Por Julio C. Gambina y Gabriela Roffinelli
Nuevos rumbos emprenden los pueblos latinoamericanos desde que pusieron en cuestión el consenso ideológico del que gozó la ortodoxia neoliberal durante las últimas décadas del siglo pasado. En los inicios del siglo xxi lentamente la correlación de fuerzas comenzó a cambiar gracias a la movilización popular. Rebeliones populares (2000 Ecuador, 2001 Argentina, 2003 Bolivia) estallaron en repudio a la aplicación a ultranza de las políticas neoliberales y acumularon fuerzas suficientes para destituir gobiernos y modificar el clima ideológico neoliberal imperante.
Sobreponiéndose de este modo “al fin de la historia”, decretado por los voceros del imperialismo, los pueblos con sus movilizaciones posibilitaron que el debate por la emancipación social en perspectiva socialista —especialmente a partir de la formulación en Venezuela del “Socialismo del siglo xxi”—* tuviera lugar nuevamente en América Latina. El proceso que se abre en Latinoamérica, única-mente podrá avanzar por un camino de transformación solo si sus pueblos confluyen en una lucha común de perspectiva anticapitalista y socialista.*
* En diciembre de 2004, durante el 1er. Encuentro Mundial de Intelectuales y Artistas “En Defensa de la Humanidad”, realizado en Caracas, el presidente venezolano Hugo Chávez Frías planteó que el proyecto venezolano era el “Socialismo del siglo xxi”. En un discurso de mediados del 2006, Chávez especificó que «hemos asumido el compromiso de dirigir la Revolución Bolivariana hacia el socialismo y contribuir a la senda del socialismo, un socialismo del siglo xxi que se basa en la solidaridad, en la fraternidad, en el amor, en la libertad y en la igualdad». «Es una civilización cualitativamente distinta a la civilización burguesa. ¿Distinta en qué? En su institucionalidad. De ahí, que ser revolucionario significa hoy día luchar por sustituir la institucionalidad del status quo, es decir: 1. la economía de mercado por la economía de valor democráticamente planeada; 2. el Estado clasista por una administración de asuntos públicos al servicio de las mayorías y 3. la democracia plutocrática por la democracia directa. Este es el Nuevo Proyecto Histórico de las Mayorías de la Sociedad Global que llamamos “Socialismo del siglo xxi” o Democracia participativa. La conquista de estas instituciones es la guía estratégica de la lucha. La fase de transición es la transformación del status quo a la luz de esa guía estratégica.» Cfr. Hugo Chávez Frías: “Socialismo del siglo xxi”. En http://www.aporrea.org/actualidad/a12597.html.
La construcción de alternativas
El nuevo tiempo histórico que vive América Latina y el Caribe en la primera década del siglo xxi habilita nuevamente el debate por la emancipación y de nuevas formas de desarrollo social. Resulta pertinente volver sobre experiencias económicas con pretensión de transformación social y sobre el socialismo.
A su vez, la actual crisis económica y financiera internacional podría representar una oportunidad para los países latinoamericanos de construir una integración favorable a los pueblos y al mismo tiempo iniciar una desconexión parcial del sistema capitalista mundial.
«Cada país tiene una formulación para identificar su proceso local y con ello queremos enfatizar el carácter aún nacional de la experiencia actual en la región, más allá de algunas iniciativas con pretensión de articulación global o regional, tal como el ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) y otras que promueve Venezuela en su privilegiada asociación con Cuba; pero también otras inspiradas desde Brasil para recrear un papel de liderazgo regional. En el plano institucional es todavía mucho el camino a recorrer para articular una propuesta común y con dirección unificada con perspectiva emancipatoria».1**
La experiencia del siglo xx nos enseña que sería un profundo error que las fuerzas de izquierda apoyaran una integración latinoamericana dominada por el gran capital con la ilusión de darle más tarde, en una segunda etapa quizás, un contenido emancipador.
Desde otra perspectiva de clase el proyecto de integración que encarnan Venezuela, Bolivia, Cuba y Ecuador se inscribe con un fuerte contenido de justicia social. Supone la recuperación del control público sobre los recursos naturales de la región, así como, los grandes medios de producción, de crédito y de comercialización.
