Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

martes, 27 de abril de 2021

Dueños colectivos o copropietarios de los medios de producción

 Por Rafael Alhama Belamaric

Dias atrás escribí: “Efectivamente, se puede estremecer el sistema empresarial, pero sin revolucionar, y sin embargo, necesita cambios radicales. Debía haber sido una evolución por los cambios sociales y de estructuras de poder producidos hace medio siglo y más, con continuos seguimientos, investigaciones y propuestas a lo largo de todo ese tiempo, acompañando desde la institucionalización  en la década del 70, pasando por correcciones y ajustes de los años 80, las nuevas formas organizativas y el perfeccionamiento empresarial de los años 90, hasta propuestas más radicales y urgentes en el último decenio.“ (Burocracia y burocratismo, relaciones de autoridad formal ...https://www.nodo50.org › alhama_301109)

 Esos decenios han visto una y otra vez, experimentos y experiencias, vinculados sea a problemas concretos o más generales, todos complejos y complicados, y propuestas definidas, ya sea a la organización del trabajo (1976), a la empresa estatal como sistema(1989), al perfeccionamiento empresarial como proceso (1998), o al colectivo laboral y al productor directo y su lugar dentro de la empresa o unidad presupuestada, ejerciendo de realizador directo o (co)propietario social  en los diferentes experimentos y experiencias poco conocidas y divulgadas en las décadas del 80 y 90, así como en las discusiones y propuestas de los grupos de trabajo de propiedad y colectivos laborales que respondían a los Lineamientos. 

Como agua pasada, no molieron molinos, también se perdieron estas oportunidades preciadas. Y como no hay dos momentos iguales en el tiempo, hay que recordar, una vez más, de qué se trata cuando se quiere llevar a cabo en la práctica “la propiedad de todo el pueblo” como base del poder real de los trabajadores, de los cuales dimana en gran parte el poder del Estado. (Sociedad, política, Estado, gobierno - https://cubayeconomia.blogspot.com › 2021/04 › socie...) 

Es un llamado de Miguel Díaz Canel Bermúdez, Presidente de la República y Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba “la representación efectiva y la participación de la sociedad en los procesos económicos y sociales en curso“. Es un legado del I Congreso del Partido Comunista de Cuba, que entre sus Tesis y Resoluciones apuntaba: “Crear condiciones para que la administración de las empresa actúe con plena conciencia de su papel como parte del colectivo de trabajadores, como representantes de la sociedad....“. Es parte de la profunda revolución social, explicando en aquel propio documento el carácter de la Revolución Cubana, y “el elemento decisivo y definitorio de este proceso es la cuestión de quiénes lo dirigen, en manos de qué clase se encuentra el poder político“.

Nunca suficiente profundización de las causas de los problemas, y urgidos de buscar soluciones particulares a especificidades, se van posponiendo una y otra vez los problemas más generales, pero de esencia, como estos vinculados a la propiedad y a la empresa socialista de“propiedad estatal“.

La Empresa socialista, sólo puede ser más socialista en la medida en que se socializan los procesos que en ella y con ella se desarrollan. Y será más socialista mientras el Estado y sus estructuras administrativas se hagan menos burocráticas, y más cercanas a los productores directos a través de la socialización de los procesos de dirección.Es la única manera en que el Estado de trabajadores represente al pueblo, no sólo como dueño colectivo de los medios de producción, sino en las estructuras políticas de toma de decisiones sobre todos los procesos sociales y económicos, y en interelación con todas las formas de propiedad y gestión.

Por tanto, el título del presente, es pregunta abierta y problema sobre una cuestión fundamental. Tiene relación no sólo con la propiedad y como se ejerce, sino con la propia concepción de la propiedad en la etapa de transformación socialista de la sociedad, por lo tanto, con la propia concepción de la Sociedad, de las interelaciones humanas, la existencia y desarrollo de los grupos sociales; con la Política y las estructuras políticas de cómo se toman las decisiones, por tanto, también con el Estado, como institución organizada, que a la vez organiza y permite la realización de las acciones políticas, y económicas, en función del bien común. Como éstas categorías se interelacionan, y la Sociedad pasa de un estado cualitativo a otro, se supone, y es planteamiento de base de la sociedad socialista (comunista) que todas deben estar en proceso de transformaciones más o menos profundas de acuerdo a las exigencias de la Sociedad nueva que se transforma.

Y, de entrada, hay que subrayar otra vez que los “dueños colectivos“ no están sólo vinculados en estas nuevas relaciones de la nueva sociedad a los medios de producción, sino tambien estarían presentes en la realización de las nuevas relaciones políticas y las instituciones estatales, que deberían reorganizarse en sus megaestructuras.

Lamentablemente, los hechos histórico concretos y las experiencias del pasado reciente, y del presente, han marcado no sólo un alejamiento de los desarrollos teóricos y conceptuales existentes, que daban y exigían nuevos desarrollos, sino que se alejaban de la propia realidad y las necesidades de la Sociedad.

Es así que la propiedad, se estancó en su concepción sistémica, como de las formas, y sobre todo en la realización de la propiedad, acorde a la concepción abrazada acerca del Estado y la Política, que fue alejando cada vez más al productor directo (asociado mañana) de su trabajo, de los resultados de su trabajo, y de las interelaciones  entre los propios productores. Se constituyó, a partir de las bases e ideologías establecidas en los estados “modernos“ de finales del siglo XIX, de sociedades de clases, en un Estado monopólico, omnipotente y omnipresente, en todas y cada una de las acciones y procesos de la vida cotidiana.

En esta misma medida se alejaba la imprescindible socialización de los medios de producción, fundamentales y no fundamentales, en una sociedad de transformaciones de las estructuras y de las relaciones, en la cual, sin clases, todos deben tener voz y voto en los procesos y decisiones más importantes políticas, económicas y sociales.

Recuerdo, hace ya muchos años, una discusión amigable pero encendida, después de una velada de homenaje den la asociación de economístas, entre los desaparecidos colegas y amigos Alfredo González y Evelio Vilariño, que habría de durar hasta la medianoche. Ya el resto de los presentes se había retirado poco a poco, y me quedé yo como el tercero. Me interesaba a qué conclusiones llegarían. No las hubo, y la partida quedó cero a cero. Ambos tenían argumentos sólidos, de si los trabajadores eran dueños o copropietarios, porque era la época en que se comenzaba a desarrollar el proceso de Perfeccionamiento Empresarial. Y si había un punto en común, era que este debía provocar una sacudida en y de la “empresa estatal“ , y para ello era necesario que se atendiera aquel proceso como un proceso no sólo como técnico-organizativo y económico-productivo, sino como social y político. Esa oportunidad se perdió.

Y no es que no existiera visión. Uno de los principios generales de las Bases Generales del Perfeccionamiento Empresarial (1998) decía:

“Para propiciar y desarrollar la mas amplia participación de todos los trabajadores y que se constituya en elemento de dirección y organización empresarial, el proceso de toma de decisiones debe utilizar el análisis y la discusión colectiva de los asuntos que se seleccionen, sobre la base de la más amplia información y la comunicación adecuada....“  

¿Asuntos que se seleccionen? ¿Quién los selecciona? Faltó voluntad, y preparación, y sobre todo transformaciones al exterior de la empresa, para que esta pudiera ganar realmente en autonomía, y junto con ella el colectivo laboral. Citando una vez más a Valdés Paz, J. es cierto que “La participación es un proceso social y político complejo....“ No es necesario reporoducir otra vez aquella discusión de los queridos amigos, si los trabajadores son dueños o copropietarios, si los de un centro de trabajo son más o menos dueños que los demás de los demás centros de trabajo.

La discusión no empieza, ni el problema tiene solución mejor, empezando por la pregunta si son propietarios o copropietarios los dueños colectivos, o si los medios de producción le pertenecen (posesión o como sea) más al COLECTIVO LABORAL de esa empresa o centro que al PROPIETARIO SOCIAL, es decir, el PUEBLO, QUE EL ESTADO REPRESENTA, por lo cual ha pasado a conceptuarse como „empresa estatal“, porque se ha considerado desde hace 100 años que era mejor o más conveniente así, sobre todo por las políticas sociales. 

Pero esa concepción fue alejando más y más al PRODUCTOR DIRECTO de las estrategias, de las decisiones de Estado, de los resultados del trabajo, separando en definitiva al Estado (de los trabajadores) del colectivo laboral de la empresa, o unidad presupuestada, no sólo por los niveles superiores de dirección que deciden por ellos, sino por las relaciones de subordinación que estos representan. Estas relaciones son también parte esencial de las relaciones políticas, que nada o poco se han tenuido en cuenta. Para acercar al “dueño colectivo“ a la empresa y las decisiones económicas, entre otras, es imprescindible la transformación de estas relaciones. Es imprescindible poner énfasis en la parte “socialista“ de la empresa estatal. Es decir, en el papel protagónico del productor directo en todos los niveles de dirección.

Pero, El ESTADO SOCIALISTA a imagen y semejanza del estado moderno capitalista se CONVIRTIÓ EN DUEÑO (de allí a todo un desarrollo del llamado capitalismo de Estado socialista, con capital que ciertamente sigue existiendo y un trabajador asalariado sin prácticamente participación alguna, ni en la producción, ni en los resultados, ni en la distribución ni el consumo, más allá de “oído el parecer“ o información a posteriori.)

