Spencer Platt/Getty Images
Nov 3, 2021MICHAEL SPENCE
MILÁN – Las alteraciones de las cadenas de suministro están afectando seriamente la recuperación económica global. Es una situación extraña en muchos sentidos. Los tipos de productos y servicios afectados por las demoras y las escaseces –incluido un amplio rango de productos intermedios, desde materias primas hasta semiconductores, y los productos finales que dependen de ellos- se asemejan a lo que uno vería en una economía de guerra. Y las alteraciones nos tomaron en gran medida por sorpresa.
Por cierto, en el primer trimestre de este año, se proyectaba de manera contundente que el crecimiento iba a acelerarse, y los expertos no estaban precisamente haciendo sonar la alarma de que la oferta no iba a poder mantener el ritmo. Es cierto, macroeconomistas influyentes sí advirtieron que la combinación de una política monetaria sumamente acomodaticia, balances de ahorros de los hogares elevados, una demanda contenida y un gigantesco gasto fiscal aumentaban significativamente el riesgo de inflación. Y, efectivamente, esos pronósticos –que parecen cada vez más proféticos- implicaban que un alza de la demanda agregada, alimentada por un muro de liquidez y precios de activos espumosos, podía superar la oferta. Pero se seguía desconociendo la probable duración del desequilibrio y muchos sostenían que la inflación –y, por extensión, las alteraciones de la oferta- serían “transitorias”.
Muchos observadores siguen convencidos de que esto es así. Pero los participantes en las cadenas de suministro globales predicen cada vez más que las escaseces, los retrasos y los desequilibrios entre la oferta y la demanda persistirán bien entrado el 2022, y tal vez después.
Parece claro que, por algún período significativo, el crecimiento económico global estará restringido por la oferta –un marcado contraste con respecto a los años posteriores a la crisis financiera global de 2008-. Si bien el alza de la demanda puede ser mayor de lo que indicaban los pronósticos en medio de la pandemia, fue la base para las altas proyecciones de crecimiento en el período de recuperación de la pandemia.
Eso hace que resulte sumamente importante encontrar respuesta a dos interrogantes fundamentales del lado de la oferta. Primero, ¿existen limitaciones subyacentes de la oferta que persistirán inclusive después de que se hayan resuelto los bloqueos relacionados con la pandemia? Y, segundo, ¿existe algo referido a la configuración y funcionamiento de las cadenas de suministro globales que afecte la respuesta de la oferta?
Uno podría razonablemente decir que la pandemia produjo cambios semipermanentes en algunos factores de la oferta. Por empezar, muchos trabajadores se han quedado afuera del mercado laboral o han diferido su reinserción, a pesar del desmantelamiento de mecanismos de apoyo durante la pandemia. Esto probablemente tenga mucho que ver con las condiciones sumamente estresantes o peligrosas en las cuales algunas personas, como el personal de salud, trabajaron durante la pandemia. Muchos trabajadores de carga quedaron varados en barcos durante meses.
Si los trabajadores ahora deciden aceptar este tipo de puestos, probablemente exigirán una mejor compensación y cambios en las condiciones de trabajo. De la misma manera, muchos de quienes han pasado a trabajar de manera remota durante la pandemia se resisten a un retorno completo a la oficina. Estas demandas y preferencias cambiantes implican cambios del lado de la oferta en muchos segmentos del mercado laboral, con efectos desconocidos en el largo plazo.
Pero los efectos de la oferta laboral son sólo una parte de la historia. Sabíamos que iba a producirse un alza de la demanda. ¿Por qué, entonces, las cadenas de suministro globales fueron tomadas por sorpresa?
Una razón es que la demanda reprimida se liberó antes de que la pandemia hubiera en verdad terminado. De manera que, cuando la demanda aumentó, las alteraciones relacionadas con la pandemia siguieron afectando a los principales puertos e instalaciones de manufactura, perjudicando la respuesta de la oferta.
Otro factor es que la demanda parece haber aumentado más allá de la capacidad de carga máxima del sistema. Expandir esa capacidad exigirá inversión y, más importante, tiempo. Pero si bien la capacidad de carga máxima es crucial en servicios como la electricidad (que es difícil de almacenar), es menos importante para los productos, cuya demanda debe gestionarse mediante un sistema de buen funcionamiento que anticipe las alzas y distribuya el flujo de pedidos.
Allí reside el problema. Las redes de suministro globales, como están constituidas actualmente, son complejas y descentralizadas y están estrechamente entrelazadas, para maximizar la eficiencia y minimizar el desperdicio. Pero, si bien esta estrategia funciona en tiempos normales, no puede manejar shocks o perturbaciones importantes. La descentralización, en particular, conduce a una subinversión en resiliencia, porque los retornos privados sobre esas inversiones son mucho menores que los retornos o beneficios en todo el sistema.
Otra consecuencia de la descentralización es más sutil, y quizá se pueda explicar fácilmente con una analogía con el pronóstico del tiempo. Si bien el clima es el resultado de un sistema increíblemente complejo e interconectado, el pronóstico se ha vuelto cada vez más preciso y exacto con el tiempo, gracias a modelos altamente sofisticados que capturan la manera en que interactúan los factores relevantes –como el viento, las temperaturas atmosféricas y oceánicas y la formación de nubes.
Las redes de suministro globales son igualmente complejas. Pero, si bien podríamos estar en condiciones de anticipar tendencias amplias –como que la demanda aumentará-, no existe ningún modelo o conjunto de modelos que nos permitan predecir con algún grado de precisión de qué manera esas tendencias podrían afectar elementos específicos en las cadenas de suministro. No tenemos manera de saber, por ejemplo, dónde se producirán los nuevos cuellos de botella, mucho menos de qué manera los participantes del mercado deberían adaptar su comportamiento.
Cuando los pronósticos no son lo suficientemente específicos como para ser accionables, el sistema no puede ajustarse de manera oportuna o eficiente. El sistema es esencialmente miope: descubre los bloqueos cuando ocurren. Y como no se caracteriza por ser demasiado flexible, las grandes desviaciones de los patrones normales producen respuestas demoradas, escaseces, retrasos y cuellos de botella, como los que estamos viendo hoy en día.
La conclusión es clara: necesitamos mejores modelos para predecir de qué manera evolucionarán las cadenas de suministro, incluidas sus posibles respuestas a los shocks. Estos pronósticos tendrán que estar a disposición pública para que todos los participantes puedan verlos y adaptarlos. La inteligencia artificial probablemente sería la clave del éxito; por cierto, existe una aplicación natural de la tecnología. Pero también se necesitaría una cooperación internacional mediante la cual los países compartieran datos en tiempo real generados por redes de las cadenas de suministro.
Los costos de un huracán o un tsunami se reducen enormemente cuando pronósticos precisos le permiten a la gente planear anticipadamente. Lo mismo sucede con las alteraciones de las cadenas de suministro.
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