PAUL KRUGMAN
27 SEP 2019 - 17:18 CDT
Un grupo de personas se manifiesta en Washington en favor de la investigación a Donald Trump ANDREW CABELLERO-REYNOLS AFP
Si hay algo de lo que está convencido el tuitero en jefe, es que lo que es bueno para Donald Trump es bueno para EE UU. Hace poco más de un mes, dijo en un mitin que “no os queda otra que votadme”, porque su derrota electoral provocaría un hundimiento del mercado.
Pero ha ocurrido una cosa curiosa en el transcurso de las dos últimas semanas terribles, horribles, malísimas y nada buenas de Trump. De repente, el proceso de destitución (pero no de suspensión del cargo) ha pasado de ser muy improbable a ser muy probable. De hecho, dada la explosiva naturaleza de la queja del filtrador que ahora se hecho pública, realmente no entiendo cómo puede no ser destituido.
Y los mercados, básicamente, se han encogido de hombros. A primera vista, puede parecer extraño. Al fin y al cabo, independientemente de cuál sea el resultado final de la cada vez más alta probabilidad de que se produzca la destitución, la consecuencia inmediata es que el Gobierno de Trump se verá privado de su capacidad para llevar a cabo su programa legislativo. ¿Por qué no preocupa eso a los inversores? La respuesta es “¿Qué programa legislativo?”
Incluso cuando el partido de Trump controlaba ambas cámaras del Congreso, solo llevó a cabo dos iniciativas legislativas importantes. Una fue una gran bajada de impuestos para las empresas y los ricos que generará miles de millones de dólares de déficit, pero que no parece que haya hecho mucho por la economía. Y la otra fue un intento de arrebatarles el seguro sanitario a unos 30 millones de estadounidenses, que no se aprobó. ¿Y qué pasa ahora? Pues bien, supongo que el proceso de destitución podría interponerse en el gran plan de infraestructuras que Trump lleva prometiendo tres años. Vale, pueden dejar de reírse. “La semana de las infraestructuras” se ha convertido desde hace mucho tiempo en un chiste; nadie, y digo bien, nadie, cree que ningún plan de verdad, y mucho menos un plan que pudiese aprobar una Cámara demócrata, se materializará alguna vez.
Cuanto más tiempo se pasen preocupándose por una posible investigación en vez de plantear purgas de lealtad, mejor
A estas alturas, el único elemento medianamente significativo sobre el tapete legislativo es la propuesta de Trump de sustituir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que básicamente es imposible de distinguir del TLCAN. Puede que Trump crea que es importante ponerle un nombre nuevo al mismo tratado de comercio antiguo, pero casi nadie más está de acuerdo.
Para ser justos, la legislación no es la única manera en la que los presidentes pueden hacer política, y la perspectiva de una destitución probablemente reducirá la capacidad de Trump de hacer política a través de órdenes ejecutivas. La cosa es que, como la mayoría de las cosas que el presidente intenta hacer son malas para EE UU, la parálisis que pueda provocar el proceso de destitución será para bien.
Porque Trump, de hecho, está librando una guerra contra la competencia.
En la visión del Gobierno que tiene Trump, los diplomáticos de carrera que hacen la diplomacia real, los reguladores experimentados que intentan aplicar las normativas, los investigadores que generan datos objetivos —y hasta los meteorólogos cuyas predicciones no le gustan— forman parte de un Estado profundo que se la tiene jurada. Por eso los funcionarios de Trump han llevado a cabo una campaña sistemática para degradar la Administración Pública estadounidense, expulsando a gente que sabe lo que hace y sustituyéndola por políticos mediocres.
Piensen en el caso del Servicio de Investigación Económica del Departamento de Agricultura, una entidad respetada y anteriormente apolítica que produce informes muy útiles —informes de los que dependen agricultores y empresas— sobre diversas tendencias que afectan al Estados Unidos rural. Después de que la agencia publicase unos informes que documentaban lo evidente —que la bajada de impuestos de 2017 benefició desproporcionadamente a los agricultores ricos— y se negase a inventar estudios que justificasen otras políticas del Gobierno se le ordenó con efecto inmediato que se trasladase de Washington a Kansas City.
La intención evidente de esta jugada, que tuvo éxito, era provocar dimisiones en masa de los expertos de la entidad, y es muy poco probable, si el organismo vuelve a reconstituirse, que sea igual de bueno a la hora de hacer su trabajo. En el Gobierno federal se está produciendo un proceso de mediocrización parecido. Y seamos claros: esta degradación del Gobierno es mala para los negocios. A las empresas no siempre les gustan las normativas del Gobierno, pero les gustan los Gobiernos previsibles, competentes y que toman decisiones basadas en criterios claros, no en contactos políticos.
La cosa es que un proceso de destitución afectará, sin duda, al proyecto trumpiano de degradación del Gobierno. Puede que no lo paralice del todo, pero el equipo de amigotes de Trump se distraerá; será menos descarado; y estará preocupado por que otros posibles filtradores hagan público lo que están haciendo. Si tuviésemos un Gobierno normal, un Gobierno que, independientemente de su ideología, intentase gobernar el país bien, la distracción y la parálisis que conlleva un proceso de destitución podrían tener unos efectos secundarios negativos, aunque incluso en ese caso la trayectoria histórica no está clara. (En comparación con la época de Trump, el Gobierno de Nixon era un modelo de buen gobierno.)
Pero este no es un Ejecutivo normal; nunca ha dado la impresión de que le importase mucho gobernar, y se muestra enérgicamente hostil hacia los funcionarios públicos que intentan hacer su trabajo. Por tanto, la parálisis es buena. Cuanto más tiempo se pasen las personas nombradas por Trump preocupándose por una posible investigación en vez de planificar purgas de lealtad, mejor estaremos todos nosotros, desde los ciudadanos de a pie hasta las empresas gigantescas.
Destituir a Donald Trump es bueno para la economía.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2019. Traducción de News Clips
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