1Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de la Habana, Cuba.
El artículo presenta una revisión crítica de algunas de las tesis más difundidas sobre los inicios de la transición al socialismo, enarboladas a partir de postulados esenciales desarrollados por Marx, Engels y Lenin, para explicar cuestiones teóricas generales y mecanismos específicos que deberían conducir a la superación del capitalismo. La propuesta intenta rescatar el derrotero teórico-metodológico que, en sus dimensiones más globales, podrían seguir algunos países a partir de contextos nacionales de poco desarrollo, luego de una revolución política que no fuera consecuencia directa del freno que las relaciones de producción han impuesto al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas -que caben, potencialmente, dentro del modo de producción capitalista-, sino de los conflictos generados por la imposibilidad de los gobernantes de conducir los proyectos sociales y la capacidad de los gobernados de aprovechar las situaciones revolucionarias, tal como ocurrió en Rusia y hasta en Cuba.
INTRODUCCIÓN
En el argot académico general y hasta en el político el tema de la transición se expresa de distintas maneras. Mientras en el ámbito de las ciencias naturales, técnicas y exactas se habla de transición de un estado físico a otro o de unas especies biológicas a otras, de transición tecnológica y energética, así como de otros procesos de conversión de un objeto -tangible o no- en otro distinto, en la esfera social se polemiza, mayormente, acerca de la transición demográfica y generacional, de la transición económica y, en particular, -entre otras múltiples formas de cambios en los contextos nacionales e internacionales- de «transición política», lo que ha sido más recurrente, sobre todo, para explicar lo que también se ha dado en llamar «transición a la democracia».
Pero la transición a la democracia, desde estas perspectivas, solamente se aprecia como un proceso de transformación de regímenes considerados autoritarios como los existentes, en su momento, en Portugal, España y Grecia, América Latina o la propia Europa del Este y otros países llamados democráticos. Este proceso tiene el objetivo de crear o fortalecer, según sea el caso, las estructuras político-institucionales del sistema político capitalista y no su transformación en otras distintas.
Sin embargo, la transición política también puede ser asumida como el inicio de una profunda revolución social, un proceso de cambios que genera -de forma más o menos rápida y radical- la destrucción de formas de participación, socialización y culturas políticas, sustentadas en instrumentos capitalistas privados de apropiación productiva para dar lugar a otras de mayor complejidad y que tienen su fundamento en un modo de producción distinto. Fue lo que Marx denominó período de tránsito del capitalismo al comunismo y que Lenin enfocó -en la mayor parte de su obra escrita- como de tránsito al socialismo o de construcción socialista2 y que -en el contexto cubano actual- nos obliga a volver a indagar, cuál fue el derrotero global de ese tránsito y cómo ellos percibían, dentro de este, la relación Estado-mercado, lo que tuvo particular relevancia a partir de la obra de Marx, Crítica del Programa de Gotha, oficialmente conocida como Glosas marginales al programa del Partido Obrero Alemán, escrita en 1875 (Marx, 1986).
Pero, por la diversidad de criterios -a veces contrapuestos- con que los defensores del marxismo han afrontado los problemas de construcción del socialismo, el considerable éxito que han tenido muchos de los llamados «revisionistas» en su apreciación sobre el probable descalabro de las experiencias del socialismo histórico, así como la claridad y profundidad con que Lenin, posteriormente, analizó esta obra, la propuesta es realizar su análisis, no a partir de nuestra exclusiva interpretación del asunto, sino de lo que parece haber entendido Lenin sobre ese texto de Marx en su célebre trabajo El Estado y la revolución (Lenin, 1985a) 3y en otros.
1. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN POR MARX
En este sentido, lo primero que Lenin decidió aclarar fue que no existe contradicción alguna entre la posición de Marx, que parece ser más partidario del Estado en el comunismo, y la de Engels que propone a Bebel lanzar por la borda toda charlatanería sobre la palabra Estado -plasmada en el programa de la socialdemocracia alemana- y sustituirla por la de comunidad. Para el líder revolucionario ruso ellos abordaban temas y objetivos distintos.
