INTRODUCCION
Si bien la búsqueda del desarrollo
constituye el eje central de la visión de largo plazo del país, los tiempos
actuales plantean, de forma apremiante, la necesidad de asegurar una dinámica
económica sólida y sostenida en el tiempo. Toda vez que si no existe un
crecimiento tal que haga sostenible e impulse el desarrollo, éste sería
inviable, por tanto, la dinámica económica se constituye en condición necesaria
para el desarrollo.
En sentido general, tal
como señalan Hausmann, Klinger y Wagner (2008), pueden existir muchas razones o
restricciones por las que una economía no crece o mantiene un bajo dinamismo,
tal como en el caso de la economía cubana en la actualidad. Lo importante
radica en precisar e identificar adecuada y certeramente aquellas
restricciones, y sus vínculos recíprocos, cualquiera sea su origen o
naturaleza, cuya atenuación o neutralización es ineludible a fin de garantizar
la eliminación de los cuellos de botella que obstaculizan el crecimiento.
Dicho proceder, demanda de
un diagnóstico robusto acerca de la realidad correspondiente, en el que un
punto de partida inapreciable lo es el disponer de una descripción apropiada de
la historia del crecimiento de la economía en cuestión, partiendo del supuesto
que el diseño de una estrategia al respecto debe partir de comprender la
naturaleza de dicho proceso, con vistas a determinar qué clase de evidencia
vale la pena tomar en cuenta y cuáles no.
En una medida no
despreciable, las explicaciones de determinados comportamientos y tendencias,
tanto actuales como del pasado más inmediato, se encuentran en el análisis e
interpretación del punto de partida, así como de las condiciones y ambiente en
que se configuró y las vías por las que hubo de transitar la economía cubana
desde sus orígenes más inmediatos y, por tanto, de los encadenamientos
económico-productivos y sociales resultantes del contexto correspondiente.
En dicho entorno, la
comprensión en particular de los aspectos relevantes de la dimensión
macroeconómica de la economía cubana actual y de la magnitud de los ajustes y
transformaciones a lo largo de la década de los años noventa y posteriores, así
como la de ciertas peculiaridades sobresalientes de la evolución en tiempos más
recientes, han de aportar elementos valiosos en lo concerniente a dicha
dimensión.
En tal sentido, el trabajo
que se presenta constituye una aportación al tema, sin descontar la utilidad
que el mismo pudiera revestir en los términos relacionados con el estudio de la
estructura económica de Cuba. Este ha sido elaborado tomando en cuenta principalmente
la parte real de la economía, abordando su componente nominal, o
monetario-financiero, tan sólo en la medida que los correspondientes análisis y
valoraciones así lo requiriesen, como necesaria referencia.
Por otra parte, teniendo en
cuenta las complejidades que se derivan de tales propósitos, dada la diversidad
de circunstancias presentes a lo largo del tiempo, se parte de un enfoque o
visión de carácter más cronológico que centrado en el abordaje de temas
macroeconómicos específicos tomados como unidad central, los cuales son
tratados y analizados teniendo en cuenta la cronología de los distintos eventos
en su interrelaciones
determinadas por las condicionantes de cada
escenario en particular. Tal proceder determina propiamente la estructura
expositiva de este trabajo.
Por consiguiente, tomando
en cuenta, tanto las peculiaridades específicas del desenvolvimiento de la
economía cubana, a lo largo de casi sesenta años de proceso revolucionario, así
como las características de su desempeño previo en buena parte del período
republicano, se ha considerado conveniente el exponer, de forma preliminar
mediante un prefacio, una síntesis de los principales acontecimientos, tal que
permita al lector disponer, en una primera aproximación, de una visión general
de los principales hitos y momentos a lo largo del tiempo, definiendo el hilo
conductor al respecto.
Este prefacio comienza
marcando como antecedente esencial las tres profundas crisis económicas e
institucionales a las que se hubo de enfrentar el país a lo largo de todo el
siglo XX, comenzando en 1927 pasando por 1961-1962 cerrando con la de 1991, así
como la naturaleza de las mismas y sus efectos más generales, hasta nuestros
días.
