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Los deportes de alto riesgo (alpinismo, submarinismo, paracaidismo, todos ellos) requieren de reglas muy claras, fáciles de entender, que transmitan señales simples y modelen el comportamiento individual y colectivo de los que se empeñan en esas prácticas; reglas que permitan márgenes de actuación muy amplios para poder reaccionar a lo inesperado, pero a la vez, suficientemente poderosas para no dar lugar a equivocaciones fatales.
La exportación, sin ser un deporte, es también de alto riesgo y requiere las mismas condiciones.
Exportar no ha sido parte de los atributos que distinguen a la economía cubana; tampoco es un componente básico de nuestra cultura, ni antes ni después de la Revolución. La paradoja es que, a pesar de ello, Cuba es un país que ha vivido de sus exportaciones.
La realidad es que exportar tendría que ser “algo natural” para los productores cubanos pues, dado el tamaño de nuestro mercado, cualquier actividad que tenga niveles de producción relativamente elevados, agota el mercado nacional, siempre pequeño, y no queda otro remedio que buscar mercados exteriores.
Es cierto que antes de 1959, sin considerar la “triada de oro” –azúcar, ron, y tabaco– podríamos citar muchos ejemplos de acciones de exportación que se hacían de forma puntual, sin apoyos institucionales, casi siempre por iniciativa individual y que pocas veces respondían a algún tipo de “estrategia de exportaciones”: las toronjas y pepinos de la Isla de Pinos hacia Estados Unidos, los plátanos machos desde Manzanillo hacia Estados Unidos, los aguacates desde el sur de La Habana hacia Estados Unidos, y algunas otras exportaciones muy puntuales hacia el Caribe.
Es posible que encontremos algunas más perdidas entre anécdotas y lamentos de lo que se hacía y ya no se hace, pero lo cierto es que la “triada de oro” concentraba más de las cuatro quintas partes de nuestras exportaciones y dentro de ellas el azúcar era el producto líder.
Estos productos gozaban de ciertos apoyos y ventajas comparativas indiscutibles, en especial en su acceso ventajoso al mercado estadounidense, pero no mucho más.
Estos tres productos siguen siendo importantes en el volumen total de nuestras exportaciones de bienes; incluso el azúcar, donde, este año hemos logrado el milagro de alcanzar una producción parecida a la de los años finales del siglo XIX. Cierto que Irma contribuyó a ese milagro, pero habría que ver que pasó en República Dominicana, donde apenas unos pocos centrales producen sistemáticamente más de medio millón de toneladas de azúcar, y por donde Irma también pasó. No obstante, y aceptando el “efecto Irma”, el azúcar de caña sigue siendo un rubro de exportación importante dentro de nuestras menguadas exportaciones de bienes.
Hoy, sesenta años después, tenemos además el níquel, las exportaciones de fármacos (genéricos y biotecnológicos) y las que hicimos de derivados del petróleo. Ahí tenemos más del 70 por ciento de todas nuestras exportaciones como mínimo.
De ellas, las biotecnológicas resultan exportaciones con una complejidad tecnológica alta, que requieren un alto grado de Investigación y Desarrollo (I +D); las de derivados del petróleo podríamos decir que también requieren cierto grado de complejidad tecnológica, pero el componente de I + D es mucho menor, al igual que las de níquel.
Final de esta historia: nuestras exportaciones de bienes, con excepción de las de productos biotecnológicos, siguen siendo exportaciones de bienes de baja a media complejidad tecnológica y relativamente baja I + D, aunque en cualquiera de ellas la Innovación podría jugar un papel importante en la mejora competitiva y en la productividad.
Ahora bien, aceptemos –y yo creo que es válido– que no debemos renunciar a nuestras ventajas comparativas, mejor aun, debemos aprovechar y si es posible fortalecerlas, por eso creo que sí debemos seguir fomentando esas exportaciones que todavía hoy llamamos tradicionales. Solo que hoy hay grandes diferencias entre ellas.
Miremos la triada azúcar, tabaco y ron. Entre ellas hay diferencias importantes en cuanto a resultados. Ron y tabaco, más que consolidarse se han expandido y transformado en “negocios” mundiales, organizado a la manera de las grandes cadenas de valor.
En ron y tabaco las empresas se han aliado a grandes distribuidores globales (Pernod Ricard e Imperial Tobacco) y de esta forma manejan hoy desde la producción del producto hasta la comercialización. Son dos ejemplos bastante exitosos de inserción en esas cadenas.
Es cierto también que hay diferencias entre ambos. En el caso del tabaco, la cadena está mejor estructurada; en el caso del ron, no tanto, pues la producción de alcoholes se sale de las manos de los que manejan la cadena de producción del ron y su comercialización, mientras que TABACUBA logra un control casi total de la cadena de producción de la materia prima.
Sin embargo, esos productos “tradicionales” se han convertido en productos de “clase mundial” y, a pesar del bloqueo y de los huracanes y la sequía, han tenido éxito. Mientras, el azúcar camina hacia atrás.
