Muchos amigos me han sugerido, cuando he relatado alguna anécdota sobre el Che, que debía escribirlas. He acariciado esa idea varias veces durante las tres décadas que han transcurrido desde su desaparición física en Bolivia y cada año, alrededor de Octubre, he leído con avidez los relatos de sus compañeros más íntimos, de sus familiares y amigos, que nuestros medios masivos publican en el marco de las efemérides que lo unen más a Camilo en ese mes.
Leí también el profundo análisis de Carlos Tablada sobre el pensamiento económico del Che, las investigaciones de Froilán González en Bolivia relatando con un gran cúmulo de citas de prensa y declaraciones, la epopeya de la guerrilla que complementan el diario del Guerrillero Heroico. He visto varias veces la entrevista de Fidel con el periodista italiano Mina cuya versión documental con imágenes y fragmentos de documentales es sencillamente fabulosa e irrepetible.
Todas esas publicaciones, en vez de estimularme a dar el paso que en definitiva decidí dar hoy, me inhibían a hacerlo, pues me parecía que mis vivencias personales carecían de importancia y no revelaban nuevas facetas de su carismática, excepcional y relevante personalidad.
Oí mencionar al Che en términos nada halagüeños cuando citaban en las informaciones elaboradas por la tiranía su presencia entre los invasores del Granma. Luego, en los primeros meses de 1957, cuando el luego Comandante René Rodríguez bajo de la Sierra para dirigir los grupos de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, le escuché distintas referencias sobre ese médico argentino que se había unido a nosotros, había cambiado su botiquín por un rifle y comenzaba a forjar, en aquella etapa, su leyenda y realidad.
Estudiaba Medicina hasta que cerramos la Universidad a fines de 1956 y antes me había incorporado a los Grupos de Acción del 26 de Julio aunque seguía trabajando en la sala de ortopedia del Hospital Calixto García.
Me atrajo desde entonces la reedición en su persona de la hermosa historia de los centenares de extranjeros que habían participado en nuestras guerras de independencia. Admiraba desde muchacho a aquellos patriotas cuya consagración mambisa los convirtió en cubanos por derecho propio e intuía que de nuevo surgía una versión moderna del "inglesito" Reeve o del polaco Carlos Roloff.
Mi experiencia sobre el mundo que rodeaba nuestra isla era puramente libresca y no conocía a personas de otra nacionalidad si excluía un exiguo grupo de españoles, jamaicanos o haitianos "aplatanados" del barrio. Entonces tampoco tenía una cabal comprensión de las concepciones y principios internacionalistas que todo nuestro pueblo abrazó después y por tanto el prisma con el cual miraba la presencia suya entre nosotros tenía esas limitaciones.
Es cierto que se añadía como elemento de atracción que su profesión fuera la que yo pensaba ejercer y más tarde también sirvió como punto de interés conocer que le gustaba jugar ajedrez, mi entretenimiento favorito, bastante poco común entonces.
En vísperas de la victoria de Enero de 1959 ya el Che era un pilar de la guerra revolucionaria; estando en la cárcel, escuchaba por Radio Rebelde los relatos de sus acciones y combates, de la épica invasión a occidente, que formaban parte de la información cotidiana de nuestra emisora.
La prensa batistiana lo trataba con desprecio y con rabia calificándolo como extranjero y "comunista", incapaces de entender su desinteresado sacrificio por un país donde no nació. Por suerte ya entonces había superado bastante mis arraigadas ideas anticomunistas gracias a la paciencia de un grupo de experimentados dirigentes del Partido Socialista Popular que, en la propia cárcel, día tras día, contribuyeron a esclarecer las concepciones ideológicas de no pocos jóvenes allí detenidos, removiendo las confusiones que una sostenida campaña contra el marxismo, el socialismo y casi todos los "ismos", había logrado inculcarnos. Nos preparábamos sin saberlo para la necesaria unidad que Fidel preclaramente convirtió en la base futura de todo el proceso revolucionario.