Como necesario antecedente,
en el primer capítulo se realiza un breve acercamiento a estos temas en el
período inmediato anterior a los cambios cruciales iniciados después de 1959.
El énfasis fundamental recae sobre los temas relacionados con la estructura
económica del país, principalmente en la década de los años cincuenta del
pasado siglo, a los efectos de precisar las principales distorsiones a las que
se debe enfrentar la nación en la etapa ulterior, principalmente en cuanto a
las relaciones de dependencia, incluyendo la dimensión social.
A continuación, el segundo
capítulo aborda el desarrollo macroeconómico posterior a 1960, incorporando una
breve caracterización hasta el presente (sólo en este capítulo se realiza el
análisis hasta 2015), con el objetivo de ofrecer una visión genérica acerca de los
aspectos más específicos y característicos. En tanto que el énfasis recae
fundamentalmente en los primeros treinta años, hasta 1990, tomando en cuenta
que incluye, por una parte, los fundamentales y trascendentales cambios de la
década de los sesenta, así como los años de permanencia en el CAME, enmarcados
en el propósito de construcción de una sociedad socialista, en tanto que cierra
con la tercera gran crisis estructural e institucional del siglo XX cubano
(segunda en el periodo revolucionario), por lo que dicho período es decisivo en
cuanto a la transformación de la sociedad cubana.
El tercer capítulo tiene
como referente esencial la tercera y última crisis estructural e institucional
del pasado siglo, derivada del derrumbe socialista. El punto de partida
es una pertinente y apropiada reseña acerca del modelo macroeconómico previo a
dichos momentos, a fin de disponer de una visión más certera de los impactos en
el período recesivo, así como de las peculiaridades de las medidas y procederes
adoptados para enfrentar la misma y la capacidad de adaptación a las nuevas
condiciones. De todo lo cual en los apartados correspondientes se realiza una
apreciación y examen pormenorizado y exhaustivo de los cambios e instrumental
utilizado, los cuales implicaron en no pocos casos cambios en la conducción
económica.
En tanto, el cuarto y
último capítulo tiene como contenido esencial las características específicas
de la recuperación económica del país, a partir de 1993, último año del período
netamente recesivo de la economía cubana. En este se puntualizan los
condicionantes del importante cambio en la composición sectorial del producto,
hacia la tercerización.
Se incluye finalmente un
apartado en que se sintetizan algunas consideraciones finales, en las que
principalmente se destaca el efecto final de la referida tercerización sobre la
agudización de las asimetrías y desproporciones de la economía nacional, que
además se vieran incentivados por el proceso de recentralización que se experimentara
a los inicios del presente siglo. En el mismo se puntualiza la principal falla
estructural de la economía cubana, que se expresa como un estrangulamiento
macroeconómico derivado de la pérdida de capacidad reproductiva para generar
los medios de acumulación endógenos requeridos para el crecimiento, Así como la
presencia de cuatro ejes de inconsistencia estructural, que obstaculizan el
crecimiento económico.
PREFACIO
El siglo XX cubano estaría
signado por el enfrentamiento a tres profundas crisis económicas e
institucionales, como han señalado estudiosos de estos temas en tiempos más recientes
(González, 1994 y Figueras, 1992):
·
1927-1928 Pérdida del 80% de las
exportaciones, como consecuencia del proteccionismo internacional
generalizado, así como por las medidas regulatorias adoptadas por el gobierno
norteamericano para la protección de los agricultores estadounidenses, que
ejercería una influencia dominante al respecto.
·
1961-1962 Pérdida del 80% del
intercambio comercial, por la implementación del bloqueo norteamericano.
·
1989-1991 Pérdida de aproximadamente
el 85% de las relaciones comerciales externas, por la caída del campo
socialista.
En todos los casos bruscos
impactos del ámbito exterior sobre la economía cubana constituirían el
detonante común para el desencadenamiento de dichas crisis, aún y cuando el
origen de tales impactos, su naturaleza, envergadura, efecto final y modo de
enfrentamiento fueran diferentes en cada caso en particular.
