Autor. Orlando Cruz Capote, Instituto de Filosofía Cuba
Parte I
Este artículo asienta un avance investigativo de un proyecto de investigación que se desarrolla en el Grupo de Pensamiento Cubano del Instituto de Filosofía de Cuba, con vistas a esclarecer y precisar la contextualización histórica, teórica y política del surgimiento y desarrollo de los procesos de los ‘consejos obreros’, el ‘consejismo’, el ‘comunismo de consejos’ -el germano-holandés de los años 20 y 30-, el “Grupo Socialismo o Barbarie” (1948-1965), la “Internacional Situacionista” (1957-1972), la experiencia socialista autogestionaria yugoslava; al que se han añadido a la autogestión y el cooperativismo, el autogobierno, la auto-organización, la autonomía, la autoemancipación, entre otros.
Constituye un propósito del trabajo que se presenta demostrar la pertinencia de dichas experiencias y enseñanzas históricas, teóricas y políticas, desde una perspectiva crítica, para analizar los cambios que se suceden en la Cuba actual, sin formulaciones y aplicaciones a priori ni pretencionismos universales, y promover aquellas iniciativas que potencien los procesos de socialización y control - regulación más pleno de los trabajadores y el pueblo sobre las condiciones de los que producen y los que prestan servicios, sobre la base de un sentido de compromiso y responsabilidad social e individual solidaria.
Lo que incluye, tanto a las fundamentales empresas estatales socialistas, como a las diversas formas económicas-sociales de propiedad y gestión -‘emergentes’ para el caso cubano-, de co-gestión y cooperativización, de propiedad personal, privada (‘cuentapropista’ eufemísticamente, que ocultan las presentes Pymes) y usufructuaria, la mixta con capital nacional y extranjero, las de capital extranjero totalmente, etc., y las que se están estableciendo, y establecerán, en la ‘Zona Especial de Desarrollo de Mariel’ (ZEDM),[i] para acometer las apremiantes necesidades del despliegue efectivo y eficaz del proceso de actualización del modelo económico y social[ii] en que se ha enfrascado el país, que abarca también las esferas de la política en conjunción con la ética, la ideología, lo jurídico y constitucional y, en especial, lo CULTURAL, con un nuevo sentido civilizatorio de emancipación humana.
Sin embargo, al revisar la bibliografía existente, hemos realizado un paréntesis ineludible para analizar los importantes debates marxistas, socialistas y comunistas al interior de Rusia soviética y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS o Unión Soviética, fundada en 1922), y su Partido bolchevique (b) comunista,[iii] lo que conllevó el examen, desde una nueva óptica, de las diversas fracciones oposicionistas en los obreros y comunistas desde 1917 hasta 1930, que tuvieron una amplia participación y repercusión exterior.
Pretendemos una indagación crítica y reinterpretativa de los contenidos fundamentales de las históricas polémicas marxistas y de los marxismos, en plural y conteniendo per se al leninismo(s),[iv] para precisar la organización y sistematización crítica de la apropiación conceptual que, desde disimiles posiciones de esta cosmovisión - concepción materialista del mundo, se habían efectuado respecto a diversas experiencias revolucionarias en que la auto-organización, el autogobierno, la autonomía, la cooperativización y, por último, la autogestión,[v] término no utilizado en el escenario ruso soviético analizado, de las masas obreras-campesinas, clases subalternas, grupos, sectores y otras capas sociales, ya sean en comunas, soviets, consejos obreros, comités de fábrica y barriales, poderes populares, entre otros, y que fueron determinantes en las controversias teóricas y en los procesos prácticos de transformación (exitosos y fallidos) antes, durante y después del triunfo del socialismo.
Sin olvidar tampoco, el cuestionador diálogo desplegado sobre el rol del partido político, el comunista, que debía y debe dirigir, orientar y educar política e ideológicamente -desde la urgente ‘labor filosófica’, como expresara el marxista italiano Antonio Gramsci-[vi] a sus miembros y a la sociedad en su totalidad, encauzando de forma persuasiva a los reales protagonistas de los cambios: los Soviets, como representantes genuinos del heterogéneo pueblo trabajador, haciéndose hincapié en aquella época histórica en el proletariado industrial, actualmente sin reduccionismos obreristas, como el sujeto múltiple de la transformación revolucionaria, hacia una sociedad contrahegemónica y antisistémica al capital.
Un Partido Comunista de nuevo tipo, concebido por Vladimir Ilich Lenin, que no podía sustituir a la clase proletaria-trabajadora, como tampoco asumir tareas administrativas excesivas, que en un ‘rejuego’ retorcido y burócrata dio lugar, erróneamente, a una dictadura de las élites del partido-estatales bajo la concepción estalinista, en vez de la real dictadura del proletariado. .
Lo que se dilucidaba, a fin de cuentas, en esos álgidos debates de la filosofía de la praxis, desde finales del siglo decimonónico, pasando por la centuria del XX, hasta este siglo XXI, era el cómo destruir efectivamente a la vieja maquinaria estatal-represiva burguesa, sustituyéndola por un poder ejercido directa y orgánicamente por el pueblo, con suficiente capacidad autonómica, iniciativa democrática y antiburocrática, que ya no debía constituir, propiamente, un Estado, el cual estableciera las bases de la transición hacia su extinción, como lo habían enunciado Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin.
La aspiración a que el Estado sea reabsorbido por la sociedad, legitimo concepto ‘meta’ de los socialismo(s) y cimiento básico de la construcción teórica de la lucha emancipatoria humana, no puede suplantar el hecho de que el nuevo ‘(no)’ Estado deba aparecer como organización general de la propia sociedad, como mediación política necesaria,[vii] y que, en momentos determinados de ese tránsito socialista, tienda a su ‘fortalecimiento’ dadas las condicionantes de la lucha de clases endógenas y exógenas en las que debe desplegar su actividad.
Empero, el poco conocido y extenso tránsito o construcción socialista hacia el comunismo que requiere de una certera y combinada estructuración entre los elementos de la participación, eficiencia, autonomía y la equidad no ha podido, laboriosa e ingeniosamente, ser construido hasta hoy desde una nueva hegemonía ética política, civilizatoria y cultural. Mostrándose fehacientemente los déficits democráticos, porque si bien la libertad de pensamiento fue un “(…) tema heredado de la burguesía (…) El marxismo dogmático retrocedió asustado ante el tema. Careció de imaginación democrática, y sin ella se pierde la condición revolucionaria”,[viii] y también por la corta de miras estratégicas política-culturales, el empobrecimiento teórico, carencias éticas, la ineptitud de los dirigentes saturados por el dogmatismo, el burocratismo tecnócrata y el divorcio con el pueblo.
Las disímiles discusiones y propuestas entre los marxismos, en los diferentes períodos, las etapas y fases históricas que investigamos, tenían además como puntos centrales la construcción-establecimiento de un Estado, con gobierno y Partido comunista más democrático y menos centralizador, que evitara la ‘estadolatría’ y la confusión entre la misión y función del Partido con la del Estado, fieles receptores de los criterios y las valoraciones de los miembros de la sociedad civil en toda su dimensión -término esencial rescatado en la obra escrita del marxista Antonio Gramsci (1891-1937)-,[ix] que atendiera y valorara las variopintas opiniones que surgían desde el proletariado, la clase obrera y las masas populares, sin importar en demasía los heterogéneos matices filosóficos, sociopolíticos y económicos si de lo que se trataba era de perfeccionar el tránsito capitalista al socialismo; así como los criterios de que los dirigentes y funcionarios en todos los niveles fuesen electos en las fábricas y los campos por los obreros y campesinos (pobres) y, en otros espacios públicos, como los barrios por el pueblo; que los representantes o delegados de las instancias de gobierno y el partido no fuesen asignados desde arriba (los aparatos político-administrativos centrales, intermedios y locales), salvo excepciones, con la posibilidad real de revocarlos en cuanto dejaran de cumplir sus funciones por esa misma masa popular y partidista que los había elegido.
Por lo que la hegemonía ideológica-política y cultural -otro concepto básico recuperado y trabajado también con mayor rigor por Gramsci- de la dictadura del proletariado debía ejercerse de forma persuasiva, dialogadora y consensual, más que coercitiva y represiva, si, como afirmaba Vladimir Ilich Lenin, representa los intereses de la mayoría de la sociedad, sin superficiales exclusiones, salvo el enfrentamiento contra los acérrimos explotadores y opresores internos y externos; eliminando la violencia extrema innecesaria, las calumnias y difamaciones contra las personas y los grupos (oposiciones dentro de los principios) que se cuestionaron las políticas que se establecían sin consultar previamente con el pueblo y la militancia partidista de las bases; frenando el burocratismo y la tecnocracia en la dirección estatal, de gobierno y partido, considerados los peores de los males que frenaban toda iniciativa y autonomía de las masas populares en la construcción socialista, rumbo al comunismo.[x]
I.- Las oposiciones - fracciones en la Rusia Soviética.
Tales posiciones, convergentes y divergentes, las encontramos en la Rusia Soviética y la URSS, lo que dio lugar al surgimiento de disimiles fracciones a lo endógeno del partido comunista ruso (bolchevique), que fueron traspoladas al ámbito internacional del movimiento obrero, comunista, de liberación nacional y las agrupaciones de izquierda en general; oposiciones que desarrollaron ideas legítimas y otras menos válidas que conllevaron a la confrontación, las escisiones y divisiones insolubles por la ausencia de diálogos constructivos, específicamente luego del agravamiento de la enfermedad de V. I. Lenin entre 1921 y 1923 -sufrió un atentado con balas envenenadas en 1918- y su muerte acaecida el 21 de enero de 1924.
Pero, las discusiones y los debates, muchas veces enconados de y entre los marxistas y leninistas, constituyeron y constituyen una permanente necesidad para el desarrollo de la teoría y la praxis, que se expresan en espacios-tiempos sociohistóricos concretos en que las conflictualidades permanentes, la ‘crisis’ coyunturales y las más extendidas en el tiempo, denotan las limitaciones y factibles superaciones de los marxismos, en su afán de aproximarse a la percepción-reflexión crítica de la mudable realidad nacional, regional e internacional, con vistas a la transformación revolucionaria.