La discusión y busqueda de soluciones y propuestas urgentes debe comenzar por la concepción de la POLÍTICA. ¿Qué lugar ocupa el trabajador en las relaciones y la estructura política de la Sociedad, que a su vez decide la actuación del Estado, que se supone en constante tranasformación, pero no para burocratizar las estructuras, lo que implica mas y mas niveles entre el nivel superior de gobierno, que “administra esos bienes en nombre del pueblo“ y los productores directo para que la PROPIEDAD ESTATAL SEA REALMENTE PROPIEDAD SOCIAL?. El centro del problemas radica en cómo se interpreta la propiedad estatal, COMO SISTEMA CON TODAS LAS RELACIONES ESTRUCTURALES, Y SU DIMENSIÓN POLÍTICA, SOCIAL Y ECONÓMICA. Si son las estructuras e instituciones centrales y directivas del Estado, con todos los niveles y ministerios los que deciden “en nombre del pueblo“, de los productores, o son los PRODUCTORES DIRECTOS. (asociados).

Un ejemplo de cómo se interpreta conceptualmente, y se lleva a hechos es lo ocurrido con la separación de las funciones empresariales y estatales hace unos años atrás. Después de largas discusiones, fue una vez más, un problema mal identificado, e INADECUADAMENTE resuelto. A imagen y semejanza de las corporaciones modernas capitalistas de  los años 30 del siglo pasado, cuando se separó el dueño, los accionistas, de los gestores de la empresa, precisamente para socializar la empresa capitalista, se le otorgó a la empresa unas funciones, pero el dueño  se quedó con las decisiones estratégicas, las más importantes, con lo cual se dió una visión y percepción de participación real. El Estado, ocupando el lugar de „dueño“ hizo lo mismo, dando unas funciones a la empresa, y con ello descentralizando, y quedándose con otras estratégicas.

 ¿Es eso realmente necesario o va a solucionar el problema existente, de la autonomía empresarial,  como parte del proceso de descentralización? En muy limitada medida, porque incluso mayores funciones a la empresa, no significa, mayor protagonismo del colectivo laboral de la empresa. Y ciertamente no significa mayor participación, ni de la empresa, ni del colectivo laboral, el hecho que no pueden participar ni decidir de las funciones estatales (dueño). Evidentemente, se entra en una gran contradicción.

EL COLECTIVO LABORAL  se quedó en el mismo lugar. La separación de funciones es una falsa solución. Se trata más bien de establecer y lograr una COOPERACIÓN ENTRE NIVELES DE DECISIÓN, Y LOS COLECTIVOS LABORALES DEBEN Y TIENEN QUE VER TAMBIÉN CON LAS DECISIONES ESTRATÉGICAS. Y eso, representa la dimensión social y política del colectivo laboral, que le posibilita y a la vez potencia la dimensión económica. EN EL SOCIALISMO, LAS DECISIONES, TANTO A NIVEL ESTATAL, ES DECIR, DE GOBIERNO, COMO A NIVEL EMPRESARIAL, DEBEN SER DE CARÁCTER PARTICIPATIVO. (https://cubayeconomia.blogspot.com › 2019/11 › neces..)

Cada medida para desarrollar la descentralización de las decisiones a nivel de empresa, con protagonismo decisorio de los trabajadores, debería implicar:

·       - mayor protagonismo decisorio del colectivo laboral como parte del colectivo de la empresa, y parte de la dirección de la empresa

·        - mayor protagonismo de la empresa en las decisiones estatales.

Un buen comienzo sería partir de algunos principios para el nuevo modelo de gestión empresarial, o de la Empresa Estatal Socialista, punto en discusión en el grupo de trabajo sobre Colectivos Laborales hace siete años atrás. Algunos incluso tuvieron un desarrollo prometedor en décadas anteriores, y habría que rescatarlos.

Uno de los Lineamientos aprobados es: “Fortalecer la gestión de los actores económicos, en especial la empresa estatal socialista como sujeto principal de la economía“. Por ello, es importante tener en cuenta que la empresa estatal socialista es un actor, y el colectivo laboral de la empresa es otro actor.

¿Porqué la participación social y política no se hace efectiva también a través de la participación de los trabajadores en los colectivos laborales? O, pudiera expresarse también así ¿porqué la participación de los colectivos laborales no tiene una expresión más amplia en la participación social y política?  

Si el Colectivo Laboral es “una comunidad de personas”, que están “unidad por una actividad conjunta” que, en el socialismo, podríamos decir por las “relaciones de producción socialistas”, una “unidad de objetivos e intereses”, por “mutua responsabilidad”, “ayuda mutua”, y que disponen de “órganos de dirección”, con mayor o menor autonomía, o autodirección que sería el caso de mayor autonomía; sería lo máspróximo a autogestión, un concepto que todavía causa dudas eincomprensiones.

Sin necesidad de entrar a explicar el contenido funcional del trabajo (socio-económico y técnico-organizativo), es imprescindible recordar que para Marx y Engels, la Propiedad se expresa (no es definición)  en: “las relaciones de los individuos entre sí, en lo tocante al material, el instrumento y el producto del trabajo”; más tarde hablarían del “productor asociado”, que es nueva cualidad de la propiedad social como premisa de la “verdadera propiedad individual”. 

Si el contenido técnico-organizativo puede estar más claro, al menos ha sido objeto de mayor tratamiento, el contenido socio-económico establece el vínculo entre el trabajo del individuo y de toda la sociedad, y este pasa por el colectivo laboral, porque refleja las “relaciones sociales de producción”, uno de los conceptos más complejos y profundos desarrollados por Marx y Engels, para las cuales se realiza el proceso laboral. ¿Como entonces separar el proceso laboral y el colectivo laboral, y las funciones del empresa-protagonismo colectivo laboral-Estado? ¿Cómo separar las relaciones sociales del colectivo laboral de las relaciones sociales de producción existentes?

(https://www.nodo50.org › cubasigloXXI › economia...colectivo laboral como sujeto...2019)

Separar el proceso de trabajo, el colectivo laboral y las relaciones sociales del colectivo laboral de quienes ejercen las funciones reales de propietario, es proseguir probablemente la tendencia de lo que ha venido ocurriendo. Es hacer disfuncionales las relaciones sociales del colectivo laboral, y en segunda, hacer disfuncionales las relaciones sociales de producción de la sociedad en construcción del socialismo.

 La consecución de este objetivo implica para el sujeto el cumplimiento de dos funciones: la primera, se refiere a la organización y dirección de la producción social, y la segunda, se relaciona con la apropiación, distribución y consumo de sus resultados. La consolidación del avance sustentable y sostenible del sistema de las fuerzas productivas, tiene que ser sobre la base de una posición cualitativamente superior del productor-dueńo colectivo socialista.

El proceso de participación real, “Sería un proceso en que se interceptan cuatro planos: el político-ideológico, con capacidad creciente para tomar decisiones propias y definir la estrategia de desarrollo propio; el económico-financiero, que permita la sustentabilidad del crecimiento y la ampliación de la base productiva; el científico-tecnológico, que permita realizar las modificaciones cualitativas de manera periódica y sistemática, de acuerdo con las posibilidades y necesidades, no sólo estructurales, con presiones superiores que obligan a cumplimientos formales en tiempo y según procedimientos preestablecidos para todos por igual; y el plano cultural-comportamental, como factor de identidad”. (“Dimensión social del Perfeccionamiento Empresarial, su connotación ideológica” en Participación Social en Cuba, Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana, 2004,). 

 

Cinco aspectos para entender la devaluación del peso cubano

By Pavel Vidal, Horizonte Cubano
Profesor de la Universidad Javeriana Cali y ex analista del Banco Central de Cuba

Por ahora los errores que se aprecian en el ordenamiento parecen ubicarse dentro del margen esperado, dado el tamaño de la devaluación y las características propias que la corrección de precios relativos tiene en Cuba.

April 26, 2021



La devaluación de la tasa de cambio oficial del peso cubano a partir del primero de enero de 2021 es la medida crucial de la reforma monetaria. Ello permite avanzar en la unificación cambiaria, facilita la salida del peso convertible (CUC) de circulación y genera un cambio de precios relativos que promueve la transparencia financiera y reorienta los incentivos económicos a favor de decisiones más eficientes en las familias, las empresas y el gobierno. Estos efectos se potencian con el aumento de los salarios, la rebaja de subsidios y las nuevas reformas estructurales que comienzan a ponerse en práctica.

Va a ser difícil obtener un aumento del salario real promedio en pesos en todo el sector empresarial, dado el traspaso de la devaluación hacia la inflación. Sin embargo, sí se podrían anticipar incrementos del salario real en las empresas estatales exportadoras beneficiadas por la devaluación, a partir de la distribución de utilidades. También podrían percibir un aumento de los ingresos reales los trabajadores en proyectos con inversión extranjera, así como los emprendimientos privados que triunfen dentro de los nuevos espacios que tendrán el trabajo por cuenta propia, la agricultura y la pequeña y mediana empresa.

