Paul Ryan se hizo el favorito de los medios pareciendo serio y responsable; una vez más, demuestra no serlo
El congresista reopublicano Paul Ryan. J. SCOTT APPLEWHITE AP
A mucha gente le espanta, y con razón, lo que hace las veces de liderazgo en el Washington actual. Y es importante no perder de vista el horror de nuestra situación política, seguir poniendo de manifiesto las mentiras, la crueldad, la insensatez. Jamás deberíamos normalizar la situación en la que nos encontramos. Al mismo tiempo, debemos preguntarnos cómo ha llegado a ejercer tanto poder la gente que dirige nuestro Gobierno. En concreto, ¿cómo es posible que un hombre cuya fraudulencia, cuya indiferencia por aquellos por los que afirma preocuparse y cuya falta de coherencia política debieran resultar evidentes para cualquiera, se las haya arreglado, no obstante, para persuadir a tanta gente?
No, esta columna no trata del fulano de Twitter al que se presta tanta atención, sino de Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes. Escribo sin conocer el destino legislativo de la Ley Estadounidense de Asistencia Sanitaria (AHCA), la propuesta de Ryan para sustituir al Obamacare. Sin embargo, independientemente de lo que pase en la Cámara y en el Senado, es incuestionable que la AHCA es uno de los peores proyectos de ley jamás presentados ante el Congreso.
Privaría de seguro médico a decenas de millones de personas —la disminución del número de estadounidenses sin seguro sería mayor que la causada por una simple revocación del Obamacare— al tiempo que dispararía el precio para muchos de los que lo conservasen. Y castigaría especialmente a los votantes mayores y con pocos ingresos de las zonas rurales. A cambio, obtendríamos una pequeña reducción del déficit presupuestario. Ah, y una rebaja de impuestos, quizás de hasta un billón de dólares, para los ricos. Es una cosa terrible. Y las mentiras que Ryan ha estado contando sobre su plan hacen que sea aún peor.
Afirma que reduciría las primas; lo cierto es que las incrementaría. Asegura que pondría fin a la mortífera espiral del Obamacare; no existe tal cosa, y su plan sería más vulnerable, no menos, a un círculo vicioso de primas en aumento y disminución de las inscripciones. Dice que traería consigo una "atención centrada en el paciente"; sea lo que sea que eso signifique, lo cierto es que no contribuiría en absoluto a incrementar la posibilidad de elección.
Algunas personas parecen perplejas tanto por la atrocidad del plan de Ryan como por la descarada falsedad del discurso con el que pretende vendérnoslo. ¿Pero por qué? Todo lo que hemos visto de Ryan en medio de esta catástrofe sanitaria —es decir, todo menos la información de la prensa— es completamente coherente con su trayectoria anterior. Me refiero a que sigue siendo el mismo tipo sobre el que escribí allá por el año 2010, en una columna titulada El embaucador.
Escribí aquel artículo en respuesta a la que resultó ser la primera de una serie de notorias propuestas presupuestarias de Ryan. Aunque diferían en sus detalles, todas ellas compartían un parecido familiar: al igual que su plan sanitario, todas conllevaban unos recortes drásticos de las ayudas a los pobres y a la clase trabajadora, y el dinero ahorrado con esos recortes se empleaba para compensar las grandes rebajas de impuestos a los ricos. Sin embargo, todas se anunciaron falsamente como planes de reducción del déficit.
Y, lo que es aún peor, la supuesta reducción del déficit provenía enteramente de los "asteriscos mágicos": afirmaciones sobre las enormes cantidades que se ahorrarían recortando gastos públicos no concretados, los enormes ingresos que se obtendrían poniendo fin a unas lagunas tributarias no especificadas. Era un fraude en toda regla.Así que, ¿cómo ha llegado Ryan a un puesto en el que sus actos podrían cambiarles la vida a muchísimos conciudadanos suyos, en la mayoría de los casos para mucho peor? La respuesta se encuentra en la impenetrable credulidad de quienes lo apoyan. No, no de sus votantes, sino de los medios de comunicación, que lo han convertido en lo que es.
Verán, hasta hace muy poco, la información sobre la actualidad y la opinión de los expertos en política estaban dominadas por la norma del "equilibrio". Concretamente, eso se traducía en que, al informar sobre el debate político, siempre se debía presentar a las partes como si ambas tuviesen argumentos igual de justificados. Lo que, a su vez, significaba que era necesario hablar de quienes, con seriedad, sinceridad y conocimiento de causa, defendían las posturas conservadoras. Y ahí entra Ryan, que en realidad no es ningún experto político serio y sincero, pero finge serlo en la televisión. ¡Se remanga la camisa! ¡Usa el PowerPoint! ¡Tiene que ser auténtico! Así que los medios empezaron a presentarlo así. Y la adulación de los medios, más que cualquier otra cosa, lo encumbró hasta su posición actual.
Ahora, sin embargo, el engaño ha chocado contra un muro. Antes Ryan era capaz de engañar a la Oficina Presupuestaria del Congreso, y conseguía que esta publicase informes que a los incautos les parecían anotaciones como es debido de sus planes, pero que no lo eran. Esta vez, sin embargo, no ha podido salirse con la suya: La Oficina ha sido devastadora al decir la verdad sobre su plan, cuyas estratagemas y mentiras eran demasiado evidentes para pasarlas por alto.
Hay aquí una importante lección, y no solo sobre la sanidad o sobre Ryan, sino también sobre los efectos destructivos de la falsa simetría de la información, en una época de inmensa asimetría en la realidad. Esta falsa simetría —quitar importancia a la atrocidad de algunos candidatos y exagerar muchísimo los defectos de sus oponentes— no es el único motivo por el que Estados Unidos se encuentra en este embrollo. Pero es una parte importante de la historia. Y ahora todos estamos a punto de pagar el precio.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2017.