También aprovechamos para dar la bienvenida a un grupo de colegas que ingresan a la cátedra, ellos son: Antonio Berazaín Iturralde (ISDi), Osmel Cruzata Montero (IMRE), Oscar Díaz Rizo (InSTEC), Klency González Hernández (Psicología), Nuris Ledón Naranjo (CIM-BIOCUBAFARMA), Cristóbal Pascual Fraga (jubilado), Fernando Rodríguez Flores (Matcom), Alejandro Veranes Miranda (Geografia). Todos ellos, ya con una labor de divulgación científica meritoria.
La educación, como empeño formal, en nuestra cultura occidental tiene origen esencialmente dentro del cristianismo y en concreto, para Cuba, dentro del catolicismo. Monopolizando el legado académico griego, la Iglesia cercenó y ahogó el espíritu socrático, para absolutizar el dogma como palacio inescapable para cualquier debate intelectual. Toda dinámica pública de las ideas tenía permitido solamente construcciones que se sostuvieran sobre las cimientes del dogma católico. Lo demás era herejía imperdonable e imperdonada.
Le costó siglos a occidente para primero, explorar hasta sus límites la capacidad del credo abrahámico de sostener ideas nuevas y luego, escapar la prisión del pensamiento que constituía la aparente y falsa infinitud de la catedral.
En el arte, primero como intuición, y luego en la ciencia, como método, fuimos asomándonos más allá de las puertas guardadas con apóstoles hasta que le perdimos miedo a andar sin tutelas condenatorias, desde lo aparentemente divino.
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(Obispo Espada) |
En esta Isla, la fundación de lo cubano estuvo asociado al espíritu antidogmático. No solo protegidos sino aupados, paradójicamente, por un príncipe de la Iglesia, el obispo Espada. El rompimiento con la escolástica educativa, liderado desde el seminario de San Carlos, fue necesariamente también el de la introducción de la ciencia natural escindiéndose de la filosofía. En ese periodo Félix Varela introduce la experimentación en la enseñanza de la Física y José Antonio Saco publica la obra “Explicación de algunos tratados de Física”. Luz y Caballero,viaja al extranjero a comprar instrumentos y libros para el desarrollo de la química en La Habana. Esos fueron los inicios.
En nuestra Isla también se daba el fenómeno de que importantes figuras del naciente grupo de científicos eran de igual modo activos en otras áreas culturales como la literatura o las artes y viceversa. El académico Ramón Zambrano, en la segunda mitad del siglo XIX, era considerado más literato que científico. Antonio Saco fue promotor de la creación de una Academia de Literatura en la Isla. El Liceo Artístico y Literario de La Habana impartía en sus locales, matemática, botánica, química, física, zoología, mineralogía, higiene y anatomía. En Cuba, las ideas científicas entraron de la mano de lo más avanzado del pensamiento criollo, germen de una nacionalidad en gestación. Entraron además por conducto de quienes representaban también en las artes, la literatura y la filosofía el pensamiento de vanguardia de la sociedad cubana. Cubanos que, al decir de Martí, habían puesto “en el estudio, la pasión que no podían poner en la elaboración de la patria nueva”. Ciencia, filosofía, arte y literatura eran, por tanto, compañeras en la batalla ideológica contra el oscurantismo feudal.
Los enemigos de las ciencias fueron los mismos que los de la enseñanza pública moderna, del arte propio de la isla, de la literatura criolla y, sintomáticamente, los mismos enemigos de la naciente nacionalidad y, con el decursar de los años, de cualquier idea independentista. No había interés de la metrópoli colonial por el avance de las ciencias en Cuba y, mucho menos, por la estructuración de esta en función del avance de la colonia. Las organizaciones que fueron surgiendo con interés científico fueron resultado de la iniciativa criolla. El científico como sujeto social no existía ni podía existir en esa sociedad ahogada por la tiranía colonial y económicamente basada en la esclavitud.
El Martí periodista abordó una gama amplísima de los aspectos de un mundo moderno que se abría más allá de la colonia cubana. Su vida en los Estados Unidos de América le permitió ver de primera mano los resultados tecnológicos del avance de la ciencia, de la que se convirtió en un apasionado defensor. También la vida en Estados Unidos le permitía tener acceso, sin censura ni obstáculos, a cuanta noticia, crónica o reporte de la ciencia y tecnología se realizaba en el mundo de la época.