El aumento de los salarios ya viene produciendo un incentivo al trabajo formal, lo cual implica un incremento de la tasa de participación laboral que en el largo plazo podría contribuir al crecimiento potencial de la economía. Una mayor formalización del mercado laboral serviría también para aumentar los recaudos impositivos y las contribuciones a la seguridad social, favoreciendo a las cuentas fiscales. La restructuración o cierre paulatino de las empresas estatales con balances negativos después de la devaluación, y la relocalización del capital humano y financiero en proyectos de mayor competitividad, impulsarían la productividad agregada de la economía. La inversión extranjera, por su parte, se ve incentivada al poder operar con menores costos laborales en dólares, y en mejores condiciones para medir los retornos y riesgos de sus proyectos e integrarse con el mercado doméstico.

Estos son algunos de los principales beneficios que se esperarían a partir de la devaluación del peso cubano en 2021. Algunos se manifestarían de forma más inmediata; otros tomarían más tiempo y requieren de un entorno macroeconómico más favorable para su materialización. También existen desequilibrios colaterales y riesgos que deberán atenderse para no perder la gobernanza del ajuste monetario, tales como la aceleración de la inflación, y la excesiva expansión del déficit fiscal y del crédito bancario.

Ahora bien, hay características particulares del sistema cambiario en Cuba y aspectos más específicos a tener en cuenta para entender mejor las implicaciones de la devaluación. Es imperativo poder comparar con los años 90, en los que también ocurrieron significativas fluctuaciones de la tasa de cambio.

Tabla 1. Devaluaciones del peso cubano: años 90 vs. 2021


*Promedio ponderado con un peso de 94% para la tasa de cambio oficial y 6% para la tasa de cambio paralela. Basado en Vidal, P. (2020): “Where the Cuban Economy Stands in Latin America: A New Measurement of Gross Domestic Product”, Cuban Studies, 49(1), 97-118.

En la Tabla 1 se resume la evolución que han presentado las dos principales tasas de cambio del peso cubano en la economía cubana. Por simplificación no se incluyen otras tasas de cambio que se han empleado, con valores intermedios, en determinadas operaciones de sectores económicos específicos.

Se aprecia que la tasa de cambio oficial es la que presenta la mayor corrección este año al romper la paridad con el dólar estadounidense y devaluarse 24 veces. Nótese que esta tasa de cambio oficial 1CUP:1USD no se ajustó a la realidad que sobrevino a la caída de la URSS. El gobierno cubano utilizó otros arreglos monetarios para enfrentar la crisis de los años 90: dolarización parcial, creación del CUC, tipos de cambios múltiples, control de cambio, asignación centralizada de divisas y dualidad en los circuitos monetarios.

Hasta el año 2020, la tasa de cambio oficial 1CUP:1USD se estuvo usando o estaba implícita en la mayoría de las operaciones del sector estatal y con inversión extranjera,[i] lo cual abarca alrededor del 94% del PIB, según lo que se puede estimar con los datos de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI). La tasa de cambio de paridad se empleaba o estaba implícita en:
  • Balances financieros, y cálculo de los costos y precios mayoristas de las empresas estatales.
  • Balances financieros de las organizaciones estatales y de gobierno.
  • Gastos e ingresos del presupuesto del estado.
  • Contabilidad de las cuentas nacionales como el PIB, la inversión agregada, el consumo agregado, entre otros.
  • Balance de las empresas con capital extranjero o con contratos de administración extranjera.

Havana Times


Por tanto, una parte destacada de las magnitudes financieras de este 94% de la economía cambia en sus valores absolutos en 2021. Pero más importante aún: cambia también en sus valores relativos, lo cual transfigura la foto del panorama económico cubano.

La otra tasa de cambio más relevante es la que se puede llamar “paralela” pues comenzó en el mercado informal a inicio de los años 90. Luego, con la creación de las casas de cambio del Estado (CADECA), se institucionalizó y comenzó a emplearse en las operaciones formales del sector privado y en el cambio de monedas que hacen los turistas y las familias --por ejemplo, para la conversión de las remesas personales de dólares a pesos.

Nótese que la tasa de cambio paralela sí presentó una significativa devaluación durante el llamado Período Especial, y que luego se revaluó hasta estabilizarse en un tipo de cambio fijo de 24 CUP:1 USD. Todo ello implicó en aquellos años importantes ajustes en las familias, en los mercados no estatales y en los emprendimientos privados que empezaban a desarrollarse con las reformas de aquel momento.



El primer aspecto a resaltar es el ajuste cambiario asimétrico que se ha producido en las dos fechas. En los años 90 se concentró en las familias y en los mercados y actividades del sector no estatal. En 2021 se concentra en el sector empresarial estatal o con inversión extranjera y en las organizaciones estatales y de gobierno. Claramente, hay múltiples vínculos entre todos los actores económicos, pero es importante reconocer dónde se localiza el epicentro de la corrección cambiaria en cada caso. Refleja que, dentro del sector productivo, son las empresas estatales y con inversión extranjera las que actualmente deben hacer más para adaptarse y maximizar los beneficios de la devaluación.

Otro dato que sobresale en la Tabla es la nueva depreciación que ocurre en 2021 en la tasa de cambio paralela hasta alrededor de 50CUP:1USD, tendencia que incluso comenzó antes del día cero. Como en los años 90, está siendo impulsada por operaciones en el mercado negro. Esta otra devaluación no institucionalizada de la tasa de cambio paralela no solo se puede asociar a la reforma monetaria de 2021, sino también a la recesión y a la crisis de balanza de pagos que enfrenta el país desde antes, en lo que influyen las mayores sanciones de la administración Trump y lo efectos de la pandemia. Debido fundamentalmente a la caída del turismo, hay mucho menos dólares para equilibrar (clear) el mercado cambiario informal.

De esta forma, se puede señalar un segundo aspecto esencial en relación con el ajuste cambiario de 2021. Con la reforma monetaria no se ha logrado producir una convergencia de todas las tasas de cambio de la economía. Si bien el gobierno unificó las tasas de cambio institucionales en 24CUP:1USD, en el mercado negro el dólar tiene un spread de 100% en relación con la tasa de cambio oficial unificada en 2021. Se trata de un spread significativo, pero nótese que es mucho menor que el de 9900% presentado en 1993 (entre 1CUP:1USD y 100CUP:1USD).



Una lección interesante de los años 90 es que este spread se acortó después de que se aplicaran las reformas de aquellos años, tanto estructurales como para reducir el déficit fiscal. Después de la apertura al turismo, a las remesas, a la inversión extranjera y al trabajo por cuenta propia --entre otras reformas--, y de la aplicación de las llamadas “medidas de saneamiento financiero” la tasa de cambio paralela se apreció un 70% en el período 1993-1995.

La tasa de cambio de 50CUP:1USD en el mercado negro refleja la escasez de bienes y de dólares, el exceso de moneda nacional en circulación y las expectativas sobre la evolución de la economía y las reformas. De cómo evolucionen estos factores dependerá el futuro de la tasa de cambio paralela.

No parece probable que el Banco Central decida en el corto plazo reducir esta brecha cambiaria con el mercado negro aplicando una segunda devaluación de la tasa de cambio oficial. Tal movida aceleraría aún más la inflación y añadiría confusión y desconfianza.

El Banco Central seguramente preferirá dar un tiempo para que el sistema empresarial estatal y no estatal, los diferentes mercados y la población procesen y se adapten al nuevo ordenamiento monetario. La espera también serviría para ganar un poco más en claridad sobre el futuro de la pandemia y la velocidad de recuperación de la economía, y ver cómo se manifiestan en el mercado paralelo de cambio.

Un tercer aspecto es que, en términos de la tasa de cambio promedio nominal de la economía, la devaluación de 2021 representa casi el doble de devaluación de inicios de los años 90. Como hay más de una tasa de cambio, es preferible tomar un promedio entre ellas (considerando su importancia relativa) para aproximar mejor el tamaño de la devaluación.

En la última columna de la Tabla 1 se estima la tasa de cambio promedio usando la participación que cada tasa de cambio tiene dentro del PIB. Se aprecia que en los años 90 la economía estuvo sujeta a una devaluación nominal de 5,6 veces de la tasa de cambio promedio, mientras que en 2021 la devaluación nominal es de 10,1 veces.

En términos de tasa de cambio real (descontando la inflación doméstica), en los años 90 la tasa de inflación superó la devaluación nominal y se produjo, por consiguiente, una apreciación de la tasa de cambio real en vez de una depreciación. Mientras la tasa de cambio nominal promedio se depreció 5,6 veces del año 1989 hasta 1993, los precios crecieron 9,8 veces. En 2021, en cambio, sí se esperaría una depreciación real de la tasa de cambio, es decir, que la inflación no anule el efecto de la tasa de cambio debido a que la tasa de cambio nominal promedio se depreció 10,1 veces y es probable que los precios aumenten alrededor de 6 veces (500%).[ii]



Lo anterior resultaría en una devaluación real de la moneda en el año 2021 que estaría alrededor del 70%. Por lo tanto, se deben anticipar muchos más efectos reales favorables en la economía como resultado del ajuste de la tasa de cambio en 2021 que los que se derivaron del ajuste de la tasa de cambio en los 90. El hecho de que se produzca un traspaso incompleto de la tasa de cambio a la inflación es lo que permite que se beneficien los exportadores, que aumente la competitividad de una parte del sector transable, y que se produzcan señales a favor de la eficiencia.

