Por Claudio Katz 2
Desde hace cuatro décadas vivimos bajo la sombra del
capitalismo neoliberal. Ese período comenzó con el thatcherismo, se reforzó con
el desplome de la Unión Soviética y persiste en la actualidad. Modificó el
funcionamiento de la economía con atropellos a las conquistas sociales, que
facilitaron la gran ampliación de actividades y territorios sometidos a la
lógica de la ganancia.
Todas las corrientes de pensamiento coinciden en resaltar
los efectos negativos de esa etapa para América Latina. Pero la teoría marxista
de la dependencia aporta importantes instrumentos adicionales para esa
evaluación.
Este enfoque fue desarrollado por Ruy Mauro Marini,
Theotonio Dos Santos y Vania Bambirra en los años 70. Alcanzó gran
predicamento, con una interpretación del subdesarrollo centrada en la pérdida
de recursos padecida por la periferia. Ilustró especialmente cómo la
reproducción dependiente acentuaba la inserción internacional subordinada de la
región. Esa tradición permite evaluar ocho características del escenario actual3.
EXTRACTIVISMO Y PRIMARIZACIÓN
El primer rasgo dominante de la economía latinoamericana es
la primarización y el extractivismo. Desde los años 80 rige un patrón de
especialización exportadora, que recrea la antigua especialización de la región
como proveedora de productos básicos. Se han consolidado los cultivos de
exportación en desmedro del abastecimiento local, a través de un empresariado
que maneja los negocios rurales con criterios de inversión y rentabilidad.
Por su parte, las empresas transnacionales han introducido
la explotación en gran escala de la minería, con extracciones a cielo abierto
que multiplican las calamidades ambientales. Se ha intensificado, además, la succión
de todas las variantes del petróleo (convencional, shale oil, subsuelo
marítimo).
Este perfil de actividades centradas en el agro, la minería
y la energía es más visible en Sudamérica, pero acentúa la vulnerabilidad de
toda la región frente al vaivén de los precios de las materias primas. Esta
fragilidad salta a la vista en el estancamiento actual de las cotizaciones del
petróleo, el cobre y la soja. Ninguno de esos productos mantiene los elevados
niveles de la década pasada.
Para colmo, la nueva ofensiva exportadora de Estados Unidos
amenaza varios mercados de la zona, mientras China incrementa su presencia en
la región. El gigante oriental
persiste como el principal demandante de insumos básicos, pero selecciona
compras e incentiva la competencia con proveedores de otros continentes.
Estos datos ilustran el agravamiento de los problemas
estructurales que estudiaba la teoría de la dependencia. La primarización y el
extractivismo son las denominaciones contemporáneas del subdesarrollo, generado
por la sumisión de la región a los precios externos de las commodities.
A diferencia del pasado, los estudios de este problema ya no
se inspiran en simples presupuestos de desvalorización de las exportaciones
básicas. Registran, por ejemplo, la dinámica ascendente de esas cotizaciones
durante la década pasada.
El movimiento de esos precios es investigado tomando en
cuenta su patrón cíclico. Ese vaivén refleja la menor flexibilidad de los
productos primarios a la innovación tecnológica, en comparación a sus pares del
universo fabril. Por su mayor rigidez, esos insumos tienden a encarecerse
suscitando procesos reactivos de industrialización de las materias primas.
El doble movimiento de presiones encarecedoras y reacciones
de abaratamiento explica la oscilación periódica de esos precios. Pero esas
fluctuaciones siempre afectan a la región. Por su condición dependiente,
América Latina nunca aprovecha los momentos de vacas gordas y siempre padece
los períodos de vacas flacas.
Otro problema evaluado con mayor atención es el adverso
manejo de la renta. Han surgido importantes estudios sobre esa remuneración a
la propiedad de los recursos naturales, que puede ser interpretada como una
plusvalía extraordinaria generada en la propia actividad primaria o absorbida
de otros sectores.
La gravitación de esa renta ha crecido en forma excepcional
por su carácter estratégico para la acumulación. Las grandes potencias disputan
duramente el botín de los recursos naturales y América Latina continúa sufriendo
la confiscación sistemática de ese excedente. Esa apropiación retrata la
dinámica actual de la renta imperialista y de los procesos de acumulación por
desposesión.
A diferencia de otras economías no metropolitanas (como
Australia o Noruega) que aprovechan la renta para su desenvolvimiento, América
Latina tiene vedado ese usufructo. Como ocupa un lugar subordinado en la
división global del trabajo, drena en forma sistemática el grueso de esos
recursos hacia el exterior.