Así, mientras Engels (1986) desacreditaba la idea lassalleana del Estado popular libre a que aspiraba el Partido Obrero Alemán, revelándolo como una palabrería cuya única significación era «un Estado que es libre respecto a sus ciudadanos, es decir, un Estado con un gobierno despótico» (p. 32), por otra parte, Marx (1986) -luego de aclarar que «la libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella» (p. 22)- se interesaba de forma más profunda por el desarrollo de la sociedad comunista.
La crítica marxista dirigida a la indistinta utilización de las categorías «Estado actual» y «sociedad actual» en el Programa de Gotha demuestra que tal desconocimiento del tema lleva a Lassalle a la idealización de un «Estado del futuro» que él llamaba socialista y que estaría basado, entre otras medidas democráticas, en el sufragio universal y la legislación directa, lo que, según Marx, ya era (en el propio 1875) representativo de un «Estado actual» en Suiza y los Estados Unidos.
Los socialdemócratas alemanes no supieron entender que ese llamado «Estado socialista del futuro» era la república democrática que, por iniciativa de Lassalle, debía ser implantada por medios legales en el Imperio alemán, que mostraba «un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco» (Marx, 1986, p. 23). Esto, de hecho, era algo prácticamente imposible.
Lassalle, el genio inspirador del Programa de Gotha, y sus seguidores ignoraban que tanto el Estado alemán como el inglés sustentaban su existencia en las bases de la moderna sociedad burguesa y que una transición a una sociedad futura verdaderamente diferente a la actual, no podría resolverse ni mediante la conjugación de las palabras Estado y pueblo, ni mediante el perfeccionamiento del «Estado actual», sino a través de un análisis rigurosamente científico del problema. Y es justamente refiriéndose a este último señalamiento de Marx que Lenin (1985a) plantea: «lo primero que ha establecido, con absoluta precisión, toda la teoría del desarrollo y toda la ciencia en general […] es la circunstancia de que, históricamente, debe haber, sin duda, una fase especial o una etapa especial de transición del capitalismo al comunismo» (p. 88).
2. LA TRANSICIÓN DEL CAPITALISMO AL COMUNISMO
Aunque la idea de la elevación del proletariado a clase dominante y su conquista de la democracia fue elaborada por Marx y Engels hace más de ciento setenta años en El manifiesto comunista (Marx y Engels, 1974), su concepción de la dictadura del proletariado como instrumento para la transición al comunismo, se desarrolló en la Crítica del Programa de Gotha de Marx. Fue en este texto donde plasmó su conocida tesis con respecto a que «entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado» (Marx, 1986, p. 23). Respecto a esta afirmación, Lenin (1985a) también analizó las virtudes del mismo concepto bajo la dictadura proletaria en el segundo epígrafe del trabajo mencionado, al tiempo que valoró, desde el punto de vista de clases, los límites de la democracia en condiciones de dictadura de la burguesía.
Para Lenin -como demostró a lo largo de toda su obra-, aun cuando la democracia proletaria tampoco llega a representar a todo el pueblo, al menos es superior a la burguesa en el sentido de que, por primera vez, defiende los intereses de la entonces mayoría explotada sobre la mayoría explotadora. Esto, sin embargo, no significaba que tal Estado socialista fuera un «Estado popular libre», como indicara Lassalle, porque «mientras el proletariado necesite todavía el Estado, no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado dejará de existir» (Engels, 1986, p. 32). Aquí Lenin muestra su total acuerdo con Engels cuando afirma: «solo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la resistencia de los capitalistas, cuando no haya clases (es decir, cuando no existan diferencias entre los miembros de la sociedad por su relación con los medios de producción), solo entonces desaparecerá el Estado y podrá hablarse de libertad» (Lenin, 1985a, p .91).
