De acuerdo al enfoque que ha manejado tradicionalmente la izquierda, la crisis económica y el empeoramiento de las condiciones de vida de las masas deberían generar un campo propicio para las ideas socialistas y la organización de los trabajadores y los oprimidos. Condiciones que, en principio, parecen reunirse en la Argentina: la economía está estancada desde hace más de 10 años; la pobreza llega al 45% de la población; la inflación supera el 110%; los ingresos de los trabajadores y jubilados están en caída libre desde hace tiempo; el descontento con los partidos tradicionales es extendido; la izquierda dirige porciones significativas del movimiento de desocupados; y sus candidatos y propuestas son conocidos por el gran público. En suma, todo indicaría que estaban dadas las condiciones para que en estas elecciones se concretara el, tantas veces anunciado, “giro a la izquierda de las masas peronistas”.
Pero no hubo giro. El peronismo-kirchnerismo perdió 5,7 millones de votos en relación a 2019. Juntos por el Cambio perdió 1,3 millones de votos, también en relación a 2019. De manera que entre JxC y UP perdieron unos 7 millones de votos. Pero la izquierda (FIT-U, Política Obrera, Nuevo MAS) obtuvo apenas unos 590.000 votos. 7,1 millones fueron a la ultraderecha, a Milei. Este se impuso en 16 provincias y fue segundo en otras cuatro.
Al avance de Milei se lo explica mayormente por “el voto bronca”. Pero esto no responde a la cuestión central: ¿por qué el descontento fue a parar a la ultraderecha y no a la izquierda? Es lo que se pregunta Mario Wainfeld en Página 12, (16/08): “Con altos índices de pobreza, sueldos que no alcanzan para llegar a fin de mes, presencia lesiva del Fondo Monetario Internacional (FMI)… cuesta captar por qué no crece la izquierda con representación en el Congreso, en los movimientos sociales y en el espacio público. Tiene referentes conocidos, con presencia de años, militantes piqueteros muy activos, dirigentes sindicales”. De nuevo, ¿por qué el voto que rompió con el peronismo kirchnerista y, en menor medida con JxC, no fue a la izquierda? Es la pregunta que se hacen muchos militantes o simpatizantes de la izquierda. No tengo una respuesta acabada, pero presento algunas cuestiones que adelanté en entradas anteriores.
Alta inflación y la demanda de “orden”
En una entrada con fecha 26/07/2022 (aquí), y a propósito de la aceleración de las devaluaciones y la inflación, escribimos: “La crisis cambiaria y monetaria… profundiza la crisis de la acumulación. En el extremo, la continua pérdida de valor de la moneda hace inviable el funcionamiento del mercado, ya que se vuelve imposible comparar productividades y tiempos de trabajo. Las transacciones se interrumpen y se privilegia el atesoramiento. En respuesta, crece el reclamo de ‘poner orden’ y estabilizar la economía. Por eso una situación de crisis aguda no siempre da lugar a una salida de izquierda (como muchas veces parece pensar la izquierda). Puede imponerse un programa económico de derecha. Por caso, la hiperinflación bajo Alfonsín y la primera parte del gobierno menemista legitimó, ante los ojos de la población, la disciplina monetaria de la Convertibilidad”.
Desde entonces, la inflación y la depreciación del peso continuaron a todo vapor, al punto que hoy, pos-Paso, la economía se dirige hacia una altísima inflación (dos dígitos mensuales) y orilla la hiperinflación. Con el agregado de que las soluciones de izquierda, del tipo control de precios “pero en serio”; “aumentar los salarios e indexarlos para bajar la inflación”; “dejar de pagar las Leliq”, y similares, no son creíbles para la opinión pública. Repetimos: en coyunturas de altísima inflación la sociedad busca salidas, a derecha o izquierda, pero salidas. Y en Argentina apuntó hacia la ultraderecha.
Estatismo keynesiano (bastardo) y “socialismo”
En la nota citada también hicimos referencia a las limitaciones del keynesianismo bastardo, defendido por el kirchnerismo y las diversas variantes del populismo nacionalista. Una cuestión central, ya que el fracaso de los experimentos progre-estatistas-populistas suele tener consecuencias graves y duraderas.
Por eso hace un año escribíamos que “las consecuencias del fracaso de políticas keynesianas populistas finalmente allanan el camino a políticas de ajuste”. Para dar un ejemplo sencillo: es imposible sostener la demanda en base a gasto del Estado financiado con emisión monetaria crónica. Semejante engendro desemboca, inevitablemente, en una crisis. En este respecto, autores poskeynesianos dicen, con razón, que este tipo de populismo económico “comúnmente ha sido legitimado por un cierto tipo de ‘keynesianismo’ que da énfasis exclusivo a la demanda efectiva… y recomienda el uso indiscriminado de política fiscal y déficit fiscal como medios de estabilización cíclica”. Se lo conoce como keynesianismo bastardo porque, de hecho, ni siquiera Keynes abogó por tales políticas. Mucho menos se puede decir que las mismas tengan algo que ver con lo que propone el marxismo (de Marx).
