I
Antes de expresar mi opinión sobre el siguiente tema, debo, nuevamente, curarme en salud. Es decir, prever el reproche que cierto elitismo le enrostra al ciudadano común si este se atreve a reflexionar sobre un tema de especialistas, o mejor, sobre los criterios que ciertos especialistas someten al escrutinio público.
Se comprende y acepta que el especialista en temas económicos, por ejemplo, tiene al menos tres tipos esenciales de lectores: sus congéneres del gremio, otros especialistas y los empresarios y políticos, y el público en general. Y en cada caso su lenguaje y argumentos deben adaptarse a las capacidades receptivas de cada destinatario. Y se comprende más fácilmente que los genios son escasos en cualquier rama del conocimiento: además del talento económico y filosófico alguien como Marx escribía con tal brillantez y claridad, que en grandes zonas de su obra muestra dotes de literato y, por lo tanto, en esos casos el mejor divulgador, para el gran público, suele ser el mismo autor.
Pero el ciudadano común con interés y posibilidades de hacerlo, puede (y debiera) estar interesado conocer y meditar en los resultados y propuestas de los conocedores de temas especializados. Y si de economía y su relación con la política se trata, con razón mayor. Sobre todo en estos tiempos de turbulencia mediática en que la intelectualidad orgánica y al servicio, conscientemente o no, de la cultura capitalista, tiene a mano medios de divulgación que con total inmediatez crea matrices y corrientes valorativas en que las aspiraciones socialistas, o meramente progresistas de las mayorías quedan en sus consideraciones tan mal paradas, desacreditadas, contribuyendo a sembrar convicciones que de modo indirecto, subliminalmente efectivo, repiten: no hay alternativa al mercado y sus leyes, el socialismo es inviable, el estado tiene que rendirse ante la existencia objetiva e inevitable de las leyes del mercado, la propiedad privada siempre ha existido y es más eficaz y eficiente que la propiedad social, y todos los ideologemas de esa guisa que todos conocemos.
En fin, el ciudadano común debería tener el deber cívico de esforzarse por entender lo más claramente que pueda, las reflexiones, las propuestas, los resultados de quienes se presentan en la sociedad como sus servidores en la esfera de la inteligencia. El destinatario del sabio no debe ser sólo el círculo de otros sabios. Para todos, ser cultos es la única manera de ser libres y… desatarse de las manipulaciones basadas en la ignorancia.
Pero en este caso de trata de la tarea mediática de un economista al que ya este ciudadano común le ha prestado atención. Y apúntese que fue el especializado economista, mediante un largo comentario y otros intercambios, el que primeramente le prestó inusitada atención al ciudadano común cuando a este último le publicaron un texto en un medio digital cubano.
Después, y mientras tanto, el ciudadano común de marras comprendió que las propuestas del economista eran lesivas para el proyecto socialista, constató que pertenecía a una plataforma o tanque de pensamiento (ya fenecido, por las causas no tan naturales de finiquitar su utilidad ante sus promotores), cuyo objetivo estratégico fuera propiciar un cambio de régimen y el pluripartidismo en Cuba, y finalmente constató que sus criterios de ciudadano común no especialista coincidían bastante con criterios de otros economistas cubanos. Entonces el ciudadano comprendió mejor, o reafirmó su convicción anterior: toda persona común que pueda hacerlo debería interesarse por qué y cómo piensan los intelectuales y especialistas que opinan e investigan sobre Cuba, su economía y su política.
Así pues, cuando se anunciaban las nuevas medidas económicas, y en especial el aumento salarial del sector presupuestado en Cuba, este lector común comenzó a esperar qué tenían que decir al respecto los economistas, pero aquellos, sobre todo, que venían subrayando con énfasis, entre otros criterios afines, que la propiedad privada, y hasta la privatización de algunos renglones y recursos de la economía cubana, eran el camino de la solución del desarrollo.
Y apareció casi de inmediato. Aquí no interesa el economista en cuestión, aunque las alusiones sean inevitables ya que hay que glosar ideas, sino los criterios, valoraciones y propuestas, que son representativos de otros, nucleados alrededor de los mismos medios informativos, o formados en la misma escuela de pensamiento y que pertenecen a esa plataforma de subversión neoliberal, o tangente con sus intereses y ópticas, a que se ha referido nuestro presidente.
Nuestro economista tipo, uno de los representantes más egregios de los argumentos, en palabras del economista cubano Carlos M. García Valdés, que propugnan “la prevalencia de la propiedad privada empresarial”, ahora, como antes, y como cuestión de principio, confunde las uvas con las peras a la vez que parece olvidar un elemento importante de la teoría a que se adscribe. Es decir, confunde que el sistema económico y social cubano, revolucionándose al paso del momento histórico en que debe ser cambiado todo lo que deba ser cambiado, aspira, enrumba y adapta su proyecto hacia un socialismo con mercado, y no un socialismo de mercado.
(Tomo prestada la manera de establecer esta distinción fundamental de una entrevista a Henry Mora Jiménez, publicada recientemente en Rebelión, coautor junto a Franz Hinkelammert del libro Hacia una economía para la vida, también publicado en Cuba. En otras notas proponía a los lectores el libro La Gran Transformación, de Karl Polanyi, publicado por nuestro extraordinario aparato editorial, para comprender la falsedad de ciertos ideologemas que a fin de cuentas sirven a la idea de rendir las aspiraciones socialistas ante el altar del capitalismo y del mercado capitalista. El libro de Franz Hinkelammert y Henry Mora Jiménez es otro de los imprescindibles, no sólo para no ser manipulados y cegados por las cuentas de vidrio de los hechiceros de la tribu, sino para comprender mejor cuál es la brújula que nos debe guiar en el mar ignoto del socialismo cubano y no ceder a las “evidencias científicas” de ciertos economistas).
