Por Miguel Almunia 24-02-2023 NADA ES GRATIS
La pandemia ha cambiado nuestras vidas de muchas maneras. Uno de los cambios más visibles en el día a día es que hacemos más pagos con tarjeta que antes. Aunque todavía quedan amantes incondicionales del dinero en metálico, mucha gente se ha acostumbrado a no llevar nunca efectivo, porque prácticamente en todos los establecimientos aceptan ya los pagos con tarjeta (hasta en los taxis!). Esto tiene múltiples ventajas prácticas, pero hay una costumbre que se está resintiendo: la de dejar propinas. La preocupación por este fenómeno ha llegado a tal punto que el gobierno de la Comunidad de Madrid, muy sensible a los problemas del sector hostelero, impulsó el pasado diciembre un vídeo publicitario (no exento de polémica) para animar a los consumidores a volver a dejar propinas en los restaurantes.
Este fenómeno puede parecer de una relevancia menor, sobre todo porque en España no hay unas reglas claras sobre la cantidad de propina que se debe dejar (como sí ocurre en otros países como Estados Unidos) y mucha gente no suele dejar nada. Sin embargo, las propinas son una parte no desdeñable de la renta para los trabajadores de la hostelería. Desgraciadamente, no existen datos fiables sobre la cantidad de propinas que se dejan anualmente en España. Por ello, en esta entrada me centraré en tratar de entender cómo afecta la tendencia a un mayor uso de los pagos con tarjeta al equilibrio (inestable) sobre el que se sostenían las propinas antes de la pandemia.
Ojos que no ven… fisco que no recauda
Tradicionalmente, las propinas siempre se han dejado en efectivo. En los establecimientos pequeños, lo habitual es hacer un “bote” común para todos los trabajadores, incluyendo a los camareros y también al personal de cocina. En restaurantes más grandes o con características especiales se puede hacer un reparto más complejo, en función de los días trabajados, tipo de trabajo, etc. Varias conversaciones con personas del sector me sugieren que hay una gran variación en estos mecanismos de reparto y también en la cuantía de las propinas. Lo que está claro es que las propinas son más generosas en los establecimientos turísticos (porque los turistas suelen dejar propinas mayores que los locales), y especialmente en los más caros.
Cuando las propinas se dejan en efectivo, para la empresa lo más cómodo es mirar hacia otro lado: ignorar que esas transacciones se han producido y asegurarse de que no aparecen de ninguna forma en su contabilidad. Es natural asumir que Hacienda tampoco llega nunca a tener noticia de estas transacciones, pues los trabajadores no se toman la “molestia” de declarar esas rentas en el IRPF. Si hay algo en lo que están de acuerdo quienes hacen investigación sobre el fraude fiscal es que la información es una condición necesaria (aunque no suficiente) para que se puedan recaudar impuestos. No en vano, el título de uno de los artículos más citados en esta área en los últimos años es “No taxation without information” (Pomeranz, 2015). Este es un claro ejemplo de que la ausencia de información complica las labores de inspección del fisco.
La llegada del plástico lo complicó todo
Cuando los pagos se realizan con tarjeta, las cosas se complican. Para que el establecimiento pueda aceptar un pago mayor a la cantidad reflejada en la cuenta, el datáfono necesita una configuración especial y en ocasiones la instalación de un nuevo software. También es necesario que el programa que utiliza la empresa para llevar su contabilidad permita esta opción. Llegados a este punto, es natural preguntarse: ¿cómo deberían gestionar esta situación las empresas hosteleras para cumplir la ley?
Resulta que, legalmente, las propinas no se consideran parte del salario, por lo que no afectan a las cotizaciones a la Seguridad Social. Tampoco se les aplica el IVA. Sin embargo, las propinas sí se consideran renta de quienes las reciben, por lo que están gravadas por el IRPF. Dado que el empresario tiene la obligación de retener un porcentaje de lo que paga a sus trabajadores en concepto de IRPF, ¿qué pasa con las propinas? La ley dice que si el pago se realiza con tarjeta y pasa por las cuentas de la empresa, las propinas deben entrar en el cálculo de la retención. Esto genera obligaciones adicionales para la empresa: para que todo quede bien registrado, la empresa tiene que declarar los ingresos por propinas en el Impuesto de Sociedades, deducirse como gasto la parte que transfiere a los empleados y recalcular la retención cada mes. En teoría, este proceso no genera un pago adicional de impuestos para la empresa, pero sí un coste administrativo.
Resumiendo: cuando los clientes dejan propinas con tarjeta, la empresa tiene que incurrir en una serie de costes adicionales (ajuste de datáfonos, software, contabilidad) sin recibir ningún beneficio directo. Este sencillo análisis nos ayuda a entender por qué en algunos locales no se aceptan propinas cuando se paga con tarjeta. Incluso algunos han llegado tan lejos como una empresa hostelera que “prohibió” las propinas en una de sus cafeterías en Oviedo, aunque luego el Tribunal Supremo les obligó a revertir esa decisión.
La negociación entre el empresario y los trabajadores
Está claro que los grandes perdedores de esta nueva situación son los trabajadores del sector hostelero: a raíz del cambio en los medios de pago pierden una parte importante de su renta. Para poder recuperarla necesitan que sus empleadores hagan una inversión en software que, a priori, tienen pocos incentivos a realizar. Se trata de un equilibrio del que parece difícil salir a corto plazo.
Pese a todo, los camareros tienen cierto poder de negociación, sobre todo en el segmento del mercado donde las propinas son más abundantes. Piensen en un camarero que está considerando cambiar de empleador. Cuando negocia el salario con la nueva empresa, usará como referencia la retribución completa que recibe actualmente, incluyendo el salario y las propinas. Si la nueva empresa no puede garantizar que recibirá la parte que le corresponde de las propinas, tendrá que ofrecerle un salario muy superior para convencerle de cambiar de trabajo. En resumen, los restaurantes en los que las propinas suponen un porcentaje más alto de la renta de los trabajadores tienen un mayor incentivo a adaptar sus sistemas para poder procesar propinas en pagos con tarjeta. De nuevo, la evidencia anecdótica coincide con las conclusiones de este análisis.
Entonces, ¿cuál es el futuro de las propinas?
Todo lo expuesto anteriormente sugiere que a corto plazo convivirán distintos modelos de pago de propinas: habrá quien las siga dejando solo en metálico, se irá expandiendo el número de establecimientos que acepte propinas en pagos con tarjeta… pero seguramente algunos locales se resistirán al cambio. Me animé a escribir esta entrada porque me intrigaba cómo se podría resolver el problema para los trabajadores de esos restaurantes, y mientras la escribía me topé por casualidad con una empresa española que ha desarrollado una aplicación para lidiar con este problema*. La idea básica es que cada camarero tenga una cuenta personal que genera un código QR cada vez que alguien le vaya a dejar una propina. Por lo que infiero de su página web parece que acaba de empezar a funcionar. En los próximos meses sabremos si ese modelo tiene éxito o no.
* Declaración de posibles conflictos de interés: no conozco a los propietarios de esta empresa, no tengo ninguna participación en ella ni he usado nunca sus servicios. Solo la cito por el interés que pueda tener en relación con el tema de la entrada.