* Dado que el término socialismo perdió toda legitimidad después de la experiencia de los países del este europeo, como sostiene Fernando Martínez Heredia, «un balance crítico de las experiencias socialistas que ha habido y existen es un ejercicio indispensable para manejar el concepto de socialismo […] si se quiere comprender y utilizar el concepto, pero sobre todo para examinar mejor las opciones que tiene la humanidad ante los graves peligros, miserias y dificultades que la agobian actualmente». Cfr. Fernando Martínez Heredia: “Socialismo”. En http://odapensamiento.blogspot.com/.
1** Las notas de referencia aparecen al final del tema.
Igualmente, un verdadero proceso de emancipación debería apuntar a liberar la sociedad de la dominación capitalista apoyando «las formas de propiedad que tienen una función social: pequeña propiedad privada, propiedad pública, propiedad cooperativa, propiedad comunal y colectiva, etc. Asimismo, la integración latinoamericana implica dotarse de una arquitectura financiera, jurídica y política común».2 Formas de propiedad asociativa, orientadas a la producción de valores de uso, que alteren radicalmente las determinaciones internas autocontradictorias del orden social dominante; que impone una ruda sumisión de las necesidades humanas a las necesidades alienantes de la expansión del capital.
La experiencia asociativa solidaria del cooperativismo
En este contexto de construcción de alternativas regionales, pero también globales, el movimiento cooperativo y otras expresiones asociativas, comunitarias y no lucrativas, tienen una importante experiencia que aportar en la organización de la producción de bienes y servicios orientados a satisfacer las necesidades de los sectores más vulnerables.
Nuestra hipótesis sostiene que entre el movimiento cooperativo y el ideario socialista tendría lugar lo que llamamos una afinidad electiva. Entendida esta última en el sentido que le otorga el sociólogo Michael Löwy: «un tipo muy particular de relación dialéctica que se establece entre dos configuraciones sociales o culturales, que no es reducible a la determinación causal directa o a la “influencia” en sentido tradicional».3
Es decir, que entre socialismo y cooperativismo existe una relación dialéctica favorecida o desfavorecida por determinadas condiciones sociohistóricas. Tal es así, que esta relación dialéctica entre la propuesta cooperativa y la propuesta socialista no se configuró de una vez y para siempre. Por el contrario, encontramos en la historia momentos (podríamos decir predominantes) en que prácticamente desapareció, y el cooperativismo y el socialismo revolucionario marcharon por caminos bien diferentes.
En sus orígenes —en el siglo xix en Europa— la organización de cooperativas estuvo en manos de trabajadores que intentaban hacer frente a las duras condiciones de vida y trabajo que les imponía el desarrollo de la Revolución Industrial. Sus primeros inspiradores ideológicos los llamados socialistas utópicos, como Robert Owen o Charles Fourier estaban imbuidos por un profundo sentimiento anticapitalista. Las injusticias sociales que los rodeaban los condujeron a imaginar el diseño de organizaciones sociales alternativas, que incluso llevaron a la práctica sufriendo rotundos fracasos.
Desde el inicio estas organizaciones basadas en la ayuda mutua y la solidaridad estuvieron orientadas a la construcción de alternativas aún vinculadas con una perspectiva de cambio socialista.
Marx y Engels consideraron que los socialistas utópicos por haber reflexionado en un “período inicial y rudimentario” de la lucha de clases no daban cuenta del antagonismo social y pretendían «mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, aun de los más privilegiados. Por eso, no cesan de apelar a toda la sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedades posibles».4
Les reprocharon fuertemente su rechazo a la acción política y especialmente a la revolucionaria. «Quieren realizar sus aspiraciones por la vía pacífica e intentan abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeños experimentos, que naturalmente, les fallan siempre».5
No obstante, Marx puso de relieve que el gran mérito de las experiencias cooperativas de su época consistía en demostrar que no se necesita la dirección y el mando del capital en el proceso de producción: «es imposible exagerar la importancia de estos grandes experimentos sociales [las fábricas cooperativas] que han demostrado con hechos, no con simples argumentos, que la producción en gran escala y al nivel de las exigencias de la ciencia moderna, podía prescindir de la clase de los patronos, también que no era necesario a la producción que los instrumentos de trabajo estuviesen monopolizados y sirviesen así de instrumentos de dominación y de explotación contra el trabajador mismo; y han mostrado, por fin, que lo mismo que el trabajo esclavo, lo mismo que el trabajo siervo, el trabajo asalariado no es sino una forma transitoria inferior, destinada a desaparecer ante el trabajo asociado que cumple su tarea con gusto, entusiasmo y alegría».6
Considerando que en su libro, El capital, Marx analiza que la cooperación de muchos trabajadores revestía un carácter heterónomo, es decir, que se encontraba organizada y controlada bajo la dirección “despótica” del capital, es que cobra importancia la audacia que asumen “estos experimentos sociales”. En otras palabras, los trabajadores que autónomamente formaban cooperativas de trabajo estaban demostrando —para Marx— que podían recuperar sus fuerzas, autoorganizar y gestionar su propia capacidad de cooperar para la producción.