Un cuarto aspecto a considerar es que la devaluación de la tasa de cambio ha sido insuficiente, en este momento, para restablecer la convertibilidad del peso cubano. En el deteriorado entorno macroeconómico de 2021, y con muy pocos dólares entrando a la balanza de pagos, por ahora ni las empresas ni las personas naturales van a poder cambiar libremente en los bancos y en las casas de cambio los pesos cubanos en dólares u otras monedas internacionales. Solo las cuentas bancarias empresariales respaldadas con Certificados de Liquidez (CL, que ahora le están llamando simplemente “liquidez”) son convertibles y pueden emplearse para pagar importaciones y deudas internacionales.

Tal y como inicia la reforma monetaria, se han logrado unificar las monedas nacionales y las tasas de cambio oficiales, pero se mantiene el esquema económico dual, donde las empresas y ciudadanos con acceso a divisas mantienen una desproporcionada ventaja sobre los que no se conectan a estos flujos. Solo con un restablecimiento de la convertibilidad del peso cubano se podrá detener la expansión de la dolarización. Esto dependerá, en gran medida, de la velocidad de recuperación de la economía y de las exportaciones y de la superación de la crisis de balanza de pagos.


El quinto aspecto tiene que ver con entender que el ajuste cambiario actual viene a materializar pérdidas financieras que se habían estado acumulando durante varios años, pero que no quedaban visibles bajo el esquema de dos monedas nacionales y tasas de cambio fijas. La paridad con el dólar estadounidense, tanto del peso cubano como del peso convertible, se había ido distanciando cada vez más del valor de equilibrio de estas monedas. La pérdida de convertibilidad fue el síntoma más claro del desequilibrio.

Durante las últimas tres décadas la economía cubana estuvo sujeta a múltiples choques externos. Sin embargo, el Banco Central mantuvo inamovible el valor de las dos monedas nacionales. El control de cambio y el control sobre los movimientos de capitales, más otras regulaciones asociadas a una economía centralizada, permitieron alargar en el tiempo el ajuste en el valor de las monedas.

En el caso del peso cubano, su sobrevaloración se amplió desde el Período Especial. En el del peso convertible, fue algo que se fue gestando desde 2004 con la desdolarización y el abandono de la caja de conversión que lo respaldaba, y que luego se agudizó con la crisis financiera doméstica de 2008-2009, y más adelante con la crisis venezolana y el endurecimiento de las sanciones bajo la administración Trump.

Con la reforma monetaria de 2021 se están cambiando los incentivos económicos y creando nuevas oportunidades para el futuro, pero al mismo tiempo se está visibilizando una parte del costo financiero de los choques pasados (y también de malas decisiones) que habían estado ocultos bajo el sistema de dos monedas y tipos de cambio fijos y múltiples. Representa un choque de transparencia.


Cuando internacionalmente la mayoría de las economías funcionaba bajo diferentes tipos de regímenes de tipos de cambio fijo (bandas fijas o deslizantes, cajas de conversión, etc.), esos ajustes sucedían con mucha frecuencia. Por ejemplo, en América Latina se puede recordar a México (1994), Colombia (1999) o Argentina (2002). La actualización de un tipo de cambio fijo, tras un extenso período de acumulación de desequilibrios, trae consigo turbulencias financieras y cristaliza pérdidas para múltiples actores económicos. Cuba no es la excepción.

Durante el finalizado Octavo Congreso del Partido Comunista se hizo una crítica al diseño e implementación de la reforma monetaria. Es probable que, en retrospectiva, y contando con la información de estos primeros meses de su puesta en práctica, se identifiquen elementos para rectificar. Por ahora, los errores que se aprecian parecen ubicarse dentro del margen esperado a partir del tamaño de la devaluación y las características propias que tiene en Cuba la corrección de precios relativos.

Honestamente, en estos momentos cuesta trabajo poder discriminar, dentro todas las cosas malas que se aprecian en la economía, lo que corresponde a:
  • Errores de diseño de la reforma monetaria.
  • Las ineficiencias y problemas que la devaluación saca a la luz pública (choque de transparencia) y que los perjudicados tratarán de vincular a los supuestos errores de la reforma monetaria.
  • Lo que se debe a la crisis económica y sanitaria en el actual escenario.
  • Lo difícil que resulta fijar precios eficientes y que tributen al equilibrio sin la presencia de mercados competitivos. Esta es una cuestión que no podía cambiar la reforma monetaria, toda vez que se trata de una característica del modelo económico.
Es importante reiterar que, en una economía con un número mayor de actores económicos y mercados competitivos, la mayor parte del ajuste de los precios relativos después de una devaluación puede confiarse a las interacciones y contrapesos del sistema productivo. Pero dada la estructura monopólica y cerrada de donde parte el ajuste monetario cubano, es necesario que el Ministerio de Finanzas y Precios (MFP) imponga límites a los incrementos de precios en el sector estatal, aun cuando se trate de una situación subóptima.

Ninguna empresa va a renunciar a su poder monopólico para subir precios con tal de mantenerse a flote. Sin competencia, las empresas pueden llevar a un traspaso completo o mayor que 1 desde la devaluación a los precios finales, maximizar así su utilidad sin ninguna transformación productiva eficiente y aprovechar las nuevas regulaciones para poder pagar los salarios más altos posibles.

El MFP debe fijar decenas de precios, pero sin contar con información completa para modelar la diversidad de interacciones y efectos de segundo y tercer orden entre la tasa de cambio, los costos y los márgenes de utilidad. Y no es que el MFP esté empleando inteligencia artificial o complejos algoritmos para fijar los precios de equilibrio. Sus métodos son los de siempre: fijar precios a partir de los costos más un margen comercial, con alguna diferenciación por sectores y correcciones discrecionales a partir de la información y las presiones que se reciben desde la base empresarial. Tampoco tienen toda la capacidad y la información los entes territoriales hacia donde se intentan descentralizar algunos de los precios.

Si algún error se le puede asociar a la tarea ordenamiento monetario es haber subestimado lo difícil que resulta definir costos, precios y márgenes comerciales desde las oficinas en los ministerios, no importa cuántos viajes se hagan a las provincias y reuniones previas y posteriores se organicen con los implicados. Pero este es un error en el que ha estado inmersa la economía cubana durante décadas a partir de la resistencia de las élites políticas a introducir reformas de mercado y promover la competencia.

La configuración de vectores de precios que, efectivamente, reflejen la escasez relativa de recursos y otras informaciones relevantes para las industrias y los consumidores, quedó como una asignatura pendiente en los modelos de economías socialistas (command economies), cuestión que se exacerba en la Cuba de 2021 debido a la magnitud de la devaluación del peso cubano.

Citas

[i] Un grupo de empresas del estado o con participación extranjera operaban en peso convertibles; en estos casos, la tasa oficial 1CUP:1USD quedaba implícita dada la otra paridad oficial 1CUC:1USD. Dadas estas dos paridades oficiales, se obtiene un tipo de cambio oficial cruzado de 1CUP:1CUC, el cual ha sido empleado por el Banco Central en 2021 para la sustitución del peso convertible en algunas de las operaciones del sector empresarial estatal y en empresas con participación extranjera.

[ii] Ver panel junto con Ricardo Torres y Carmelo Mesa-Lago en la Asociación de Estudios Cubanos (ASCE) el 16 de febrero de 2021: https://www.youtube.com/watch?v=z8KP5u_uhdc&t=161s

¿Por qué no tendrás que sufrir para salvar el planeta ?


David Tanis hace hamburguesas con queso de búfalo y chile verde para su columna City Kitchen.Karsten Moran para The New York Times

Columnista de opinión

La Columna de hoy se trata de razones por las que los políticos de derecha creen que pueden mentir a sus partidarios sobre lo que está haciendo la administración Biden, especialmente, aunque no solo en lo que respecta a la política climática. Como dije, la línea republicana es que los demócratas se van a llevar todas las cosas buenas de la vida, cuando la realidad es que el equipo de Biden no está pidiendo ningún tipo de restricción seria del estilo de vida de los estadounidenses.

Pero, ¿por qué la actual administración imagina que podemos salvar el planeta sin hacer grandes sacrificios? Gran parte de la respuesta tiene que ver con las extraordinarias innovaciones en tecnología energética que han tenido lugar durante los últimos doce años, innovaciones que hacen que lograr una economía de bajas emisiones parezca un problema técnico de dificultad media en lugar de algo que requerirá cambios drásticos en la manera en que vivimos. Se ha reducido el coste de la electricidad procedente de la energía eólica 70 por ciento desde el 2009; el costo de la electricidad de los paneles solares ha caído un 89 por ciento.

Pensando en estos desarrollos, recordé algo que escribí en 2010, cuando los demócratas intentaban infructuosamente impulsar la legislación que creaba un sistema de tope y comercio para limitar las emisiones de carbono. Los costos económicos de tal sistema que los constructores de modelos estimaron en ese momento eran significativos, aunque lejos de destruir la economía. Pero sugerí que era una buena apuesta que los modelos exageraran los costos económicos de la acción climática, en gran parte porque no permitían la creatividad. De hecho, lo que obtuvimos fue una innovación que transformó toda la propuesta.

