Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

domingo, 29 de noviembre de 2015

David Harvey - “Las contradicciones del capitalismo”

Las previsiones de Marx y la paradoja de la industrialización financiarizada de nuestro tiempo


La dibujante Atxe para www.sinpermiso.info
“El modo de acumulación de riqueza característico de nuestro tiempo tiene que ver con medios financieros, más que industriales: va a lomos de la ola de la inflación de precios de activos financiada con deuda, en pos de “ganancias de capital”. Eso parecía harto improbable en la época de Marx, la era del patrón oro. Sin embargo, hoy, el grueso de los académicos marxistas todavía se concentran en su crisis del “volumen I”, ignorando prácticamente la realidad del fracaso del capitalismo industrial en punto a liberar a las economías de las dinámicas rentistas sobrevivientes del feudalismo europeo y de las tierras coloniales conquistadas por Europa.”
 Las observaciones que siguen fueron hechas en el World Congress on Marxism que tuvo lugar en la Escuela de Marxismo de la Universidad de Pekín el pasado 10 de octubre de 2015. La presentación formaba parte de un debate con Bertell Ollman (NYU). Me siento honrado de haber sido un Profesor Invitado permanente de la universidad más prestigiosa de China.
Cuando impartí unas conferencias en esta Escuela de Marxismo hace seis años, alguien me preguntó si Marx acertó o se equivocó. No supe cómo responder a esta pregunta entonces, habida cuenta de la complejidad de la cuestión. Pero al menos hoy me centraré en su concepción de las crisis.  
Más que ningún otro economista de su siglo, Marx logró vincular los tres tipos más importantes de crisis que estaban sucediendo. Sus Teorías de la Plusvalíaexplicaban las dos formes principales de crisis a que habían apuntado sus predecesores, y en torno a las cuales se libraron las revoluciones burguesas de 1848. Esas crisis eran resultado de supervivencias en Europa de la época feudal de la aristocracia terrateniente y las grandes fortunas bancarias.
Financieramente, Marx apuntó a la tendencia de las deudas a crecer exponencialmente con independencia de la capacidad de pago de la economía, y aun a mayor velocidad que la economía misma. El incremento de la deuda y el crecimiento de los intereses era autónomo respecto de la dinámica del capital industrial y del trabajo asalariado en que se centraba el volumen I de El Capital. Las deudas se expanden por sí propias, siguiendo reglas puramente matemáticas: la “magia del interés compuesto”.
Podemos ver en Norteamérica y en Europa cómo las cargas de los intereses, la recompra de acciones, el apalancamiento de las deudas y otras maniobras financieras se comen los beneficiós y previenen la inversión en plantas y equipos, derivando ingresos hacia operaciones financieras económicamente vacías. Marx llamó al capital financiero “imaginario” o “ficticio”, en la medida en que no procede del seno de la economia industrial y porque –al final— sus demandas de pago no pueden ser satisfechas. Llamó a ese incremento financiero una “forma vacía de capital.” [1] Ficticio, porque consistía en bonos, hipotecas, préstamos bancarios y otros títulos rentistas sobre los medios de producción y sobre el flujo de salarios, beneficiós e inversión en capital tangible.
El segundo factor que llevaba a crisis económicas era más a largo plazo: la renta agraria ricardiana. Los terratenientes y los monopolistas cargaban a la economía con un”impuesto de propiedad” extrayendo rentas resultantes de privilegios que (como el interés) eran independientes del modo de producción. La renta agraria crecería a medida que las economies llegaran a ser más grandes y más prósperas. Una parte cada vez mayor del excedente económico (beneficios y plusvalía) sería derivada hacia los propietarios de la tierra, de los recursos naturales y de los monopolios. Esas formas de renta económica resultaban de privilegios que no tenían ningún valor intrínseco o coste de producción. Al final, contribuirían a empujar al alza los niveles salariales, dejando margen cero para los beneficiós. Marx llamó eso el “Armagedón ricardiano”.
Esas dos fuerzas que contribuían a las crisis, señaló Marx, eran una herencia de los orígenes feudales de Europa: señores de la tierra que conquistaban territorios y se apropiaban de recursos naturales e infraestructuras; y bancos que seguían siendo, y por mucho, usureros y depredadores en su actividad de hacer préstamos de guerra a los Estados y de explotar a los consumidores con mezquindad usurera. La renta y el interés eran en muy buena medida productos de las guerras. Como tales, eran fenómenos externos a los medios de producción y a su coste directo (esto es, al valor de los productos).
Pero, sobre todo –huelga decirlo—, Marx apuntó a la forma de explotación del trabajo asalariado por sus empleadores. Y esto, en efecto, procedía del proceso de producción capitalista. Bertell Ollman acaba de explicar tan bien esa dinámica, que no será necesario repetirla aquí.
La crisis económica actual en Occidente: extracción financiera y rentista que lleva a la deflación por deuda
Bertell Ollman ha mostrado cómo analizaba Marx las crisis económicas a partir de la incapacidad del trabajo asalariado de comprar todo lo que produce. Esa es la contradicción interna característica del capitalismo industrial. Como se explica en el volumen I de El Capital, los empleadores buscan maximizar los beneficios pagando a los trabajadores lo menos posible. Eso lleva a una excesiva explotación del trabajo asalariado, causando subconsumo y saturación de los mercados.
Yo quiero centrarme aquí en la cuestión siguiente: hasta qué punto la actual crisis financiera es holgadamente independiente del modo industrial de producción. Como observó Marx en los volúmenes II y III de El Capital, así como en las Teorías sobre la plusvalía, la actividad bancaria y la extracción de rentas son hostiles de varias maneras al capitalismo industrial.
Nuestro debate versa sobre cómo analizar la crisis actual de las economías occidentales. Para mí, se trata, por lo pronto y sobre todo, de una crisis financiera. La crisis bancaria y el endeudamiento proceden, y por mucho, de los préstamos inmobiliarios e hipotecarios, así como del tipo de fraude masivo que a Marx le parecía característico de las altas finanzas de su tiempo, particularmente de la financiación de canales y ferrocarriles.
De manera que para responder a la cuestión antes planteada sobre si Marx estaba o no en lo cierto, habría que decir que Marx, sin ninguna duda, suministró las herramientas necesarias para analizar las crisis que las economías industriales capitalistas han venido padeciendo en los últimos doscientos años. Pero la historia no ha discurrido del modo que Marx esperaba. Lo que él esperaba era que todas las clases actuaran conforme a sus intereses de clase. Que es el único modo de proyectar razonablemente el futuro. La tarea histórica y el destino del capitalismo industrial, escribió Marx en el Manifiesto comunista, era liberar a la sociedad de las “excrecencias” del interés y de la renta (sobre todo de la renta de la tierra y de los recursos naturales, junto con la renta monopólica) que el capitalismo industrial había heredado de la sociedad medieval y aun de la sociedad antigua. Esas inútiles cargas rentistas a la producción son falsos costes, costes que ralentizan la acumulación de capital industrial. No proceden del proceso productivo, sino que son una herencia de los señores feudales de la guerra que conquistaron Inglaterra y otros reinos europeos para fundar aristocracias terratenientes hereditarias. Por otro lado, las cargas financieras en forma de capital usurero son, para Marx, una herencia de las familias banqueras que amasaron fortunas con préstamos bélicos y usura.
El concepto marxiano del ingreso nacional difiere radicalmente de la actual contabilidad en términos de ingreso y producto nacional. Todas las economías occidentales miden el “producto” en términos de  Producto Interior Bruto (PIB). Este formato contable incluye al sector de Finanzas, Seguros y Bienes Raíces (FIRE, por sus siglas en inglés) como parte del producto de la economía. Y lo hace porque trata a renta e interés como “ingresos ganados”, al mismo nivel que salarios y beneficios industriales: como si las finanzas privatizadas, las compañías de seguros y los bienes raíces fueran parte del proceso de producción. Marx los consideraba externos a ese proceso. El ingreso dimanante de ese sector no era “ganado”, sino “no-ganado”. Compartía ese concepto con los fisiócratas, con Adam Smith, con Stuart Mill y con otros grandes economistas clásicos. Marx no hacía aquí sino empujar a la teoría económica clásica hasta sus últimas consecuencias lógicas.