En el capítulo XI “Cooperación” del tomo I, El capital, Marx señala que el trabajo coordinado de muchos obreros en un mismo espacio o lugar genera una nueva potencia: «“una activación de los espíritus vitales” que acrecienta la capacidad de rendimiento de cada trabajador. El obrero se transforma así en una especie de obrero combinado o colectivo. En la cooperación planificada con otros, el obrero se despoja de sus trabas individuales y desarrolla su capacidad en cuanto parte de un género».7
La cooperación logra una fuerza productiva aumentada por varias razones pero principalmente porque acrecienta la potencia mecánica del trabajo, restringe el ámbito espacial del trabajo (ya que reúne en un mismo espacio físico a muchos trabajadores) y expande su campo de acción (al economizar gastos y al concentrar los medios de producción).
Como consecuencia del incremento de la capacidad productiva del obrero la cooperación permite una mayor producción de bienes en menor tiempo. ¿Pero quién se apropia de esta mayor productividad de la fuerza de trabajo que se deriva de la cooperación?, y ¿quién planifica la producción bajo la forma de cooperación? ¿Acaso los trabajadores? En el modo de producción capitalista la respuesta es obviamente negativa.
El que planifica y reúne a los asalariados es el capital. «Los obreros no pueden cooperar sin que el mismo capital, el mismo capitalista, los emplee simultáneamente, esto es adquiera a un mismo tiempo sus fuerzas de trabajo».8
Marx observa que bajo el modo de producción capitalista los obreros no pueden trabajar cooperativamente en forma autónoma, solo pueden hacerlo en forma heterónoma, bajo la dirección del capitalista.
Una dirección “despótica” que persigue la explotación del proceso de trabajo cooperativo de los trabajadores en su propio beneficio.
La unidad de los trabajadores “como cuerpo productivo global” radica fuera de ellos, en el capital, que los reúne y mantiene cohesionados. El capitalista es una voluntad ajena que los somete así a sus propios objetivos.
Marx señala y describe en El capital, la situación preponderante en la sociedad capitalista, es decir, la cooperación bajo la dirección y expropiación del capitalista, pero al mismo tiempo, celebra los primeros intentos* de apropiación por parte de los obreros de sus propias potencialidades demostrando que la dirección despótica del capital puede ser sustituida con éxito por la dirección democrática de los propios asalariados.
Así lo manifiesta en varios de sus escritos como en una nota al pie del propio capítulo XI, de El capital, donde Marx menciona irónicamente que un periódico inglés El Spector «descubrió que el mayor defecto de los Rochdale cooperative experiment era el siguiente: “demostraron que las asociaciones de obreros podían administrar con éxito tiendas, fábricas y casi todas las formas de industria, y mejoraron inmensamente la condición de los operarios, pero, ¡pero!, no dejaron un lugar libre para los patrones”. ¡Qué horror!».
En su análisis sobre los hechos ocurridos en Francia en 1871 9 Marx expone más abiertamente sus ideas acerca de cuál sería el papel de la cooperación en una sociedad que apunta a la construcción del socialismo. La producción social en el socialismo constituiría en “un sistema armónico y vasto de trabajo cooperativo”. La Comuna había decretado que la organización de la industria e incluso de la manufactura se organizara bajo la forma cooperativa, pero no se quedó allí, sino que también dispuso la creación de una Gran Unión de todas estas cooperativas obreras. Tanto Marx como Engels 10 señalaron que si esta última forma de asociación se hubiese desarrollado en el tiempo (lo cual presuponía la victoria de la Comuna sobre sus enemigos) hubiese conducido forzosamente al comunismo.