No obstante, las discrepancias entre los marxistas revolucionarios, incluyendo a las izquierdas en general, debieron, y deben desarrollarse sobre la base de principios morales, ético-políticos inviolables, partiendo de la tolerancia, el respeto y la humildad hacia el pensamiento y la práctica del otro; la no imposición de criterios desde una supuesta autoridad ‘iluminada’ que no todos reconocen o distinguen como infalible, que constituye un imposible para cada realidad y heterogénea perspectiva de análisis; el sostenimiento de un intercambio de ideas en los cuales se construyan y obtengan aprendizajes-desaprendizajes, lecciones y experiencias mutuas; el no inmiscuirse intrusivamente en los asuntos internos de otras fuerzas revolucionarias que puedan provocar porfías estériles y divisiones nefastas; el deber de indicar al camarada de lucha sobre errores cometidos, las insuficiencias y deficiencias sin extralimitarse (primero de forma personificada y no públicamente) y sobre la base de una crítica realmente constructiva. Porque, cuando una de estas ‘reglas’ elementales se trasgreden, surgen serios problemas en la Unidad dentro de la indispensable diversidad del movimiento revolucionario. Ya que nadie debe enjuiciar al otro, a no ser que este haya perdido su condición de revolucionario, porque una personalidad y organización no puede ser juez ‘divino’ de las ideas y las acciones de las demás.[xi]
Por otra parte, hay que reconocer que la disputa ideológica, científica y política principal, en la sintetizada historia que abordamos, se desplegó dentro de los marxismos existentes, aunque hubo enfrentamientos contra otras escuelas y corrientes, pero especialmente contra el ‘marxismo-leninismo’ de hechura estalinista -aunque anteriormente hubo otros intentos manualísticos- que, con su fatal construcción seudoteórica del diamat y el hismat, no admitió una experiencia teórica y, por supuesto, tampoco práctica que se saliera de los cánones establecidos por el ‘socialismo de Estado soviético’.[xii]
Sin embargo, es necesario prevenir que ninguna de las propuestas esgrimidas, en el caso ruso-soviético y tampoco en el exterior, fueron totalmente cándidas desde el ángulo científico e ideopolítico -aunque algunas pudieron serlo o parecerlo, pues hubo quienes ocultaron otros propósitos improcedentes con el marxismo y el socialismo como se demostró más tarde; tampoco tan puras y diáfanas como para no develar las arduas luchas por el poder, existente en cualquier sistema de dominación, que se reflejaron en las pugnas por hacerse de máximas responsabilidades estatales, gubernamentales y partidistas para imponer los criterios blandidos. Todos se empeñaron, desde el diálogo o la fuerza, en aplicar sus conceptualizaciones teóricas y prácticas en un complejo y complicado escenario de lucha de clases, a lo interno y lo externo de cada país, tomando como referente principal a la Revolución rusa, que era donde se desplegaba el proceso de transición socialista y el lugar en que se desarrolló, con inusitado vigor, los combates endógenos y exógenos contra y por el poder. En ciertos casos, como expresó el trotskista Isaac Deutscher, los ex-dogmáticos y ex-opositores ‘heterodoxos’, dañados en su amor propio, se apocaron y desilusionados se precipitaron de las redes del antiestalinismo hacia al antisovietismo y el antipartidismo y, como correlato no absoluto, al antimarxismo y el anticomunismo más inmoral.[xiii]
Los recios altercados versaron sobre las vías para transitar y fortalecer al socialismo triunfante en un país que tenía fuertes rezagos precapitalistas, principalmente feudales, pero no únicamente, con una masa campesina muy superior a las concentraciones obreras y proletarias (industriales) que se hallaban en las principales ciudades rusas; cuyos dirigentes políticos y obreros mas concientizados, fundamentalmente en las filas del Partido, los Guardias Rojos y en el Ejército Rojo, fueron diezmados durante el desarrollo de la sangrienta Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Guerra Civil (1917-1922),[xiv] a lo que la joven Revolución victoriosa se vio obligada a contraponer al ‘terror blanco’, la violencia revolucionaria del ‘terror rojo’,[xv] más la ‘contingentación’ del ‘comunismo de guerra’ como política económica coyuntural, con el fin de resistir y salvar al país de la calamidad económica-social y su fracaso político. La disminución demográfica ruso-soviética fue notable en el sector obrero, por lo que las masas campesinas fueron ocupando los nuevos cargos administrativos y políticos en la medida que se instruían y educaban en el terreno cultural y político.
Entre tales fracciones existentes en aquellos años, pudimos mapear a la ‘La Oposición Obrera’ u ‘Oposición de los Trabajadores’ (1918-1927), los ‘comunistas de izquierda’, los ‘centralistas democráticos’, el ‘comunismo de consejos’, la ‘oposición o fracción comunista’, luego ‘trotskista’, entre otras, que lidiaron para imponerse en el campo de las ideas contra las concepciones de V. I. Lenin -en menor medida, por su enorme visión estratégica y flexibilidad táctica-, Nicolas Bujarin, Leon Trotski, Grigori Zinóviev, Lev Kámenev, Yevgueni Preobrazhinki, Féliks Dzerzhinski, Anatoli Lunacharski, Yákov M. Sverdlov Alekséi Rykov y Mijail P. Tomsky, entre otros, y, concretamente, contra Iosif Stalin y sus seguidores.
Este último, desde su cargo de secretario general del Partido y, más tarde, como jefe de Estado y gobierno,[xvi] manejó con maquiavelismo a los grupos ‘opositores’, logrando catalizar, cuando no provocar, el emponzoñamiento de unos contra otros, aliándose temporalmente con algunas de sus personalidades principales, para luego romper con las mismas y liquidarlas, con el fin de destruir con la represión cualquier oposición contraria a su ambición de poder personal -en nombre del “leninismo más puro”- y poner en práctica un proyecto carente de vuelo teórico relevante.
Una de las primeras fracciones lo fue ‘La Oposición Obrera,[xvii] u ‘Oposición de los Trabajadores’, entre 1918 y 1927, cuyos portavoces más conocidos fueron Alexandre Schlyápnikov, Alexandra Kollantai y Gabriel Miasnikov, quienes dijeron representar a los proletarios organizados, principalmente, en la industria metalúrgica y pesada, como la vanguardia del proletariado ruso-soviético y en la construcción socialista, un sesgo reduccionista-sectario criticado por Lenin.
Este grupo subrayó, en 1922, en la ‘Carta de los veintidós’ miembros, emitida a los participantes de la Conferencia internacional de la Internacional Comunista,[xviii] en 1919, que ‘la cuestión del Frente Obrero Único estaba gravemente comprometida en el país e incluso en el interior del partido’; asimismo, afirmaron que ‘el elemento pequeño burgués había penetrado en la sociedad y en el seno de la organización política, ya que sólo tenía entre sus miembros al 40 por ciento de obreros’; denunciando ‘la lucha desmoralizante y la represalia contra aquellos que se permiten una opinión personal diferente dentro del partido´; cómo ‘a las fuerzas coaligadas de la burocracia del partido y los sindicatos que paralizaban toda iniciativa de los obreros, ignorando las decisiones aprobadas en los congresos’; ‘las restricciones para elegir a los comunistas en cargos desde la base hasta el Comité Central’; así como criticaron ‘que los métodos de trabajo utilizados conducían al arribismo, el espíritu de intriga y el servilismo’.[xix] Por primera vez, se ventilaba internacionalmente, los asuntos internos del partido comunista de Rusia.
En 1926, Alexandre Schlyápnikov, hace público su artículo “La verdad sobre la Oposición Obrera”, en el que plantea de manera concisa y diferenciada: “(…) Nuestra lucha ideológica de 1920-1922 se distingue de la de hoy por lo profundo del contenido y de la enseñanza. Las lecciones de esa época no han sido vanas. 1926 no es 1921 y estamos profundamente convencidos de que, sobre los desacuerdos de hoy, estaríamos al lado de Lenin contra los dirigentes actuales, como estuvimos con él en los primeros días de la Revolución de febrero contra esos mismos dirigentes (…).”[xx] Así como que, “(…) Paralelamente, historiadores ignorantes y politicastros interesados en la lucha de la fracción intentan desacreditarnos refiriéndose a la lucha ideológica que tuvo lugar entre Lenin y nosotros, no comprendiendo ni sus motivos auténticos ni su significación política. Diremos al Partido a su tiempo lo que ha sido esta lucha. Sin embargo, luchando con nosotros, Lenin prestaba la mayor atención a nuestras alarmas en cuanto a la suerte de nuestra Revolución (…) Los dirigentes actuales (…) han perdido desde hace mucho tiempo todo verdadero sentimiento de alarma en cuanto a la suerte de nuestra Revolución”.[xxi]
Inmediatamente, rechazó un artículo publicado en el diario Pravda, del 10 de julio (1927), titulado “El peligro de la derecha en nuestro Partido”, en el cual se analiza una carta de Medvediev, (no poseemos datos sobre este comunista ruso) de carácter personal, que este había dirigido a un proletario comunista de Bakú, entre 1923-1924,[xxii] la cual tomaba inesperada relevancia dos años después, para el Partido, en especial, para la Comisión Central de Control y el Buro Político. Sin haberse hecho pública la carta de Medvediev, se protestó contra el juicio injusto a la fantasmagórica ‘Oposición de Bakú’ y se agradecía al órgano del CC del partido, que se diera a conocer la misiva, aunque se temía a posibles falsificaciones y omisiones intencionadas en el documento.[xxiii]
La cuestión era de fondo, pues Medvediev, tal como Schlyápnikov, criticaban la política económica del Partido; la suerte de la gran industria; la política de concesiones de las minas; y, en el plano internacional, contra la política del poder con relación de la Internacional Sindical Roja (ISR),[xxiv] declarándola, sin tapujos, una ‘política liquidadora’, por la presencia pequeño burguesa en la construcción del ‘Frente Único Obrero’. Asimismo, se contraponía a la supuesta ‘renovación de los soviets’ porque, en realidad, estaba realizándose en detrimento de los obreros y los campesinos pobres, por un crecimiento de los electores de los sectores de medianos y pequeños burgueses explotadores, en el campo y la ciudad. En especial, se menciona que los salarios reales de los obreros de las principales industrias eran muy inferiores a los de antes de la guerra.
‘La amenaza [concluye Schlyápnikov] proviene de las falsas acusaciones contra una inexistente y peligrosa fracción ‘medvedieva-schliapnikovista’, que práctica ‘la democracia política’ en contra de la línea del CC del Partido’, órgano al que acusa de estar plagado de funcionarios burócratas que prohíben toda iniciativa de crítica comunista y se pronuncia contra el aplastamiento de todo pensamiento comunista independiente de los funcionarios. Finalmente, declara que debe cesar la soplonería, la persecución de la izquierda, la difamación y la amenaza que desorganiza y desune las filas del partido y los proletarios.[xxv]
Por su parte, y anteriormente, Alexandra Kollantai, al publicar el folleto titulado ‘La Oposición obrera’,[xxvi] en 1920-1921, radicalizó las posiciones de esta corriente de izquierda ante las posiciones, primordialmente, de Leon Trotski, de quien fue una ardiente rival, I. Stalin, Grigori Zinóviev y Lev Kámenev -aunque sin dejar de criticar algunas posiciones de Vladimir I. Lenin-, al afirmar, parafraseándola, que ‘la construcción de la economía socialista sólo puede ser obra de la clase ligada orgánicamente a las formas de producción nuevas, que nacen en las angustias del parto de otro sistema económico, recalcando que el motor de la socialización debe ser las comunidades de producción de los trabajadores’.