Una característica esencial
de la economía cubana, a lo largo del tiempo, vendría dada por el fuerte
vínculo de la misma con el desempeñó del sector externo (exportaciones,
importaciones, créditos), dado su carácter de economía pequeña y sumamente
abierta, que requiere necesariamente del sector externo para su funcionamiento
corriente.
Como elocuente pieza
explicativa de tales fenómenos, desde principios del pasado siglo se
implementaría, como resultado de la propia actividad productiva y como objetivo
estratégico de política de los grupos de intereses extranjeros, un modelo
basado en la especialización azucarera. Este proceso fue sustentado en un
acelerado proceso inversionista llevado a cabo, en lo esencial, en las primeras
décadas. Por ejemplo, en 1925, más de la mitad de las inversiones ejecutadas
correspondieron a la producción azucarera, en tanto que otras tenían como
destinos actividades relacionadas con esta actividad (tal como el ferroviario),
y otros sectores claves acordes con intereses foráneos1.
Como derivación natural, se induciría un
crecimiento marcado por la dependencia económica y política de Estados Unidos2 que, como resultado final, se expresaría en una
deformación estructural de grandes magnitudes para la economía cubana3 (Figueras, 1990).
Este camino de alta especialización azucarera,
en un típico esquema de economía de plantación, que se venía arrastrando desde
los tiempos de la colonia, se enfrentaría, ya hacia finales de la década del
veinte e inicios de la del treinta, con un fuerte proteccionismo internacional,
derivado de las respuestas de las distintas naciones ante la crisis económica
mundial, lo que marginaba al país, dejándolo atrasado y deformado, obligado a
producir azúcar según cuotas dictadas por otros países4.
1
Según Oscar Pinos Santos,
citado por J.L. Rodríguez (1990).
2 El crecimiento de la producción azucarera estuvo
asociado a la expansión del mercado estadounidense desde finales del siglo XIX.
Entre 1880 y 1910, la combinación de diversos factores condujo a un incremento
significativo de esta actividad, paralelamente con la expansión de los
latifundios cañeros.
3 Toda esta evolución de la producción de azúcar
se sustentó en el crecimiento de la base agrícola, no así la parte industrial
que se estancó y caracterizó por muy bajos rendimientos.
4 La crisis agrícola de los Estados Unidos, en la
década del veinte, y las medidas regulatorias adoptadas por el gobierno
norteamericano para la protección de los agricultores estadounidenses, también
desempeñaría un importante papel al respecto.
Sin bien con la I Guerra
Mundial la producción azucarera experimenta un rápido ascenso, en un proceso en
que los Estados Unidos consolidan su dominio sobre el complejo azucarero
cubano, posteriormente, a raíz de la caída de los precios del azúcar en 1920,
la producción azucarera en el país se estanca y descapitaliza5.
Durante las primeras dos
décadas del siglo XX, tal especialización era justificable hasta cierto punto,
por los términos altamente favorables de las relaciones económicas
internacionales. Precisamente, los cambios operados en las mismas durante la
década de los años veinte revertirían, substancial y definitivamente, las
correspondientes ventajas de una estructura con las características antes
señalada, como puede inferirse de la Figura 1.
Así, el modelo de
especialización azucarera enfrentaría la primera gran crisis estructural, que
significó la pérdida del 80% de las exportaciones. En un ámbito en que el
componente importado del producto bruto era aproximadamente del 40%,
representativo de la alta dependencia externa de la economía nacional, ello
significaría un importante impacto sobre la actividad económica, que se
manifestaría en altos niveles de desempleo, dado el sistema socio-político
imperante; llegaría a un 50%.
De igual forma, la crisis
de la década del 20 sirvió además para que la banca norteamericana pasara a
tener el predominio total del sistema bancario cubano6. De tal modo, hasta 1950 la banca cubana desempeñaría
un papel insignificante y subordinado en el sistema de crédito; menos de la
tercera parte de los depósitos y la quinta parte de los préstamos (Rodríguez,
C.R., 1983a), lo cual influía determinante en el escaso desarrollo industrial
del país.