Así, Mas Martín y José Felipe Carneado, por citar sólo algunos nombres en justo reconocimiento al rol político que jugaron, propiciaron o dicho de otro modo me hicieron ver que además de mi admiración y respeto por Fidel, Raúl, Camilo y el Che, como exponentes imbatibles de la lucha en que participaba, estuviera avalada por una coincidencia ideológica, al conocer por ellos como realmente pensaban, como las concepciones estratégicas e incluso tácticas de la lucha que librábamos estaban fundamentadas en concepciones marxistas, cuya teoría comenzaba yo a descubrir.
No conocí personalmente al Che hasta fines de 1959. En el transcurso de ese año a través de su incesante trabajo cotidiano que los medios masivos reproducían, de sus propios escritos sobre la guerra de guerrillas, tan gráficos y elocuentes de su dimensión y grandeza como de su sencillez, de los relatos de hombres de su columna, de los comentarios del propio Camilo, había logrado, como todo nuestro pueblo, conocer mejor al Che. Se había convertido en el transcurso de poco menos de un año en una figura sumamente conocida, querida, parte de nosotros mismos.
Quise volver a mis estudios de Medicina pero el ajetreo intenso de aquellos años hizo inevitable que asumiera otras responsabilidades y pospusiera por un breve plazo, que resulto ser hasta el día de hoy, lo que consideré era mi vocación. Estaba en la dirección del 26 de Julio en la provincia de La Habana y acepté participar en la intervención de varios laboratorios farmacéuticos al mismo tiempo. Se comenzaron a producir conflictos laborales promovidos en cierto modo por las patronales de empresas norteamericanas e incluso nacionales cuyos propietarios no querían enfrentar y menos aun resolver.
La mayoría de estas entidades realmente se dedicaban a envasar las tabletas, pomadas o siropes que importaban a granel y desde luego no había en su gestión económica nada que se pareciese a un intento de transferencia tecnológica; otros, los menos, habían instalado una elemental base técnica para producir ámpulas, tabletas y pomadas con equipos ya obsoletos pero rentables en nuestro mercado y excepcionalmente uno de ellos, había recién adquirido un grupo de equipos sencillos pero más modernos que casi estaba listo para entrar en producción.
A través del Ministerio del Trabajo, que designaba los administradores que debían dirigir estas unidades productivas en conflicto laboral no era posible encontrar la forma de organizar su producción y los técnicos cubanos que allí laboraban trataban afanosamente de buscar alternativas para producir medicamentos y no depender de reenvasar muchos de esos productos cuya existencia se agotaba.
Supe entonces que el compañero Mario Zorrilla había organizado lo que denominaba "Consolidado Químico" y agrupaba varias fábricas o empresas intervenidas; enfrentaban y trataban de resolver problemas similares a los que yo tenía y me vinculé, orgánicamente si se quiere, a tal institución. Le expliqué a Mario, que era muy entusiasta y emprendedor, lo que pensaba que podía hacerse en la producción de medicamentos si organizábamos todos los laboratorios intervenidos en una especie de agrupación dedicada a tal tipo de producción.
Realmente sabía muy poco o casi nada de organización de empresas, de producción de medicamentos y de ese sector en particular, pero el interés que había visto en tantos trabajadores de esas unidades queriendo hacer algo, luchando por no paralizarse, que veían en su acción un deber, su respuesta en sus puestos de trabajo al enardecido patriotismo que se templaba en aquellos días, me hacían sentir como si dominara esos temas.
Mario compartió mis inquietudes y apoyo mis criterios y eso me dio confianza para pulir mejor lo que pensaba cuando después lo discutía con diferentes técnicos como el Dr. Epifanio Selman, farmacéutico de los Laboratorios Abbott, que era uno de los que más me estimulaba a tratar de impulsar esas ideas. Recuerdo que Selman trataba de reproducir la fórmula de una famosa pomada contra las quemadas, “Picrato de Butesin", muy utilizada entonces, que se recibía, como casi todas, a granel. La descripción de sus componentes en la prescripción no tenía la precisión de las proporciones y evidentemente contenía algún excipiente que no consignaban y de ahí que fuera tan difícil elaborarla.