Ahora bien, no siempre se puede contar con la llegada de ese tipo de innovación. Un poco de autobiografía aquí: pasé el verano de 1973, entre mi tercer y último año en la universidad, trabajando como asistente de investigación de William Nordhaus, quien ideó una forma brillantemente innovadora de modelar futuros energéticos. (Más tarde ganó el Nobel en gran parte por su trabajo integrando modelos económicos y climáticos). Pasé la mayor parte de ese tiempo en la Biblioteca de Geología de Yale, reuniendo las mejores estimaciones disponibles de cuánto costarían las alternativas a los combustibles fósiles, el petróleo en particular; estas estimaciones fueron entradas cruciales en el modelo de Bill.

Desafortunadamente, durante las próximas décadas nos enteraríamos de que los ingenieros responsables de estas estimaciones eran tremendamente optimistas: los precios del petróleo subieron muy por encima de los niveles en los que se suponía que las alternativas como el petróleo de esquisto eran competitivas, pero los sustitutos seguían sin aparecer. Otro de mis maestros, Martin Weitzman- ¡Quién también debería haber ganado un Nobel! - bromeó diciendo que el costo de las alternativas al petróleo crudo siempre estuvo un 20 por ciento por encima del precio actual del crudo, cualquiera que sea ese precio. Solíamos llamarlo Ley de Weitzman.

La Ley de Weitzman no se rompió finalmente hasta alrededor de 2009, cuando primero el fracking, luego la energía renovable, experimentó una caída de los costos y un aumento en la producción.

Así que no podíamos haber contado con que la energía renovable se volviera tan barata tan rápido. Pero lo hizo. Las afirmaciones de los conservadores de que las políticas para reducir las emisiones matarían a la economía nunca tuvieron mucho sentido, pero cualquiera que haga esas afirmaciones ahora vive en una distorsión del tiempo, ignorando la forma en que ha cambiado el panorama energético.

La verdad es que con la tecnología actual podemos resolver la crisis climática sin grandes cambios en la forma en que vivimos. No, no tendremos que renunciar a la carne. Aunque ahora que lo mencionas, las alternativas a la carne se han vuelto inmensamente mejor en los últimos años, y si cree en el mostrador de comida del Times, lo cual debería, ¡puede ser la mejor parte del periódico! - el queso vegano se está poniendo en serio bien. La innovación no se trata solo de producción de energía.

En otras palabras, podemos comer, beber y divertirnos sin dejar de salvar el planeta. Disfrute de sus coles de Bruselas a la parrilla.

CHINA: TAN DISTANTE DEL IMPERIALISMO COMO DEL SUR GLOBAL

 Por Claudio Katz (1)

 El carácter imperialista de Estados Unidos es un dato indiscutible de la geopolítica contemporánea. La extensión de ese calificativo a China suscita, en cambio, apasionados debates.

Nuestro enfoque resalta la asimetría entre ambos contendientes, el perfil agresor de Washington y la reacción defensiva de Beijing. Mientras que la primera potencia busca restaurar su alicaída dominación mundial, el gigante asiático intenta sostener un crecimiento capitalista sin enfrentamientos externos. Afronta, además, serios límites históricos, políticos y culturales para intervenir con actos de fuerza a escala global. Por esas razones no integra actualmente el club de los imperios (Katz, 2021).

Esta caracterización contrasta con los enfoques que describen a China como una potencia imperial, depredadora o colonizadora. Define, además, cuál es el grado de eventual proximidad con ese status y qué condiciones debería reunir para situarse en ese plano.

Nuestra mirada también señala que China dejó atrás su vieja condición de país subdesarrollado e integra actualmente el núcleo de las economías centrales. Desde ese nuevo lugar captura grandes flujos de valor internacional y comanda una expansión que lucra con los recursos naturales provistos por la periferia. Por esa ubicación en la división internacional del trabajo no forma parte del Sur Global.

Nuestra visión comparte las distintas objeciones que se han planteado a la identificación de China como un nuevo imperialismo. Pero cuestiona la presentación del país como un actor meramente interesado en la cooperación, la mundialización inclusiva o la superación del subdesarrollo de sus socios.

Una revisión de todos los argumentos en debate contribuye a clarificar el complejo enigma contemporáneo del status internacional de China.

 

COMPARACIONES INADECUADAS

 Las tesis que postulan el total alineamiento imperial de China, atribuyen ese posicionamiento al giro pos-maoísta iniciado por Deng en los años 80. Estiman que ese viraje afianzó un modelo de capitalismo expansivo, que reúne todas las características del imperialismo. Observan en el sometimiento económico impuesto al continente africano una confirmación de esa conducta. Denuncian, además, que en esa región se repite la vieja opresión europea con hipócritas mascaradas retóricas (Turner, 2014: 65- 71).


Pero esta caracterización no toma en cuenta las significativas diferencias entre ambas situaciones. China no despacha tropas a los países africanos -como Francia- para convalidar sus negocios. Su única base militar en un neurálgico cruce comercial (Djibuti), contrasta con el enjambre de instalaciones que han montado Estados Unidos y Europa.

El gigante asiático evita involucrarse en los explosivos procesos políticos del continente negro y su participación en las “operaciones de paz de la ONU”, no define un status imperial. Incontables países manifiestamente ajenos a esa categoría (como Uruguay) aportan efectivos a las misiones de las Naciones Unidas.

La comparación de China con la trayectoria seguida por Alemania y Japón durante la primera mitad del siglo XX (Turner, 2014: 96-100) es igualmente discutible. No es un curso corroborado por los hechos. La nueva potencia oriental ha evitado transitar hasta ahora por el sendero belicista de esos antecesores. Logró un impresionante protagonismo económico internacional, aprovechando las ventajas competitivas que encontró en la globalización. No comparte la compulsión a la conquista territorial que aquejaba al capitalismo germano o nipón.

China desenvolvió en el siglo XXI formas de producción mundializadas que no existían en la centuria anterior. Esa novedad le otorgó un inédito margen para expandir su economía, con pautas de prudencia geopolítica inconcebibles en el pasado.

Las analogías erróneas se extienden también a lo ocurrido con la Unión Soviética. Se estima que China repite la misma implantación del capitalismo y la consiguiente sustitución del internacionalismo por el “social-imperialismo”. Esta modalidad es presentada como un anticipo de las políticas imperialistas convencionales (Turner, 2014:46-47).

Pero China no ha seguido la pauta de la URSS. Introdujo límites a la restauración económica capitalista y mantuvo el régimen político que se desmoronó en su vecino. Como acertadamente destaca un analista, toda la gestión de Xi Jinping ha estado guiada por la obsesión de evitar la desintegración padecida por la Unión Soviética (El Lince, 2020). Las diferencias se extienden en la actualidad al terreno militar externo. La nueva potencia asiática no consumó ninguna acción semejante a la desplegada por Moscú en Siria, Ucrania o Georgia. 

CRITERIOS ERRÓNEOS 

China es también situada en el bando imperial, a partir de evaluaciones inspiradas en un difundido texto del marxismo clásico (Lenin, 2006). Se afirma que la nueva potencia reúne las características económicas señaladas por ese libro. La gravitación de los capitales exportados, la magnitud de los monopolios y la incidencia de los grupos financieros confirmarían el status imperialista del país (Turner, 2014: 1-4, 25-31, 48-64).

Pero esos rasgos económicos no aportan parámetros suficientes para definir el lugar internacional de China en el siglo XXI. Ciertamente el creciente peso de los monopolios, los bancos o los capitales exportados acrecienta las rivalidades y las tensiones entre las potencias. Pero esos conflictos comerciales o financieros no explican las confrontaciones imperiales, ni definen el status específico de cada país en la dominación mundial.

Suiza, Holanda o Bélgica ocupan un lugar importante en el ranking internacional de la producción, el intercambio y el crédito, pero no cumplen un papel protagónico en el ámbito imperial. A su vez, Francia o Inglaterra juegan un rol destacado en este último terreno, que no deriva estrictamente de su primacía económica. Alemania y Japón son gigantes de la economía con intervenciones vedadas fuera de ese ámbito.

En el caso de China es mucho más singular. La preeminencia de los monopolios en su territorio sólo confirma la incidencia habitual de esos conglomerados en cualquier país. Lo mismo ocurre con la influencia de los capitales financieros, que gravitan menos que en otras economía de gran porte. A diferencia de sus competidores, el gigante asiático escaló posiciones en la globalización prescindiendo de la financiarización neoliberal. No mantiene, además, ninguna semejanza con el modelo bancario alemán de principio del siglo XX que estudió Lenin.

Es cierto que la exportación de capitales -señalada por el dirigente comunista como un dato descollante de su época- es una característica significativa de China en la actualidad. Pero esa influencia sólo ratifica la significativa conexión del gigante oriental con el capitalismo global.

Ninguna de las analogías con el sistema económico imperante en la centuria pasada contribuye a definir el status internacional de China. A lo sumo facilitan la comprensión de los cambios registrados en el funcionamiento del capitalismo. Lo sucedido en la geopolítica global se esclarece con otro tipo de reflexiones.