La primarización y el extractivismo exportador reproducen un
escenario clásico del dependentismo. El análisis de la renta y del patrón
cíclico de los precios de las materias primas complementa la clarificación que
introdujo ese enfoque.
REGRESIÓN INDUSTRIAL
El segundo rasgo del escenario actual es el repliegue de la
industria. En Sudamérica descendió el peso del sector secundario en el PBI y en
Centroamérica quedó confinado a los eslabones básicos de la cadena global de
valor. Por eso circulan tantas reflexiones sobre la “desindustrialización
precoz” de la región, que destacan las diferencias con la deslocalización
imperante en las economías avanzadas. Se ha profundizado el distanciamiento con
la industria asiática y muchas fábricas cierran antes de haber alcanzado su
madurez.
Ese deterioro afecta principalmente al modelo forjado para
abastecer el mercado local, durante la sustitución de importaciones. La
industria tradicional de los países medianos se encuentra en franco retroceso.
En Brasil el aparato industrial perdió la dimensión de los años 80, la
productividad se ha estancado, el déficit externo se expande y los costos
aumentan por la obsolescencia de la infraestructura. En Argentina el declive es
mucho mayor. La recuperación de la última década no revirtió la aguda caída
previa, persiste la alta concentración en pocos sectores, el predominio
extranjero y la baja integración de componentes locales.
Pero también el modelo de las maquilas mexicanas afronta
graves problemas. Continúa ensamblando partes de las grandes fábricas
estadounidenses, pero ha perdido gravitación frente a los competidores
asiáticos. Estas tendencias se acentuarán, si Trump impone sus exigencias en la
renegociación del tratado de libre comercio (TLCAN).
Todas las medidas que adopta el millonario para revertir el
desbalance comercial estadounidense afectan la producción latinoamericana.
Pretende debilitar a los rivales brasileños con escándalos tipo Oderbrecht y
apuntala el predominio yanqui en los servicios, el tráfico de datos y las
comunicaciones. Busca especialmente disputar con China el control del aparato
fabril de la región.
Desde hace años el gigante asiático despliega un modelo de
compras de materias primas y ventas de manufacturas, que erosiona el tejido
industrial. Frecuentemente utiliza los convenios de libre-comercio para
bloquear cualquier protección al ingreso de sus productos.
Las dos grandes potencias cuentan, además, con el auxilio de
los gobiernos de la restauración conservadora. Esos regímenes aceleran la disminución
de aranceles, en el mismo momento que Estados Unidos y China discuten el
incremento de sus tarifas. Los presidentes derechistas de Sudamérica avanzan
incluso en la suscripción de un convenio de libre-comercio con la Unión
Europea, que afectará severamente al Mercosur.
La regresión industrial de la región actualiza todos los
desequilibrios del ciclo dependiente que estudiaron los teóricos de la
dependencia. En los años 70 resaltaban el sistemático drenaje de recursos que
afectaba a ese sector, a través del giro de utilidades. El mayor predominio de
los capitales foráneos acentuó en las últimas décadas esa obstrucción al
proceso local de acumulación.
La globalización productiva genera una creciente
especialización latinoamericana en insumos básicos o en el mero funcionamiento
de las armadurías. Por el lugar marginal que ocupa de la cadena de valor,
América Latina no cumple ningún papel significativo en el diseño, la innovación
o la gestación de nuevos productos.
Pero a diferencia del escenario descripto por los teóricos
de la dependencia, el retroceso actual de la industria latinoamericana coexiste
con un despunte de sus equivalentes asiáticos. Esa divergencia se verifica en
el enorme ensanchamiento de la brecha que separa a Corea del Sur de Brasil o
Argentina.
Ese distanciamiento obedeció en sus inicios al gran
atractivo capitalista de explotar la fuerza de trabajo barata del Sudeste
Asiático. Pero la brecha de salarios derivó posteriormente en una inserción
diferenciada de ambas regiones en la división global del trabajo. Corea del Sur
quedó integrada al eslabón superior de un vasto entramado oriental, que recrea
en bloque la ventaja comparativa de una fuerza de trabajo devaluada y
disciplinada.
Mientras que América Latina era funcional al viejo modelo
sustitutivo de importaciones, el Sudeste Asiático optimiza la actual
internacionalización capitalista de la producción.
