Fernando Rafael Funes Monzote tiene toda la autoridad moral para emitir criterios sobre la tierra, como un científico que suda la camisa y sueña con la resurrección del agro cubano. Quizá por eso ya está a punto de concluir un nuevo libro basado en sus vivencias más recientes.
La FAO está a la espera de otro texto suyo para socializar el conocimiento que atesora este hombre incansable.
En un país donde aún en el campo no se prodiga con toda intensidad la producción de alimentos, Funes cree que la clave del éxito en la agricultura cubana está en el tratamiento al hombre que la trabaja.
Por eso cuando este Doctor en Producción Ecológica y Conservación de los Recursos en aquella fiesta a la que hace poco lo invitaron, mientras todos estaban celebrando la salida de un grupo de jóvenes a Uruguay para trabajar en el campo como asalariados, él se preguntaba si había que alzar la copa por la ida de nuestros muchachos o reflexionar en cómo hacer el agro atractivo para que se queden en la Isla.
«En ese escenario hablé con ellos. Yo he estado en ese país y sé lo que es la vida de un inmigrante. La mayoría de los que se van lo hacen como turistas y luego se emplean en lo que encuentren. Les explicaba que iban a pasar mucho trabajo y que sufrirían por la falta de las garantías que tienen aquí. Les pregunté qué harían si se enfermaban allá.
«Después me enteré de que estaban durmiendo en el piso y les pagaban menos de la mitad de lo que cobra un trabajador con sus papeles en regla. Uno de ellos ya regresó convencido de que aquello no era un futuro para él. Había dejado a su mujer e hija de este lado.
«Les cuento esto porque hay que crear motivaciones para que la gente, sobre todo los jóvenes, se queden en el campo. Esto es fundamental para el futuro de nuestra agricultura», asegura. El éxodo del medio rural es algo que le ha preocupado durante años.
Aquí hay un alma que nos guía. Un espíritu, y esa alma se conecta con Marta, mi madre, una científica que se dedicó, al igual que mi padre, a la ciencia agropecuaria, aseguró Funes.
«No es menos cierto que hay realidades difíciles, como por ejemplo el acceso al transporte, la infraestructura y a los bienes de consumo. Si no resolvemos esas cuestiones, entonces la gente no va a encontrar una vida atractiva en el campo.
«También los agricultores se ven afectados en ocasiones por el deficiente acceso a los recursos necesarios para producir alimentos. Debemos pensar que más allá de lograr que en el campo se produzca, hay que crear condiciones para que la producción no sea en sí misma un objetivo, sino una consecuencia de lo que hace la gente allí. Todo eso ayuda a que se consolide una cultura agrícola».
Motivaciones de Funes
Como él mismo admite, de no haber deseado desde pequeño poder cultivar la tierra con sus manos no habría podido convertir en un edén las ocho hectáreas del proyecto agroecológico familiar Finca Marta, que desde hace siete años lidera.
Aunque Funes había egresado en 1995 del Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana, donde se graduó como ingeniero agrónomo, no se salvó del temor de enfrentar aquel terreno pedregoso ubicado en el municipio artemiseño de Caimito. Allí solo se divisaba en abundancia la piedra y el marabú. Dice que el pecho se le apretaba muchas veces porque las incertidumbres y los retos eran enormes.
Con las piedras construyó y demostró que no importa cuán pedregoso puede ser un suelo. Que desdeñarlo por esa condición es de cobardes. Mejorarlo con materia orgánica y rotar los cultivos pueden hacer del sustrato un área fértil.
«Era muy difícil ver las respuestas para todas las cosas y la estrategia fue enfocarnos en cada reto que teníamos e ir solucionándolo hasta el punto que podíamos. Hubo cosas que resolvimos, otras fueron quedando y las hemos ido retomando ya con un poco más de experiencia práctica de la vida en el campo.
«Un día en el horario de almuerzo me senté con cuatro o cinco de los miembros del equipo. Estaba tratando de hacer un censo de las especies de aves que visitan la finca durante el año. Apenas pude identificar tres o cuatro. No tenía ese conocimiento de la vida en el campo.
«Finalmente hicimos una lista con cerca de 50 especies. Eso me dijo que como académico tenía un conocimiento muy limitado de esa parte de la realidad, y ellos sabían casi todo sobre esas aves: sus nombres, de qué se alimentan, cuándo se reproducen…
«Partiendo de ese ejemplo, del conocimiento sobre toda esa riqueza de fauna que tenemos en la finca, he podido entender el valor de incorporar el acervo práctico de las personas, que sin otro título que el que da vivir intensamente, saben la manera en que se hace un cercado bien hecho y cómo trabajar con los animales de labranza.
