Hace un año, hubo un conflicto dentro de las principales organizaciones económicas internacionales por la negativa de EUA a incorporar el compromiso de “resistir al proteccionismo” en sus comunicados y declaraciones.
Tales organizaciones, como el Fondo Monetario Internacional y el G20, habían empleado dicha frase con regularidad en respuesta a la crisis financiera del 2008. Los mandatarios de las principales potencias capitalistas se felicitaban regularmente de que, ante la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, no estaban siguiendo el mismo camino que en los años treinta.
Se habían aprendido las lecciones de la historia, afirmaban, y no se repetiría la guerra comercial y las medidas proteccionistas que habían desempeñado un papel clave tanto en recrudecer la Depresión como en crear las condiciones para la erupción de la Segunda Guerra Mundial.
Doce meses después de dicha guerra sobre palabras, ¿cuál es la situación?
Estados Unidos, invocando cuestiones de “seguridad nacional”, ha impuesto aranceles de hasta 25 por ciento en las importaciones de acero y aluminio provenientes de la Unión Europea, Canadá y Japón. La UE impondrá hoy aranceles como represalia, mientras que Canadá está preparando medidas similares contra EUA.
El próximo mes, EUA hará vigente un conjunto de aranceles sobre $50 mil millones de bienes chinos, dirigidos contra productos de alta tecnología, y ha amenazado con gravar otros productos valorados en $200 mil millones. También está la posibilidad de que imponga aranceles para otros $200 mil millones si China cumple sus amenazas de tomar represalias.
El principal factor en el conflicto con China no es el déficit comercial —EUA ha rechazado los pasos que China ha tomado para aumentar sus importaciones estadounidenses—, sino la mejora de China de sus capacidades industriales y tecnológicas bajo el plan “Hecho en China 2025”. EUA percibe esto como una amenaza tanto para su supremacía económica como militar.
En un comentario publicado esta semana en el Wall Street Journal, Peter Navarro, el asesor económico de Trump, dejó en claro que no tolerarán el “audaz plan de Beijing para dominar las industrias tecnológicas emergentes”. Señaló que las inversiones chinas en “tecnologías” estratégicas representan el “máximo riesgo” para la “manufactura y la base industrial de defensa estadounidenses” y que “la seguridad económica es seguridad nacional”.
En otras palabras, la guerra económica siendo impulsada por EUA es parte de una campaña para reducir a China al estatus económico de una semicolonia, mientras que esta agenda será impuesta por medios militares si llega a ser necesario.
Las medidas estadounidenses de guerra comercial contra sus “aliados estratégicos” y China, a la cual ha designado como su “competidor estratégico”, son, desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas del hombre, totalmente irracionales.
En las más de ocho décadas desde las desastrosas guerras de aranceles y divisas en la década de 1930, la economía global se ha convertido en un organismo mucho más profundamente integrado, siendo prácticamente toda mercancía el producto de una división del trabajo vasta, compleja e internacional, en la que numerosos componentes cruzan fronteras varias veces antes de tomar su forma final.
Sin embargo, por sí misma, la irracionalidad de las medidas estadounidenses, bajo la bandera de “Hacer a EUA grande de nuevo”, no significa que serán retiradas.
Al contrario, como lo indicó Trotsky hace aproximadamente 80 años, con tal de que sea completamente imposible un desarrollo económico armonioso sobre bases nacionalistas, el nacionalismo económico de un Estado autoritario o fascista representará “una realidad amenazante en la medida en que sea una cuestión de concentrar todas las fuerzas económicas de la nación en preparación para una nueva guerra”. Estas medidas significaban que una nueva guerra mundial estaba “tocando la puerta”.
Las advertencias de Trotsky resuenan en la situación política internacional actual. En cada país, las pretensiones de una democracia liberal están siendo destrozadas ante el resurgimiento de las formas autoritarias y fascistas de gobierno que caracterizaron la década de 1930. Hoy día, al igual que en ese periodo, “todos se defienden contra el resto, protegiéndose con un muro aduanero y un seto de bayonetas”, escribió Trotsky.