En interés de la clase en auge de los capitalistas industriales estaba el liberar a las economías de esta herencia del feudalismo, de los innecesarios costes de producción falsos, de los precios por encima del valor real de coste. El destino del capitalismo industrial –eso creía Marx— era el de racionalizar las economías librándolas de la clase ociosa de banqueros y terratenientes por la vía de socializar la tierra, nacionalizar los recursos naturales y la infraestructura básica e industrializar el sistema bancario. Y todo ello a fin de financiar la expansión industrial en vez de la usura improductiva.
Si el capitalismo hubiera cumplido ese destino, lo que habría subsistido primordialmente serían las crisis entre los empleadores y los trabajadores industriales explicadas en el volumen I de El Capital: la explotación del trabajo asalariado hasta el punto en que el trabajo no puede comprar sus productos. Pero, al propio tiempo, el capitalismo industrial habría preparado el camino al socialismo, porque los industrialistas necesitaban sacudirse el yugo político de la aristocracia terrateniente y del poder financiero de la banca. Necesitaban promover reformas políticas de tipo democrático para derrotar a los intereses creados que controlaban el Parlamento, y a su través, el sistema fiscal. La organización de los trabajadores y su conquista del derecho de sufragio promoverían sus intereses, y así se pasaría del capitalismo al socialismo.
Y China, en efecto, ha ejemplificado ese camino. Pero no se ha dado en Occidente.
Los tres tipos de crisis descritos por Marx se están dando. Pero Occidente se halla ahora en una depresión crónica, la que se conoce como deflación por deuda. En vez de una banca industrializada, como Marx esperaba, es la industria la que se ha financiarizado. En vez de una democracia que liberara a las economías de la renta de la tierra, de la renta de los recursos naturales y de la renta monopólica, lo que tenemos son unos rentistas que han contraatacado tomando el control de los gobiernos, de los sistemas jurídicos y de las políticas fiscales occidentales. Resultado: estamos asistiendo a un regreso involutivo hacia la problemática precapitalista tan bien descrita por Marx en los volúmenes II y III de El Capital y en las Teorías sobre la plusvalía.
Aquí se ubica el debate entre Bertell Ollman y yo. Yo me centro en unas finanzas y unas rentas que ganan la mano al capitalismo industrial para imponer una depresión dimanante de la deflación por deuda. Ese sobreendeudamiento empeora los problemas capital/trabajo al debilitar la posición política y económica del trabajo. Y para empeorar las cosas, los partidos obreros occidentales, a diferencia de lo que ocurría antes de la I Guerra Mundial, ya no luchan por cuestiones económicas.
Mis diferencias con Ollman y [John] Roemer: yo me centro en los costes no productivos
Bertell sigue a Marx cuando se centra en el sector productivo: alquilar trabajo para producir productos, pero tratando de lograr el mayor margen posible y batir al propio tiempo por ventas a los rivales. Esa es la gran contribución de Marx al análisis del capitalismo y de su modo de producir: emplear trabajo asalariado con beneficio. Concuerdo con ese análisis.
Sin embargo, yo me centro en las causas de la crisis actual, que son independientes y autónomas respecto de la producción: títulos rentistas de renta económica, de ingreso sin trabajo: precios “vacíos” sin valor. Ese foco puesto en la renta y el interés difiere del de Ollman y –ni que decir tiene— del de [John] Roemer. Cualquier modelo de la crisis está obligado a incorporar las finanzas, los bienes raíces y otras formas de búsqueda de renta, además de la industria y el empleo.
El gasto creciente en deuda puede rastrearse matemáticamente, lo mismo que la simbiosis de finanzas, seguros y bienes raíces (el sector FIRE). Pero las interacciones son demasiado complejas para resumirlas en un único “modelo” económico. A mí me preocupa particularmente que el modelo de Roemer encuentre seguidores aquí en China, porque pasa por alto precisamente las tendencias que del modo más peligroso amenazan a la China de nuestros días: las prácticas financieras occidentales y sus políticas fiscales prorrentistas.
China ha empleado el último medio siglo en resolver el problema planteado en el volumen I de El Capital –las relaciones entre el trabajo y los empleadores— reciclando el excedente económico hacia nuevos medios de producción, a fin de generar más producto, niveles de vida más altos y, lo más evidente de todo, más infraestructuras (carreteras, ferrocarriles, aerolíneas) y más vivienda.
Pero precisamente ahora está sufriendo problemas financieros a causa de una creación de crédito destinada al mercado de valores, en vez de a la formación de capital tangible y a la elevación de los niveles de consumo. Y, claro está, China ha experimentado un enorme boom en los bienes raíces. Los precios de la tierra están subiendo en China, casi al nivel en que están en Occidente.
¿Qué habría dicho Marx sobre eso? Yo creo que habría alertado a China y le habría aconsejado no recaer en los problemas precapitalistas de especulación financiera con los bienes raíces –conversión de la creciente renta de la tierra en interés— y no permitir que los precios inmobiliarios crezcan sin frenos ni gravámenes fiscales.
La planificación soviética fracasó a la hora de tomar en cuenta la renta de emplazamiento a la hora de planificar el lugar de construcción de viviendas y fábricas. Pero al menos la era soviética no forzó al trabajo o a la industria a pagar intereses, ni estimuló el aumento del precio de la vivienda. Los bancos del Estado simplemente creaban crédito allí donde se necesitaba para expandir los medios de producción, para construir fábricas, maquinaria y equipo, viviendas y edificios de oficinas.
Lo que a mí me preocupa de las consecuencias políticas del modelo de [John] Roemer es que se centra exclusivamente en lo que Marx dijo sobre el sector de producción y las relaciones empleador-trabajo. No se pregunta de dónde vienen las “dotaciones”, o de cómo ha cambiado tan radicalmente China en esta última generación. Pasa, así pues, por alto el peligro de un capitalismo industrial en vías de involución hacia una economía de renta e interés. Y por lo mismo, subestima el peligro que para China y otras economías socialistas representa adoptar las prácticas occidentales, reminiscentes del feudalismo, de burbuja financiera (deuda apalancada para elevar los precios) y riqueza en forma de cargas de renta terrateniente.
Esas dos dinámicas –interés y renta— representan una privatización de la banca y de la tierra que son, en realidad, utilidades públicas. Marx esperaba que el capitalismo industrial lograría esa transición. ¡Las economías socialistas deberían lograrla!
China no tiene la menor necesidad de crédito bancario exterior (salvo para cubrir el coste de importaciones y el coste, en el comercio exterior, de la inversión en otros países). Pero las reservas del comercio exterior chino son ya lo suficientemente grandes para que sea básicamente independiente del dólar norteamericano y del euro. Entretanto, las economías norteamericana y europea están sufriendo de deflación crónica por deuda y de una depresión que reducirá su capacidad para servir como mercados para sus propios productos y para los chinos.
Las actuales economías desarboladas por la deuda plantean precisamente la cuestión del tipo de crisis que están viviendo los países capitalistas. El análisis de Marx ofrece instrumentos para entender sus problemas financieros, bancarios y de extracción de renta. Sin embargo, el grueso de los marxistas todavía ve el desplome financiero y de hipotecas basura de 2008 como si resultara en última instancia de una actividad de los empleadores tendente a exprimir el trabajo asalariado. El capital financiero es visto como un derivado de esa explotación, y no como la dinámica autónoma que tan bien fue capaz de describir Marx.
Los costes de sostener la creciente carga deudora (intereses, amortización y recargos) deflacionan el mercado de mercancías absorbiendo un creciente volumen de negocio viable e ingreso personal. Eso deja menos para el gasto en bienes y servicios, causando excesos de superabundancia que llevan a crisis en las que las empresas pugnan por dinero. Los bancos fracasan a medida que proliferan las bancarrotas. Al agotar los mercados, el capital financiero se hace hostil a la expansión de los beneficios y a la inversión en capital físico tangible.
A pesar de esa esterilidad, el capital financiero ha logrado una posición dominante sobre el capital industrial. Las transferencias de propiedad de deudores a acreedores –incluso la privatización de empresas y activos públicos— resultan inevitables a medida que el crecimiento de los títulos financieros rebasa la capacidad de la producción y de las ganancias productivas para seguir sus pasos. Y en la estela de los desplomes, llegan entonces las ejecuciones hipotecarias, lo que permite a las finanzas tomar el control de compañías industriales y aun de Estados.