Y como parte de esa confusión, que en realidad es el modo en que se expresa una aspiración, nuestro economista aplica en su reflexión sobre cuál debe ser el manejo de los precios en Cuba, en relación a la elevación de los salarios y su influencia en la oferta y la demanda, las reglas automáticas, invisibles e inapelables, que funcionan (o en verdad hacen funcionar los interesados en esa función) en una economía de mercado capitalista, o que prevalecerían en un proyecto que se suponga socialista, pero de mercado, y por lo tanto gravite a favor de respetar las sacrosantas y supuestamente inevitables leyes del mercado. (Al margen apuntemos que quien está al tanto de cómo funciona hoy la economía financiera, o mejor, cómo la financierización de la economía somete la economía a sus manipulaciones, comprende que incluso en el sistema capitalista por antonomasia, ni existe el libre comercio, ni la libre concurrencia, ni la libre competencia, ni la ley de la oferta y la demanda equilibra el mercado en favor de todos y que la mano que la conduce es bien visible y tiene un nombre no precisamente “nadie”, como el de Ulises.)
Pero incluso en la aplicación de las obcecadas y rudas matemáticas, y reglas de la economía, nuestro economista ¿comete? un olvido. Antes glosemos brevemente el razonamiento económico al uso, cuando la perspectiva del economista, o del político, es someter la sociedad a la economía (que es la tarea de la cultura capitalista desde su origen en la actual civilización del crecimiento desenfrenado, y es el fundamento filosófico del neoliberalismo, que de neo tiene muy poco y debiera llamarse en puridad “peorliberalismo”), y no supeditar y situar la economía en el lugar subordinado que le corresponde en una economía para la vida, que es el rumbo verdaderamente anticapitalista.
En esencia el argumento impugna que la restricción o control de los precios, analizado en el plano de la producción, pueda impedir la inflación ante el crecimiento de la demanda que provocaría el aumento de los salarios y las pensiones. Enunciado en la pregunta problémica de un economista: “¿Puede funcionar sin aumentos de precios el proceso de estimulación de la oferta cuando esta es inferior a la demanda?”.
¿Por qué en el plano de la producción? Porque el punto de vista analítico que se adopta es el de la oferta productiva que se presentaría inferior a la demanda. Retengamos eso. Entonces, de otra forma, la pregunta tácita formulada sería, ¿puede estar el productor estimulado a aumentar la oferta cuando se le topan e impiden aumentar los precios? .
Naturalmente, aquí se está aplicando una ley económica, pero que nada tiene de esotérica, metafísica, invariante, inevitable y extraterrestre, sino muy terrícola, humana y propia de esta civilización, como veremos, por declaración del mismo economista, si esa ley se pone en función del interés lucrativo a ultranza, si nos limitamos al modo en que el economista plantea el problema, que es el del interés económico lucrativo cuando aplica esta ley: si la demanda aumenta, pues aprovecho y aumento los precios, sobre todo si veo que existe un aumento de capacidad adquisitiva al principio nominal.
Obsérvese que eso suele suceder en nuestro medio, en la economía informal, o en la pequeña economía callejera, apenas ha ocurrido una elevación de los salarios, o cuando se barrunte, y sin que ello tenga relación con una elevación de los costos. Que la óptica del economista es acudir a las leyes económicas, pero pensando que está moviéndose en su caldo de cultivo de un sistema de mercado, se confiesa claramente en este enunciado: “Simultáneamente, los precios mantenidos artificialmente bajos también envían la señal incorrecta a los productores, quienes no tendrían interés (un concepto clave en Economía) de aumentar la oferta porque no podrían aprovechar en su favor las ganancias extra derivadas del desbalance entre oferta y demanda.”.
Y surge la pregunta: cuál debe ser el interés de un productor en un sistema económico (¡y político!) de aspiraciones y rumbo socialistas, como el cubano, ¿aprovechar en su favor las ganancias extra derivadas del desbalance entre oferta y demanda? En efecto, ese es un concepto clave en economía…capitalista, en la cultura del egoísmo individualista y cuando la sociedad está supeditada y en función de la economía y no al revés.
Y he aquí el factor que el economista, si nos ajustamos a la letra y al espíritu, no considera, y por lo tanto opinamos que incluso aplica mal su ley, porque la aplica mediante una vuelta de tuerca lógica e interesada, poniendo como premisa de su lógica una oferta limitada y como “ley” el interés lucrativo a ultranza como modo de funcionamiento de la economía cubana. Por eso el ministro de economía cubano aclaró: no estamos en una economía de mercado.
Pero incluso ante una restricción de materias primas, tecnologías o insumos - (hay que considerar que el bloqueo seguirá intentándolo, mucho más acerbamente ahora)-, y suponiendo los mismos costos, el productor, si eleva los precios, lo haría para aprovechar la oportunidad del lucro, como “ley” del egoísmo propio del capitalista, no como ley matemática económica y fatal.
La ley económica, en su aspecto matemático, objetivo, nos dice que el productor al realizar su mercancía procura cubrir sus costos, más un margen de ganancia. Y la ley capitalista de economía de mercado busca de todas las maneras posibles maximizar las ganancias, en realidad sean cual sean los costos, y sólo si puede competir y desea desplazar al rival en la competencia, baja los precios hasta el margen que le sea posible. Las inmaculadas leyes económicas del mercado capitalista sólo funcionan puramente y son tales en los sueños metafísicos de la economía clásica y neoclásica del Capital. Su concreta realidad es muy otra cosa, es una vestal violada constantemente, como se ha probado una y otra vez.