El imperialismo es una política de dominación ejercida por los poderosos del planeta a través de sus estados. No constituye una etapa perdurable o final del capitalismo. El escrito de Lenin clarifica lo ocurrido hace 100 años, pero no el curso de los acontecimientos recientes. Fue elaborado en un escenario muy distante de generalizadas guerras mundiales.

La atadura dogmática a ese libro induce a buscar forzadas semejanzas del conflicto actual entre Estados Unidos y China, con las conflagraciones de la Primera Guerra Mundial (Turner, 2014: 7-11). Se observa la principal pugna contemporánea como una mera repetición de las rivalidades interimperiales de entre-guerra.

Esa misma comparación es actualmente señalada para denunciar la militarización china del Mar Meridional. Se estima que Xi Jinping persigue los mismos propósitos que enmascaraba Alemania para apoderase de Europa Central, o que disfrazaba Japón para conquistar el sur del Pacífico. Pero se omite que la expansión económica de China se ha consumado, hasta ahora, sin disparar un sólo en tiro fuera de sus fronteras.

También se olvida que Lenin no pretendió elaborar una guía clasificatoria del imperialismo, basada en la madurez capitalista de cada potencia. Sólo subrayaba la catastrófica dimensión guerrera de su época, sin precisar las condiciones que debía reunir cada participante de ese conflicto para quedar ubicado en el universo imperial. Situaba, por ejemplo, a una potencia económicamente retrasada como Rusia dentro de ese grupo por su activo protagonismo en el desangre militar.

El análisis del imperialismo clásico que brindó Lenin es un acervo teórico de gran relevancia, pero el papel geopolítico de China en el siglo XXI se clarifica con otro instrumental.  

UN STATUS SÓLO POTENCIAL  

Las nociones marxistas básicas de capitalismo, socialismo, imperialismo o antiimperialismo no alcanzan para caracterizar la política exterior de China. Esos conceptos sólo aportan un punto de partida. Se necesitan nociones adicionales para dar cuenta del curso del país. La simple deducción de un status imperial de la conversión del gigante oriental en la “segunda economía del mundo” (Turner, 2014: 23-24), no permite dilucidar los enigmas en juego.

Más acertada es la búsqueda de conceptos que registren la coexistencia de una enorme expansión económica de China, con una gran distancia de la primacía estadounidense. La fórmula de “imperio en formación” intenta retratar ese lugar de gestación, aún alejado del predominio norteamericano.

Pero el contenido concreto de esa categoría es controvertido. Algunos pensadores le asignan un alcance más avanzado que embrionario. Entienden que la nueva potencia se encamina en forma acelerada a adoptar un comportamiento imperial corriente. Resaltan el giro introducido con la base militar de Djibuti, la construcción de islas artificiales en el mar meridional y la reconversión ofensiva de las fuerzas armadas.

Esa mirada postula que al cabo de varias décadas de intensa acumulación capitalista, la fase imperial ya comienza a madurar (Rousset, 2018). Esta evaluación se aproxima al típico contraste entre un polo imperial dominante (Estados Unidos) y otro imperial en ascenso (China) (Turner, 2014: 44-46).

Pero entre ambas potencias persisten diferencias cualitativas muy significativas.

Lo que distingue al gigante oriental de su par norteamericano no es el porcentual de maduración de un mismo modelo. Antes de embarcarse en las aventuras imperiales que desenvuelve su rival, China debería completar su propia restauración capitalista.

El término de “imperio en formación” podría ser valedero para indicar el carácter embrionario de esa gestación. Pero el concepto sólo cobraría otro sentido de creciente madurez, si China abandonara su actual estrategia defensiva. Esa tendencia está presente en el sector capitalista neoliberal con inversiones en el exterior y ambiciones expansivas. Pero el predominio de esa fracción requeriría doblegar al segmento opuesto, que privilegia el desenvolvimiento interno y preserva la modalidad actual del régimen político.

China es un imperio en formación tan sólo en términos potenciales. Gestiona el segundo producto bruto del planeta, es el primer fabricante de bienes industriales y recibe el mayor volumen de fondos del mundo. Pero esa gravitación económica no tiene correlato equivalente en la esfera geopolítico-militar que define el status imperial.  

TENDENCIAS IRRESUELTAS  

Otra evaluación considera que China reúne todas las características de una potencia capitalista, pero con un contorno imperial rezagado y no hegemónico. Describe el espectacular crecimiento de su economía, señalando los límites que enfrenta para alcanzar una posición ganadora en el mercado mundial. Detalla, además, las restricciones que afronta en el terreno tecnológico frente a los competidores occidentales.

De esa ambigua situación deduce la vigencia de un “estado capitalista dependiente con rasgos imperialistas”. La nueva potencia combinaría las restricciones de su autonomía (dependencia), con ambiciosos proyectos de expansión externa (imperialismo) (Chingo, 2021).

Pero el correcto registro de un lugar intermedio incluye en este caso un desacierto conceptual. Dependencia e imperialismo son dos nociones antagónicas que no pueden integrarse en una fórmula común. No están referidas -como centro-periferia- a dinámicas económicas de transferencia de valor o a jerarquías en la división internacional del trabajo. Por esa razón excluyen el tipo de mixturas que incorpora la semiperiferia.

La dependencia supone la vigencia de un Estado sometido a órdenes, exigencias o condicionamientos externos y el imperialismo implica todo lo contrario: supremacía internacional y alto grado de intervencionismo externo. No deberían entremezclarse en una misma fórmula. En China convive la ausencia de subordinación a otra potencia, con una gran cautela en la injerencia sobre otros países. No se verifica la dependencia, ni el imperialismo.

La caracterización de China como una potencia que completó su maduración capitalista -sin poder saltar al escalón siguiente de desarrollo imperial- supone que el primer curso no brinda soportes suficientes, para consumar avances hacia la dominación mundial. Pero ese razonamiento presenta como dos estadios de un mismo proceso, a un conjunto de acciones económicas y geopolítico-militares de distinto signo. Esa importante diferenciación es omitida.

Una mirada semejante de China como un modelo capitalista concluido -que navega en el escalón inferior del imperialismo- es expuesta por otro autor con dos conceptos auxiliares: capitalismo burocrático y dinámica subimperial (Au Loong Yu, 2018).

El primer término indica la fusión de la clase dominante con la elite gobernante y el segundo retrata una política acotada de expansión internacional. Pero como también se supone que el país actúa como una superpotencia (en competencia y colaboración con gigante estadounidense), el pasaje a la plenitud imperial es tan sólo observado como una cuestión de tiempo.

Esa evaluación subraya que China ha completado su transformación capitalista, sin explicar a qué obedecen las demoras en su conversión imperial. Todas las limitaciones que se exponen en este segundo terreno, podrían ser también señaladas en el primer campo.

Para evitar esos dilemas es más sencillo constatar que las continuadas insuficiencias de la restauración capitalista, explican las restricciones en la impronta imperial. Como la clase dominante no maneja los resortes del estado, debe aceptar la estrategia internacional cauta que propicia el Partido Comunista.

A diferencia de Estados Unidos, Inglaterra o Francia, los grandes capitalistas de China, no están acostumbrados a exigir la intervención político-militar de su estado, frente a la adversidad de un negocio. No tienen ninguna tradición de invasiones o golpes de estado, en países que nacionalizan empresas o suspenden el pago de la deuda. Nadie sabe con qué velocidad el estado chino adoptará (o no) esos hábitos imperialistas y no es correcto dar por consumada esa tendencia.  

¿DEPREDADORES Y COLONIZADORES?  

La presentación de China como una potencia imperial es frecuentemente ejemplificada con descripciones de su impactante presencia en América Latina. En algunos casos se postula que actúa en el Nuevo Mundo, con la misma lógica depredadora que implementó Gran Bretaña en el siglo XIX (Ramírez, 2020). En otras visiones se emiten alertas contra las bases militares que estaría construyendo en Argentina y Venezuela (Bustos, 2020).

Pero ninguna de estas caracterizaciones establece una comparación sólida con la apabullante injerencia de las embajadas estadounidenses. Ese tipo de intervención ilustra lo que significa un comportamiento imperial en la región. China se encuentra a una distancia kilométrica de esa intromisión. No es lo mismo lucrar con la venta de manufacturas y la compra de materias primas que enviar marines, entrenar gendarmes y financiar golpes de estado.

Más sensata (y discutible) es la presentación del gigante oriental como un “nuevo colonizador” de América Latina. En este caso se estima que el ascendente hegemón tiende a concertar con sus socios de la zona un Consenso de Commodities, semejante al forjado previamente por Estados Unidos. Ese entramado con Beijing complementaría el anudado por Washington y afianzaría la inserción internacional de la región como proveedora de insumos y adquiriente de productos elaborados (Svampa, 2013).

Este enfoque retrata acertadamente cómo la relación actual de América Latina con China profundiza la primarización de la región o su especialización en los renglones básicos de la actividad industrial. Beijing se perfila como el primer socio comercial del continente y usufructúa con los beneficios de ese nuevo lugar.