China ha resuelto bien el problema del “volumen I”, el de expandir el mercado interno para el trabajo, invirtiendo el excedente económico en formación de capital y aumento de los niveles de vida. Eso la confronta con las economías occidentales, que han fracasado a la hora de resolver ese problema. Y que han fracasado también a la hora de resolver los problemas de los “volúmenes II y III”: finanzas y renta de la tierra. Sin embargo, pocos marxistas occidentales han aplicado esas teorías de Marx al presente declive y al problema rentista que va con él. Siguiendo a Marx, creen que la tarea de resolver ese problema corresponde al capitalismo industrial desde los tiempos de las revoluciones burguesas de 1848.
Ya en la Miseria de la filosofía (1847) Marx describió el odio que los capitalistas sentían por los terratenientes, cuyas rentas hereditarias chupaban ingresos que iban a parar a una clase ociosa. Cuando, una generación después, en 1881, recibió un ejemplar de Progress and Poverty (Progreso y pobreza) de[l economista norteamericano] Henry George, Marx escribió a John Swinton que gravar fiscalmente la renta de la tierra era “un úlimo intento para salvar el régimen capitalista”. Despreció el libro [de George] como si sus argumentos hubieran quedado ya despachados con su propia crítica a Proudhon de 1847: “Nosotros interpretamos que estos economistas, como Mill, Cherbuliez y otros, exigen pasar al Estado la renta de la tierra a modo de substituto de los impuestos. Eso es una franca expresión del odio sentido por el capitalista industrial contra el propietario terrateniente, que le parece cosa inútil, una excrecencia parasitaria del cuerpo general de la producción burguesa. “ [2]
Como programa que era del capital industrial, el movimiento de fiscalización de la tierra no llegó hasta el punto de abogar por los derechos de los trabajadores y sus niveles de vida. Marx había criticado a Proudhon y a otros críticos de los terratenientes diciendo que, una vez te libras de la renta (y del interés usurero bancario), aún tienes que enfrentarte al problema de los industriales que explotan el trabajo asalariado y buscan minimizar sus salarios, agostando el mercado para los bienes que producen. Ese es el problema económico “último” que habría que resolver, presumiblemente mucho después de que el capitalismo industrial hubiera resuelto los problemas de la renta y el interés.
El capitalismo industrial ha fracasado en punto a liberar a las economías del interés y de la extracción de renta de los rentistas
Vistas las cosas retrospectivamente, Marx fue demasiado optimista respecto del futuro del capitalismo industrial. Como observado antes, Marx vio como misión histórica del capitalismo industrial la de liberar a las economías de la renta y el interés usurero. El sistema financiero de nuestros días ha generado un hipercrecimiento del crédito, al tiempo que las rentas elevadas están empujando el precio del trabajo norteamericano fuera de los mercados mundiales. Los salarios se  están estancando, mientras que el Uno Por Ciento viene monopolizando el crecimiento de la riqueza y del ingreso desde 1980 (sin invertir en nuevos medios de producción). De manera que todavía tenemos los “problemas de los volúmenes II y III”, y no sólo el “problema del volumen I”.
Nos las vemos ahora con un caso de fallo múltiple de órganos.
En vez de financiar más formación de capital, los mercados de valores y de bonos lo que hacen son transferencias de propiedad de compañías, bienes raíces e infraestructuras ya existentes. Cerca del 80% del crédito bancario se presta a compradores de bienes raíces, hinchando una burbuja hipotecaria. En vez de gravar fiscalmente al alza el valor rentista y de emplazamiento de la tierra (que John Stuart Mill describió como lo que hacen los terratenientes “cuando duermen”), las economías actuales dejan fiscalmente intacto el ingreso rentista, “libre” para que sirva  de garantía a los bancos. El resultado es que los bancos juegan ahora el papel desempeñado por los terratenientes en tiempos de Marx: hacerse con el creciente valor rentista del suelo. Y eso invierte el dogma central de la economía política clásica: arrebata al Estado esa renta junto con las rentas dimanantes de los recursos naturales y de los monopolios.
Las economías industriales se están viendo asfixiadas por la dinámica financiera y otras dinámicas rentistas. Deuda hipotecaria creciente, préstamos estudiantiles, endeudamiento con tarjetas de crédito, deuda por la compra de automóviles, anticipos sobre el salario; todas esas cosas han metido el miedo en el cuerpo a los trabajadores a la hora de plantearse una huelga, o aun de protestar por las condiciones laborales. En la medida en que crecen los salarios, tiene que pagarse crecientemente a los acreedores (y ahora, a monopolios privatizados de aseguradoras médicas y compañías farmacéuticas), en vez de gastar en los bienes de consumo que producen. La dependencia que tiene el mundo del trabajo respecto de la deuda agrava, así pues, el “problema del volumen I”: la incapacidad del trabajo de comprar el producto que produce. Y para terminar de rizar el rizo, cuando los trabajadores tratan de integrarse en la “sociedad de propietarios” de la clase media comprando sus hogares con hipotecas en vez de pagar alquiler, el precio que pagan les aprisiona en una servidumbre por deuda.
Las compañías industriales se benefician del trabajo, no sólo empleándolo, sino prestando a los consumidores. General Motors hizo el grueso de sus beneficios durante años con su filial de crédito, GMAC (General Motors Acceptance Corporation), lo mismo que General Electric a través de su brazo financiero. Los beneficios realizados por Macy’s y otros minoristas a través del préstamo de sus tarjetas de crédito a veces significaron la totalidad de sus ganancias.
Esa privatización de las rentas y su transformación en un flujo de pagos de intereses (desplazando la carga fiscal hacia el ingreso asalariado y hacia los beneficios empresariales) significa un fracaso del capitalismo industrial en punto a liberar a la sociedad de las herencias del feudalismo. Marx esperaba que el capitalismo industrial actuara en interés propio industrializando la banca, como estaba ya haciendo Alemania conforme a las orientaciones a que había urgido del reformador francés Saint-Simon. Sin embargo, el capitalismo industrial ha fracasado a la hora de romper las cadenas de las prácticas bancarias usureras preindustriales. Y en la esfera de la política fiscal, no ha gravado con impuestos la renta de la tierra y de los recursos naturales. Ha hecho lo inverso de la idea, pregonada por los reformadores clásicos, de “mercado libre” en el sentido de libre de renta económica y de préstamo monetario depredador. La consigna del “mercado libre” significa ahora exactamente lo contrario: libertad de la clase rentista para extraer intereses y rentas a su buen placer .
¿Modo de producción o modo de parasitismo?
Lejos  de estar al servicio del capitalismo industrial, lo que hace el actual sector financiero es desangrarlo hasta la agonía. Lejos de perseguir beneficios empleando trabajo para producir bienes con margen, ni siquiera quiere alquilar trabajo o embarcarse en el proceso de producción y desarrollar nuevos mercados. El epítome de esta economía postindustrial es Enron: sus ejecutivos no querían en absoluto capital, y nada de empleo, sólo vendedores de pupitre (y contables falsarios).
El modo de acumulación de riqueza característico de nuestro tiempo tiene que ver con medios financieros, más que industriales: va a lomos de la ola de la inflación de precios de activos financiada con deuda, en pos de “ganancias de capital”. Eso parecía harto improbable en la época de Marx, la era del patrón oro. Sin embargo, hoy, el grueso de los académicos marxistas todavía se concentran en su crisis del “volumen I”, ignorando prácticamente la realidad del fracaso del capitalismo industrial en punto a liberar a las economías de las dinámicas rentistas sobrevivientes del feudalismo europeo y de las tierras coloniales conquistadas por Europa.
Los marxistas que han trabajado en Wall Street han aprendido sus lecciones de los volúmenes II y III. Pero el marxismo académico ha ignorado el sector FIRE (Finanzas, Seguros y Bienes Raíces, por sus siglas en inglés). Es como si el interés y la extracción de renta fueran problemas secundarios en relación con la dinámica del trabajo asalariado.
La gran cuestión de nuestro tiempo es si el capitalismo rentista pos-feudal, lejos de servirlo, lo que terminará es asfixiando al capitalismo industrial. El propósito de las finanzas de nuestros días no es explotar el trabajo, sino conquistar y adueñarse de la industria, de los bienes raíces y del Estado. El resultado es una oligarquía financiera, no capitalismo industrial, ni, menos, una tendencia evolutiva hacia el socialismo.
El optimismo de Marx sobre la capacidad del capitalismo industrial para someter las finanzas a sus propias necesidades