Un día en que le hablé nuevamente del tema Zorrilla me dijo: "El Che está a cargo del Departamento de Industrialización del INRA y yo veo con él todos los problemas de las unidades que atiendo. Ya empieza a organizarse toda la estructura necesaria para atender la producción industrial que tenemos. Vamos a ir a verlo y le explicas tus ideas. Te advierto que conozco que él está pensando en una idea similar pero a partir de comprar un laboratorio que es propiedad de un brasileño, Elio Dutra, amigo suyo y una gente muy progresista". Así convenido, muy pocos días después Mario me llamó para decirme el día y la hora en que el Che nos recibiría.
Había estado insistiendo en hablar con alguien de estos planes pero no había pensado que esa persona iba a ser el Che; cuando hablamos de verlo tampoco pensé que sería tan rápido y cuando tuve que prepararme para ese momento empezaba a encontrar posibles problemas y lagunas en el proyecto que me hacían dudar y tenía que volver a darme ánimo a mí mismo. Ya entonces había sido designado Secretario de Relaciones Exteriores del 26 de Julio y mi atención a estos laboratorios se complicaba.
Ocurrió que en la víspera Mario me llamó pidiéndome que lo acompañara a la fábrica de botellas “Owen Illinois” de San José, en la provincia de La Habana; fuimos y la intervención se realizó instalando como interventores a un triunvirato provisional escogido entre los trabajadores más combativos y revolucionarios.
Al día siguiente cuando llegamos al despacho del Che en el edificio del INRA (hoy sede del MINFAR) encontramos en una especie de antesala a un viejo amigo mío de la Escuela de Medicina, de la lucha y de la prisión, Alipio Zorrilla. El "negro Alipio", como siempre le dije cariñosamente, nos explicó que se estaba preparando para ser el administrador de una fábrica de tuercas y tornillos que se iba a construir pronto en Guantánamo y estudiaba allí los planos y otros materiales para familiarizarse con el proyecto.
Bromeamos un poco diciéndole que no sabía nada de fábricas ni de producción y él ripostando que menos sabía yo. Le presenté a su tocayo blanco y antes que el Che nos llamara a su oficina le dije a Mario que Alipio podía ser el hombre para administrar la Owen Illinois. Empecé a resaltar sus virtudes diciendo exactamente lo contrario que había dicho antes y Alipio se interesó en conocer los detalles de la intervención nocturna pues conocía la fábrica y tenía amigos allí. Advirtió que la idea le gustaba pero que cualquier decisión en su caso dependía del Che pues había sido asignado para trabajar donde él determinara, añadiendo con picardía que el proyecto que tenía se demoraba un poco y lo que nosotros pensábamos era algo para empezar ya.
Le dije a Alipio delante de Mario: "No te preocupes, Mario se lo plantea ahora cuando lo veamos". Mario enseguida atajó mis ímpetus y respondió: "No, le he pedido muchas cosas al Che y no puedo venir siempre a pedirle. Tú eres el que conoce a Alipio y después que plantees lo que vinimos a ver, trata de convencerlo de que lo preste; sugiérele que le servirá de entrenamiento práctico para la tarea que piensa darle que sin dudas se demorará unos meses en comenzar".
Nos llamaron y pasamos a la oficina del hombre que admiraba, respetaba y no conocía para plantearle un proyecto y además otra cuestión surgida de forma improvisada momentos antes.
Nos saludó cordialmente y nos invitó a sentarnos. Mario le hizo una introducción muy breve y concisa, recordándole el tema que queríamos tratar y del que evidentemente habían conversado antes por teléfono.
El Che prendió lo que quedaba de un tabaco, se recostó y me invitó a explicarle. No era muy ducho entonces en exponer algo de forma concreta y convincente pero había pensado tanto en ese asunto que creo que no me salió mal. Recuerdo que me hizo un par de preguntas en medio de mi intervención para precisar algo y al final dijo que le parecía interesante. Indicó que le hiciera un informe con lo que le había explicado, incluyendo las características de todas las unidades y además que me mantuviera en contacto y en vinculación con Mario. Hasta ahí todo salió bien.
