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"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

sábado, 2 de septiembre de 2017

Rentas monopolísticas e impuesto de sociedades

Se da por hecho que reducir la fiscalidad de las empresas es buena idea. Los datos no dicen eso


La bandera americana preside la entrada de la Bolsa de Nueva York. RICHARD DREW AP

En cierta medida, es difícil tomarse en serio la propuesta de “reforma” fiscal del Gobierno de Trump. Un tipo sale elegido como populista y sus dos primeras grandes propuestas son (a) retirarles a millones de personas su seguro sanitario y (b) reducirles los impuestos a las grandes empresas. Vaya.

Es más, Trump es ignorante hasta decir basta en materia de impuestos (y en todo lo demás). Sigue declarando que Estados Unidos es el país con los impuestos más altos del mundo, que es casi lo opuesto a la verdad entre los países avanzados. Y sus aliados en el Congreso no son ignorantes, pero sí mentirosos: Paul Ryan propone recaudar y ahorrar billones de dólares sin especificar cómo.

Pero hay aquí una pregunta realmente interesante, aunque no deberíamos dar crédito a las respuestas republicanas. ¿Quién paga de hecho el impuesto de sociedades? ¿Recae sobre las grandes empresas y, por tanto, finalmente sobre sus accionistas? ¿O incide en última instancia en los salarios, como afirma el Gobierno?

Ha habido muy buenos debates sobre este tema en la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés). Esta se muestra escéptica respecto a los análisis de regresiones entre países que parecen indicar que buena parte de la carga recae sobre los salarios.

Coincido en cuanto a los principios generales: en la mayoría de los casos es demasiado difícil controlar otros factores. Las únicas veces que me tomo en serio los resultados entre países es cuando hay un factor con una conducta diferencial verdaderamente drástica que probablemente tenga grandes repercusiones, como las enormes diferencias en el grado de austeridad presupuestaria entre 2009 y 2013. El tratar de deducir las repercusiones de la fiscalidad empresarial, que no difiere tanto entre países de la OCDE y seguramente no sea la principal causante de las diferencias salariales, parece inútil.

La alternativa es una especie de relato estructural; y pienso que aquí hay un argumento importante, ya planteado por la CBO, pero sobre el que es necesario insistir: realmente debemos tener en cuenta las rentas monopolísticas.

La manera habitual de contar este relato es plantear los impuestos sobre sociedades como un impuesto sobre los rendimientos del capital físico. La historia dice a continuación que, en los viejos tiempos, cuando la movilidad de capitales entre países era limitada, las sociedades anónimas no tenían realmente manera de evitar la tributación, de modo que ese impuesto recaía efectivamente sobre los accionistas. Pero ahora, prosigue la narración, tenemos unos capitales altamente móviles; si se les hace tributar en un país, se irán, provocando una escasez de capitales y una bajada de los salarios, hasta que las tasas de rendimiento después de impuestos en ese país vuelvan a la media mundial.

Hay importantes salvedades que hacer a este relato ya de partida. Por un lado, la movilidad de los capitales sigue distando mucho de ser perfecta: la correlación de Feldstein y Horioka entre ahorros nacionales e inversión nacional se ha debilitado, pero sigue existiendo. Por otro lado, Estados Unidos es un país grande, capaz de afectar a las tasas de rendimiento mundiales. Y una cosa más: teniendo en cuenta el tamaño de Estados Unidos, la bajada del impuesto de sociedades bien podría inducir recortes competitivos en otros países, reduciendo aún más el impacto sobre los salarios estadounidenses.

Pero lo que me ha llamado la atención de la CBO ha sido un argumento bien distinto: buena parte de los impuestos de sociedades probablemente no recaigan sobre rendimientos del capital físico, sino más bien sobre las rentas monopolísticas. Da igual que esas rentas se hayan obtenido o no de manera justa, mediante, pongamos por caso, una inversión en tecnología, o incluso que las grandes empresas hayan obtenido o no beneficios superelevados. Mientras la fuente de beneficios local sea algún tipo de renta monopolística, la incidencia del impuesto de sociedades recaerá sobre los accionistas, no sobre los trabajadores.

Imaginemos un mundo en el que todas las grandes empresas son como Google o Apple: invierten recursos en desarrollar nuevos productos, después venden esos productos –en los que tienen mucho poder de mercado– en diversos países muy por encima del coste de producción, lo cual es la fuente de sus beneficios. Reducir el tipo impositivo sobre esos beneficios no les hará emplear a más personas, impulsando la demanda de trabajadores y, por lo tanto, los salarios; simplemente les permitirá conservar una parte mayor de sus rentas. 

Un ejemplo similar: piensen en el sector farmacéutico, en el que las empresas desarrollan un medicamento y después lo venden en todo el mundo. Algunos países utilizan la capacidad negociadora de sus sistemas sanitarios públicos para conseguir precios más bajos, y otros (nosotros principalmente), no; los países que negocian precios más bajos no pagan ningún precio en forma de acceso reducido a los medicamentos. De modo similar, si se impone un tributo a las rentas obtenidas de los monopolios tecnológicos, no se pierde el acceso a la tecnología, sino que simplemente se recaudan más impuestos.

Y hay buenas razones para creer que el poder del mercado es una cuestión cada vez más importante. Insisto, no tiene por qué ser injusto, y podría suponer una competencia monopolística sin muchos retornos superiores al comportamiento del mercado. Lo que quiero decir es que, independientemente de cuál sea la fuente y la justificación del poder de mercado, ese poder debilita el argumento de que la movilidad de capitales hace que reducir el impuesto de sociedades beneficie a los trabajadores.

Esto cambia la historia, ¿a que sí? En lugar de centrarnos en la movilidad de capitales como razón por la que los impuestos sobre beneficios podrían recaer en los trabajadores, tal vez deberíamos fijarnos en el creciente poder de mercado como razón por la que los impuestos de sociedades recaen en los capitalistas.

Lo importante por ahora es que cuando alguien les diga que los cambios en el mundo han hecho obsoletos los impuestos de sociedades a la vieja usanza se muestren escépticos. Es posible que algunos de los cambios que han tenido lugar en el mundo hayan hecho que el impuesto sobre beneficios sea ahora una idea mejor que nunca.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.
© The New York Times Company, 2017. 
Traducción de News Clips.

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