Por Christine Lagarde
(Versión en English)
Hace casi 60 años, un grupo poco conocido llamado The Beatles, llegó a Hamburgo, pasó por una barbería, grabó su primera canción y encontró un sonido exclusivamente suyo.
Siguiendo su ejemplo, los líderes mundiales reunidos esta semana en la cumbre del Grupo de los Veinte pueden sacar el mayor partido de su estancia en Hamburgo y marcharse de Alemania con un plan sólido para el fortalecimiento del crecimiento mundial.
Recuperación en marcha
Esta cumbre arranca con optimismo. El clima positivo es el resultado de una recuperación mundial que cumple su primer año de vida y representa un cambio favorable respecto a las anteriores reuniones del G20, a menudo marcadas por la sombra del crecimiento inestable y las revisiones a la baja.
Sin embargo, es el optimismo cauteloso el que debería predominar; aún se requieren iniciativas de política para reforzar la recuperación y desarrollar economías más inclusivas.
¿Qué hay detrás de esta dinámica de crecimiento?
El reciente repunte de la manufactura y la inversión a escala mundial es indicio de que la recuperación que proyectamos en abril sigue su curso. Daremos a conocer nuestro próximo pronóstico a fines de julio, pero la expectativa es que el crecimiento mundial rondará 3½% este año y el próximo.
No obstante, como se explica en nuestra última Nota de supervisión del G20, ha habido cambios en lo que se refiere a la composición regional del crecimiento.
En Estados Unidos —donde la expansión dura ya nueve años y el desempleo cíclico prácticamente ha desaparecido—, la desaceleración transitoria de comienzos de 2017 y la incertidumbre en torno a las políticas han moderado nuestras perspectivas.
La zona del euro ha superado las expectativas, gracias al estímulo monetario y la demanda interna, y las condiciones de las economías emergentes se han visto impulsadas por el sólido crecimiento de China y la estabilización de las condiciones en Rusia y Brasil.
Así que, efectivamente, hay dinamismo. Pero no podemos estar tranquilos: los riesgos tanto nuevos como viejos son una amenaza para nuestro objetivo de generar un crecimiento mayor y compartido por todos.
Nubes en el horizonte
Los riesgos no están circunscritos a una región o un tipo de economía y, en algunos casos, reflejan el aspecto negativo de los motores de la recuperación.
Las vulnerabilidades financieras son motivo de preocupación inmediata. Tras un largo período de condiciones financieras favorables, con tasas de interés reducidas y un acceso al crédito más fácil, el apalancamiento empresarial en muchas economías emergentes es demasiado elevado. En Europa, los balances bancarios aún necesitan recuperarse de la crisis. En China, la expansión más rápida de lo proyectado podría dar lugar en el futuro a un nivel de deuda pública y privada insostenible si continúa impulsada por la facilidad del crédito y el aumento del gasto.
De no abordarse, este conjunto de cuestiones podría conducir a repentinas dificultades financieras, dado que las economías del mundo siguen luchando también contra problemas de más largo plazo.
Pensemos por ejemplo en la desigualdad económica excesivamente elevada, el escaso crecimiento de la productividad, el envejecimiento de la población y las disparidades entre los sexos. Como muestra un estudio del FMI, estos retos limitan el crecimiento potencial, complicando así la tarea de aumentar el ingreso y mejorar las condiciones de vida.
¿Qué debería hacer el G20 al respecto?
Un llamamiento a la acción
La mejor forma de empezar es manteniendo el actual dinamismo económico. Puede recurrirse a las políticas monetaria y fiscal para respaldar la demanda allí donde sea necesario y posible.
En Japón, por ejemplo, aunque el producto se mantiene por debajo del potencial, el respaldo fiscal y monetario, unido a las favorables condiciones económicas mundiales, ha contribuido a generar un crecimiento especialmente sólido en los últimos trimestres.
De todos modos, estas medidas tienen limitaciones. Es necesario que los países busquen maneras de protegerse de los riesgos, acelerar el crecimiento y potenciar el poder de la cooperación internacional. Ningún país existe en un vacío, y las políticas que adopta uno pueden hacer sentir sus efectos con más intensidad y durante más tiempo en coordinación con los demás miembros del G20. Estas deberían ser algunas de nuestras prioridades:
- Revitalizar el crecimiento de la productividad. En muchas economías, un aumento de los recursos destinados a la capacitación y la educación, así como de los incentivos que fomentan I+D, estimularía la inversión y daría rienda suelta al espíritu emprendedor. Esto le daría un impulso muy necesario a la velocidad de crecimiento sostenible que pueden alcanzar las economías.
- Proteger el sector financiero. El actual período de crecimiento puede servir para hacer frente a las vulnerabilidades de empresas y bancos, por ejemplo mediante la acumulación de capital y el fortalecimiento de los balances. Un crecimiento sostenido implica también que ha llegado la hora de mejorar —no de reducir— los sistemas de supervisión y regulación aplicados en el período posterior a la crisis.
- Abordar los desequilibrios en cuenta corriente excesivos. Tanto los países con superávit como aquellos con déficit deberían abordar ahora este problema, para evitar así tener que introducir correcciones importantes más adelante. Así pues, esta cumbre brinda la oportunidad de fortalecer el sistema de comercio mundial y reafirmar nuestro compromiso con la correcta ejecución de las normas que fomentan la competencia, garantizando a la vez la igualdad de condiciones para todos.
Ante todo, debemos centrarnos en el desarrollo de economías inclusivas, para lo cual se requieren reformas estructurales que eleven los ingresos y un mayor apoyo a quienes enfrentan las desventajas del cambio tecnológico y la integración económica mundial.
Además, hay que poner en marcha nuevas iniciativas para promover la autonomía de la mujer y eliminar las disparidades entre los sexos.
En las economías avanzadas del G20, la diferencia entre el número de hombres y mujeres con trabajo remunerado es de unos 15 puntos porcentuales. Esta brecha es todavía más amplia en las economías emergentes del G20.
Si los países del G20 fuesen capaces de cumplir con su objetivo de incrementar en un 25% la participación de las mujeres en la fuerza laboral para el año 2025, se podrían generar alrededor de 100 millones de nuevos puestos de trabajo para la economía mundial.
Los beneficios sustanciales que se lograrían eliminando las disparidades entre los sexos no son más que un ejemplo de lo que se puede conseguir si actuamos juntos.
Otro ejemplo: el Pacto con África, una iniciativa puesta en marcha durante la presidencia alemana del G20 y cuyo objetivo principal es fomentar la inversión privada, puede servir de modelo para el afianzamiento del crecimiento y la diversificación económica en todo el continente.
Haría también hincapié en la coordinación necesaria para hacer frente a las crisis humanitarias mundiales, ya sean epidemias, catástrofes naturales o hambrunas. El G20 ha dado un paso importante al comprometer más de $1.000 millones en ayuda a los millones de víctimas de la hambruna en Somalia, Sudán del Sur, Yemen y el noreste de Nigeria. En los meses venideros, tendremos que redoblar los esfuerzos por atacar las causas de estos sucesos devastadores.
En su conjunto, estos retos subrayan lo esencial: la recuperación mundial sigue en marcha, pero se requieren medidas de política tangibles y una mayor cooperación internacional para incrementar el dinamismo.
Como ocurrió con la banda de Liverpool que terminó cambiando el mundo, confío en que el G20 encontrará su propia voz en Hamburgo. Debería aprovechar la oportunidad para colaborar no solo en alcanzar un mayor crecimiento, sino también en asegurarse de que los frutos del crecimiento puedan llegar a manos de todos.