Martí, por tanto, sin ser científico, tuvo un conocimiento amplísimo de la ciencia de su época que pudo entender, más que resultado de un entrenamiento educativo, como consecuencia de su asombrosa intuición. El entendió como pocos la necesidad de que la América Latina modernizara sus sistemas educativos para ponerlos en función del necesario desarrollo de nuestros países, pero también, como menos personas aún, entendió el aporte que la América Latina podía hacer a la ciencia: ‹‹Utilísimas cosas sabría la ciencia si a ella se dedicase la perspicaz inteligencia americana.››.
Hay en ello, por tanto, una visión descolonizadora sin complejos culturales de inferioridad. La ventaja en términos educativos, científicos y tecnológicos de los Estados Unidos de Norteamérica y de Europa con respecto a nuestros pueblos no era resultado de la inferioridad cultural o étnica de estos últimos, sino de particulares coyunturas históricas que podían ser, con las políticas adecuadas, superadas. No podía verse el sentido de este proselitismo ajeno a su propósito de que el avance de nuestros pueblos impidiera su nueva colonización por parte de los viejos y emergente poderes imperiales.
Entrado el siglo XX y la República de corcho, fue la inexistencia social de desarrollo científico y técnico autóctono la que marcó el distanciamiento entre las formas culturales en el país. Esencialmente, la intelectualidad literaria y artística no tenía interlocutor científico con el que mantener un dialogo relevante de cara a la utilidad social. Los pocos científicos del país, emigraban o apenas tenían relevancia social. Lo artístico y lo literario, a pesar de la desidia estatal, generó, maduró y consolidó una intelectualidad militante.
La república truncada fue el contexto donde surgieron los artistas, músicos y plásticos de la vanguardia cubana y escritores de talla universal. La ciencia, por sus propias dinámicas más dependiente de un sostén externo a ella, no pudo, después de Finlay, gestar científicos de la misma estatura. Hasta el triunfo de la Revolución el debate intelectual en Cuba se hizo, en lo fundamental, sin el aporte de la ciencia natural.
Si los pensadores de lo cubano desde el siglo XVIII habían puesto sus esperanzas en una Cuba independiente como condición necesaria y suficiente para el desarrollo de la cultura y la educación en el país y su ingreso a la modernidad, todo ello se fue a bolina con la intervención estadounidense. Las consecuencias se vieron en la entronización de un complejo de inferioridad cultural que derivaba en lo social y lo civil y que fue penetrando en todos los estamentos de la sociedad cubana. Como parte de ese ambiente mediocre se instauró un anti-intelectualismo social, que bebía lo mismo de la tradición de atraso española que de la influencia del nuevo colonizador norteamericano. La “profesión” de intelectual era cosa de bobos y su reflejo en la cultura de masas era presentado de manera ridícula, contrapuesto a los atributos de la cubanía.
La ciencia cubana nunca tuvo una protesta de los trece, a pesar de que esta ocurrió en las instalaciones de la Academia de Ciencias. Esta representó el despertar de una nueva intelectualidad nacional que rechazaba el letargo que habían supuesto las intervenciones norteamericanas. Y fue punto de partida o inspiración para una buena parte de los sucesivos movimientos intelectuales cubanos asociados a las artes y a la literatura. Movimientos que significaron, con sus diferentes signos ideológicos, una recuperación del yo nacional desde la creación cultural. No hubo contraparte científica. Ya no tuvimos otro Poey, ni otro Finlay. No podíamos.
La Revolución cubana es un hecho telúrico cuya magnitud aún no alcanzamos a medir en toda su proporción. Como las grandes cifras en la ciencia, su dimensión se escapa, en muchas ocasiones, de la captura primaria de los sentidos. Para analizarla debemos entender que, incluso la apropiación psicológica de su escala, solo es posible por la conciencia colectiva.
La campaña de alfabetización fue el punto de partida para la transformación educativa y científica del país, a lo que siguió la reforma universitaria cuando se crearon escuelas de ciencias básicas, a la vez que se enviaban a miles de jóvenes a estudiar al campo socialista. Los artífices del diseño de la reforma universitaria partieron de no ‹‹olvidar que Cuba necesitaba, ante todo, los hombres y mujeres que tendrían que ayudar a incorporarla a la revolución científico-técnica contemporánea››. Si en todo el período republicano prerrevolucionario las instituciones científicas cubanas involucradas en investigación no rebasan la decena, en 1975 el número de instituciones científicas ya sobrepasaban la centena con 5800 investigadores activos. A mediados de la década del 80 Cuba contaba con 1091 investigadores por millón de habitantes, quien más cercano estaba a tales cifras en Latinoamérica era Brasil con 390.