Entonces comenzó mi primer y nunca olvidado "patinazo" con el Che. Con cierto apresuramiento le expliqué la intervención de la fábrica de botellas y lo que hicimos, que se necesitaba designar un interventor y acababa de ver al entrar en su oficina, un compañero que podía ser el candidato apropiado durante unos meses hasta que se encontrara la persona idónea. Era Alipio Zorrilla, se preparaba para una misión en una fábrica que empezaba a construirse y podía servirle de entrenamiento práctico. Aunque mi explicación no fue suficientemente coherente el asunto le interesó y dijo dos veces: “Alipio Zorrilla” sin recordar quien era.
Para ayudar a que identificara a mi amigo le mencioné varias características de Alipio: "Es un compañero alto, de los grupos de acción de La Habana, corpulento, "de color"... y no pude seguir. Me hice la idea que con esos datos lo había recordado pues se echó hacia adelante pero me dijo bajito mirándome a los ojos: "De color somos todos, blancos, amarillos, negros. Si es negro di que es negro o es que no llamas a las cosas como son."
Realmente me sorprendí y hasta molesté. Nunca me había referido al hablar de Alipio ni de otro negro de esa forma pero queriendo ser cuidadoso y fino me salió la condenada expresión. Me sentí abochornado, -como parece que quería que me sintiera- y traté de salir de ese entuerto explicando que fue una frase involuntaria que no acostumbraba a utilizar. Como concluyendo y dirigiéndose más a Mario que a mí dijo que estaba de acuerdo y que lo podíamos utilizar en esa tarea. Nos despedimos, también cordialmente, y salimos.
Buscamos a Alipio en una oficina contigua y le dije que recogiera sus bártulos. Mario le comunicó la decisión del Che y le sugirió que se fuera con nosotros para ir directamente a su oficina y hacer los trámites de su designación y llevarlo después a la fábrica. En el camino le conté mi versión de lo sucedido: "Buena descarga me busqué por quererme referir de ti con tanta finura; siempre te he dicho el "negro Alipio" y se me ocurrió describirte como "de color" y este hombre no deja pasar una. Enseguida me corrigió. Bien me gané la reprimenda". Mario agregaba otros elementos y los dos Zorrilla se reían.
Toda historia tiene su moraleja. Removíamos los cimientos de la discriminación racial que se enraizó cuando éramos una neocolonia yanqui y para ello, además de hacer una verdadera y profunda revolución que la erradicara para siempre, era necesario enfrentar aquellas expresiones que tenían un cierto sentido racista. Yo no era racista, pero sin darme cuenta repetía frases de ese tipo. Nunca más le he dicho a un negro que es de color.
Alipio hizo un excelente trabajo allí. Por eso el Che, ya como Ministro de Industrias, lo promovió como administrador de la fábrica de níquel de Moa, donde también trabajó bien. Después devino diplomático, fue Embajador en varios países africanos y falleció recientemente.
Mario poco después fue seleccionado como Vice Ministro del naciente Ministerio de Industrias donde laboró muchos años.
Se constituyó después la Empresa de Productos Farmacéuticos con aquellos laboratorios y otros intervenidos o nacionalizados posteriormente y Selman pasó a trabajar allí donde todavía tiene una importante responsabilidad, aunque las empresas se llaman ahora Medicuba y Eron.
Yo presenté mi proyecto. Un mes después me encargaron crear el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, ICAP, donde permanecí poco mas de nueve años. Tuve que desvincularme de los proyectos de la producción farmacéutica que entre otras cosas me agradaban porque se relacionaban con mi vocación frustrada.
Muchas veces después, el Che bromeando y quizá hasta en serio, cuando nos veíamos en ocasión de una entrevista suya con una delegación extranjera, les decía refiriéndose a mí, que era un desertor de la producción y había preferido la actividad que realizaba a la concreta tarea de producir trabajando con él. Varias veces aclaré, -aunque él lo sabía,- que no fue una decisión mía, pero lo seguía repitiendo. No me gustaba el intento de broma pues creía que no era conveniente para el organismo que comenzaba, pero después me percaté que era su forma de resaltar la naciente institución y darme relevancia a mí.