El reto del pozo
La falta de agua para desarrollar la vida en aquel lugar era la mayor dificultad. Solo 15 días después de iniciar el proyecto, Funes salió en busca de Juan de Dios Machado, y tuvo la suerte de encontrar a quien es el más acreditado zahorís de la zona.
Machadito, como le dicen, se mostró con esos ojos suyos llenos de nobleza y sus gajos de guayaba en mano para asegurar el sitio donde deberían cavar el pozo.
«El reto del pozo fue el mayor. El 6 de enero de 2012, el día de mi cumpleaños, empezamos a cavar y encontramos la piedra al día siguiente. Era una caliza muy dura… Machadito me aseguraba que había agua y estuvimos cavando primero por cuatro meses hasta que llegó la primavera y empezó a llover. Entonces, estábamos sobre los siete metros de profundidad.
«¡Cuando vimos el agua que saturó el pozo fue una alegría tremenda! Mis hijos y yo nos bañamos en él. Mi esposa Claudia me decía al inicio, cuando traíamos el agua de tomar desde La Habana, que algún día la llevaríamos a la ciudad desde acá.
«Entonces pusimos una bomba de agua pequeña y empezamos a bombear. Durante todo el verano tuvimos esa garantía, pero cuando vino el período de sequía cada vez podíamos sacar menos, hasta que el pozo se secó. Tuvimos que volver a coger el pico por otros tres meses hasta que finalmente lo logramos: en medio de la época seca teníamos agua suficiente para el consumo de la casa, los animales y los cultivos».
Hombre-naturaleza-economía
En Finca Marta se busca una confluencia entre lo tradicional y lo moderno.
De lo que sí estaba claro Funes cuando comenzó el proyecto Finca Marta es que el modelo de agricultura que implantaría no debía repetir ciertas prácticas del agro cubano en las décadas de los 60, 70 y 80 del siglo pasado. Como nos recuerda, en aquellos años se desarrolló un modelo que perseguía solucionar uno de los principales problemas, que era la producción de alimentos para la población y hacer un sistema agrícola productivo y eficiente, pero en esa búsqueda se confundieron muchos de los objetivos.
Buscando el propósito principal, que era garantizar el acceso a los alimentos, en ocasiones las decisiones de los sistemas productivos no fueron las mejores. Se optó por un modelo de agricultura convencional e industrial, basado en el uso de químicos.
Replicaba el modelo de monocultivo que fue tan inapropiado para nuestra historia agrícola. Tratando de incrementar la productividad y los rendimientos se establecieron tecnologías que no eran adecuadas para nuestro medio natural.
«Era un modelo que nos hacía dependientes de insumos y tecnologías que procedían del exterior. Era un paradigma que nos planteaba un dilema fundamental que redunda en el despoblamiento del campo, porque esos sistemas necesitan sustituir al ser humano por la maquinaria.
«Gran parte de la migración del campo a la ciudad que experimentamos se debió a ese modelo, que no se basaba en la capacidad de las personas de manejar su medio natural, sino en la realidad de que las personas transformaran el entorno en sistemas industriales.
«Toda esa estructura genera una gran fragilidad porque la dependencia de insumos, recursos y maquinarias procedentes del exterior debilitaban la esencia del modelo aplicado, al tiempo que no estaba apto para enfrentar las adversidades del medio natural: fuertes lluvias, ciclones, sequías… La mayor fragilidad de este sistema agrícola radicaba en su alta dependencia de energía y recursos para mantenerse».
—¿Cómo es el proyecto agroecológico que defiendes en Finca Marta?
—El modelo de agroecología y agricultura orgánica que defiendo es un proceso que emplea y armoniza los recursos disponibles para beneficio del sistema agrícola. Implica un mayor uso de los recursos naturales y una reducción de la escala del sistema productivo.
«El paradigma que usamos aquí tiene que ver mucho con el empleo de las personas que se vinculan con el agro. Es más intensivo en fuerza de trabajo, lo cual no quiere decir que la gente tenga que estar esclavizada para sostenerlo.
«La agroecología necesita mayor cantidad de personas ocupando las tierras y generando beneficios para sí mismas y para el resto de la sociedad. Ese aporte se logra cuando la armonía en el sistema agrícola permite que esas personas puedan vivir adecuadamente en el campo, puedan disponer de los recursos que se necesitan para realizar sus labores y al mismo tiempo salvaguardan los recursos naturales.
«Como consecuencia de lo anterior tendremos un sistema agrícola más resiliente y más adaptable a los efectos del cambio climático. Vamos a tener un sistema agrícola sustentable o sostenible no como objetivo. Muchas veces se dice erróneamente que el objetivo es la sostenibilidad y pienso que más bien es un resultado.