Dice Marx «La Comuna aspiraba a la expropiación de los expropiadores. Quería convertir la propiedad individual en una realidad, transformando los medios de producción, la tierra y el capital, que hoy son fundamentalmente medios de esclavización y de explota-ción del trabajo en simples instrumentos de trabajo libre y asociado. ¡Pero eso es el comunismo, el “irrealizable” comunismo! Sin embargo, los individuos de las clases dominantes que son lo bastante inteligentes para darse cuenta de la imposibilidad de que el actual sistema [capitalista] continúe —y no son pocos— se han erigido en los apóstoles molestos y chillones de la producción cooperativa». Y agrega: «Ahora bien si la producción cooperativa ha de ser algo más que una impostura y un engaño; si ha de sustituir al sistema capitalista; si las sociedades cooperativas unidas han de regular la producción nacional con arreglo a un plan común, tomándola bajo su control y poniendo fin a la constante anarquía y a las convulsiones periódicas, consecuencias inevitables de la producción capitalista, ¿qué será eso entonces, caballeros, más que comunismo, comunismo “realizable?”.»11
* La entidad considerada fundadora surgió en Rochdale, Inglaterra en 1844 por iniciativa de un grupo de 28 tejedores que decidieron crear una cooperativa de consumo.
De modo que la cooperación constituye en la sociedad capitalista un instrumento valioso en manos de los sectores populares en su lucha por subvertir el orden existente y, a su vez, en la construcción de la sociedad socialista la cooperación puede aportar su experiencia y modelo de organización para transitar ese camino.
La cooperación con sus valores y prácticas como, la solidaridad, la autogestión, la participación democrática de sus miembros, la no discriminación y la igualdad en la toma de decisiones se transforma en una herramienta válida para la construcción de una sociedad más justa e igualitaria. Su importancia radica en que la práctica social solidaria y democrática que promueve se orienta a la satisfacción de las necesidades humanas y no a la valorización, por lo tanto, aporta una rica experiencia al proceso social de construcción de una sociedad profundamente humanista.
Si recuperamos los ideales, los valores y las prácticas de la cooperación en el mismo sentido que los recuperaron Marx (y posteriormente Lenin) podremos orientarnos a la construcción de un socialismo que rompa con el dominio despótico de la ley del valor. No se trata de construir un socialismo de mercado —como propusieron alguna voces ante la crisis de las experiencias del “socialismo real” que resultaron verdaderas burocracias, centralizadas, estatalistas y tecnócratas, en la década de los años 80— donde continúe prevaleciendo la producción de valores, es decir de mercancías, por el contrario se trata de organizar un sistema de producción que atienda «las necesidades humanas: Las necesidades reales e históricamente en desarrollo tanto de la sociedad como un todo y como de sus individuos particulares».12
Por consiguiente, no se puede lograr la construcción de una sociedad democrática, participativa, solidaria y cooperativa fomentando el desarrollo del mercado como instancia distributiva de los recursos disponibles, por el camino indirecto de la asignación del trabajo social global en las distintas ramas productivas a través de la mediación del equivalente general* y de las oscilaciones de los precios. Dicha mediación monetaria y mercantil presupone un proceso que se desarrolla “a espaldas” de los productores directos, coaccionándolos y obligándolos a seguir la lógica impuesta por el mercado. Este funcionamiento “a espaldas” de las personas implica una falta total de control sobre sus condiciones de vida, las cuales por medio de la instancia mercantil han tomado existencia propia y se han vuelto irracionalmente autónomas. Autonomía que se vuelve contra los productores sociales.
En ese caso, los sujetos sociales solo toman contacto entre sí y se relacionan recíprocamente a través de la mediación de las cosas, de donde se deriva aquello que Marx denominó la cosificación y el feti-chismo. Estas evidencian aquella falta de control y autonomía que el mercado cobra en relación con los sujetos productores.