Es necesario plantear que las tesis planteadas por la Kollantai, estuvieron contextualizadas sociohistóricamente a la realidad rusa-soviética, por eso advierte que, “(…) Si consideramos atentamente el origen de nuestros disensos internos, nos convenceremos de que la crisis actual del Partido Comunista se origina en tres causas fundamentales. La primera y principal es la difícil situación en que debe trabajar y actuar el Partido. El Partido Comunista debe edificar el comunismo y poner en práctica su programa dentro del siguiente estado de cosas: 1. Completa desorganización y ruina de la economía nacional; 2. Ataques incesantes de las potencias imperialistas y de la contrarrevolución rusa durante los tres años de revolución; 3. Un país económicamente atrasado en donde la clase obrera debe encarnar sola al comunismo y construir las nuevas normas de la economía comunista, mientras la población campesina domina; un país en el que no existen todavía las condiciones económicas necesarias para la colectivización y la centralización de la producción y en el que el capitalismo no tuvo tiempo de completar su desarrollo (desde la concurrencia ilimitada que es la etapa primitiva del capitalismo, hasta la regularización de la producción que es su forma suprema, pasando por los sindicatos y trusts patronales)”.[xxvii]
Respondiendo, de manera fulminante, a la pregunta de ‘burocracia o iniciativa de las masas?’, con una caracterización correcta de la primera: negación directa de la iniciativa y la actividad autónoma de las masas, de la cual no se podían buscar los lados buenos y malos, sino se debe condenar resuelta y abiertamente, porque es inutilizable para una economía socialista. Y añadió, que ‘la burocracia es una peste’ que penetra hasta médula al Partido y las instituciones soviéticas,[xxviii] combinando el temor a la crítica y a la libertad de pensamiento, y ese mal reside sobre todo en la manera como se resuelven los problemas, no por un intercambio abierto de opiniones, o por los esfuerzos de todos los que están concernidos, sino por decisiones formales tomadas en las instituciones centrales por una persona o un número muy pequeño de personas y transmitidas, ya acabadas, hacia abajo, mientras las personas directamente interesadas son con frecuencia completamente excluidas.
Además, solicitó la más amplia circulación de la información, la publicidad de los debates, la libertad de opinión y discusión, el derecho a la crítica en el interior del partido y entre todos los miembros de los sindicatos,[xxix] y la expulsión del Partido de todos los que tienen miedo de la difusión de la información, de la responsabilidad absoluta ante la base y los que se contraponen a la libertad de crítica.
En el mejor espíritu autocrítico del marxismo fundacional expuso que, ‘si todavía quedaba camaradería en el Partido, este sólo existía en la base, porque la desaparición de éstas virtudes en la dirección [ya se conocían las disimiles y exacerbadas pugnas en los aparatos directivos superiores] han propiciado el abandono del sistema de elección del Partido, por lo que los nombramientos no deben ser tolerados más que a título de excepción y no pueden convertirse en la regla, ya que el nombramiento de los responsables constituye una característica de la burocracia, lo que es una práctica general, legal, cotidiana y reconocida, y que tal principio del nombramiento desde arriba disminuye el sentido del deber y la responsabilidad ante las masas, porque los nombrados son pagados por las instancias del partido y el gobierno, y no son responsables ante las masas, lo que agrava la división entre los dirigentes y los militantes de base’, porque “(…) Si las "masas" se alejan de la "cumbre", si se abre una brecha, una fisura, entre los centros dirigentes y las capas inferiores, es signo de que en la cumbre no todo va bien, sobre todo si las masas no permanecen silenciosas sino que reflexionan, actúan, se defienden y hacen triunfar sus ideas”.[xxx]
Como se puede apreciar, los puntos de vistas de la Kollantai, a nombre de ‘La Oposición Obrera’, aunque no compartidos totalmente por los otros miembros, estaban dirigidos a precisar que la dictadura del proletariado constituía en esencia, el poder ejercido realmente por toda la clase trabajadora -existió cierto desdén por los campesinos a los que le impugnaron una ideología pequeño burguesa- y no sólo por el Partido; propugnando que los consejos obreros (soviets) eran los elementos colectivos indispensables al poder revolucionario y no las ‘reducidas’ asambleas obreras, defendiendo la igualdad completa en el partido,[xxxi] la denuncia de la dominación de los burócratas privilegiados sobre los militantes de base, contra el arribismo oportunista y, además, asumiendo una posición ‘cerrada y única’ acerca del rol que debería desempeñar los sindicatos industriales (industria pesada) -para ‘La Oposición Obrera’ el resto de los sindicatos estaban impregnados de ideología pequeño burguesa y del burocratismo estatal-partidista-, que deberían seguir siendo independientes del Estado soviético, sin definirse acerca del papel decisivo del Partido en ellos. Esta últimas, otras de sus debilidades unilaterales, junto al menosprecio de los campesinos y las políticas de alianzas y compromisos leninistas.
Por otra parte, los ‘comunistas de izquierda’ que se reorganizaron en los años de 1921-1929 -otros autores afirman que nacen en 1917-, comulgaron y tuvieron afinidad con los ‘Demócratas Centralistas’ o los ‘Centralistas democráticos’ (‘decistas’, 1919-1921, con su poca conocida ‘Declaración de los quince’), y patrocinaron las ideas de la gestión colectiva de las empresas, defendiendo el principio colectivo y colegial en la dirección para evitar ‘la división en compartimientos y la asfixia burocrática del aparato del Estado’, proponiendo que dos tercios de los representantes en el consejo de la administración de las empresas industriales debían ser elegidos entre los obreros, moción que fue reducida, luego de una álgida discusión con Lenin, por un tercio; así como la denuncia a la extrema centralización, los métodos autoritarios y el autoritarismo jerárquico del Comité Central, que llamaron ‘centralismo burocrático y autoritario’, condenando simultáneamente la organización tecnócrata del trabajo, la burocratización del partido, la creciente concentración del poder en manos de una pequeña minoría y rechazando las posibles represiones contra los camaradas que tengan ideas diferentes.
A su vez, el ‘comunismo de consejos’ o ‘comunismo consejista´’, rompió lanzas contra la línea socialdemócrata y, posteriormente, con el trotskismo, y su lucha se dirigió, además, contra las corrientes de centro, reformistas y parlamentaristas. Creían en la autonomía proletaria y la auto-organización de la clase obrera más que en la dirección del partido político de vanguardia y el estatismo. La autonomía proletaria, la concebían en la acción y organización de la clase obrera consciente de su papel histórico y coherente con su autoemancipación, a través, de los soviets, consejos obreros, organizaciones de fábricas y asambleas de obreros, donde los trabajadores de cada unidad de producción o barrio podían elegir, para instancias superiores de coordinación, a representantes de sus filas o representantes conocidos de la clase obrera, los cuales eran delegados revocables en cualquier momento. El papel de los comunistas, según ellos, no consistía en fundar un partido político para dirigir a la clase obrera, tampoco adoctrinarla y ganar a estas con un programa especial, sino poner su experiencia de lucha, su acervo teórico al servicio del desarrollo autónomo del movimiento proletario, exponer su actividad de debate, clarificación y propaganda, contribuyendo a los obreros en una dirección comunista. Con ello, los ‘comunistas de izquierda’ o ‘consejistas comunistas’, rompían definitivamente con el papel integral a desempeñar por el Partido de nuevo tipo (toda una herencia de la corriente ácrata), no por exceso sino por defecto; así como subestimaron el papel de los parlamentos en la lucha socioclasista.
Los ‘Centralistas democráticos’, que resurgieron luego de los debates con V. I. Lenin en 1918, emitieron sus criterios acerca de la disciplina ‘no militarizada’ en el trabajo, la no gestión de un solo hombre y aprobando la necesidad de utilizar especialistas burgueses en las empresas, lo que reconocieron necesario, pero sin ‘otorgarles poder’, asumiendo posiciones de ‘una administración obrera no sólo desde arriba, sino también desde abajo’, desaprobando los enfoques de Leon Trotski, favorable ‘a la militarización del proletariado’ y ‘el mando de uno solo en la industria’, planteamientos discutidos en el Tercer Congreso de los Consejos Económicos, en 1920 y, en el IX congreso del Partido, celebrado en ese mismo año.[xxxii]
A pesar, de la resolución acerca de la unidad, aprobada en el X Congreso del partido en 1921, que ordenó ‘la disolución de todos los grupos, sin excepciones, que se habían formado en torno a una plataforma cualquiera’, y que ‘la no ejecución de esta decisión conllevaría a la expulsión inmediata e incondicional de las filas del Partido’, éstas oposiciones continuaron actuando, abierta y encubiertamente, en especial, en vida de V. I. Lenin, quien fue muy proclive, antes de caer letalmente enfermo, de escuchar y dialogar con todos y asumir, críticamente, las posiciones racionales de los demás, dialécticamente, con las suyas propias, siempre que las razones esgrimidas no fueran en contra de los principios admitidos como válidos, para marchar hacia el socialismo y no quebrar la indispensable unidad interna.
Otros grupos de oposición se fueron conformando bajo nombres, documentos, tesis y cartas emitidas, como fue lo sucedido en la Conferencia regional del Partido reunido en Moscú (1921) en que ‘La Oposición Obrera’, ‘los ‘Demócratas centralistas’ y el ‘Grupo de Ignatov’,[xxxiii] quienes alcanzaron 124 escaños, frente a los 154 obtenidos por los partidarios del Comité Central, reclamaron por los derechos de ‘la ampliación de la libertad de discusión dentro del partido’; de igual forma, ‘la Carta de los Diez’ de 1921;[xxxiv] el ‘Manifiesto del Grupo Obrero’ y la creación del ‘Grupo obrero del partido comunista’, en 1923.
En el mismo año 1923, Leon Trotski envía dos cartas al Comité Central, requiriendo en la primera, 'un giro en la vida interior del partido’ (8 de octubre) y, otra que denominó, el ‘Nuevo curso’; y, finalmente, se produce la “Declaración de los cuarenta y seis ‘viejos bolcheviques” al Politburó del CC del PCR, el 15 de octubre.[xxxv]
Sin embargo, la ‘oposición comunista’, luego llamada ‘trotskista’, merece un punto aparte que abordaremos en otro trabajo posterior, porque su conformación supuestamente no data totalmente de la época de Lenin, aunque existieran desde entonces puntos de vistas divergentes entre ambos dirigentes y sus seguidores, sino de la confrontación con I. Stalin, y la excesiva significación que éste le otorgó como corriente “opuesta” de forma total al leninismo, con el fin de liquidarla del panorama teórico y político soviético.
Porque, por ejemplo, la absolutización por parte del grupo estalinista de construir voluntaristamente ‘el socialismo en un solo país’, idea que Lenin enarbolaba como ‘defensa’ de la posibilidad de construcción del socialismo en Rusia, estuvo profundamente unida a la de la Revolución Mundial, por lo menos europea, que poseía, sin exclusiones, otros componentes tácticos-estratégicos económicos e ideopolíticos, a lo interno y lo externo, así como con la necesidad del apoyo solidario e internacionalista hacia la Rusia soviética del movimiento obrero, comunista y de liberación nacional, y viceversa; y la tesis, a `contracorriente´, de León Trotsky (este había escrito en 1906, sobre el `desarrollo desigual y combinado y de la Revolución Permanente´), acerca de la “revolución permanente”,[xxxvi] que imponía no sólo la factibilidad del triunfo del socialismo en varios países, vía apoyo directo de la Rusia Soviética, como condición sine qua non para que el socialismo rusos-soviético triunfara y se fortaleciera definitivamente, sino el tránsito ininterrumpido, sin etapismos, hacia el socialismo.
Se puede resumir, que las dos tesis nunca debieron contraponerse dicotómica, menos antagónicamente, tampoco imponerse como verdades unilaterales, y si encontrar un espacio intermedio de diálogo mesurado, científico y político, tal como se logró con las fuertes y agudas discusiones y disputas cuando V. I. Lenin estuvo a la cabeza de la dirección del partido bolchevique, también del Comisariado del Pueblo, y L. Trotsky como miembro de la dirección política construyendo y dirigiendo el Ejército Rojo, y, además, en la `oposición comunista´, ya que ambas elaboraciones tenían su razón de ser solo en su dialéctica racional-lógica y en su comprendida complementariedad, determinadas por una inédita Revolución proletaria y socialista triunfante, con una repercusión de enorme envergadura para los destinos de ese país, la Europa en posibilidades de estallar social y revolucionariamente, más la ebullición sociopolítica en el Oriente, y en otras partes del orbe, etc.
