En este artículo: Aniversario 500 de La Habana, Colonia, Fotografía, La Habana, La Habana Vieja
12 octubre 2019
El sol aprieta en los adoquines, quizás lloran cansados por el calor y el peso de los años. Hay señores con camisa y sombrero de guano haciendo música con maracas y un par de guitarras. La plaza suena a Idilio.
Esta reina de Armas vio nacer la ciudad, y con ella, otras cuatro se hicieron vecinas para darle vida a La Habana.
—¿Qué es el Templete para La Habana?
Una marca del inicio de la ciudad junto al Puerto Carenas en 1519. Es identidad de la capital, del habanero y habanera. Parte de la historia, presente cada año, cuando el 16 de noviembre se celebra la fundación de la ciudad por sus habitantes, rindiéndole honores a la ceiba que reina en mi interior.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
Desde el 19 de marzo del año 1828.
—Pero la ciudad empezó a vivir desde mucho antes…
Dicen que aquí se celebró la primera misa y que una ceiba dio sombra al primer cabildo. En su memoria el gobernador Francisco Cagigal mandó levantar una columna conmemorativa, hasta que por el deterioro, en 1927 el gobernador de la Isla, don Francisco Dionisio Vives y Planes, Conde de Cuba, decidió restaurarla y crear un monumento mayor. Lo que ves hoy.
—¿Y esta plaza?
Fue la primera, considerada el corazón de la ciudad intramural. Se destinó como plaza pública y se situaron las casas de los principales vecinos de la villa. Se construyó la Parroquial Mayor, que le dio el nombre de Plaza de la Iglesia o Plaza Mayor y luego con el Castillo de la Real Fuerza en 1577, se dedicó a ejercicios militares y revista de la tropa, perdiendo su carácter de centro público y convirtiéndose en la Plaza de Armas.
Más tarde nacieron nuevas construcciones, alcanzando la plaza sus dimensiones actuales. Se construyó el Palacio de Correos e Intendencia en 1772, más conocido por Palacio del Segundo Cabo y el Palacio de los Capitanes Generales en el espacio de terreno de la Parroquial, considerados los dos edificios públicos más relevantes de la época colonial, muestras del poderío económico y militar de las autoridades de la época y de la decoración barroca.
—Pero Céspedes está ahí…
Si, desde 1955 la estatua de Carlos Manuel de Céspedes, del artista cubano Sergio López Mesa. Está sobre el mismo pedestal donde se encontraba la del monarca español Fernando VII desde 1834, bajo el gobierno de Don Miguel de Tacón, que se conserva aún en el portal del Palacio de los Capitanes Generales, realizada por el escultor Antonio Solá.
—¿Cuántas ceibas han estado aquí?
Unas cuantas. La primera se conservó hasta el año 1753. Entre el 55 y 57 se sembraron otras tres, de las que solo una sobrevivió hasta 1827. Para mi construcción fue necesario removerla. Al año siguiente otras tres nuevas se volvieron a sembrar y de ellas solo arraigó una que duró hasta 1959, en que volvió a plantarse la que estuvo hasta el 2016, retirada por el deterioro ocasionado por el comején. Pero en 2017 fue remplazada por otro árbol de ocho años y unos seis metros de altura, que aún se mantiene hoy.
¿Cuánto ha sido casi 500 años para ti?
Si me miras bien, ¿pensarías que tengo tanto tiempo?
Qué me dices de tus plazas vecinas….
San Francisco siempre fue solemne. La Catedral era conocida como Plaza de la Ciénaga y la Plaza Vieja nunca tuvo relación con ningún centro religioso. Ellas, al igual que Armas llevan impregnadas en los cimientos memorias de La Habana.
Crónicas de Asís…
Corría el siglo XVI. Las aguas de la bahía llegaban a la calle Oficios y se escabullían por el fondo del Convento. Aunque mi nombre lo dio la iglesia, mi razón de ser nunca fue la religión.
Ser una plaza con casi medio milenio es equivalente a cientos de relatos. Desde ser nombrada San Francisco de Asís como el Convento, hasta haberme convertido durante el siglo XV en el sitio más público de la ciudad.
En 1592 se inauguró el primer acueducto de Cuba, primera obra civil de las Américas, nuestra Zanja real. En todas mis vecinas instalaron un sistema de fuentes. Actualmente, en mis dominios se encuentra la de los leones.
Siempre disfruté observar las procesiones de viernes santos por la calle Amargura, donde se recorría todas las estaciones del viacrucis hasta llegar a la Iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje.