Todo ello sumiría a la
economía del país en un largo letargo, del cual sólo se recuperaría en parte
hacia finales de la década del cuarenta e inicios de la siguiente década, en
que se alcanzaría el nivel de producto per cápita7 correspondiente a 1919-1920. Con el tratado de
reciprocidad de 1934 con los Estados Unidos, Cuba abre nuevamente su economía a
dicho mercado a cambio de los precarios beneficios de una cuota azucarera
tendencialmente decreciente y abortaría los emergentes intentos por
diversificar la industria nacional.
5 No obstante, aunque entre 1925 y 1958 el sector
azucarero se comporta de forma oscilante, éste continuó siendo el renglón
económico más importante del país, pero sus trabajadores laboraban sólo varios
meses en el año (Figueras, 1994).
6 Mientras que la banca cubana y la española
quebraba, los bancos norteamericanos fueron respaldados por sus casas matrices
con fondos suficientes para hacerle frente a la situación.
7 Lo cual no es más que el reflejo de la alta
volatilidad de la economía cubana, determinada, de hecho, por su alta
dependencia externa y estructura económica deformada. Ello se evidencia en un
amplio estudio sobre el tema de los ciclos económicos del PIB en Cuba,
realizado por Vidal y Fundora (2004).
Además, como señalara
González (1994), en el mismo momento en que en América Latina se daban pasos
para proteger las economías nacionales de la crisis internacional, y en ciertos
países comenzaba un incipiente proceso industrializador, en Cuba se transitaba
en dirección contraria, mediante lo que hoy en día sería calificado como una de
las más puras recetas neoliberales8.
No obstante, en los años
cincuenta, a partir de la relativa recuperación alcanzada a finales de la
década anterior, basada principalmente en un auge constructivo inmobiliario, se
realizarían intentos por renovar el modelo neocolonial antes referido,
componente importante de dicho empeño lo fue el establecimiento de un sistema
monetario-crediticio propio, a partir de la creación del Banco Nacional en 1950
como banca central del país9,
inexistente hasta el momento, una de las políticas económicas más trascendentes
de esos años.
Las presiones por crear una
banca propia surge, como señala Rodríguez, C.R. (1983a), de la comprensión por
parte de los industriales nacionales de la importancia del crédito para su
propio desarrollo, toda vez que una simple revisión de las peculiaridades de la
intermediación financiera por parte de la banca foránea –norteamericana e inglesa–
indicaba la concentración del crédito bancario, de forma casi exclusiva, en la
industria azucarera, postergando los requerimientos para el resto de la
actividad industrial.
Se aplicaría, además, una
política anti cíclica, basada en los postulados keynesianos, cuyo principal
elemento, según Figueras (1990), venía dado por una política de obras públicas
sustentada en el llamado “gasto compensatorio”. Factor significativo de la
política económica correspondiente, lo fue el proceso de contención y retroceso
de las conquistas laborales y sindicales, con el objetivo de hacer más
atractivo el país a la inversión extranjera (González, 1994)10.
Ya en 1955, a dicha
política le fuera pronosticado un seguro fracaso por la izquierda marxista, por
ser inaplicable en condiciones de una economía subdesarrollada, dependiente de
la exportación y sus fluctuaciones (Rodríguez, C.R. 1983b). Lo que poco antes,
desde otras posiciones, había sido considerado por el economista norteamericano
Henry C. Wallich (1953), toda vez que al pretender evitar el drenaje de divisas
por medio del control cambiario, la demanda se concentraría sobre el mercado
interno que, en condiciones inelásticas de oferta, conduciría a un aumento de
precios, intensificando así el desequilibrio y agravando el nudo de
contradicciones económicas.
De hecho, los intentos
industrializadores entre 1948 y 1950 siguieron un patrón periférico,
caracterizado por la reubicación de capitales azucareros hacia otras esferas
como capacidades hoteleras. Proceso en el cual se acentuarían las
desproporciones territoriales, con una alta concentración en la ciudad de La
Habana.
Así, en la práctica, la
primera gran crisis más que ser superada de hecho fue mediatizada y pospuesta,
por ejemplo, al llegar 1958 de los más de dos mil establecimientos industriales11, excluyendo los centrales azucareros, apenas
unas 100 fábricas operaban con más de 100 trabajadores (Figueras, 1990), en tanto que la participación de la agricultura azucarera en el valor agregado de la economía nacional podía calcularse en alrededor del 10%.