Para finales de esa década, en Cuba ya se había creado un actor social esencialmente desconocido antes del triunfo revolucionario: el científico. El interlocutor intelectual que había faltado en todo el periodo prerrevolucionario era una realidad que se insertaba en un contexto donde, paralelamente, el número de intelectuales artísticos, literarios y humanistas se había multiplicado junto al número de instituciones de arte, literatura, humanísticas. Se iniciaba y desarrollaba un rescate monumental de toda la cultura nacional, incluyendo las preteridas influencias afrocubanas, el legado científico de Saco, Poey, Finlay, Ortiz, etc. La renovada Academia de Ciencias de Cuba adquiría nuevas funciones estatales como parte de la estrategia de desarrollo del país.
Cuba imbricó, por primera vez, el desarrollo científico técnico como elemento clave en el desarrollo económico y social. Las instituciones científicas creadas se hacían con el objetivo de potenciar las fuerzas productivas. Instituciones de investigación agrícola, de la caña de azúcar, de la química, la metalurgia, energía nuclear, informática, biofarmacéutica fueron creadas como soporte a las áreas priorizadas de desarrollo del país, muchas de ellas impensables para un país del tercer mundo. Todo ello respondía a la visión del estado revolucionario que, desde el mismo triunfo había avizorado, en palabras de Fidel, que un día Cuba viviría de sus producciones científicas en una sociedad científicamente alfabetizada
Tan importante como todo esto era que el diálogo efectivo entre la ciencia, los científicos y la sociedad era parte de las dinámicas del país. La población cubana, en la medida que avanzaba y daba sus frutos el esfuerzo educativo colosal, adquiría una alfabetización científica igualmente sin parangón en el tercer mundo. Los temas de ciencia se hicieron frecuentes en la cotidianeidad del país, la divulgación de la ciencia se potenció por todos los medios, incluyendo la aparición de editoriales dedicadas a tal propósito, la televisión, la radio. Este ambiente alimentaba la vocación en adolescentes y jóvenes que querían estudiar ciencias. Jóvenes salidos de hogares sin tradición científica lo mismo ingresaban en las facultades nacionales que se iban a estudiar a los países socialistas europeos. El científico, de ser un actor ridiculizado y extraño en la república neocolonial, pasó a ser uno de los actores con mayor reconocimiento social.
Pero junto a todo este desarrollo, elementos de deformación también hacían su aparición. La ciencia se veía, en lo fundamental, como potenciadora de las fuerzas productivas del país y eran valoradas casi exclusivamente en función de ese propósito. Si muchas veces no se entendía bien el papel de la intelectualidad artística y literaria en la sociedad, lo mismo ocurría para el científico natural. La relación, a nivel social, entre filosofía marxista y ciencias naturales repitió algunos de los errores de la URSS, aún si no llegaron a los extremos de esta última.
Una mentalidad de positivismo desenfrenado con relación a las ciencias penetró en no poca medida los espacios de decisión del país y a muchos dirigentes. A la ciencia se le pedían soluciones y la ciencia debía darlas; la imposibilidad de hacerlo en muchas ocasiones no se veía como resultado de la dinámica propia del método científico, o de la madurez social para asimilar tales soluciones, sino como fracaso achacable a los individuos. Esta demanda creó la presión de siempre entregar resultados. El rigor de la práctica científica no estaba al mismo nivel que su masificación.
Ese sujeto nuevo que era el investigador científico, podía ser resultado de un proceso inédito en el país, pero no surgía de un vacío. Su materia prima, de la cual emergía con determinado nivel de formación para actuar en la esfera que le había sido socialmente determinada, venía de un contexto cultural concreto con sus tradiciones, valores, supersticiones, trasfondo religioso. Este sustrato cultural necesariamente condicionaba al sujeto, que se formaba en muchas ocasiones, aunque lejos de ser siempre así, en contradicción inconsciente entre las diferentes dimensiones culturales que en él o ella se materializaban. La formación científica no siempre venía aparejada con una formación integral en lo artístico, literario o humanístico de igual caladura.
Ello no era resultado de una decisión errada, sino de las condiciones objetivas de partida para todo este proceso ‹‹Al iniciar la reforma, la Revolución tenía que elegir, e hizo la elección correcta. […] Necesitábamos formar, y formarlos apresuradamente, decenas de miles de técnicos y científicos capaces de realizar una gran transformación que se nos venía encima›› expresaría Carlos Rafael Rodríguez, uno de los diseñadores de la reforma universitaria, años después. Pero pasados ya más de veinte años de la reforma universitaria, todavía en 1983, el propio Carlos Rafael Rodríguez se quejaba de que no habíamos logrado superar esa formación estrecha. No se ha logrado hasta el día de hoy.