—Alguien pudiera pensar que en su finca casi todo es a la antigua. ¿Qué prioridad le da a la tecnología?
—La modernidad es una aspiración del ser humano en cualquier lugar del mundo. He estado en zonas remotas de África donde ese es el sueño. Igualmente he visitado otras ciudades en el exterior donde las personas añoran cada vez más la cercanía a la tierra y a la naturaleza.
«Eso nos dice que ese encuentro, ese equilibrio entre lo moderno y lo tradicional hay que lograrlo. En ambos extremos es difícil entender la esencia. En Finca Marta hemos buscado esa confluencia. Hemos intentando compatibilizar lo útil y funcional del conocimiento científico, a la misma vez que creemos en la sabiduría tradicional.
«Cuando llegamos aquí ni bueyes teníamos. Trabajábamos a mano. Cerca de seis años estuvimos haciendo los canteros a mano y en algunos momentos con los bueyes levantábamos la tierra para acanterar el suelo y sembrar las hortalizas.
«Muy recientemente adquirimos un rotobator, que es un tractor de mano, el cual nos permite hacer los canteros de manera mecanizada, pero en ocasiones alternamos con la actividad de manera manual.
«En la producción de miel también hemos experimentado un proceso de modernización. Empezamos con un extractor manual para cuatro panales cuando teníamos una decena de colmenas. Luego tuvimos otro que permitía procesar 15 panales de una vez. Ahora contamos con dos extractores eléctricos para 48 panales cada uno, pues ya tenemos un centenar de colmenas.
«Además, la Empresa Apícola Provincial nos prestó un tráiler para extraer la miel que se produce fuera de la finca. Gracias a estos recursos, y sobre todo a la labor de nuestro equipo de apicultores, el año pasado alcanzamos una producción de diez toneladas de miel, cuyo destino fundamental es la exportación.
«También para cultivar las hortalizas tenemos ahora cuatro casas de cultivo tapado, pero no siempre fue así. Empezamos a cielo abierto y tuvimos que lidiar por varios años con las inclemencias del tiempo. Hoy aplicamos ambos sistemas de manejo de cultivo.
«En estos momentos requerimos de un tractor y una bomba de succión para poder extraer los efluentes del biodigestor. El bombeo y la distribución de este material para fertilizar los sembrados los hacemos manualmente ahora.
«No renunciaremos a la tecnología. Lo que no tiene sentido es que esta se vaya delante, como no debe irse la carreta delante de los bueyes. Ha ocurrido que en proyectos de colaboración o gubernamentales se compra tecnología que luego está ociosa o subutilizada».
Bolsillo sano,mente sana
El proyecto Finca Marta, que se inició cavando un pozo en la piedra, actualmente da empleo a más de 30 personas. «Tenemos ahora tres fincas nuevas en Caimito, pertenecientes a la Granja Urbana que me pidió que transfiriera nuestro modelo a tres organopónicos. Ya están funcionando con gente que conoció cómo es que trabajamos aquí, lo practicó y lo replica allí.
«Hemos realizado ventas al sector turístico, pero no todo ha salido como pensábamos. Han habido dificultades con algunos contratos y las relaciones monetario-mercantiles. En cambio, hemos consolidado buenas experiencias comerciales con los restaurantes privados o paladares, que nos pagan de forma directa. Asimismo trabajamos con la Granja Urbana, la cual nos paga precios más bajos por los productos que están dirigidos al consumo social. En este caso recibimos los ingresos en el plazo de un mes».
En Finca Marta los ingresos tienen prioridades definidas. En primer lugar está el compromiso con pagar buenos salarios. Como segunda prioridad están los costos de operación como el transporte, los insumos productivos, la alimentación, etc. También hay un porciento para las inversiones en infraestructura y el resto se destina al ahorro.
«Por ejemplo, en la época seca tenemos dificultades con el riego y otras condiciones productivas, pero se garantiza un ingreso justo. Lo mismo ocurre cuando nos afecta un ciclón u otro evento meteorológico.
«Esas garantías económicas que aseguran no solo un buen salario, sino la posibilidad de que este se incremente en función de los resultados que se van teniendo, y otras como disponer de la alimentación necesaria y otras condiciones de trabajo en la finca, nos permiten continuar avanzando.
«Tener un fondo de ahorro nos da a todos la garantía de un salario fijo y creciente que nos ha permitido garantizar los salarios en la época de menor producción, que coincide con la primavera y el verano, cuando las condiciones climáticas dificultan el crecimiento de las hortalizas y la apicultura.