Luego de ofrecer un compendio de citas para documentar el modo en que el “capital usurero” parasitario se multiplicaba a interés compuesto, Marx anunció en un tono de optimismo darwiniano que el destino del capitalismo industrial era movilizar el capital financiero para financiar su expansión económica, convirtiendo a la usura en un vestigio obsoleto del  modo de producción “antiguo”. Es como si “en el curso de su evolución, el capital industrial tendiera, pues, a someter esas formas y a transformarlas en funciones derivadas o especiales de sí mismo”. Lejos de crecer para terminar dominando al capital industrial, el capital financiero quedaría subordinado a la dinámica del capital industrial:
“Allí donde la producción capitalista ha manifestado todas sus variadas formas y ha llegado a convertirse en el modo de producción dominante” –concluía Marx sus notas manuscritas de las Teorías sobre la plusvalía— “el capital portador de interés es dominado por el capital industrial, y el capital comercial se convierte meramente en una forma de capital industrial derivada del proceso de circulación.” [3]
Marx esperaba que las economías actuaran a largo plazo en interés propio para incrementar los medios de producción y evitar el ingreso rentista improductivo, el subcosumo y la deflación por deuda. Creyendo que cualquier modo de producción estaba configurado por las necesidades tecnológicas, políticas y sociales de progreso de las economías, Marx esperaba que la banca y las finanzas llegarían a subordinarse a esa dinámica:
 “No hay duda” –escribió— “de que el sistema de crédito servirá como poderosa palanca durante la transición del modo capitalista de producción a la producción por medio del trabajo asociado; pero sólo como un elemento en conexión con otras grandes revoluciones orgánicas del propio modo de producción.”  [4]
El problema financiero se resolvería por sí mismo, a medida que el capitalismo industrial movilizara productivamente el ahorro, subordinando al capital financiero y poniéndolo al servicio de sus necesidades. Y eso es lo que estaba pasando entonces en Alemania y en Francia.
Parecía que el papel del sistema bancario como asignador de crédito allanaría el camino a una organización socialista de las economías. Marx aceptó el libre comercio en la idea de que el capitalismo industrial transformaría y modernizaría a los países atrasados. Lejos de eso, lo que hizo el libre comercio fue traer consigo las finanzas rentistas occidentales y la occidental privatización del suelo y de los recursos naturales. Incluso trajo consigo el derecho de uso de las monedas y de los sistemas financieros de esos países como casinos. Y en las naciones acreedores avanzadas, el fracaso de EEUU y de las economías europeas a la hora de recuperarse de su crisis financiera de 2008 viene de dejar intactas las deudas de las “hipotecas basura”, cuyos recargos absorben los ingresos. Los bancos han sido rescatados, no las economías industriales, cuyas deudas quedaron intactas. .
Irving Fisher acuñó el término de deflación por deuda en 1933. Dijo que ocurre cuando el servicio de la deuda (intereses y amortización) para pagar a los bancos y a los tenedores de bonos desvía el ingreso e impide gastarlo en bienes de consumo e inversión en infraestructura, educación, salud y otras partidas de bienestar social. [5]
Ningún observador de la época de Marx fue tan pesimista como para esperar que el capital financiero le ganaría la mano al capitalismo industrial asolando a las economías como se está viendo en el mundo de nuestros días. Reflexionando sobre la crisis financiera de 1857, Marx mostró hasta qué punto resultaba impensable entonces nada parecido al rescate de los especuladores financieros acometido en 2008 por Bush y Obama:
“El entero sistema artificial de expansión forzada del proceso de reproducción no puede, claro está, remediarse permitiendo que algún banco, digamos, el Banco de Inglaterra, proporcione con papel a todos los especuladores el capital faltante y compre todas las mercancías depreciadas a sus antiguos valores nominales.”  [6]
Cuando Marx escribió esta reductio ad absurdum no podía imaginar ni en sueños que esta sería precisamente la política de la Reserva Federal en otoño de 2008. El Tesoro estadounidense se hizo cargo, a expensas del contribuyente, de todas las pérdidas de la especulación aventurera de A.I.G. y otros “capitalistas de casino” asociados. A lo que siguió la compra a valor nominal por la Reserva Federal de los paquetes de hipotecas basura.
La política socialista respecto de la reforma financiera y fiscal
Marx dejó dicho que el destino histórico del capitalismo industrial era el de liberar a las economías de las finanzas improductivas y depredadoras: de la especulación, del fraude y del desvío del ingreso para pagar intereses sin financiar nuevos medios de producción. Conforme a esa lógica, el destino de las economías socialistas tenía que ser el de tratar la función bancaria de creación de crédito como una función pública que tenía que servir a propósitos públicos: incrementar la prosperidad y los medios de producción, a fin de ofrecer una vida mejor a las poblaciones. Las naciones socialistas han liberado a sus economías de las contradicciones internas del capitalismo industrial que asfixian al trabajo asalariado.
China ha resuelto el problema del “volumen I”. Pero aún debe enfrentarse a los problemas de los “volúmenes II y III”, irresueltos en Occidente: las finanzas privatizadas, las rentas de la tierra y de los recursos naturales. Las economías occidentales buscan extender esas prácticas neoliberales de servirse de las finanzas como palanca de pillaje del excedente económico, a fin de financiar la transferencia de propiedad con interés y de convertir los beneficios, las rentas, los salarios y otros ingresos en interés.
El fracaso en punto a socializar la banca (o a completar siquiera su industrialización) es la tragedia más notoria del capitalismo industrial occidental. Llegó a ser también la tragedia de la Rusia pos-soviética luego de 1991, que permitió la financiarización de sus recursos naturales y de su economía industrial al tiempo que dejaba sin gravar fiscalmente la renta de la tierra y de los recursos naturales. Las cúspides de comando fueron vendidas a oligarcas nacionales y a inversores occidentales que compraban a crédito con sus propios bancos o en asociación con bancos occidentales. Ese crédito bancario fue lisa y llanamente creado sobre teclados de ordenador. Esa creación de crédito debería ser una utilidad pública, pero se ha independizado de la regulación pública en Occidente. Y ese crédito está llegando ahora a China y a las economías pos-soviéticas como instrumento de apropiación de recursos.
La Eurozona parece incapaz de salvarse a sí propia de la deflación por deuda, y análogamente, los EEUU y la Gran Bretaña cojean y trastabillan a medida que se desindustrializan. Por eso albergan la esperanza de que la China socialista los salvará, libre como está hasta ahora de la plaga financiera, de la liquidación de activos y de la deflación por deuda. Los economistas occidentales neoliberales sostienen que esta finaciarización del otrora capitalismo industrial es “progreso” y aun el fin de la historia. Sin embargo, habiendo visto a China crecer mientras sus economías seguían estancadas desde 2008 (salvo para el Uno por Ciento), su esperanza es que el mercado de la China socialista pueda salvar a sus economías financiarizadas, demasiado hundidas en la deuda para salvarse por sí mismas.
Nota bene: Marx describió la inversión en capital productivo con la fórmula D-M-D’, siendo D el dinero invertido para producir mercancías (M) que se venden a cambio de más dinero (M’). Pero el crecimiento del “capital usurero” –la financiación con bonos públicos de los déficits de guerra y el préstamo al consumo (hipotecas, préstamos personales y deuda de tarjetas de crédito)— consiste en un desencarnado M-M’, en la estéril operación de hacer dinero simplemente a partir de dinero.
Notas
[1]  En volumen III de Capital (cap. xxx; Chicago 1909: p. 461) y volumen III deTeorías sobre la plusvalía.   
[2] Karl Marx, The Poverty of Philosophy [1847] (Moscú, Progress Publishers, n.d.): 155.   
[3]  Karl Marx, Theories of Surplus Value, III: 468
[4]  Capital III (Chicago, 1909), p. 713.
[5]  Véase Irving Fisher, “The Debt-Deflation Theory of the Great Depression,” Econometrica (1933), p. 342. Online en:http://fraser.stlouisfed.org/docs/meltzer/fisdeb33.pdf. Fisher usó el término para referirse a bancarrotas que aniquilaban el crédito bancario y la capacidad de gasto, y así, la capacidad de las economías para invertir y contratar a nuevos trabajadores. Discuto técnicamente este asunto en mi libro Killing the Host (ISLET 2015), capítulo 11, así como en: “Saving, Asset-Price Inflation and Debt Deflation”, reproducido como capítulo 11 demi libro The Bubble and Beyond (ISLET 2012), pp. 297-319.
[6]  Capital III (Moscú: Foreign Languages Publishing House, 1958), p. 479.
Traducción para www.sinpermiso.info: Mínima Estrella