8 Al respecto, resultan sumamente expresivos
determinados planteamientos contenidos en un informe sobre Cuba, preparado por
la misión del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial),
en 1950, que posteriormente sería conocida como “Misión Truslow”
(1981)“...tendencia mundial a destruir la división internacional del trabajo,
por medio de regulaciones nacionalistas de comercio. Ello obliga a reajustes en
países que como Cuba, que vigorosamente ha actuado según las viejas reglas de
juego y después de crear una estructura productiva altamente especializada,
basada en la división internacional del trabajo, se encuentran que las reglas
de juego han cambiado.”
9 Sobre las cuestiones inherentes al sistema
financiero-crediticio cubano, principalmente en la década de los 50, puede
consultarse la sistematización que realizara Collazo (1989a), en particular, el
propio Collazo (1989b, 1990a y 1990b), realiza un amplio estudio acerca de los
motivos por los cuales el país careció de una banca central hasta el año 1950.
10 En una visita realizada a Cuba en 1949, por John
J. C. Cloy, presidente del Banco Internacional de Reconstrucción y
Fomento, previa
a la conocida “Misión Truslow”, que Rodríguez, C.R. (1983c) calificaría como
programa de retroceso, se plantearía “...la necesidad de que el gobierno de
Cuba fijara las bases de una seria y efectiva política económica que inspire
confianza suficiente para permitir el desarrollo del inversionismo nacional y
extranjero...”.
11 Una buena parte de los cuales estaban vinculados
de una forma u otra con la producción azucarera.
Todo
ello quedaría sintetizado en lo que Rodríguez, C.R. (1983c), calificaría como
las siete características negativas de la economía nacional cubana:
1) Economía
agraria, por tanto subalterna y retrasada.
2) Economía
deteriorada en lo social.
3) Desempleo
y subempleo como males endémicos.
4) Economía
abierta y dependiente.
5) País
mono exportador y mono productor, por tanto tributario y sumamente vulnerable a
los impactos externos.
6) Unilateralidad
en las relaciones comerciales, alta sujeción a un solo mercado.
7) Puntos
claves de la economía nacional en manos foráneas.
Con el triunfo de la Revolución en 1959, si bien
en el primer año y medio posterior las transformaciones del modelo económico se
mantuvieron, como señala González (1993), en el marco de una economía
capitalista, la realización de una reforma agraria, la implantación de amplias
medidas de beneficio popular y la promoción del desarrollo de una auténtica
industria nacional, constituyó el inicio del enfrentamiento con los intereses
económicos de Estados Unidos.
El desarrollo acelerado de
un proyecto social, cada vez más profundo y radical, que brindaría sustento y
continuidad al logro de la real independencia, marcaría el desenlace
correspondiente, mediante un sistema de medidas y contramedidas en que la
pérdida del mercado azucarero norteamericano, el bloqueo económico y la fuga de
fuerza de trabajo calificada, constituirían los puntos clave.
Así, hacia 1961-1962, se
plantearía la segunda gran crisis económica e institucional que enfrentaría el
país a lo largo del siglo XX. Ahora bien, al contrario de la crisis anterior,
las vías de solución, enmarcadas en un modelo socialista, determinarían
importantes cambios, tanto estructurales como funcionales, hacia el interior de
la economía nacional.
Las importantes
transformaciones de la base técnico-productiva y económica de la sociedad
cubana, son factibles de resumir –siguiendo el ordenamiento realizado por
Rodríguez, J.L. (1984)-en:
·
Creación de la infraestructura y la dotación del
equipamiento técnico necesario para asegurar el desarrollo del sector
agropecuario y la humanización del trabajo en dicha esfera.
·
Creación de la base técnico material para la
producción de bienes de capital, fundamentalmente para asegurar el crecimiento
del sector agropecuario.
·
Desarrollo de los servicios productivos básicos
y de los niveles de calificación de la fuerza de trabajo, para encarar el
proceso de industrialización.