Es cierto que nuestro azúcar es un “commoditie” o sea, un producto que se vende en el mercado mundial de forma masiva bajo estándares poco diferenciados. Pero también es cierto que no se ha logrado siquiera diversificar la producción de otros surtidos del producto. Hoy seguimos exportando el mismo azúcar crudo base 96 de hace centenares de año. No exportamos ninguna de las otras decenas de azúcares que es posible producir, incluyendo la orgánica cuyos esfuerzos de producción se concretaron en Villa Clara hace ya algún tiempo y hoy no sé si sobrevive.
No hay una “marca” Cuba que diferencie esta azúcar nuestra. Hay muy poca agregación de valor después del proceso industrial primario, no tenemos una gran capacidad de producir azúcar blanco refino de alta calidad, no estamos conectados con grandes distribuidores mundiales que permitan “ponerla” en los anaqueles de los grandes supermercados, no logramos explotar el “origen” y la historia del “origen”, algo que sí han hecho Habanos y Havana Club.
La diferencia entre el precio de una tonelada de azúcar crudo vendida al por mayor y una tonelada de azúcar blanca refinada vendida a precios de supermercado es significativa (1). Pensemos la diferencia entre vender tabaco como materia prima y vender puros Cohiba.
Sacando algunas cuentas muy gruesas utilizando el valor de las exportaciones de habanos y de azúcar y la cantidad de tierra que se dedica al cultivo de tabaco y caña, resulta que mientras 1 hectárea de tierra dedicada al cultivo del tabaco produce miles de dólares de ingreso por exportaciones, esa misma cantidad de tierra dedicada al cultivo de caña para producir azúcar no sobrepasa los 1,000 dólares por año.
La solución no es dejar de producir caña y dedicar toda la tierra a cultivar tabaco (lo aclaro, pues siempre hay mentes encendidas); la solución pudiera ser, entre otras, producir otra azúcar, un producto final más sofisticado y llegar hasta los consumidores que compran en los supermercados. O sea, en integrar hacia delante, en agregar valor al producto, tal como ha ocurrido con el ron y los habanos. Pero igual pudiéramos decir del café o del cacao.
Son solo ideas, para dejar claro que siendo “exportaciones tradicionales”, han tenido desempeños muy diferentes, en buena parte debido a la manera de insertarse en ese famoso “mercado”. Aquellas dos incorporan muchos elementos muy creativos asociados a marcas, normas de origen, trabajo de marketing, conquista de nuevos mercados. Incorporan tecnología soft, además de mejorar y modernizar la tecnología dura.
También es cierto que aun donde hemos tenido “éxito exportador” (níquel, tabaco, rones, y productos biotecnológicos), subsisten trabas, amenazas, debilidades, criterios burocráticos, formas organizativas que no permiten explotar al máximo esas ventajas.
Algunas son comunes para todos ellos y otras específicas de alguno, pero todas son bien conocidas; una tasa de cambio sobrevaluada que “multa” a las empresas exportadoras y les hace perder ingresos y peor aún, hace que una parte de ellos sean “transferidos” hacia industrias ineficientes; salarios divorciados de la dinámica de ingresos generados por esos mismos productos que contribuye a la emigración hacia otros sectores o hacia otros países; papel relativamente pasivo del crédito bancario nacional; sistema regulatorio poco flexible; deficiente logística, que incrementa artificialmente los costos; débil integración a la industria nacional (no producimos las botellas del ron, tampoco los estuches de aluminio para los habanos, ni las anillas) lo cual a un menor multiplicador del esfuerzo exportador.
Existen además otras, menos tangibles pero igualmente dañinas; nuestro querido “plan” o mejor aún nuestra manera de “planificar” (2) ; los escasos “grados de libertad” que tienen las empresas estatales cubanas para decidir sobre un negocio concreto en un momento especifico; nuestra organización institucional actual, la que hemos heredado de años anteriores, esa que aún permanece, que sigue siendo esencialmente monopólica y donde todavía, y a pesar de la reforma de la empresa estatal socialista, los ministerios deciden por las empresas.
Estas últimas contribuyen negativamente a la cultura de tomar riesgo, no brindan suficiente protección al empresario estatal que se arriesga, pero tampoco lo premian debidamente.
El mundo se aproxima de forma muy rápida a una nueva guerra comercial empujada por el chovinismo del señor Trump, el proteccionismo parece que gana adeptos entre los grandes países, las normas internacionales para el comercio se hacen más rigurosas, las barreras no arancelarias siguen creciendo, esas son las grandes amenazas.
Cuba es una economía pequeña, lograr acuerdos comerciales con grandes economías puede ser una vía de relativizar esas amenazas, de conseguir mejores condiciones para nuestros productos, que las que ofrece un mercado mundial tan poco confiable, pero ante todo, hay que solucionar nuestras debilidades para exportar y hay que hacerlo lo más rápido posible.
1 Según estudios y proyecciones de la OCDE/FAO, se prevé que el consumo per cápita de azúcar en el mundo estará subiendo de 23 kilos por persona y por año a 27 kilos por persona al año 2022.
2 Cuba necesitará planear o planificar, esa capacidad de previsión es necesaria cuando del desarrollo se trata, el asunto está en hacer la planificación o la planeación que el desarrollo necesita. Privarse de esa capacidad prospectiva no es recomendable.