es profesor de investigación de la facultad de económicas de la Universidad de Missouri, Kansas City y investigador asociado del Instituto de Economía Levy. Su último libro es Finance Capitalism and Its Discontents.
Fuente:
http://michael-hudson.com/2015/10/the-paradox-of-financialized-industrialization/
Traducción:
Mínima Estrella

Las coordenadas de la crisis que viene

Por Michael Husson

Mientras que la zona euro esboza una fase de recuperación muy moderada, los pronósticos alarmistas respecto a la trayectoria general de la economía mundial se multiplican: por ejemplo, Le Monde del 20 de octubre titulaba "El crecimiento chino se ralentiza, la economía mundial sufre". Christine Lagarde/1 enumera las "razones para estar inquietos en torno a la situación económica" y Jacques Attali/2 anuncia que "el mundo se acerca a una gran catástrofe económica".

Comencemos trazando un breve panorama de la coyuntura: el crecimiento mundial se ralentiza, principalmente en los países emergentes, salvo en India. Esta tendencia se retroalimenta con la caída de los precios de las materias primas y se transmite a los países avanzados. El comercio internacional también se ralentiza, al mismo ritmo que el PIB mundial, como si la globalización productiva hubiera tocado techo. La zona euro registra una recuperación muy tímida y desigual. Estados Unidos y el Reino unido, siguen aprovechándose de las circunstancias (se benefician un poco) pero el crecimiento tiende a ralentizarse en un caso y en el otro resulta artificial.
En el campo de la "esfera financiera", el quantitative easing (flexibilidad monetaria) alimenta la burbuja de activos en lugar de alimentar la inversión productiva, que se estanca. Y la única perspectiva -hasta ahora retrasada- de un repunte del tipo de interés del FED (Banco Central de EE UU) pesa como una espada de Damocles hasta el punto de desestabilizar las monedas y los mercados financieros de numerosos países. En fin, "la incertidumbre y las fuerzas complejas pesan sobre el crecimiento mundial" para retomar la fórmula del FMI en sus últimas perspectivas/3.
De este cuadro puntilloso, se pueden extraer las tres características fundamentales de la coyuntura actual:
· La persistencia de las "secuelas de la crisis financiera mundial";
· Las perturbaciones de la economía mundial;
· La perspectiva de un "estancamiento secular".
Las secuelas de la crisis financiera mundial

La flexibilización monetaria permite a un Banco Central la compra de títulos. De ese modo crea moneda que, inyectada en la economía, debería hacerle despegar. Admitamos que eso haya podido funcionar durante un tiempo en Estados Unidos. Pero el hecho nuevo es que se comienza a tomar conciencia de que este tipo de medidas tiene efectos colaterales preocupantes.
El presidente del Banco federal de Dallas, Richard Fisher (de poco peso en el seno del FED), resume de esta manera su escepticismo: "el dinero que hemos impreso no se ha distribuido tan bien como lo hubiéramos deseados. Un gran cantidad ha servido para la especulación corrupta o, con más exactitud, corrosiva"/4. Durante esa conferencia, llegó incluso a citar un poema de Jonathan Swift, fechado en 1735: "El dinero, la sangre vital de la nación/ Se estanca e infecta en las venas/Al menos que una buena circulación/garantice su movimiento y su calor"/5.
La ineficacia a largo plazo de las políticas monetarias se explica en función de varios mecanismos o de los efectos secundarios que pesan en la coyuntura actual. De entrada, la inyección de moneda se hace a ciegas y nada garantiza que la liquidez se vaya a utilizar para favorecer las inversiones. Por el contrario, termina por alimentar la especulación y provocar un incremento del precio de los activos que no beneficia más que a los ricos y conduce a la formación de burbujas [financieras].

Tipos de interés históricamente bajos

La flexibilidad monetaria conduce simultáneamente a una reducción de los tipos de interés (ver gráfico 1). También podría contribuir a la recuperación de las inversiones en vivienda y sobre todo en las inversiones productivas, puras y simples. La recuperación de las inversiones es, por otra parte, la cuestión clave para toda recuperación. Ahora bien, nos encontramos con que esta recuperación no llega porque las empresas, a falta de mercados y/o de beneficios, no invierten. Restablecen sus márgenes hacen caja, multiplican las fusiones y adquisiciones, distribuyen dividendos, pero sus inversiones no avanzan.

Gráfico 1
Tipo de interés real 1972-2014


Tipos de interés de referencia de los bancos centrales (media ponderada de Alemania, EE UU, Japón). Fuente : BIS-BRI/6

Al mismo tiempo, es verdad que la inyección de moneda conduce a la inflación de activos, pero no a la inflación pura y simple, la de los precios. Tipos de interés bajos e inflación débil se combinan entonces de tal forma que los tipos de interés reales (descontada la inflación) no pueden devenir altamente negativos. Los tipos de interés nominales llevan a lo que los economistas americanos denominan ZLB (zero lower bound): cero como tipo base. Este límite es para algunos, como Lawrence Summers/7, el resultado del estancamiento secular, caracterizado por elevadas tasas de ahorro, una aversión al riesgo y una débil disposición a invertir. Para restablecer la situación, serían necesarios tipos de interés reales negativos para relanzar la actividad, lo que está fuera de toda perspectiva. Esta interpretación es muy discutible porque no tiene en cuenta determinantes más estructurales del eventual estancamiento secular/8.
Sin embargo, Summers tiene razón en un punto cuando pone de manifiesto su temor de que "si se produce una recesión, las autoridades monetarias no tendrían instrumentos para hacerle frente. No existe más margen para una flexibilización [monetaria]". La misma preocupación la expresa Claudio Borio/9, economista del BRI (Banco de Pagos Internacional, con sede en Basilea), en la presentación de su informe anual: "Los tipos de interés han sido extraordinariamente bajos durante un tiempo extraordinariamente largo. Reflejan la respuesta de los bancos centrales y de los actores del mercado a una recuperación post-crisis inhabitualmente débil, como si estuvieran tanteando a ciegas para encontrar nuevas certitudes". Dicho de otro modo, a la política monetaria se le ha pedido más de la cuenta para relanzar el crecimiento.