En un sentido similar, pero todavía con mayor precisión, se expresó el propio Lenin más adelante, como parte de su aceptación de la idea acerca de la extinción del Estado: «solo el comunismo suprime, en absoluto, la necesidad del Estado, pues no hay nadie a quién reprimir, “nadie” en el sentido de clase, en el sentido de una lucha sistemática contra cierta parte de la población» (Lenin, 1985a, p. 93).
Independientemente de que en el capítulo V de El Estado y la revolución (Lenin, 1985a) no se dice una sola palabra acerca de quién es ese «alguien» a quien reprimir, no sería difícil deducir que si en este texto básico de Lenin -como en la propia Crítica del Programa de Gotha (Marx, 1986)- no se reconoce ningún período de transición entre el capitalismo y la primera fase de la sociedad comunista, ni se asume la necesidad de suprimir la propiedad de los burgueses y terratenientes -en el contexto teórico que se analiza, esto debe haberse realizado algún tiempo después de la revolución proletaria-, entonces, ese «alguien» a quién reprimir en esa primera fase, además de los potenciales intentos de restauración de la propiedad de la burguesía, solo podría estar relacionado con la regulación y la limitación de otras formas menores de la propiedad y gestión que aún no estuvieran socializadas.
Por eso, luego de haber analizado todo el segundo epígrafe del capítulo «Las bases económicas de la extinción del Estado» -que Lenin dedica al estudio de la referida obra de Marx- se puede concluir que, desde el análisis de las palabras de Marx (1986), «entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista […] corresponde […] un período político de transición» (p. 23), hasta la afirmación de Lenin (1985a): «sin dejarse llevar de utopías, Marx determinó en detalle lo que es posible determinar ahora acerca de este porvenir, a saber: la diferencia entre las fases (grados o etapas) inferior y superior de la sociedad comunista» (p. 93), ambos coinciden en que la primera fase (socialismo) de la formación económico-social comunista constituye el período de transición y que, a partir de la revolución política del proletariado, comienza la extinción del Estado y culmina en la antesala de la segunda fase (o comunista) de desarrollo. Nada indica alguna interpretación distinta.
3. LA PRIMERA Y SEGUNDA FASE DE LA SOCIEDAD COMUNISTA
La idea lassalliana referida a que en el socialismo el obrero recibiría el fruto íntegro del trabajo también fue desacreditada por Marx cuando explicó que, en esta etapa, parte de lo producido por el obrero debería ir a la reposición de los medios de producción consumidos, a la ampliación de la producción misma, al fondo de seguros contra accidentes u otras calamidades y, finalmente, a los medios sociales de consumo. Allí él demostró que lo único variable en el socialismo -aunque podría ser una ventaja, a diferencia del capitalismo donde los hombres tenían derecho formal a adueñarse de la tierra, los ferrocarriles y de otros medios de producción, con la consiguiente posibilidad de engendrar explotación- era que nada podría pasar a ser propiedad del individuo fuera de los medios individuales de consumo. En este sentido, sobre el programa del Partido Obrero Alemán, Marx (1986) aclaró:
No es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir, precisamente, de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta, todavía, en todos sus aspectos, en lo económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede. Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la sociedad, después de hechas las obligadas deducciones, exactamente lo que le ha dado. (p. 14)
Pero este beneficio potencial, según confirmaba Lenin, aun en condiciones de propiedad común sobre los medios de producción -es decir, bajo el «socialismo» en el sentido corriente de la palabra, cuando ya se hubiera eliminado la propiedad privada como principal estandarte del derecho burgués- no dejaría de ser limitado. No superaría el «estrecho horizonte del derecho burgués», según las propias palabras de Marx (1986, p. 15).
Marx veía en el insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas la causa de que los hombres, teniendo cualidades físicas e intelectuales diferentes y, por tanto, distintas formas y posibilidades de aportar al bien público, recibieran en esa futura sociedad solo lo que cada uno pudiera aportar -equitativamente- a ella y no lo que realmente necesitaban. Este análisis lo lleva a aclarar que «estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado» (Marx, 1986, p. 15). De este último fragmento, sin embargo -a contrapelo de las coincidencias de Marx y Lenin descritas sobre las dos fases de la sociedad comunista, como únicas etapas que marcan el derrotero de la revolución proletaria- se pudiera derivar la existencia de un período especial de tránsito del capitalismo a la primera fase (socialismo) que todavía no ha sido mencionado.