Nuestro ministro de economía se encargó de aclararlo. Si no varían sensiblemente los costos, no hay razón legítima, económica, inevitable, para que se aplique la “ley” de la oferta y la demanda en su motivación lucrativa, aprovechando el aumento de la demanda, y la limitación eventual de la oferta. Porque suponiendo condiciones en que la oferta pueda aumentarse a los mismos actuales o todavía favorables costos, las motivaciones de la ganancia empresarial vendrían aumentando simplemente las ventas ante el mayor poder adquisitivo de amplias capas de la población.
II
Como no soy economista, sino repito, un ciudadano común y corriente que sí se interesa por entender la política económica de su país y en lo posible del mundo capitalista, claro que me puedo equivocar, pero en ese caso sólo deseo motivar a otros a que procuren aprender y formarse criterios propios, documentados, cotejados, y pensar y opinar sin temor a equivocarse, para que actúen y decidan en consecuencia como ciudadanos conscientes porque como recordó nuestro presidente todos somos responsables de nuestra revolución. La única y verdadera libertad de elección radica en el conocimiento.
Así pues declaro que tengo la intuición de que se extrapolan (y se quieren imponer) fenómenos propios del modo en que funciona y está organizada la economía de mercado capitalista a nuestro país, o a cualquier proyecto social que se proponga un proyecto socialista, anticapitalista.
Creo que eso ocurre con el fenómeno llamado “inflación reprimida”. Comentaremos.
Pero antes notemos que si, como concluye la lógica, - a partir de las conclusiones de las propias premisas de nuestro comentado economista ante un eventual control de precios en Cuba, - según la cual “…las restricciones de precios no habrían “tocado”, en lo más mínimo, las causas subyacentes de la inflación: un nivel de oferta inferior a la demanda. Tampoco habrían enviado la señal que se necesita para resolver el desbalance”, es porque está aplicando su “principio” como un universal invariante: no se elevaría la oferta (no se producirían más bienes y mejores servicios) porque el empresariado productor no se vería entusiasmado a vender al mismo precio ante una mayor demanda y más dinero en posesión de los consumidores: no podría aumentar, aprovechando la oportunidad, sus ganancias, incluso aunque sus costos no hubieran aumentado.
Es lo que ocurre en una sociedad de mercado, pero, ¿por qué tendría necesaria y fatalmente que ocurrir en una sociedad que se proponga el socialismo con la utilización del mercado?
Invito a los economistas que respondan a esta pregunta: ¿Por qué un socialismo con mercado tendría que doblegarse ante los pies de una ley que no es tal en su pretendida objetividad fatal, que no se impone como un rayo venido de un Zeus castigador, una reprimenda trágica de los dioses, ante lo cual no hay nada que hacer, sino aceptar la culpa y hacer catarsis después del reconocimiento trágico, una ley que simplemente se origina en la motivación del egoísmo y el lucro, pues según el argumento del economista como ya hemos visto, es que aquí ocurre que el interés de aprovechar la oportunidad de obtener mayores ganancias es esa misma ley, cuando funciona más allá o acá de la aritmética económica que, efectivamente, sí hay que obedecer, por lo menos en esta civilización del crecimiento vertiginoso, y que exige, para que haya la inevitable ganancia empresarial, que se suban los precios si se suben los costos? Así, nuestro pensador piensa y propone, advierte y profetiza como un economista que se mueve en una realidad capitalista y que no se puede proponer, preso del círculo infernal de esa realidad y de sus presupuestos teóricos, sino acudir como explicación y propuesta a lo ya dado, lo que es fatal, ante lo cual no podemos rebelarnos. Pero no es así como debe funcionar la empresa socialista en la que por cierto, no cree. La empresa socialista, como cualquier empresa, debe obtener ganancias, sí, pero no por el mero cálculo de que si la demanda es superior a la oferta y le cuesta lo mismo producir, tenga que aumentar el precio para explotar la coyuntura. Nuestro economista teoriza para, o partir de, otro proyecto.
El fantasma de la inflación reprimida.
Y un ejemplo de lo anterior, tiene que ver con la admonición que hace de la ocurrencia de la inflación reprimida en Cuba, si se controlan algunos precios para que el actual aumento salarial no se diluya en la inflación. Es probable que el adjetivo de “reprimida” parece inspirado en el psicoanálisis. Veamos.
Así como el psicoanálisis postula la emergencia eventual en forma de síntomas neuróticos o psicóticos, hacia la esfera consciente del ser humano, de impulsos antes reprimidos en el subconsciente, así ocurriría a la economía si, al someterla a un control o congelamiento de los precios, de algún modo la inflación estaría sólo “reprimida”, y en cualquier momento haría una eclosión catastrófica. En efecto, eso ocurre en los países capitalistas por la aplicación, inevitable, de sus propias leyes. Cuando por ejemplo, en épocas previas a las elecciones, o cuando se quiere maniobrar en la frágil embarcación de las crisis de “gobernabilidad”, buscando un equilibrio de los indicadores macroeconómicos, se aplican políticas de contención de precios.