La lógica de la cooperación en la producción y distribución tiende a “chocar” con la lógica de la cosificación mercantil. Esto solo no sucederá cuando la distribución se realice sin la mediación del dinero y sin estar subsumida bajo la hegemonía y el control del capital. La lógica de la cooperación se volverá hegemónica en una sociedad que haya avanzado en una reestructuración trascendental “más allá del capital”, es decir que se rija por el famoso principio marxista de la distribución que sostiene que en una sociedad socialista avanzada los individuos trabajarán conforme a sus habilidades y recibirán del producto social general de acuerdo con sus necesidades. Mészáros nos recuerda que «este principio a menudo se interpreta con parcialidad burocrática, ignorando el énfasis que puso Marx en la autodeterminación de los individuos, sin la cual trabajar conforme a sus “habilidades significa muy poco”.»13
* El dinero representa el equivalente general en el cual se expresa el valor del mundo de las mercancías.
Pero la tendencia que expresa la lógica de la cooperación no es necesaria, ni ineluctable. La economía no marcha por sí sola. Únicamente cuando interviene una fuerza política cuya apuesta radical apunta —mediante la planificación democrática de la distribución del trabajo social global en las distintas ramas productivas— a subvertir el orden mercantil y a favorecer y desarrollar la cooperación social, solo allí se tornaría posible superar la pesada carga histórica del mercado, su irracionalidad y el tipo de subjetividad que origina y reproduce.
En este sentido, Lowy señala que «lejos de ser “despótica” en sí misma, la planificación democrática es el ejercicio, por parte de una sociedad entera, de su propia libertad: la libertad de decisión y libe-ración de las alienadas y cosificadas “leyes económicas” del sistema capitalista, las cuales determinan la vida y la muerte de los individuos, así como su encierro en la “jaula de hierro” económica (Max Weber). La planificación y la reproducción del tiempo de trabajo son los dos pasos decisivos de la humanidad hacia lo que Marx llamó “el reino de la libertad”. Un incremento significativo del tiempo libre es de hecho una condición necesaria para la participación democrática de los trabajadores en la discusión democrática y la administración de la economía y la sociedad».14
La única posibilidad de realizar una distribución equitativa y racional de los recursos disponibles en una sociedad no puede consistir en la asignación mercantil a través de las oscilaciones de los precios después del intercambio. Dado que ella sería atrapada por las alienantes limitaciones estructurales del orden capitalista; que produce mercancías para vender (obteniendo su “valor”) y no bienes de uso destinados a satisfacer las necesidades humanas tanto del estómago, como del espíritu. Marx señala que en el orden social capitalista solo por medio del intercambio es donde “los productos del trabajo adquieren una objetividad de valor, socialmente uniforme, separa-da de su objetividad de uso, sensorialmente diversa. Tal escisión del producto laboral en cosa útil y cosa de valor solo se efectiviza, en la práctica, cuando el intercambio ya ha alcanzado la extensión y relevancia suficientes como para que se produzcan cosas útiles destinadas al intercambio, con lo cual, pues ya en su producción misma se tiene en cuenta el carácter de valor de las cosas”. Por lo tanto, la lógica objetiva del capital de producir valores para el intercambio se contradice con la lógica no capitalista de una distribución equitativa y racional de los recursos disponibles en una sociedad.
Por el contrario, solo podrá concretarse una distribución equitativa y racional por medio de una socialización genuina antes del intercambio mediante una planificación democrática de los productores libremente asociados. Es decir, la organización racional de la producción y la distribución «tiene que ser no solo tarea de los “productores”, sino también de los consumidores; de hecho, de la sociedad entera, con su población productiva e “improductiva”, que incluye a los estudiantes, los jóvenes, las amas de casa, los pensionados, etc. Una verdadera “asociación de seres humanos libres (Menschen) que trabajan en común (gemeinschaftlichen) los me-dios de producción”.»15
La socialización de la economía que tiene lugar a través de la planificación democrática es la garantía de que la cooperación productiva pueda servir de palanca —en el seno de un proyecto socialista más amplio— para eliminar la cosificación mercantil y su consiguiente irracionalidad o “falta de control” por la sociedad, para decirlo de otro modo.