En efecto, para Marx la primera fase (socialista) de la sociedad comunista brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso alumbramiento. Es una idea que, a simple vista, también parece ser reforzada por Lenin en sus Materiales preparatorios del Estado y la revolución(Lenin, 1985b), -oficialmente reconocido como El marxismo y el Estado- donde, al lado del referido fragmento de Marx y en forma de esquema calificó como «largo y doloroso alumbramiento, la primera fase de la sociedad comunista y la fase superior de la sociedad comunista» (Lenin, 1985b, p. 129). Pero son palabras que, a lo largo de toda la obra de Marx y de Lenin, no parecen ser ilustrativas de su interés personal en resaltar tres etapas a desarrollar después de la revolución política del proletariado, sino de reconocer que el inicio de la fase socialista, que antecede a la segunda fase o fase superior, sería consecuencia directa de un «largo y doloroso alumbramiento» gestado dentro del capitalismo a partir de sus propias contradicciones internas. Nada indica la posibilidad de conjeturas distintas.
4. DILEMAS DE LA TRANSICIÓN EN LA PRÁCTICA CONCRETA
El tema de la transición, sin embargo, no solo fue tratado por Marx y Lenin en estas dos obras teóricas básicas estudiadas; además, resultó particularmente profundizado por el propio líder bolchevique en las nuevas condiciones en que se desarrolló la Gran Revolución socialista de octubre de 1917. Este fue el contexto a partir del cual Lenin (1986a) comenzó a enunciar frases lapidarias como: «entre el socialismo y el capitalismo se extiende un largo período, más o menos difícil, de transición, de dictadura del proletariado» (p. 273); o, por ejemplo: «estamos lejos incluso de haber terminado el período de transición del capitalismo al socialismo» (Lenin, 1986a, p. 281), donde, por primera vez, se hablaba en forma explícita de un período de transición del capitalismo al socialismo o, ulteriormente, de la construcción del socialismo y, por tanto, de un posible nuevo enfoque4 acerca de las etapas potenciales para alcanzar la sociedad comunista.
En este sentido, un lugar importante en el esclarecimiento de estos criterios -muy vinculados también a las condiciones que harían imposible el retorno al capitalismo- también puede encontrarse en los trabajos de Lenin Un saludo a los obreros húngaros (Lenin, 1986d), Una gran iniciativa (Lenin, 1986e) y Economía y política en la época de la dictadura del proletariado (Lenin, 1986f) publicados en mayo, julio y noviembre de 1919, respectivamente, que abordaban las características de la lucha de clases durante la construcción del socialismo y el papel del Estado proletario en este.
Era la forma encontrada por Lenin para reconocer -junto a Marx y Engels- que sin dictadura del proletariado no se podría iniciar el proceso de supresión de las clases sociales y que, sin ese tipo de dictadura, las clases tampoco podrían desaparecer; lo que, si bien defendía la idea de pequeñas transiciones tácticas dentro del proceso de construcción de la nueva sociedad, al mismo tiempo no daba lugar a ninguna idea que respaldara la necesidad de tres grandes etapas dentro de la formación económico-social comunista. Todo eso formaba parte de una gran concepción, resumida en 1859 por Marx (1974), quien destacó, dentro del resultado general a que arribó en sus estudios de economía política, que «ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua» (pp. 340-341). Así lo explicaría Lenin (1985c) años después:
La “clave” de la cuestión no consistirá siquiera en confiscar los bienes de los capitalistas, sino precisamente en establecer un control omnímodo, a escala de todo el país, sobre los capitalistas y sus posibles adeptos. La confiscación por sí sola no basta, pues no contiene ningún elemento de organización y de cálculo de una distribución acertada. Sustituiremos fácilmente la confiscación con la imposición de un gravamen justo [...], pero a condición de excluir la posibilidad de eludir el control, de ocultar la verdad, de esquivar la ley. Y esto se conseguirá solo mediante el control obrero del Estado obrero. (p. 319)
Sobre este mismo tema, en abril de 1918, Lenin (1986b) aclaraba: «pero en tanto el control obrero no sea un hecho, en tanto los obreros avanzados no hayan organizado y llevado a efecto su cruzada victoriosa e implacable contra los infractores de ese control o contra los negligentes en este dominio, no podremos, después de haber dado este primer paso (el control obrero), dar el segundo hacia el socialismo, es decir, pasar a la regulación de la producción por los obreros (p. 190).