Sin embargo, desde la izquierda que se reivindica marxista con frecuencia se piden mayores dosis del remedio estatista-populista (por ejemplo, alguno acusa al gobierno de Alberto Fernández de haber aplicado un “estatalismo blando”). Para colmo, este discurso se combina con la manía de proponer todo tipo de curanderismo social para acabar con los padecimientos de las masas trabajadoras. Por ejemplo, acabar con el desempleo prohibiendo los despidos; o repartiendo horas de trabajo en un mar de trabajadores precarizados y en negro. Y así podríamos seguir. Es difícil, con semejantes enfoques, responder a las críticas de los economistas burgueses (incluidos los de la ultraderecha).
La crítica a la burocracia y el Estado
Una cuestión que no debería ser descuidada por la izquierda es la crítica a toda forma de control estatal-bonapartista sobre la clase obrera. En relación a este tema, hace ya tiempo recordamos la crítica de Marx y Engels a los intentos de debilitar al movimiento obrero con el control del Estado de las cooperativas de trabajo (aquí). En esa nota escribimos:
“La crítica a toda forma de control del movimiento obrero por el Estado está en la esencia de la tradición revolucionaria del marxismo. El estatismo burgués puesto al servicio de la división, cooptación y corrupción de los trabajadores no tiene un ápice de progresivo. Pero estas prácticas hoy están naturalizadas y son justificadas por gran parte del progresismo bienpensante izquierdista, y un amplio abanico de la izquierda “nacional, antiimperialista y popular”.
“Lo grave es cuando esta corrupción organizada penetra en las filas del movimiento obrero, divide, envenena las relaciones, amedrenta y corrompe. Y desde la izquierda marxista tenemos que admitir que amplios sectores de la clase obrera argentina toleran, por lo menos, esta injerencia sistemática del estatismo burgués burocrático. Para decirlo en las palabras de Marx, aceptar estas prácticas equivale a abandonar el punto de vista de clase”.
Esto se complementa con la crítica marxiana al Estado y a la burocracia estatal. Por caso, Marx en referencia al Estado francés: “Los impuestos son la fuente de vida de la burocracia, del ejército, de los curas y de la corte; en una palabra, de todo el aparato del poder ejecutivo. Un gobierno fuerte e impuestos elevados son cosas idénticas”. Y en otro pasaje:
“Se comprende inmediatamente que en un país como Francia, donde el poder ejecutivo dispone de un ejército de funcionarios de más de medio millón de individuos y tiene por tanto constantemente bajo su dependencia más incondicional a una masa inmensa de intereses y existencias, donde el Estado tiene atada, fiscalizada, regulada, vigilada y tutelada a la sociedad civil, desde sus manifestaciones más amplias de vida hasta sus vibraciones más insignificantes, desde sus modalidades más generales de existencia hasta la existencia privada de los individuos, donde este cuerpo parasitario adquiere, por medio de una centralización extraordinaria, una ubicuidad, una omnisciencia, una capacidad acelerada de movimientos…” (aquí).
La burocracia estatal, con sus privilegios y las múltiples formas de control clientelar de las masas oprimidas desde el aparato del Estado, es una de las fuentes de mayor bronca e irritación popular. Pero estas no encontraron, al menos en alguna medida significativa, un canal de expresión en la izquierda.
La quiebra del ideario socialista
Lo anterior se combina con una dificultad más estructural, que enfrenta la izquierda: la crisis y/o derrumbes de los muchos “socialismos” que hubo a lo largo del siglo XX y hasta el presente (hoy Cuba, Corea del Norte, Venezuela). En una nota de agosto de 2015, y a raíz de los resultados electorales de entonces (los partidos burgueses obtenían el 90% de los votos), escribimos:
“… uno de los problemas graves que enfrentamos los marxistas es que el ideario socialista hoy está quebrado en la conciencia de las masas trabajadoras. (…) Los fracasos de los ‘socialismos reales’, o el actual desastre del ‘socialismo siglo XXI’, no son cuestiones menores. La izquierda no puede desconocerlos. En 1927, o sea, apenas una década después del triunfo de la revolución, Trotsky pronosticó que una vuelta de la URSS al capitalismo provocaría un retroceso “infinito” en la conciencia socialista de la clase obrera mundial. En 2015, … aquel pronóstico de Trotsky tiene validez multiplicada. Por eso, la pregunta que hacían hace poco unos periodistas a representantes de la izquierda en un programa de TV, “¿en qué país se aplicó con éxito lo que ustedes defienden para Argentina?”, es crucial e ineludible.
Sin embargo, las respuestas no terminan de convencer, o barren los problemas debajo de la alfombra. Para ponerlo en términos de preguntas: ¿se puede seguir mirando para otro lado ante lo que sucede en Venezuela o Cuba? ¿Se puede argumentar seriamente que todos los problemas se deben a “la derecha y el imperialismo”.
Mirar de frente las dificultades
Terminábamos la nota de 2015: “El problema hay que ponerlo en la agenda de discusión de la izquierda. Y para eso, el primer paso, es volver al criterio de Engels: mirar las dificultades de frente, sin empañarlas con frases consoladoras”.