Proceso de Industrialización que estaría marcado
por las insuficiencias manifiestas que, en el orden tecnológico, presentaba el
desarrollo del área socialista en algunas esferas determinantes en esta área; que
se expresaría entre otros, y fundamentalmente, en un alto coeficiente
energético (ver Figueras, 1991)12.
·
Elevación del nivel de vida de la población,
incluyendo potencialmente el pleno empleo.
En dichos momentos la ayuda
del campo socialista permitió, evidentemente, compensar los rigores del bloqueo
norteamericano. Las estrechas relaciones económicas que fueron configurándose
contribuyeron, significativamente, a la viabilidad del esquema de
funcionamiento y
12 Es necesario apuntar, tal como señala Alvarez
(1993), que para el país, hostigado por un prolongado y férreo bloqueo
económico, no existía en todos los casos la posibilidad de optar por las
tecnologías más avanzadas y efectivas en el ámbito internacional.
coordinación económica implementado en el país y
propiciaron un acceso estable al financiamiento demandado por las
transformaciones productivas acometidas13.
El modelo de relaciones
económicas derivado de los vínculos económicos establecidos en el marco de los
esquemas integracionistas del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME),
permitió, además de un desenvolvimiento y funcionamiento de relativa
estabilidad, el aislar a la economía de los impactos de los “shock”
externos (U-Echevarría, 1992a).
Sin embargo, se
verificarían determinadas deformaciones, tal como serias distorsiones en los
precios relativos y consecuentemente en la asignación de los factores, que
contribuirían, entre otros, a insuficiencias en cuanto al cierre de los ciclos
tecnológicos de los recursos básicos, lo cual reforzaría la magnitud de la
compensación externa necesaria para mantener altos ritmos de crecimiento y de
expansión económica, tanto en lo referido intrínsecamente a la acumulación como
a la creación del producto (U-Echevarría, 1998).
En fin, puede decirse que
hacia el interior de la economía nacional se fueron configurando y se
encontraban subyacentes algunas tendencias y singularidades que, muy
probablemente, tendrían un efecto multiplicador adverso en cuanto a los
impactos de la crisis que se desencadenaría posteriormente, a inicios de la
década de los noventa del pasado siglo. Rasgo distintivo de tales tendencias lo
sería la paulatina pérdida de la capacidad de absorción del producto creado,
que llega a una situación en que la economía nacional, a finales de los ochenta
comenzaría a depender, en cierta medida, de la compensación externa para
asegurar, inclusive, la reproducción simple. En tales circunstancias, el
crédito externo financiaría hasta 1989 aproximadamente el 70% del déficit
interno. Por otra parte, los impuestos sobre la circulación de bienes y
productos cubriría el desbalance estructural entre la oferta y la demanda, por
tanto, el equilibrio interno habría sido meramente un equilibrio técnico y no
real.
Un aspecto sumamente
pertinente, lo es el que la brecha externa, principal obstáculo y restricción
macroeconómica, pasada y presente, del país, puede decirse no es más que una
manifestación de la brecha de ahorro interno, cuya insuficiencia ha sido una
constante en la economía nacional, dada las peculiaridades de su estructura
reproductiva, pudiera decirse de una economía de plantación. En otras palabras,
la insuficiente capacidad de creación de medios de acumulación endógenos
devendría en una falla estructural sistémica, que se manifiesta hasta nuestros
días en un fuerte estrangulamiento macroeconómico.
En resumen, en el contexto de la economía
nacional, persistían agudos problemas, tanto funcionales como estructurales,
que finalmente dinamizarían y agudizarían los impactos ulteriores de la crisis,
que se originara como resultado de la pérdida de los principales socios
comerciales que durante más de veinticinco años constituyeran una importante
pieza para la economía cubana14.
Paralelamente, y no ajeno a
lo señalado anteriormente, en el área real de la economía se fueron acentuando
determinadas barreras estructurales preexistentes en la economía cubana, a las
que se hiciera referencia inicialmente15, que no
fueran resueltas en toda su magnitud y amplitud. Ello se manifestaría,
principalmente, en una agudización de la vulnerabilidad externa de la economía
cubana16.