Acumulación de deudas

El resultado es una enorme acumulación de deudas privadas y públicas. Según un estudio del McKinsey Global Institute/10, representan casi 200 billones de dólares a escala mundial; es decir el 286 % del PIB mundial, contra el 269 % en 2007, antes del estallido de la crisis. Esta progresión resulta particularmente neta para la deuda de los Estados, pero también para la de las empresas (gráfico 2)

Gráfico 2
Deudas mundiales acumuladas

Fuente: McKinsey Global Institute

Esta tendencia concierne especialmente a la deuda de las empresas no financieras de los países emergentes, que se ha cuadruplicado entre 2004 y 2014. El FMI se pregunta si hay que inquietarse por ello /11 y recomienda prepararse para el endurecimiento de las condiciones para la financiación. Como las economías financieras van "a normalizar sus políticas monetarias, los mercados emergentes deberían prepararse para un incremento de quiebras de empresas".
Por tanto, este panorama conduce a dos escenarios de cara al desencadenamiento de la próxima crisis. El primero fue descrito por François Morin en su último libro/12. Su punto de partida es la existencia de burbujas financieras en torno a las deudas públicas pero, también, en los mercados financieros drogados por tipos de interés muy bajos. El elemento desencadenante podría ser la quiebra de un banco sistémico, con reacción en cadena sobre otros grandes bancos.
El segundo escenario nos remite a las inquietudes del FMI en relación a los países emergentes. El elemento desencadenante sería entonces, un incremento del tipo de interés del FED de Estados Unidos; el endurecimiento de las condiciones financieras evocadas por el FMI. Esto conduciría a una explosión de las burbujas, comenzando por los países emergentes y, evidentemente, con repercusiones sobre el conjunto de las finanzas mundiales.
En resumen, actualmente están reunidos los factores de riesgo en torno a esta contradicción: de un lado, las políticas de flexibilización monetaria no repercuten en la economía real, alimentan las burbujas y sitúan a las finanzas mundiales en una trayectoria que no puede continuar así sine die. Pero el incremento de los tipos de interés provocaría la explosión incontrolada de las burbujas, en un contexto en el que los Estados apenas tienen munición para salvar de nuevo a los bancos.

En defensa del capital ficticio

Así pues, Christine Lagarde tiene razón cuando habla de las "secuelas de la crisis financiera mundial". Más en concreto, el esquema global es el siguiente: el periodo precedente de la crisis se caracterizó por una enorme acumulación de capital ficticio; dicho de otro modo, de derecho adquiridos sobre la plusvalía producida por la explotación del trabajo asalariado. Para que el capitalismo despegue de nuevo sobre bases sanas, hubiera sido necesario destruir ese capital ficticio (y también, sin duda, una parte del capital productivo). Ha habido pérdidas, pero las políticas desarrolladas en todo el mundo han estado guiadas por un principio básico: preservar el capital ficticio y los derechos adquiridos que representan. Esto se ha hecho de dos maneras: de una parte, a través de convertir las deudas privadas en deudas públicas y mediante una punción sobre el plus valor a través de las medidas de austeridad; de otra parte, por la inyección masiva de liquidez. En el primer caso, se puede decir que el capitalismo respeta la ley del valor porque busca ajustar la ratio capital ficticio/plus-valía aumentando la plus-valía. En el segundo, por el contrario, trata de negar o contornear la ley del valor operando sobre el numerador. Por tanto, en su sentido más profundo, la próxima crisis se podrá interpretar como una severo recuerdo de la [existencia de la] ley del valor.

Incluso si privilegia la austeridad a través de "reformas estructurales", la Europa capitalista se vuelve, con cierto atraso, hacia soluciones artificiales. Existe la flexibilización monetaria al estilo Juncker que patina tanto como en Estados Unidos. Pero hay más: la última gran idea de la Comisión europea fue la de lanzar una "iniciativa para la titularización"/13 como parte de un proyecto más amplio de "unión de mercados de capitales". Bajo la cobertura de su reglamentación, el objetivo real es el de relanzar la titularización/14pero esta vez "con seguridad total", para obtener por esa vía "más de 100 mil millones de euros de financiación suplementaria"; es decir, la mitad de los niveles anteriores a la crisis. No hay que olvidar que este objetivo también lo fue del FMI en… octubre del 2009, cuando intentaba "discernir cómo la titularización podría contribuir positivamente a la estabilidad financiera y al crecimiento económico durable"/15. He aquí un ejemplo terrible de la voluntad del sistema para favorecer el crecimiento del capital ficticio.

La inestabilidad de la economía mundial

Antes de la crisis, la economía mundial estaba estructurada en torno al eje China-Estados Unidos, a menudo bautizada como "Chinamérica"/16. Este eje está camino de deshilacharse y es, sin duda, uno de los elementos fundamentales de la remodelación de la economía mundial.

El fin de la Chinamérica

La desinversión es simétrica: de un lado, el modelo estadounidense se aleja de su funcionamiento anterior a la crisis -crecimiento a base de crédito- debido a la recuperación de la capacidad de ahorro de los hogares y de una menor dependencia energética. Estos dos factores reducen el papel de motor de la economía mundial otorgado hasta entonces a EE UU.
Por su parte China había entrado en una fase de transición, es verdad que dura y difícil, hacia un modelo centrado en la demanda interior. Y en todo caso alejada del crecimiento basado en las exportaciones: su participación en el PIB chino ha pasado del 36 % en 2006 al 26 % actualmente. La complementariedad entre las dos grandes economías se reduce y esta retracción, con sus efectos colaterales en los países emergentes y Europa, desequilibra toda la economía mundial.
Esta reorientación de la economía china se manifiesta a través de un cambio en la estructura de su comercio exterior/17, que también contribuye a la ralentización del comercio mundial. Lo que constituye otro elemento inquietante para los economistas que se interrogan sobre sus causas y se plantean si se trata de un fenómeno pasajero o más estructural. Todo hace pensar que se trata de un cambio de tendencia a largo plazo/18, que se corresponde con la ralentización del fraccionamiento de las cadenas de valor.
Esta organización de la producción, a caballo entre diferentes zonas de la economía mundial, característica de la globalización contemporánea, está a punto de alcanzar su límite, al igual que el crecimiento del comercio mundial a un ritmo más rápido que el PIB que había impulsado. Este fenómeno afecta fundamentalmente a China, pero también a EE UU, Corea y Japón, lo que confirma que el eje China-EE UU está a punto de deshacerse.

Desincronización y volatilidad
La inestabilidad de la economía mundial se agrava aún mas debido a la desincronización de las coyunturas entre EE UU y la zona euro. Un estudio minucioso del FMI/19 muestra que estas divergencias tienen efectos colaterales (spillovers) importantes. Ahí también, los autores ponen de relieve su inquietud, planteándose "si el despegue de EE UU no sólo podría reforzar el dólar frente al euro sino también incrementar los tipos de interés en la zona euro, o si la flexibilización monetaria en la zona euro podría no solo debilitar al euro, sino continuar presionando a la baja en los rendimientos de EE UU".
El mismo documento arroja una luz interesante en lo que concierne a los países emergentes. Sus autores distinguen dos canales de transmisión. El canal "tradicional" es que los capitales van hacia la zona (EE UU o zona euro) aprovechando un repunte del crecimiento, que tendrá por efecto una apreciación de la moneda de la zona que se beneficie de esta afluencia de capitales. Pero también identifican otro canal, originado por la atracción del riesgo (risk-appetite): los capitales anticipan la recuperación en los países emergentes provocada por la de la zona del "centro" (EE UU o zona euro). Este flujo de capitales en los países emergentes conducirá a una apreciación de su moneda.
Estos análisis muestran que el funcionamiento de la economía mundial escapa a cualquier regulación y que los países emergentes están expuestos a movimientos de capitales que, salgan o entren, tienen efectos desestabilizadores. El período actual se caracteriza precisamente por un incremento de la volatilidad de estos movimientos de capitales.