Por su parte, en la mencionada ‘Declaración de los 46’ de 1923, se sostenía que, “(…) La extrema gravedad de la situación nos obliga (en interés de nuestro partido y de la clase obrera) a deciros abiertamente que la prosecución de la política de la mayoría del Politburó amenaza al conjunto del partido con una gran desgracia. La crisis económica y financiera comenzada a finales de julio de este año, con todas las consecuencias políticas que se derivan de ella, incluso en el partido, ha revelado despiadadamente la inadecuación de la dirección del partido tanto en el dominio económico como en el dominio de las relaciones dentro del partido (…) El azar y la falta de reflexión son sistemáticos en las decisiones del C. C., que no ha acabado de tantear en economía; esto ha llevado a una situación en que, tras conseguir grandes éxitos, sin duda en el dominio de la industria, la agricultura, las finanzas y los transportes -estos éxitos se han conseguido en la economía de la nación espontáneamente, no gracias, sino a pesar de la insuficiencia de liderazgo o, para ser más preciso, de la ausencia de liderazgo- nos vemos confrontados no sólo a la perspectiva de la detención de estos éxitos, sino también a una grave crisis de la economía en su conjunto.”[xxxvii]
Y continuaba, “(…) De la misma manera, vemos en el dominio de las relaciones internas del partido la misma dirección incorrecta que paraliza y desmoraliza al partido, de lo que se resiente especial y claramente en la crisis que atravesamos. Nosotros no explicamos esto por la incapacidad política de los líderes actuales del partido; muy al contrario, poco importan nuestras divergencias con ellos en la evaluación de la situación y en la elección de los métodos para hacerla cambiar; nosotros pensamos que los dirigentes de hoy, cualesquiera que sean las condiciones, no podrían ayudar a ello porque ellos están pagados por el partido para funciones de la dictadura de los trabajadores. Nosotros lo explicamos más bien porque, bajo el pretexto oficial de la unidad, en realidad tenemos una selección unilateral del personal que se adapta a los puntos de vista y a las simpatías de un círculo estrecho en una dirección unilateral de la actividad. Como consecuencia, al estar deformada la dirección por tales consideraciones estrechas, el partido ha dejado de ser en gran medida una colectividad independiente, sensible a los cambios y a las realidades de la vida precisamente porque está conectado por miles de hilos a esta realidad. En lugar de esto, continuamos observando la progresión, apenas encubierta, de la división en el partido entre una jerarquía de secretarios y de funcionarios profesionales, reclutados por arriba, y las masas que no participan en su vida social común. (…) La situación que se ha desarrollado se explica por el hecho de que el régimen de la dictadura de una fracción en el seno del partido, nacido después del Xº Congreso, ha sobrevivido a sí mismo. Muchos de nosotros escogimos conscientemente no resistir a tal régimen. El cambio completo de 1921, tras la enfermedad de Lenin, ha exigido, por tanto como algunos de nosotros hemos sido concernidos, una dictadura en el partido como medida provisional. Otros camaradas reaccionaron desde el principio con escepticismo o se opusieron a ello. En todo caso, en el XIIº Congreso del Partido este régimen se quedó obsoleto. Comenzó a mostrar el reverso de la medalla (…)”
Añadiendo, “(…) Las obligaciones internas han comenzado a debilitarse. Oposiciones extremas y abiertamente malsanas, las tendencias en el partido han comenzado a tomar un carácter anti-partido, porque no había en él ninguna relación interna ni ninguna discusión amistosa a propósito de las cuestiones más agudas. Y una tal discusión habría podido permitir desvelar, sin ninguna dificultad, el carácter malsano de estas tendencias, tanto a las masas del partido como a la mayoría de los participantes. En consecuencia, hemos visto la formación de grupos ilegales, que arrastran miembros del partido fuera, y somos testigos de que el partido pierde el contacto con las masas obreras. Si la situación que se ha desarrollado no cambia radicalmente en un futuro muy próximo, la crisis económica en la Rusia soviética y la crisis de la dictadura de la fracción en el partido propinarán golpes muy duros a la dictadura de los obreros en Rusia y a su Partido comunista. Con una tal carga sobre los hombros, la dictadura del proletariado en Rusia, y su dirigente, el PCR [Partido Comunista de Rusia], no podrán hacer frente a la inminencia de nuevos conflictos internacionales más que con la perspectiva de fracasos en todos los frentes de la lucha del proletariado. Por supuesto, a primera vista sería más fácil resolver la cuestión en el sentido siguiente: Teniendo en cuenta la situación, no es posible y no puede haber lugar hoy para suscitar las cuestiones de la evolución del curso del partido y de la puesta en el orden del día de nuevas tareas complejas, etc. (...) Ahora bien, está totalmente claro que semejante punto de vista desembocaría en cerrar oficialmente los ojos sobre la situación real, puesto que todo el peligro está en el hecho de que no hay ninguna unidad ideológica o práctica verdadera frente a la situación extremadamente compleja en el interior y en el extranjero. En el partido, cuanto más secreta y silenciosamente es llevada la lucha, más feroz se hace. Si planteamos esta cuestión antes del Comité Central [Sic.], es precisamente para encontrar la más rápida y la más indolora de las soluciones a las contradicciones que desgarran al partido y colocarlo rápidamente otra vez sobre bases sanas. Necesitamos una verdadera unidad en las discusiones y las acciones. Las pruebas que amenazan exigen una actividad unánime, fraternal, absolutamente consciente, extremadamente enérgica y extremadamente unida de todos los miembros de nuestro partido. El régimen de fraccionamiento debe ser eliminado, y esto debe ser hecho en primer lugar por los que lo han creado; debe ser reemplazado por un régimen de camaradería, de unidad y de democracia interna.”[xxxviii]
La cita, aunque extensa, es necesaria porque muestra las interrogantes, los cuestionamientos y las posibles soluciones que algunos viejos bolcheviques estaban en su derecho de exigir, ante la presencia de I. Stalin y otros dirigentes, por su larga participación en la lucha revolucionaria.
La posición asumida puede considerarse dura y osada, también divisionista pero, al mismo tiempo, juzgarse de valiente y honesta, porque estos cuarenta y seis viejos bolcheviques deseaban restaurar la democracia en el Partido y no fuera de él, recuperar el papel de los soviets, como real poder obrero y popular, e igualmente protestaron contra el creciente poder de la burocracia, el sistema de nombramiento de todos los cargos desde un verticalismo de ordeno y mando, la reducción de las discusiones internas al Partido y las elecciones en los soviets y el partido, reveladas rutinarias y formales. Y eso ya Lenin lo tenía presente desde 1921-1922.
Parte II
II.- Las disputas en el terreno científico, religioso y económico.
De igual manera, las ideas sectarias - dogmáticas, y sus contrarias, estuvieron presentes en las discusiones acaecidas y relativamente permitidas en Rusia Soviética y la URSS, hasta los años 30, de un número importante de publicaciones periódicas, de libros, folletos y artículos científicos variados, privados y públicos, como las que realizó la Academia de Ciencias con bastante autonomía hasta un instante de la década del 20, bajo el control o no del partido, así como la prolifera actividad de intelectuales, científicos y en todas las esferas de la cultura y el arte.
Un Arte, con mayúscula, que fue ciertamente de vanguardia -‘avant-garde ruso soviético’- en muchos frentes, como en el cine, la arquitectura, la escultura, la lingüística, la poesía, la literatura, la música, la plástica, el cartel, el ballet, el circo, etc., con la presencia de las escuelas y corrientes del neo-primitivismo, el constructivismo, el formalismo, el dadaísmo, el futurismo, y hasta con un realismo socialista, sin valorarlo omnímodo. Asimismo sucedió con los estudios e investigaciones en la filosofía, la economía, la historia, la sociología, otras ciencias sociales y humanísticas que tuvieron su espacio, pero que fueron convertidos en un campo de batalla ideopolítico entre supuestos contrarios irresolubles bajo el estalinismo.
Sin embargo, la libertad individual y colectiva siempre restringida en mayor o menor grado, no se propició de igual manera con las iglesias y el pensamiento religioso, principalmente con la jerarquía y los creyentes de la Iglesia Ortodoxa rusa, los cuales fueron hostigados, regularmente, desde 1925.
Siendo notable´, en su sentido antilógico metafórico, el ‘juicio contra Dios por sus crímenes contra la humanidad’, ubicando a la Biblia en el banquillo de los acusados y fusilarla irónica y sórdidamente por ser culpable.
Persecución antirreligiosa que cesó durante el desarrollo de la ‘Gran Guerra Patria’, consecuencia de la fuerte posición patriótica nacionalista de los ortodoxos rusos principalmente, y de las demás religiones. La animadversión hacia las creencias religiosas se debió, en primer lugar, porque las élites eclesiásticas se pusieron al lado de la contrarrevolución, ante lo cual el partido comunista y el Estado soviético no hicieron distinción entre una jerarquía opositora y los creyentes de las bases y, en segundo lugar, porque se concibió un socialismo comunista consecuente con un materialismo vulgar e irracional -con el simplista extremismo filosófico ‘que la materia existe primero que la conciencia’ transportado fatalmente a la ideología y la política estatal, partidista, pública y privada cotidiana- por lo que se estableció oficialmente un ‘ateísmo científico’ antinatural en un Estado multinacional en que se profesaban casi todas las principales religiones del mundo,[2] y otras muy específicas, entre los múltiples pueblos (se calculan cerca de 45 nacionalidades, más las etnias o minorías) que convivieron en su vasto territorio.
En el terreno de las ciencias sociales, en general, podemos mencionar los vivaces diálogos entre los intelectuales, profesionales y economistas, como Evgueni Varga,[3] Stanislav Strumilin, Gleb Krzhizhanovsky, Gregor Sokólnikov, Vladimir Bazarov y Víktor Novozhilov, incluido N. D. Kondrariev; los historiadores A. S. Bubnov, V. I. Nevsky, N. N. Popov, E. Yaroslavski, D. B. Ryazanov y Mikhail N. Pokrovski (este durante algunos años, fue comisario diputado de Educación con Anatoli Vasílievich Lunacharsky, y primer director del Instituto de Profesores Rojos);[4] el experto en teoría legal y constitucional, Yevgeny B. Pashukanis (académico eminente) y Petr I. Stuchka.