La interpretación dependentista de esa bifurcación pone el
acento en la forma de extraer plusvalía. Esa mirada contrasta con la simplificada
visión neoliberal, que atribuye las divergencias de ambas regiones a una
ventajosa inclinación asiática por la apertura comercial.
Muchos autores heterodoxos han demostrado la falacia de ese
argumento. Pero suponen ingenuamente que la divergencia entre ambas zonas
obedeció a la implementación de políticas económicas contrapuestas. Estiman que
los asiáticos optaron por un buen camino desechado por sus pares
latinoamericanos. Con ese presupuesto
de libre albedrío, olvidan todos los condicionamientos estructurales que impone
la maximización de la ganancia en la división global del trabajo
El razonamiento dependentista aporta un buen soporte para
comprender el retroceso industrial de la región. Pero el distanciamiento de
América Latina con el desenvolvimiento asiático no se explica sólo con el
instrumental de los años 60. Esa bifurcación exige indagar la nueva dinámica de
la globalización productiva.
MODALIDADES
DE EXPLOTACIÓN
El dramático deterioro de los indicadores sociales retrata
un tercer plano de la realidad latinoamericana. Bajo el neoliberalismo no sólo
se agravó el desempleo y la informalidad laboral. Las brechas sociales
nuevamente se ensancharon en la región más desigual del planeta. Esa
polarización explica la aterradora escala de la violencia social que impera en
las ciudades. De las 50 urbes más peligrosos del planeta 43 se localizan en
América Latina.
La expulsión de campesinos generada por la transformación
capitalista del agro ha sido determinante de esa degradación. Contribuye a
engrosar la masa de excluidos urbanos que encuentra poco trabajo y percibe
ínfimos ingresos. La enorme expansión de ese segmento explica el nuevo papel de
la narco-economía, como refugio de supervivencia.
Otro correlato de la especialización en exportaciones
básicas es la concentración de actividades en el turismo. En varias economías
pequeñas de Centroamérica la creación de empleos está prácticamente restringida
a ese sector.
La ausencia de puestos de trabajo multiplica la emigración y
la consiguiente dependencia familiar de las remesas. Enormes contingentes de
jóvenes desempleados tienen simultáneamente vedado el arraigo y la emigración.
Trump acentúa esa adversidad declarando la guerra a los desamparados. Insulta a
los mexicanos, construye muros y desprecia a los países del Caribe.
Las teorías económicas convencionales suelen omitir esos
padecimientos. En cambio la tradición dependentista, prioriza la denuncia de
todas las desgracias generadas por el capitalismo dependiente. Ilustra cómo el
modelo neoliberal potencia la miseria reforzando la informalidad laboral. A
diferencia de las economías desarrolladas, la pobreza desborda en América
Latina al segmento precarizado y afecta a una enorme porción de los
trabajadores estables.
La clase media de la región sólo aglutina en la región a un
reducido conglomerado de la población. En comparación a los países avanzados
aporta un colchón muy exiguo, al abismo que separa a los acaudalados de los
empobrecidos. Está constituida principalmente por pequeños comerciantes o
cuentapropistas y no por profesionales o técnicos calificados.
Ese infra-desarrollo refleja la estrechez de la industria y
la escasa gravitación de los servicios de alta tecnología. La expansión de los
sectores medios en algunos países durante la década pasada fue
sobredimensionada y omitió su coexistencia con la enorme desigualdad.
Es evidente que el modelo actual amplía la brecha de
salarios entre América Latina y las economías centrales. Esa disparidad
corrobora la continuidad del escenario dependentista. Tal como señalaba Marini,
esa disparidad de sueldos se acentúa por la inclinación de los capitalistas
locales a compensar su debilidad internacional, con mayor opresión de la fuerza
de trabajo.
Las grandes diferencias nacionales de salario se han
afianzado bajo el capitalismo neoliberal. Pero no convalidan el tradicional
contrapunto entre formas de explotación en el centro y modalidades de
superexplotación en la periferia.
La globalización productiva ha diversificado la estructura
internacional de los salarios, con nuevas estructuras de valores altos, medios
y bajos de la fuerza de trabajo. Las empresas transnacionales toman en cuenta
esas diferencias, para definir sus inversiones y optimizar el fraccionamiento
del proceso de fabricación en distintos países.