El agotamiento de los incrementos de productividad
Durante la presentación de las últimas previsiones de la OCDE, su economista-jefe, Catherine Mann, subrayó que "la ralentización del crecimiento potencial en los países avanzados es una preocupación permanente"/20. Christine Legarde, por el FMI, hizo referencia a la "nueva mediocridad" o, dicho de otro modo, "al riesgo de un persistente crecimiento débil " que, según ella, se acerca.
Como base de estas afirmaciones está el agotamiento de los incrementos de productividad. Esta tendencia no es nueva, porque se desencadenó en los países avanzados a mediados de los años 1980, con fluctuaciones fuertes en el caso de EE UU. Pero, al final, los países emergentes tomaron el relevo y los incrementos de productividad que lograron pudieron ser captados en gran parte por los "viejos países capitalistas". Al inicio de la crisis, los países emergentes sostuvieron el crecimiento mundial. Pero puede ser que esta gran transformación de la economía mundial haya llegado a un punto de inflexión: en efecto, los datos más recientes del Conference Board muestran que el crecimiento de la productividad horaria del trabajo ha retrocedido de forma neta en los países emergentes desde el inicio de la crisis (ver gráfico 3)

Gráfico 3
Tendencia del crecimiento de la productividad del trabajo

Fuente : The Conference Board/21


Ahora bien, la productividad y, más en concreto, la productividad global de los factores es un elemento fundamental en la dinámica de la tasa de beneficio. Sin embargo, esta última se ha recuperado en los principales países capitalistas a pesar del agotamiento de la productividad/22. Esta proeza sólo ha sido posible por la puesta en pie de toda una serie de dispositivos: financiarización, endeudamiento, desigualdades, reducción de las rentas salariales, etc. Al mismo tiempo, la rarificación de las oportunidades para inversiones rentables ha conducido a un estancamiento de las tasas de inversión productiva.


Discrepancias en las tasas de beneficio
El capitalismo no tiene otra alternativa que encarrilar el modelo neoliberal intentando, para ello, reducir los factores de desequilibrio. Evidentemente, en esta búsqueda de una salida para la crisis, la cuestión clave es la recuperación de la tasa de beneficio que, fundamentalmente, no puede pasar más que por el incremento de la tasa de explotación. Ahora bien, lo que resulta chocante es la dispersión de los panoramas. Entre los países avanzados, asistimos a un desmembramiento de las tasas de beneficio, a la vez entre EE UU y la zona euro y en el interior de ésta última (ver gráfico 4). Este fenómeno implica un endurecimiento de la competencia entre las multinacionales, que es susceptible de derivar en un repliegue general de la tasas de beneficio. En todo caso, es lo que anuncia el Instituto McKinsey/23, que prevé que los beneficios de las transnacionales (global corporate profit) pasen del 9,8 % mundial en 2013 al 7,9 % en 2025, situándose más o menos al nivel de 1980.

Gráfico 4
Tasa de beneficio 2007-2015

Base 100 en 2007. Fuente : Ameco, ‘Net returns on net capital stock: total economy’. * ver el infográfico mas detallado .

No hay beneficios, no hay recuperación


Estas divergencias se pueden ilustrar a través de un análisis más detallado de la coyuntura en la zona euro. Este ejercicio lo ha llevado a cabo recientemente la Comisión europea/24: en él se comprara la tímida "recuperación" actual con otros episodios de la recuperación. Los resultados de este estudio están ilustrados en el gráfico 5, que compara el ciclo 2002-2015 con el precedente de 1996-1999. En ambos casos, el año de referencia es el año que precede al punto más bajo (1992 y 2008, respectivamente). Se examinan dos variantes claves en la dinámica del capitalismo: las inversiones y la parte de los salarios. En los dos casos, el beneficio es comparable en lo que respecta a la fase del ciclo que precede a la recesión. Pero lo que ocurre después nos lleva a dos historias muy diferentes.
Tras la recesión de 1993, la inversión cae, pero se restablece progresivamente y, al cabo de seis años, recupera el nivel previo a la crisis. La participación salarial [en la renta nacional] , que comenzó a aumentar ligeramente a partir de su punto más bajo en 1989, vuelve a una inexorable tendencia a la baja y retrocede casi cuatro punto del PIB entre 1992 y 1999. Se trataba de una buena salida de la recesión para el capitalismo, con una mejora de la rentabilidad y una recuperación de la acumulación.
Pero lo que acontece tras el estallido de la última crisis no tiene que ver con un ciclo clásico. La parte salarial aumentó fuerte en 2009, después bajó y hoy en día está estabilizada en un nivel superior en dos puntos del PIB a su nivel previo a la crisis. Dicho de otro modo, no se ha restablecido la rentabilidad del capital. Y vemos los efectos sobre la inversión: comenzó a repuntar en 2011, siguiendo el perfil de la precedente recesión. Después, la intensificación de las políticas de austeridad condujo a la caída doble (double dip) del crecimiento y la inversión retrocedió de nuevo antes de recuperarse en 2014. Pero actualmente continúa siendo inferior en un punto y medio del PIB en relación a su nivel previo a la crisis.

Gráfico 5
Dos episodios de la recesión en la zona euro



Causas financieras y efectos reales

Comprender como interactúan la finanza y la producción es una tarea fundamental pero difícil. Un reciente estudio de los economistas del BRI/25 (Banco de pagos internacional) permite aclarar esta cuestión a partir de un modelo que relaciona las "causas financieras" y sus "efectos reales". Los autores construyen un índice a partir de lo que contribuye el reparto sectorial del empleo al crecimiento medio de la productividad. Después muestran que este índice está significativamente correlacionado (negativamente) a los booms financieros. Dicho de otro modo, cuando el crédito aumenta más rápido que el PIB, el empleo se desplaza hacia sectores con una productividad inferior. También muestran que el valor de este índice antes de una crisis financiera determina la trayectoria posterior de la productividad. Y ese mecanismo se retroalimenta porque el recurso al crédito alimenta [la tendencia] que estaría tratando de contrarrestar; a saber, la ralentización de la productividad. Esta modelización de la relación entre la eficacia productiva y las derivas financieras parece especialmente pertinente para analizar la crisis de la zona Euro.

La crisis que viene

Después de este análisis somero una cosa es segura: la "Gran recesión" ha abierto un período de "regulación caótica" a escala mundial. Hoy en día la perspectiva de una nueva crisis parece casi inevitable y es difícil discernir donde se dará el punto de ruptura (¿la bolsa, la banca, la deuda, el tipo de cambio?), pero este episodio será en todo caso la expresión de profundas contradicciones estructurales.
Hoy en día el capitalismo mundial se encuentra sometido a una tensión fundamental. De un lado, la gestión de la crisis que estalló en 2008 se abordó según dos principios fundamentales: no arreglar las cuentas (sus "secuelas"), y reconstituir el modelo neoliberal previo a la crisis tratando de controlar sus efectos más nocivos. En la práctica se trata de garantizar los derecho adquiridos por el "1 %" y la libertad de acción de los bancos y las multinacionales. Pero, actualmente, el mecanismo fundamental del dinamismo del capitalismo, a saber los incrementos de productividad, está agotándose.
Esta configuración conduce a interacciones complejas entre las evoluciones que se dan en el seno de la esfera productiva y el manejo de los instrumentos financieros y monetarios. Por ello, como en 2007-2008, el punto de desencadenamiento de la próxima crisis no bastará para sacar a la luz sus causas profundas.
23/10/2015
http://alencontre.org/laune/economi...
Traducción VIENTO SUR