En una sociedad sin mercado y sin planificación burocrática son las grandes mayorías quienes tomarán las decisiones de cuánto y qué se produce, con el objetivo de satisfacer las necesidades del conjunto de la población, lo que a su vez brindaría las bases «objetivas para la desaparición de la producción de mercancías y el intercambio monetario».16
Como sostiene el filosofo Mészáros se trata de «instituir un orden socioeconómico y cultural no antagónico, racional y humanamente dirigido, plenamente consciente del significado fundamental de “economía”, como economización verdaderamente seria de los re-cursos, en interés de la satisfacción humana sostenible, dentro del marco de una planificación global dirigida activamente por todos los individuos».17
Es parte de un debate inconcluso que sostuvo Ernesto Che Guevara en Cuba en los primeros años de la Revolución. La discusión apuntaba a superar la ley del valor en el socialismo. Sigue siendo un tema inconcluso que supone la eliminación de las relaciones de intercambio mercantiles, lo que requiere algunas definiciones que la propia práctica social no tiene resueltas aún.
Las formas mercantiles son históricas (su surgimiento es anterior al capitalismo) y es bueno interrogarse sobre la perspectiva histórica de una forma de intercambio que desarrolló hasta límites inimaginables el progreso de las fuerzas productivas de la sociedad, y con ello desarrolló el capitalismo y sus formas estatales e instituciones que hoy explican la depredación de la naturaleza y la sociedad.
¿Es posible construir más allá de la lógica del intercambio mercantil, de la ley del valor? En Cuba se discutió. Bolivia formula un propósito cuya construcción puede derivar en nuevas síntesis teóricas que parten de la recuperación de prácticas y valores ancestrales.* Lo dicho está más allá de la valoración sobre los países y procesos mencionados, pero alude a la posibilidad en tiempo presente de discusión sobre asuntos trascendentes para el desarrollo social. Bolivia transita dentro del capitalismo y sin embargo se propone una categoría que puede concebirse revolucionaria.
Como vemos, no solo se trata de discutir el mercado a partir de proponer un cambio en las relaciones de producción entre los pro-ductores. El tema en cuestión es la forma de producir, distribuir y consumir. Además, no es suficiente con la formulación de lo alternativo. Es necesario verificar en la práctica la construcción de otro orden social.
Pero convengamos que la relación de intercambio expresa un cambio de equivalentes y que, por lo tanto, el problema no es solo la ley del valor, sino la capacidad de explotación explicada en la ley del plusvalor.** Es el intercambio no equivalente de la fuerza de trabajo por salario lo que genera producción de excedente y una apropiación privada del producto social. El problema entonces está en las condiciones del intercambio de fuerza de trabajo por salario, base económica de la construcción de la sociedad capitalista. Esa relación social de explotación es la que define la naturaleza de la sociedad civil y sobre la que se asienta el conjunto de la dominación del capital sobre el trabajo y la sociedad.
* En la Constitución recientemente elaborada en Bolivia se alude a “Vivir Bien”, siendo ello una categoría contradictoria con el paradigma occidental (capitalista) asociado al patrón de consumo (asimétrico entre países y dentro de los mismos) y de producción (incluyendo la destrucción del medio ambiente). Es una categoría, aún por definir, vinculada al rescate de formas de concebir la sociedad por parte de las comunidades originarias.
** La ley del valor explica el intercambio de productos “equivalentes” según esa ley, por ejemplo: el precio de una mercancía equivale a su “valor”, así como el salario expresa el “valor” de la fuerza de trabajo. Por otro lado, la ley del plusvalor evidencia la explotación por la producción de mayor valor en el proceso de producción. En los tres ciclos del capital se evidencia el problema. En el ciclo del capital dinero (D-M) y en el ciclo del capital mercancía (M’-D’) queda claro que se intercambian equivalentes; mientras que en el ciclo del capital productivo (M-M’) tiene lugar la conservación del capital constante y la valorización del capital variable (que incluye los salarios de los trabajadores).
A nuestro criterio, la asociación sobre la base de la cooperación autónoma de los trabajadores constituye una práctica social de organización económica de la sociedad que supone una estrategia alternativa a la de la dominación que tiene lugar mediante la relación de trabajo asalariado. Inscribimos esa práctica en el campo de la emancipación, en tanto práctica social ejercida para liberarse de la subordinación que supone el modo hegemónico de producir y reproducir, tanto de las condiciones de vida, como de la vida misma.
Una subjetividad transformadora de “otra economía”
La organización autónoma y cooperativa de los sujetos ha demostrado que se puede organizar el proceso de trabajo y la satisfacción de necesidades comunes (como la vivienda, el crédito, los servicios públicos, etc.) bajo otras formas: basadas en la cooperación, en la democracia y en la participación activa de todos.