Pero es lógico que en economías de mercado de los países esencialmente capitalistas que establecen lazos crediticios de endeudamiento con los organismos internacionales como el FMI, en que existe la gran propiedad privada con fuertes lazos dependientes de las transnacionales y estados que moderan y permiten la supervivencia de ese tipo de sistema y propiedad, después de la inflación contenida mediante algún mecanismo de control de precios -, en combinación con los tarifazos o paquetazos a lo Macri mediante, como por ejemplo, ocurre en la Argentina actual, - las entidades formadoras de precios a la primera oportunidad se precipiten a resarcirse y elevarlos. Así, la inflación contenida durante un tiempo llega a manifestarse, se inicia otro ciclo de amenazas sobre el crecimiento (léase amenazas a las ganancias del capital), mientras a su vez urgen la implementación de medidas que logren el imposible irracional de mantener en alza la tasa de ganancia del capital y, a la vez, salarios que aseguren la maximización de las ganancias, niveles de empleos y precios que aseguren la demanda, y realización en el mercado de sus mercancías. La irracionalidad de ese estado de cosas se experimenta hoy en toda su magnitud cuando según los propios economistas del sistema no se acaba de salir de la crisis que estalló desde el 2007, se ralentiza cada vez el crecimiento mundial y asoman ya los signos indelebles de otra gran conmoción en curso.
[No obstante, la inflación en esos países suele ser galopante, y es frecuente que padezcan otros problemas, que ni los mismos economistas saben explicarse a partir de sus presupuestos y teorías, y mucho menos encontrarles remedio sano, como ocurre con esa pariente diabólica que se conoce como estanflación, una combinación “ilógica” (porque si la realidad no se adapta a la teoría, entonces peor para la realidad) entre inflación y recesión o decrecimiento económico, es decir, cuando ambas cosas ocurren a la vez y producen una delicada situación de intensa crisis.
Porque según la teoría económica neoclásica, cuando en un país comienza a experimentarse un estancamiento o decrecimiento sostenido de la economía por un tiempo determinado, no debiera ocurrir un alza de los precios al consumidor. Pero, si a la vez, además, ocurre una inflación, entonces el círculo vicioso se torna diabólico, pues en situaciones como esa las empresas despiden trabajadores y rebajan salarios, lo cual provoca que la demanda efectiva general siga en picada, lo que a su vez frena cada vez más el “estímulo” para la recuperación y la inversión.
Es la irracionalidad del sistema mercado capitalista en todo su esplendor, que ocurre también en la deflación o caída de los precios (cuando no hay decrecimiento, sino cuando hay insuficiente demanda, o cuando ocurre un exceso de oferta. Entonces si se pretende realizar la mercancía deben bajarse los precios, cuando no se vierten o destruyen los bienes, que también suele ocurrir. Pero como también la empresa privada capitalista a causa de la demanda insuficiente o el exceso de oferta, experimenta una rentabilidad a la baja al tener que bajar los precios, acude a los despidos y recortes, sigue por lo tanto bajando la demanda, y la serpiente se muerde la cola. Los problemas ocurren tanto si la oferta es mayor que la demanda, o que la disposición a consumir sea insuficiente).
Sin embargo, en la estanflación ocurren ambas cosas a la vez: una caída brusca e insistente de la producción, menos oferta, -si la oferta es inferior y la demanda también se resiente, ¿qué debe pasar con los precios? O mejor pregunta, ¿cuál es la solución?
Lo racional, pero netamente anticapitalista, sería una política de pleno o mayor empleo, aumento de salarios, elevar la capacidad de consumo, aumento de la demanda, beneficios sociales, algo ya experimentado por el genio de Keynes, y aplicado también en la llamada era de la economía del Bienestar de postguerra, (para enfrentar al fantasma del comunismo), pero que ya no da resultados… Por el contrario la ley del mercado capitalista acude a los despidos, recortes sociales, ingresos a la baja, flexibilidad laboral, flexibilización cuantitativa, hasta tasas de crédito negativas (interés menos cero para estimular el préstamo bancario y la inversión, salvataje gubernamental de los bancos que son muy grandes para quebrar, pero que en vez de invertir en la economía real, siguen haciendo lo mismo o peor, es decir, invirtiendo en el juego burbujeante de la bolsa o creando instrumentos financieros que fueron los que provocaron el actual ciclo de crisis) y, siempre que no sea letal, subida más o menos vertiginosa y sostenida de los precios… Cuando los economistas de este corte buscan una explicación a todo esto, resulta que la encuentran en que la intromisión del estado no ha respetado la teoría, es decir, la culpa es de los subsidios estatales, el establecimiento de salarios mínimos, etc., en resumen, todo aquello que estatalmente (el patito feo de los neoliberales) se inmiscuya en la perfecta perfección que sería el mercado si no se atentaran contra la teoría y se le dejaran libres las manos invisibles y prodigiosas que todo lo resuelven y equilibran.
[Para que se comprenda mejor que teorizar un proyecto socialista, y mucho menos usar los principios de la económica neoclásica para indicarle qué hacer, tengamos en cuenta cuáles son los mejores remedios que dicha teoría propone para estas enfermedades provocadas por no respetar la propia teoría: flexibilización laboral (léase el eufemismo elegante para eludir hablar de puestos y contratos de trabajo precarios, parciales, y oportunidad legal y expedita de despidos), libre competencia, mínima intervención estatal, una educación general principalmente de perfil empresarial, fiscalidad promotora del incentivo emprendedor, etc. ¿Se parece a algo conocido?
Pero hasta aquí la digresión. Si Ud. lee los textos de ciertos economistas, lleve al cinto la pistola de la curiosidad y la lectura, y sáquela a la mínima oportunidad, o acabará convencido de que pese a todo vive en el mejor de los mundos posibles, o por lo menos que, siendo tan feo, no hay alternativas, para beneplácito de los poderosos, pues acabará apoyando sus teorías o sistemas de vida, si es no se hunde y refugia en la indiferencia apolítica, que también les conviene, y mucho más.]