En cambio América Latina ha quedado seriamente afectada por transferencias de valor a favor de la poderosa economía asiática. No ocupa el lugar privilegiado que China le asigna a África, ni es un área de relocalización fabril como el Sudeste Asiático. El Nuevo Continente es cortejado por la dimensión de sus recursos naturales. El esquema actual de aprovisionamiento petrolero, minero y agrícola es muy favorable a Beijing.

Pero este aprovechamiento económico no es sinónimo de dominación imperial o incursión colonial. Este último concepto se aplica por ejemplo a Israel, que ocupa territorios ajenos, desplaza la población local y se apodera de las riquezas palestinas.

La emigración china no cumple un papel semejante. Está dispersa en todos los rincones del planeta, con una significativa especialización en el comercio minorista. Su desenvolvimiento no está teledirigido por Beijing, ni obedece a proyectos subyacentes de conquista global. Un segmento de la población china simplemente emigra, en estricta correspondencia con los desplazamientos contemporáneos de la fuerza de trabajo.

China ha consolidado un comercio desigual con América Latina, pero sin consumar la geopolítica imperial que continúa representada por la presencia de los marines, la DEA, el Plan Colombia y la IV Flota. La misma función cumple el lawfare o los golpes de estado.

Quiénes desconocen esta diferencia suelen denunciar por igual a China y Estados Unidos como potencias agresoras. Sitúan a los dos contendientes en un mismo plano y remarcan su prescindencia en ese conflicto.

Pero ese neutralismo omite quién es el principal responsable de las tensiones que sacuden al planeta. Ignora que Estados Unidos envía buques de guerra a la costa de su rival y sube el tono de las acusaciones para generar un clima de crecientes conflictos.

Las consecuencias de ese posicionamiento son especialmente graves para América Latina, que arrastra un tormentoso historial de intervenciones estadounidenses. Al equiparar esa trayectoria con un comportamiento equivalente de China en el futuro, se confunden realidades con eventualidades. Se desconoce, además, el rol de potencial contrapeso a la dominación estadounidense que podría desenvolver la potencia asiática, en una dinámica de emancipación latinoamericana.

Por otra parte, los discursos que colocan a China y a Estados Unidos en un mismo plano son permeables a la ideología anticomunista de la derecha. Esas diatribas reflejan la combinación de temor e incomprensión, que predomina en todos los análisis convencionales del gigante oriental.

Los voceros latinoamericanos de ese relato suelen incluir andanadas simultáneas contra el “totalitarismo” chino y el “populismo” regional. Con el viejo lenguaje de la guerra fría advierten la peligrosa función de Cuba o Venezuela, como peones de una próxima captura asiática de todo el hemisferio. La chinofobia incentiva disparates de toda índole.  

ALEJADA DEL SUR GLOBAL

 Los enfoques que acertadamente rechazan la tipificación de China como una potencia imperialista incluyen muchos matices y diferencias. Un amplio espectro de analistas -que correctamente objeta la clasificación del coloso oriental en el bando de los dominadores- suele deducir de ese registro la ubicación del país en el Sur Global.


Esa mirada confunde la geopolítica defensiva en el conflicto con Estados Unidos, con la pertenencia al segmento de naciones económicamente atrasadas y políticamente sometidas. China prescindió hasta ahora de las acciones que despliegan las potencias imperialistas, pero ese comportamiento no la ubica en la periferia, ni en el universo de las naciones dependientes.

El gigante asiático se ha diferenciado incluso del nuevo grupo de “emergentes” para actuar como un nuevo centro de la economía global. Basta con notar que exportaba menos del 1 % de las manufacturas totales en 1990 y en la actualidad genera 24,4 % del valor agregado industrial (Mercatante, 2020). China absorbe plusvalía a través de firmas localizadas en el exterior y lucra con el abastecimiento de materias primas.


En este marco consumó su ascenso al podio de las economías avanzadas. Quiénes continúan identificando al país con el conglomerado del Tercer Mundo desconocen esa monumental transformación.

Algunos autores mantienen la vieja imagen de China como un ámbito de inversión de empresas multinacionales, que explotan la numerosa fuerza de trabajo oriental para transferir luego sus ganancias a Estados Unidos o Europa (King, 2014).

Ese drenaje efectivamente estuvo presente en el despegue de la nueva potencia y persiste en ciertos segmentos de la actividad productiva. Pero China logró su impresionante crecimiento en las últimas décadas reteniendo el grueso de ese excedente.

En la actualidad, la masa de fondos capturados a través del comercio y las inversiones externas es muy superior a los flujos inversos. Basta observar el monto del superávit comercial o las acreencias financieras para mensurar ese resultado. China ha dejado atrás los principales rasgos de una economía subdesarrollada.

Los estudiosos que postulan la continuidad de esa condición tienden a relativizar el desarrollo de las últimas décadas. Suelen destacar rasgos de atraso que han pasado a segundo plano. Los desequilibrios que afronta China provienen de sobre-inversiones y procesos de superproducción o sobreacumulación. Debe lidiar con las contradicciones propias de una economía desarrollada.

El gigante oriental no padece los típicos ahogos que agobian a los países dependientes. Está exenta del desbalance comercial, la carencia tecnológica, la escasez de inversiones o la asfixia del poder adquisitivo. Ningún dato de la realidad china sugiere que su impactante poderío económico constituya una mera ficción estadística.

La nueva potencia ha escalado en la estructura económica mundial. No es correcto situarla en un lugar semejante a las viejas periferias agrícolas, subordinadas a las industrias metropolitanas (King, 2014). Esa inserción corresponde en la actualidad al enorme ramillete de naciones africanas, latinoamericanas o asiáticas, que proveen los insumos básicos a la maquinaria fabril de Beijing.

China es periódicamente clasificada junto a Estados Unidos en el podio de un G 2, que define la agenda establecida por el G 7 de las grandes potencias. Esa evaluación es incompatible con la ubicación del país en el Sur Global. No podría desenvolver desde ese retraído ámbito, la batalla contra su rival norteamericano por el liderazgo de la revolución digital. Tampoco podría haber jugado el rol protagónico que exhibió durante la pandemia.

Al cabo de un acelerado desarrollo China ha quedado colocada en un sitio de economía acreedora, en potencial conflicto con sus clientes del Sur. Los indicios de esas tensiones son numerosos. El temor a la titularidad china de los activos que garantizan sus préstamos ha generado resistencias (o cancelaciones de proyectos) en Vietnam, Malasia, Myanmar o Tanzania (Hart-Landsbergs, 2018).

La controversia sobre el puerto de Hambantota en Sri Lanka ilustra ese típico dilema de un gran acreedor. El impago de una elevada deuda derivó en el 2017 en un arrendamiento por 99 años de esas instalaciones. A partir de esa experiencia, Malasia revisó sus convenios y cuestionó los acuerdos que localizan las mejores actividades laborales en territorio chino. Vietnam elevó una objeción semejante frente a la creación de una zona económica especial y las inversiones que involucran a Pakistán reavivan disputas de toda índole.

China comienza a lidiar con un status contrapuesto a cualquier pertenencia al Sur Global. A fines del 2018 se temió el eventual control chino del puerto de Mombasa, si Kenia incurría en suspensión de pagos de un pasivo (Alonso, 2019). El mismo temor comienza a emerger en otros países que arrastran elevados montos de compromisos de dudosa cobrabilidad (Yemen, Siria, Sierra Leona, Zimbabue) (Bradsher; Krauss, 2015).

 

MIRADAS INDULGENTES

 

Otra corriente de autores que registra el inédito papel actual de China elogia la convergencia con otros países y la virtuosa transición hacia un bloque multipolar.

Expone estos escenarios con simples descripciones de los desafíos que enfrenta el país para sostener su rumbo ascendente.

Pero esos venturosos retratos omiten que el afianzamiento del capitalismo acentúa en China todos los desequilibrios ya generados por las mercancías excedentes y los capitales sobrantes. Esas tensiones acentúan, a su vez, la desigualdad y el deterioro del medio ambiente. El desconocimiento de estas contradicciones, impide notar cómo la estrategia internacional defensiva de China es socavada por la presión competitiva que impone el capitalismo.

La presentación del país como “un imperio sin imperialismo” -que opera centrado en sí mismo- es un ejemplo de esas miradas condescendientes. Postula que la nueva potencia oriental desenvuelve un comportamiento internacional respetuoso, para no humillar a sus adversarios occidentales (Guigue, 2018). Pero olvida que esa convivencia no sólo es quebrantada por el acoso de Washington a Beijing. La vigencia en China de una economía crecientemente sometida a los principios del lucro y la explotación amplía ese conflicto.

Es cierto que el alcance actual del capitalismo está acotado por la presencia reguladora del estado y por las restricciones oficiales a la financiarización y el neoliberalismo. Pero el país ya padece los desajustes que impone un sistema de rivalidad y despojo.

La creencia que en el universo oriental rige una “economía de mercado” - cualitativamente diferenciada del capitalismo y ajena a las perturbaciones de ese régimen- es el perdurable equívoco que sembró un gran teórico del sistema mundial (Arrighi, 2007: cap 2). Esa interpretación omite que China no podrá sustraerse de las consecuencias del capitalismo si afianza la inconclusa restauración de ese sistema.