«Cuando tenemos que hacer cambios en el salario o tenemos más dinero para poder repartir, nos hemos cuestionado qué es lo más conveniente: si incrementar el número de trabajadores o aumentar el salario de los que ya están. Es evidente que las personas quieren incrementar sus ingresos, pero eso conlleva a cuestionar si se puede hacer más de lo que se ha estado haciendo de manera individual.
«Por lo general se concluye que se trabaja todo lo que humanamente es posible. Entonces hay dos variantes para solucionar el problema: aplicar nuevas tecnologías, organizar mejor el proceso para que en el mismo tiempo de trabajo se pueda ganar más, o tener un número mayor de personas que puedan trabajar más e incrementamos los ingresos.
«Hemos ido balanceando eso y lo monitoreamos entre todos periódicamente. Este año hemos comenzado con mejores condiciones que el año pasado en relación con los fondos de que disponemos».
Una visita especial a la finca fue la del líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, quien a principio de 2016 sostuvo varios intercambios con Funes acerca de su proyecto y de cómo desarrollar la producción de alimentos para el pueblo.
Recientemente, el Príncipe de Gales, cuando estuvo de visita en la Isla, también llegó hasta esos predios para conocer de resultados de un esfuerzo colectivo. Por eso, cuando se le pregunta por los logros del proyecto Finca Marta responde que pertenecen a todos: él es la cara visible, tal vez quien pueda expresar de una manera mejor estructurada lo alcanzado.
«Viniendo del sector académico a veces creemos que la ciencia tiene todas las soluciones, que la tecnología va a resolver todo en la agricultura y que el conocimiento de los campesinos tiene una limitación en su alcance. No es ni una cosa ni la otra. A mí me parece que todavía no lo hemos logrado en su totalidad, pero hay que tomar lo mejor de cada fuente; y esa es una de las motivaciones de haberme enamorado del proyecto Finca Marta.
«Tal vez he tenido la capacidad de articular, facilitar y organizar el proceso; y en eso confié cuando comencé en medio de toda aquella precariedad. Así se lo dije a Fidel cuando vino a la finca y me apoyó con su comprensión sobre lo que estábamos proyectando. Para lograr fincas agroecológicas, es necesario que investigadores, especialistas, técnicos, hombres y mujeres de conocimiento empírico se involucren mucho más directamente con la tierra.
«Yo sé que todos no podrán hacerlo porque hay quienes tienen que estar en los laboratorios, pero hace falta no ver la agricultura desde afuera, sino tratar de entenderla desde adentro. Para mí ese ha sido uno de los mayores aprendizajes.
«Creo que Fidel lo principal que vio en mí cuando nos conocimos fue que era un investigador, un académico comprometido con el sector rural desde adentro, y que había tomado la decisión de iniciar una nueva vida en el campo».
—Si te dieran la posibilidad de cambiar Finca Marta por otra con mejores suelos y garantías, ¿lo harías?
—No. Imposible. Aquí hay un alma que nos guía. Un espíritu. Aunque no soy creyente, ese espíritu y esa alma se conectan con Marta, mi madre, una científica que se dedicó al igual que mi padre a la ciencia agropecuaria.
«Estas tierras se conectan con el legado que me dejó ella desde su vientre. Desde que me trajo al mundo tuve muchas enseñanzas a partir de su ejemplo, sobre todo desde el punto de vista humano. Ella era una gran humanista. El respeto al ser humano era para mi madre elemental. Era una admiradora del agricultor, del campesino. Trató de transformar la agricultura e influir en esa transformación.
«Mi padre es también un investigador. Juntos tuvieron un compromiso común con el desarrollo de la agricultura en el país. Desde muy niño cuando participaba con ellos en los trabajos productivos, viendo sus experimentos y viajando por toda la nación pude percibir esa responsabilidad y solidificar la mía, que es una prolongación de la de ellos.
«Muchas veces cuando las personas están tan comprometidas y tienen esa pasión tan grande, chocan con la realidad, porque a veces esta es cruda; y no va por la vía que uno desea cuando se tienen grandes sueños.
«Por compartir tantos sueños con ellos, siendo ya mayor, fundamos junto con otros investigadores, agricultores y técnicos el movimiento de agricultura orgánica y agroecología en Cuba, que surgió de una necesidad histórica. Fue una alternativa ante una coyuntura económica que no podía sostener el modelo de agricultura practicado por mucho tiempo.
«En esa época tuvimos muchos desencuentros con personas que no pensaban que ese modelo era una solución para el país. La señal exacta de que ese compromiso era real es que a pesar de las incomprensiones, y hasta de decepciones en algún momento, mis padres nunca se detuvieron. Lucharon por realizar ese sueño y para mí el sueño es el mismo».