Pero volvamos a encarar al fantasma de la inflación reprimida que amenazaría a la economía cubana a raíz de los aumentos salariales, una oferta restringida y alguna política de control de los precios. El caso es que nuestro comentado economista ya se había referido a este concepto, al menos que yo haya leído, en el 2018. Entonces abordaba el análisis del plan del 2019 desde la perspectiva del consumo, proponiendo, entre otras preguntas la siguiente: ¿Qué posibilidades habría de modificar la relación precios- salarios en 2019?
Entonces opinaba que “…la función del consumo como variable de “ajuste” ofrece una explicación plausible acerca de por qué no pueden planificarse hoy en Cuba aumentos sustantivos de salarios estatales ni reducciones significativas de precios.” Aunque aceptaba, cautelosamente, que el tema era discutible y los especialistas podían debatir otras explicaciones. El “ajuste” se refería a la política cubana de equilibrar las posibilidades de consumo, la relación entre la oferta y la demanda, fijando los precios y los salarios ex ante, de manera que “la combinación de estos (conllevara a) un nivel de demanda efectiva que se corresponda con el nivel de oferta que puede ser generado en un contexto de restricciones del “lado de la oferta”, y que ello no significaba una crítica a la regulación económica, que consideraba necesaria.
Aunque como vemos en el párrafo anterior, en ese momento se está razonando “por qué no pueden planificarse hoy en Cuba aumentos sustantivos de salarios”, acto seguido acepta que “pudieran producirse aumentos en los niveles absolutos de los salarios y del consumo”, dado que el crecimiento del PIB cubano ha ocurrido aumentando precisamente, el consumo. O podría verificarse como un aumento de ambas categorías como por ciento en relación al PIB. La aclaración es cautelosa, porque puede ocurrir, como acaba de ocurrir, pero algo contradictoria con la un poco tajante afirmación anterior. Se comprende que la imposibilidad anterior se refería en relación a cómo el plan cubano procura el “ajuste”. Pero continuemos.
El caso es que además del mecanismo anterior, a saber y muy sucintamente, ajustar la demanda a la oferta por medio de los precios administrativamente fijados, el autor menciona entonces que “también (podría incluirse) la utilización del llamado mecanismo de “inflación reprimida” mediante el cual se mantienen los precios de una serie de productos y de servicios a niveles reducidos, usualmente por debajo del costo de producción” para de inmediato llamar “la atención respecto a una notable característica del mecanismo de “inflación reprimida”: este tiene un efecto inmediato y positivo en cuanto a asegurarle un “piso” al poder de compra, algo que impide el empeoramiento de los niveles de pobreza y de desigualdad y que por tanto es socialmente justo y políticamente positivo” y finalmente advertir que pese a ello eso “no resuelve las causas económicas subyacentes de la inflación”.
A partir de allí el objetivo fundamental del artículo es presentar un ejercicio especulativo, calculando posibles aumentos de salarios y los volúmenes de oferta que ello implicaría para poder satisfacer el aumento del poder adquisitivo resultante y de paso “identificar los límites del consumo en el marco del modelo actual, verificar si esos límites plantean contradicciones insalvables con las metas de bienestar del modelo, y proponer las soluciones que –comenzando en 2019- pudieran progresivamente resolver las contradicciones, eventualmente mediante una progresiva modificación del modelo.”
No es posible seguir aquí toda la extensa exposición, basada en las cifras de un probable aumento salarial, la producción, “la cara de la oferta”, necesaria para afrontarla. La pregunta especulativa de partida es:
“¿Pudiera incluir el plan de 2019 incrementos sustantivos de los salarios estatales y reducciones notables de los precios de consumo?”
Conociendo las tesis del autor, el lector ya adelanta algo de las artes y posibles conclusiones. Primeramente es notorio que identifica dos vías mediante las cuales comenzar a buscar la respuesta a la pregunta: mediante el incremento de los ingresos, aumento de salarios, y reducción de precios para mantener el valor real del beneficio salarial. Casi exactamente lo que acaba de ocurrir, pero…casi. Ahora no se habla de reducción de precios, pero nótese que en esa especulación todavía no asoma su oreja la inflación reprimida…hasta que hoy ocurre el aumento salarial (donde menos lo esperaba el economista, en el sector presupuestado) y la posible política no de reducir los precios, sino de impedir que aumenten. Entonces sí comienza a preocupar que el genio se salga de la botella. Y cambia el tono inmediatamente.
III
Continuamos estas notas introductorias para una reflexión en curso, con un exergo que ilumina el trasfondo de una meditación que debería estar en la mente de todos los cubanos, y que también explica mi interés en las propuestas del economista que comento en relación al curso de los cambios económicos en Cuba y su continua apologética de la propiedad privada:
“Por eso yo no recomiendo ninguna apertura hacia el mercado que no parta de tener absoluta claridad de que los mercados, en efecto, por su naturaleza intrínseca, por su inercia, generan constantes desequilibrios intensos sobre las relaciones humanas y sobre las relaciones sociales.
En tal sentido, la crítica al mercado es un prerrequisito para poder hacer una liberación de las relaciones mercantiles y que logre minimizar el peligro del surgimiento de nuevas estructuras socioeconómicas y clases sociales. La teoría económica no tiene mucho para ello. La teoría económica neoclásica parte de la idea que existen mercados perfectos y mercados imperfectos, pero eso no ayuda mucho. Tiene algunas ideas básicas: por ejemplo, para que los mercados funcionen tiene que haber la mayor cantidad posible de información, que esta sea lo más simétrica posible, que fluya, que no haya monopolios, entre otras ideas. Pero más allá de eso, es poco lo que aporta la teoría económica. Hay que hacer una crítica al mercado desde una posición emancipadora, si no corremos el riesgo altísimo de que los mercados liberados terminen reconstruyendo el capitalismo”
Entrevista a Henry Mora Jiménez, coautor de Hacia una Economía para la vida.