Hemos aprendido que la transformación y maduración de una conciencia social es un proceso mucho más lento que las transformaciones revolucionarias de una sociedad. Mientras la Revolución formaba parte de un proceso de progreso global desde el campo socialista pero incluyendo la ola descolonizadora, el signo prevaleciente de la conciencia social era de orientación objetiva; cuando el campo socialista europeo implosionó casi de golpe nos hundimos en una etapa de regresión. Las ciencias naturales, en las condiciones de Cuba, sin una tradición como en el caso de la cultura artística y literaria o la propia filosofía criolla, es más vulnerable a las agresiones externas y las incomprensiones internas. Nuestra cultura está más arraigada en lo artístico, lo literario, lo filosófico y lo religioso que en lo científico. El arte y la literatura, así como la filosofía, sin las ciencias, pierden la capacidad de dar respuestas efectivas a los problemas humanos. Sin una ciencia fuerte y la correspondiente alfabetización científica de la sociedad, ellas terminan sucumbiendo a la invasión de símbolos que desde la ciencia y la tecnología nos llega del capitalismo global. Se vuelven intrascendentes. En una civilización mundial del espectáculo, la superficialidad del pensamiento y la trivialización simbólica de la realidad viene disfrazada de modernidad científica y tecnológica.
La vulnerabilidad por falta de una cultura científica fuerte en integración con otras formas culturales, también tiene otros peligros. Además de las invasiones desde los centros de poder apuntadas más arriba, otras invasiones pseudoculturales pueden ser igual de dañinas. Prácticas anticientíficas basadas en supersticiones y secuestrando tradiciones culturales hallan protección y sustento. Este fenómeno, creciente en nuestra sociedad en las últimas décadas, termina incidiendo en la ralentización del desarrollo científico del país y de la efectividad de su incidencia en la sociedad, incluyendo la economía. Terapias seudocientíficas basadas en vitalismos y otras hipótesis desechadas, son algunos ejemplos de tales invasiones anticientíficas que logran penetrar efectivamente en la sociedad incluyendo prácticas sancionadas oficialmente.
A pesar de todos los avances superadores, del dogmatismo de raíz católica algo nos ha quedado enraizado. En cuanta oportunidad asoma, erigimos nuevas catedrales sobre renovadas ideas tomadas como dogmas, y exigimos, de variopintas formas, que el pensamiento se circunscriba a ellas. Y así andamos a saltos y no en correr continuo. En ciencia, Kuhn le llamó paradigmas. Quizás incapaces por origen de la huida, nos debatimos entre enseñar y adoctrinar.
La puja dialéctica entre educar y adoctrinar probablemente tenga un origen evolutivo. Adoctrinar es un mecanismo que busca la reproducción inalterable del contexto social e ideológico que se ha presentado, al menos para una parte hegemónica de los actores, como exitoso: pretende preservar el status quo. Y lo hace intentando presentar el cuerpo de ideas que sustenta dicha realidad como más allá de las críticas o el análisis racional. Educar, por el contrario, impone el entrenamiento de la racionalidad y al hacerlo abre la puerta a la búsqueda de lo nuevo como mecanismo potencial para mejorar la adaptabilidad social de sí mismo o de su colectivo: implica cambio. El balance entre las dos, como reflejo superestructural a orígenes más objetivos en los modos de producir, marca la sustentabilidad de un sistema social.
El adoctrinamiento conduce, en la divulgación de la ciencia, hacia su vulgarización. La vulgarización de la ciencia no es otra cosa que el reflejo de un pensamiento superficial y mediocre, que se reduce al mero espectáculo y, lejos de enseñar, pretende crear un sujeto enajenado, consumidor adicto al producto que venden. Ese pensamiento único recurre a las mismas armas que utiliza para deconstruir al arte: simplifica hasta la imbecilidad, reduce al espectador a un no-actor, o lo que es igual, un sujeto pasivo al que hay que sorprender con lo maravilloso, apela al facilismo idiotizado, repite lugares comunes para hacer creer que invita a la reflexión mientras prefiguran a un consumidor confortablemente domesticado.