En las sociedades capitalistas, el trabajo ha perdido su capacidad de constituir una actividad vital y creadora para el hombre. Por el contrario, instaura un extrañamiento entre los hombres entre sí, entre el trabajador con el producto de su trabajo y con la producción como actividad. Consecuencia directa de un orden social que produce riquezas socialmente, pero que son apropiadas privadamente y sin control racional alguno a partir de los tanteos a posteriori del intercambio mercantil.
Organizar el proceso de trabajo en forma autónoma sin “la dirección despótica del capital” encierra importantes consecuencia para el avance de una subjetividad colectiva contra hegemónica.
«La enajenación del trabajador en su objeto se expresa, según leyes económicas, de la siguiente forma: cuánto más produce el trabajador, tanto menos ha de consumir, cuantos más valores crea, tanto más sin valor, tanto más indigno es él; cuánto más elaborado su producto, tanto más deforme el trabajador; cuanto más civilizado su objeto, tanto más bárbaro el trabajador; cuanto más rico espiritualmente se hace el trabajo, tanto más desespiritualizado y ligado a la naturaleza queda el trabajador».18
Marx agrega que este extrañamiento entre el trabajador y el producto de su trabajo también se expresa en la forma de producción. El trabajador se siente externo al trabajo, es decir no se afirma en su trabajo, sino que se niega, no se siente feliz en su trabajo sino des-graciado «por eso el trabajador solo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí».19
Muchos de los testimonios de trabajadores que asumen la producción de bienes y servicios cooperando en forma autónoma dan cuenta de ese sentimiento acerca de que, anteriormente (cuando trabajaban bajo un patrón o en relación de dependencia) la verdadera vida comenzaba cuando se terminaba la jornada laboral. Desde el momento en que asumen la dirección y el control del proceso productivo sienten que su relación con el trabajo cambia, y que comienzan a reconocerse en el fruto de su esfuerzo cotidiano.
Los trabajadores que asumen el control y autoorganizan el proceso de trabajo, bajo formas democráticas y participativas, están —con su práctica— iniciando una fisura en la alineación con los objetos que su propio esfuerzo produce y con las formas sociales capitalistas que asume la producción. Las experiencias de las cooperativas po-pulares encierran un gran potencial simbólico, porque demuestran diariamente que los trabajadores asociados y cooperando entre sí (sin una dirección impuesta, es decir, sin patrones) pueden desarrollar relaciones sociales autónomas.
Insistimos sobre todo en la importancia de la producción de signos y símbolos,* ya que la constitución del imaginario popular favorable a un horizonte anticapitalista puede transformarse en una base sólida para pensar una sociedad alternativa, incluso socialista. No existe la perspectiva socialista sin la presencia de su posibilidad en el imaginario popular y ello requiere la construcción previa de experiencias de poder popular y la conciencia de que socialismo es lo que se construye mediante ellas.
Las organizaciones populares se convierten en productoras, también, de signos y símbolos. Ellas encierran un gran potencial simbólico, porque demuestran diariamente que los trabajadores asociados y cooperando entre sí (sin dirección impuesta) pueden desarrollar relaciones sociales autónomas.
* Signos y símbolos son categorías que aluden a la conformación ideológica de la sociedad. Asignamos especial importancia a la constitución de subjetividad en el imaginario popular para pensar la sociedad socialista.
“Otra economía” supone la mutación generalizada de la hegemo-nía en materia de valores sociales. La explotación humana por siglos genera una cultura subordinada a la lógica del plusvalor, de la dominación capitalista y sus consecuentes asimetrías en la apropiación del producto social (material e inmaterial). El aliento a formas alternativas dentro del capitalismo, e incluso los intentos de construcción socialista, actúan como fuerzas que contrarrestan la dinámica de la iniciativa hegemónica del capital.
El problema es transformar esa fuerza de la resistencia en vector principal de la construcción social cotidiana. Es evidentemente un asunto material expresado en la extensión de la “otra economía” y sus nuevas relaciones sociales. Pero es también, y especialmente, el reconocimiento por una parte importante de la sociedad de que se está construyendo otra sociedad, otra economía, otro sistema de relaciones sociales. Es decir, hay materialidad consciente en el pro-ceso de transformación necesaria, con lo cual aparece el desafío de construir las iniciativas o emprendimientos económicos a la par que se trabaja la conciencia de la práctica transformadora.