Los grandes cambios generados por esa reorganización de la
actividad laboral afectan a todas las economías. América Latina acompaña, por
un lado, la tendencia a la segmentación de los asalariados entre un sector
formal-estable y otro informal-precarizado. Los países centrales incorporan,
por otra parte, la retribución de una parte de la fuerza de trabajo por debajo
de su valor. La actualización del razonamiento dependentista exige
conceptualizar esas transformaciones de las últimas décadas.
DETERMINANTES DEL ENDEUDAMIENTO
El creciente peso de la deuda constituye un cuarto rasgo de
la economía latinoamericana actual. Esa pesadilla sigue afectando a la región,
a través de la vieja secuencia de desequilibrios fiscales y déficits externos,
que engrosan los pasivos y precipitan las crisis.
Bajo el capitalismo neoliberal se registraron períodos de
distinta gravedad de ese encadenamiento. En la década pasada la apreciación de las
materias primas y el ingreso de dólares permitieron cierto alivio.
Posteriormente ese respiro desapareció y el endeudamiento resurgió con gran
intensidad.
La relación
deuda/producto ha desmejorado significativamente en la mayoría de los países
desde el 2015. La presencia de dos actores complementarios de ese proceso - el
FMI y los fondos de inversión- es mucho más visible que en el pasado.
La tradición dependentista suele evitar el análisis del
endeudamiento en simple clave de especulación financiera. Destaca que el
creciente peso de los pasivos expresa la fragilidad productiva y comercial del
capitalismo dependiente. La vulnerabilidad financiera complementa esas
inconsistencias.
Hay agobio con el pago de los intereses, las
refinanciaciones compulsivas y las cesaciones de pagos por el perfil
subdesarrollado de economías primarizadas, con poca industria y elevada
especialización en servicios básicos. El endeudamiento no se dispara sólo por
el “saqueo de los financistas”. Refleja la creciente debilidad de los procesos
de acumulación.
Lo mismo ocurre con el déficit fiscal. Ese desbalance no
deriva del populismo, el malgasto o la indisciplina de los latinoamericanos.
Refleja la condición dependiente de todos los países. El deterioro de las
cuentas públicas se ha profundizado, además, por la generalizada fuga de
capitales que instrumentan los acaudalados de la región.
Esa emigración de fondos se acrecentó en las últimas décadas
por la localización de las grandes fortunas en los paraísos fiscales. La
mudanza es también indicativa de la estrecha asociación gestada por los grandes
grupos locales (Rocca, Slim, Cisneros, Camargo Correa) con las empresas
transnacionales. La concentración y extranjerización de las principales
empresas confirma el diagnóstico de las clases dominantes formulado por la
teoría marxista de la dependencia.
La vieja burguesía nacional de industriales -que
privilegiaba la expansión de la demanda, fabricando para el mercado interno con
protección aduanera- se ha extinguido. En la actualidad predomina una burguesía
local que prioriza la exportación y
prefiere la reducción de costos a la ampliación del consumo. Todos los
cuestionamientos dependentistas a la existencia de una burguesía nacional
desarrollista han sido validados por esa evolución de las clases capitalistas.
VARIEDAD DE CRISIS
También la dinámica de la crisis corrobora las
caracterizaciones de la teoría de la dependencia. Esas convulsiones constituyen
una quinta característica del escenario regional.
Bajo el neoliberalismo las crisis han sido más periódicas e
intensas a escala global. En ciertos casos (2008-09), provocaron grandes
recesiones e involucraron socorros a los bancos solventados con emisión
monetaria. En otras circunstancias, golpearon a las economías intermedias
(México en 1995, Sudeste Asiático en 1997, Rusia en 1998, Argentina en 2001).
Esta última variedad reaparece en la actualidad y ya impacta
sobre Argentina y Turquía. La crisis se concentra nuevamente en los denominados
países emergentes, afectados por la valorización del dólar, el aumento de la
tasa de interés estadounidense y las tensiones comerciales entre las grandes
potencias.
A mediados del 2018 Argentina se ha transformado en el
eslabón más débil del entramado regional. La política neoliberal extrema de
Macri generó déficit comercial, fuga de capitales y un festival de especulación
financiado con créditos externos. Cuando los acreedores cortaron los préstamos
temiendo la cesación de pago, el gobierno recurrió a un desesperado auxilio del
FMI. Esa decisión ha puesto en marcha un círculo vicioso de ajustes que
empobrecen a la población. El potencial contagio de la convulsión argentina a
otros países es la principal preocupación de los economistas.
