Por Dr. R. Mulet, Prof. Titular Facultad de Física, Universidad de la Habana
Nada, absolutamente nada, limita más el desarrollo de la ciencia cubana que el bloqueo norteamericano. Lo hace de manera directa y pública, impidiendo o entorpeciendo el intercambio científico entre investigadores cubanos y norteamericanos, pero también imposibilitando o dificultando la compra de tecnología científica en prácticamente todo el mundo y, en algunos casos, incluso vetando el acceso a información de código abierto. Lo hace además de manera indirecta, porque el bloqueo es un conjunto de políticas encaminadas a limitar el desarrollo económico del país y en ausencia de este se torna difícil impulsar el avance científico.
El segundo freno al desarrollo científico del país lo introduce la propia historia de la nación. Cuba fue primero una colonia española y luego una neocolonia estadounidense. Si bien debemos a los primeros una Universidad y una Academia de Ciencias y a los segundos haber impulsado cierta modernización del país, ninguna de las dos metrópolis sintió la necesidad de contribuir al desarrollo de la ciencia en Cuba. Cuando triunfa la Revolución en 1959, esta encuentra un país con un elevado porciento de analfabetismo y una casi inexistente comunidad científica. Esa condición inicial tiene, todavía hoy, un peso que se manifiesta en la formación de sus cuadros, en cómo se organiza y se relaciona con el resto del mundo la ciencia cubana, y también en cómo la nación la interpreta.
La actividad científica en Cuba, entendida como institución cultural y económica de alcance nacional, es hija de la Revolución. Nace con la campaña de alfabetización y crece, a partir de la ayuda del campo socialista, pero no solo, hasta mitad de la década del 90 de manera sostenida. Sin embargo, la llegada de los años noventa y con ellos del Periodo Especial constituyeron un brusco freno al desarrollo que se iba alcanzando. Se logró proteger e impulsar el sector biotecnológico, pero poco más.
Hoy, cuando el país se replantea impulsar su economía desde la ciencia, encuentra que esta última tiene sus propias limitaciones. Estas van más allá de los factores históricos o internacionales que mencionamos arriba y requieren solución. Porque hay algo que en mi opinión está claro, en Cuba se hace menos ciencia de la que necesitamos, y la que se hace y puede tener aplicación inmediata encuentra no pocos obstáculos para ello. Se hace poca innovación, también porque se hace poca ciencia.
Una enumeración exhaustiva de los problemas que aquejan a la actividad científica cubana sería grande e incluiría seguramente a los siguientes: el avance de prácticas pseudocientíficas en el imaginario colectivo de muchos cubanos, y peor aún en varias instituciones estatales; la desconexión entre las instituciones científicas y entre estas y la matriz productiva y organizativa del país; la presencia de muchos cuadros de dirección en el sector con poca o ninguna formación científica; carreras de ciencia e ingeniería que otorgan títulos universitarios en cuatro años; pocos jóvenes estudiando carreras de ciencia; un sistema de programas y proyectos de investigación con demasiadas prioridades, todas muy abarcadoras, y con una componente burocrática y contractual desestimulante; una enseñanza universitaria donde, incluso en carreras de ciencias técnicas, apenas se introducen elementos de programación.
Hay más problemas, y seguramente otros compañeros podrían añadirlos. Pero resolver exhaustivamente problemas como si estuvieran desconectados es normalmente un proceso que en el mejor de los casos toma un tiempo muy largo. Por eso, prefiero presentar y discutir someramente aquellos que yo considero las principales limitantes de la producción científica del país.
En mi opinión resolver esos problemas es una condición necesaria para recuperar el camino del desarrollo científico, y también para solventar algunos de los ya mencionados arriba. Los presento de manera ordenada, comenzando por el más fácil de resolver y terminando en el más difícil.
Problema uno: La obsolescencia de la infraestructura de universidades y centros de investigación
La infraestructura científico-tecnológica de nuestras universidades se encuentra muy deteriorada. Sufre de una obsolescencia que en la mayoría de los laboratorios supera los 30 años. Eso, en ciencia, es mucho tiempo. Es un fenómeno que viene empeorando desde el inicio del período especial, y no se ha detenido.
Incluso en Biocubafarma se investiga en una situación de obsolescencia tecnológica. Después de la inversión inicial que impulsó el nacimiento de estos centros, el equipamiento con el que trabajan se ha mantenido siendo esencialmente el mismo. En ese contexto, es siempre importante reconocer lo logrado por el Instituto Finlay, el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología y el de Inmunología Molecular durante el combate al COVID-19, un acto científico y humano literalmente heroico.
El resto de los laboratorios de investigación del país está en peores condiciones. Habrá alguna que otra excepción, como el Centro de Estudios Avanzados, pero estas excepciones no pueden insertarse en un ecosistema sólido que las enriquezca y su impacto es muy limitado.
También se ha recibido algún equipamiento mediante convenios y proyectos de colaboración internacionales y eso alivia la situación en algunas instituciones o grupos de trabajo. Pero para elevar nuestra actividad científica se necesita de inversiones básicas -muy difíciles de obtener mediante colaboraciones internacionales- que trasciendan a los grupos de investigación individuales y que se coloquen en aquella instituciones científicas que ya poseen al personal capaz de explotarlas con eficiencia. En la situación actual, cualquier política de recuperación de la infraestructura científica del país debe partir de la reconstrucción de esta en sus universidades y en sus centros de investigación de vanguardia, y no de la creación de nuevos centros de características excepcionales.