Así, en un ambiente en que
la dirección y regulación económica se asentaba en lo fundamental en un proceso
de distribución y asignación física de factores, sustentado en las relaciones
económicas externas antes mencionadas17,
desaparecen abruptamente las fuentes que objetivamente garantizaban la
sistematicidad, enlace y consistencia de dichos mecanismos.
13
Para una ampliación ver Rodríguez
J.L. (2011) e igualmente INIE-JUCEPLAN (1992).
14 Para una ampliación se recomienda ver análisis
sobre los antecedentes de la crisis de los años noventa, preparado por
U-Echevarría (1998).
15 De hecho, incluidas en lo que Carlos Rafael
Rodríguez denominara como las siete características negativas de la economía
cubana, detalladas anteriormente.
16 En sendos trabajos, Alvarez (1993) y Fernández
Font (1993), realizan una amplia y minuciosa pormenorización de estos aspectos.
17 Una ampliación puede encontrarse en U-Echevarría
(1998, 1997 y 1996), así como en González (1993).
Hacia 1989-1991, el país se
vería enfrentado a la tercera gran crisis económica e institucional del pasado
siglo, en que la magnitud del ajuste concomitante plantearía al país una
disyuntiva de supervivencia en condiciones sumamente desfavorables desde el
punto de vista de su equilibrio, puesto que no se disponía de los mecanismos
que en la crisis de los años 1961-1962 compensaran sus efectos, es decir, un
fuerte apoyo económico externo.
En la solución de este
dilema de política, se configuró la estrategia de supervivencia al menor costo
social, que se materializaría en un programa de emergencia económica denominado
“Período especial” que, adoptado en 1991, tenía como objetivo central
amortiguar al máximo posible las afectaciones de la crisis hacia la población,
así como tratar de reorientar el funcionamiento económico de la nación hacia un
rumbo acorde con las nuevas condiciones, en dicho camino, se producirían
importantes transformaciones estructurales, tanto en el ámbito productivo como
funcional e institucional.
Sin embargo, luego de
rebasada la fase recesiva de la crisis en 1993 e iniciada la recuperación
económica, a principios del siglo XX se verifican una serie de fenómenos
coyunturales, tanto endógenos como exógenos, en distintas áreas de la vida
económica, social y política del país, en condiciones en que las
transformaciones básicas y elementales, implementadas en la etapa de adaptación,
ya habían agotado sus efectos positivos para hacerles frente.
En medio de este proceso,
el Ministerio de economía y planificación (MEP, 1996), plantearía…está claro
que tenemos una serie de cambios por realizar que derivan ya, como condición
indispensable para dar continuidad a los cambios realizados hasta el momento...
y continuaría Es necesario en los próximos años, dar una mayor
coherencia dentro de estos cambios, a lo que pudiera ser el germen del
nuevo sistema de dirección de la economía del país.
Sin embargo, en la práctica
se descartaría una revisión sistémica y perfeccionamiento de las mismas,
adoptándose como alternativas de solución procederes que mediarían en la
modificación y regresión de éstas18. Todo
lo cual impactarían negativamente sobre el mínimo de estabilidad macroeconómica
alcanzada, verificándose una profundización de las desproporciones
estructurales de la economía, principalmente por vía de distorsiones en la
estructura del crecimiento económico, conducentes al agravamiento de los
disímiles desequilibrios macroeconómicos endémicos de la economía cubana.
Tomando en cuenta la falta de sustentabilidad macroeconómica derivada de lo
anterior, ello conduciría, en 2010, a un proceso de actualización del Modelo
Económico y Social, cuyas medidas iniciales habrían comenzado a implementarse
ya desde 2008-2009, caracterizada en lo fundamental por la descentralización de
la toma de decisiones y la expansión del denominado sector no estatal.
Es preciso tomar nota que
dicho proceso se lleva a cabo en un escenario sumamente complejo, tanto por las
condicionantes eminentemente económicas, ya señaladas, como por el hecho de que
el mismo se implementa en un contexto caracterizado por la simultaneidad en el
cambio tanto de reglas como de actores.
18 Un poco se estaría verificando aquello de que sólo se debe cambiar cuando fracasamos, sin considerar que si mientras se tiene éxito no cambiamos, ello resultaría bastante irrazonable, como señala Soberón (2003).
Continuará