Las crisis han sido una pesadilla recurrente del capitalismo
dependiente. Obedecen, en primer lugar, al estrangulamiento del sector externo
que generan los desequilibrios comerciales y las salidas de fondos financieros.
Como las economías latinoamericanas dependen del vaivén de
precios de las materias primas, en los períodos de valorización exportadora
afluyen las divisas, se aprecian las monedas y el gasto se expande. En las
fases opuestas los capitales emigran, decrece el consumo y se deterioran las
cuentas fiscales. En el pico de esa adversidad irrumpen las crisis.
Esas fluctuaciones magnifican a su vez el endeudamiento. En
los momentos de valorización financiera los capitales ingresan para lucrar con
operaciones de alto rendimiento y en los períodos inversos se generaliza la emigración
de los capitales. Estas operaciones se consuman engrosando los pasivos del
sector público o privado.
El segundo determinante de las crisis regionales son los
periódicos recortes del poder adquisitivo. Esas amputaciones agravan la
ausencia estructural de una norma de consumo masivo. La debilidad del mercado
interno y el bajo nivel de ingreso de la población explican esa carencia. La
expansión de la informalidad laboral, los bajos salarios y la estrechez de la
clase media acentúan la fragilidad del poder de compra.
Las dos modalidades de la crisis -por desequilibrio externo
y por retracción del consumo- se han verificado en todos los modelos de las
últimas décadas. Irrumpieron durante la sustitución de importaciones
(1935-1970) y reaparecieron en la “década perdida” de estancamiento e inflación
(años 80). En el posterior debut del neoliberalismo asumieron mayor intensidad
por el impacto de la desregulación financiera, la apertura comercial y la
flexibilidad laboral.
Los mismos desequilibrios persistieron durante los ensayos
neo-desarrollistas de la década pasada. La intervención del estado para
sostener el nivel de actividad no ahuyentó
el fantasma de la crisis. Los desfasajes de la balanza de pagos y las asfixias
del consumo están inscriptos en el ADN del capitalismo latinoamericano.
La teoría de la dependencia siempre estudió esas tensiones
con criterios multicausales y subrayó la ausencia de un sólo determinante de la
crisis. Las convulsiones que padece la región son desencadenadas por fuerzas
diversas, que combinan los desequilibrios externos con las restricciones del
poder de compra. La sobreproducción o el declive porcentual de la tasa de
ganancia –que impactan más directamente sobre las economías desarrolladas- operan
a una escala que desborda el escenario regional.
IMPERIALISMO Y SUBIMPERIALISMO
La sexta característica de la región deriva de su continuada
subordinación al imperialismo estadounidense. La pretensión de Trump de
restaurar la hegemonía de la primera potencia agrava ese sometimiento. El
magnate intenta utilizar el poder geopolítico-militar de su país para recuperar
posiciones económicas perdidas. En esa estrategia de recomposición imperial,
América Latina es tratada como un patio trasero sujeto a la doctrina Monroe.
Trump busca reducir el margen de autonomía de los tres
países medianos de la región. Exige que Brasil entregue la explotación
petrolera, que México refuerce la penetración de la DEA y que Argentina se sume
a las provocaciones anti-iraníes. Como las invasiones directas tipo Granada o
Panamá no son factibles (por ahora), el ocupante de la Casa Blanca refuerza las
bases en Colombia y auspicia acciones terroristas contra Venezuela.
Los presidentes derechistas de la región -que esperaban una
relación de sometimiento tradicional- han aceptado la sumisión extrema que
exige Trump. No sólo convalidan las decisiones del Ministerio de Colonias (OEA)
y se arrodillan en las Cumbres de Lima. Promueven, además, la disolución de
UNASUR por simple pedido del Departamento de Estado.
Este escenario actualiza el legado antiimperialista de la
teoría de la dependencia, que combinaba tradiciones de resistencia nacional con
proyectos socialistas. Ese enfoque se inspiró en el proceso anticapitalista que
inauguró la revolución cubana, radicalizando la batalla contra el agresor
estadounidense.
El período de grandes esperanzas en acelerados avances del
socialismo, que despertó ese triunfo en el Caribe se cerró en los años 80, con
la derrota de los movimientos guerrilleros, el fracaso de la Unidad Popular
chilena y la frustración de Nicaragua.
Pero el
antiimperialismo reapareció posteriormente en las rebeliones populares que
iniciaron el ciclo progresista, con ideas de soberanía nacional y campañas
contra el pago de la deuda externa. La continuidad de esa batalla actualmente
incluye la denuncia del embargo que sufre Cuba y las agresiones que padece
Venezuela.
