En marzo la variación interanual del Índice de Precios al Consumidor (IPC) fue de 46,42. Es probable que la “sensación térmica” sobre este indicador para las y los cubanos pueda ser incluso más extrema.
En ese mismo mes, la variación interanual del índice de precios correspondientes a los productos alimenticios alcanzó 75,07, la más alta de todas las divisiones de productos y servicios establecida por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información.
Si se atiende al comportamiento del índice en las otras divisiones resulta evidente que los precios de los alimentos han sido decisivos en la variación del IPC general.
Lograr mayor producción y oferta de alimentos parece ser una condición necesaria para avanzar en la estabilización macroeconómica. Aun cuando casi resulta una verdad de Perogrullo, pareciera que vale la pena repetirlo una y otra vez.
El avance del programa de estabilización macroeconómica, garantía teórica de la reducción y control de la inflación, sólo tendrá éxito si se abordan sus diferentes causas, en las que muchos economistas cubanos coinciden: shock de oferta, shock de demanda, sobredimensionamiento del aparato burocrático del Estado, manejo fiscal y otros varios identificados y explicados en múltiples ocasiones.
No se puede sostener un programa de estabilización que no logre controlar la inflación, que no promueva el incremento de la oferta, que no permita recuperar capacidades productivas ociosas, que no logre mayor eficacia en las inversiones y mejore la eficiencia de su ejecución, que no promueva, facilite e incentive un tejido económico cada vez más complementario con el consiguiente mejoramiento de la eficiencia sistémica y que logre flujos de inversión extranjera que compensen la restricción financiera externa que ha padecido el país por décadas.
El shock de oferta opera como una lanzadera que multiplica la espiral inflacionaria y hace crecer la incertidumbre. Pero si atendemos a la estructura del gasto de la familia cubana entonces, habría que enfocarse en esa parte de la oferta que está constituida por los alimentos.
Por eso uno de los vectores de esa dirección principal es la producción de alimentos. Es algo que todos los cubanos constatamos, incluso aquellos que, por diversas razones, padecen menos ese flagelo que es la escasez perpetua y las colas, todos los días y todos los minutos.
Quizás bastaría con eso, pero también existe una abundancia de datos que nos permiten corroborarlo y, sobre todo, entender esa rara experiencia de constatar año tras año la perpetuidad de lo provisional.
Es cierto que la oferta de alimentos en Cuba nunca ha satisfecho la demanda efectiva aun cuando haya permitido cubrir por varios años las exigencias nutricionales que los organismos internacionales indican.
La producción de alimentos es la parte más sensible de la oferta. Ha tenido una tendencia a la disminución sostenida desde hace varios años.
En las producciones agropecuarias lo planificado para el 2023, aun cuando supera a lo estimado para 2022, dista significativamente de lo alcanzado en 2019, prácticamente en todos los rubros decisivos:
Al menos una parte del comportamiento de los precios de esos productos se explica por ese negativo sostenido de la producción nacional.
Mientras la producción industrial de alimentos combina los déficits de la producción agropecuaria nacional y las limitaciones de la importación.
Ello ilustra el shock de oferta pero sobre todo habla de los déficits físicos acumulados y de la magnitud del esfuerzo que se debe hacer en términos de inversión e insumos para romper la tendencia a la disminución sistemática de las producción industrial de alimentos. No es corregir el comportamiento de un año.
Priorizar la oferta de alimentos debe pasar por la producción agropecuaria. Y para ello se necesita entre otros aspectos:Garantizar niveles de inversión adecuados en tecnologías que permitan incrementar los rendimientos y suplir el déficit de fuerza de trabajo. La inversión en el sector agropecuario solo alcanzó el 2,78% de la inversión total realizada entre el 2017 y el 2021.
Destinar recursos a elevar la producción/importación de insumos imprescindibles (fertilizantes, herbicidas, pesticidas) por ejemplo de 315 mil toneladas de fertilizantes planificadas en el 2022 solo se entregaron 30 200 toneladas.
Facilitar el acceso del sector campesino a esos recursos (créditos, anticipos, pagos sin demoras).
Acelerar la entrega de tierras ociosas a usufructuarios, Mpymes y cooperativas. Al cierre del 2022 permanecían ociosas 217 477 hectáreas y la demora en la tramitación de expedientes es parte del problema.
Hacer cumplir lo dispuesto en la legislación respecto a mantener tierras sin cultivar.
Hacer más flexibles y ágiles los procesos de negociación con inversión extranjera.
Sería muy útil revisar esas 63 medidas y sus más de 500 acciones aprobadas hace ya más de un año y concentrarlas en unas pocas que acerquen al sector de forma más rápida a la dirección estratégica definida por la dirección del país.
Ocurre que producir agroalimentos requiere, además, tiempo. No se recupera en meses un sector tan dañado.
La otra alternativa para incrementar la oferta de alimentos es la importación. El comportamiento de las importaciones de estos productos ha sido el siguiente:
Las cifras del 2022 aun no son públicas. Para el año 2023 se han destinado 1 648 millones de dólares para importar alimentos que respaldan lo que llamamos “canasta básica”. Esto es, alrededor del 80 % de lo destinado en el 2021, con precios más altos que reducen la capacidad de compra en, al menos, 227 millones de dólares.
Aunar esfuerzos resulta imprescindible. Todo lo que se haga en su favor, incluso lo más modesto, cuenta. Y en ese esfuerzo aprovechar mejor las potencialidades del sector no estatal parece más que necesario, estratégico.
Ir de la consigna a los resultados porque el tiempo sigue siendo el recurso más escaso y el estómago el más sensible de todos los órganos del cuerpo humano. Y porque lo provisional —las colas— no sean perpetuas.