Donald Trump ganó en el Colegio Electoral (aunque no la votación popular), aupado por el respaldo mayoritario de los blancos de clase trabajadora, que se sienten abandonados por una economía y una sociedad cambiantes. Y están a punto de recibir su recompensa (la misma que, a lo largo de la carrera de Trump, ha recibido todo aquel que ha confiado en sus buenas intenciones). Piensen en la Universidad Trump.
Sí, la clase trabajadora blanca está a punto de ser traicionada.
Los indicios de esa traición venidera quedan patentes en la elección de una serie de figuras proempresas y antitrabajadores para ocupar cargos claves. En concreto, la noticia más importante de la semana —en serio, dejen de centrarse en el Twitter de Trump— ha sido la selección de Tom Price, enemigo acérrimo de la reforma sanitaria (Obamacare) y defensor de la privatización de la sanidad pública, como secretario de Salud y Servicios Humanos. Esta elección probablemente signifique que la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible esté condenada; y los seguidores más entusiastas de Trump se encontrarán entre los más perjudicados por ello.
Lo primero que tienen que entender es que el discurso republicano sobre "revocar y sustituir" siempre ha sido un fraude. El Partido Republicano lleva seis años afirmando que presentará una alternativa a Obamacare de un momento a otro; la razón por la que no lo ha hecho es que no puede.
Obamacare es como es porque no existe otra opción: no se puede cubrir a los estadounidenses que arrastran problemas de salud sin exigir que la gente sana contrate un seguro, y esto no se puede conseguir sin que los seguros sean asequibles.
Cualquier alternativa se parecerá mucho a Obamacare, o bien dejará sin seguro a millones de personas que lo necesitan urgentemente.
La elección de Price hace pensar que, en efecto, el Gobierno de Trump está dispuesto a dejar sin seguro a millones de estadounidenses. Y muchos de ellos serán seguidores de Trump.
Se puede entender el porqué analizando los datos del censo de 2013-2015, que muestran las consecuencias de la plena aplicación del Obamacare. Durante ese periodo, el número de estadounidenses sin seguro se redujo en 13 millones; los blancos sin título universitario, que votaron a Trump en una proporción aproximada de dos frente a uno, representan alrededor de ocho millones de ese total. Así que estamos siendo testigos de cómo más de cinco millones de seguidores de Trump, muchos de los cuales tendrán problemas crónicos de salud y habrán conseguido hace poco un seguro por primera vez, acaban de votar a favor de que su vida sea más desagradable, más cruel y más corta.
¿Por qué lo han hecho? Puede que no se hayan dado cuenta de que su cobertura corría peligro (en el transcurso de la campaña, los medios de comunicación apenas han hablado de política de actuación). O puede que se hayan creído las afirmaciones de Trump sobre que sustituiría el Obamacare por algo estupendo.
En cualquier caso, están a punto de encontrarse con una sorpresa desagradable, que será aún peor cuando los republicanos prosigan con su plan de acabar con el seguro sanitario que conocemos, que parece seguir vigente aunque el presidente electo prometiese que no haría eso.
Y por si se lo están preguntando, no, Trump no puede recuperar los puestos de trabajo del sector manufacturero que se han perdido a lo largo de las últimas décadas. Esos puestos desaparecieron sobre todo a causa del cambio tecnológico, no de las importaciones, y no van a volver.
Nada podrá compensar el daño que sufrirán los trabajadores cuando los republicanos destrocen el colchón de seguridad.
¿Habrá una reacción política en contra, una punzada de arrepentimiento? Tal vez. Sin duda, sería muy aconsejable que los demócratas no pararan de insistir en la traición a la clase trabajadora por parte de Trump. Pero tenemos que pensar en las tácticas que este empleará para ocultar la magnitud de su traición.
Una de las estrategias, que ya hemos visto esta semana con el ostentoso anuncio de un acuerdo para mantener algunos puestos de Carrier en Estados Unidos, consistirá en distraer al país con baratijas relucientes. Bien es cierto que esta táctica solo funcionará si la cobertura mediática es crédula e incapaz de hacer cálculos elementales.
No, Trump no le ha "plantado cara" a Carrier; parece que le ha ofrecido un soborno. Y hablamos de 1.000 puestos de trabajo en una economía enorme: con un acuerdo del tamaño del de Carrier a la semana, Trump necesitaría 30 años para salvar tantos puestos como salvó el presidente Obama con el autorrescate económico; necesitaría un siglo para compensar la pérdida total de empleo en la fabricación solo desde el año 2000.
Pero a juzgar por la cobertura que hasta ahora se le ha dado al acuerdo, parece razonable suponer que los medios de comunicación serán crédulos e incapaces de hacer cálculos elementales.
Y cuando todos empiecen a percatarse de la realidad de que los trabajadores pierden terreno, me temo que los trumpistas harán lo que suelen hacer los gobiernos autoritarios para desviar la atención de los malos resultados: buscar un enemigo.
Recuerden lo que he dicho sobre el Twitter de Trump. Mientras daba un gran paso por el camino que le llevará a dejar sin seguro a millones de personas, Trump empezaba a despotricar sobre retirarles la ciudadanía a quienes queman banderas. No es una coincidencia.
La cuestión es no perder de vista lo importante. Millones de estadounidenses acaban de recibir un puñetazo a traición. Lo que pasa es que aún no lo saben.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2016.
Traducción de News Clips.