Las banderas antiimperialistas no han perdido centralidad
con la globalización. Las resistencias populares surgen, maduran y se
desenvuelven en distintos países o regiones, a través de organizaciones y
programas nacionales.
El dependentismo también ha legado una tradición de empalmes
entre la teoría económica, la acción política y el compromiso social. Esa complementariedad
es decisiva en una región con elevados niveles de movilización popular.
En este
mismo terreno político se verifica una séptima característica más
peculiar de
las economías medianas, que en los últimos años han sido clasificadas en el
casillero
de los emergentes. Actualmente se verifica una gran remodelación de esos
estamentos intermedios.
La vieja relación bipolar (centro-periferia) actualmente
adopta ciertos rasgos triangulares, ante la competencia entre economías
metropolitanas y nuevas potencias industrializadas por el sometimiento de la
periferia. En su amoldamiento a la globalización productiva, las distintas
franjas intermedias adoptan modalidades diferenciadas.
Algunas economías se insertan en el gran taller industrial
de Oriente y otras recrean su antiguo rol de proveedoras de insumos. El primer
grupo asciende y el segundo retrocede de la división global del trabajo,
siguiendo las trayectorias contrapuestas que han transitado Corea del Sur y
Brasil.
Como la teoría marxista de la dependencia siempre prestó
gran atención a los países intermedios, su mirada facilita la comprensión de
estas novedosas situaciones. Conviene recordar que Marini analizaba las
singularidades de esas formaciones, distinguiendo el status de los países más
relegados del lugar alcanzado por Brasil en el escenario regional.
El teórico de la dependencia introdujo el concepto de
subimperialismo para retratar ese segmento. Le asignó a esa categoría una
dimensión económica de expansión externa y otra geopolítico-militar de
protagonismo regional.
La caracterización complementaria de semiperiferia que
aportó Wallerstein definió a los países intermedios por su inserción
internacional y nivel de desarrollo. Esa noción permite, por ejemplo, distinguir
en la actualidad a Corea del Sur de Mozambique.
El alcance del subimperialismo es más controvertido. Se
aplica a las sub-potencias regionales con capacidad de acción militar, que
cumplen un doble rol de gendarmes asociados y autónomos de Estados Unidos.
Turquía e India ejemplifican ese rol en Medio Oriente y el Sur de Asia.
Por el contrario Brasil mantiene un status semiperiférico,
sin desenvolver una acción subimperial en Sudamérica. Ese perfil geopolítico es
coherente con su regresión manufacturera y su especialización en las
exportaciones primarias. Brasil ilustra la inexistencia de estrictos paralelos
entre potencias subimperiales y economías semiperiféricas.
REGÍMENES AUTORITARIOS
La multiplicación de gobiernos autoritarios constituye el octavo
rasgo actual de América Latina. Ese perfil se verifica tanto en los regímenes
derechistas continuados (Perú y Colombia), como en los surgidos de elecciones
(Argentina) o golpes institucionales (Honduras (2009, Paraguay 2014, Brasil
2017).
En todos los casos se afianzan sistemas represivos que
utilizan el estado de excepción para aplicar la agenda neoliberal. Las
situaciones de mayor dramatismo se observan en México (2000 muertes por mes,
incontables desaparecidos, 330.000 desplazados) y Colombia (385 líderes
sociales ultimados desde la firma del Acuerdo de Paz). La misma tónica adopta
el asesinato de militantes populares. Ya hay varios nombres que simbolizan el
mortífero accionar de los gendarmes y las bandas parapoliciales (Marielle
Franco, Sabino Romero, Berta Cáceres, Santiago Maldonado, Yolanda Maturana).
La persecución de opositores y la proscripción de los
principales líderes del ciclo progresista ilustran la misma tendencia, en un
marco de creciente fraude y alta abstención
electoral. Incluso los gobiernos conservadores con cierto sostén social
afrontan escenarios de legitimidad decreciente.
En la mayoría de los países los medios de comunicación fijan
la agenda derechista. Identifican la corrupción con el progresismo, ocultando
el protagonismo de muchos presidentes neoliberales en los desfalcos del erario
público.
El golpismo de Brasil sintetiza todos los rasgos del nuevo
modelo autoritario. Los poderosos han gobernado con la complicidad de los
jueces, utilizando las infamias difundidas por los medios de comunicación y las
amenazas propagadas por los militares. Han vulnerado las formalidades
institucionales para instaurar una descarda plutocracia.