Además, hubo un debate filosófico interesante y amplio entre Nicolas Bujarin,[5] quien en 1921 publicó su libro ‘La Teoría del Materialismo Histórico: un manual popular de sociología marxista’, criticado por Georg Lukács y Antonio Gramsci por su simplicidad mecanicista, que ya, en 1919, había escrito en colaboración con Yevgueni Preobrazhenski, ‘El ABC del comunismo’; Ivan 1. Skvorrsov-Stepanov, Arkady K. Tirniryazev, Lyubov A. Akselrod y Abram Moiseyevich Deborin, G. S. Tymyansky, I. K. Luppol (un filósofo de la estética e historiador de la filosofía), V. F. Asmus; N. A. Katev; I. I. Agol e Y. E. Sten, etc., admitidos como un debate formal entre ‘mecanicistas’ y ‘dialécticos’, cuestionadores de la teoría del reflejo, algunos de los cuales tomaron ideas de la escuela filosófica tradicional y marxista rusa (principalmente Nicolás Chernishevski, Georgi Plejanov, entre otros) y de la europea occidental, como los filósofos Emmanuel Kant, Frederich J. G.. Hegel, Baruch Spinoza y Sigmund Freud, etc.[6]
A partir de los años iniciales de la década del 30, estos debates fueron suspendidos y los científicos fueron obligados a retractarse de asumir fuentes y posiciones que tuvieran relación con la producción de ideas y la cultura Occidental capitalista, de hecho la universal, so pena de ser acusados de ‘mencheviques’, ‘burgueses’ y de estar en contra del falso ‘prolekulturt’ como única alternativa cultural y académica. A pesar de ello, muchos intelectuales ruso-soviéticos continuaron superándose en las esferas de la filosofía, las ciencias sociales, las humanísticas y las otras ciencias, aprendiendo a escribir sus ideas originales y contestatarias ‘entre líneas’, de tal forma que los políticos dogmáticos y sectarios no se percatarán y estuvieran satisfechos con la doble moral académica.
Un lugar especial ocupó las discusiones acerca de la implementación de la Nueva Política Económica (NEP, en ruso) que fueron muy ‘abrasadoras’, pasional y racionalmente, como lo ocurrido con la política económica del ‘comunismo de guerra’ pero, en este caso, más agrias y ácidas si los términos son admisibles en un artículo científico, porque un grupo considerable de políticos y científicos la consideraron una concesión a los burgueses y al capitalismo, y otros nunca la comprendieron en su complejidad dialéctica profunda. Lamentablemente, muchos se deslizaron en un ultraizquierdismo ‘infantil’ muy dañino porque desconocieron la naturaleza dialécticamente contradictoria de los vínculos entre la Economía y la Política, así como el necesario enfoque de la diversa propiedad en el socialismo como sistema integral. Aunque en realidad, la implementación de la Nueva Política Económica era un desafío enorme para un país sitiado como la Unión Soviética Lenin la acometió como un peligro que había que retar para poder avanzar.
La NEP, concepción genuinamente leninista, no sólo fue un proyecto o programa táctico-temporal, mucho menos economista o ‘economicista’ por su carácter corrosivo para el proceso social en marcha, como lo percibieron los coterráneos y lo han apreciado muchos autores actuales erróneamente, ni tampoco se realizó con el único fin de salvar socioeconómica y políticamente al naciente socialismo soviético ante su probable derrota, que ya de por sí era un éxito indudable, sino que constituía, ante el fracaso del movimiento revolucionario europeo y el no surgimiento de otros países socialistas más desarrollados, un ‘acertado’ procedimiento y decisión POLÍTICA, de más o menos largo aliento -única en su contenido-forma en y desde el socialismo-, de reformular o resignificar un ‘capitalismo de Estado’, pero ‘cabalmente’ proletario según Lenin,[7] en las concretas condiciones sociohistóricas ruso-soviética socialistas, como un proyecto estratégico integral en su totalidad, para garantizar el despegue definitivo de Rusia y la URSS para, desde su condición inicial de país atrasado, convertirse en una nación industrialmente desarrollada, y sobre la base de individuos socializados cada vez más plenos y libres.
Esta política económica pretendía asegurar el orden máximo en el cuerpo societario, en medio de riesgos visibles e invisibles, así como una superior organización y estricta disciplina laboral, la elevación de la productividad del trabajo, la minuciosa contabilidad y el control de los procesos productivos con la participación de todo el pueblo, en una economía planificada, en que los Soviets, como poder popular real [estatal-gubernamental], junto al Partido comunista y los Sindicatos desempeñarían un rol clave en la dirección, regulación y control social sobre las relaciones mercantiles (el mercado insustituible, las formas variadas de propiedad, las inversiones foráneas y la vigencia de la ley del valor), y nunca vistas como elementos eclécticos y atemporales al socialismo, sino como componentes coexistentes que no debían descontrolarse y desenfrenarse bajo el tránsito socialista y que debían crear, una extracción y distribución del plus trabajo, de uso social-solidario indispensable para la reproducción ampliada de la sociedad socialista, en su inicial etapa de construcción.
Quizás en ese sentido, pero con otro principio y enfoque, complementaba con la teoría de la ‘acumulación originaria en el socialismo’, expuesta en el libro ‘La Nueva Economía’ (1926) por Yevgueni Preobrazhinki, no así con la obra de Nicolás Bujarín, de 1920, la ‘Teoría Económica del Período de Transición’, en la que apoyaba al ‘comunismo de guerra’.
En su texto, el político y economista Yevgueni Preobrazhinki, explicaba que, mientras la acumulación primitiva capitalista surge y se desarrolla en el seno del feudalismo, la acumulación primitiva socialista empieza su historia con la conquista del poder por parte del proletariado. Por lo tanto, la acumulación dentro de los marcos del socialismo, se manifiesta a través de dos momentos; el primero, en forma de acumulación primitiva socialista, es decir, mediante la acumulación en manos del Estado de recursos materiales procedentes de fuentes externas al complejo económico estatal. En la apreciación de Preobrazhinki, esto se podría lograr reduciendo los precios de los productos industriales, y al mismo tiempo, tasando fuertemente a los campesinos ricos y al beneficio del capitalista privado. El segundo momento de la acumulación, lo llamó “acumulación socialista”. Esta representa la adición, al capital productivo fundamental, del subproducto que no se destina a la distribución suplementaria entre los sujetos.[8]
Repensando, releyendo y reinterpretando a V. I. Lenin, si acaso no lo realizaron cabalmente sus contemporáneos, por la incomprensión, el desconocimiento exacto de sus ideas, un hecho plausible, o los dogmatismos presentes, este expuso con claridad meridiana que, el ocultamiento a las masas que “(…) la incorporación de los especialistas burgueses mediante sueldos muy elevados es apartarse de los principios de la Comuna sería descender al nivel de los politicastros burgueses y engañar a las masas. En cambio, explicar abiertamente cómo y por qué hemos dado este paso atrás’, discutir públicamente los medios de que disponemos para recuperar lo perdido significa educar a las masas y, con la experiencia reunida, aprender junto a ellas a construir el socialismo”.[9]
Además, V. I. Lenin afirmó que: “(…) Hemos tenido que recurrir ahora al viejo método, al método burgués, y aceptar los ‘servicios’ de los especialistas burgueses más reputados a cambio de una remuneración más elevada. Quienes conocen la situación lo comprenden; pero no todos se detienen a meditar sobre el significado de semejante medida tomada por el Estado proletario. Es evidente que tal medida constituye un compromiso, una desviación de los principios sustentados por la Comuna de París y por todo poder proletario, que exigen la reducción de los sueldos al nivel del salario del obrero medio, que exigen se combata el arribismo con hechos y no con palabras (…) Pero esto no es todo. Es evidente que semejante medida no es solo una interrupción -en cierto terreno y en cierto grado-, de la ofensiva contra el capital (ya que el capital no es una simple suma de dinero, sino determinadas relaciones sociales) sino también un paso atrás de nuestro poder estatal socialista, soviético, que desde el primer momento proclamó y comenzó a poner en práctica la política de reducción de los sueldos elevados hasta el nivel del salario del obrero medio.”[10]
Porque era, según Lenin, la correcta concepción de la unidad, que rechazaba la trivialidad de la idea de que era posible“(…) construir la sociedad solo con las manos de los comunistas (…) [pensamiento totalmente falso porque los comunistas son sólo una mínima parte de la sociedad] una gota en el mar de pueblo. [Por lo que ellos] Sabrán conducir al pueblo por su camino únicamente si saben determinar con exactitud ese camino, no solo en el sentido del desarrollo de la historia universal. En este sentido hemos determinado nuestro camino con absoluta precisión (…) Nuestro camino no lo determina solamente esto, sino también el que no haya intervención, el que sepamos darle al campesino mercancías a cambio de trigo (…)”.[11]
Dándole un contenido y sentido a los Soviets, totalmente novedoso desde el punto de vista de la autonomía y la iniciativa creadora: “(…) Los soviets locales, en consonancia con las condiciones de lugar y de tiempo, pueden modificar, ampliar y completar las tesis fundamentales que formula el gobierno. La creación viva de las masas: ese es el factor básico del nuevo régimen social. Que los obreros emprendan la implantación del control en sus fábricas y empresas, que abastezcan el campo de artículos fabricados, que los cambien por cereales. Ni un solo artículo, ni una sola libra de cereal debe escapar a la contabilidad, pues el socialismo es ante todo contabilidad. El socialismo no se crea por medio de decretos desde arriba. El automatismo oficinesco y burocrático es ajeno a su espíritu; el socialismo vivo, creador, es obra de las propias masas populares”.[12]
Por la exposición y reconocimiento de estas ideas leninistas, quizás no estaban tan equivocadas las oposiciones fraccionales, dentro de los principios marxistas y leninistas, que cuestionaron el cómo se estaba extraviando los poderes reales de los soviets, el partido y el Estado, a través del burocratismo y la tecnocracia, aunque sus posiciones acusaran de cierto dogmatismo, ‘izquierdismo’ y reduccionismo obrerista, principalmente industrial, por lo tanto no inclusivo con el resto de la sociedad.
Tal ocurre cuando releemos las ideas de Lenin, escrita en ‘á�¿Qué hacer?’, en 1902, de que ‘Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario’, y como el pensamiento reformista dentro del socialismo conllevaba al “(…) Dogmatismo, doctrinarismo”, anquilosamiento del partido, castigo ineludible por las trabas impuestas al pensamiento”.[13]
En 1929, Iosif Stalin, Secretario General del partido desde 1922, quien en vida de Lenin ‘apoyó’ la NEP, sin demostrar su abierta aversión a la misma, determinó darle un fin abrupto, en realidad eliminándola de la agenda socialista soviética, liquidando de paso, a través, del silencio, la prisión y la muerte a gran parte de sus seguidores y simpatizantes, imponiendo al pueblo soviético un sacrificio enorme en aras del acelerado proceso de colectivización forzosa en la agricultura y la también obligada industrialización del país, ambas totalmente estatalizantes que, paradójicamente, fueron decisivas en la victoria militar del Ejército Rojo y la sociedad multinacional soviética en su lucha liberadora contra el nazismo y el fascismo en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Continuando con la idea anterior, desde finales de la década del 20 y, en especial, con la celebración del II Congreso Internacional de Escritores y Artistas Revolucionarios, en Járkov, Ucrania, en noviembre de 1930, se impuso la seudoteoría acerca del “realismo socialista” como la ‘única’ “cultura proletaria” (prolekulturt), por lo tanto, exclusiva, excluyente y sectaria, que concluyó por condenar el psicoanálisis social y el surrealismo, entre otros desarrollos científicos y culturales de la humanidad, desbaratando la originalidad creativa en las artes soviéticas-socialistas, y constituyendo un golpe mortal no sólo para la esfera de la cultura artística, sino para el desarrollo de la filosofía, las ciencias sociales y las humanísticas, así como para el despliegue innovador de las ciencias naturales, exactas y aplicadas,[14] y, por supuesto, de la Cultura, con mayúscula.