Por eso, en mayo del propio año, Lenin (1986c), ante la crítica menchevique y de los «comunistas de izquierda» a la decisión del gobierno bolchevique de entregar la dirección de las fábricas y empresas a los capitalistas, aclaró:
Primero, el poder soviético entrega la “dirección” a los capitalistas, existiendo los comisarios obreros o los comités obreros, que vigilan cada paso del dirigente, aprenden de su experiencia de dirección y tienen la posibilidad no solo de apelar contra las disposiciones del dirigente, sino de destituirlo por conducto de los organismos del poder soviético. Segundo, se entrega la “dirección” a los capitalistas para que desempeñen funciones ejecutivas durante el tiempo de trabajo, cuyas condiciones fija precisamente el poder soviético y son abolidas y revisadas por él. Tercero, el poder soviético entrega la “dirección” a los capitalistas no como capitalistas, sino como técnicos especialistas u organizadores, a los que se asigna una alta remuneración por su trabajo. (p. 319).
Este era el antecedente directo inmediato de otras formas ulteriores de capitalismo de estado concebidas e implantadas bajo el liderazgo de Lenin, que fueron profundamente violentadas a partir del propio abril de 1918, fecha en que comenzó la sublevación del cuerpo de ejército checoslovaco -mercenarios del imperialismo de Europa occidental- que constituyó la señal al levantamiento contrarrevolucionario de los kulaks en el Volga, los Urales y Siberia y que, formalmente, dio inicio a la guerra civil. En esta difícil situación, cuando la ruina y la guerra amenazaban con llevar el hambre al pueblo soviético, a los bolcheviques no les quedó otro camino que realizar una centralización estricta de la economía -conocida como comunismo de guerra- y aprobar nuevos decretos de confiscaciones y nacionalizaciones.
Pero la victoria soviética sobre la contrarrevolución interna (lograda en noviembre de 1920) y la invasión externa (definitivamente expulsada en 1922) no evitó grandes errores conceptuales y prácticos que debilitaron la industria y alejaron a los campesinos del proyecto revolucionario. Por eso, Lenin (1987b) señaló: «cometimos el error […] de decidirnos a pasar, directamente, a la producción y a la distribución comunistas», a lo que, más adelante, añadió: «la experiencia […] nos ha hecho ver que nos equivocamos al creer lo contrario de lo que antes habíamos escrito sobre la transición al socialismo» (p. 164).
En tales circunstancias, la conocida nueva política económica (NEP), discutida y aprobada en el X Congreso del Partido Comunista (bolchevique), desempeñó el papel de rescate de la Revolución en Rusia. Desde allí, Lenin (1987a) reclamó: «un cambio resuelto, flexibilidad y un viraje inteligente» (p. 72). Además, señaló como esencia de esta política «la alianza entre el proletariado y los campesinos, la alianza de la vanguardia del proletariado con las grandes masas campesinas» (Lenin, 1987c, p. 332). Por eso, propuso la implantación del «impuesto en especie» a los campesinos -a título de tributo mínimo de trigo para el ejército y los obreros-, el intercambio entre la agricultura y la industria, y el desarrollo de la pequeña industria. Él retornó a su estrategia inicial de construcción del socialismo y estimuló la implementación de las siguientes formas básicas de capitalismo de Estado:
La entrega de fábricas y empresas, en forma de concesión, a capitalistas, consorcio, cártel o trust por separado.