Con los años asumí el rol de centro cívico. La vida fue bastante animada durante esa época. Celebraciones por doquier marcaban el ritmo, sobre todo las llamadas Ferias de San Francisco.
En 1842 derribaron la muralla a espaldas del Convento para ubicar el muelle de pilotaje y sillería. Aires de reforma inundaban a mi Habana.
En los albores del siglo XVIII el gobierno realizó una serie de obras para mi mejoramiento. Por fin empedraron la calle de los Oficios y terminaron las obras del Convento de San Francisco de Asís. La majestuosa iglesia poseyó, después de su reconstrucción la torre más alta de la isla en su época. Qué envidia me hubo de tener mi vecina de Armas.
Por esta época, tuve a los mejores vecinos que una plaza podría pedir. Nobles miembros de la aristocracia habanera que engalanaban mis alrededores con las muestras más finas de la arquitectura de la época. Los Marqueses de San Felipe y Santiago, en la esquina de las calles de los Oficios y Amargura son un ejemplo.
Siglo XX. Las suntuosas mansiones que me circundaban asumen otras funciones. Aparece el edificio de la Lonja del Comercio para regir el desarrollo de las operaciones comerciales en la zona. Me cerraron las vistas al mar, al crearse el edificio de la Aduana un año más tarde.
Estas construcciones acentuaron mi carácter mercantil que desde antaño mostró mi rincón habanero.
Retazos de una Plaza Vieja
La Plaza Vieja se vuelve joven cada noche. Los bares y restaurantes que la rodean llenan de luces el lugar, acogen a amigos y enamorados que se dejan llevar por la belleza de las edificaciones. Prefieren la tranquilad de este entorno colonial donde convergen el barroco cubano y el Art Nouveau de inspiración gaudiniana.
Surgió como un espacio abierto en 1559, luego de las plazas de Armas y de San Francisco. Se erigió a solo 100 metros de esta última y permitió a los pregoneros alejarse de las misas del Convento de San Francisco de Asís. Ese fue el objetivo de crear esta plaza, con un sentido meramente comercial. Convertida entonces en la única que no está asociada a un templo religioso.
En sus inicios se llamó Plaza Nueva y fue un barrio residencial de la burguesía criolla. Las edificaciones que la rodean han sido restauradas, y aún conservan la belleza de lo que una vez fueron residencias de la clase más adinerada de la ciudad.
Durante la etapa neocolonial sufrió diversas modificaciones. Se convirtió en un parque arbolado dedicado a Juan Bruno Zayas y luego acogió un anfiteatro con un aparcamiento soterrado. En 1995 comienzan las labores de restauración para volver a su imagen original y cada uno de sus espacios se reutiliza para convertirla en un centro cultural.
La Cámara Oscura, el Museo del Naipe, el Planetario, la Fototeca de Cuba, la Factoría de Cerveza y Maltas, el Palacio Cueto y el Palacio del Conde de San Juan de Jaruco son los lugares principales que alberga esta plaza en la actualidad. Sin dudas, un sitio que sin perder sus valores históricos y patrimoniales se ha insertado en la modernidad habanera.
La Catedral que fue Ciénaga
La Catedral de San Cristóbal de La Habana es un destino obligatorio para quienes visitan esta ciudad de casi 500 años. Sus dos torres desiguales y su fachada barroca la convierten en uno de los sitios de mayor valor simbólico y arquitectónico del Caribe. Su construcción comenzó en 1748 a petición de los jesuitas y el exterior fue diseñado por el italiano Francesco Borromini. En 1788 fue convertida en catedral por orden del obispo Felipe José de Tres Palacios.
Se encuentra enclavado en la Plaza de la Catedral, la última de las cinco grandes plazas de La Habana antigua. El diseño de su fachada, adquiere contrastes de luz y sombras, favorecidos por el clima de la isla, y genera la sensación de una plaza cerrara, cuando realmente no lo es.
En la segunda mitad del siglo XVI algunos criollos construyeron allí sus viviendas, llamándola "Plaza de la Ciénaga" porque a ella llegaban las aguas que corrían a lo largo de la villa para desembocar al mar y se inundaba con las mareas. Por ello, el primer acueducto que tuvo la ciudad, la Zanja Real, desembocaba por el orificio abierto en un muro de la plaza. Hoy este espacio es conocido como Callejón del Chorro y lo señala una tarja conmemorativa.
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