Project Syndicate
Traducción de Jordi Martínez
Los principales beneficiarios políticos de las fracturas sociales y económicas causadas por la globalización y el cambio tecnológico, es justo decirlo, han sido hasta ahora populistas de derecha. Políticos como Donald Trump en los Estados Unidos, Viktor Orbán en Hungría y Jair Bolsonaro en Brasil han llegado al poder capitalizando la creciente animosidad contra las elites políticas establecidas y explotando el sentimiento nativista latente.
La izquierda y los colectivos progresistas han estado mayormente desaparecidos en combate. La relativa debilidad de la izquierda refleja en parte el declive de los sindicatos y los colectivos trabajadores organizados que históricamente han formado la columna vertebral de los movimientos izquierdistas y socialistas. Pero la abdicación ideológica también ha jugado un papel importante. A medida que los partidos de izquierda se volvieron más dependientes de las elites educadas que de la clase trabajadora, sus ideas políticas se alinearon más estrechamente con los intereses financieros y empresariales.
Los remedios ofrecidos por los principales partidos de izquierda seguían siendo, en consecuencia, limitados: más gasto en educación, mejores políticas de bienestar social, un poco más de progresividad en los impuestos y poco más. El programa de la izquierda se dedicaba más a endulzar el sistema existente que a abordar las fuentes fundamentales de las desigualdades económicas, sociales y políticas.
Ahora hay un creciente reconocimiento de que las políticas de impuestos y transferencias solo pueden llegar hasta ahí. Si bien hay mucho espacio para mejorar la seguridad social y los regímenes fiscales, especialmente en los EE. UU., se necesitan reformas más profundas para ayudar a nivelar los campos de juego en favor de los trabajadores y las familias corrientes en una amplia gama de dominios. Eso significa centrarse en la producción, el trabajo y los mercados financieros, en políticas tecnológicas y en las reglas del juego político.
La prosperidad inclusiva no se puede lograr simplemente redistribuyendo el ingreso de los ricos a los pobres, o de las partes más productivas de la economía a los sectores menos productivos. Requiere que los trabajadores menos cualificados, las empresas más pequeñas y las regiones rezagadas se integren más plenamente con las partes más avanzadas de la economía.
En otras palabras, debemos comenzar con la reintegración productiva de la economía doméstica. Las empresas grandes y productivas tienen un papel fundamental que desempeñar aquí. Deben reconocer que su éxito depende de los bienes públicos que suministran sus gobiernos nacionales y subnacionales, desde la ley y el orden y las normas de propiedad intelectual hasta la infraestructura y la inversión pública en habilidades e investigación y desarrollo. A cambio, deben invertir en sus comunidades locales, proveedores y mano de obra, no como una responsabilidad social corporativa, sino como la actividad principal.
Anteriormente, los gobiernos realizaban actividades de extensión agrícola para difundir nuevas técnicas a los pequeños agricultores. Hay un papel similar hoy en día para lo que Timothy Bartik, del W.E. Upjohn Institute for Employment Research, llama "servicios de extensión de la fabricación", aunque las ideas también se aplican a los servicios productivos. Los gobiernos que colaboran con empresas para fomentar la difusión de tecnologías de vanguardia y técnicas de gestión al resto de la economía pueden aprovechar un repertorio bien establecido de tales iniciativas.
Una segunda área de acción pública concierne a la dirección del cambio tecnológico. Las nuevas tecnologías, como la automatización y la inteligencia artificial (IA), han sido típicamente reemplazadoras de mano de obra, afectando de manera adversa particularmente a los trabajadores poco cualificados. Pero este no tiene por qué ser el caso en el futuro. En lugar de políticas (como los subsidios de capital) que inadvertidamente promueven tecnologías que reemplazan mano de obra, los gobiernos podrían promover tecnologías que aumenten las oportunidades en el mercado laboral para los trabajadores menos calificados.
El fallecido economista Tony Atkinson, en su magistral libro, "Inequality", cuestionó el juicio de los gobiernos que apoyaban el desarrollo de los vehículos autónomos sin la debida consideración por los efectos en los taxistas y camioneros. Más recientemente, los economistas Daron Acemoğlu, Anton Korinek y Pascual Restrepo han escrito sobre cómo la IA puede desplegarse en nuevas formas con el fin de aumentar la demanda laboral, por ejemplo al permitir que los trabajadores corrientes participen en actividades que antes estaban fuera de su alcance. Pero avanzar en esta dirección requerirá el esfuerzo consciente por parte de los gobiernos de revisar sus políticas de innovación y de establecer los incentivos apropiados al sector privado.
Los mercados laborales también necesitan un reequilibrio. El debilitamiento de los sindicatos y de la protección de los trabajadores ha erosionado las fuentes tradicionales de contrapoder. Investigaciones recientes han demostrado que las empresas mantienen una importante influencia en la negociación sobre los empleados, deprimiendo los salarios y las condiciones de trabajo. Revertir estas tendencias requerirá una gama de políticas pro laborales que incluyen la promoción de la sindicalización, salarios mínimos más altos y estándares regulatorios adecuados para los trabajadores en la "economía de bolos" [“gig economy”].
Las finanzas son otra área que requiere cirugía significativa. Los sectores financieros de las economías más avanzadas siguen inflados. Presentan riesgos continuos para la estabilidad económica sin proporcionar beneficios compensatorios en términos de mayor inversión en actividades productivas. Como Anat Admati de Stanford y otros han argumentado durante mucho tiempo, los bancos necesitan, como mínimo, mayores requisitos de capital y un control regulatorio más estricto. El hecho de que las instituciones financieras hayan escapado relativamente ilesas de la crisis de 2008-2009 dice mucho sobre su poder político.
Como lo sugieren los fallos de la regulación financiera, por importantes que sean tales reformas económicas deben complementarse con medidas que remedien la asimetría de la participación política. En los EE. UU., la celebración de elecciones en días laborales, en lugar de fines de semana o días festivos, junto con las restrictivas reglas de registro, las manipulaciones en los districtos electorales y muchas otras reglas electorales, coloca a los trabajadores corrientes en una desventaja significativa. A esto se añaden, por encima de todo, las reglas de financiación de campañas que han permitido a las corporaciones y a los miembros más ricos de la sociedad ejercer una influencia excesiva en la legislación.
El Partido Demócrata se enfrentará a una prueba crítica en las próximas elecciones presidenciales de EE. UU. en menos de dos años. Mientras tanto, tiene una elección que hacer. ¿Seguirá siendo el partido que simplemente agrega edulcorantes a un sistema económico injusto? ¿O tiene el coraje de abordar la injusta desigualdad atacándola en sus raíces?
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