Otras visiones candorosas del desenvolvimiento actual suelen ponderar la política externa china de “mundialización inclusiva”. Destacan la tónica pacífica que caracteriza a una expansión basada en los negocios y asentada en principios de beneficios compartidos por todos los participantes. Esas presentaciones realzan también la “alianza intercivilizacional” que genera el nuevo enlace global de naciones y culturas.

¿Pero resulta posible forjar una “mundialización inclusiva” bajo el capitalismo?

¿Cómo podría plasmarse el principio de ganancias mutuas, en un sistema regido por la competencia y el lucro?

En los hechos, la globalización ha implicado dramáticas brechas entre ganadores y perdedores, con la consiguiente ampliación de la desigualdad. China no puede ofrecer remedios mágicos a esa adversidad. Al contrario, potencia sus consecuencias al ampliar su participación en procesos económicos regidos por la explotación y el beneficio.

Hasta ahora logró limitar los tormentosos efectos de esa dinámica, pero las clases dominantes y las elites neoliberales del país están empeñadas en romper todas las amarras. Presionan para embarcar a Beijing en las crecientes asimetrías que impone el capitalismo global. Cerrar los ojos ante esta tendencia implica un auto-ocultamiento de la realidad.


El propio gobierno chino alaba la globalización capitalista, exalta las cumbres de Davos y enaltece las virtudes del libre-comercio con vacuos elogios al universalismo.

Algunas versiones intentan conciliar esa reivindicación con los principios básicos de la doctrina socialista. Afirman que la Ruta de la Seda sintetiza las modalidades contemporáneas de expansión económica, que a mitad del siglo XIX ponderaba el Manifiesto Comunista.

Pero los críticos de esta insólita interpretación han recordado que Marx nunca aplaudió ese desenvolvimiento (Lin Chun, 2019). Por el contrario, denunció sus terribles consecuencias para las mayorías populares de todo el planeta. Con alquimias teóricas no se puede armonizar lo inconciliable. 

CONTROVERSIAS SOBRE LA COOPERACIÓN

 

Otra visión complaciente del curso actual subraya el componente de cooperación de la política externa china. Señala que ese país no es responsable de las desventuras padecidas por sus clientes de la periferia y destaca el carácter genuino de la inversión motorizada por Beijing. También recuerda que la pujanza exportadora se asienta en incrementos de la productividad, que por sí mismos no afectan a las economías relegadas (Lo Dic, 2016).

Pero esa idealización de los negocios omite el efecto objetivo del intercambio desigual, que signa todas las transacciones consumadas bajo la égida del capitalismo mundial. China captura excedentes de las economías subdesarrolladas por la propia dinámica de esas transacciones. Obtiene grandes lucros porque su productividad es superior a la media de esos clientes. Lo que se presenta en un tono ingenuo como un mérito peculiar de la potencia asiática, es el principio de generalizada desigualdad que impera bajo el capitalismo.

Al afirmar que “China no primariza” a sus socios de América Latina o África, se postula la exclusiva responsabilidad del sistema mundial en esa desventura. Se omite que la participación protagónica de la nueva potencia es un dato central del comercio internacional.

Sugerir que China “no tiene la culpa” de los efectos generales del capitalismo equivale a encubrir los beneficios que obtienen las clases dominantes de ese país. Esos sectores lucran con el ponderando aumento de la productividad (mediante mecanismos de explotación de los asalariados) y materializan esas ganancias en el intercambio con las economías retrasadas.

Cuando se elogia una expansión china “más asentada en la productividad que en la explotación” (Lo, Dic, 2018) se omite que ambos componentes retroalimentan el mismo proceso de apropiación del trabajo ajeno.

La contraposición entre la alabada productividad y la objetada explotación es propia de la teoría económica neoclásica. Esa concepción imagina la confluencia en el mercado de distintos “factores de producción”, omitiendo que todos esos componentes se asientan en la misma extracción de plusvalía. Esa expropiación es la única fuente real de todos los lucros.

La mera reivindicación del perfil productivo de China suele destacar también el contrapeso que ha introducido a la primacía internacional de la financiarización y del neoliberalismo (Lo Dic, 2018). Pero los límites interpuestos al primer proceso (corrientes internacionales de especulación), no diluyen el sostén brindado al segundo (atropellos de los capitalistas a los trabajadores).

La reintroducción del capitalismo en China ha sido el gran incentivo a la relocalización de las empresas y al consiguiente abaratamiento de la fuerza de trabajo. Ese viraje contribuyó a recomponer la tasa de ganancia en las últimas décadas. Para que el gigante asiático pudiera cumplir un rol efectivo de cooperación internacional debería adoptar estrategias internas y externas de reversión del capitalismo.

 

DISYUNTIVAS Y ESCENARIOS

China dejó atrás su antigua condición de territorio despedazado por las incursiones extranjeras. Ya no atraviesa por la dramática situación que afrontó en las últimas centurias. Confronta con el agresor norteamericano desde una condición muy alejada del desamparo imperante en la periferia. Los estrategas del Pentágono saben que no pueden tratar a su rival como a Panamá, Irak o Libia.

Pero ese afianzamiento de la soberanía ha empalmado con el abandono de las tradiciones antiimperialistas. El régimen pos-maoísta se alejó de la política internacional radicalizada que auspiciaba la Conferencia de Bandung y el Movimiento de los No Alineados. También sepultó cualquier gesto de solidaridad con las luchas populares en el mundo.

Ese viraje constituye la otra cara de su cautela geopolítica internacional. China evita conflictos con Estados Unidos, sin interferir en los atropellos que consuma Washington. La elite gobernante ha enterrado todos los resabios de simpatía con las resistencias al principal opresor del planeta.

Pero ese giro afronta los mismos límites que la restauración y el salto hacia un status internacional dominante. Está sujeto a la irresuelta disputa por el devenir interno del país. El rumbo capitalista que propician los neoliberales tiene consecuencias proimperialistas tan contundentes, como el curso antiimperialista que promueve la izquierda. El conflicto con Estados Unidos incidirá directamente en esas definiciones.

¿Cuáles son los escenarios que se avizoran en la pugna con el competidor norteamericano? La hipótesis de una distensión (y consiguiente reintegración de ambas potencias) ha quedado diluida. Los indicios de perdurable puja son abrumadores y desmienten los diagnósticos de asimilación de China al orden neoliberal como socio de Estados Unidos que postularon algunos autores (Hung, Ho-fung, 2015).

El contexto actual también disipa la expectativa en la gestación de una clase capitalista transnacional con integrantes chinos y estadounidenses. La elección asiática de un rumbo diferenciado del neoliberalismo no es la única razón de ese divorcio (Robinson, 2017). La asociación de “chinamerica” -previa a la crisis del 2008- tampoco incluía amalgamas entre clases dominantes o esbozos de surgimiento de un estado compartido.

En el corto plazo se verifica el contundente ascenso de China frente a un evidente retroceso de Estados Unidos. El gigante oriental está ganando la disputa en todos los terrenos y su reciente gestión de la pandemia confirmó ese resultado. Beijing logró controlar rápidamente el alcance de la infección, mientras Washington afrontó un desborde que ubicó al país en el tope de los fallecidos.

La potencia asiática también sobresalió por sus auxilios sanitarios internacionales, frente a un rival que exhibió un espeluznante egoísmo. La economía asiática ya retomó su elevada tasa de crecimiento, mientras que su contraparte americana está lidiando con un dudoso rebote del nivel de actividad. La derrota electoral de Trump coronó el fracaso de todos los operativos estadounidenses para doblegar a China.

Pero el escenario de mediano plazo es más incierto y los recursos militares, tecnológicos y financieros que conserva el imperialismo norteamericano, impiden anticipar quién saldrá airoso de la confrontación.

En términos generales se podrían concebir tres escenarios disímiles. Si Estados Unidos gana la pulseada podría comenzar a reconstituir su liderazgo imperial, subordinando a los socios asiáticos y europeos. Si por el contrario China logra triunfar con una estratega capitalista de libre-comercio, afianzaría su transformación en potencia imperial.

Pero una victoria del gigante oriental lograda en un contexto de rebeliones populares, modificaría por completo el escenario internacional. Ese triunfo podría inducir a China a retomar su posicionamiento antiimperialista en un proceso de renovación socialista. El perfil del imperialismo del siglo XXI se dirime en torno a esas tres posibilidades. 

20-4-2021

 

RESUMEN

 Las controversias sobre el status geopolítico de China se han intensificado. Su presentación como imperio se basa en erróneas analogías, que ignoran cómo la expansión productiva se combina con la prudencia geopolítica. El perfil imperial se define por acciones internacionales de dominación y no por parámetros económicos.

China incuba en forma sólo embrionaria los rasgos de un imperio en formación. Los límites de la restauración capitalista inciden sobre su inmadurez imperial. Lucra con la primarización de América Latina, pero se ubica lejos del intervencionismo estadounidense.

Las tensiones que genera el capitalismo en China son enmascaradas con miradas indulgentes, que desconocen la incompatibilidad de ese sistema con una mundialización inclusiva. Los negocios en curso contradicen las convocatorias a la cooperación. El país no forma parte del Sur Global. Afronta los desequilibrios de una economía desarrollada y las tensiones de un acreedor. Tres escenarios se avizoran en el mediano plazo.


1 Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

 

REFERENCIAS

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