De tal manera, la interpretación sectaria, mecanicista y rancia del pensamiento de los clásicos, a través del diamat y el hismat, concebidos como una receta escueta e insuperable, una adocenada seudoteoría, inamovible y plegada a los intereses de la burocracia y tecnocracia del Partido, el Estado y el gobierno estalinista, y, tristemente presente en los Soviets acarreó la crisis de la teoría y la práctica del marxismo y del socialismo, que fue profundizándose con el tiempo.
Ambas divisiones del marxismo(s) impuestas artificialmente desde lo que se consideró el centro del marxismo y el comunismo mundial (la URSS y el PCUS, en Moscú), la ‘Casa Matriz’ de la Internacional Comunista, no debió ser jamás una filosofía basada en la estrategia del Partido ya que su crítica conduciría, directa e indirectamente, a un `ataque´ a la dirección política-estatal, donde el debate filosófico se convirtió de hecho en un problema político e ideológico al ser asumida erróneamente como ‘la ideología oficialista del socialismo´, trayendo como correlato, la (in)-evitable vulgarización, canonización y fosilización a que se vio sometida la teoría “científica de la clase obrera”, como expresión `lisa´ del proletariado, recayéndose en un sociologismo y determinismo económico de la peor especie, porque la clase obrera no era pura ni siquiera en su aspecto sociológico cuantitativo, menos cualitativo, como tampoco la única partera de la Revolución Social y Política, como se afirmó desde los inicios, de forma diametralmente dialéctica, que debía conducir ese proceso en estrecha alianza con el campesinado trabajador y parte de los soldados y marinos en los tiempos leninistas, más otros compromisos con sectores y grupos sociales.
Bajo esas condiciones subjetivizantes, voluntaristas e ideologizantes se partió de la necesidad de difundir masivamente el diamat y el hismat, que constituyó una ‘pedagogía’ con un didactismo pésimo, y transfiguró al marxismo y el leninismo en un catecismo, una “religión”, un dogma “entendido e (in)-comprendido”, considerado además el non plus ultra de un marxismo que podemos considerar de ‘hibernado’, como un elemento necesario pero contrario a lo que V. I. Lenin había escrito en “La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo”, de que era preciso saber aplicar la táctica “(…) para elevar, y no para rebajar, el nivel general de conciencia, de espíritu revolucionario y de capacidad de lucha y de victoria del proletariado”.[15]
Esa creencia falsa, propugnada por una `capilla sectaria y vanguardista iluminada´, inoculó en la conciencia de los individuos y colectivos heterogéneos de la sociedad, un optimismo supersticioso, a la vez, decadente, puesto que la acción relativamente autónoma de las leyes sociales descubiertas de forma “eterna” y cabalísticamente podrían “decretar” el fin del capitalismo y la victoria del socialismo, lo que teleológicamente invitaba a una pasividad y desmovilización de las filas revolucionarias y del pueblo trabajador.
Igualmente, el uso de la represión, el miedo y la sospecha desmedida, paranoica, como método anti-ético de dirimir las disensiones, divergencias y contradicciones a lo interno del partido, la sociedad soviética y del movimiento comunista internacional,[16] las cuales se trasladaron a la práctica del movimiento obrero, las demás organizaciones subsidiarias de la Comintern, las cuales no tenían el por qué poseer un programa estrictamente comunista (como si fueran un partido), menos practicar un clima de temor ante el pensar diferentes desencadenó en las excomulgaciones, encarcelamientos, fusilamientos y asesinatos sin control alguno.
Esas represalias y castigos desmedidos, antiéticos repetimos, fueron desatados contra los viejos y nuevos camaradas bolcheviques, que si bien crearon oposiciones y fracciones dentro del partido comunista soviético que disentían de los procesos en curso, sus ritmos e instrumentaciones, además, de estar inmersos en una lucha sin cuartel contra los contenidos y formas del estalinismo, conllevaron a los luctuosamente renombrados “procesos de Moscú”, en la década del 30, cuando Lev Kámenev, G. Zinoviev, N. Bujarin, fueron juzgados y ejecutados por “traición al socialismo”; Serguei Mironovich Kírov, presuntamente asesinado por órdenes de Kámenev o Stalin, aunque también se habló de un “casual” accidente automovilístico; K. Rádek, prisionero en 1937, y asesinado por otro preso en 1939; Grigori Y. Sokólnikov, desaparecido en prisión; Mijail P. Tomsky, se suicidó antes de ser arrestado; Andrei Bubnov, expulsado del Comité Central en 1937, arrestado y ejecutado en 1940; Yevgueni Preobrazhenski, expulsado del partido en 1936, arrestado y ejecutado en 1937, etc.[17]
El final terrible estaba preconcebido. Muchos de estos hombres de ciencia, políticos, intelectuales y militares[18] fueron purgados del partido, del Estado, gobierno y los soviets, incluyendo las fuerzas armadas y el ministerio del interior, a no ser que se arrepintieran a tiempo, enviados a campos de concentración (los ‘gulags’), muertos bajo extrañas circunstancias y fusilados por acusaciones de ser ‘enemigos’ del pueblo y del socialismo.
A modo de conclusiones parciales.
La historia de la realidad, de las ideas y las mentalidades en la filosofía del marxismo(s) y el socialismo(s), deben narrarse en los marcos de coyunturas sociohistóricas concretas y en sus dinámicas-tensionales que se ocasionan en la vida real, tanto en el plano interno como el externo, y en un clima espiritual, intelectual y cultural de una época, casi ininteligible, con sus contradicciones, antagonismos y dicotomías, a través de los éxitos, errores y fracasos cometidos por seres humanos que trataron de remover los cimientos del capitalismo y llevar adelante la construcción socialista. Resultando importante saber que hubo luchas, batallares a lo interno, cruces de sentidos y conceptualizaciones que criticaron las distorsiones y deformaciones advirtiendo que los caminos seleccionados o no podían conducir a la catástrofe.
Muchas de las fuentes empleadas, primarias y secundarias, fácticas, revisadas y re-interpretadas, estarán siempre signadas, sociológica e ideopolíticamente, por vivencias y coyunturas reales, objetivas y subjetivas, en que uno de los tantos elementos de probables deformaciones teórica-metodológicas lo pueden constituir el hecho de disponer y entender la información extraída, en un sólo sentido, que no perciben la variedad de enfoques y alternativas que permitan contribuir a la explicación y argumentación aproximativa, así como de las formas de difusión del marxismo en las documentaciones, publicaciones y otros materiales empíricos e interpretativos de una época pretérita que aún permanece entre nosotros.
De tal manera, resulta un laberinto espinoso adentrarse en las anomalías y desviaciones de la teoría y la práctica marxista y socialista soviética, ya que, por muy diversos que sean los argumentos, de corte estrictamente epistemológico, amén de las conceptualizaciones críticas, teóricas-metodológicas, políticas, ideológicas y éticas que se esgriman a la hora de explicar el origen de la aberración y los efectos lacerantes experimentados por la filosofía marxista causados, en parte, por el materialismo dialéctico (diamat) y el materialismo histórico (hismat) establecidos bajo la larga noche estalinista, que fueron traspoladas al movimiento comunista internacional, no son suficientes aún los estudios científicos concienzudos que permitan un análisis conclusivo, que pongan al desnudo las múltiples causas de su surgimiento, desarrollo y despliegue hacia lo endógeno y para el resto de las fuerzas progresistas, democráticas y las izquierdas en el orbe.[19]
En el caso específico de Unión Soviética, habría que valorar, en primer lugar, cuanto de positivo alcanzó ese gigantesco país y su pueblo en los difíciles años de inacabada construcción socialista, sus inigualables conquistas sociales, económicas, científicas y culturales, mediadas por escenarios externos e internos muy complejos. Porque la Rusia y la URSS, de V. I. Lenin, tuvo que soportar, resistir y vencer la Primera Guerra Mundial, la intervención internacional y sufrir una guerra civil -ya abordadas en el trabajo- a raíz del triunfo del socialismo en octubre de 1917, en las que perdió 12 millones de vidas, e inmediatamente, comenzar un proceso de despegue constructivo y reconstructivo de la base económica que permitiera el despliegue de las fuerzas productivas de ese país, proceder a la electrificación y la constitución de los Soviets en un nuevo modo eminentemente comunista, aunque malogrado, de concebir una sociedad culturalmente diferenciada y opuesta a la capitalista.
En segundo lugar, porque fue un país arrasado por la Segunda Guerra Mundial, y, especialmente, costándole esta última veinte y siete millones de pérdidas humanas -si se le suman los doce millones de la primera harían un total de 49 millones de muertos en menos de dieciséis años- y que logró la victoria sobre el nazismo y el fascismo no sólo en su país sino en casi toda Europa, liberada gracias a la hazaña del Ejército Rojo y el importantísimo rol de la retaguardia soviética, a pesar, de la destrucción interna de innumerables infraestructuras habitacionales, viales, fábricas e industrias, campos agrícolas e instalaciones civiles y militares, cuya recuperación fue rápida e intensa, muestra fehaciente del esfuerzo de una población que confiaba ‘ciegamente’ en la dirección política, estatal y de gobierno, y que fue decisiva en la aparición de un campo socialista en el Este y Centro europeo; y que en los años de la década del 50 de la centuria pasada, emergió como una potencia político-militar mundial, capaz de intentar la imposición de un cierto equilibrio de fuerzas real, aunque frágil, ante los Estados Unidos de América, sus aliados europeos y asiáticos.
En tercer lugar, por la transformación de un naciente Estado multinacional, con un atraso secular, consecuencia de la coexistencia de modos de producción precapitalistas en la mayoría de las zonas rurales y en las mismas ciudades, en una nación en vías de construcción del socialismo que fue consolidándose, paulatinamente, incluido su soñado y no cristalizado “hombre soviético”, superando el analfabetismo, la mínima instrucción y educación ancestral, la incultura masiva de sus ciudadanos, la enorme escasez de alimentos y productos básicos, la desindustrialización presente transformada en una industria, principalmente, la pesada, es cierto que sin cuidar mucho la calidad y si la cantidad, la in-asistencia y seguridad social, entre otras problemáticas, para subsistir ante las dificultades internas, consecuencia de las ineficiencias de su sistema económico-productivo extensivo, la equivocada pretensión de competir económicamente con el capitalismo, más el rígido cerco imperialista impuesto a este país, lo que conllevó al despliegue de una carrera armamentista que a la larga coadyuvó también a su desgaste económico.[20]
Tampoco podría olvidarse el enorme apoyo internacionalista y socialista prestado, a veces `condicionado´ por una geopolítica que priorizó sus zonas de influencias del Este de Europa y, fundamentalmente, en Berlín Oriental, a otras fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias en múltiples de ocasiones, lo que permitió el triunfo y, más que todo, la consolidación de algunos procesos revolucionarios en curso en la arena internacional, coadyuvando al importante proceso de descolonización de numerosos países y naciones.
Asimismo, las conquistas de la URSS, como del resto del campo socialista emergente, luego de la segunda contienda bélica mundial, impactaron en el quehacer del capitalismo y el imperialismo, los cuales tuvieron que ceder mucho terreno ante las luchas del movimiento comunista y obrero, de liberación nacional y socialista, y los partidos socialdemócratas, entre otras izquierdas, quienes arrancaron demandas indiscutibles, ya sea en el denominado Estado del Bienestar Popular -“Bien-Estar de la burguesía” lo llama Istvàn Mészàrov- en las zonas europeas, y conquistas socioeconómicas y políticas de las clases trabajadoras en casi todos los países centrales del capitalismo y en el Sur geopolítico-periférico, en especial, con el movimiento obrero, comunista y de liberación nacional.