Como lo afirmó la columna de Perspectiva del WSWS ayer, estamos presenciando una guerra global contra los inmigrantes. En EUA, se están llevando a cabo allanamientos propios de la Gestapo, justificados con una retórica contra inmigrantes que rememora la empleada por el régimen nazi en Alemania. La política europea está dominada por el auge de movimientos derechistas y de tinte fascista —en Alemania, Italia, Hungría y otras partes— utilizando el lenguaje de los que perpetraron los mayores crímenes del siglo pasado.
El hecho de que el derrumbe económico y sus acompañamientos políticos tengan a EUA como su punta de lanza, el supuesto garante de la estabilidad internacional, tiene el significado histórico más profundo.
El lanzamiento de una guerra comercial y el regreso al nacionalismo económico son el resultado de contradicciones hondas e irresolubles dentro del sistema capitalista global, principalmente la contradicción entre el carácter global de la economía y la división del mundo en Estados nación rivales y grandes potencias que compiten unas contra otras en busca de mercados y ganancias.
A fines de los años treinta y durante la guerra, secciones importantes de la élite política estadounidense extrajeron la conclusión de que cualquier retorno a las políticas nacionalistas de esa década conllevaría un desastre económico y crearía las condiciones para una revolución socialista. Este entendimiento fue la base para la construcción del orden de la posguerra arraigado en la promoción del libre comercio y la abstención a tomar medidas económicas proteccionistas y para “empobrecer al vecino”.
En vez de buscar destruir a sus antiguos rivales económicos y estratégicos, EUA buscó promover su crecimiento económico por medio de políticas como el acuerdo monetario de Bretton Woods, el Plan Marshall y el Acuerdo General de Aranceles y Comercio. No fue por benevolencia que EUA llevó esto a cabo, sino por intereses propios y calculados: el reconocimiento de que el avance económico de EUA dependía de la expansión de la economía global en su conjunto.
Dichas concepciones formaron la base del orden económico de la posguerra; sin embargo, el crecimiento de la economía mundial erosionó gradualmente la posición dominante de EUA. Durante las últimas tres décadas, la globalización de la producción ha acelerado esta tendencia. Ahora, EUA no solo se enfrenta al crecimiento del poder económico de sus viejos rivales, Europa y Japón, sino también la aparición de un nuevo “competidor estratégico” en la forma de China.
Parte de la élite gobernante estadounidense llegó a la conclusión de que, en vez de mejorar la posición de EUA, el mismo sistema de la posguerra que había construido estaba socavándola. Esta evaluación no se limita al Gobierno de Trump. Ya era el eje de las políticas internacionales económicas del Gobierno de Obama, el cual insistía en que había que construir un nuevo sistema, uno no basado en el multilateralismo, sino un nuevo régimen que colocara a EUA en el centro de una red de relaciones económicas globales.
Este es el núcleo nacionalista de la propuesta del Gobierno de Obama de formar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, excluyendo a China, además de planes correspondientes de Obama para Europa.
Mientras que Trump detuvo ambos planes, el nacionalismo económico que constituía su contenido esencial está siendo desarrollado y expandido en una forma aún más virulenta. El objetivo es reestablecer el dominio económico de EUA por cualquier medio necesario: guerras comerciales y nacionalismo económico, acompañados por medidas cada vez más autoritarias y la reafirmación del poderío militar estadounidense en cada rincón del planeta.
Independientemente de criticar los aranceles de Trump contra aliados de la OTAN, los demócratas aplauden las medidas de guerra económica contra China y exigen que se expandan. El apoyo bipartidista a estas políticas deja en claro que las guerras comerciales y el proteccionismo no son el producto de Trump, sino del capitalismo estadounidense.
Hay quienes esperan en vano que, de alguna forma, en cara al frenesí de guerras comerciales y nacionalismo económico, EUA pueda entrar en razón y corregir su curso, sino revertirlo. Esta es una ilusión. No es posible volver al pasado porque sus fundaciones económicas han quedado destrozadas.
La única salida al colapso del sistema capitalista económico y todos los horrores que está produciendo es la lucha unificada de la clase obrera internacional por el poder político y la transformación socialista del mundo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 22 de junio de 2018)
Nick Beams