(Publicado en Cuba)
Fundamento necesario.
El actual debate de ideas sobre los múltiples y complejos temas que están implícitos y explícitos en el curso de la implementación de la Actualización del Modelo de Socialismo Cubano, se bifurca en dos vertientes principales que no pueden disimular su radical antagonismo: por una parte, la que se adscribe a la declaración inicial de Raúl al comenzar su mandato como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, según el cual el objetivo de su nuevo desempeño estaría encaminado hacia el logro de “más socialismo”, que también está simbólicamente enunciado en la declaración final de las intervenciones de nuestro actual Presidente, a saber, “somos Cuba”, “somos continuidad”, propósitos todos refrendados finalmente en una nueva Constitución por la mayoría de los isleños, y por otra parte, los que empujan y pugnan, como advertía ya Fernando Martínez Heredia, por revertir el socialismo en Cuba y reconducirla al capitalismo. (De esta última, aunque su objetivo es el mismo, pero para peor, porque está signado por un entreguismo neocolonial, esclavo y sin proyecto, se excluyen a los asalariados del imperialismo, absolutamente carentes de ideas al no ser que tenga esa egregia categoría beneficiarse de los recursos de subversión que siguen manando del Norte.)
En la formación de la segunda vertiente se han observado matices, estrategias, tácticas y distintos posicionamientos: intentos varios, uno de los cuales, ya fenecido al dejar de ser útil a sus promotores, y que vio la luz durante la breve estrategia obamiana, se propuso como su objetivo principal facilitar un cambio de régimen en Cuba, “pacífico”, tratando de acopiar capital político mediante el incómodo malabarismo consistente en desmarcarse con toda nitidez del mercenarismo descerebrado, armando una plantilla de colaboradores, intelectuales, académicos, gente de pensamiento, pero con el otro pie conectado dineraria, logística e ideológicamente a fuentes, personeros, o entidades reconocidas mundialmente como emporios de recursos disponibles mediante vías tercerizadas para las distintas modalidades de instrumentos de cambios de régimen y subversión, revoluciones de colores, primaveras inducidas, etc., en todo el Orbe. Razón por la cual tampoco lograron penetrar el resistente imaginario del escudo social mayoritario cubano, cuyo instinto político, como el del célebre aparato de Hemingway, capta de inmediato todo lo que emane pestilentes intenciones.
Es decir, el debate a que nos referimos es de pensamiento, de cosmovisiones, cuyo sustrato filosófico final es la oposición del capitalismo al socialismo, o viceversa. Y en ese plano, la discusión económica está orgánicamente imbricada a opciones y consecuencia políticas.
El discurso económico no puede enunciar resultados científicos que se puedan validar con una ley establecida mediante el control experimental. Se le tiene como ciencia, social, porque tiene objeto y campo de estudio, métodos y procedimientos, y una zona susceptible de utilizar un aparato matemático y una metodología de modelación. Pero como enseñan algunos autores, el estudio económico es poco menos que incapaz de hacer predicciones que no sean casi estocásticas, sujetas a lo imprevisible, o le resulta imposible validar resultados experimentales controlando las mismas variables en diversos entornos, porque tanto los valores de las variables como la naturaleza de las muestras, son esencialmente cambiantes en entornos también dinámicos e imprevisibles.
La economía describe, categoriza, sistematiza, y llegado el caso, generaliza lo que ya de facto existe, pero le es imposible falsear un modelo con precisión, porque la complejidad social, y psíquica humana, le impone una barrera infranqueable hasta el momento: la recopilación y el manejo de las complejísimas variables de la inextricable interrelación de la volición humana y la complejidad inconexa de las decisiones en pugna. La pretendida perfección de la economía neoclásica, que es la prevaleciente, pretende ser eficaz a partir de una exigencia de información total que le es imposible de obtener.
Es por ello que el discurso económico no pueda disimular que tarde o temprano opte, o muestre, una decisión política que, a su vez, nunca puede dejar de sostenerse en una opción ideológica previa, o a ella conduce más allá de la voluntad. Lo veremos más adelante en estas notas, con respecto al economista que comentamos.
Consecuentemente, frente a una ley claramente establecida o probada, no hay opción ideológica alguna posible que pueda refutarla. La masa por la velocidad al cuadrado no es una energía anarquista o neoliberal. Sólo puede ser empleada por una decisión política anarquista o neoliberal. Aunque es notorio que de la interpretación del conocimiento de la naturaleza que establece una ley, pueda derivar la adopción de una posición filosófica. Como ha ocurrido, por ejemplo, con las consecuencias que emanan del conocimiento de los estados cuánticos de la materia, de donde se ha derivado el absurdo de que es el acto de observar, de intervenir en la naturaleza, lo que “crea” la realidad.
Nótese, por otra parte, como es tan frecuente en muchas comparecencias o escritos de políticos o economista neoliberales que hablan o escriben de economía, para coartar una decisión política no aceptada, la expresión: “no ideologicemos”, o “es una decisión ideológicamente motivada, que dañará a la economía”, que tienen el mismo sustrato y se basan en la misma convicción: las decisiones económicas tienen una racionalidad independiente que no debe ser intoxicada, intervenida, entorpecida, por la volición humana, por la subjetividad ideológica.