Ante tantas batallas épicas ganadas y los garrafales errores cometidos, la dirección del Estado, gobierno y Partido soviético tuvo que someterse a una implacable crítica -en la mayoría de los casos no constructiva y, paradójicamente, apologética- tanto interna como externa, no sólo de sus acérrimos enemigos de clase, sino de fracciones y marxistas, endógenos y exógenos, que hicieron públicas sus contradicciones y desavenencias con el proceso de tránsito hacia el socialismo, entrando en una contienda conflictual con la faena-misión de la construcción socialista en ese Estado multinacional.
Lamentablemente, el socialismo existente en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y en el Este europeo, que se derrumbaron bochornosamente entre 1989 y 1991, no pudieron escapar desde sus inicios a las lógicas metabólicas reproductoras del capital en su propio interior, al no realizar una radical revolución cultural frente a las ‘guerras culturales’ del capitalismo,[21] amén de cometer serios errores en su tránsito hacia una sociedad superior a la capitalista.
“El capital [tal como lo advierte el marxista de origen húngaro, István Mészáros] no es simplemente un conjunto de mecanismos económicos, como a menudo se lo conceptualiza, sino un modo multifacético de reproducción metabólica social, que lo abarca todo y que afecta profundamente cada aspecto de la vida, desde lo directamente material y económico hasta las relaciones culturales más mediadas”.[22]
Notas y referencias bibliográficas.Parte I
[i] http://www.zedmariel.com/;José Luis Rodríguez (2015) Valoraciones externas sobre la inversión extranjera en Cuba, Cubadebate, (digital), 5 de noviembre.
[ii] Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, (2011) VI Congreso del PCC, Editora Política, La Habana, Abril.; Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba (2012), Ídem.
[iii] El Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), fue fundado en 1898, en el Primer Congreso celebrado en Minsk, Bielorrusia, a partir de varios círculos socialdemócratas y grupos marxistas. Más tarde, en 1903, la facción bolchevique -que significa la mayoría- al frente de la cual se encontraba Vladimir Ilich Lenin y un grupo de marxistas-comunistas, se separa del grupo menchevique (minoría), constituyendo, en enero de 1912, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (bolchevique), organización que dirige la insurrección y la victoriosa Revolución Socialista en Rusia contra el zarismo, el 25 de octubre de 1917 (calendario Juliano; el 7 de noviembre (calendario Gregoriano). En marzo de 1918, el partido fue denominado Partido Comunista de Rusia (bolchevique), en correspondencia con la denominación del país, la Rusia Soviética. Más adelante, en 1925, con la URSS o la Unión Soviética ya constituida, en 1922, se convirtió en el Partido Comunista de toda la Unión (bolchevique). Finalmente, en 1952, asume el nombre de Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).
[iv] Al escribir de los marxismos y marxistas en plural, conteniendo per se al leninismo(s), que abarcan no sólo a los clásicos, sino a sus coterráneos y continuadores, asumimos un marco epistemológico fundamental para explicar la profunda dialéctica de la teoría-práctica del marxismo revolucionario fundacional, evitando reduccionismos que aún subsisten cuando se etiqueta al marxismo como una filosofía cerrada, sin la existencia de sus desarrollos independientes y las disimiles vías para arribar al socialismo, según las condiciones sociohistóricas concretas. Igualmente, se confronta el llamado a la “libertad de crítica”, que limitará fronteras, tenues pero esenciales, entre el liberalismo burgués y las concepciones de Carlos Marx, Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin.
[v] La raíz del concepto autogestionario o la autogestión (aunque no se haya usado este término en el siglo XIX y parte importante del XX) no es sólo de contenido propiamente marxista(s), sino que proviene, además, de algunas vertientes del socialismo utópico, del anarquismo, el anarcosindicalismo -“productores libres asociados”, la ‘asociación de productores libres… e iguales’, ‘libre asociación de los productores’, o, como Carlos Marx le denominaba, frecuentemente, la ‘comunidad de los individuos libremente asociados’-, por lo que ha sido reapropiada y defendida por estas escuelas y corrientes, también los trotskistas, la ultraizquierda y hasta algunos sectores de la derecha, que lo han revertido, matizado y radicalizado en sus esencias liberadoras, introduciéndole el rechazo al Estado y todo tipo de autoridad, incluyendo la del partido político y, sobredimensionando en la sociedad civil el caos, la espontaneísmo y la indeterminación de normas y regularidades, objetivas y subjetivas. Por otra parte, hemos podido determinar que la articulación histórica, teórica y político-práctica entre marxismo, socialismo y ‘autogestión’ resultó ser más compleja y dudosa de lo que se suponía, porque el término autogestión, acuñado a mediados de la pasada centuria en el contexto del desarrollo autogestionario de la nombrada, en 1963, República Federativa Socialista de Yugoslavia (comenzado desde 1949-1950, introducido en su Constitución en 1951, hasta mediados de la década del 70, cuando esta experiencia fracasa, aunque prosigue de forma hibrida con otras políticas estatales hasta 1990), y extendido en la siguiente década con la revuelta del ‘Mayo francés’ en 1968, el ‘Tlatelolco mexicano’ y otras protestas sociales en las principales capitales de casi todas las latitudes geográficas, estuvo marcada por estallidos anti-autoritarios capitalistas y contra el sistema socialista-estalinista prosoviético, por ejemplo, la ‘Primavera de Praga’ en Checoslovaquia, en 1968, aunque hubo conatos sociales y políticos, con otras connotaciones, en la década del 50 en la Alemania socialista, Polonia y en la propia Checoslovaquia, por lo que fue perdiendo la significación primaria como modo de subversión del orden capitalista y matriz de reorganización de la nueva sociedad bajo la iniciativa y el control de los trabajadores.
[vi] Jorge Luis Acanda afirma que Antonio Gramsci “(…) ofrece una reflexión sobre el carácter complejo de cualquier cultura nacional. Interpretó la cultura desde la atalaya conceptual que brinda la teoría de la hegemonía de la cultura como compleja interrelación de dominación y liberación. Como sistema complejo y contradictorio, en el que la cultura de la clase dominante intenta manipular las producciones de la cultura popular. Y la necesidad de lo que llamaba la “labor filosófica” para expurgar a esa cultura popular, criticarla y elevarla a un nivel superior.” Jorge Luis Acanda (2007) Traducir a Gramsci, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 14.
[viii] Jorge Luis Acanda (2002) Sociedad civil y hegemonía, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, p. 49.
[ix] Antonio Gramsci (1973) Antología, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana; Cuadernos de la cárcel, 1999), editorial Era, México, T. 1; El Materialismo Histórico y la filosofía de Benedetto Croce (1966), Edición Revolucionaria, La Habana; Los intelectuales y la organización de la cultura (1960), Lautaro editorial, Buenos Aires; Norberto Bobbio (1977) Gramsci y la concepción de la sociedad civil, Avante editorial, Barcelona; J. C. Portantiero (1987) Los usos de Gramsci, Plaza y Valdés editorial, México; Norberto Bobbio (1972) Gramsci y la concepción de la sociedad civil, en Gramsci y las ciencias sociales, Cuadernos de pasado y presente, No. 19, Córdoba.
[x] Se insiste en el rumbo hacia el comunismo como meta final, porque como expresó Ernesto Che Guevara, la estrategia tenía que ser diáfana: “(…) debemos salir hacia el comunismo desde el primer día, aunque gastemos toda nuestra vida tratando de construir el socialismo”. Néstor Kohan (2000) De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana, p. 94.
[xi] Orlando Cruz Capote (2008) Los principios éticos de una polémica desde la izquierda, http://elblogdelapolillacubana.wordpress.com, 16 de julio; La vigencia del sindicalismo revolucionario y los nuevos movimientos sociales y políticos (2009), en Lombardo, la CTAL y los problemas de la clase trabajadora y los pueblos, Editora Manuela Toledano, Centro de Estudios Filosóficos, Políticos y Sociales Vicente Lombardo Toledano, México D.F., pp. 19-28.
[xii] Debe leerse, críticamente, la obra de Leszek Kolakowski, donde se desvirtúa al marxismo por su carácter abiertamente anticomunista y antisoviético, pero poseedora de una información profusa. Leszek Kolakowski (1983) Las principales corrientes del marxismo. III La crisis, (en tres tomos), Alianza Editorial (Universidad), S. A., Madrid; Roy A. Medvédev (1989) Let History Judge: The Origins and Consequences of Stalinism, Columbia University Press, Nueva York; Carlos Antonio Aguirre Rojas (1999) Itinerarios de la historiografía del siglo XX. De los diferentes marxismos a los varios Annales, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana; Ludovico Silva (2011) Teoría del socialismo, Fundación para la Cultura y las Artes (Fundarte), Caracas; Orlando Cruz Capote (2015) El desarrollo del pensamiento marxista y su lugar en la atmosfera intelectual cultural en Cuba en las décadas del 40 y 50. Razones epistemológicas y políticas, Investigación del Instituto de Filosofía, febrero. Inédito.
[xiii] Isaac Deutscher (1970) Herejes y Renegados, Editorial Ariel, Barcelona, 1970; La conciencia de los ex-comunistas, El Dios que cayó (1970), The Reporter, New York, April.
[xiv] Con la Paz de Brest-Litovsk, los rusos-soviéticos sufrieron sacrificios económicos y territoriales. Alemania ocupó Polonia, Ucrania, Finlandia, los países bálticos y parte de Bielorrusia. Además, tuvo cerca de 12 millones de muertos, de ellos 10 millones civiles. V. I. Lenin (1985) El oportunismo y la bancarrota de la II Internacional, O. C., T. 25, Ob. Cit. pp. 121-134; Colectivo de autores soviéticos (1958) Historia de la URSS, Editorial Grijalbo, S. A., México, D.F., 1958; Eric Hobsbawm (2003) Historia del Siglo XX, en dos tomos, Editorial Félix Varela, La Habana; Nichlas V. Riasanovsky y Mark D. Steinberg (2005) A History of Russia, 7th Edition, Oxford University Press; Stone Norman (2008) Breve historia de la I Guerra Mundial, Editorial Ariel, Madrid; David Stevenson (2013) 1914-1918. Historia de la Primera Guerra Mundial, Círculo de Lectores/Penguin Random House.
