A principios de septiembre una nota en el sitio Cubadebate denunció el acaparamiento de grandes cantidades de manzanas en una tienda muy conocida en la capital, La Puntilla. La denuncia, por su precisión y contundencia destapó un revuelo inusitado y ha vuelto a poner sobre el tapete el ya conocido tema de la escasez y la especulación que origina.
No se tienen detalles sobre el destino de la “codiciada” fruta, a saber, si el propósito era la reventa a un mayor precio o una central de suministro “mayorista” a clientes seleccionados como restaurantes y cafeterías; o incluso, uno de estos negocios específicamente.
Inmediatamente, diversas notas en medios nacionales y en la red no se ahorraron adjetivos para describir a los implicados, y la reprochable conducta que mostraron en su participación en el hecho.
Sin mayores detalles sobre lo acontecido, ya se ha informado que los responsables han sido llevados ante la justicia y el Ministerio del Comercio Interior (el ministerio cubano a cargo de la red minorista) adelantaba que a una lista de productos de primera necesidad que se expenden en las tiendas que venden en CUC le serían aplicadas restricciones cuantitativas en el acto de compra —léase una variante de racionamiento—.
En el momento en que se redactan estas líneas los implicados directos han recibido la sanción administrativa de separación definitiva de sus puestos en las entidades correspondientes.
Seamos oportunistas, en el buen sentido, y analicemos, a partir de este suceso, sus causas y la pertinencia de las respuestas que se han sucedido.
Primeramente, la escasez. Todos sabemos que es una de las características distintivas de la vida nacional. Para ser más exactos, ¿cuándo no ha habido escasez de uno u otro tipo en Cuba? De alguna forma, es una sentencia que nos acompaña por mucho tiempo. Cierto es que se hace más aguda de tanto en tanto, a raíz de algún choque coyuntural que afecta al precario equilibrio externo del país.
El hecho de que sea persistente tiene implicaciones. Los ciudadanos y los negocios (en los últimos 25 años) aprenden y desarrollan estrategias para lidiar con el fenómeno. ¿Quién no se ha visto en el cuestionable dilema de, por un lado, comprar en exceso para garantizar el suministro para las semanas siguientes o, por otro, pensar altruistamente y adquirir estrictamente lo necesario?
Ahora imaginen que 15 000 cubanos que pisaron una tienda el 9 de septiembre, compraron no una, sino dos o tres manzanas (una para el momento, y las demás para mañana o la merienda de tres días). En ese caso, habrían dejado sin 15 000 manzanas a los desafortunados que llegaron después, o al día siguiente.
El efecto es muy similar: la cantidad es insuficiente para atender toda la demanda (al precio fijado) y muchos no podrán adquirir el bien deseado. La diferencia estaría en que un pequeño grupo no lucraría a partir de la venta del producto escaso. Pero la escasez no se acaba por tener un precio más bajo. Ahora supongamos que un negocio oferte jugo de manzana natural a sus clientes. Hay dos alternativas, o renuncia a ofertar ese producto, o tiene que adquirirlo en grandes cantidades en la red minorista, la única disponible para ello.
Una compra en grandes cantidades es un procedimiento común en casi cualquier negocio, y termina siendo un acto criminal en nuestro contexto.
Más interesante aún. ¿La escasez es una cualidad intrínseca a modelos económicos como el cubano? La respuesta es sí, lamentablemente. Y por muchas razones. En primer lugar, ha sido ampliamente descrito que las economías de planificación central son sistemas donde la restricción fundamental es la oferta, esto es, en cualquier momento dado, la demanda se ubica generalmente por encima de la oferta de bienes y servicios específicos.
“La tiranía” de los productores se desprende de los pobres incentivos que existen para incrementar de forma eficiente y sostenida en el tiempo esa oferta, que enfrenta necesidades siempre insatisfechas de parte de los ciudadanos. El factor limitante por antonomasia en el caso cubano son las divisas, de las que depende no solo la importación de bienes de consumo sino también de insumos para la producción doméstica.
El modelo cubano, siendo de no mercado, no deja el desbalance de divisas en manos de un tipo de cambio —el precio de la moneda local en que se ajustaría para dar cuenta de ese desequilibrio—, sino que lo internaliza y crea un mecanismo de racionamiento de esa divisa —esto es la dualidad monetaria y multiplicidad cambiaria— para signar discrecionalmente las escasas divisas disponibles. El gobierno, valiéndose de una serie de mecanismos, determina qué agente recibe divisas.
Esto termina en una administración central de las divisas asignadas para importación. Dado que no suficientes hay que priorizar, y por ello muchas veces determinados bienes de consumo no ocupan los primeros lugares. Se entiende que leche o medicamentos ocupan la parte de arriba de la lista, mientras que las manzanas no estarán allí.
El hecho de que el acaparamiento de manzanas (hasta donde se sabe no son un artículo de primera necesidad, salvedad hecha de aquellos compatriotas que imitan los patrones alimentarios de países templados) genere una reacción de esta magnitud solo nos informa de cuánto hemos descendido.
No deja de ser llamativo que esto ocurra casi inmediatamente después de que se anunciara con bombos y platillos una nueva política de protección al consumidor. Y luego de tantos años de control interno, con un sinnúmero de decretos, resoluciones y demás.
La terca realidad es que los que tienen que aplicar estas regulaciones son ciudadanos.
En cualquier sociedad la gente tiende a dedicar tiempo y energía a aquellas actividades que sean lucrativas, entiéndase que le permitan generar ingresos suficientes para poder vivir. En nuestro caso hemos visto que siguiendo la racionalidad de que el sector privado sepultará lo que sea que es el modelo cubano actual, le hemos enviado a los ciudadanos en general, y a los jóvenes en particular, el maravilloso mensaje de “no pierdas tu tiempo con eso”, o lo que es lo mismo, busca tu vida de otra forma (léase: emigra o sustrae, o lucra con la escasez, o importa mercancía a través de contrabando de hormiga). Con el increíble colofón de seguir retrasando una salida para que la empresa estatal salga a flote. Frente a esa realidad, todos los controles serán burlados, una y otra vez.
Esa es la norma para el comportamiento de las personas (por lo menos para el 95% de ellas), el sacrificio patriótico y/o ideológico es un poderoso resorte, pero no puede ser usado permanentemente. Esto no intenta sugerir que comportamientos de este tipo deban ser aceptados, solo ponerlos en el contexto de la realidad donde se generan. La gente no nace acaparadora, o revendedora, se forman como tal. La respuesta no está solo en condenar moral y penalmente sus conductas, sino, fundamentalmente, en cambiar el entorno que las alimentó. De otra forma, los esfuerzos serán estériles. Una y otra vez.
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