El proceso de ocupaciones de empresas desarrollado en Argentina en torno a la crisis del 2001 da cuenta de una experiencia de aprendizaje en la gestión de la actividad de producción y comercialización, donde trabajadores sin ninguna práctica de gestión se encontraron ante el imperativo de administrar recursos y procesos. En rigor, ellos no tuvieron que afrontar solos el reto, ya que hubo solidaridad y asistencia profesional de personas y/o grupos de profesionales o técnicos dispuestos a confluir con la experiencia de autogestión de los trabajadores. La ocupación y autogestión de esas fábricas se convirtió en un proceso de enriquecimiento mutuo entre trabajadores y profesionales en el desarrollo de la gestión democrática. Esto se ha manifestado también en variadas formas de cooperación desarrolla-das en distintas ramas de la actividad económica.
Puesto que la tendencia es a la repetición de conductas y hábitos que reproducen las prácticas hegemónicas, insistimos en la importancia de un proceso de construcción de subjetividades conscientes en convergencia con los proyectos económicos, a lo que denominamos como “materialidad consciente”. Por ausencia de recursos económicos y también de potencial humano, es usual una práctica de “hacer lo que se pueda y como se pueda”, privilegiando el hacer y en el camino evaluar, corregir, y en ese tránsito de prueba y error construir lo nuevo.
Sin perjuicio del aliento a la iniciativa popular tal y como es, nuestra reflexión apunta a la programación de la dimensión educativa o cultural para el éxito de iniciativas que a priori resultan proposiciones de transformación. Así, la sistematización de la formación constituye parte inescindible de cualquier propuesta para pensar en la efectividad de una “otra economía”.
Referencias bibliográficas
1 Cfr. Julio Gambina: Los cambios políticos y las perspectivas de “otra economía” para los pueblos. Ponencia presentada al X Encuentro sobre Globalización y Problemas de Desarrollo. La Habana del 3 al 7 de marzo de 2008.
2 Éric Toussaint: El segundo aliento del Foro Social Mundial. Entrevista realizada por Pauline Imbach. En www.rebelion.org.
3 Michael Löwy: Redención y utopía. El judaísmo libertario en Europa central. El Cielo por Asalto, Buenos Aires, 1997, p. 9.
4 Carlos Marx y Federico Engels:. “El manifiesto comunista” (1848). En Obras Escogidas, t. I, Ediciones en Lenguas Extranjeras del Instituto de Marxismo – Leninismo, Moscú, 1955.
5 Ibídem, p. 64.
6 ________: “Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores”. En ob. cit., p. 395.
7 Carlos Marx: El capital. t. I., vol. II, capítulo XI “Cooperación”. Ed. Siglo XXI, México, 1994, p. 400.
8 Ibídem, p. 401.
9 Carlos Marx: “La guerra civil en Francia”. En Obras Escogidas, t. I…
10 Cfr. Prólogo de Engels a “La guerra civil en Francia”. En Obras Escogi-das, t. I,…, p. 501.
11 Carlos Marx: “La guerra civil en Francia”. En Obras Escogidas, t. I,…, pp. 546 y 547.
12 István Mészáros: “Socialismo: la única economía viable”. En www.emancipacion.org.
13 Cfr. _____: El desafío y la carga del tiempo histórico. El socialismo en el siglo xxi. Ed. Vadell Hermanos Editores y Clacso, Caracas, 2007, p. 204.
14 Michael Lowy: “Ecosocialismo, democracia y planificación”. En revis-ta Viento Sur, Sección Web. 24/06/2007, p. 3.
15 Ídem.
16 E. Mandel, A. Nove y D. Elson: La crisis de la economía soviética y el debate mercado/ planificación. Ed. Imago Mundi, Buenos Aires, 1992, p. 40.
17 István Mészáros: Socialismo o barbarie. La alternativa al orden social del capital. Ed. Paradigmas y Utopías, México, 2005, p. XVI.
18 Carlos Marx: “Trabajo enajenado”. En Manuscritos económico – filosóficos (1844). Ed. Altaya, España, 1994, p. 111.
19 Ibídem, p.113.
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