Pero esto es lo que no se hace. Se sigue eludiendo el problema. “Ganamos la interna de la izquierda”; “se profundiza la crisis de la burguesía”; “la verdadera correlación de fuerzas la establecemos en las calles” y similares. O el llamado a hacer asambleas, “impulsar la deliberación política”, romper con la burocracia sindical y el peronismo, salir a luchar. Pero esto es lo que no ocurrió hasta ahora, a pesar del agravamiento de la crisis y la pérdida de los salarios y las jubilaciones. Peor todavía, millones votaron a la ultraderecha. La ola derechista no se revierte convocando simplemente a luchar, o a cortar calles. De nuevo, hay que mirar de frente las dificultades.
Individualismo, libertad, ataque ideológico al socialismo
Lo planteado en el apartado anterior apunta a que no hay que minusvalorar el peso ideológico y político del discurso de la ultraderecha. En particular, su exaltación del individualismo, que apunta a quebrar todo sentimiento de solidaridad, de hermandad de clase de los explotados. Este mensaje encuentra oídos receptivos en coyunturas de crisis y en ausencia de programas y perspectivas superadoras por la izquierda. Por eso la derecha busque exacerbar la competencia entre los mismos trabajadores, o entre los que tienen trabajo y los que están desocupados. El comportamiento egoísta es fomentado de todas las formas posibles. Es la esencia de la “batalla cultural” de los Milei y Benegas Lynch.
Esa exaltación del individualismo enlaza con la concepción de libertad de los utilitaristas y de los liberales. Es la libertad del hombre considerado como una mónada, aislado, replegado sobre sí mismo, sumergido en relaciones sociales que no domina (tomamos palabras de Marx). Pero en ese marco no hay verdadera libertad. O, más precisamente, es una libertad condicionada por las relaciones sociales a las que está subordinado el individuo.
Pero esto es pasado alegremente por alto por los liberales. Por eso Milei dice que el obrero, desprovisto de medios de producción, ejerce sin embargo su libertad al optar entre ser explotado o morirse de hambre (véase aquí). Es la libertad convertida en cínica abstracción del sometimiento social que padecen los que solo disponen de su fuerza de trabajo. Es lo opuesto a la concepción de que el desarrollo personal y la libertad solo se pueden realizar en comunidad: “Solamente dentro de la comunidad, con otros, tiene todo individuo los medios necesarios para desarrollar sus dotes en todos los sentidos; solamente dentro de la comunidad es posible por lo tanto la libertad personal” (Marx y Engels, La ideología alemana; énfasis agregado).
Enfatizamos: es esta idea la que los ultraderechistas quieren destruir centralmente, por encima o por debajo de tal o cual medida puntual. Dividir, atomizar, inficionar los espíritus del ideal “me ocupo de lo mío y el resto me importa nada”, como arma de sometimiento y corrosión de la solidaridad entre los explotados. Es la lucha ideológica y política en su forma más descarnada y cínica, apenas disimulada detrás del slogan “la libertad avanza”.
La campaña contra la izquierda y el pensamiento crítico
Miley y los suyos buscan destruir el ideario, crítico y emancipador, de realización de la libertad en una comunidad solidaria. De ahí el desaforado grito de “Zurdos, hijos de puta, tiemblen”, apoyado en las redes por cientos de “libertarios”. Es la convocatoria a instalar un clima de caza de brujas, para eventualmente avanzar en purgas políticas (en universidades; contra partidos de izquierda; contra sindicatos obreros o centros de estudiantes opositores). El reciente ataque de Milei a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA debe ubicarse en este contexto. Enlacemos esto con un consenso represivo más general: como botón de muestra, citamos el llamado de Espert, (alineado con el «moderado» Rodríguez Larreta) a meterle bala a los piqueteros (aquí).
En el mismo sentido va la afirmación de Milei de que el calentamiento global “es otra de las mentiras del socialismo”. En una entrada anterior, referida a esto, escribimos: “…estamos ante la barbarie discursiva, mantenida a toda costa por encima de los hechos comprobados. Es el oscurantismo propio de regímenes fascistas y totalitarios. Es la anti-ciencia del fanático, al que le basta con vociferar sus teorías paranoico-conspirativas para querer llevarse todo por delante. Es el “asalto a la razón” en toda regla” (aquí,). Pero esto también es ofensiva ideológica y política reaccionaria. ¿Cómo Milei no va a querer destruir el Conicet después de algo así?
La perspectiva en lo inmediato
Al margen de vaivenes coyunturales, todo indica que en los próximos meses se mantendrá el deslizamiento electoral hacia la derecha. Y al empeoramiento continuado de las condiciones de vida de las masas, se le sumarán medidas que buscan barrer toda capacidad de resistencia de los oprimidos y explotados. Se trata de fenómenos sociales que abarcan a millones de personas. Por eso, dada la correlación de fuerzas existente la izquierda hoy no tiene posibilidades de dar vuelta la situación. Pero sí valdría la pena reexaminar muy seriamente las orientaciones y programas políticos que se han defendido. Parece imprescindible frente a esta ola reaccionaria en ascenso.
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