[xv] El ‘terror rojo’ fue anunciado, oficialmente, el 2 de septiembre de 1918, por Yákov Sverdlov -claramente por indicaciones de V. I. Lenin- y terminó, supuestamente, en octubre del mismo año, pero perduró durante el transcurso de la Guerra Civil hasta la derrota de la contrarrevolución e intervención extranjera en 1922-1925. Se ejerció por la policía (Cheká), los Guardias Rojos, luego el Ejército Rojo, la Agencia de Inteligencia Militar bolchevique (GRU) y hasta por las masas de trabajadores contra la ‘hidra’ de la contrarrevolución: el ‘terror blanco’, el cual perpetró atentados, sabotajes y asesinatos contra los dirigentes, la economía y pueblo en general. Impuesto para ayudar la ‘construcción del orden revolucionario’ y la destrucción de la contrarrevolución, el ‘terror rojo’ se aplicó, en algunos casos, sin un proceso judicial apropiado. La coerción se hizo de manera (des)-controlada, hasta anti-ética, como sucedió con la ejecución del Zar y su familia, el empleo de la tortura, considerando a millones de personas como “enemigas” del poder soviético, traduciéndose en el encarcelamiento o fusilamiento de una parte de los adversarios, entre ellos algunos inconformes y huelguistas que se rebelaron frente a la gravedad de la hambruna y pobreza extrema. El ‘terror rojo’ fue tergiversado por el enemigo de clase, endógeno y exógeno, por la historiografía. Colectivo de autores soviéticos (1958) Historia de la URSS, Ídem.; Sergei Melgunov (1975) The Red Terror in Russia, Hyperion Press, ISBN 0-88355-187-X; Roy A. Medvédev Let History…, Ídem; Eric Hobsbawm Historia del Siglo XX, Ídem.; Nichlas V. Riasanovsky y Mark D. Steinberg A History of Russia…, Ídem.
Notas y Referencias Bibliográficas. Parte II
[1] V. I. Lenin, N. Bujarin y otros dirigentes bolcheviques-comunistas, nunca cerraron las temáticas concernientes a las escuelas y corrientes artísticas-culturales, más bien propiciaron un clima de creatividad amplio, donde la sociedad socialista no crearía una cultura de clase, sino que elevaría toda la cultura humana a un nuevo nivel. Por su parte, Leon Trotski, que publicó varios artículos sobre temas literarios, afirmó que no había ni podía haber una cultura proletaria o ‘prolekulturt’.
[2] En la Rusia Soviética y la URSS se profesaban la religión cristiana; la Ortodoxa Rusa, la Ortodoxa de Georgia y la Ortodoxa Autoacéfala de Ucrania; Católica: Católica Apostólica Romana, Iglesia Apostólica de Armenia y Apostólica Greco Católica Ucraniana; el Islam, especialmente el Sumí; los Protestantes; el Judaísmo, el Budismo, el Lamaísmo y el Chamanismo. Existían quince nacionalidades independientes, 22 nacionalidades autónomas y 18 nacionalidades adicionales y otras numerosas minorías étnicas, quienes hablaban disimiles idiomas, lenguas y dialectos.
[3] El húngaro Evgueni Vargas escribió, en 1922, el texto: Problemas de la política económica bajo la dictadura del proletariado.
[4] Lógicamente, en esos años comenzaron las redacciones de ‘la historia del partido’ en las que, según los vaivenes de los grupos en el poder, se narraban hechos y procesos con limitaciones, omisiones y falta a la verdad histórica.
[5] V. I. Lenin había expresado sobre Nicolás Bujarin:“(…) De los miembros jóvenes del Comité Central, quiero decir unas palabras sobre Bujarin y Piátakov. Son, en mi opinión, las fuerzas más sobresalientes (entre las fuerzas más jóvenes) y respecto a ellos habrá que tener en cuenta lo siguiente: Bujarin no es solo uno de los teóricos más valiosos e importantes del partido; además es considerado merecidamente, el preferido de todo el partido; pero sus puntos de vista teóricos solo pueden ser clasificados de plenamente marxistas con gran reserva porque hay en él algo de escolástico (nunca ha estudiado dialéctica y, pienso, nunca la entendió del todo)”. V. I. Lenin Carta al Congreso, Ob. Cit.
[6] En 1930, bajo la firma de M. B. Mitin, P. F. Yudin y V. N. Raltsevich, apareció publicado en el diario Pravda, en forma de editorial, por lo tanto como opinión oficial de las autoridades del Partido, los críticos oficialistas de estas posiciones ‘dialécticas versus mecanicistas’, quienes llamaron a una «lucha en dos frentes», tanto en filosofía como en la vida del Partido, y acusaron a los líderes filosóficos del momento de «formalistas» y «mencheviques», por sobrevalorar a Georgi Plejanov a expensas de Lenin, e intentar separar la filosofía de los objetivos del Partido.
[7] “(…) el desarrollo del capitalismo controlado y regulado por el Estado proletario (…) es capitalismo de Estado proletario”, “(…) ‘de Estado’ en este sentido de la palabra”. Vladimir I. Lenin (1987) Tesis del Informe sobre la táctica del Partido Comunista de Rusia, III Congreso de la Internacional Comunista (22 de junio-12 de julio de 1921), Obras completas, T. 44, Editorial Progreso, Moscú, p. 8.
[8] Yevgueni Preobrazhinki (1968) La Nueva Economía -escrita en 1926- Editora Instituto Cubano del Libro, La Habana; Daniel Rafuls Pineda (2011) Debates teóricos sobre la transición al socialismo en Rusia y Cuba, dos polémicas inconclusas, de trascendencia mundial, para la izquierda del siglo XXI, https://www.nodo50.org/cubasigloXXI/politica/rafuls_301106.pdf.
[9] V.I. Lenin (1987) Las tareas inmediatas del poder soviético, Ob.Cit., T. 36, 5ta edición, ed. cit., pp.184-185; Jesús Pastor Brigos García y Rafael Alhama Belamaric (2015) Análisis preliminar de la significación de los procesos en la URSS y Europa del Este para el actual proceso de actualización cubano, Informe parcial de investigación “Transformación socialista y propuestas de reformas en las experiencias europeas y cubana”, aprobado en el Consejo Científico del Instituto de Filosofía, 19 de enero de 2016. Inédito.
[10] Ídem., p. 185.
[11] Vladimir I. Lenin (1987) Informe Político del Comité Central del PC (b) de Rusia, Obras completas, T. 45, 5ta. edición, ed. cit., 27 de marzo de 1922, p. 105.
[12] Vladimir I. Lenin (1987) Respuesta a la interpelación de los eseristas de izquierda, en Obras completas, T. 35, 5ta. edición, ed. cit., pp. 58-59.
[13] Vladimir I. Lenin (1985) á�¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento, Obras completas, 5ta. ed., T. 6, Editorial Progreso, Moscú, p. 24.
[14] Entre ese grupo de dogmáticos extremos se encontraba, Andrei A. Zhdanov, dirigente del PCUS, en Leningrado, desde el asesinato de Serguei Kírov, en 1934, llegando al puesto de tercer secretario del partido, además, de Presidente del Soviet Supremo de la Federación Rusa (1938), Soviet de la Unión (1946-1947) y, más tarde, el alto representante soviético en el Buró de Información (Cominform, 1947). Su doctrina cultural el ‘zhdanovismo’, se dirigió contra los compositores Dmitri Shostakóvich, Serguéi Prokófiev, Aram Jachaturián, el cineasta Serguéi Eisenstein, entre otros artistas e intelectuales rusos-soviéticos. En 1943, reforzó la idea del ´prolekulturt´, coadyuvando a la paralización de la historia de la filosofía. En 1947, Zhdanov hizo público su trabajo, “El frente ideológico y la cultura”, reforzando el esquema enunciado, y declarándose contra la ciencia y la cultura universal por considerarlas ‘burguesas’. También fue co-artífice, luego de la Segunda Guerra Mundial, del enunciado sobre los dos bloques, ‘doctrina geopolítica zhadonivista’: el imperialista y el antimperialista, encabezados por EE.UU. y la URSS, respectiva y contrariamente, al contraponer y rechazar el ‘Plan Marshall’ y la ‘Doctrina Truman’. Como dirigente del Cominform, azuzó la controversia entre la Liga de los Comunistas de Yugoslavia y el PCUS, en conjunto con los demás partidos comunistas miembros: Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Yugoslavia, Bulgaria, Polonia, Italia y Francia, logrando la expulsión de los yugoslavos del movimiento comunista internacional, en 1948, acusándolos de ‘fascistas’, por no admitir estos la copia el modelo socioeconómico y político soviético.
[15] Vladimir I. Lenin (1975) La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Obras Escogidas, en tres tomos, T. III, Editorial Progreso, Moscú, 1975, p. 397.
[16] Algunos dirigentes y miembros de los comités centrales de los PC europeos fueron sometidos a las persecuciones y castigos estalinistas, especialmente, de los partidos socialdemócratas y comunistas húngaros, polacos, estonianos y de otras nacionalidades. La revista Internacional Comunista, órgano de la IC, publicó en febrero de 1938, la “Carta de Varsovia”, la cual planteaba que ese partido estaba ‘plagado de provocadores de la policía política’. Ante esa “acusación” se comunicó a estos, algunos de ellos luchadores en la Guerra Civil Española, que se disolvía su partido. Jorge Dimitrov, a la sazón dirigente de la Internacional Comunista, trató de salvar la situación pero la mayoría fue arrestada, y algunos ejecutados. Roy A. Medvédev (1989) Let History Judge: The Origins and Consequences of Stalinism (“Que juzgue la historia: Los orígenes y consecuencias del estalinismo”), Columbia University Press, Nueva York.
[17] Nombres Rehabilitados (1989), Editorial de la Agencia de Prensa Novosti, Moscú.
[18] El líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, afirmó que fueron castigados más de 36 mil oficiales: “(...) Stalin purgó a 3 de los 5 Mariscales, [uno de ellos fusilado, añadimos nosotros] 13 de los 15 Comandantes de Ejército, 8 de los 9 Almirantes, 50 de los 57 Generales de Cuerpo de Ejército, 154 de los 186 Generales de División, el ciento por ciento de los Comisarios de Ejército y 25 de los 28 Comisarios de los Cuerpos de Ejército de la Unión Soviética, en los años que precedieron a la Gran Guerra Patria”. Fidel Castro Ruz (2008) Reflexiones del Comandante en Jefe, Lula (II parte), en periódico Granma, Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, La Habana, 23 de enero, pp. 1-3.
[19] [19] Bernardo M. Ruiz del Pino (2013) “La ideología del descalabro: crítica a la racionalidad pequeño burguesa del modelo estalinista de socialismo”, tesis de defensa para la obtención del doctorado en ciencias filosóficas, Instituto Técnico Militar “José Martí, 7 de noviembre. Inédita.
[20] El politólogo Michael A. Lebowitz, expone sobre la ‘economía de escasez crónica’; la reproducción de la lógica del capital ante las deficiencias de organización y autogestión democrática socialista de los trabajadores en las relaciones sociales de producción (distribución-consumo); los déficit democráticos de los Soviets, la confusión entre estatización y socialización, y del sistema de propiedad-gestión; la sustitución de la clase obrera, y el pueblo general, por una visión errónea del papel de la vanguardia política; la planificación-centralización excesiva del Estado y el aumento de la burocracia-tecnocracia estatal y partidista; el choque entre intereses colectivos e individuales, el poco control del mercado en la economía por la regulación popular, etc. Michael A. Lebowitz (2015) Las contradicciones del “socialismo real. El dirigente y los dirigidos, Ruth Casa Editorial, Insituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana.
[21] Frances Stonor Saunders (2003) La CIA y la guerra fría cultural, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana; Eliades Acosta Matos (2005) El Apocalipsis según San George (2005) Casa Editora Abril, La Habana; Siglo XX: Intelectuales Militantes, (2007), Ídem.; Imperialismo del siglo XXI: Las Guerras Culturales (2009), Ídem.
[22] István Mészáros (2002) La teoría económica y la política: más allá del capital, Rebelión, www.rebelión.org, 26 de diciembre.