Está fuera de discusión que el país en estos momentos, octubre del 2022, enfrenta problemas más urgentes que la recuperación de sus laboratorios de investigación. Pero quienes vivimos en Cuba y confiamos en la capacidad de resistencia del pueblo y en la honestidad, talento y responsabilidad de los dirigentes del proceso revolucionario sabemos que la economía debe recuperarse. De no lograrlo, entrará en juego el futuro mismo de la nación. Cuando ese momento de recuperación llegue o comience a llegar, volver a dejar pendientes para un futuro de aún mayor solvencia económica a universidades y centros de investigación, puede terminar desarticulando los avances alcanzados en los primeros 50 años de la revolución.
Problema dos: La retención del personal calificado.
De los tres problemas que menciono aquí, este es, en mi opinión, el más importante. Un porciento no despreciable del personal científico joven, especialmente los graduados en carreras de ciencia y tecnología, abandona el país. O peor aún, abandona completamente la actividad científico-técnica para dedicarse a trabajos mejor remunerados, pero de menor nivel profesional.
La ciencia en el siglo XXI es una actividad colectiva y requiere, para ser exitosa, de lo que los especialistas llaman, una masa crítica de investigadores. Cuando un joven científico la abandona, perdemos lo que él aporta –su propia originalidad al enfrentar un problema científico-, la posibilidad de que establezca conexiones con instituciones -no solo científicas- diferentes a su Alma Mater, la capacidad de aconsejar a su institución o a otras sobre el equipamiento más adecuado para una inversión, o sobre políticas de desarrollo, etc. Pero peor aún, reducimos las posibilidades de aportar de los que quedaron en Cuba. Sin suficientes científicos, ingenieros, tecnólogos, es imposible plantearse conectar el ecosistema de ciencia e innovación en el país.
El fenómeno migratorio tiene una primera raíz en el problema mencionado antes. Un científico es una persona con deseos de resolver problemas, crear cosas nuevas, obtener resultados originales, de impacto para su país y para la humanidad. Es muy difícil hacerlo en un contexto donde el equipamiento es tan obsoleto. Pero otra razón, hoy probablemente más importante para explicar esta migración, es la difícil situación económica del país, y sobre eso nuestro principal deber es trabajar para contribuir a mejorarla de manera sistémica, pero no puede bastar.
El esperado ordenamiento monetario y las medidas económicas que le siguieron contribuyeron a deteriorar aún más el salario de una parte importante de los trabajadores del país. Los científicos, especialmente aquellos que no pertenecen al sector empresarial, fueron particularmente afectados. Pero independientemente del complejo problema salarial, en los últimos treinta años tampoco se han sabido diseñar políticas nacionales orientadas a resolver las necesidades más inmediatas de estos profesionales. Solo para mencionar un ejemplo, no hay una política de vivienda orientada de manera específica hacia los profesionales con alto nivel científico.
Como para el problema uno, está claro que la situación económica que vive el país no es la mejor, pero otras instituciones como el MINSAP, FAR, BioCubaFarma, UNE, AZCUBA, etc., han tenido en las últimas dos décadas al menos momentos en los que han enfrentado el tema vivienda. Quizás no han logrado una solución total para sus trabajadores, pero lo han enfrentado. En el ámbito universitario, la principal fuente de doctores en ciencias del país, eso no se ha hecho.
El trabajo político ideológico debe venir acompañado por la solución concreta de los problemas y la vivienda hoy es un problema de muchos jóvenes altamente calificados y su carencia un factor que impulsa las necesidades migratorias.
Problema tres: El nivel de nuestra educación media y media superior ha decaído mucho en los últimos 20 años.
Eso es especialmente cierto en las áreas de ciencias exactas y naturales y es el dilema más difícil de resolver al que nos enfrentamos. Basta acercarse con los hijos a la escuela media y media-superior para reconocer que, en general, el nivel cultural y técnico de los profesores es más bajo que el de hace tres décadas. Salvo excepciones, llegan a los Pedagógicos quienes no pudieron alcanzar otra carrera universitaria o, quienes ni siquiera pudieron pasar de la secundaria al pre-universitario de manera directa.
Pero esta no es la única razón, también el currículo de nuestra enseñanza media es más reducido que el de los años 80. Se enseña, por diseño, mucha menos física, matemática, química y computación que entonces. Y esto no solo ocurre en la enseñanza media; también en las carreras pedagógicas se imparten menos contenidos técnicos que hace dos décadas. En definitiva, los maestros saben menos porque entran al Pedagógico peor formados, pero también porque se espera menos de sus conocimientos a la salida de la institución.
De los tres problemas planteados, este es sin duda el más difícil de enfrentar porque requiere, como mínimo, de una transformación cultural y social que normalmente toma décadas en conseguirse. Esta transformación solo será completa cuando una parte importante de nuestros mejores graduados de preuniversitario desee ser maestro.
Mientras esto no se logre, se impone diseñar un sistema de superación continua que llegue a los profesores de la enseñanza media y media superior, lo cual es difícil, especialmente en un contexto en el que estos ya enfrentan horarios de trabajo bastante intensos. Pero habría que intentarlo. Se requiere además de personal técnicamente calificado capaz de penetrar en estas carreras pedagógicas y en la misma enseñanza media y un equipamiento mínimo que devuelva a las asignaturas de ciencia en nuestra enseñanza media su carácter experimental -esto a su vez está estrechamente conectado con la solución del problema uno.
Como dije al inicio, al exponer estos problemas no pretendo ser conclusivo. Otros compañeros pueden tener opiniones diferentes con respecto a lo planteado aquí. Pero independientemente de ellas, una cosa está clara, para alcanzar la soberanía económica debemos primero poseer una sólida capacidad científico tecnológica. Y eso es una realidad que no depende del número de turistas que reciba el país, ni del fin del bloqueo económico norteamericano. Así que es mejor no esperar por ellos y comenzar a robustecer esa capacidad lo antes posible.
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