En la sociedad existe un arte kitsch, como forma extrema del divorcio entre contenido real y simbólico, pero también existe una ciencia kitsch. Se trata de una imitación barata de la ciencia, más preocupada en la generación de símbolos culturales aún de dudoso valor objetivo, que en la indagación seria de las leyes y regularidades de la naturaleza, la sociedad y sus consecuencias. Es la ciencia como espectáculo, un fenómeno cuya masificación es más reciente. La apropiación de áreas enteras de la ciencia con el fin de convertirlas en cultura de masas para su realización como mercancía, publicidad o incentivo consumista.
Nuestro panorama de divulgación de la ciencia en los medios masivos como la televisión, la radio, la prensa escrita y digital es cuando menos desorganizado y lo aquejan los mismos males que a nuestro periodismo. Debemos agregar que con la característica específica de que prevalece entre sus gestores la incultura científica, que los lleva a no saber, o no importarles, distinguir entre lo científico y la tontería disfrazada de ciencia. No parece haber una estrategia concertada como la que existe en el terreno de la cultura artística y literaria. La proliferación de materiales, documentales y noticias científicas parece hacerse sin ton ni son, ni criterio editorial y convive la calidad con lo sensacionalista, la búsqueda del espectáculo y la superficialidad, predominando estas últimas sobre la primera. Hemos importado las maneras del periodismo científico frívolo y sesgado del capitalismo global. Utilizado en muchas ocasiones como noticia de relleno, parecen no contrastarse las fuentes ni buscarse opiniones de los especialistas. Los disparates más absurdos son publicados en un ejercicio mediocre de “copy and paste”. A esto se agrega la ausencia casi absoluta de documentales científicos propios, más allá de materiales para resaltar el éxito de una institución científica determinada o un resultado particular y donde el contenido científico real es muy pobre. Todo ello conduce a la trivialización de la ciencia y la deformación cultural, afianza prejuicios, enquista necedades o provoca rechazo de parte de los científicos.
En el estadío actual de desarrollo capitalista, visto desde sus centros de poder e irradiado violentamente hacia el resto de la humanidad, se ha ido conduciendo al empobrecimiento de la diversidad cultural de la humanidad y que impacta de manera local a todos los países incluyendo el nuestro. Se nos impone una cultura de consumo en patrones musicales, televisivos, literarios, etc, que se tornan modos uniformes y miméticos de producción de símbolos e inciden en la conformación de modos homogéneos de asumir el éxito social. Pero esa homogeneización forzada por la violencia cultural rebasa el ámbito de lo artístico o lo literario para instalarse también en una homogeneización en las metas y vías de definir el objeto y el sujeto de lo científico, así como de la obtención, validación y socialización del conocimiento.
La tecnología determina también una manera de asumir la realidad por parte de sus consumidores tercermundistas que proviene de las metrópolis. Desde esas metrópolis se proyecta la idea del determinismo tecnológico, que arguye que la tecnología lleva un decursar indetenible que es independiente de la voluntad humana. En ese sentido tales discursos tecnofílicos no tienen nada de neutralidad, pues esconden que son las relaciones de poder capitalistas las que determinan qué tipo de tecnología, tangible o intangible, se desarrolla, qué aparatos son inventados, o que tecnologías son elevadas a símbolo totalizador y reafirmador del status quo.
Es por ello, que cualquier intento de reducir una forma de enseñanza a adoctrinamiento es, de raíz, contrarrevolucionario. Actores conscientes y críticos es lo que necesita una Revolución. Orgánicos desde la raíz e iconoclastas en la forma para que, ajustados a su tiempo, sigan siendo actores del cambio hacia un avance social que nos proyecte al futuro que queremos construir. No se construye el comunismo con ovejos complacientes al pensamiento oficial, la idea en su esencia, es del Che y tiene ya varias décadas de pronunciada.
Reconozcamos que cuando la doctrina ya no logra sostener ideológicamente la realidad objetiva, la educación se proyecta como ruptura. En Cuba hoy hablamos de cambiar de mentalidad, lo que viene a decir, la necesidad de educar en la ruptura. Las Revoluciones no se sostienen del adoctrinamiento, se sostienen de la educación.
Esta cátedra se fundó con el propósito de educar y en ese espíritu creador, que nos viene desde Varela, recoge su pasado y proyecta su futuro. Si logramos mantener ese propósito seremos útiles y esa utilidad emana necesariamente de la virtud. La virtud de ser un actor colectivo más en esta epopeya heroica que es conquistar toda la justicia, sentido de ser de la Revolución que nos puso de pie con todos, y para el bien de todos
*Dr. Ernesto Estévez Rams, miembro de la Academia de Ciencias de Cuba y presidente de la cátedra de cultura científica "Felix Varela” de la Universidad de La Habana.