La creación y desarrollo de cooperativas de pequeños propietarios que, estimulados por el interés personal, pasarían de la pequeña producción individual a la grande colectiva.
La utilización de comerciantes en calidad de intermediarios en la esfera de la circulación para el acopio de los productos del pequeño productor y la venta de la producción del Estado.
El arrendamiento, en usufructo temporal -sin la menor desnacionalización- de fábricas, empresas, minas, bosques, yacimientos petroleros y terrenos, por parte del Estado proletario a los capitalistas privados y a concesionarios extranjeros.
La creación de sociedades mixtas de mutua explotación y beneficios entre el poder soviético y capitalistas privados, rusos y extranjeros.
CONSIDERACIONES FINALES
Todas estas transformaciones planificadas e implementadas por Lenin, aún mucho antes que Stalin suprimiera la NEP, formaban parte de su comprensión de la gradualidad de la que hablaban Marx y Engels (1974), cuando orientaron al proletariado de los países más avanzados -particularmente de Inglaterra, Francia, Alemania y los Estados Unidos- no expropiar, en general, a los dueños de la industria -para lo que entonces no se estaba preparado- sino, solo, «la propiedad territorial» y la «de todos los emigrados y sediciosos» (p. 39). Pero también formaban parte de su convicción de que, si bien se puede hablar de un período de transición entre la sociedad capitalista y la comunista, al mismo tiempo se puede disertar acerca de un período de tránsito al socialismo, si este se entiende, no como una simple etapa de la formación comunista sino como un proceso, gradual y contradictorio hacia el establecimiento de la propiedad común sobre los medios de producción, dentro de la propia primera fase.
No es posible entender de otra manera al político que en 1920 llegó a afirmar: «en Rusia […] estamos dando, todavía, los primeros pasos en la transición del capitalismo al socialismo, o fase inferior del comunismo» (Lenin, 1986h, p.27 ) o cuando al referirse al trabajo comunista, llegó a expresar: «ahora bien, será más exacto hablar no del trabajo comunista, sino del trabajo socialista, ya que no se trata de la fase superior, sino de la inferior, de la primera fase de desarrollo del nuevo régimen social que ha brotado del capitalismo» (Lenin, 1986g, p. 329). Era su manera, consecuentemente marxista, de comprender la construcción del socialismo desde las condiciones de lo que hoy llamaríamos el subdesarrollo.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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NOTAS ACLARATORIAS
22Estas interrogantes sobre el período de tránsito del capitalismo al socialismo como una etapa específica fuera de la formación económico-social comunista, o de un período dentro de ella que antecede a la primera fase (socialismo), o acerca de las condiciones para lograr la irreversibilidad del socialismo hacia el capitalismo son temas aún no resueltos por la academia marxista.
33Esta obra escrita, básicamente, a fines de 1917 dedica el capítulo V, «Las bases económicas de la extinción del Estado» (escrito antes de la Revolución de Octubre) a rescatar, lo que Lenin llama la «parte positiva» de la importante obra de Marx, a saber: «el análisis de la conexión existente entre el desarrollo del comunismo y la extinción del Estado» (Lenin, 1985a, p. 1). Solo el tercer epígrafe del segundo capítulo fue escrito después de la Revolución de Octubre. El resto de la obra fue elaborada antes.
44Eran tesis que justificaron, en alguna medida, que la URSS, bajo el liderazgo de Stalin, declarara la culminación del período de tránsito del capitalismo al socialismo en 1936 o que años después igualmente lo hicieran las entonces existentes República Democrático Alemana o la República Socialista de Checoslovaquia.
11Fueron parte de las nuevas maneras y coyunturas con que la academia no marxista decidió difundir, con múltiples recursos, así como las más diversas vías y subterfugios, su apreciación positiva con respecto a los conceptos de democracia, libertades civiles y políticas; y su convicción acerca de la pluralidad de los partidos políticos como condición, sine qua non, de la representación popular y, en general, de cualquier tipo de participación política verdadera.
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