Que es lo que conduce, -como ya comentamos que estudió y denunció Karl Polanyi, y también la obra de su hija, Kari Polanayi Levitt, - a supeditar al hombre y la sociedad a la economía, cuando en realidad lo que está sucediendo en esta era, es que una particular concepción de la economía del crecimiento indetenible-, como la máquina del movimiento perpetuo, o como el metabolismo del tiburón que no puede detenerse porque muere de asfixia, está concebida y controlada sólo en beneficio de una minoritaria porción de la humanidad, es histórica y pertenece a un modo de organizar la sociedad, la cultura y la vida, por lo tanto no es transcendente, ni eterna, ni inevitable y es irracional.
Así pues, en cualquier opción sistemática de solución económica se resuelve y manifiesta una determinación también ideológica aunque ella se presente como surgida de una racionalidad objetiva, ideológicamente indeterminada.
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Las notas anteriores explican en parte el fundamento del interés de este lector en las propuestas de los economistas o intelectuales en general que se han alineado o pertenecen a la segunda vertiente del debate apuntada más arriba. Algunos declaran que no proponen un regreso del capitalismo a Cuba y no admiten no ser revolucionarios. Todo lo contrario, a veces hasta abogan directamente por los intereses de los trabajadores. Sino que el carácter de las soluciones que proponen evidencia, tanto un rechazo a las soluciones que el socialismo cubano se ha propuesto para sus dificultades, como una imantación y confianza en las soluciones probadamente capitalistas.
Mi interés, como ciudadano común, parte de la convicción, verificada mediante el análisis de las concepciones y opciones de algunos de esos economistas, que conscientemente o no, son adversos a la esperanza socialista de la Isla y que, creyendo que hacen una labor científica, en realidad se alinean, desde la elusiva cobertura de las academias, o la pretendida objetividad de las investigaciones, a los intereses que la cultura hegemónica capitalista ha logrado sembrar y diseminar como los paradigmas de la verdad en diversas disciplinas, sobre todo las sociales, que por su indeterminación y su directa relación con las ideologías, son más proclives a ello.
En otros textos advertí la participación de uno de esos economistas en un evento que tuvo como objetivo analizar (e influir, sin dudas) en los cambios constitucionales en Cuba, pero que contaba con el financiamiento de uno de los órganos más conspicuos de la subversión imperialista. Ese mismo economista fungía como asesor académico de la plataforma de subversión conocida como Cuba Posible, y ha sido caracterizado por economistas cubanos como un convencido adversario de la empresa estatal socialista y un ferviente defensor de la propiedad privada.
Es el ejemplo en que nos hemos basado, en las notas anteriores, para examinar cómo desde el púlpito aparentemente inocuo e imparcial del conocimiento, cómo desde los resultados en apariencia políticamente inmotivados e imparciales de la investigación, sea el propósito de ello consciente o no, se acecha la posibilidad de desmontar el proyecto socialista, aprovechando que una revolución como la cubana siempre tiene que combinar la sobrevivencia mediante el equilibrio, con el cambio y el riesgo, y ambas frente a un continuo ataque que ahora quiere obstaculizar tanto lo uno como lo otro.
Esos autores, o el autor de marras, no estarán de acuerdo. Porque efectivamente parten de sus convicciones, de la creencia de que sus propuestas llevan la razón. Pero, aunque cuando no hay lucro interesado, y media el sacrificio y la entrega del intelectual sin esperar vender al mejor postor el pensamiento, eso se respeta, por otra parte, tampoco obsta para que se ponga al servicio de los objetivos de los que nada se proponen para buscar soluciones aunque sean equivocadas, sino que desean borrar de raíz el proyecto socialista cubano, e incluso su independencia. De allí la necesidad de la polémica y del examen de las propuestas que se originan en esos medios.
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En texto anterior, comentaba que el economista a que me refiero aceptaba, en un texto del 2018, que si se usaba el mecanismo de la inflación reprimida en Cuba, eso era socialmente justo y políticamente positivo. Pero apenas se hizo pública la subida de salarios en el sector presupuestado, apuntaba yo entonces al final de aquella nota, que el tono y la perspectiva analítica posterior del economista sufrió un giro singular. A ello me voy a referir a continuación. El texto que le continuó, donde se aprecia el cambio de tonalidad fue “Cuba: salarios, demanda y oferta de alimentos ¿será efectiva la restricción de precios?”, y desde ya, bajo la aparente forma de pregunta problémica, se pre anunciaba la respuesta, casi siempre adversa, que es un procedimiento notorio en la forma de titular de este autor.
Pero antes recordemos, porque la intencionalidad de un análisis, y más si es económico, está preñada de sutilezas. Y ellas son siempre ideológicas. Algo generalizador: en todos los textos que he podido leer de este autor siempre hay un final feliz para las profecías relacionadas con la propiedad privada y un destino de cenicienta, pero sin hada madrina, ni príncipe a las doce de la noche, ni ajuste de zapato de cristal, para las decisiones gubernamentales y partidistas cubanas. Es una especie de leitmotiv de su obra.
Incluso esa óptica lo fuerza a considerar en sus análisis estadísticos, que son propiedad privada (sin matizar lo que estrictamente en el modo capitalista de producción eso significa) formas de propiedad mucho más próximas a variantes de la propiedad social, o socializada, como son las diferentes formas de cooperativización en Cuba. De allí que su propio “tamborileo” sea afirmar que es la propiedad privada y la reducción de la importancia de la empresa estatal socialista la que logrará garantizar el socialismo en Cuba. Ahora también eso se manifiesta.