Notas
1/ Christine Lagarde, "Gérer la transition vers une économie mondiale plus saine", 30/09/2015.
2/ Jacques Attali, "La crise, Acte 2", 17/08/2015.
3/ FMI, Uncertainty, Complex Forces Weigh on Global Growth, World Economic Outlook, octubre 6, 2015.
4/ Richard Fisher, "Monetary Policy and the Maginot Line”, julio 16, 2014.
5/ Money, the life-blood of the nation / Corrupts and stagnates in the veins / Unless a proper circulation/ Its motion and its heat maintains.
6/ BIS, 85th Annual Report, junio 2015.
7/ Lawrence Summers, “The global economy is in serious danger”, The Washington Post, octubre 7, 2015.
8/ Michel Husson, "Estancamiento secular: un capitalismo empantanado?" en VIENTO SUR, junio 2015
9/ Claudio Borio, Media briefing on the BIS Annual Report 2015, 24/06/2015.
10/ McKinsey Global Institute, Debt and (not much) deleveraging, febrero 2015.
11/ FMI, Global Financial Stability Report, October 2015. Capítulo 3 : “Corporate leverage in emerging markets—a concern?”.
12/ François Morin, L’hydre mondiale : l’oligopole bancaire, Lux, 2015 ; ver este vídeo del autor.
13/ Comisión europea, Initiative sur la titrisation, septiembre 2015.
14/ Comisión europea, Capital Markets Unionflyer, septiembre 2015.
15/ FMI, Global Financial Stability Report, October 2009. Capítulo 2 : “Restarting Securitization Markets: Policy Proposals and Pitfalls”.
16/ Michel Husson, "Chine-USA. Les lendemains incertains de la criseNouveaux Cahiers Socialistes n° 2, Montréal, septiembre 2009 ; "Etats-Unis : la fin d’un modèle", La Brèche n° 3, 2008.
17/ Michel Husson, "La fin de l’émergence du Sud?", A l’encontre, 22/03/2015.
18/ Sébastien Jean, "Le ralentissement du commerce mondial annonce un changement de tendance", La lettre du Cepii n° 356, septiembre 2015.
19/ Big Players Out of Synch: Spillovers Implications of US and Euro Area Shocks", IMF Working Paper, septiembre 2015.
20/ Catherine Mann, “Puzzles and uncertainties”, OECD Interim Economic Outlook, septiembre 2015.
21/ The Conference Board, “Productivity Brief 2015”.
22/ Michel Husson, "Los límites del keynesianismo" en VIENTO SUR, febrero 2015.
23/ McKinsey Global Institute, The new global competition for corporate profits, septiembre 2015.
24/ The euro area recovery in perspective”, European Commission, Quarterly Report on the Euro Area, n° 3, 2015.
25/ Claudio Borio et al., “Labor Reallocation and Productivity Dynamics: Financial Causes, Real Consequences”, BIS, mayo 2015.

Los cinco problemas económicos que complicarán la vida al próximo presidente de EE.UU.

Publicado: 29 nov 2015 01:08 GMT 1.5K44

El reverso de un billete de 20 dólares estadounidenses
El nuevo presidente de EE.UU., que será elegido en noviembre del 2016, independientemente del partido al que represente, debería empezar a abordar los retos económicos del país para la próxima década antes de que llegue a la Casa Blanca.
No tendrá un camino fácil. Tendrá la difícil tarea de estimular el crecimiento económico de EE.UU., además de tomar delicadas decisiones políticas y económicas, porque de lo contrario, será recordado como el presidente que permitió, entre otras cosas, el ascenso de China, sostiene el economista Samuel Rines en su artículo de la revista 'The National Interest'.

1. Nueva normalización de la Reserva Federal

Independientemente de que las tasas de interés suban y en qué medida, el nuevo presidente se enfrentará a una política monetaria menos transigente. Una postura moderadamente más estricta de la Fed podría ser positiva para el mandatario entrante: una postura ligeramente más ajustada suele indicar una economía más fuerte. La Reserva Federal está empezando una nueva normalización, pero en lugar de ajustar por necesidad, lo está haciendo para evitar estar en su límite más bajo en caso de que tenga lugar una crisis, o al menos en cierta medida disminuir la presión del Congreso.

2. Las consecuencias de un lento crecimiento

Hay una clara posibilidad de un crecimiento potencialmente inferior para EE.UU., también conocida como estancamiento secular. En parte debido a la demografía, con una fuerza laboral que envejece. Un lento crecimiento de EE.UU. requerirá tasas de interés inferiores e intervenciones posiblemente más frecuentes de la Reserva Federal.

3. El pivote económico de China

Se trata entre otros aspectos del respaldo del Fondo Monetario Internacional al yuan como moneda oficial de reserva, que representará un radical cambio en la economía global. El ascenso del yuan puede acelerar el cambio a un régimen económico verdaderamente bipolar, y la economía de EE.UU. necesitará tiempo para adaptarse a la elaboración de un duopolio político y económico.

4. Los polémicos acuerdos comerciales

Ni el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP), ni la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP) son perfectos. Pero ser perfecto y necesario son dos cosas diferentes. Sin el TPP, las reglas de comercio en Asia se escribirían sin la participación de EE.UU. Los beneficios económicos inmediatos no son el objetivo de este acuerdo, sino que se trata de una activa participación de Washington con una Asia emergente, para estar presente en la mesa donde se establecen las reglas del comercio. Además, servirá como un contrapeso económico a China.
El TTIP, por otro lado, tiene objetivos económicos. Los resultados de este pacto tendrían importantes efectos para el futuro de las normas reguladoras del comercio mundial. Ambos acuerdos son críticos a su manera, pero necesarios para EE.UU.

5. Deuda del préstamo estudiantil

El saldo de la deuda estudiantil es de más de un billón de dólares. Esto no es simplemente un problema de los jóvenes y afectará a varias generaciones. La deuda estudiantil reduce el consumo y es un lastre para el crecimiento económico del país. Tratar este problema podría ser un mecanismo eficaz para provocar un rápido crecimiento económico a mediano plazo.

Punta Gorda: Nuevo hotel con vista al mar en Santiago de Cuba

Los clientes de dicho hotel disfrutan de una vista privilegiada de los valores históricos, patrimoniales y naturales que atesora la bahía de bolsa de la ciudad de Santiago de Cuba

Una vista privilegiada de los valores históricos, patrimoniales y naturales que atesora la bahía de bolsa de la ciudad de Santiago de Cuba, disfrutan los clientes que escogen el hotel Punta Gorda, de reciente apertura en este polo turístico.

Desde sus dos niveles se puede apreciar la entrada del canal por donde llegan o salen las embarcaciones con este destino, bien comerciales o cruceros, que pasan muy cerca de la instalación dada su ubicación en el litoral.

También se distingue el islote habitado El Cayo, el Castillo del Morro San Pedro de la Roca, que forma parte del sitio Patrimonio de la Humanidad, declarado por la Unesco, y los aviones que lo sobrevuelan en sus operaciones de aterrizaje o partida del aeropuerto internacional Antonio Maceo.

Otros atractivos del Punta Gorda, cuyo nombre toma del barrio donde abre sus puertas, es su ambiente acogedor e íntimo, con solo 12 habitaciones, de esas seis dobles, cinco sencillas y una suite, que en su mayoría miran a las azules aguas desde grandes ventanales.

Con ese paisaje, los clientes se deleitan, igualmente, desde el área de desayuno, terraza, cafetería, paseo marino y restaurante, este último especializado en comida internacional.

A disposición de los vacacionistas están, además, dos jacuzzi y locales para masajes y gimnasio.

Sin dudas, esta será una buena opción para quienes lleguen en embarcaciones a la Marina Marlin, de Santiago de Cuba, situada a pocos pasos.

Los viajeros pueden solicitar servicios de alojamiento o gastronómicos pues se trabaja de conjunto con ese fin, puntualizó José Massanet, subdirector del complejo hotelero Punta Gorda-Versalles, operado por el Grupo Cubanacán.

En el caso del Versalles, inaugurado en diciembre de 1961 en el reparto de similar apelativo, es parte inseparable de la historia de esta urbe oriental, por haber acogido a personalidades de los cinco continentes, entre ellos 19 jefes de Estado.

Su atractiva arquitectura con elementos coloniales como las tejas y el uso de vitrales multicolores en sus áreas, resulta apreciada por quienes arriban a este destino cuando utilizan la vía aérea y se dirigen a la cabecera de la provincia.