En este artículo: Charles Darwin, Competencia, Cooperación, Cuba, Economía, Empresas, Industria, Innovación
5 junio 2020
La evolución de las especies como la vio Darwin no está basada en la ley del más fuerte. Lo que en realidad expresa es que todas las especies en la vida surgen y se desarrollan a través de una selección natural de pequeñas variaciones hereditarias, innovaciones, que se prefieren o refuerzan cuando aumentan la capacidad de un individuo para competir, sobrevivir y reproducirse en su entorno. Hoy se sabe que se originan casi siempre en mutaciones o cambios accidentales e inevitables en las proteínas. Así, al crecer preferentemente una población que disfruta de las ventajas de determinadas mutaciones, o innovaciones, en su comportamiento, se van “seleccionando” las mejor adaptadas para seguir compitiendo, sobreviviendo y reproduciéndose más.
Todo el inmenso universo de seres vivos conforma un sistema único con una complementariedad seleccionada de la misma forma. Unas especies sirven a otras y esas después a otras, todas adaptadas y también modificando el entorno inanimado en que se desenvuelven. Lo que persiste es la vida en sus formas moleculares más características, aunque una especie se extinga completamente. Aparecen otras que las suplen y ocupan su lugar en la cadena colaborativa.
Tomando de modelo ese paradigma de supervivencia y progreso que es la vida como sistema podemos aprender mucho. La base del cambio, el progreso y la perdurabilidad misma aparece tanto en la colaboración como en la competencia. El progreso humano contiene también ambos factores en toda nuestra historia como especie y esa es la razón por la que hemos supervivido. Por eso, esto ha estado presente en los principios filosóficos de muchas formas del pensamiento, incluyendo la conocida dialéctica materialista.
Sobre estas bases, el diseño estructural de una sociedad científicamente concebida debe contemplar también estos factores, debidamente proporcionados, pero siempre ambos presentes. Así deben jugar el papel que les corresponde y que es complementario.
Un sistema solo basado en la colaboración, sin competencia, no favorece la innovación ni el progreso y se enfoca fundamentalmente a la estabilidad. A la larga puede hacerlo hasta desaparecer por no desarrollar medios para superar contingencias. No cambia y por lo tanto no se adapta al escenario donde tiene que desenvolverse, que si lo hace. Solo presenta ventajas para administradores mediocres pues sin competencia se gestiona muy cómodamente al no arriesgarse nada innovando. Así, esto puede ser vicioso para una sociedad y hasta destruirla desde dentro con la corrupción, sobre todo si la propiedad de los medios fundamentales de producción es de todo el pueblo a través del estado y administrada por personas que pueden ser lábiles.
Por otra parte, un sistema solo basado en la competencia es esencialmente retrógrado al dejar predominar los peores y más inhumanos instintos. Excluye el apoyo mutuo y conduce a autarquías locales guiadas por el egoísmo, que son poco eficientes y muy derrochadoras. Se hace ineficiente al desperdiciar recursos y desaprovechar las muy variadas potencialidades de interacción sistémica.
Los escenarios y estructuras son muy diversos, como le corresponde al siglo que vivimos. Por ello, las acciones sociales y económicas no pueden guiarse por recetas únicas ni criterios prestablecidos generales para las proporciones que deben tener la colaboración y la competencia en cada caso.
Si tomáramos el caso del sistema energético del país, por ejemplo, puede que los componentes de colaboración deban maximizarse y una estructura vertical nacional como la Unión Eléctrica resulte la más conveniente para ello. La competencia puede manifestarse marginalmente para favorecer modernizaciones y aumentar eficiencias de las plantas por sus costos de producción y los márgenes de beneficio para sus operarios. Algo parecido puede ser para el sistema ferroviario.
Sin embargo, si se tratara del sistema de producción asociado con la caña de azúcar, se presenta una situación diferente. Aquí participan tanto los emprendimientos para la producción vegetal como industrias de aprovechamiento energético y alimentario muy diversas. Sus unidades son bastante independientes en todo el país. Así los diseños de gestión y dirección pueden también serlo.
Una unidad cañera compuesta por las plantaciones, el central azucarero y las de sus derivados ubicada en Granma no requiere de una interacción colaborativa permanente con una equivalente en Sancti Spiritus. Pueden tener estructuras diferentes, relativamente independientes, donde la competencia entre ellas frente a la demanda de sus productos en la sociedad tenga un papel relevante. Se promovería así la innovación y el desarrollo aprovechando la inmensa diversidad que representa la explotación de esa joya de la naturaleza que es la caña de azúcar. Algo parecido puede ocurrir con el comercio minorista y con la industria turística.
Un enfoque de diseño empresarial, donde tanto la colaboración como la competencia tengan el papel que sea más indicado para cada caso puede ser un factor de éxito cuando nos encontramos en una coyuntura de crisis como la actual. Por supuesto que requeriría reevaluar toda la organización del aparato económico productivo del país con una nueva mentalidad. Hasta ahora el concepto de competencia lo hemos manejado como exclusivo del capital privado. Nos hemos alienado así de sus ventajas, que suelen ser muy bien utilizadas por los empresarios que trabajan sobre todo por sus propios intereses, y las pondríamos en función del socialismo con el que no tiene riña conceptual alguna.
La experiencia de participación estatal en el tejido empresarial de algunos países socialistas exitosos es interesante. El capital de todo el pueblo es absolutamente dominante nacionalmente, y puede estar presente incluso en empresas privadas que compiten entre si. Así la sociedad se beneficia de todos, hasta de la gestión emprendedora directa de la componente privada de tales empresas. El estado puede ayudar inclusive a fomentar colaboraciones muy provechosas y eficientes dentro de ese ambiente competitivo. Son experiencias que vale la pena tener como referencia, aunque no tengan que imitarse al pie de la letra. La experiencia es esa, la de repetir lo demostradamente positivo y no lo que ha fallado. Los experimentos socialistas donde la competencia no tenía espacio alguno ya no existen. El llamado que nos hace el Presidente para hacer ejercicios de pensamiento que transformen el país nos invita a reflexionar y actuar innovadoramente.
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