Para caracterizar los nuevos regímenes represivos son muy
relevantes algunas ideas expuestas por los teóricos de la dependencia. En esos
trabajos asignaron una significativa gravitación al pilar coercitivo de los
sistemas políticos latinoamericanos.
En la época de las dictaduras analizaron especialmente los
modelos de contra-insurgencia, evaluando sus familiaridades y diferencias con
el fascismo. En el período pos-dictatorial advirtieron la incompatibilidad del
neoliberalismo con la continuidad de las conquistas democráticas. Esa
contraposición se ha corroborado en forma contundente en las últimas décadas.
ADVERSARIOS Y BALANCES
La teoría marxista de la dependencia contribuye a esclarecer
las principales características del escenario latinoamericano actual. Permite
comprender el extractivismo, el repliegue de la industria, el deterioro social,
el endeudamiento estructural, el reinicio de la crisis, la relación con el
imperialismo, la especificidad de las semiperiferias y la dinámica de los
regímenes autoritarios. Esa clarificación se verifica en la polémica con las
dos teorías más influyentes de la región: el neoliberalismo y el
neodesarrollismo.
La primera corriente mantiene su predominio en la mayoría de
los gobiernos, universidades y medios de comunicación. Persiste como práctica
reaccionaria, pensamiento conservador y modelo de acumulación anti-popular.
El neoliberalismo anticipó en Sudamérica (a fines de los 70)
su preeminencia internacional. Pero también ha enfrentado en esa región
resistencias superiores al resto del mundo. Tuvo una etapa inicial de políticas
de ajuste y otra fase posterior centrada en las privatizaciones. Esas
orientaciones acentuaron todos los desequilibrios económicos tradicionales.
En la actualidad, los neoliberales continúan repitiendo las
mismas recetas de apertura comercial y flexibilización laboral. Idealizan al
capitalismo y niegan sus desequilibrios intrínsecos. Suponen que la
mundialización aproxima a la sociedad a un idílico estadio de mercados
perfectos, distribución óptima de recursos y convergencias entre economías
avanzadas y retrasadas.
Desde el atril reiteran todas las fantasías de la ortodoxia
neoclásica. Pero en la gestión práctica se han tornado más pragmáticos y eluden
el análisis de cualquier episodio que contradiga sus dogmas. Han quedado
especialmente desconcertados por la presencia de un presidente estadounidense
que emite discursos proteccionismo y un enemigo chino que defiende el
libre-comercio.
La
confrontación dependentista con las incongruencias del neoliberalismo enriquece
la batalla de ideas, contra los principales defensores del orden opresivo
imperante en América Latina.
El debate con el neo-desarrollismo transita por otro carril.
Aquí prevalece un contrapunto de perspectivas opuestas para superar el retraso
de la región. La divergencia actual está centrada en el balance de los modelos
heterodoxos ensayados en la última década, para retomar la industrialización
con políticas de regulación estatal.
La crítica dependentista destaca que esas orientaciones
soslayaron los cambios estructurales requeridos para erradicar el
subdesarrollo. En Argentina eludieron al manejo estatal del comercio exterior,
en Brasil convalidaron la primacía de las finanzas y a escala regional
congelaron los proyectos de integración (Banco del Sur, fondo común de reservas,
sistema cambiario coordinado). Por esa razón, las mejoras logradas en el debut
de esos modelos se disiparon, cuando se consolidó la adversidad económica
internacional.
La teoría de la dependencia permite entender los límites de
las experiencias neodesarrollistas. Esos proyectos minimizan la escala e
intensidad de los conflictos vigentes bajo el capitalismo. Relativizan el
sometimiento de la región a la dominación imperial y apuestan ingenuamente a un
funcionamiento amigable de las economías asentadas en el lucro.
Ciertamente el ciclo progresista de la década pasada
permitió desahogos políticos, conquistas democráticas y mejoras sociales. Pero
no llegó a conformar una etapa pos-liberal. Los gobiernos mantuvieron los
privilegios de los grupos dominantes y se asustaron frente a las protestas
sociales. Por eso toleraron la demagogia de la derecha y abrieron el camino a
la restauración conservadora.