Si queremos atender al criterio de un especialista, el Dr. Carlos M. García Valdés desmonta cada uno de los argumentos con que el economista que comentamos insiste en convencer a sus lectores de las bondades de la propiedad privada. A una profusa cantidad de datos y la reflexión de ese economista remito, como complemento de estas notas, pero baste decir que Carlos M. García Valdés prueba la manipulación interesada, es decir, hasta la selección de los datos y la opción analítica a que puede conducir a la “objetividad” de un economista cuando sacrifica su “ciencia” y está motivado ideológicamente. (Ver de Carlos M. García Valdés https://cubaeconomista.blogspot.com/…/la-alimentacion-del-p…).
Pero las intenciones previas pueden conducir a sutiles incoherencias.
Habíamos recordado que en “Cuba: salarios, demanda y oferta de alimentos ¿será efectiva la restricción de precios?”, su autor ciñe el análisis de las consecuencias de una restricción de precios y la posible inflación que ello podría generar, al plano de la producción. Téngase en cuenta que en la producción funciona precisamente el costo, al que por cierto, en ese artículo no se refiere. Pero luego de conocer la explicación del Ministro de Economía cubano, en el sentido precisamente de que no debería ocurrir una elevación de los precios si los costos no varían y que además el aumento de salarios ocurre ahora en el sector presupuestado, no en los salarios del sector empresarial productivo, donde el mayor salario sí elevaría los costos, entonces, en el artículo posterior, es cuando el economista cambia de tono y parece olvidarse del elogio anterior que había hecho de la inflación reprimida.
En ese inmediatamente posterior artículo, titulado “La economía cubana en la Mesa Redonda del 2 de julio: criptomonedas, demanda inflacionaria y observatorio de precios”, desecha el factor costo con el expediente de afirmar que esa no había sido el tema más relevante del debate en los días anteriores. ¿Refuta eso el criterio del Ministro? No habrá sido lo relevante en los argumentos anteriores del economista, porque siendo su perspectiva entonces “la produción”, lo desechó, sin razón económica alguna pero es claramente relevante para el análisis que él mismo se proponía. Sorprendido en falta de omisión, allí observamos un expediente de diversión, que no es primera vez que utiliza.
Para seguir explotando el tema de la alimentación, hace otra operación manipuladora, sabiendo que es un tema sensible para cualquier población y sobre todo porque su línea argumental maestra de siempre es insistir en que la producción de alimentos pertenece a la propiedad privada. (Que todo lector del artículo de Carlos M. García citado más arriba descubrirá que es un enfoque casi rayano en pecado de lesa honestidad científica, como lo subraya el doctor).
El enfoque consiste en afirmar que a causa del aumento salarial, habría una “demanda extra de alimentos de 2400 millones de CUP en 2do semestre de 2019”. De este modo, además del ejercicio especulativo de suponer que todo el aumento salarial se volcaría sobre la alimentación, desea minimizar o invisibilizar que gran parte o cualquier parte de ese poder adquisitivo podría dirigirse a todos los restantes renglones mencionados por el Ministro., y que son fuertemente demandados incluso desde momentos anteriores al aumento salarial y donde es plausible suponer que el cubano volcará parte de su nuevo poder adquisitivo. El autor no hace ninguna consideración sobre este aspecto, algo típico de sus enfoques que invariablemente adoptan siempre los temas y las ópticas más sombrías.
En efecto, un incremento de demanda sin aumento correspondiente de la oferta tiende a ser inflacionario. Pero eso necesita matizarse. Ya comentamos en una nota anterior que esa ley funciona si se permite que el estímulo del productor, sin que se vean afectados sus costos, sea aprovechar la oportunidad de aumentar sus ganancias. Esa es la pretendida ley. Y eso, como no es una ley ciega, divina, depende de la volición humana, es un rasgo del egoísmo precisamente capitalista y puede y debe ser controlado en el socialismo. Un mecanismo económico podría ser que el indicativo principal para el cálculo de la estimulación salarial del sector empresarial sea bajar los costos y aumentar significativamente las ventas, mediante las diversas formas en que ello puede lograrse, entonces incluso habría menos motivos para aumentar los precios y se aumentaría la oferta.
Pero ya en el artículo de este autor que le sigue, “Salarios, precios e inflación en Cuba: ¿cuadratura del círculo mediante importaciones?, atiende a las diversas fuentes mencionadas por el Ministro de Economía en que podría volcarse el nuevo poder adquisitivo: a saber, infocomunicaciones, turismo nacional, transporte, gastronomía, etc.
Pero cuál es la perspectiva de solución que el economista comparte. El mismo lo dice paladinamente: nuevamente en la alimentación, pero como responsabilidad de la propiedad privada, donde, insiste a pesar de la refutación del Dr. Carlos M. García, “se genera la parte decisiva de la producción agropecuaria nacional en una serie de renglones importantes”.
Tienta citar a Carlos M. García en su trabajo del 2018, “¿La alimentación del pueblo cubano depende en realidad del sector privado rural? Esclareciendo conceptos y desmontando un fetiche.” Porque revelan con toda claridad la intencionalidad de este economista lo lleva a torcer los datos y desconocer otros, para arrimar espuriamente la brasa al elogio de la propiedad privada, y que fuera catalogado por una autoridad de mucho prestigio en estos campos del saber, como un especialista de tendencias neoliberales lo cual ya explica mucho respecto a sus enfoques. Pero basta para comprender que la insistencia del economista comentado en el sector privado raya casi en la obsesión, como si fuera un guion al que se debe, obcecadamente, y cueste lo que cueste.
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