Los intelectuales y la organización de la cultura. Nueva Visión, Buenos Aires, Argentina.
29 “Conversación con Jean Paul Sartre”, op. cit., pp. 76-86.
30 De Sousa Santos, Boaventura, Pensar el Estado y la Sociedad, op. cit., p. 114.
31 Morin, Edgar (1962)
Autocrítica. Editorial Kairos, París, Francia. 82
32 Vale aquí también la cita a pesar del carácter conservador de su autor. Al respecto ver Introducción de Raymond Aron al libro de Weber, Max, El Político y el Científico, op. cit., p. 31.
33 Abraham Lincoln pronunció esta frase en su célebre discurso de Gettysburg el 19 de noviembre de 1863. Ha sido tradicionalmente considerada como una de las definiciones más expresivas de democracia.
34 La democracia, literalmente gobierno del pueblo, es un sistema de organización que adopta diferentes
formas. Las personas que la integran deben tener la posibilidad
de influir de manera abierta y legal sobre el proceso de toma de decisiones. Hay democracia directa cuando la decisión es adoptada directamente por los ciudadanos. Hay democracia directa o representativa
cuando la decisión es adoptada por personas
reconocidas por el pueblo como sus representantes. Finalmente, hay democracia participativa cuando se
establece un modelo político que facilita
a los ciudadanos la posibilidad de asociarse y organizarse de manera que puedan ejercer una influencia directa en las decisiones
públicas o cuando se facilita a la ciudadanía
amplios y efectivos mecanismos plebiscitarios. Estas tres formas no son excluyentes y pueden integrarse
como mecanismos complementarios. Claro que estas definiciones sólo están referidas a las expresiones más formales o institucionales de la democracia y no agotan de ninguna manera la discusión sobre el significado
más
esencial del concepto.
35 Bobbio, Norberto (1984) El futuro de la democracia. Fondo de Cultura Económica, México DF, México.
36 Luxemburgo, Rosa (1984) “Reforma y Revolución.” En: Obras Escogidas. Vol. I. Editorial Pluma, Buenos Aires, Argentina.
37 Campione, Daniel (2007) “La articulación entre socialismo y democracia. Una visita a Rosa Luxemburgo y
Antonio Gramsci en el contexto latinoamericano”. En: Gambina, Julio C. y Estay, Jaime. Comp. ¿Hacia dónde
va el sistema mundial? Impactos y alternativas para América Latina y el Caribe. Editorial FISyP, Buenos Aires, Argentina.
39 Katz, Claudio (2004) El Porvenir del Socialismo. Ediciones Herramienta, Buenos Aires, Argentina.
40 Para una exposición más clara acerca de cómo entendemos la relación entre la planificación, el mercado y una estrategia de desarrollo económico viable, ver Carranza, Julio, Gutiérrez, Luís y Monreal,
Pedro
(1996) La reestructuración de la economía cubana, una propuesta para el debate. Editorial Nueva Sociedad, Caracas, Venezuela y Monreal,
Pedro y Carranza, Julio (2003) Los dilemas de la globalización en el Caribe, hacia una
nueva estrategia de desarrollo para Cuba. Editorial Siglo XXI, México DF, México.
41 En este sentido Rosa Luxemburgo afirmaba: “El peligro comienza cuando hacen de la necesidad virtud y quieren congelar en un sistema teórico acabado todas las tácticas que se han visto obligados
a adoptar en
estas fatales circunstancias, recomendándolas
al proletariado internacional como un modelo de táctica
socialista”. Al respecto ver Luxemburgo, Rosa (1984) Obras Escogidas.
Vol. II. Editorial Pluma, Buenos Aires,
Argentina, p. 202.
Fin.