El balance crítico debe extenderse también al proceso más
radicalizado de Venezuela, que continúa afrontando la guerra económica y las
conspiraciones criminales. El chavismo implementó políticas de redistribución
del ingreso, que afectaron a las clases dominantes y mejoraron inicialmente el
ingreso de las mayorías. Pero nunca transformó la renta petrolera en el pilar
de un proyecto productivo. Todas las iniciativas de industrialización quedaron
bloqueadas por el mal uso de las divisas y los compromisos con la boliburguesía.
Las experiencias de los últimos años confirman la necesidad
de respuestas socialistas a los problemas de la región. Ese horizonte fue
postulado por la teoría de la dependencia en contraposición a las ilusiones de
forjar modelos humanitarios, inclusivos o redistributivos del capitalismo. Esos
atributos contradicen la lógica de un sistema regido por explotación y la
desigualdad.
Ninguna modalidad del capitalismo de estado resuelve los
desequilibrios del capitalismo privado. Las mismas contradicciones que generan
la competencia, el beneficio y la explotación afectan a ambas variantes. La
superación del capitalismo dependiente exige una renovada batalla por el
socialismo.
REINVENCIÓN DEL DEPENDENTISMO
La provechosa actualización del legado de Marini no se
extiende a la obra de Fernando Henrique Cardoso. El ex mandatario de Brasil
inspiró la versión convencional de la teoría de la dependencia, a partir de una
caracterización del nivel de autonomía exhibido por cada país latinoamericano.
Cardoso rechazó primero la contraposición entre dependencia
y desarrollo, para auspiciar un desenvolvimiento asociado con las empresas
transnacionales. Posteriormente incorporó todos los dogmas del neoliberalismo.
Hubo continuidad de pensamiento y no sólo improvisación, en el hombre que quemó
todos sus escritos para ocupar el sillón presidencial.
La visión marxista se ubicó en la vereda opuesta. Retomó la
revalorización de la lucha nacional que concibió el autor de El Capital
en su madurez y reelaboró todos los estudios de la centuria pasada sobre el
subdesarrollo. Ese dependentismo maduró en los encuentros con la teoría del
sistema-mundo y en los empalmes con el marxismo endogenista. Con ese sustento
ensanchado ofreció un gran cimiento para comprender la realidad
latinoamericana.
La teoría marxista de la dependencia fue revitalizada por
dos figuras recientemente fallecidas. Theotonio Dos Santos indagó múltiples
facetas del capitalismo contemporáneo y aportó importantes reflexiones sobre el
estado, las clases dominantes y la burocracia. Samir Amin razonó desde Asia y
África los problemas de antiguas sociedades orientales sometidas al
colonialismo, combinando en forma magistral la historia con la economía. La
continuación de esas investigaciones permitirá renovar una concepción
insoslayable para develar los enigmas del siglo XXI.
Resumen
Un enfoque renovado de la teoría marxista de la dependencia
clarifica las causas del retroceso económico latinoamericano durante el
neoliberalismo. Ilustra cómo el extractivismo recrea el subdesarrollo y explica
el repliegue de la industria frente a la competencia asiática.
También resalta la coexistencia de la brecha internacional
de los salarios, con la segmentación laboral en la periferia y la precarización
en el centro. Destaca que el creciente endeudamiento expresa la fragilidad del
capitalismo dependiente y la asociación de las clases dominantes con sus pares
foráneos. Esclarece, además, la combinación de crisis por desequilibrios
externos y asfixias del poder adquisitivo.
Los principios antiimperialistas del dependentismo recobran vigencia
frente al intento estadounidense de recuperar hegemonía. Sus conceptos de
semiperiferia y subimperialismo clarifican el despunte de los emergentes. Esa
escuela ofrece interpretaciones del autoritarismo de los regímenes derechistas
y argumentos para confrontar con el neoliberalismo. Permite además extraer
balances de la frustración neodesarrollista. La reinvención de esa teoría
transita por el camino que pavimentaron Theotonio Dos Santos y Samir Amin.
Citas
1 Conferencia expuesta en el Encuentro “La economía de América Latina y el Caribe ante el nuevo entorno internacional”, ANEC, La Habana, 11-9-2018.
2 Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
3 Las tesis que exponemos sintetizan conceptos desarrollados en dos libros recientes. Toda la bibliografía correspondiente se encuentra en esos textos. Katz, Claudio. Neoliberalismo, Neodesarrollismo, Socialismo, Batalla de Ideas Ediciones, 2015, Buenos Aires. Katz, Claudio. La teoría de la dependencia, 50 años después, Batalla de Ideas Ediciones, 2018, Buenos Aires (próxima aparición).